1. Unidad de los dos Testamentos


1.1. Un solo Dios, Creador y Padre

1.1.1. Según las palabras de Jesús

1,1. Queda, pues, firme sin discusión, que el Espíritu, hablando en propia persona, no ha llamado Dios y Señor a nadie más sino al Dios Soberano de todas las cosas, con su Verbo; así también aquellos que reciben el Espíritu de adopción, es decir, quienes creen en el único Dios verdadero y en Jesucristo Hijo de Dios. De modo semejante, el Apóstol no llama Dios y Señor a otros fuera de éstos; y lo mismo nuestro Señor, el cual nos mandó no proclamar Padre a ningún otro sino al que está en los cielos, al único Dios y Padre. [976] No es como los engañadores sofistas enseñan, que por naturaleza es Dios y Padre aquel que ellos han inventado; mientras que el Demiurgo no sería ni Dios ni Padre por naturaleza, sino que así se le denominaría con lenguaje figurado porque domina la creación. De este modo hablan los logistas depravados que fabrican ilusiones sobre Dios, descuidando la doctrina de Cristo, poniéndose a hacer sus propias cábalas acerca de la Economía de Dios. Pues ellos pretenden tener a sus Eones por Dioses, Padres y Señores, así como a los Cielos, junto con la Madre que han inventado, a la cual también llaman Tierra y Jerusalén, y pretenden aplicarle mil nombres.

1,2. ¿Quién puede dudar de que, si el Señor hubiese conocido muchos padres y dioses, no habría enseñado a sus discípulos a reconocer a un solo Dios, y sólo a él llamar Padre? Más bien él distinguió entre los que son llamados dioses en lenguaje figurado, del único Dios verdadero, a fin de que no yerren en su doctrina ni confundan una cosa con otra. En cambio, si además de anunciarnos a un solo Dios al que debemos llamar Padre, también hubiese confesado como Dios y Padre en el mismo sentido a algún otro, parecería que delante de los discípulos enseñaba una doctrina, y aparte él obraba de manera diversa. Entonces no habría sido un maestro bueno, sino falsario y perverso. Los Apóstoles, por su parte, habrían violado el mandamiento fundamental cuando confesaron Dios, Señor y Padre al Demiurgo, como hemos probado, si éste no fuese el único Dios y Padre. Y el Maestro habría sido culpable de su pecado, pues les mandó llamar Padre sólo a uno, y les impuso la obligación de confesar al Creador su Padre, como arriba explicamos.

1.1.2. Según las palabras de Moisés

2,1. Moisés, resumiendo toda la Ley que había recibido del Demiurgo en el Deuteronomio, dice: <<Prestad oídos, cielos, que hablaré, y escucha, tierra, la palabra de mi boca>> (Dt 32,1). David, a su vez, confesando que del Señor le viene el auxilio, canta: <<El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra>> (Sal 121[120],2). Isaías confiesa que la palabra le viene del que hizo el cielo y la tierra, y domina sobre ellos: <<Escucha, cielo, y presta oídos, [977] tierra, porque el Señor ha hablado>> (Is 1,2), y añade: <<Así dice el Señor Dios, el que hizo el cielo y le dio firmeza, el que fundó la tierra y todo cuanto hay en ella, y que da respiración al pueblo que en ella habita y el Espíritu a quienes sobre ella caminan>> (Is 42,5).

1.1.3. Los Evangelios confirman las palabras de Moisés

2,2. También nuestro Señor Jesucristo confesó quién es su propio Padre, cuando dijo: <<Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra>> (Mt 11,25). ¿A quién quieren oírnos llamar Padre aquellos erráticos sofistas de Pandora? ¿Acaso al Abismo que ellos han imaginado? ¿O a la Madre? ¿O al Unigénito? ¿O al Dios que diseñaron Marción y los suyos, el cual con muchos argumentos hemos probado que no es Dios? ¿O más bien, como la verdad enseña, a aquél a quien los profetas anunciaron, al Hacedor del cielo y de la tierra, a quien Cristo confesó su Padre, al que la ley proclamó diciendo: <<Escucha, Israel, el Señor tu Dios es uno solo>> (Dt 6,4)?

2,3. Que las enseñanzas de Moisés sean palabras de Cristo, éste mismo lo dijo a los judíos, como Juan lo recuerda: <<Si creyerais a Moisés, también me creeríais a mí, pues él escribió sobre mí. Mas si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis en mis palabras?>> (Jn 5,46-47), indicando que sin duda alguna, las palabras de Moisés son también suyas. En tal caso, las palabras de Moisés y de los demás profetas son de Cristo, como ya probamos. Además, el Señor mismo señaló cómo Abraham respondió al rico acerca de los hombres que entonces vivían: <<Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco le creerán si uno de los muertos resucita para hablarles>> (Lc 16,31).

2,4. La parábola del pobre y el rico no es un simple mito; sino que, ante todo, es una enseñanza acerca de que nadie debe dedicarse a los placeres, ni servir a las comodidades del mundo, ni entregarse a las orgías, olvidando a Dios. Pues dice: <<Había un rico que vestía de púrpura y lino, y cada día gozaba de espléndidos banquetes>> (Lc 16,19). Acerca de este tipo de personas, el Espíritu Santo dijo por Isaías: <<Beben vino a la música de las cítaras, los panderos, las liras y las flautas, pero ni miran las obras de Dios, ni contemplan las obras de sus manos>> (Is 5,12). A fin de que no caigamos en la misma amenaza, el Señor nos ha mostrado en qué acaban. Pero asimismo da a entender que quienes escuchan a Moisés y a los profetas, creen en aquél [978] a quien ellos anunciaron, el Hijo de Dios que resucitó de entre los muertos y nos da la vida, y enseña que todas las cosas provienen del mismo ser: Abraham, Moisés, los profetas, el mismo Cristo que resucitó de entre los muertos, en el cual creen también muchos que, viniendo de la circuncisión, han escuchado a Moisés y a los profetas cuando predicaban la venida del Hijo de Dios. En cambio quienes los desprecian y dicen que ellos provienen de otra substancia, no reconocen al <<primogénito de entre los muertos>> (Col 1,18), imaginando por separado al Cristo que permanecería impasible, y al Jesús que ha sufrido.

2,5. Estos no acogen del Padre el conocimiento del Hijo, ni aprenden del Hijo acerca del Padre, aunque éste abiertamente y sin parábolas enseña acerca del Dios verdadero: <<No juréis ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey>> (Mt 5,34-35). Claramente lo afirma del Demiurgo, como consta por las palabras de Isaías: <<El cielo es mi trono y la tierra el escabel de mis pies>> (Is 66,1). Fuera de éste no hay otro Dios; de otro modo el Señor no lo llamaría ni Dios ni el gran Rey, pues tal denominación no admite ni comparación ni grados; ya que a quien tiene sobre sí a otro superior o se halla bajo el poder de otro, no se le puede llamar ni Dios ni gran Rey.

