3. El Verbo de Dios se hizo hombre


3.1. Enseñanza de los gnósticos

16,1. Hay, sin embargo, quienes enseñan que Jesús fue el receptáculo del Cristo, sobre el cual <<el Cristo descendió desde las alturas en forma de paloma>>, y, una vez que hubo señalado [920] <<al Padre innombrable>>, <<habría retornado al Pléroma, de manera incomprensible e invisible>>. Y no únicamente los seres humanos, sino que ni siquiera <<las Potestades y Poderes que están en el cielo son capaces de captarlo>>. Jesús sería sin duda el Hijo, mas su padre sería el Cristo, y el Padre de Cristo, Dios. Otros andan diciendo que <<sufrió sólo en apariencia, puesto que es impasible>>. Los valentinianos distinguen entre el <<Jesús de la Economía>>, que <<pasó a través de María>>, sobre el cual posteriormente <<de la región superior descendió el Salvador>>, al cual también se le llama Cristo <<por llevar el nombre de todos aquellos que lo han emitido>>. Este habría entrado en comunión con <<aquel que viene de la Economía>>, de su <<Poder>> y de su <<Nombre>>, a fin de que la muerte quede vacía. Se conocería el Padre por <<el Salvador que descendió de la región superior>>, al cual indican como el receptáculo mismo de Cristo y de todo el Pléroma.

Siendo así, confiesan con la lengua un solo Jesucristo; pero en su modo de entender lo separan (pues esta es su regla, como ya antes expusimos: decir que uno es el Cristo que fue enviado <<por el Unigénito, a fin de reordenar el Pléroma>>, y otro diverso es el Salvador, emitido para <<dar gloria al Padre>>, y otro más el <<de la Economía>>, el cual, según dicen, es el que sufrió, mientras que <<regresaba al Pléroma el Salvador>> portador del Cristo).

Por eso juzgamos necesario exponer toda la doctrina de los Apóstoles acerca de nuestro Señor Jesucristo, y probarles que ellos no sólo no han entendido nada sobre él; sino mucho más: que el Espíritu Santo por medio de los Apóstoles ha advertido de antemano que ellos, sometidos a Satanás, darían origen a tales doctrinas para echar abajo la fe de algunos y apartarlos de la Vida.

3.2. Testimonios del Nuevo Testamento

3.2.1. Juan

[921] 16,2. Juan sabe que el único y mismo Verbo de Dios, es el Unigénito que se encarnó por nuestra salvación, Jesucristo nuestro Señor. Esto lo hemos expuesto suficientemente a partir de las mismas palabras de Juan.

3.2.2. Mateo

Mateo reconoce al único y mismo Jesucristo, al exponer su generación humana de la Virgen, como Dios prometió a David que del fruto de su seno suscitaría a un Rey eterno (Sal 132[131],11) después de haber hecho a Abraham la misma promesa. Dice: <<Libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham>> (Mt 1,1). Luego, para librar nuestra mente de toda sospecha respecto a José, dice: <<La concepción de Cristo sucedió así: estando su madre desposada con José, antes de que viviesen juntos se encontró que había concebido por obra del Espíritu Santo>> (Mt 1,18); y como José pensase en abandonar a María porque estaba encinta, el ángel del Señor se le presentó y le dijo: <<No temas recibir a María tu esposa; porque lo que ha concebido es del Espíritu Santo. Dará a luz a un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús: porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Esto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor había dicho por el profeta: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamarán Emmanuel, que significa Dios con nosotros>> (Mt 1,20-23), dando a entender claramente que la promesa hecha a los padres se había cumplido; pues de la Virgen había nacido el Hijo de Dios, y éste mismo era el Cristo Salvador que los profetas habían predicado[253]. Pero no es como dicen ellos, que Jesús es el mismo que nació de María, pero que <<el Cristo descendió de arriba>>. De otro modo, Mateo habría podido decir: <<La generación de Jesús es como sigue>>; pero como el Espíritu Santo previó a los calumniadores, predisponiéndose contra su fraudulencia, dijo por Mateo: <<Este fue el origen de Cristo>>. Y como éste es el Emmanuel, para que no lo juzgásemos sólo un hombre: <<El Verbo se hizo carne no de la voluntad de la carne, ni de deseo [922] de varón, sino de la voluntad de Dios>> (Jn 1,13-14)[254]; para que así no fuese posible sospechar que uno sea Jesús y otro el Cristo, sino supiésemos que es uno y el mismo.

3.2.3. Pablo

16,3. Esto mismo expuso Pablo escribiendo a los romanos: <<Pablo, apóstol de Cristo Jesús, escogido para el Evangelio de Dios que prometió por sus profetas en las santas Escrituras acerca de su Hijo, que nació de la simiente de David según la carne, constituido Hijo de Dios en poder, mediante el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos>> (Rom 1,1-4); y escribiendo de nuevo a los romanos les dice acerca de Israel: <<De los padres proviene Cristo según la carne, que es Dios bendito sobre todas las cosas por los siglos>> (Rom 9,5); y también en la Carta a los Gálatas dice: <<Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo único, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibamos la adopción>> (Gál 4,4-5). De este modo claramente indicó que es único el Dios que por los profetas prometió a su Hijo, y que es único Jesucristo nuestro Señor, que es del linaje de David porque fue engendrado de (ex) María, Jesucristo, Hijo de Dios destinado en poder según el Espíritu de santidad, por la resurrección de los muertos, para que sea el primogénito de los muertos (Col 1,18) como era ya el primogénito de toda criatura (Col 1,15), el Hijo de Dios hecho Hijo del Hombre para que por él recibamos la adopción, si el hombre lleva, acoge y abraza al Hijo de Dios.

3.2.4. Marcos

Por ese motivo Marcos empieza: <<Inicio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Como está escrito en los profetas...>> (Mc 1,1), con lo cual reconoce que Jesucristo es el único y mismo Hijo de Dios, anunciado por los profetas, nacido de las entrañas de David (Sal 132[131],11), el Emmanuel (Is 7,14), <<el Angel del gran consejo>> (Is 9,5) del Padre, por el cual Dios ha hecho elevarse <<el Sol Levante sobre la casa de David>>, y ha <<levantado un cuerno de salvación>> (Is 7,13; Lc 1,78-79), para lo cual <<ha suscitado un Testimonio en Jacob>> (Sal 78[77],5), como dijo David [923] reflexionando sobre los motivos de su generación: <<El ha establecido una Ley en Israel a nuestros padres para que la enseñen a la siguiente generación, a fin de que los hijos nacidos de éstos se levanten para contarla a sus hijos, para que pongan en Dios su esperanza y busquen sus preceptos>> (Sal 78[77],5-7).

3.2.5. Lucas

Además el ángel anunció a María: <<Este será grande y se llamará Hijo del Altísimo, y el Señor le dará el trono de David su Padre>> (Lc 1,32). Al mismo tiempo confiesa Hijo del Altísimo a aquel mismo a quien llama hijo de David. Por eso David, conociendo por el Espíritu la Economía de su venida, por la cual <<es soberano de todos los vivos y muertos>> (Rom 14,9), lo confesó <<Señor sentado a la derecha>> (Sal 110[109],1) del Padre altísimo.

16,4. Simeón, que había recibido del Espíritu Santo la promesa de que no vería la muerte antes de ver a Cristo, al recibir en sus manos a este Jesús primogénito de la Virgen, bendijo a Dios diciendo: <<Ahora deja a tu siervo ir en paz, Señor, según tu palabra, porque mis ojos han visto tu salvación, que preparaste a la faz de todos los pueblos, luz para la revelación de las naciones y gloria de tu pueblo Israel>> (Lc 2,29-32); así confesó Cristo e Hijo de Dios al niño Jesús nacido de María que llevaba en brazos, luz de los hombres y gloria del mismo Israel, paz y refrigerio de los que han dormido.[255] Empezaba ya a despojar de su ignorancia a los hombres, dándoles su conocimiento y haciendo botín de quienes lo conocen, como dice Isaías: <<Llámalo: Despoja rápidamente, haz botín velozmente>>256 (Is 8,3). Pues son éstas las obras de Cristo. Y ése era el Cristo, el que llevaba Simeón al bendecir al Altísimo (Lc 2,28), viendo al cual los pastores glorificaban a Dios (Lc 2,20), al cual saltando de gozo saludó Juan, cuando estaba aún en el vientre de su madre y él en la matriz de María, reconociéndolo como Señor.

Los Magos lo adoraron al verlo, y le ofrecieron los dones que ya antes indicamos, [924] y postrándose ante el Rey eterno, <<se fueron por otro camino>> (Mt 2,12), ya no regresaron por el de los Asirios: <<Porque antes de que el niño aprenda a decir papá y mamá, recibirá el poder de Damasco y los despojos de Samaria, contra el rey de los asirios>> (Is 8,4). De modo velado pero profundo, todas estas cosas manifiestan que <<el Señor triunfó sobre Amalec con mano oculta>> (Ex 17,16). Por este motivo arrancó de esta vida a los hijos de la casa de David a quienes había tocado en suerte nacer en ese tiempo, para enviarlos de antemano a su reino. Siendo él mismo un niño, de hijos de los hombres aún niños hizo mártires, muertos por Cristo que, según las Escrituras, <<nació en Judea>>, <<en la ciudad de David>> (Mt 2,5; Lc 2,11).

16,5. Por eso el Señor dijo a sus discípulos después de la resurrección: <<[exclamdown]Oh insensatos y tardos de corazón para creer en todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera y entrara así en su gloria?>> (Lc 24,25-26). Y añadió: <<Estas palabras os he dicho mientras aún estaba con vosotros, porque es necesario que se cumpla todo cuanto está escrito sobre mí en Moisés, en los profetas y en los salmos. En seguida les abrió la mente para que entendiesen las Escrituras, y les dijo: Así está escrito... el Cristo debía padecer y resucitar de entre los muertos ... y su nombre ha de ser predicado en todas las naciones para el perdón de los pecados>> (Lc 24,44-47).

Este es aquel que nació de María: <<Es necesario que el Hijo del hombre sufra muchas cosas, sea condenado, crucificado y resucite al tercer día>> (Lc 9,22; Mc 8,31). El Evangelio, pues, no conoce a otro Hijo del Hombre, sino a aquel que nació de María y sufrió; y a este mismo Jesucristo nacido, lo reconoció Hijo de Dios, y de éste mismo dice que sufrió y resucitó.

3.2.6. Juan

Juan, el discípulo del Señor, lo confirmó diciendo: <<Estas cosas fueron escritas para que creáis que Jesús es el Hijo de Dios, y creyendo tengáis vida eterna en su nombre>> (Jn 20,31). Lo hizo porque preveía estas opiniones blasfemas que, [925] en cuanto pueden, dividen al Señor, diciendo que fue hecho de dos substancias. Por eso da testimonio en su epístola: <<Hijitos, esta es la última hora. Oísteis que el Anticristo había de venir, pues bien, muchos anticristos han venido: por eso sabéis que es la última hora. Salieron de entre nosotros, pero no eran de nosotros; pues si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero para que se manifieste que no son de los nuestros. Sabéis que toda mentira es ajena a la verdad. ¿Y quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? [exclamdown]Este es el Anticristo!>> (1 Jn 2,18-22).

3.3. Más sobre las doctrinas gnósticas

16,6. Todos aquellos de que hemos hablado también confiesan un solo Jesucristo con la lengua, pero se burlan de sí mismos al pensar una cosa y decir otra -pues sus hipótesis son múltiples, como lo hemos demostrado, por ejemplo decir que es uno el que nació y sufrió, y éste sería Jesús, y otro el que descendió sobre él. Este sería el que también ascendió, al cual anuncian como el Cristo. Y el Demiurgo sería distinto del Jesús de la economía que nació de José, del cual arguyen que es el pasible, y otro distinto de ambos sería el que descendió de entre los seres invisibles e inenarrables, el cual pretenderían que es invisible, incomprensible e impasible-, errando así de la verdad, porque su gnosis se aparta del Dios verdadero.

3.4. El plan divino: la recapitulación

No ven que el mismo Verbo (Jn 1,1-3) Unigénito (Jn 1,18), que siempre está presente en la humanidad (Jn 1,10), uniéndose y mezclándose con su creatura según el beneplácito del Padre, y haciéndose carne (Jn 1,14), es el mismo Jesucristo nuestro Señor, que sufrió por nosotros y se despertó (egertheìs) por nosotros, y de nuevo vendrá en la gloria del Padre para resucitar a toda carne y para manifestar la salvación y para extender la regla del justo juicio a todos los que han sido hechos por él. Así pues, como hemos demostrado, hay un solo Dios Padre, y un solo Cristo Jesús nuestro Señor, el cual vino para la salvación universal recapitulando todo en sí (Ef 1,10).

