JUAN MANDAKUNI


Entre la abundante literatura cristiana antigua, la que floreció en 
Armenia en los siglos IV y V es de las menos conocidas y, sin 
embargo, de riquísimo contenido espiritual. 

Las fuentes documentadas hacen remontar al siglo III la 
predicación del Cristianismo en Armenia, por obra de San Gregorio 
el iluminador. Sin embargo, ya antes de esta fecha había cristianos 
en las regiones meridionales del País, colindantes con Siria, desde 
donde se realizó la primera evangelización. 

La figura central de la literatura armena es San Mesrop, a quien 
se atribuye la invención del alfabeto armeno. Murió hacia el año 
440. Uno de sus sucesores en la sede patriarcal fue Juan 
Mandakuni, nacido alrededor del 415, que fue catholikós de 
Armenia desde el año 478 hasta el 490, fecha de su fallecimiento. 
Modelo de pastor de almas, Juan Mandakuni es autor de homilías, 
cartas y oraciones, traducidas en gran parte al alemán durante el 
siglo pasado. 

El fragmento que se recoge en las siguientes páginas forma 
parte de su discurso Sobre la devoción y respeto al recibir el 
Santísimo Sacramento, en el que pone de relieve la presencia real 
de Cristo en la Eucaristía y las disposiciones interiores con que los 
fieles han de recibirle. 

LOARTE

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Cómo acercarse al Santísimo Sacramento
(Discurso sobre la devoción y respeto al recibir el Santo 
Sacramento)

Mis huesos se estremecen de temor, mi alma tiembla y queda 
atónita cuando me acuerdo que voy a acercarme al venerado y 
gran Sacramento. Mi espíritu oscila sin cesar entre dos 
sentimientos: muy a gusto quisiera yo acercarme al Sacramento 
anhelado, pero mi indignidad me mantiene alejado. Mas el 
separarse y vivir alejado de él es la muerte del alma. Pues hay en 
verdad muchos que o bien se acercan en pecado o bien se 
mantienen alejados de una manera no recta: ambos son hijos de 
Satanás. Los unos no conocen la fuerza del tremendo Sacramento, 
sino que se acercan a él por costumbre rutinaria con la conciencia 
intranquila, no para salud, sino para juicio (cfr. I Cor 12, 29); no 
para perdón de los pecados, sino para aumento de los mismos. 
Los otros lo aprecian en poco, como algo que no tiene valor, y 
permanecen alejados, ya que no lo tienen por necesario, pues 
desconocen totalmente su fuerza y su gracia, o creen que es señal 
de estima al Sacramento el no acercarse a él con frecuencia. Pero 
esto no es alta estima, sino que manifiesta más bien insensatez y 
tibieza en permanecer lejos de la vida y desear las tinieblas y la 
muerte. Esto dice el Señor mismo: Yo soy el pan de vida; quien 
come de este pan vivirá eternamente; y el pan que Yo daré es mi 
carne, para la vida del mundo (Jn 6, 48.51) (...). 

¿No sabes que en el momento en que el Santo Sacramento 
viene al altar se abren arriba los cielos y Cristo desciende y llega, 
que los coros angélicos vuelan del cielo a la tierra y rodean el altar 
donde está el Santo Sacramento del Señor, y todos son llenos del 
Espíritu Santo? Por tanto, aquellos a quienes les atormentan los 
remordimientos de conciencia, son indignos de tomar parte en este 
Sacramento hasta que no se hayan purificado por la penitencia 
(...). Examinaos, probad vuestro corazones, a fin de que nadie se 
acerque con remordimientos de conciencia, nadie con hipocresía, 
con fingimiento o falsía, nadie con dudas o incredulidad (...). 

Y no lo contemples como sencillo pan, ni lo tengas ni lo estimes 
por vino, pues el tremendo santo misterio no es visible; su poder 
es más bien espiritual, ya que Cristo nada visible nos ha dado en 
la Eucaristía y en el Bautismo, sino algo espiritual. Vemos el cáliz, 
pero creemos al Verbo divino, que dice: esto es mi cuerpo y mi 
sangre. Quien come mi cuerpo y bebe mi sangre, vive en mí y Yo 
en él, y Yo le resucitaré en el último día (cfr. Mt 26, 26-28; Jn 6, 
55). Sabemos con verdadera fe que Cristo mora en los altares, 
que nosotros nos acercamos a El, que le contemplamos, que le 
tocamos, le besamos, que le tomamos y recibimos en nuestro 
interior, que nos hacemos con Él un solo cuerpo (cfr. I Cor 10, 17), 
miembros e hijos de Dios (...). 