2,6. No pueden afirmar que lo anterior se dijo irónicamente, pues las palabras mismas les probarían que se han dicho en sentido verdadero. Porque quien las dijo era la Verdad, y en verdad reclamó su casa cuando echó de ella a los cambistas y compradores, diciéndoles: <<Está escrito: Mi casa se llamará casa de oración, y vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones>> (Mt 21,13; Mc 11,17). ¿Qué razón podía tener para hacer y decir lo anterior, y para reclamar su casa, si predicaba a otro Dios? Mas lo hizo a fin de demostrar que ellos habían violado la ley de su Padre. El no condenó la casa ni desautorizó la Ley que había venido a cumplir (Mt 5,17), sino que reprendió a aquellos que abusaban de la casa y transgredían la Ley.

Por eso los escribas y fariseos, que habían empezado a despreciar a Dios desde el tiempo de la Ley, no recibieron a su Palabra, es decir, [979] no creyeron en Cristo. De ellos dice Isaías: <<Tus jefes son rebeldes y cómplices de ladrones, ansían regalos, buscan la ganancia, no hacen justicia al huérfano ni hacen caso al pleito de la viuda>> (Is 1,23). Jeremías escribe otro tanto: <<Los guías de mi pueblo no me conocen. Son hijos insensatos e imprudentes; sabios para lo malo, no conocieron el bien>> (Jer 4,22).

2,7. En cambio, cuantos temían a Dios y se preocupaban por su Ley se acercaron a Cristo y se salvaron, como él mismo dijo a sus discípulos: <<Id a las ovejas perdidas de Israel>> (Mt 10,6). Cuando el Señor permanció por dos días con los samaritanos <<muchos de ellos creyeron por sus palabras y decían a la mujer: Ya no creemos por lo que nos has dicho: nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es en verdad el Salvador del mundo>> (Jn 4,41-42). Y Pablo dice: <<Así se salvará todo Israel>> (Rom 11,26). También llamó a la Ley nuestro pedagogo hasta la venida de Jesucristo (Gál 3,24). [exclamdown]Que no se culpe a la Ley por la incredulidad de algunos! Pues la Ley a nadie prohibió creer en el Hijo de Dios. Por el contrario, los exhortó diciendo que los seres humanos no pueden salvarse de la antigua mordida de la serpiente (Núm 21,8) si no creen en aquel que, en la semejanza de la carne del pecado (Rom 8,3), levantado de la tierra sobre el madero del martirio, atrajo todo a sí (Jn 12,32) y da la vida a los muertos.

1.1.4. Mala interpretación de los sectarios

3,1. Sin embargo, esos malvados dicen: <<Si el cielo [980] es el trono de Dios y la tierra su escabel, y si él ha dicho que los cielos y la tierra pasarán (Lc 21,33), entonces, cuando éstos perezcan, por fuerza perecerá el Dios que sobre ellos se sienta. Por tanto no es el Dios sobre todas las cosas>>. En primer lugar, no saben lo que trono y escabel significan; ni saben lo que Dios es, sino que lo imaginan como un hombre sentado y limitado por ellos, no como el que todo lo contiene. También ignoran el significado de cielo y tierra. Pablo, en cambio, lo sabía: <<Pasa la apariencia de este mundo>> (1 Cor 7,31). David resuelve su problema: <<Al principio fundaste la tierra, Señor. El cielo y la tierra son obra de tus manos. Ellos pasarán, pero tú permaneces. Todos envejecen como su ropa, los cambiarás como un vestido, porque cambiarán. En cambio tú eres el mismo y tus años no transcurrirán. Los hijos de tus siervos tendrán donde habitar, y su linaje será por siempre firme>> (Sal 102[101],26-29). De este modo mostró claramente qué es lo que perecerá y quién dura para siempre: Dios con sus siervos. Lo mismo Isaías: <<Levantad los ojos al cielo y mirad abajo la tierra; porque el cielo se disipará como el humo y la tierra se usará como un vestido. Sus habitantes morirán como ellos, pero mi salvación durará eternamente y mi justicia no se extinguirá>> (Is 51,6).

[981] 4,1. Más aún, acerca de Jerusalén y de la casa[299], se atreven a decir que, si fuera la ciudad del gran Rey (Mt 5,35), no habría quedado desierta. Es como si alguno argumentase que, si la paja fuese creatura de Dios, jamás se le arrancarían los granos; y si los sarmientos de la vid hubiesen sido hechos por Dios, no se quedarían privados de los racimos. Mas, como estas plantas no fueron creadas por sí mismas, sino para que en ellas crecieran los frutos, por eso, una vez maduro y arrancado su producto, se les deja y arranca, pues ya no sirven para dar fruto. Algo semejante pasó a Jerusalén: llevaba en sí el yugo de la servidumbre a la cual el hombre había estado sometido; y pues bajo el reino de la muerte no estaba sujeto a Dios (Rom 5,14), fue sometido para hacerlo capaz de quedar libre. Vino entonces el fruto de la libertad que creció, fue cortado y almacenado en el depósito: fueron desenraizados (de Jerusalén) aquellos que pueden dar fruto, para distribuirlos en el mundo. Así dice Isaías: <<Los hijos de Jacob germinarán e Israel florecerá, y toda la tierra se llenará de sus frutos>> (Is 27,6). Una vez diseminado su fruto por la tierra, justamente fue segada y abandonada la ciudad que en otro tiempo había producido un buen fruto -pues de ella brotaron Cristo según la carne (Rom 9,5) y los Apóstoles-, pero ahora ya no es útil [982] para producir fruto. Cualquier cosa que tenga un inicio temporal, también debe tener un final en el tiempo.

4,2. La Ley comenzó con Moisés y concluyó con Juan. Cristo vino a llevarla a cumplimiento, por eso <<la Ley y los profetas hasta Juan>> (Lc 16,16). Así también Jerusalén: comenzó en la época de David, y habiendo cumplido el tiempo de su Ley, debía acabarse una vez manifestado el Nuevo Testamento; pues Dios hizo todas las cosas con orden y medida, y ante él nada hay sin proporción ni orden (Sab 11,20). Bien lo expresó quien dijo que el Padre, incontenible en sí mismo, ha sido contenido en su Hijo: pues la medida del Padre es su Hijo que lo contiene. Y como ese plan de salvación era temporal, Isaías dijo: <<La Hija de Sion ha quedado abandonada como el cobertizo en una viña y como la cabaña en un pepinar>> (Is 1,8). ¿Cuándo quedarían desiertas? ¿No sería cuando le cortaron los frutos y quedaron sólo las hojas, que ya no pueden fructificar?