Porque el hombre es en todo criatura de Dios. Y por eso en sí mismo recapituló al hombre[257], haciéndose visible el invisible, [926] comprensible el incomprensible, pasible el impasible, el Verbo hombre, para recapitular todas las cosas en sí mismo; para que, como el Verbo de Dios tiene el primado sobre las cosas sobrecelestes, espirituales e invisibles, así pueda tener el primado también sobre las cosas visibles y corporales (Col 1,18); para, al asumir en sí el primado, darse a sí mismo a la Iglesia como Cabeza (Ef 1,22); para atraer a sí todas las cosas en el tiempo oportuno (Jn 12,32).

16,7. Nada hay de desordenado ni de intempestivo en él, como tampoco sería esto congruente con el Padre. Porque el Padre preconoce todas las cosas, pero el Hijo las realiza a su debido tiempo según conviene. Por eso, cuando María lo apresuraba al admirable signo del vino, queriendo participar antes de tiempo de la copa de comunión (1 Cor 10,16-17),[258] el Señor rechazó su prisa intempestiva diciéndole: <<¿Qué para mí y para ti, mujer? Aún no ha llegado mi hora>> (Jn 2,4), porque debía esperar la hora preconocida del Padre. Por eso, como muchas veces los hombres quisiesen apresarlo, dice: <<Ninguno le echó mano porque no había llegado la hora>> (Jn 7,30) de su aprehensión, ni el tiempo de su pasión preconocido del Padre, como dice el profeta Habacuc: <<Cuando lleguen los años serás reconocido, cuando llegue el tiempo te manifestarás, cuando mi alma esté turbada por tu ira, te acordarás de tu misericordia>> (Hab 3,2). Y Pablo dice: <<Cuando llegó la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo>> (Gál 4,4).

Estos textos ponen en claro que todas las cosas que el Padre preconocía, nuestro Señor las realizó en el orden y tiempo y hora predeterminados y convenientes: éste es uno y el mismo, rico y múltiple, porque sirve a la voluntad rica y múltiple del Padre, siendo él el Salvador de aquellos que se salvan, el Señor de los que están sometidos a su señorío, Dios de las criaturas, Unigénito del Padre, el Cristo predicado y el Verbo de Dios encarnado cuando se cumplió el tiempo en el cual convenía que el Hijo de Dios se hiciese Hijo del Hombre.

3.5. Errores gnósticos: destruyen su salvación

16,8. Por eso quedan fuera de la Economía todos los que con pretexto de la gnosis piensan que uno es Jesús, otro el Cristo, [927] otro el Unigénito, otro más el Verbo y otro el Salvador, el cual sería una emisión de los Eones caídos en deterioro como dicen los discípulos del error; éstos son por fuera ovejas -pues en el exterior parecen semejantes a nosotros porque hablan de cosas parecidas a nuestra enseñanza- pero por dentro son lobos (Mt 7,15) cuya doctrina es homicida, pues imaginan muchos Dioses y fingen muchos Padres, y según muchos aspectos reducen y dividen al Hijo de Dios.

Pensando en ellos nuestro Señor nos ha hecho la advertencia de tener cuidado, y su discípulo Juan en su epístola citada nos previene diciendo: <<Muchos seductores han venido a este mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Estos son el Seductor y el Anticristo. [exclamdown]Cuidaos de ellos, no vayáis a perder lo que con trabajo habéis logrado!>> (2 Jn 7-8). Y añade en su otra epístola: <<Muchos seudoprofetas han venido a este mundo. En esto conocéis el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido a la carne, ha venido de Dios. Y todo espíritu que divide a Jesús, no viene de Dios, sino del Anticristo>> (1 Jn 4,1-3).

Esto es muy semejante a lo que nos dice en el Evangelio: <<El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros>> (Jn 1,14). Por eso dice también en su epístola: <<Quien cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios>> (1 Jn 5,1). En consecuencia, Juan no reconoce sino a uno y el mismo Jesucristo, para el cual se abrieron las puertas del cielo por su asunción carnal. El mismo vendrá en la carne en la cual sufrió, para revelar la gloria del Padre.

16,9. También Pablo está de acuerdo con estas cartas, cuando dice a los romanos: <<Mucho más quienes reciben [928] la abundancia de gracia y de justicia para la vida, reinarán por obra del único Jesucristo>> (Rom 5,17). Por consiguiente, él no sabe del Cristo que voló dejando a Jesús. Tampoco sabe de un <<Salvador de lo alto>>, a quien ellos caracterizan como <<impasible>>. Pues si fue uno el que sufrió y otro el que permaneció impasible, uno el que nació y otro el que descendió sobre el que nació para luego abandonarlo, esto probaría que son dos, y no uno. Y porque el Apóstol conoce sólo a un Jesucristo que nació y padeció, escribe en su epístola: <<¿Acaso ignoráis que cuantos somos bautizados en Cristo Jesús, somos bautizados en su muerte? De modo que, así como Cristo resucitó de entre los muertos, así nosotros hemos de caminar en una nueva vida>> (Rom 6,3-4). En otro pasaje subraya que Cristo sufrió, y que él mismo es el Hijo de Dios que por nosotros murió y nos redimió con su sangre, en el tiempo decidido (por el Padre): <<Estando nosotros aún sin fuerzas, murió por los impíos en el momento determinado... Dios muestra su amor por nosotros en el hecho que, cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. [exclamdown]Con mayor razón, ahora que estamos justificados en su sangre, seremos salvados por él de su cólera! Si, en efecto, cuando aún éramos enemigos, nos hemos reconciliado con Dios por la sangre de su Hijo, con mayor razón, ahora que estamos reconciliados, seremos salvados en su vida>> (Rom 5,6-10).

Pablo declara con precisión que el mismo que ha sufrido y derramado su sangre por nosotros es Cristo, el Hijo de Dios, el mismo que resucitó y fue asumido a los cielos, como él mismo escribe: <<Cristo murió, más aún resucitó, y está sentado a la diestra de Dios>> (Rom 8,34). Y añade: <<Sabéis que Cristo resucitado de entre los muertos ya no muere>> (Rom 6,9). El escribió lo anterior porque preveía, iluminado por el Espíritu, las divisiones provocadas por malos maestros, y queriendo quitarles toda ocasión de disentir. <<Mas si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos [929] dará vida también a vuestros cuerpos mortales>> (Rom 8,11). Me parece oírlo gritar a quienes quieran escucharlo: <<No os equivoquéis: uno y el mismo es Jesucristo el Hijo de Dios, que por su pasión nos reconcilió con Dios y resucitó de entre los muertos, está sentado a la derecha del Padre, y es perfecto en todas las cosas, es el mismo que, mientras padecía no profirió amenazas (1 Pe 2,23); el que, víctima de la tiranía, mientras sufría rogaba al Padre que perdonara a aquellos mismos que lo crucificaban (Lc 23,34). El nos salvó, él mismo es el Verbo de Dios, el Unigénito del Padre, Cristo Jesús nuestro Señor>>.

17,1. Los Apóstoles podrían haber dicho que <<el Cristo descendió sobre Jesús>>; o que el Salvador Superior descendió sobre el de la Economía; o que <<aquel que proviene del ser invisible, vino sobre el que es (obra) del Demiurgo>>. Pero ni supieron ni dijeron nada de eso; pues si lo hubiesen sabido, así lo habrían comunicado.

3.6. El Espíritu Santo descendió sobre Jesús

Sino que dijeron la realidad, esto es, que el Espíritu Santo había descendido sobre él en forma de paloma (Mt 3,16; Mc 1,10; Lc 3,22), el mismo Espíritu del que está escrito: <<Y reposará sobre él el Espíritu del Señor>> (Is 11,2), como antes hemos dicho. Y también: <<El Espíritu del Señor está sobre mí, por eso me ungió>> (Is 61,1). Es el Espíritu del que dijo el Señor: <<Pues no sois vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros>> (Mt 10,20). Y también al darles a los discípulos el poder de la regeneración en Dios, les dijo: <<Id y enseñad a todas las naciones, y bautizadlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo>> (Mt 28,19)[259]. Por los profetas había prometido que lo derramará en los últimos tiempos sobre sus siervos y siervas, para que profeticen (Jl 3,1-2). Por eso también descendió sobre el Hijo de Dios hecho Hijo del Hombre, para acostumbrarse a habitar con él en el género humano, a descansar en los hombres y a morar en la criatura de Dios, obrando en ellos la voluntad del Padre y renovándolos de hombre viejo a nuevo en Cristo.

17,2. Este Espíritu es el que David pidió para el género humano, diciendo: <<Confírmame en el Espíritu generoso>> (Sal 51[50],14).[260] De él mismo dice Lucas (Hech 2), que descendió en Pentecostés sobre los Apóstoles, con potestad sobre todas las naciones para conducirlas a la vida y hacerles comprender el Nuevo Testamento: por eso, provenientes de todas las lenguas alababan a Dios, [930] pues el Espíritu reunía en una sola unidad las tribus distantes, y ofrecía al Padre las primicias de todas las naciones.

3.6.1. Obra del Espíritu Santo

Para ello el Señor prometió que enviaría al Paráclito que nos acercase a Dios (Jn 15,26; 16,7). Pues, así como del trigo seco no puede hacerse ni una sola masa ni un solo pan, sin algo de humedad, así tampoco nosotros, siendo muchos, podíamos hacernos uno en Cristo Jesús, sin el agua que proviene del cielo. Y así como si el agua no cae la tierra árida no fructifica, así tampoco nosotros, siendo un leño seco, nunca daríamos fruto para la vida, si no se nos enviase de los cielos la lluvia gratuita. Pues nuestros cuerpos recibieron la unidad por medio de la purificación (bautismal) para la incorrupción; y las almas la recibieron por el Espíritu[261]. Por eso una y otro fueron necesarios, pues ambos nos llevan a la vida de Dios.

3.6.2. Otras figuras del Espíritu Santo

Nuestro Señor, por su misericordia, se dirigió a la samaritana pecadora (Jn 4,7) que no permaneció con un marido, sino que fornicó uniéndose a muchos: se le mostró y le prometió el agua viva, para que no tuviese ya más sed, ni se fatigase yendo a sacar agua con esfuerzo, teniendo en sí una bebida que salta hasta la vida eterna (Jn 4,14). Habiendo recibido el Señor este don del Padre, él mismo lo donó a quienes participan de él, enviando el Espíritu Santo a toda la tierra.

17,3. Gedeón el israelita (Jue 6,37), a quien Dios eligió para que salvase al pueblo de Israel del dominio de los extranjeros, previó la donación de esta gracia, cuando cambió la petición acerca del vellón de lana, sobre el cual primero había caído el rocío, que era tipo del pueblo; así profetizó la aridez que habría de venir; esto es, que ellos ya no tendrían de parte de Dios al Espíritu Santo, como dice Isaías: <<Y mandaré a las nubes que no lluevan sobre ella>> (Is 5,6). Sobre toda la tierra caía el rocío, esto es, el Espíritu de Dios que descendió sobre el Señor: <<Espíritu de sabiduría e inteligencia, Espíritu de consejo y virtud, Espíritu de piedad y ciencia, Espíritu del temor de Dios>> (Is 11,2-3), el mismo que también dio a la Iglesia al enviar desde el cielo al Paráclito sobre toda la tierra; por eso dice el Señor que el diablo fue arrojado como un rayo (Lc 10,18). Por este motivo necesitamos el rocío de Dios, para no quemarnos, ni volvernos infructuosos, y para que, teniendo un acusador, tengamos también al Abogado.

El Señor encomendó al Espíritu Santo al hombre que había caído en manos de ladrones y del que se compadeció, vendó sus heridas y le dio dos denarios: para que, recibiendo por el Espíritu la imagen y la inscripción del Padre y del Hijo, hagamos fructificar el denario [931] que se nos ha dado, y lo devolvamos multiplicado al Señor.

3.7. Error gnóstico: distinguir dos Cristos

17,4. El Espíritu, pues, descendió según la Economía. Y el Hijo Unigénito de Dios, que es el Verbo del Padre, una vez llegada la plenitud del tiempo, se encarnó en un hombre por el hombre y cumplió toda la Economía según su humanidad, siendo nuestro Señor Jesucristo uno y el mismo, según dio de ello testimonio nuestro Señor Jesucristo y lo confesaron los Apóstoles. Así quedaron al descubierto como mentirosas todas las doctrinas de quienes inventaron Ogdóadas y Tétradas, e imaginaron distinciones sobre distinciones. Estos han matado al Espíritu, y piensan que uno es el Cristo y otro es Jesús, y por eso enseñan que Cristo no es uno, sino muchos. Y aun cuando los afirmen unidos, enseñan que uno estuvo sujeto a la pasión, en cambio el otro se mantuvo impasible, y que este último ascendió al Pléroma. Mientras el primero permaneció <<en las regiones intermedias>>, al mismo tiempo el segundo se banquetea y deleita <<en las regiones invisibles e indescriptibles>>, y el primero <<se sienta con el Demiurgo>> neutralizando su poder.