Hijo de hombre, echa una mirada a tu habitación y contempla 
dónde estás, a quién contemplas, a quién besas y a quién 
introduces en tu corazón. Te encuentras entre potestades 
celestiales, alabas con los ángeles, bendices con los serafines, 
contemplas a Cristo, besas a Cristo, recibes y gustas a Cristo, te 
llenas del Espíritu Santo y eres iluminado y continuamente 
fortalecido por la gracia divina. Por eso vosotros, sacerdotes, 
vosotros los ministros y dispensadores del Santo Sacramento, 
acercaos con temor, custodiadlo con ansia, administradlo 
santamente y servidle con esmero; tenéis un tesoro real; cuidadlo, 
por tanto, y custodiadlo con gran temor (...). 

Guarda pura tu alma para el momento de la comunión y no la 
dejes de un día para otro. No es ningún atrevimiento comulgar 
muchas veces con corazón puro, pues con ello vivificas y limpias tu 
alma más y más. Pero si fueras indigno y tuvieras algo de que te 
reprochase la conciencia y comulgases una sola vez en toda tu 
vida, eso sería muerte del alma (...). 

Pero tal vez digas: en Cuaresma me santificaré y comulgaré. 
¿Qué utilidad te reportará el que te purifiques una vez si de nuevo 
te profanas? ¿Qué utilidad tendría el que te lavaras y de nuevo te 
ensuciaras? ¿Qué utilidad trae el edificar si vuelves a derribar lo 
construido? Quieres estar sin sufrimiento sólo en los días de fiesta 
y después quieres de nuevo consumirte en sufrimientos; quieres 
curarte de las heridas de tus pecados en un día y después quieres 
volver a recibir las mismas heridas; por un día te apartas del 
demonio y después quieres volver a ser atormentado por él 
siempre. 

Así les sucede a quienes reciben una vez el Santo Sacramento y 
después se consumen sin cesar en pecados (...). ¿De qué ha de 
servir encontrar piedras preciosas un día de fiesta y perderlas al 
día siguiente? Por eso, es inútil comulgar un día de fiesta, si 
pereces de nuevo por la indignidad de una mala vida (...). 

Con todo, dirás tal vez: con los ayunos de Cuaresma me he 
santificado; quiero, pues, recibir el Santo Sacramento. Me parece 
enteramente razonable y lo alabo. Pero ¿por qué no lo recibes 
siempre? Respondes: es que no puedo permanecer siempre sin 
pecado. Si lo que quieres decir es: voy a comulgar el día de fiesta, 
pero después me voy a mantener alejado de la Comunión, 
entonces incluso el día de fiesta eres indigno, pues tu modo de 
pensar es del enemigo. Pues, ¿qué aprovecha acercarse a Cristo, 
si no te alejas al mismo tiempo de Satanás? ¿Qué utilidad tiene el 
tomar costosas medicinas, si el dolor perdura en tu interior? ¿Qué 
te aprovecha correr al médico, si no le enseñas tus heridas? Del 
mismo modo no ganas bien alguno por ir a comulgar si no quieres 
apartarte de tus pecados (...). 

Por lo tanto, atendamos a nosotros con esmero (...). 
Santifiquemos nuestro corazón, hagamos modestos nuestro ojos, 
guardemos la lengua de las murmuraciones, hagamos penitencia 
por nuestros pecados, disipemos las dudas, depongamos la 
insensatez, troquemos nuestra pereza en celo. Ayunemos, 
perseveremos en la oración. Estemos prontos para la 
beneficencia, ejercitemos virtudes con las obras. Hagámonos niños 
en lo malo, y en la fe, por el contrario, perfectos. Así nos haremos 
en todas las virtudes dignos del augusto y gran misterio. Con gran 
deseo y pureza consumada gustaremos entonces el santísimo y 
vivificador Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo; a Él sea 
dada la gloria y el poder por toda la eternidad. Amén.