4,3. ¿Y para qué hablar más de Jerusalén, cuando deberá pasar toda la apariencia de este mundo, una vez que se almacene el fruto en el granero y se eche al fuego la paja? <<El día del Señor es como un horno ardiente, y los pecadores serán como paja que arderá el día que está por venir>> (Mal 3,19). ¿Y quién es el Señor que ha de venir en ese día? Lo dice Juan el Bautista hablando de Jesucristo: <<El os bautizará en el Espíritu Santo y fuego. Tiene el bieldo en su mano para limpiar su era, juntará el fruto en el granero y quemará la paja en fuego inextinguible>> (Mt 3,11-12). [983] No es, pues, uno el que crea el trigo y otro la paja, sino uno solo y el mismo. Es él quien los separa, o sea los juzga. Mas el trigo, la paja, los minerales y los animales fueron hechos como son por naturaleza. El hombre fue creado racional, y por ello semejante a Dios, libre en sus decisiones y con un fin en sí mismo; y si alguna vez se convierte en paja y otra en trigo, es por su propia responsabilidad. Por eso se le condena justamente, porque, habiendo sido creado racional, pierde por su culpa la razón, al vivir de modo irracional, opuesto a la justicia de Dios, entregándose a cualquier impulso terreno y sirviendo a todos los placeres, como dice el profeta: <<El hombre, cuando recibe honra, pierde el entendimiento, se asemeja a las bestias irracionales>> (Sal 49[48],21).

1.1.5. El mismo Dios de los profetas

5,1. Dios es, pues, único y el mismo que enrolla el cielo como un libro (Is 34,4) y renueva la faz de la tierra (Sal 104[103],30): que hizo las cosas temporales para el hombre, a fin de que madurando en ellas diese frutos de inmortalidad; él, por su bondad, produjo las cosas eternas, <<para mostrar a los siglos futuros las inenarrables riquezas de su benignidad>> (Ef 2,7); que fue anunciado por la Ley y los profetas, y al que Cristo confesó su Padre. Es el mismo Creador, el mismo Dios que está sobre todas las cosas, como dice Isaías: <<Yo soy testigo, dice el Señor, y mi siervo al que elegí, para que sepáis, creáis y entendáis que soy yo. Antes de mí no hubo otro Dios, y después de mí no lo habrá. Yo soy Dios y no hay otro salvador fuera de mí. [984] Lo anuncié, y realicé la salvación>> (Is 43,10-12). Y también: <<Yo, Dios, soy el primero, y soy el mismo entre los últimos>> (Is 41,4). Y no lo dice ni en metáfora ni en otro sentido ni por vanagloria: sino porque era imposible conocer a Dios sin Dios; pues Dios nos enseña a conocerlo por su Verbo. Así pues, a quienes no saben esto, y por ello creen haber descubierto a otro Padre, justamente se les podría decir: <<Erráis, pues no conocéis las Escrituras ni el poder de Dios>> (Mt 22,29).

1.1.6. El mismo Dios de Abraham y de Moisés

5,2. Nuestro Señor y Maestro respondiendo a los saduceos que niegan la resurrección y por eso deshonran a Dios y falsifican la Ley, al mismo tiempo les reveló la resurrección y les manifestó a Dios, diciéndoles: <<Erráis porque no conocéis las Escrituras ni el poder de Dios. A propósito de la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que dijo Dios: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob?>> Y añadió: <<No es Dios de muertos sino de vivos>> (Mt 22,29-32): en efecto, todos viven por él. Mediante esto les hizo manifiesto que aquel que había hablado a Moisés desde la zarza, y se había revelado el Dios de los padres, él mismo es el Dios de los vivientes. ¿Y quién puede ser Dios de los que viven, sino aquel que es Dios sobre el cual no hay ningún otro Dios? A éste anunció Daniel a Ciro, rey de los persas, cuando diciéndole el rey: <<¿Por qué no adoras a Bel?>> (Dan 14,3), Daniel le dijo: <<Porque no adoro ídolos hechos por mano de hombre, sino al Dios vivo que hizo el cielo y la tierra y tiene el poder sobre toda carne>> (Dan 14,4). Y añadió: <<Adoraré a mi Señor y Dios, porque es un Dios viviente>> (Dan 14,24).

Luego el mismo Dios viviente que adoraron los profetas, es el Dios de los vivientes, y es su mismo Verbo el que habló a Moisés, que reprendió a los saduceos y que dio la resurrección: éste es aquel que a aquellos enceguecidos reveló al mismo tiempo [985] la resurrección y Dios. Porque si no es Dios de muertos sino de vivos, entonces se dice que es también el Dios de los padres que durmieron, y no perecieron sino que sin duda viven en Dios, siendo hijos de la resurrección. Pues el mismo Señor nuestro es la resurrección, según nos dijo: <<Yo soy la resurrección y la vida>> (Jn 11,25). Y los patriarcas son sus hijos, pues el profeta ha dicho: <<En lugar de tus padres, son tus hijos>> (Sal 45[44],17)[300]. Luego el mismo Cristo es, con el Padre, Dios de los vivientes, el que habló a Moisés, el que se manifestó a los padres.

5,3. Lo mismo enseñaba a los judíos: <<Vuestro padre deseó ver mi día, lo vio y se alegró>> (Jn 8,56). ¿Qué significa esto? <<Abraham creyó a Dios y se le reputó como justicia>> (Rom 4,3; Gál 3,6). En primer lugar, porque éste es el único Dios, Creador del cielo y de la tierra (Gén 14,22); en seguida, porque multiplicaría su descendencia como las estrellas del cielo (Gén 15,5). Pablo lo expresa diciendo: <<Como antorchas en el mundo>> (Fil 2,15). Por eso, dejando toda parentela terrena, siguió al Verbo de Dios, peregrinando al lado del Verbo para habitar con él (Gén 22,1-5).

5,4. Justamente, pues, los Apóstoles, descendencia de Abraham, dejando la barca y a su padre, siguieron al Verbo de Dios. Y justamente también nosotros, acogiendo la misma fe que tuvo Abraham, y portando la cruz [986] como Isaac la leña, lo hemos seguido. Pues en Abraham el hombre había aprendido y se había acostumbrado a seguir al Verbo de Dios[301]. Abraham había seguido según su fe el precepto del Verbo de Dios, con ánimo dispuesto a entregar a su hijo el amado en sacrificio a Dios; para que así Dios se complaciese en entregar en favor de toda su descendencia, para ser sacrificio de redención, a su Hijo Unigénito y amado.