Por eso es necesario que tanto tú, como todos cuantos leen este escrito y se preocupan por su salvación, no sucumban de inmediato apenas escuchan sus predicaciones. Como arriba dijimos, ellos hablan de manera semejante a los fieles; pero entienden las cosas de modo no sólo distinto, sino opuesto; y mediante todas estas prédicas llenas de blasfemias matan a quienes por la semejanza de las palabras echan sobre sí el veneno de ideas diversas; por ejemplo si alguno por leche diese yeso mezclado con agua, seduciría por la semejanza del color, como dijo un predecesor nuestro, [932] acerca de todos los que pervierten las cosas de Dios y adulteran la verdad: <<Mezclan perversamente el yeso con la leche de Dios>>.

3.8. Testimonios de Pablo y de Cristo

3.8.1. Preexistencia del Verbo y encarnación

18,1. Hemos demostrado, pues, con toda evidencia, que <<el Verbo existente ante Dios, por el cual fueron hechas todas las cosas>> (Jn 1,2-3) y que siempre ha estado presente al género humano, este mismo en los últimos tiempos, en el momento decidido por el Padre, se unió a su creatura y se hizo hombre pasible. Con ello se refuta todo ataque de quienes argumentan: <<Luego, si nació en el tiempo, Cristo no existía>>. Pues ya probamos que el Hijo de Dios no empezó a existir entonces, sino siempre ante el Padre.

Pero cuando se hizo hombre recapituló en sí mismo toda la historia de los seres humanos y asumiéndonos en sí nos concede la salvación; de manera que, cuanto habíamos perdido en Adán (es decir el haber sido hechos <<a imagen y semejanza de Dios>> [Gén 1,26]), lo volviésemos a recibir en Jesucristo.

3.8.2. Doctrina de Pablo

18,2. Mas, como no era posible a aquel hombre que había sido vencido y había caído por la desobediencia, rehacerse y obtener el premio de la victoria, así también era imposible al hombre caído en el pecado recibir la salvación. Por eso el Hijo, o sea el Verbo que existía ante el Padre, que descendió y se encarnó, habiéndose abajado hasta la muerte para consumar la Economía de nuestra salvación, llevó a cabo ambas cosas. Y para exhortarnos a creer sin vacilación, dice: <<No digáis en vuestro corazón: ¿Quién ascenderá al cielo? Lo que equivale a abajar a Cristo. O bien: ¿Quién bajará al abismo? Es decir, para hacer surgir a Cristo de entre los muertos>> (Rom 10,6-7), de donde añade: <<Pues si confiesas con tu boca a Jesús el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo>> (Rom 10,9). Y ofrece el motivo por el cual el Verbo de Dios actuó de esta manera: <<Para esto Cristo venció por su muerte y resurrección: para ser Señor de vivos y muertos>> (Rom 14,9). Y añade en su Carta a los Corintios: <<De nuestra parte, predicamos a Jesucristo crucificado>> (1 Cor 1,23), y más adelante: <<El cáliz de bendición que [933] bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo?>> (1 Cor 10,16).

18,3. ¿Quién es aquel con quien entramos en comunión en forma de alimento?[262] ¿Acaso el <<Cristo de arriba>> que ellos imaginan, el cual sería más extenso que Horus, o sea hasta el Límite (del Pléroma), y habría formado <<la Madre de ellos>>?[263] ¿No es más bien el Emmanuel nacido de la Virgen, que comió mantequilla y miel, del cual dice el profeta: <<Es un hombre, ¿quién lo conoce?>> (Jer 17,9). Este es aquel del que Pablo predicaba: <<Os he transmitido, en primer lugar, que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, y fue sepultado; y que resucitó al tercer día según las Escrituras>> (1 Cor 15,3-4).

3.8.3. <<Cristo>> supone: el que ungió, el ungido y la unción

Es claro que Pablo no conoce a otro Cristo, sino sólo al que sufrió, fue sepultado y resucitó, que nació, a quien denomina hombre. Pues habiendo dicho: <<Si de Cristo se predica que ha resucitado de entre los muertos>> (1 Cor 15,12), presenta los motivos de la encarnación: <<Porque por un hombre entró la muerte, y por un hombre la resurrección de los muertos>> (1 Cor 15,21). Y en todos lados en que habla de la pasión de nuestro Señor, y de su humanidad y muerte, usa sólo el nombre de Cristo, como en aquello: <<No vayas a destruir por cuestiones de comida a aquel por quien Cristo murió>> (Rom 14,15). Y también: <<Mas ahora en Cristo vosotros, los que un tiempo estabais lejos, [934] os habéis acercado en la sangre de Cristo>> (Ef 2,13). Y también: <<Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose maldición por nosotros; porque está escrito: Maldito todo el que cuelga del madero>> (Gál 3,13). Y además: <<Tu hermano débil se pierde por tu ciencia, aquel por el que murió Cristo>> (1 Cor 8,11), queriendo indicar que no descendió sobre Jesús el Cristo impasible; sino que, siendo él mismo Jesucristo, sufrió por nosotros, murió y resucitó, descendió y ascendió (Ef 4,10): es el Hijo de Dios hecho Hijo del Hombre, como lo significa el nombre mismo. Pues en el mismo nombre de Cristo se suponen uno que ungió, el que fue ungido, y la unción misma con la que fue ungido. Lo ungió el Padre, fue ungido el Hijo, en el Espíritu Santo, que es la unción; como dice la expresión de Isaías: <<El Espíritu del Señor sobre mí, por eso me ungió>> (Is 61,1; Lc 4,18). Con estas palabras señaló al Padre como <<el que unge>>, al Hijo como <<el ungido>>, y <<la unción>>, que es el Espíritu.

3.8.4. La prueba del martirio

18,4. El Señor mismo señaló claramente quién era el que sufría. Pues, habiendo preguntado a los discípulos: <<¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?>> (Mt 16,13), Pedro le respondió: <<Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente>> (Mt 16,16). El Señor lo alabó: <<No te lo han revelado la carne y la sangre, sino el Padre que está en los cielos>> (Mt 16,17), y con ello manifestó que el Hijo del Hombre es Cristo, Hijo del Dios vivo. Pues (el evangelista) añade: <<Desde ese momento empezó a advertir a sus discípulos que debía subir a Jerusalén y sufrir mucho de manos de los sacerdotes, que había de ser condenado y crucificado, y había de resucitar al tercer día>> (Mt 16,21; Mc 8,31; Lc 9,22). De este modo, la misma persona a quien Pedro reconoció como Cristo, que le respondió que era el Padre quien se había revelado al Hijo del Dios vivo, también añadió que debía sufrir mucho y ser crucificado. Entonces Pedro lo increpó, llevado por un modo de pensar humano, oponiéndose a la pasión de Cristo.

[935] <<Y dijo a los discípulos: [exclamdown]Si alguno quiere venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga! Pues quien quisiere salvar su vida la perderá, y quien la perdiere por mí la salvará>> (Mt 16,24-25; Mc 8,34-35; Lc 9,23-24). Esta es la predicación abierta de Cristo: que él es el Salvador de quienes por confesarlo serán entregados a la muerte y perderán su vida.

18,5. Mas, si no hubiese sufrido, sino que hubiese <<volado abandonando a Jesús>>, ¿por qué habría de exhortar a sus discípulos a tomar la cruz y seguirlo, si, según ellos dicen, él mismo no la cargaba, pues habría abandonado la Economía de la pasión? Porque no dijo lo anterior refiriéndose a <<la gnosis de la Cruz Superior>> (como algunos se atreven a enseñar), sino de la pasión que debía él mismo sufrir, y por eso preparó a sus discípulos para la pasión que él mismo había de sobrellevar: <<Quien quisiere salvar su vida la perderá, y quien la perdiere por mí la encontrará>>[264]. Y, como sus discípulos también habrían de sufrir por él, decía a los judíos: <<Mirad que os envío profetas, sabios y maestros, y vosotros los mataréis y crucificaréis>> (Mt 23,34), mientras preparaba a sus discípulos: <<Seréis llevados ante gobernadores y reyes por mi causa>> (Mt 10,18; Mc 13,9), y les decía: <<A algunos de vosotros los azotarán, matarán y perseguirán de ciudad en ciudad>> (Mt 23,34).

En consecuencia, sabía quiénes habrían de sufrir la persecución, quiénes habrían de ser azotados y muertos por él. Y no les hablaba de una Cruz Superior, sino de la pasión que él debía sufrir primero, y en seguida sus discípulos. Por eso los exhortaba: <<No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Temed más bien a aquel que tiene el poder de mandar el cuerpo y el alma a la gehenna>> (Mt 10,28), y también les pedía ser firmes en la confesión de su fe en él, pues les prometía confesar ante su Padre a aquellos que confesasen su nombre ante los seres humanos, negar a aquellos que lo negasen (Mt 10,32-33) y avergonzarse de aquellos que se avergonzaran de confesarlo (Mt 8,38).

3.8.5. Los gnósticos desprecian a los mártires

[936] Y, con todo esto, algunos todavía tienen la desvergüenza de despreciar aun a los mártires, de ofender a quienes mueren por la confesión del Señor y que, llevando sobre sí todos los sufrimientos que el Señor predijo, se esfuerzan por seguir las huellas de la pasión del Señor dando así testimonio del que por ellos ha padecido. Entregamos a los herejes en las manos de los mismos mártires; pues cuando <<se pedirá cuenta de su sangre>> (Lc 11,50; Ap 19,2) y consigan su gloria, entonces Cristo condenará a quienes han deshonrado a sus mártires.

Y, sin embargo, el Señor suplicó desde la cruz: <<[exclamdown]Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!>> (Lc 23,34). Se revela aquí la generosidad, paciencia, misericordia y bondad de Cristo, pues él mismo, en el momento de sufrir, excusaba a aquellos que tan mal lo trataban. El mismo hizo efectiva en la cruz la palabra de Dios que nos había comunicado: <<Amad a vuestros enemigos, orad por los que os odian>> (Mt 5,44; Lc 6,27-28), pues tanto amó a la raza humana, que hasta perdonó a sus asesinos.

Ahora bien, si alguno de quienes predican a dos[265] los ponen en una balanza, hallaría mucho mejor, paciente y verdaderamente bueno a aquel que en sus mismas heridas, sufrimientos y todo cuanto le hicieron, se muestra benigno y no se acuerda de los males contra él cometidos, que aquel que volando abandonó a Jesús sin sufrir ninguna ofensa ni oprobio.

3.8.6. Contra los docetas

18,6. Lo mismo vale para quienes dicen que sólo <<sufrió en apariencia>>. Porque si no sufrió verdaderamente, no le debemos agradecer nada, pues a nada se reduce su pasión; y cuando nosotros comencemos a sufrir de verdad, parecerá que nos engaña cuando nos exhorta a poner también la otra mejilla (Lc 6,29; Mt 5,39), si es que él no sufrió primero en verdad; y así como habría mentido cuando hizo parecer a ellos lo que no era, también nos miente cuando nos exhorta a sobrellevar aquellas cosas que él no soportó. Estaríamos entonces sobre el Maestro (Mt 10,24; Lc 6,40), al sufrir y someternos a aquello que ni sufrió ni soportó el Maestro.

3.8.7. Motivo de la Encarnación

Pero como sólo el Señor es nuestro verdadero Maestro, y el Hijo de Dios bueno y paciente, el Verbo de Dios Padre se hizo Hijo del Hombre. Luchó y venció; [937] porque era un hombre que luchó por los padres[266], y por la obediencia disolvió su desobediencia (Rom 5,19), ató al fuerte (Mt 12,29; Mc 3,27), liberó a los débiles y donó la salvación a su criatura, destruyendo el pecado; pues es <<el Señor clemente y compasivo>> (Sal 103[102],8; 145[144],8) que ama la raza humana.

18,7. Como hemos dicho, hizo retornar y volvió a unir al hombre con Dios[267]. Pues si el hombre no hubiese vencido al enemigo del hombre, el enemigo no habría sido vencido justamente. Y también si Dios no hubiese donado la salvación, no la tendríamos con seguridad. Y si el hombre no hubiese sido unido a Dios, no podría haber participado de la incorrupción. Convenía, pues, que el Mediador entre Dios y los hombres (1 Tim 2,5) por su propia familiaridad condujese ambos a la familiaridad, amistad y concordia mutuas, para que Dios asumiese al hombre y el hombre se entregase a Dios. ¿Pues de qué manera podíamos ser partícipes de su filiación (Gal 4,5) si no la recibiésemos por medio del Hijo por la comunión con él, si él, su Verbo, no hubiese entrado en comunión con nosotros haciéndose carne (Jn 1,14)? Por eso pasó a través de todas la edades, para restituir a todos la comunión con Dios.