5,5. Y, como Abraham era profeta y con el Espíritu veía el día de la venida del Señor y la Economía de la pasión, por el cual él mismo como creyente y todos los demás que como él creyeron serían salvos, se alegró con grande gozo. El Dios de Abraham no era el <<Dios desconocido>> cuyo día él deseaba ver; así como tampoco lo era el Padre del Señor, pues él había conocido a Dios mediante la Palabra, creyó en él, y por eso el Señor se lo reputó como justicia (Gén 15,6). Porque la fe en Dios justifica al hombre. Por eso decía: levanto mi mano al Dios Altísimo que hizo el cielo y la tierra>> (Gén 14,22). Quienes sostienen falsas doctrinas tratan de echar por tierra estas verdades, argumentando con alguna frase suelta malinterpretada.

1.2. El Hijo revela al único Padre

6,1. El Señor, enseñando a los discípulos acerca de quién es él mismo como Verbo que nos transmite el conocimiento del Padre[302], condena a los judíos que pensaban tener a Dios, mientras despreciaban a su Verbo: <<Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien su Hijo se lo quiera revelar>> (Mt 11,27; Lc 10,22). Mateo, Marcos y Lucas enseñaron lo mismo. Juan, en cambio, dejó de lado esta sentencia. [987] Por el contrario, esos que se sienten más expertos que los Apóstoles, así retuercen la frase: <<Nadie conoció al Padre sino el Hijo, ni al Hijo sino el Padre y aquel a quien el Hijo se lo haya querido revelar>>, y la interpretan diciendo que nadie conoció al Dios verdadero antes de la venida de nuestro Señor, y por tanto el Dios anunciado por los profetas no sería el Padre de Cristo.

6,2. Mas si Cristo hubiese comenzado a existir cuando se hizo hombre y realizó su venida, y el Padre se hubiese acordado de proveer al bien de los hombres a partir del tiempo de Tiberio César, entonces habría mostrado que su Verbo no estuvo siempre junto con la creación; pero en tal caso no había motivo por qué era necesario que desde aquel momento anunciase un nuevo Dios, sino habría que buscar más bien las causas de un tal descuido y negligencia. Mas ni aun así el problema sería tal y tan grave que nos obligara a cambiar de Dios y que vaciara nuestra fe en el Creador que nos alimenta mediante su creación. Sino que, así como dirigimos al Hijo nuestra fe, así hemos de mantener firme e inamovible nuestro amor al Padre. Esto es lo que bien dijo Justino en su libro contra Marción: <<Yo no le habría creído al Señor si me hubiese anunciado a otro Dios distinto de nuestro Creador, hacedor y sustentador. Mas, puesto que del único Dios que hizo este mundo y nos creó, y que contiene y administra todas las cosas, vino a nosotros el Hijo Unigénito para recapitular en sí toda la creación, permanece firme mi fe en él, e inamovible mi amor por el Padre, pues ambas cosas son don de Dios>>.[303]

6,3. Pero nadie puede conocer al Padre si no se lo revela el Verbo de Dios, esto es el Hijo; ni al Hijo, sin el beneplácito del Padre. Porque el Hijo realiza el beneplácito del Padre: ya que el Padre envía, [988] el Hijo es enviado y viene. Y al Padre, que para nosotros es invisible e indeterminable, lo conoce su mismo Verbo; y siendo aquél inenarrable, éste nos lo da a conocer. De modo semejante, sólo el Padre conoce a su Verbo: así nos reveló el Señor que son estas cosas. Y por eso el Hijo, al manifestarse a sí mismo, revela el conocimiento del Padre. Y el conocimiento del Padre es la misma manifestación del Hijo: pues todas las cosas se nos manifiestan mediante el Verbo. Y para que conociésemos que el Hijo que ha venido es el mismo que da el conocimiento del Padre a quienes creen en él, decía a sus discípulos: <<Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien su Hijo se lo quiera revelar>> (Mt 11,27; Lc 10,22); enseñándonos a sí mismo y al Padre, así como es, de modo que no recibamos como Padre sino a aquel que el Hijo revela.

6,4. Este es el Creador del cielo y de la tierra (Mt 11,25; Lc 10,21), como lo prueban sus palabras. No es aquel a quien Marción, Valentín, Basílides, Carpócrates, Simón u otros mal llamados Gnósticos inventan como un falso Padre. Porque ninguno de ellos era el Hijo de Dios, como lo era sólo nuestro Señor Jesucristo, contra el cual enseñan su opuesta doctrina cuando se atreven a proclamar un <<Dios desconocido>>. Ellos deberían preguntarse a sí mismos: ¿Cómo puede ser desconocido un Dios a quien ellos conocen? Pues si al menos unos cuantos conocen una cosa, ya no es desconocida. El Señor nunca dijo que el Padre y el Hijo sean del todo desconocidos; pues si así fuese, su venida no tendría sentido. ¿Para qué habría venido? ¿Acaso para decirnos: <<No busquéis a Dios, pues como es desconocido no lo encontraréis>>? Eso es lo que falsamente andan los valentinianos pregonando, que el Cristo habría dicho a los Eones. Eso es sin duda un engaño. Pues el Señor enseñó que nadie puede conocer a Dios si éste no se lo enseña, es decir, que sin Dios [989] no es posible conocer a Dios; pero la voluntad del Padre es que lo conozcamos. Y lo conocen aquellos a quienes el Hijo se lo revele.

6,5. A este Hijo el Padre ha revelado para manifestarse a sí mismo por él, y para recibir en el eterno refrigerio a los justos que creen en él (pues creer en él significa hacer su voluntad); mas a aquellos que no creen y por eso huyen de la luz, justamente los recluirá en las tinieblas que ellos mismos han elegido para sí. Así pues, el Padre se ha revelado para todos, y para todos ha hecho visible a su Verbo: y al mismo tiempo el Verbo ha mostrado a todos al Padre y al Hijo, cuando se dejó ver de todos, y así es justo el juicio de Dios sobre todos los que igualmente lo han visto pero no han creído igualmente.

6,6. En efecto, el Verbo revela a Dios Creador por medio de la misma creación, al Hacedor del mundo por medio del mundo, al artista Plasmador por medio de los seres plasmados, y por medio del Hijo al Padre que engendró al Hijo. Todos ellos hablan de modo parecido, pero no tienen la misma fe. Así también por medio de los profetas el Verbo se predicó a sí mismo y al Padre. También en este caso todos oyeron lo mismo, pero no todos creyeron igualmente. Y, finalmente, el Padre se manifestó en su Verbo hecho visible y palpable: todos vieron al Padre en el Hijo, aunque no todos creyeron en él. Pues lo invisible del Hijo es el Padre, y lo visible del Padre es el Hijo. Por eso, mientras él estuvo presente, todos lo reconocían como Cristo y lo llamaban Dios. El diablo tentador proclamó al verlo: <<Sabemos quién eres, el Santo de Dios>> (Mc 1,24; Lc 4,34). Y el diablo tentador le dijo: <<Si tú eres el Hijo de Dios>> (Mt 4,3; Lc 4,3). Aunque todos veían y nombraban al Hijo y al Padre, sin embargo no todos creían en él.[304]

6,7. Era preciso que todos dieran testimonio de la verdad, para la salvación de los creyentes y condenación [990] de los incrédulos, pues el juicio ha de ser justo para todos, todos han de tener acceso a la fe en el Padre y el Hijo; o sea, todos pueden corroborar el testimonio al recibirlo de todos: los amigos lo recibirán de quienes les son cercanos, y los extraños, de sus enemigos. Pues la prueba verdadera e irrefutable es la que proviene de los signos ofrecidos por los mismos adversarios; ya que éstos, al ver con sus propios ojos lo que ante ellos sucede, dan testimonio de los signos, aunque en seguida tomen una actitud hostil, se vuelvan acusadores y pretendan que no es válido su propio testimonio.