Así pues, quienes dicen que sólo en apariencia se manifestó, no naciendo en la carne ni haciéndose verdaderamente hombre, todavía están bajo la antigua condena, dando sostén al pecado, sin vencer por medio de él a la muerte, la cual <<reinó desde Adán hasta Moisés, y sobre todos los que no pecaron, a semejanza de la transgresión de Adán>> (Rom 5,14). Cuando la Ley vino por medio de Moisés y dio testimonio sobre el pecado, que <<es pecador>> (Rom 7,13), le quitó su reinado, le probó que no era rey sino ladrón y lo mostró homicida (Rom 7,11-13), pero también gravó al hombre que tenía en sí el pecado, [938] revelando que era reo de muerte[268] (Rom 7,14-24); pues siendo espiritual la Ley (Rom 7,14), sólo puso al desnudo el pecado (Rom 7,7) pero no lo mató; porque el pecado no dominaba sobre el Espíritu, sino sobre el hombre.

Convenía, pues, que aquel que estaba por matar el pecado y por redimir al hombre reo de muerte, se hiciese lo mismo que es éste, o sea el hombre que por el pecado había sido sometido a la servidumbre y estaba bajo el poder de la muerte (Rom 5,12; 6,20-21), para que el pecado fuese arrancado por un hombre a fin de que el hombre escapase de la muerte. <<Porque así como por la desobediencia de un hombre>>, el primero que había sido plasmado de la tierra no trabajada (Gén 2,7), <<muchos fueron constituidos pecadores>> y perdieron la vida, <<así>> convenía que <<por la obediencia de un hombre>>, el primero engendrado de una Virgen, muchos fuesen justificados y recibiesen la salvación (Rom 5,19). Así es como el Verbo de Dios se hizo hombre, como también dice Moisés: <<Dios, sus obras son verdaderas>> (Dt 32,4). Pero si no se hizo carne sino apariencia de carne, entonces no era verdadera su obra. [exclamdown]No! Lo que parecía, eso era: el Dios del hombre recapitulaba en sí su antigua creación, para matar por cierto el pecado, dejar vacía la muerte (2 Tim 1,10) y dar vida al hombre. Por eso <<sus obras son verdaderas>> (Dt 32,4).

3.9. Jesús no es un simple hombre (contra ebionitas y judaizantes)

19,1. Además, quienes dicen que era un simple hombre engendrado por José, perseverando en la servidumbre de la antigua desobediencia mueren, por no mezclarse con el Verbo de Dios Padre, ni participar de la libertad del Hijo, como él mismo dice: <<Si el Hijo os libera, seréis libres en verdad>> (Jn 8,36). Desconociendo al Emmanuel nacido de la Virgen (Is 7,14) se privan de su don, que es la vida eterna (Jn 4,10.14); no recibiendo al Verbo de la incorrupción, permanecen en la muerte carnal; y son deudores de la muerte, no recibiendo el antídoto de la vida. [939] A ellos les dice el Verbo, exponiéndoles el don de su gracia: <<Yo dije: todos sois dioses e hijos del Altísimo; pero como hombres moriréis>> (Sal 82[81],6-7). Esto dijo a quienes no recibían el don de la filiación adoptiva, sino menospreciando la encarnación por la concepción pura del Verbo de Dios, privan al hombre de su elevación hacia Dios, y así desagradecen al Verbo de Dios hecho carne por ellos. Para eso se hizo el Verbo hombre, y el Hijo de Dios Hijo del Hombre, para que el hombre mezclándose con el Verbo y recibiendo la filiación adoptiva, se hiciese hijo de Dios. Porque no había otro modo como pudiéramos participar de la incorrupción y de la inmortalidad, a menos de unirnos a la incorrupción y a la inmortalidad. ¿Pero cómo podíamos unirnos a la incorrupción y a la inmortalidad, [940] si primero la incorrupción y la inmortalidad no se hacía cuanto somos nosotros, <<para que se absorbiese>> lo corruptible en la incorrupción y <<lo mortal>> en la inmortalidad (1 Cor 15,53-54; 2 Cor 5,4) <<para que recibiésemos la filiación adoptiva>> (Gál 4,5)?

3.9.1. Preexistencia del Verbo

19,2. Por esto <<¿quién describirá su generación?>> (Is 53,8) Porque <<es un hombre, ¿quién lo reconocerá?>> (Jer 17,9). Lo reconocerá aquel a quien el Padre que está en los cielos lo revele (Mt 16,17), para que entienda que <<no de la voluntad de la carne ni de la voluntad de varón>> (Jn 1,13) ha nacido el Hijo del hombre (Mt 16,13), que es <<el Cristo, el Hijo del Dios viviente>> (Mt 16,16). Que ninguno de entre todos los hijos de Adán sea llamado Dios por sí mismo, o proclamado Señor, lo hemos demostrado por las Escrituras; y que él solo entre todos los hombres de su tiempo sea proclamado Dios y Señor, siempre Rey, Unigénito y Verbo encarnado, por todos los profetas y Apóstoles y aun por el mismo Espíritu, es cosa que pueden ver todos aquellos que acepten un poco de la verdad.

3.9.2. Verdadero Dios y hombre

Las Escrituras no darían todos estos testimonios acerca de él, si fuese sólo un hombre semejante a todos. Pero como tuvo una generación sobre todas luminosa, del Padre Altísimo (Is 53,8), y también llevó a término la concepción de la Virgen (Is 7,14), las divinas Escrituras testimonian ambas cosas sobre él: que es hombre sin belleza y pasible (Is 53,2-3), que se sentó sobre el pollino de una asna (Zac 9,9), que bebió hiel y vinagre (Sal 69[68],22), que fue despreciado [941] del pueblo y que descendió hasta la muerte (Sal 22[21],7.16); pero también que es Señor santo y Consejero admirable (Is 9,5), hermoso a la vista (Sal 45[44],3), Dios fuerte (Is 9,5), que viene sobre las nubes como Juez de todos (Dan 7,13.26). Esto es lo que las Escrituras profetizan de él.

19,3. En cuanto hombre, lo era para ser tentado; en cuanto Verbo, para ser glorificado; el Verbo se reposó para que pudiera ser tentado, deshonrado, crucificado y muerto, (1 Cor 15,53-54; 2 Cor 5,4), habitando en aquel hombre[269] que vence y soporta (el sufrimiento) y se comporta como hombre de bien y resucita y es asumpto al cielo. Este es el Hijo de Dios, Señor nuestro, Verbo existente del Padre e Hijo del Hombre porque nació de (ex) la Virgen María; que tuvo su origen de los hombres pues ella misma era un ser humano (ánthropos); tuvo la generación en cuanto hombre, y así llegó a ser Hijo del Hombre.

3.9.3. Figuras proféticas

Por eso el Señor mismo nos ha dado <<un signo en lo profundo, o en lo más alto>> (Is 7,11) que el ser humano no pidió, pues ni siquiera podía soñar en una virgen preñada, o que una virgen pudiese dar a luz a un hijo y que el así dado a luz fuese <<Dios con nosotros>> (Is 7,14) y que descendiese a lo más hondo de la tierra <<para buscar la oveja perdida>> (Lc 15,4-6) (es decir, su propio plasma)[270], y retornase a las alturas (Ef 4,10) para ofrecer y encomendar al Padre a los seres humanos, haciendo de sí mismo la <<primicia de la resurrección>> (1 Cor 15,20) del hombre. De manera que, así como <<la cabeza>> resucitó <<de entre los muertos>>, así también todo <<el cuerpo>> resucitará (es decir, todo ser humano al que encuentre en vida[271], una vez cumplido el tiempo de su condenación por la desobediencia) <<de quien a través de los nervios y ligamentos recibe el crecimiento que Dios quiere>> (Col 2,19; Ef 4,16), manteniendo cada uno de los miembros el propio lugar que le conviene en el conjunto del cuerpo (1 Cor 12,18), pues muchos son los miembros de un cuerpo, así como <<muchas mansiones hay en la casa del Padre>> (Jn 14,2).

[942] 20,1. Habiendo pecado el ser humano, Dios se mostró magnánimo al prever la victoria que le concedería por medio del Verbo. Pues, como <<el poder se muestra en la debilidad>> (2 Cor 12,9), ésta hizo brotar la benignidad y magnificencia del poder de Dios. En viejos tiempos permitió que la ballena tragase a Jonás, no para que lo absorbiera y lo hiciera perecer, sino para que, vomitado, más se sujetara a Dios, diera gloria a aquel que de modo tan inesperado le había devuelto la salvación, y predicara a los ninivitas una seria penitencia para que se convirtiesen al Señor que los podía librar de la muerte, al ver con temor aquel signo que se había realizado en Jonás. Esto afirma de ellos la Escritura: <<Y se volvieron cada uno de su mal camino y de la injusticia de sus manos, diciendo: ¿Acaso Dios se arrepentirá y retirará de nosotros su ira, para que no muramos?>> (Jon 3,8-9).

Como se ve, desde el principio Dios tuvo paciencia con el hombre tragado por la ballena al cometer la prevaricación, y no lo dejó morir del todo; sino que planeó de antemano y preparó la venida de la salvación que el Verbo realizaría mediante el signo de Jonás, en favor de los que tuvieron en el Señor la misma fe que tuvo Jonás, y lo confesaron diciendo: <<Yo soy un siervo del Señor, y rindo culto al Señor Dios del cielo que hizo el mar y la tierra>> (Jon 1,9). Así lo hizo a fin de que el hombre, acogiendo la salvación, se haga inseparable de Dios, resucite y glorifique al Señor con la misma voz de Jonás: <<Clamé al Señor mi Dios en mi tribulación, y me escuchó desde el seno del infierno>> (Jon 2,2), y permanezca siempre glorificando a Dios y dándole gracias por la salvación que éste le ha brindado, <<de modo que ninguna carne se gloríe delante del Señor>> (1 Cor 1,29), ni acepte acerca de Dios ninguna idea contraria, pensando que la incorrupción prometida es cosa que le pertenece por naturaleza. [943] Esto sería dejar de lado la verdad, para jactarse con vana altivez de ser igual a Dios por naturaleza. Una tal actitud ha vuelto al ser humano más ingrato con aquel que lo ha hecho, lo ha ofuscado para no ver el amor que Dios le ha tenido, y le ha cegado los sentidos para que no alcance a ver la dignidad de Dios, cuando se compara con Dios y se juzga a sí mismo igual a él.

3.9.4. La Economía divina

20,2. Esta ha sido la generosidad de Dios: que, habiendo el ser humano experimentado todo, le diera a conocer la Ley; que en seguida lo hiciera llegar a la resurrección de entre los muertos, a sabiendas de la experiencia[272] por la cual ha sido liberado. De esta manera siempre deberá agradecer al Señor, una vez conseguida la incorrupción, y amarlo más, pues <<más ama aquel a quien más se perdona>> (Lc 7,42-43). (El hombre) conociéndose a sí mismo como débil y mortal, entienda que Dios es a tal punto inmortal y poderoso, que concede al mortal la inmortalidad y al temporal la eternidad; y también comprenda todo el poder de Dios que se ha manifestado en el mismo (hombre), a fin de que advierta cómo el mismo Dios le ha enseñado su propia grandeza.

Porque la gloria del hombre es Dios. Y, a su vez, el ser humano es el recipiente de toda la obra de Dios, y de su poder y sabiduría[273]. Así como el verdadero médico muestra serlo al curar a los enfermos, así también Dios se manifesta a los hombres. Por eso Pablo dice: <<Dios ha encerrado a todos en la incredulidad, para tener misericordia de todos>> (Rom 11,32). Al decir esto no se refiere a <<Eones espirituales>>, sino al ser humano que desobedeció a Dios y fue echado de la inmortalidad, y más tarde alcanzó la misericordia al dársele mediante el Hijo de Dios la filiación que ha conseguido.

Quien mantiene sin inflarse ni jactarse la verdadera gloria[274] de las cosas creadas y de su Hacedor (el Dios omnipotente que a todas ha concedido la existencia), y permanece en su amor, sometido a él [944] y en acción de gracias, recibirá de Dios una mayor gloria, y más aprovechará haciéndose semejante a aquel que por él ha muerto. Pues se hizo <<semejante a la carne del pecado>> (Rom 8,3) a fin de condenar el pecado y una vez condenado echarlo de la carne, para de esta manera hacer crecer en su semejanza al ser humano, llamándolo a ser imitador de Dios, sometiéndolo a la Ley que lo lleva a contemplar a Dios, y dándole la capacidad de captar al Padre. El Verbo de Dios habitó en el ser humano (Jn 1,14) y se hizo Hijo del Hombre, a fin de que el hombre se habituase a recibir a Dios y Dios se habituase a habitar en el hombre, según agradó al Padre.

3.9.5. El hombre caído necesita al Salvador

20,3. Por eso el mismo Señor ofreció como signo de nuestra salvación al Emmanuel que nació de la Virgen (Is 7,14), para indicar que era el mismo Señor que nos salvaba, ya que por nosotros mismos no éramos capaces de salvarnos. Por eso Pablo describió de esta manera la debilidad del ser humano: <<Sé que nada bueno habita en mi carne>> (Rom 7,18), para indicar que el bien de nuestra salvación viene de Dios y no de nosotros. Igualmente: <<[exclamdown]Qué miserable soy! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?>> (Rom 7,24), y en seguida presenta al Liberador: <<Gracias a Jesucristo nuestro Señor>> (Rom 7,25). Isaías escribe algo semejante: <<[exclamdown]Afírmense las manos débiles y las rodillas vacilantes, animaos, pusilánimes de corazón, tened valor y no temáis! He aquí que nuestro Dios ejercerá el juicio y hará justicia. Vendrá y nos salvará>> (Is 35,3-4). Es claro: nosotros no podemos salvarnos sino con la ayuda de Dios.

20,4. Y como ni un simple hombre nos salva, ni un ser sin carne (pues sin carne existen los ángeles), predicó diciendo: <<No fue un enviado ni un ángel, sino el mismo Señor quien los salvará; porque los ama los perdonará y él mismo [945] los liberará>> (Is 63,9). Y que éste se haría un verdadero hombre visible, siendo al mismo tiempo el Verbo Salvador, Isaías dice: <<Ciudad de Sion, tus ojos verán a nuestro Salvador>> (Is 33,20). Y, como no era sólo un hombre el que moría por nosotros, añadió: <<El Señor, el Santo de Israel, se acordó de sus muertos que dormían en la tierra del sepulcro, y bajó a llevarles la Buena Nueva de la salvación que viene de él, para salvarlos>>.[275] El profeta Amós confirma lo mismo: <<El se volverá a nosotros y nos hará misericordia, hará desaparecer nuestras injusticias y arrojará a lo profundo del mar nuestros pecados>> (Miq 7,19).[276] E incluso señala el lugar de su venida: <<Desde Sion ha hablado el Señor, y desde Jerusalén hará oír su voz>> (Am 1,2). Y, como el Hijo de Dios, que es Dios, vendrá de la parte sur[277], de la heredad de Judá, donde se hallaba también Belén, en la cual el Señor nació y desde la cual desparramó su alabanza en toda la tierra, Habacuc profetizó: <<Dios vendrá del sur[278] y el Santo del monte Efrem; su poder ha cubierto el cielo y la tierra está llena de su alabanza; el Verbo irá delante de él y sus pies avanzarán por los campos>> (Hab 3,3-5). Quiso dar a entender que es Dios, y que su venida como hombre tendría lugar en el monte Efrem, que queda al sur de la heredad. Y cuando dice <<sus pies avanzarán por los campos>> ofrece un signo propio de un ser humano.

3.9.6. Profecía del Emmanuel

[946] 21,1. Dios, pues, se ha hecho hombre, el Señor nos ha salvado (Is 63,9) y nos ha dado él mismo el signo de la Virgen. Luego no es verdadera la interpretación de algunos que se atreven a traducir así la Escritura: <<He aquí que una joven concebirá en su seno y dará a luz un hijo>> (Is 7,14)[279], según han traducido Teodosio de Efeso y Aquila del Ponto, ambos prosélitos judíos; a éstos siguen los ebionitas, quienes afirman que fue engendrado de José, disolviendo la Economía en cuanto está de su parte y frustrando el testimonio que Dios nos ofreció por los profetas.

Esta profecía tuvo lugar antes de la transmigración a Babilonia, es decir, antes de que los medos y persas gobernaran. Y los mismos judíos lo tradujeron al griego mucho tiempo antes de la venida de nuestro Señor, a fin de que los judíos no hagan recaer sobre nosotros alguna sospecha de que así lo hemos traducido para acomodarlo a nuestro modo de pensar. Ellos, si hubieran imaginado que también nosotros habríamos hecho uso de esos textos de la Escritura, no habrían dudado de quemarlos, pues revelan que todas las demás naciones participan de la vida, y muestran cómo la gracia de Dios ha desheredado a los que se glorían de ser la casa de Jacob [947] y el pueblo de Israel.

3.9.7. Traducción del Antiguo Testamento: los LXX

21,2. Pues antes de que los Romanos estableciesen el imperio, cuando aún los macedonios dominaban sobre Asia, Ptolomeo, hijo de Layo, quiso enriquecer la biblioteca que él mismo había erigido en Alejandría, con los escritos de todos los hombres más destacados. Pidió también a judíos de Jerusalén sus Escrituras, pero traducidas al griego. Ellos entonces (pues en esa época eran súbditos de Macedonia) enviaron a Ptolomeo a los 70 más profundos conocedores de las Escrituras, prácticos en ambas lenguas, para que se pusiesen a su servicio. El, queriendo controlarlos, pues temía que se pusieran de acuerdo en esconder, al momento de traducir, la verdad de las Escrituras, [948] los separó unos de otros y mandó a cada uno de ellos que tradujera la Escritura. Esto hizo con cada uno de los libros.

Cuando se reunieron con Ptolomeo para comparar sus traducciones, Dios fue glorificado porque se probó que las Escrituras eran de verdad divinas, pues, habiendo recitado cada uno de ellos desde el principio hasta el fin con las mismas palabras y los mismos nombres, todos los presentes cayeron en la cuenta de que las Escrituras habían sido traducidas con inspiración divina.

Y nadie se admire de que Dios haya realizado tal prodigio en ellos, pues durante la cautividad a la que Nabucodonosor los arrastró se perdieron las Escrituras. Después de 70 años los judíos regresaron a su tierra, [949] y durante el imperio del rey Artajerjes de Persia, Dios inspiró a Esdras, sacerdote de la tribu de Leví, para que, recordando todas las palabras de los antiguos profetas, restituyese al pueblo la Ley que por medio de Moisés le había dado.

21,3. Fue, pues, muy grande la fidelidad con la cual la gracia de Dios hizo que fuesen traducidas las Escrituras, a partir de las cuales Dios preparó y modeló de antemano nuestra fe en su Hijo, y fueron conservadas incorruptas en Egipto, donde se había desarrollado la casa de Jacob cuando huyó del hambre que asoló la tierra de Canaán, y donde también se protegió el Señor cuando huyó de la persecución de Herodes. Y dicha traducción se hizo antes de que nuestro Señor descendiera y de que los cristianos aparecieran (pues nuestro Señor nació alrededor del año 41 del gobierno de Augusto, y muy anterior había sido Ptolomeo, bajo cuyo reinado se habían traducido las Escrituras). No tienen, pues, vergüenza esos atrevidos que ahora pretenden hacer otras traducciones cuando usamos las mismas Escrituras para argüirles y probarles la fe en la venida del Hijo de Dios.

3.9.8. Unidad de la fe, en el Espíritu Santo

[950] En consecuencia, la única fe no falseada y verdadera es la nuestra, pues halla toda su clara exposición en las Escrituras que fueron traducidas de la manera que hemos descrito, y que la Iglesia predica sin alterar nada. En efecto, los Apóstoles, siendo más antiguos que cualquiera de ellos, están de acuerdo con esta versión, y a su vez esta versión está de acuerdo con la Tradición apostólica. Pues Pedro, Juan, Mateo, Pablo y los demás, así como sus discípulos, predicaron con los textos contenidos en la traducción de los antiguos.[280]

21,4. Pues uno es el Espíritu de Dios, que por los profetas proclamó cuál y cómo sería la venida del Señor, y los antiguos interpretaron bien lo que habían dicho los profetas, y él mismo anunció por los Apóstoles que había llegado la plenitud de los tiempos de la filiación adoptiva (Gál 4,4-5), y que estaba cercano el reino de los cielos (Mt 3,2; 4,7) y su inhabitación en el interior de los hombres (Lc 17,21), si creíamos en el Emmanuel nacido de la Virgen (Is 7,14). Como él mismo atestigua: <<Antes de que viviesen juntos>> José con María, luego cuando ella permanecía en la virginidad, <<se encontró que había concebido por obra del Espíritu Santo>> (Mt 1,18), y como le dijo el ángel Gabriel: <<El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso lo que de ti nacerá, será santo y llamado Hijo de Dios>> (Lc 1,35), y como el ángel dijo en sueños a José: <<Esto [951] se realizó para que se cumpliese cuanto había sido dicho por el profeta Isaías: He aquí que una virgen concebirá en su seno>> (Mt 1,22-23).

3.9.9. El signo de la virgen en los LXX

Veamos cómo los antiguos (los LXX) tradujeron lo que dijo Isaías: <<El Señor habló de nuevo a Acaz: Pide al Señor tu Dios un signo, sea en la profundidad de la tierra o en lo alto del cielo. Y Acaz respondió: No lo pediré ni tentaré al Señor. Y dijo: Escucha, casa de David, ¿no os parece suficiente tentar a los hombres, para que también tentéis a Dios? Por eso, el mismo Señor os dará una señal. He aquí que la Virgen concebirá en su seno y dará a luz un hijo, y le pondréis por nombre Emmanuel. Comerá mantequilla y miel antes de que conozca y elija el mal, y acogerá el bien. Porque antes de que el niño conozca el bien y el mal, no consentirá en el mal, a fin de elegir el bien>> (Is 7,10-16).

El Espíritu Santo, por medio de lo dicho acerca de su concepción de (ex) la Virgen, con precisión indicó su ser, porque esto significa el nombre de Emmanuel; y que es hombre, cuando dice: <<Comerá leche y miel>>, y también al llamarlo niño, y <<antes de que conozca el mal elegirá el bien>>; pues todos estos son signos de un hombre pequeño. Y las palabras: <<No consentirá en el mal a fin de elegir el bien>>, es propio de Dios; para que, no porque comería leche y miel, entendamos que es un simple hombre, ni tampoco por llamarse Emmanuel sospechemos que se trata de un Dios descarnado.

21,5. Sobre las palabras: <<Escucha, casa de David>> (Is 7,13), se refería al que Dios prometió a David, cuando le anunció [952] que del fruto de su vientre suscitaría un Rey para siempre (Sal 132 [131],11). Este es el que fue engendrado de la Virgen que es de la raza de David (Lc 1,27). Por eso le prometió un Rey que fuese fruto de su vientre, lo que era propio de una Virgen preñada, y no <<fruto de sus lomos y riñones>>,[281] lo que es propio de un varón que engendra y de la mujer que concibe por intervención de (ex) varón. La promesa de la Escritura excluye así la acción genital del hombre, ya que no había de nacer de voluntad de varón (Jn 1,13). A la inversa, establece y confirma el fruto del vientre, declarando que su concepción habría de ser de una virgen, como atestiguó Isabel llena del Espíritu Santo diciendo a María: <<Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre>> (Lc 1,41-42). Por estas palabras el Espíritu Santo significaba, para quienes quisieren escucharlo, que la promesa hecha por Dios de suscitar un Rey del fruto del vientre, se había cumplido en el parto de la Virgen, es decir de María. Así pues, quien interpreta lo que dice Isaías como: <<He aquí que una joven concebirá en el vientre>>, y quiere que Jesús sea hijo de José, cambia enteramente la promesa hecha a David, en la cual Dios le prometió que suscitaría el reino de Cristo, del fruto de sus entrañas, o sea su cuerno[282] (Sal 132[131],17). Pero no entendieron; por eso tuvieron la osadía de cambiarlo.

21,6. La expresión de Isaías: <<Sea en lo profundo, sea en lo alto>> (Is 7,11), quiere significar [953] que <<el que descendía era el mismo que ascendía>> (Ef 4,10). Y en lo que dice: <<El Señor mismo os dará un signo>> (Is 7,14), representó lo que era inesperado de esta concepción, la cual no habría sucedido si el Señor Dios de todas las cosas, Dios mismo, no hubiese dado un signo a la casa de David. ¿Pues qué hay de grande, o qué signo puede ser el que una joven conciba de (ex) un varón y dé a luz, cosa que sucede a todas las mujeres que paren? Pero como la salvación de los hombres empezaría a hacerse de manera admirable, con el auxilio divino, por eso el parto de la Virgen fue admirable[283], dando Dios este signo, sin que el hombre interviniese en la obra.