En efecto, no eran distintos el que por una parte se daba a conocer y por otra decía: <<Nadie conoce al Padre>>, sino uno y el mismo. Todas las cosas le han sido sometidas por el Padre (1 Cor 15,27), y todos dieron testimonio de que es Dios verdadero y hombre verdadero: el Padre, el Espíritu, los ángeles, la creación, los seres humanos, y finalmente la muerte misma (1 Cor 15,25-26). Pues el Hijo, en servicio del Padre, lleva todas las cosas a su perfección, a partir de la creación hasta el final, y sin él nadie es capaz de conocer a Dios. Pues el Hijo es el conocimiento del Padre y el Padre es quien revela el conocimiento del Hijo, y lo hace por medio del Hijo mismo[305]. Por eso el Señor decía: <<Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien su Hijo se lo quiera revelar>> (Mt 11,27; Lc 10,22). <<Se lo quiera revelar>>[306]. No sólo se refiere al tiempo futuro, como si el Verbo hubiese comenzado a revelar al Padre únicamente cuando nació de María, sino que, en general, se refiere a todo el tiempo. Desde el principio el Hijo da asistencia a su propia creatura, revelando a todos al Padre, según el Padre quiere, cuando quiere y como quiere. Por ello en todo y por todo uno solo es el Padre, uno el Verbo y uno el Espíritu, así como la salvación es una sola para todos los que creen en él.

1.2.1. Es el mismo Dios de Abraham

7,1. Abraham, por consiguiente, por medio del Hijo también conoció al Padre, [991] al Demiurgo del cielo y de la tierra: éste fue a quien confesó Dios. Y aprendió sobre la venida del Hijo de Dios entre los seres humanos, por la cual su posteridad sería como las estrellas del cielo. El deseó ver este día a fin de poder él también abrazar a Cristo; y se alegró, al verlo en forma profética por el Espíritu (Jn 8,56). Por eso Simeón, uno de sus descendientes, completaba la alegría del patriarca cuando dijo: <<Ahora dejas a tu siervo ir en paz, Señor, porque mis ojos han visto tu Salvación que preparaste ante todos los pueblos, Luz para la revelación a las naciones y gloria de tu pueblo Israel>> (Lc 2,29-32). Y los ángeles anunciaron un grande gozo a los pastores que velaban en la noche (Lc 7,10). E Isabel exclamó: <<Proclama mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador>> (Lc 2,47).[307] De este modo el gozo de Abraham descendió a los de su linaje que velaban, vieron a Cristo y creyeron en él. Pero también a la inversa, el gozo de sus hijos se remontó hasta Abraham, que había deseado ver el día de la venida de Cristo. El Señor dio testimonio de ello: <<Abraham, vuestro padre, deseó ver mi día, lo vio y se alegró>> (Jn 8,56).

7,2. No lo dijo tanto por Abraham, cuanto para mostrar que todos los que desde el principio conocieron a Dios y profetizaron sobre la venida de Cristo, del mismo Hijo recibieron la revelación, el cual en los últimos tiempos se hizo visible y palpable, y vivió en medio de la raza humana[308]. De este modo suscitó de las piedras hijos de Abraham y cumplió la promesa que Dios le había hecho, de multiplicar su linaje como las estrellas del cielo, según predicó Juan Bautista: <<Poderoso es Dios para hacer de esas piedras hijos de Abraham>> (Mt 3,9; Lc 3,8). Esto es lo que Jesús hizo cuando nos arrancó del culto que rendíamos a las piedras, [992] sacándonos de una dura e inútil parentela, al crear en nosotros una fe semejante a la de Abraham. De esto da testimonio Pablo cuando dice que nosotros somos hijos de Abraham por la semejanza de la fe y la promesa de la herencia (Rom 4,12-13).

7,3. Uno y el mismo es el Dios que llamó a Abraham y le dio la promesa. Es el Creador que por medio de Cristo prepara la ley para el mundo, que son aquellos de entre los gentiles que creen en él. Dice: <<Vosotros sois la sal del mundo>> (Mt 5,14), esto es, como las estrellas del cielo. Así pues, éste es de quien hemos afirmado que no es por nadie conocido, sino por el Hijo y por aquéllos a quienes el Hijo se lo revelare. Y el Hijo revela al Padre a todos aquellos de quienes quiere ser conocido; y ninguno conoce a Dios sin que el Padre así lo quiera y sin el ministerio del Hijo. Por eso el Señor decía a los discípulos: <<Yo soy el camino, la verdad y la vida. Ninguno viene al Padre sino por mí. Si me conociéseis, también conoceríais a mi Padre; pero ya lo habéis visto y conocido>> (Jn 14,6-7). De donde es claro que se le conoce por el Hijo, o sea por el Verbo.

7,4. Por eso los judíos se alejaron de Dios, al no recibir al Verbo, creyendo poder conocer al Padre sin el Verbo, esto es, sin el Hijo. No sabían que Dios era quien en figura humana había hablado a Abraham, y luego a Moisés, diciendo: <<He visto el sufrimiento de mi pueblo en Egipto, y he bajado a liberarlos>> (Ex 3,7-8). Esto es lo que el Hijo, que es el Verbo de Dios, había preparado desde el principio; pues el Padre no había necesitado de los ángeles para la creación ni para formar al hombre, por el cual había hecho el mundo; ni necesitó de su ministerio para hacer lo que realizó para llevar a cabo el designio (de salvación) en favor de los hombres; sino tenía ya determinado un [993] misterio rico e inefable. Pues se ha servido, para realizar todas las cosas, de los que son su progenie y su imagen[309], o sea el Hijo y el Espíritu Santo, el Verbo y la Sabiduría, a quienes sirven y están sujetos todos los ángeles. Por tanto yerran quienes, por motivo de lo que se ha dicho: <<Nadie conoce al Padre sino el Hijo>> (Mt 11,27; Lc 10,22), introducen otro Padre desconocido.