3.9.10. Otras figuras de Cristo

21,7. Por eso también Daniel, previendo su venida, dice que vino a este mundo como <<piedra cortada sin manos de hombre>> (Dan 2,34.45). Esto es lo que significaba <<sin manos>>, que sin la obra de manos humanas, esto es, de los hombres que suelen cortar las piedras, habría de venir a este mundo; o sea sin la intervención de José, sino solamente por la cooperante disposición de María. Pues esta piedra de la tierra está formada por el poder y el arte de Dios. Por eso mismo dice Isaías: <<Esto dice el Señor: Yo envío como fundamento de Sion una piedra preciosa, elegida, piedra de ángulo, llena de honor>> (Is 28,16), para que entendiésemos que su venida en cuanto hombre no proviene de la voluntad de varón, sino de la voluntad de Dios.

21,8. Por eso también Moisés, para mostrarlo en figura, arrojó el bastón por tierra (Ex 7,9-10), para absorber y deglutir, encarnándose, toda la prevaricación de los egipcios que se alzaba contra la Economía de Dios, y para que los egipcios atestiguasen que era el dedo de Dios (Ex 8,15)[284], y no el hijo de José, el que realizaba la salvación del pueblo.

3.9.11. Divinidad de Cristo

Porque si hubiese sido el hijo de José, ¿cómo habría podido tener más poder que Salomón y que Jonás (Mt 12,41-42), o cómo habría sido más grande que David (Mt 22,41-45), si hubiese como ellos provenido de un semen de hombre y siendo hijo de ellos? ¿Y para qué habría dicho el beato Pedro que lo reconocía como Hijo del Dios viviente (Mt 16,16-17)?

[954] 21,9. Además, si hubiese sido hijo de José, no hubiese podido ser ni rey ni heredero, según Jeremías. Porque se indica que José era hijo de Joaquín y de Jeconías, como Mateo expone acerca de su origen (Mt 1,12.16). Pero Jeconías y sus sucesores abdicaron del reino, como dice Jeremías: <<Vivo yo, dice el Señor, que aun cuando Jeconías hijo de Joaquín fuese un sello[285] en mi mano derecha, me lo arrancaría para entregarlo en manos de quienes buscan tu vida>> (Jer 22,24-25). Y también: <<Jeconías ha sido deshonrado como un vaso que ya no se necesita, porque ha sido expulsado a una tierra que no conocía. Tierra, escucha la palabra del Señor: escribe a este hombre como a un rechazado, porque no aumentará su descendencia que se sienta sobre el trono de David, príncipe de Judá>> (Jer 22,28-30). Y dice también el Señor sobre Joaquín su padre: <<Por eso el Señor dijo acerca de Joaquín, su padre, rey de Judá: No tendrá un heredero que se siente sobre el trono de David, y su cadáver será arrojado al calor del día y al frío de la noche, y los rechazaré a él y a sus hijos, y lanzaré contra ellos y contra los habitantes de Jerusalén todos los males que he pronunciado sobre ellos>> (Jer 36 [43],30-31). Así pues, quienes dicen que él ha sido engendrado de José y en él ponen su esperanza, han abdicado del reino, y caen bajo la maldición y el castigo lanzado contra Jeconías y su simiente. También por ello se han dicho estas cosas acerca de Jeconías, pues el Espíritu preconocía lo que dicen estos malos maestros. Y para que aprendan que no habría de nacer de su simiente, es decir de José, sino según la promesa de Dios, es suscitado del vientre de David el Rey eterno que recapitula en sí todas las cosas.

3.10. La recapitulación

3.10.1. Los dos Adanes

21,10. El recapituló en sí su antiguo plasma. Porque <<como por la desobediencia de un hombre el pecado entró en el mundo, y por el pecado la muerte>> tuvo poder (Rom 5,12.19), <<así por la obediencia de un hombre>> la justicia ha sido restablecida para fructificar en vida para los hombres que en otro tiempo habían muerto. Y así como aquel primer Adán fue plasmado de una tierra no trabajada y aún virgen -<<porque aún Dios no había hecho llover y el hombre [955] aún no había trabajado la tierra>> (Gén 2,5)- sino que fue modelado por la mano de Dios (Sal 119[118],73; Job 10,8), o sea por el Verbo de Dios -ya que <<todo fue hecho por él>> (Jn 1,3) y <<el Señor tomó barro de la tierra y plasmó al hombre>> (Gén 2,7)- así, para recapitular a Adán en sí mismo, el mismo Verbo existente recibió justamente de María la que aún era Virgen, el origen de lo que había de recapitular a Adán. Si pues el primer Adán (1 Cor 15,45) hubiese tenido un hombre como padre y hubiese sido concebido del esperma de varón, justamente se diría que el segundo Adán (1 Cor 15,47) habría sido engendrado de José. Pero si aquél fue tomado de la tierra, y plasmado por el Verbo de Dios, era conveniente que el mismo Verbo, que había de realizar en sí mismo la recapitulación de Adán, tuviese un origen en todo semejante. Pero entonces, se me dirá, ¿por qué Dios no tomó barro sino realizó de María la criatura que había de nacer? Para que no fuese hecha ninguna otra criatura diversa de aquélla, ni otra criatura que aquella que había de ser salvada, sino la misma que debía ser recapitulada, salvando la semejanza[286].

3.10.2. La recapitulación, motivo de la encarnación

22,1. Yerran, pues, quienes afirman que él <<nada recibió de la Virgen>>: para arrancar la herencia de la carne, [956] arrebatan también la semejanza. Porque si aquel primero tuvo su creación y su substancia de la tierra por mano y arte de Dios (Sal 119[118],73; Job 10,8), pero Dios no hubiese hecho a éste de (ex) María, no se conservaría la semejanza en el ser hecho hombre según la imagen y la semejanza (Gén 1, 26) y el Hacedor se mostraría inconsecuente, no teniendo cómo manifestar su sabiduría. Lo mismo es afirmar que apareció como un hombre sin ser hombre, y decir que se hizo hombre sin tomar nada del hombre. Porque si no tomó del hombre la substancia de la carne, tampoco se hizo hombre ni Hijo del Hombre. Y si no se hizo aquello mismo que nosotros somos, no hizo gran cosa el sufrimiento de su pasión. Así pues, el Verbo de Dios se hizo la misma criatura que debía recapitular en sí, y por eso se confiesa Hijo del Hombre, y declara bienaventurados a los humildes, porque heredarán la tierra (Mt 5,5). Y el Apóstol Pablo dice en su carta a los Gálatas: <<Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer>> (Gál 4,4), y de nuevo a los Romanos dice: <<Acerca del Hijo, el que nació del semen de David según la carne, que fue predestinado por Dios según el Espíritu de santificación por la resurrección de entre los muertos, Jesucristo nuestro Señor>> (Rom 1,3-4).

3.10.3. Error de los docetas

22,2. De otro modo habría sido inútil su descenso a María. ¿Para qué descendía a ella, si nada debía tomar de ella? Y si nada hubiese tomado de María, no habría sido propio [957] tomar alimento de la tierra, por medio del cual, de lo sacado de la tierra se nutre el cuerpo. Ni habría ayunado por cuarenta días y tenido hambre como Moisés y Elías (Mt 4,2) ni su cuerpo habría buscado su propio alimento; ni su discípulo Juan habría escrito diciendo de él: <<Jesús fatigado del camino se sentó>> (Jn 4,6): ni David habría preanunciado de él: <<Ellos han añadido al dolor de mis heridas>> (Sal 69[68],27); ni habría llorado por Lázaro (Jn 11,35); ni habría sudado gotas de sangre (Lc 22,44); ni habría dicho: <<Mi alma está triste>> (Mt 26,38), ni al abrir su costado habrían salido sangre y agua (Jn 19,34). Todos estos son signos [958] de una carne sacada de la tierra, la cual recapituló en sí, para salvar su propio plasma.

22,3. Por eso Lucas en el origen de nuestro Señor muestra que desde Adán su genealogía tuvo 72 generaciones (Lc 3,28-38), para ligar el término con el inicio, y para significar que él es el que recapitula en sí mismo como Adán, todas las gentes dispersas desde Adán y todas las lenguas y generaciones de los hombres. De ahí que en Pablo Adán se llame <<tipo del que ha de venir>> (Rom 5,14), porque el Verbo Hacedor había pretipificado para sí mismo la futura Economía acerca del Hijo de Dios hecho hombre, al planear al primer hombre psíquico, para mostrar que será salvado por el espiritual (1 Cor 15,46); porque preexistiendo el Salvador, convenía que existiesen los salvados, para que el Salvador no fuese estéril.

3.10.4. Eva y María

22,4. En correspondencia encontramos también obediente a María la Virgen, cuando dice: <<He aquí tu sierva, Señor: hágase en mí según tu palabra>> (Lc 1,38); a Eva en cambio [959] indócil, pues desobedeció siendo aún virgen[287]. Porque como aquélla, tuvo un marido, Adán, pero aún era virgen -pues <<estaban ambos desnudos>> en el paraíso <<pero no sentían vergüenza>> (Gén 2, 25), porque apenas creados no conocían la procreación; pues convenía que primero se desarrollasen antes de multiplicarse (Gén 1, 28)-, habiendo desobedecido, se hizo causa de muerte para sí y para toda la humanidad; así también María, teniendo a un varón como marido pero siendo virgen como aquélla, habiendo obedecido se hizo causa de salvación para sí misma y para toda la humanidad (Heb 5, 9). Y por eso la Ley llama desposada con un hombre, aunque sea aún virgen, a la mujer desposada (Dt 22, 23-24), significando la recirculación que hay de María a Eva, porque no se desataría de otro modo lo que está atado, sino siguiendo el modo inverso de la atadura, de modo que primero se desaten los primeros nudos, luego los segundos, los cuales a su vez liberan los primeros. Así el primer nudo es desatado después del segundo, y así el segundo desata el primero.

Por eso el Señor decía que los primeros serán últimos y los últimos serán primeros (Mt 19, 30; 20, 16). Y lo mismo significa el profeta al decir: <<En lugar de tus padres tendrás hijos>> (Sal 45[44],17). Porque el Señor, al hacerse Primogénito de los muertos (Col 1,18) recibió en su seno a los antiguos padres para regenerarlos para la vida de Dios, siendo él el principio de los vivientes (Col 1,18), pues Adán había sido el principio de los muertos. Por eso Lucas puso al Señor al inicio de la genealogía para remontarse hasta Adán (Lc 3,23-38), para significar que no fueron aquéllos quienes regeneraron a Jesús en el Evangelio de la vida, sino éste a aquéllos. Así también el nudo de la desobediencia de Eva se desató por la obediencia de María; pues lo que [960] la virgen Eva ató por su incredulidad, la Virgen María lo desató por su fe.

3.10.5. La salvación de Adán

23,1. Fue, pues, necesario que el Señor viniese a la oveja perdida para con tan grande Economía realizar la recapitulación, y para volver a buscar la obra que él mismo había plasmado; para salvar al mismo hombre hecho <<a su imagen y semejanza>> (Gén 1,26), es decir, al viejo Adán, una vez cumplidos los tiempos <<que el Padre había fijado con su poder>> (Hech 1,7), de la condenación que había recaído sobre él por su desobediencia -porque todo plan de salvación en favor del hombre se hacía según el beneplácito del Padre-, a fin de que Dios no quedase vencido ni se perdiese su obra de arte. Pues, si el hombre al que Dios había hecho para que viviese, al perder la vida herido por la serpiente que lo había corrompido ya no hubiese podido volver a la vida, sino que hubiese quedado enteramente abocado a la muerte, entonces Dios habría sido vencido, y la maldad de la serpiente habría triunfado sobre el designio de Dios.

Mas, como Dios es invencible y generoso (pues se mostró magnánimo al corregir a los hombres y probarlos, como ya hemos expuesto), por medio del Segundo Hombre (1 Cor 15,47) <<ató al fuerte y le arrancó sus bienes>> (Mt 12,29; Mc 3,27), aniquiló la muerte (2 Tim 1,10), volviendo la vida al hombre que había caído bajo el poder de la muerte[288]. Pues el primer bien que cayó bajo su poder fue Adán, al que mantenía sujeto; es decir, que de forma inicua lo había empujado a la prevaricación, y poniéndole como señuelo la inmortalidad, le había infligido la muerte. Pues, en efecto, le había hecho la promesa: <<Seréis como dioses>> (Gén 3,5); mas no siendo capaz de cumplirla, le asestó la muerte. Por ello justamente Dios la volvió a someter a cautiverio, pues ella había mantenido cautivo al ser humano. Y el hombre, que había sido arrastrado a la esclavitud, [961] quedó librado de los lazos de su condena.

3.10.6. En Adán todos somos uno

23,2. A fin de puntualizar la verdad, este Adán es aquel primer hombre modelado, sobre el cual la Escritura afirma que Dios dijo: <<Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza>> (Gén 1,26). Todos los demás descendemos de él. Y, como provenimos de él, por eso llevamos también su nombre.[289] Y si se salva el ser humano, entonces es preciso que también se salve el primero que ha sido modelado. Pues parece irrazonable que aquel que venció el enemigo no libre a aquel que fue violentamente herido por el enemigo y el primero en quedar sometido al cautiverio, cuando son arrancados de éste sus hijos a quienes engendró siendo esclavo. Ni parecería vencido el enemigo, si aún pudiese conservar los antiguos despojos. Como si un enemigo atacara a un pueblo y a los vencidos llevara cautivos de modo que por largo tiempo los mantuviese esclavos, durante el cual período éstos engendrasen hijos. Si mucho después alguien se compadeciera de los esclavos y asaltara al enemigo, no actuaría con justicia si liberase a los hijos, de manos de aquellos que habían llevado a sus padres al cautiverio, en cambio dejase bajo la esclavitud del enemigo a aquellos por cuya liberación había luchado. Si los hijos vuelven a adquirir la libertad por motivo de la liberación de sus padres, no pueden quedar cautivos esos mismos padres que desde el principio han sufrido el cautiverio.

3.10.7. Dios no maldijo a Adán ni a Eva

23,3. Por este motivo, al principio de la transgresión en Adán, como la Escritura narra, Dios no maldijo a Adán mismo, sino <<la tierra que trabajarás>> (Gén 3,17). Como dijo uno de nuestros antecesores: <<Dios echó la maldición sobre la tierra, a fin de que ésta no recaiga [962] sobre el ser humano>>. Como castigo por su pecado, se impusieron al hombre los sufrimientos, el trabajo de la tierra, comer el pan con el sudor de su frente, y volver a la tierra de la que había sido sacado (Gén 3,17-19). También a la mujer se le castigó con sufrimientos, trabajos, llanto y dolor en el parto, así como el sometimiento en cuanto debe estar bajo su marido (Gén 3,16). Dios no quería ni que, por una parte, quedaran hundidos en la muerte; ni, por otra, si no eran castigados pudieran despreciar a Dios.

3.10.8. Dios maldijo a la serpiente

Sólo la serpiente es maldita. Toda la maldición recayó sobre la serpiente que los había seducido[290]: <<Y Dios dijo a la serpiente: Porque has hecho esto, serás maldita entre todos los animales domésticos y las fieras de la tierra>> (Gén 3,14). Esto mismo dirá el Señor en el Evangelio a quienes encuentre a su izquierda: <<Apartaos, malditos, al fuego eterno que mi Padre preparó para el diablo y sus ángeles>> (Mt 25,41). Con esto quiso dar a entender que el fuego eterno no fue en un principio preparado para el ser humano, sino para aquel que lo sedujo y lo arrastró al pecado; es decir, para el <<príncipe de la apostasía>> (o sea de <<la separación>>) y para los ángeles que apostataron junto con él. Y justamente también recibirán este castigo quienes, de modo semejante a ellos, perseveren en las obras del mal, sin conversión y arrepentimiento.

3.10.9. Adán y Caín

23,4. Caín, cuando Dios le aconsejó calmarse, pues no había compartido de modo justo con su hermano los deberes de fraternidad, sino que con envidia y maldad imaginó poder dominar sobre él, no sólo no se puso en paz, sino que añadió pecado a pecado, mostrando su intención con las obras. Llevó a cabo lo que había planeado (Gén 4,7-8): se impuso sobre él y lo mató. Dios sometió el justo al injusto, a fin de que el primero mediante su sufrimiento se manifestase como justo, en cambio el segundo mediante sus actos desenmascarase su injusticia.

Pero ni aun así se puso en paz ni se calmó de sus malas acciones; sino que, interrogado sobre dónde [963] estaba su hermano, dijo: <<No lo sé. ¿Soy acaso el guardián de mi hermano?>> Con su respuesta aumentó y multiplicó el mal. Pues, si era malo matar a su hermano, mucho peor era responder de esa manera a Dios que todo lo sabe, [exclamdown]como si pudiera engañarlo! Por ese motivo, él mismo cargó con la maldición, porque disimuló el pecado y ni temió a Dios ni se arrepintió del fratricidio.

3.10.10. Adán cayó engañado: su arrepentimiento

23,5. No es igual el caso de Adán, sino muy diferente. Otro lo sedujo con la tentación de inmortalidad, pero de inmediato el temor lo sobrecogió y trató de esconderse; mas no como quien quiere huir de Dios, sino que, confundido por haber transgredido su mandato, se sintió indigno de acercarse a la presencia de Dios para hablar con él: <<El temor de Dios es el principio de la sabiduría>> (Prov 9,10; Sal 111[110],10). Entender que se ha pecado lleva a la penitencia, y Dios derrocha su bondad en favor de los penitentes.

Adán mostró su arrepentimiento con su cinturón, al ceñirse con hojas de higuera. Habiendo muchos otros tipos de hojas que podían lastimar menos el cuerpo, sin embargo, movido por el temor de Dios, tejió un cinturón digno de su desobediencia (Gén 3,7-10). De esta manera, reprimía el impulso de la carne que le había hecho perder el modo de ser y la ingenuidad del niño para volver su mente al mal. Se revistió con un freno de continencia que también compartió con su mujer, pues temía a Dios y esperaba su venida, como si quisiera decir: <<Puesto que por la desobediencia he perdido el vestido de santidad que recibí del Espíritu[291], reconozco merecer este vestido que no produce ningún placer, sino que me muerde y lastima el cuerpo>>. Y de su parte siempre se hubiera humillado llevando ese vestido, si el Señor misericordioso no les hubiera dado túnicas de pieles en lugar de sus hojas de higuera.

3.10.11. La misericordia de Dios

Por su misma misericordia les preguntó, para que la acusación recayera sobre la mujer; y de nuevo la interrogó a ella, para que ella a su vez transfiriera la culpa a la serpiente. Ella, en efecto, declaró lo sucedido: <<La serpiente me sedujo y comí>> (Gén 3,13). Dios no interrogó a la serpiente, [964] pues conocía muy bien al príncipe de la transgresión; sino que primeramente lanzó contra ella la maldición, de modo que en segundo lugar sobre el hombre recayera una reprensión. Pues Dios odiaba al que sedujo al ser humano; en cambio poco a poco sintió misericordia por aquel que había sido seducido.

23,6. Por este motivo <<lo echó del Paraíso>> y lo alejó <<del árbol de la vida>> (Gén 3,23-24). No es que Dios sintiese celos por el árbol de la vida, como algunos se atreven a opinar; sino que fue acto de misericordia alejarlo para que no siguiese transgrediendo, a fin de que su pecado no estuviese en él para siempre como un mal insaciable y sin remedio. De este modo le impidió seguir transgrediendo el mandato, le impuso la muerte y marcó un límite al pecado al ponerle a él un término en la tierra mediante la disolución de la carne. De esta manera el hombre, al morir, dejaría de vivir para el pecado y comenzaría a vivir para Dios.

3.10.12. La descendencia de la mujer aplasta la serpiente

23,7. Por eso Dios puso una enemistad entre la serpiente, y la mujer y su linaje, al acecho la una del otro (Gén 3, 15), el segundo mordido al talón, pero con poder para triturar la cabeza del enemigo; la primera, mordiendo y matando e impidiendo el camino del hombre, <<hasta que vino la descendencia>> (Gál 3,19) predestinada a triturar su cabeza (Lc 10,19): éste fue el que María dio a luz (Gál 3,16). De él dice el profeta: <<Caminarás sobre el áspide y el basilisco, con tu pie aplastarás al león y al dragón>> (Sal 91 [90],13), indicando que el pecado, que se había erigido y expandido contra el hombre, y que lo mataba, sería aniquilado junto con la muerte reinante (Rom 5,14.17); y que por él sería aplastado el león que en los últimos tiempos se lanzaría contra el género humano, o sea el Anticristo, el dragón que es la antigua serpiente (Ap 20,2), y lo ataría y sometería al poder del hombre que había sido vencido, para destruir todo su poder (Lc 10,19-20). Porque Adán había sido vencido, y se le había arrebatado toda vida. Así, vencido de nuevo el enemigo, Adán puede recibir de nuevo la vida; pues <<la muerte, la última enemiga, queda vencida>> (1 Cor 15,26), que antes tenía en su poder al hombre. Por eso, liberado el hombre, <<acaecerá lo que está escrito: La muerte ha sido devorada por la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?>> (1 Cor 15,54-55). [965] Esto no podría haberse dicho si no hubiese sido liberado aquel sobre el cual dominó al principio la muerte. Porque la salud de éste consiste en la destrucción de la muerte. Y la muerte fue destruida cuando el Señor dio vida al hombre, quiero decir a Adán.

3.10.13. Adán fue perdonado (contra Taciano)

23,8. Mienten, por tanto, quienes se oponen a su salvación[292]. Con ello se excluyen a sí mismos de la vida, pues no creen que la oveja perdida ha sido hallada (Lc 15,5-6); y si no ha sido hallada, entonces toda la descendencia de la raza humana está aún bajo el poder de la perdición.

También es un engañador Taciano, el primero que inventó esa doctrina, que mejor puede llamarse ignorancia y ceguera. Pues éste, después de haber hecho un amasijo de todas las herejías, de su propia cosecha inventó ésta, a fin de añadir algo nuevo a todo lo que ya se había dicho. Lanzando palabras vacías, se formó sus propios seguidores vacíos de fe. Presumiendo de maestro, se empeñó en usar todo el tiempo como punta de lanza el dicho de Pablo: <<En Adán todos hemos muerto>> (1 Cor 15,22), pero olvidándose de que <<donde abundó el pecado sobreabundó la gracia>> (Rom 5,20). Una vez que todo lo anterior ha quedado claro, sientan vergüenza sus seguidores que se la traen contra Adán, como si mucho ganaran con que éste no se haya salvado, cuando en realidad ningún beneficio sacan. Así como la serpiente nada aprovechó tentando al hombre, sino presentarlo como un transgresor, y convertirlo en el primer instrumento y la materia de su propia apostasía, mas a Dios no lo venció. De modo semejante, quienes atacan la salvación de Adán, nada ganan sino desenmascararse como herejes apóstatas de la verdad, y abogados de la serpiente y de la muerte.

[966] 24,1. Hemos denunciado a todos los que enseñan perversas doctrinas acerca de nuestro Creador y Plasmador que hizo este mundo, y sobre el cual no hay ningún otro Dios. Usando sus mismos argumentos hemos echado por tierra a los que enseñan falsedades sobre el ser de nuestro Señor y sobre la obra salvífica que realizó por el hombre su criatura.

3.11. Conclusiones

3.11.1. La Iglesia y el Espíritu Santo

Hemos también expuesto cómo la predicación de la Iglesia es la misma en todas las regiones, se mantiene igual y se funda en el testimonio de los profetas, de los Apóstoles y de todos los discípulos; y así también (hemos explicado) desde el principio, por sus medios y hasta el fin, el universal proyecto salvífico de Dios, y la obra que realiza todos los días por la salud del hombre, en lo que nuestra fe consiste.

Conservamos esta fe, que hemos recibido de la Iglesia, como un precioso perfume custodiado siempre en su frescura en buen frasco por el Espíritu de Dios, y que mantiene siempre joven el mismo vaso en que se guarda. Este es el don confiado a la Iglesia, como el soplo de Dios a su criatura, que le inspiró para que tuviesen vida todos los miembros que lo recibiesen. En éste se halla el don de Cristo, es decir el Espíritu Santo, prenda de incorrupción, confirmación de nuestra fe, y escalera para subir a Dios. En efecto, <<en la Iglesia Dios puso apóstoles, profetas, doctores>> (1 Cor 12,28), y todos los otros efectos del Espíritu. De éste no participan quienes no se unen a la Iglesia, sino que se privan a sí mismos de la vida por su mala doctrina y pésima conducta. Pues donde está la Iglesia ahí se encuentra el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios ahí está la Iglesia y toda la gracia, ya que el Espíritu es la verdad.

3.11.2. Los herejes destruyen su salvación

Por tanto, quienes no participan de él, ni nutren su vida con la leche de su madre (la Iglesia), tampoco reciben la purísima fuente que procede del cuerpo de Cristo. <<Cavan para sí mismos cisternas agrietadas>> (Jer 2,13), se llenan de pozos terrenos [967] y beben agua corrompida por el lodo; porque huyen de la fe de la Iglesia para que no se les convenza de error, y rechazan el Espíritu para no ser instruidos.

24,2. Enajenándose de la verdad, revolotean de error en error, andan fluctuando, opinando ora de un modo, ora de otro, según las ocasiones, y nunca llegan a afirmarse en una doctrina estable. Prefieren ser sofistas de las palabras, a ser discípulos de la verdad. No están fundados sobre una Piedra, sino sobre arena (Mt 7,24-27) [exclamdown]que esconde muchos sepulcros! Por eso se fabrican muchos dioses. Su excusa es decir que andan buscando ([exclamdown]como ciegos!), pero de hecho nunca encuentran. Blasfeman contra el Demiurgo, o sea el verdadero Dios, que es quien nos concede encontrarlo, creyendo que han encontrado sobre Dios a <<otro Dios>>, <<otra Plenitud>> y <<otra Economía>>.