1.2.2. Contra Marción: Abraham se salvó

8,1. Están locos Marción y sus seguidores, los cuales echan fuera de la herencia a Abraham, del cual el Espíritu dio testimonio por medio de muchos, y en especial de Pablo: <<Creyó en Dios y se le reputó como justicia>> (Rom 4,3). También el Señor, en primer lugar al suscitarle de las piedras hijos y al multiplicar su descendencia como las estrellas del cielo, pues dice: <<Vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos>> (Lc 13,29; Mt 8,11). Y también cuando dijo a los judíos: <<Veréis a Abraham, Isaac y Jacob con todos los profetas en el reino de Dios, mientras vosotros seréis echados fuera>> (Lc 13,28). Es claro, pues, que quienes se oponen a su salvación, inventando otro Dios diverso del que hizo a Abraham la promesa, quedan fuera del Reino de Dios y pierden la herencia de la incorrupción; porque desprecian y blasfeman del Dios que introduce en el cielo a Abraham y a su descendencia que es la Iglesia, por medio de Jesucristo, por medio del cual ella ha recibido la adopción y la herencia prometidas a Abraham.

1.2.3. Jesús perfeccionó la Ley

8,2. El Señor actuó en defensa de su descendencia, la liberó del cautiverio y la llamó a la salvación, [994] como dejó claro en la mujer curada (Lc 13,10-13), diciendo a quienes no tenían una fe semejante a la de Abraham: <<[exclamdown]Hipócritas! ¿Acaso alguno de vosotros no desata su buey o su asno en día de sábado y lo lleva a beber? Y a esta hija de Abraham, a quien Satanás tuvo atada durante 18 años, ¿no era conveniente librarla de sus ataduras en sábado?>> (Lc 13,15-16). Queda, pues, claro que él libró y devolvió la vida a quienes creían con una fe semejante a la de Abraham, y nada hizo contra la Ley al curarla en sábado. La Ley, en efecto, no prohibía curar a los seres humanos, si incluso se les podía circuncidar en ese día (Jn 7,22-23); más aún, ordenaba a los sacerdotes realizar en ese día su ministerio, y ni siquiera vetaba que se curara a los animales.

La piscina de Siloé con frecuencia curó en sábado, y por eso muchos enfermos se sentaban en sus orillas. En cambio la ley sabática mandaba abstenerse de toda labor servil; es decir, de todo trabajo que se emprende por negocio y con deseo de lucro, o por otro fin terreno. En cambio exhortaba a llevar a cabo las obras del alma, que se realizan por el pensamiento o las buenas palabras para ayudar al prójimo. Por eso el Señor reprendió a quienes injustamente lo acusaban de curar en sábado. De este modo no rompía sino cumplía la Ley, actuando como Sumo Sacerdote que en favor de los seres humanos vuelve propicio a Dios, limpiando a los leprosos, curando a los enfermos y dando su vida, a fin de que el hombre exiliado escape de la condena y sin temor regrese a su heredad.

8,3. La Ley tampoco prohibía alimentarse con la comida que se tenía a la mano, pero sí segar y recoger en el granero. Por eso el Señor, a aquellos que acusaban a sus discípulos de cortar espigas para comer, les dijo: <<¿No habéis leído lo que hizo David cuando tenía hambre, [995] cómo entró en la casa de Dios, comió de los panes de la proposición, y les dio a sus acompañantes, aunque sólo a los sacerdotes les es permitido comerlos?>> (Mt 12,3-4) Con estas palabras de la Ley excusó a sus discípulos y dio a entender que a los sacerdotes les es lícito actuar libremente. Pues David era sacerdote a los ojos de Dios, aunque Saúl lo persiguiese, pues todos los justos participan del sacerdocio. Sacerdotes son todos los discípulos del Señor que no heredarán aquí campos o casas, sino que siempre sirven al altar. Moisés se refiere a ellos en la bendición a Leví: <<El que dijo a su padre y a su madre: No los he visto, el que no reconoce a sus hermanos e ignora a sus hijos, guarda tu palabra y observa tu alianza>> (Dt 33,9). ¿Y quiénes son aquellos que han dejado al padre y a la madre y han renunciado a sus parientes por el Verbo de Dios y su alianza, sino los discípulos del Señor? De ellos Moisés dijo: <<No tendrán heredad, porque el Señor es su herencia>> (Dt 10,9). Y también: <<Los levitas sacerdotes y demás miembros de la tribu de Leví no tendrán parte ni heredad en Israel: los sacrificios ofrecidos al Señor serán su posesión y de ellos comerán>> (Dt 18,1).

Por eso Pablo decía: <<No busco los regalos, sino vuestro fruto>> (Fil 4,17). Y como los discípulos del Señor tienen en posesión la herencia levítica, les era permitido, al sentir hambre, comer de los granos: <<Pues el obrero merece su comida>> (Mt 10,10). Los sacerdotes profanaban el sábado y no cometían delito (Mt 12,5). ¿Por qué no? Porque, cuando estaban en el templo, no atendían a ministerios mundanos, [996] sino del Señor. Cumplían la Ley, no la despreciaban como aquel que fue a traer leña al campamento de Dios y fue justamente lapidado (Núm 15,32-36), pues <<todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego>> (Mt 3,10; Lc 3,9); y: <<A quien violare el templo de Dios, Dios lo destruirá>> (1 Cor 3,17).

1.3. El Antiguo Testamento preparó el Nuevo

9,1. Todas las cosas provienen, pues, de un único e idéntico ser[310], es decir, de un único y mismo Dios, como el Señor dijo a sus discípulos: <<Por eso todo escriba docto en el reino de los cielos es semejante a un hombre padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas>> (Mt 13,52). No enseñó que uno saca cosas viejas y otro nuevas, sino uno y el mismo. El padre de familia es el Señor soberano de toda la casa paterna, el cual promulga su ley para los siervos indisciplinados, da preceptos adecuados a los libres y justificados por la fe, y entrega su herencia a los hijos.

Llamó a sus discípulos maestros y doctores en lo que toca al Reino de los cielos, como dijo acerca de ellos a los judíos: <<He aquí que os envío maestros y doctores, de los cuales a unos mataréis y a otros expulsaréis de las ciudades>> (Mt 23,34). Lo viejo y nuevo que se saca del tesoro, puede sin dificultad representar los dos Testamentos: lo viejo, la Antigua Ley, y lo nuevo, la vida según el Evangelio, de la cual David dice: <<Cantad al Señor un cántico nuevo>> (Sal 96 [95],1; 98[97],1); e Isaías: <<Cantad al Señor un himno nuevo, que parta de esto: Las cumbres de la tierra dan gloria a su nombre, [997] y las islas pregonan su poder>> (Is 42,10-12). Jeremías dice, por su parte: <<Estableceré un pacto nuevo, no como el que sellé con vuestros padres>> (Jer 31,31-32) en el monte Horeb. El mismo y único Padre de familia entregó ambos testamentos, que son la Palabra de Dios, nuestro Señor Jesucristo, habló con Abraham y Moisés, nos restituyó la libertad en una situación nueva y multiplicó la gracia que de él procede.

9,2. <<Aquí está uno, dice, mayor que el templo>> (Mt 12,6). Mas no se habla de más y menos entre las cosas que no tienen comunión entre sí, y que son de naturaleza contraria y opuesta entre sí; sino entre las que son de la misma substancia, y se comunican entre sí, y difieren sólo en número y grandeza, como el agua respecto al agua, la luz a la luz y la gracia a la gracia. Así es mayor la ley que se dio en la libertad, que la que se dio en la esclavitud: y por ello se difundió no en una nación, sino en todo el mundo. Pues uno y el mismo es el Señor que es más que el templo, y da a los hombres más que Salomón y que Jonás: esto es, su presencia y resurrección a los muertos. Pero lo hace sin cambiar a Dios, y sin predicar a otro Padre, sino al mismo que siempre ha distribuido tantos bienes a sus servidores, y que les da mayores dones según el progreso de su amor a Dios, como el Señor decía a sus discípulos: <<Veréis cosas mayores que éstas>> (Jn 1,50). Y Pablo dice: <<No que ya hubiese recibido o hubiese sido justificado, o ya fuese perfecto>> (Fil 3,12). <<En parte conocemos y en parte profetizamos; mas cuando venga lo que es perfecto, desaparecerá lo parcial>> (1 Cor 13,9-10).

Pues así como, al llegar lo perfecto, no veremos a otro Padre, sino al que ahora deseamos ver: <<Dichosos los puros de corazón, [998] porque ellos verán a Dios>> (Mt 5,8); así tampoco esperamos a otro Cristo e Hijo de Dios, sino al Hijo de María la Virgen, que sufrió, y en el cual creemos y amamos, como dice Isaías: <<Y dirán aquel día: He aquí el Señor nuestro Dios, en quien hemos esperado, y nos alegramos en nuestra salvación>> (Is 25,9); y Pedro dice en su Epístola: <<A quien amáis sin ver, en quien ahora creísteis sin verlo, os alegraréis con gozo inefable>> (1 Pe 1,8). Ni recibimos algún otro Espíritu Santo, sino al que clama: <<Abbá, Padre>> (Rom 8,15). Y estos mismos dones se nos aumentarán, y progresaremos, de manera que no disfrutaremos ya de los dones de Dios en espejo o en enigma, sino cara a cara. Así ahora, viendo algo que es más que el templo y que Salomón, que es la venida del Hijo de Dios, no conocemos a otro Dios, sino al que es el hacedor y creador de todas las cosas, el mismo que se nos manifestó desde el principio; ni a otro Cristo Hijo de Dios, sino al que los profetas anunciaron.

9,3. Los profetas conocieron y predicaron de antemano el Nuevo Testamento y a aquel que en él se pregonaba. Este, siguiendo el beneplácito del Padre debía establecerlo, se manifestó a los seres humanos como Dios quiso, a fin de que, quienes crean en él a través de ambos Testamentos, puedan siempre ir madurando hasta llegar al término de la salvación. Pues uno es Dios y una la salvación. En cambio, son muchos los preceptos que educan al ser humano y no son pocos los escalones que lo hacen subir hasta Dios. A un rey terreno, aun siendo hombre, le es posible muchas veces conceder a sus súbditos bienes cada vez mejores. ¿Y no podrá Dios, el cual es siempre el mismo, dar al género humano cada vez mayores gracias, y honrar constantemente con mejores premios a quienes le agraden?

[999] Si progresar consistiese en descubrir a otro Padre distinto de aquel que se predicó desde el principio, entonces lo mejor sería encontrar a un tercer Padre después de aquel segundo que se imaginan, y luego a un cuarto tras el tercero, y en seguida otro y otro más. Pensando de esta manera, una mente de tal calaña nunca encontrará firmeza en un solo Dios. Rechazado por aquel que es, y volviéndose atrás, siempre andará buscando y jamás hallará; sino que siempre seguirá nadando en lo incomprensible. Sólo le queda hacer penitencia y convertirse, volver al punto original del que se ha desviado, confesando y creyendo en un solo Dios Padre Demiurgo, a quien anunciaron los profetas y reveló Cristo.

Como él mismo dijo a quienes acusaban a sus discípulos de no observar la tradición de los antiguos: <<¿Por qué anuláis el precepto de Dios por vuestra tradición? Dios dijo: Honra a tu padre y a tu madre; y: A quien maldijere a su padre o a su madre, se le haga morir>> (Mt 15,3-4; Mc 7,9-10). Y en seguida repite: <<Anuláis la Palabra de Dios por vuestra tradición>> (Mt 15,6). De este modo Cristo confiesa que es el Dios y Padre quien mandó en la Ley: <<Honra a tu padre y a tu madre, para que te vaya bien>> (Ex 20,12). El Señor, que es veraz, declaró que el precepto de la Ley es Palabra de Dios, y a ningún otro llamó su Padre.

1.3.1. El Antiguo Testamento prepara la venida de Cristo

10,1. Justamente Juan lo recuerda diciendo [1000] a los judíos: <<Investigad las Escrituras, en las cuales creéis tener vida eterna: ellas dan testimonio de mí. Y no queréis venir a mí para tener vida>> (Jn 5,39-40). ¿Cómo podían dar testimonio de él las Escrituras, si no proviniesen de uno y el mismo Padre, que mediante ellas preparaba a los seres humanos, instruyéndolos acerca de la venida de su Hijo, y preanunciando la salvación que él traería? El les dijo: <<Si creyérais en Moisés, también me creeríais a mí, pues él escribió sobre mí>> (Jn 5,46). Es decir, el Hijo de Dios está sembrado a través de todas las Escrituras, una vez hablando con Moisés, otra con Noé dándole las dimensiones (del Arca), otra preguntándole a Adán[311], otra pronunciando juicio sobre los sodomitas. Así también dejándose ver cuando guía a Jacob por el camino y cuando habla con Moisés desde la zarza.

No tienen número las ocasiones en que se muestra al Hijo de Dios hablando con Moisés. Ni siquiera ignoró éste el día de su pasión (del Hijo), sino que la preanunció en figura al establecer la Pascua: pues el Señor sufriendo en la Pascua cumplió lo que tanto tiempo antes Moisés había predicado mediante ella. Y no sólo señaló el día, sino también indicó el lugar, el tiempo y el signo del atardecer, cuando dijo: <<No podréis inmolar la Pascua en ninguna otra de las ciudades que el Señor tu Dios te dará, sino en aquel lugar que el Señor tu Dios elegirá para que invoques su nombre: ahí inmolarás la Pascua al atardecer, antes de que el sol se oculte>> (Dt 16,5-6).

10,2. También anunció su venida, diciendo: <<No faltará un príncipe salido de Judá, ni un jefe que nazca de sus riñones, hasta que venga aquel para quien está reservado (el cetro): éste es la esperanza de las naciones. Atará el pollino a la parra y el borrico a la vid. Lavará sus ropas en vino y su manto en la sangre de la uva. [1001] Sus ojos se alegrarán con el vino, y sus dientes se pondrán blancos como leche>> (Gén 49,10-12). Aquellos a quienes tanto les gusta andar escrutando las Escrituras, busquen el tiempo en el que haya faltado un jefe nacido de Judá, quién es la esperanza de las naciones, quién es la vid, cuál es su pollino y su vestido, qué significan sus ojos, sus dientes y el vino. Busquen en cada uno de los textos y no encontrarán anunciado a ningún otro sino a nuestro Señor Jesucristo. Por ese motivo Moisés, reprendiendo al pueblo ingrato, dice: <<[exclamdown]Así pues, pueblo torpe y sin sabiduría, mira lo que devuelves al Señor! (Dt 32,6). Y de nuevo señala al Verbo, el que desde el principio los creó e hizo, y en los últimos tiempos nos ha redimido y devuelto la vida, <<colgado del madero>> (Dt 21,23; Gál 3,13); y sin embargo no creen en él. Pues dice: <<Tu Vida estará colgada ante tus ojos y no creerás a tu Vida>> (Dt 28,66). Y más adelante: <<¿No es éste tu Padre, el que te modeló, te hizo y te creó?>> (Dt 32,6).

1.3.2. Los profetas desearon ver a Cristo

11,1. Mas no únicamente los profetas; también muchos justos, conociendo por el Espíritu su venida, pedían que llegase el tiempo en que pudieran ver cara a cara a su Señor y oyeran sus palabras, como el Señor declaró a sus discípulos: <<Muchos profetas y justos desearon ver el día que veis, y no lo vieron, oír lo que oís y no lo oyeron>> (Mt 13,17). ¿Mas cómo podrían desear verlo y oírlo, si no hubiesen sabido de antemano acerca de su venida? ¿Y cómo habrían podido saberlo, si no hubieran recibido de él el previo conocimiento? ¿Y cómo las Escrituras habrían dado testimonio de él, si no hubiese sido uno mismo el Dios que por su Verbo reveló y mostró todas las cosas a los creyentes? Lo hizo unas veces hablando con aquel a quien había modelado, otras dando la Ley, otras reprendiendo, otras exhortando, pero sobre todo [1002] liberando al esclavo para adoptarlo como hijo, a fin de perfeccionar al ser humano dándole la herencia de la incorrupción en el tiempo oportuno. Así pues, lo plasmó para que creciera y se incrementase, como dice la Escritura: <<Creced y multiplicaos>> (Gén 1,28).

[299] La casa, es decir el templo. Se refiere al texto que acaba de comentar poco antes: <<Mi casa se llamará casa de oración>>.

[300] Nótese cómo San Ireneo interpreta este pasaje, en el contexto de que el Verbo (encarnado) que de los antiguos padres ha tomado su ascendencia, por su resurrección se ha manifestado padre para ellos: Cristo es, en su humanidad, hijo de los patriarcas; por su divinidad (como Verbo) se muestra su padre, es decir el autor de la vida.

[301] En varios lugares (ver IV, 21,1 y 25,1) San Ireneo habla de Abraham como del predecesor que inicia e impulsa nuestra fe, y de nuestro original modelo. En este pasaje expresa una idea semejante, aunque con una expresión más bella.

[302] Nótese la idea de San Ireneo (que implica la perichóresis): al revelarse el Verbo a sí mismo en su carne, en esa misma revelación como Hijo, el Señor revela al Padre (compárese con IV, 6,3.5.7 y V, 16,3). Y ver IV, 6,6: <<Pues lo invisible del Hijo es el Padre, y lo visible del Padre es el Hijo>>.

[303] Se tiene noticia de que Justino escribió este libro, que no se conserva.

[304] Está latente aquí la enseñanza de Santiago: <<¿Tú crees que existe un solo Dios? Haces bien; pero también los demonios lo creen y se estremecen>> (Sant 2,19).

[305] San Ireneo ve en Cristo la total revelación del Padre, no sólo en el Nuevo Testamento, sino también en el Antiguo: el Hijo es quien revela al Padre, pero también el Padre revela al Hijo por medio del Hijo mismo. Este es el único plan de salvación de toda la historia, aunque más especialmente manifestado en la Encarnación (ver III, 11,6).

[306] Apocalypse, revelaverit: <<lo revelare>>.

[307] Algunos manuscritos antiguos del Nuevo Testamento en versión latina atribuyen el Magníficat a Isabel, como los de la Vetus Latina a, b1, C, V y la versión armena del Adversus Haereses, así como Nicetas de Remesiana, en De Psalmodiae Bono IX,11. En el siglo pasado se lo atribuyeron a Isabel D. Völter, A. Loisy, y a principios de este siglo A. von Harnack. La edición de PG 7, 991 lee: <<Sed Maria ait>>.

[308] Hijos de Abraham no sólo son los israelitas (lo son en el orden físico), sino todos los que aceptan la fe en Cristo, que es la fe de Abraham.: ver IV, 7,2; 5,3; 34,2; V, 32,2; D 35.

[309] En la reconstrucción del texto griego se lee: <<Se ha servido ... de su progenie y sus propias manos, o sea el Hijo y el Espíritu Santo>>. San Ireneo advierte que del Padre provienen el Hijo y el Espíritu Santo, y que el Padre se sirve de éstos como de sus manos para llevar a cabo la creación. Que tanto el Hijo como el Espíritu Santo sean <<gennema>> (progenie) del Padre, es claro, por ejemplo en IV, 6,6 y 20,3. (Nótese que en siglos posteriores, a partir de la disquisición de Orígenes acerca de la <<procedencia>> al interior de la Trinidad, ser <<progenie>> del Padre se reserva al Hijo, como su carácter personal, a diferencia del Espíritu Santo).

[310] O bien, <<de una misma substancia>> (ousías).

[311] Es típica de San Ireneo la idea de que Dios siempre se ha comunicado con el hombre por medio de su Hijo (o del Verbo), desde los inicios, conversando con Adán (ver D 12), y revelándose a Abraham (ver D 44), a Jacob (A 45), a Moisés (D 46). Ver III, 6,1; IV, 22,2; 34,5.