3.11.3. Bondad infinita del Dios Creador: providencia y juicio

Nada de extraño que la luz de Dios no los alumbre, pues han deshonrado y despreciado a Dios, sin pensar en absoluto en aquel que por su amor e inmensa benignidad se ha dado a conocer a los hombres. No quiero decir que lo conozcamos en toda su grandeza ni según su substancia (pues nadie lo ha medido ni tocado), pero sí lo suficiente para saber que él nos hizo y plasmó, que sopló su aliento de vida y que nos alimenta con su creación, <<que todo lo asentó con su Verbo y lo hizo uno con su Sabiduría>> (Sal 33[32],6). Es decir, conocemos al único Dios verdadero. No es ciertamente ese (Dios) <<que no es>> en quien ellos sueñan, pensando haber hallado al <<gran Dios>> a quien nadie puede conocer, que no se comunica con la raza humana ni tiene providencia[293] de las cosas de la tierra. Es el Dios de los epicúreos, que dicen haber hallado a un Dios que ni es útil para nadie, ni tiene providencia de nada.

[968] 25,1. Pues Dios tiene providencia de todas las cosas, por eso se hace presente, guiándolos con su consejo, en aquellos que a su vez tienen providencia de su conducta. Por fuerza aquéllos sobre los cuales recae la providencia y el gobierno, deben conocer a quien los dirige. Al menos así no serán irracionales ni estarán vacíos de la mente, sino que serán sensibles para percibir la providencia de Dios. Por este motivo algunos paganos, menos esclavos de sus pasiones y no tan cerradamente aprisionados en la superstición de los ídolos, aunque débilmente guiados por su providencia, se convirtieron y llegaron a llamar al Demiurgo del universo, Padre de todas las cosas y providente Señor de nuestro mundo.

25,2. Otro error consistió en arrancar al Padre el juicio y el castigo, pensando que ese poder es impropio de Dios. Por eso imaginaron haber encontrado a un Dios <<bueno y sin ira>>, así como a otro Dios <<cuyo oficio es juzgar>> y <<otro para salvar>>. Esos pobres no se dieron cuenta de que a uno y a otro lo privan de la sabiduría y de la justicia. Pues, si el juez no fuera al mismo tiempo bueno, ¿cómo daría al premio a quienes lo merecen y reprenderá a quienes lo necesitan? Un juez de este tipo no sería ni sabio ni justo. Y si fuese un Dios bueno y únicamente bueno, pero sin juicio para juzgar quiénes merecen esa bondad, un tal Dios no sería ni justo ni bueno, pues su bondad sería impotente; ni podría ser salvador universal si carece de discernimiento.

3.11.4. Error de Marción

25,3. Marción por su parte, al partir a Dios en dos, a los cuales llamó al primero <<bueno>> y al segundo <<justo>>, acabó matando a Dios desde las dos partes. Porque si el Dios <<justo>> no es a la vez <<bueno>>, tampoco puede ser Dios aquel a quien le falta la bondad; y por otra parte, [969] si es <<bueno>> pero no <<justo>>, del mismo modo sufriría que le arrebataran el ser Dios.

¿Y cómo pueden decir que el Padre universal es sabio, si al mismo tiempo no es juez? Pues si es sabio, puede discernir. Ahora bien, discernir supone juzgar, y de juzgar se sigue el juicio con discernimiento justo; pues la justicia lleva al juicio, y cuando un juicio se hace con justicia, remite a la sabiduría.

3.11.5. Dios es sabio, bueno y justo

El Padre sobrepasa en sabiduría a toda sabiduría angélica y humana; porque es Señor, juez, justo y soberano sobre todas las cosas. Pero también es misericordioso, bueno y paciente para salvar a quienes conviene. No deja de ser bueno al ejercer la justicia, ni se disminuye su sabiduría. Salva a quienes debe salvar, y juzga con justo juicio a quienes son dignos. Ni se muestra inmisericorde al ser justo, porque lo previene y precede su bondad.

25,4. El Dios benigno <<hace salir su sol sobre todos y llueve sobre justos y pecadores>> (Mt 5,45). Juzgará por igual a cuantos recibieron su bondad, mas no se comportaron de manera semejante según la dignidad del don recibido, sino que se entregaron a placeres y pasiones carnales en contra de su benevolencia, muchas veces hasta llegar a blasfemar contra aquel que los hizo objeto de tantos beneficios.

3.11.6. Platón conoció a Dios

25,5. Platón, en comparación con éstos, es más religioso. Confesó a Dios justo y bueno, con poder universal y con oficio de juzgar. En efecto, escribe: <<Dios, como dice la antigua tradición, tiene en su mano el inicio, [970] el medio y el fin de todas las cosas, en todo obra rectamente, envolviendo todo por naturaleza. Siempre lo sigue la justicia vengadora de cuantos violan la ley divina>>.[294] En otro lugar muestra al Creador y Demiurgo del universo, en toda su bondad: <<En el que es bueno, jamás brota ninguna envidia de nadie>>.[295] Pone la bondad de Dios como principio y origen de la creación del mundo, no <<la ignorancia>> ni <<los lamentos y clamores de la Madre>>, ni <<otro Dios y Padre>>.

[253] Texto muy querido de San Ireneo, y con frecuencia citado: el <<signo>> profético de la concepción virginal de Jesús anunciada por Isaías, indica tres cosas: 1ª la verdadera humanidad de Jesús nacido de María; 2ª su filiación divina, significada por su origen humano sin intervención de varón; 3ª la unidad de Dios en los dos Testamentos, manifestada en la profecía: el mismo que anunció esta obra en el Antiguo Testamento la lleva a cabo en el Nuevo.

[254] Nótese la lectura en singular de Jn 1, 13, común hasta el s. IV Esta sería una sugerencia joánea de la concepción virginal de Jesús. Cf. también adelante, 19,2; 21,5 y V, 1,3. Véase la reseña de estos textos antiguos en A. SERRA, Art. "Virgen", en Nuevo diccionario de mariología, Madrid, Paulinas 1988, pp. 1191s.

[255] tôn eis koímesin peporeuménon, paz y refrigerio <<de aquellos que han ido a dormir>>: importante mantener (en éste y otros pasajes) el término preciso con el cual, siguiendo a Pablo y varios lugares del Evangelio, los Padres Griegos indican la muerte del cristiano, que no es muerte sino dormición para <<despertar>> en la resurrección. Es necesario tenerlo presente desde el principio para comprender la doctrina de la <<dormición>> de María. A la figura de la muerte con esperanza de resucitar, como <<dormición>>, corresponde en griego la expresión <<fue despertado>>, de ordinario traducido a lenguas actuales, con menor precisión, por <<resucitó>> o <<fue resucitado>>.

256 Esto es lo que en hebreo significa el nombre del hijo de Isaías: Maher Salal Jas Baz.

[257] Aquí subyace la doctrina de los dos Adanes: el primero es cabeza de la humanidad caída, el segundo se hace Cabeza de la humanidad salvada. Pero en esta humanidad Cristo también se constituye Cabeza cósmica, de modo que recapitula (en su humanidad) toda la creación (hecha para el hombre), y así adquiere el primado sobre ella. La recapitulación es uno de los pilares del pensamiento de San Ireneo: ver III, 23,1; IV, 6,2; 38,1; 40,3,; V, 1,2; 20,2; D 6, 30, 32-33, 37, 95, 99.

[258] Lit. <<de la copa del compendio>> (tês syntomías poteríou): Ireneo ve el milagro de Caná como un signo que prefigura la Eucaristía. María tendría ansia de apresurar el momento, teología muy repetida por varios de los Padres, que ven en esto una pequeña imperfección de la cual María habría de ser redimida, por desear apresurar la hora fijada por el Padre.

[259] Los gnósticos niegan la salvación de la carne, y por ende la regeneración bautismal para la vida eterna. Ireneo afirma esta última en varios pasajes: ver V, 2,2; 15,3; D 3 y 100.

[260] En el texto latino de Ireneo se lee: <<In spiritu principali>>, según la Vetus Latina.

[261] Texto extremamente rico sobre la obra del Espíritu Santo en nosotros; envía a los Apóstoles a las naciones, da la vida, hace comprender el Nuevo Testamento, une los pueblos distantes, ofrece al Padre la primicia de las naciones, nos une en Cristo, nos hace dar fruto, nos purifica por el bautismo, nos da la incorrupción.

[262] Por el contexto se refiere a la verdadera encarnación de Cristo, celebrada en la Eucaristía, contra los gnósticos docetas, y termina con la cita de 1 Cor 10,16, sobre el cáliz de la sangre de Cristo.

[263] La Madre de ellos, que presumen de pneumáticos. Recuérdese que la cruz de Jesús se convierte para los gnósticos en sólo una expresión simbólica (mítica) del Cristo superior que se extendió sobre el Límite (Cruz), para dar substancia pneumática a la Sabiduría (Madre de los gnósticos) que salió del Pléroma. Por eso el pneuma (la substancia de ellos) es una semilla del Pléroma extraviada en la materia, libre de la cual deberá retornar a su origen mediante la gnosis: en esto consiste su salvación. Por eso el Cristo superior es también el <<Salvador de lo alto>>. San Ireneo les contrapone la doctrina revelada: el Salvador de los seres humanos no es otro que el Cristo nacido de la Virgen, el Emmanuel, que verdaderamente ha muerto y resucitado por nosotros.

[264] Repite este fragmento, con una ligera variante.

[265] Es decir, el Jesús de la Economía y el Cristo superior que lo abandonó antes de la pasión.

[266] Es decir, por Adán y Eva.

[267] La recapitulación del hombre, cuyo fruto es la reconciliación de la raza pecadora con Dios para vencer la muerte y gozar de la incorrupción, supone en nuestra Cabeza, para que sea mediador: 1º una verdadera humanidad, que lo haga nuestro representante verdadero; 2º ser verdadero Dios, de otro modo sería incapaz de darnos la salvación; 3º ser uno solo (en el siglo V se hablaría de la unidad de hipóstasis y persona) para unir nuestra humanidad con Dios.

[268] De hecho el hombre es esclavo de la muerte (V, 19,1), pero no por naturaleza, sino por su pecado. La muerte no es secuela de su ser humano, sino de su pecado: ver III, 19,1; 22,4; 23,1.3.6-7; IV, Pr. 4; 4,1; 22,1; 28,3; 33,4; 39,1; V, 3,1; 10,2; 11,2; 14,4; 19,1; 21,1-2; 23,1-2; 27,2; 34,2; D 15, 31.

[269] Me parece que el texto latino traduce pobremente (y desde una teología posterior, erróneamente, pues sería una fórmula monofisita atribuida a Ireneo) el original griego: sygginoménou dè tô anthrópo: <<absorto autem homine in eo queod vincit et sustinet...>>, y la traducción francesa de F. Sagnard, SC 211 (ed. 1952), p. 337: <<était absorbé [dans le Verbe]...>>. El verbo syggínomai no significa absorber, sino estar (o habitar) en.

[270] Para los gnósticos la oveja perdida era el símbolo (mito) del Eón extraviado que el Salvador vino a buscar para volverlo al Pléroma mediante el conocimiento (ver I, 8,4; 23,3; II, 5,2; 24,6). Para San Ireneo la oveja extraviada es el ser humano destinado a la vida divina, que por el pecado ha errado y necesita que el Pastor asuma su carne para buscarla. Ver D 33.

[271] O puede ser la lección: <<a todo ser humano que encuentre en el camino>>, en referencia a la parábola de la oveja perdida apenas citada.

[272] Es decir, la pasión y muerte experimentada por el Hijo.

[273] Un bello rasgo de la espiritualidad de San Ireneo. Dios revela al hombre su condición de pecador condenado a la muerte, pero destinado a la salvación por un plan de amor, en cuya realización descubre la omnipotencia divina. Pero el énfasis no está puesto en la miseria humana, sino en la misericordia del Padre. Por eso el sentimiento que esta revelación incita en el ser humano, no es el de humillación, sino el de gratitud y amor de correspondencia. Y de este modo el hombre, que en sí mismo no encontraría sino miseria y muerte, halla en Dios su gloria, es decir, la manifestación de lo que él es realmente: el objeto del amor sin medida, del poder y de la sabiduría de Dios.

[274] <<La verdadera gloria (dóxa)>>. Claramente no se refiere a la gloria en el sentido actual (relacionada con triunfos, premios, etc. que vienen de fuera), sino en el sentido bíblico: es la dóxa (última raíz en el verbo dokéo), esto es, la manifestación de lo que se es en el interior.

[275] No conocemos este texto, que no se halla en la Biblia. En otros pasajes Ireneo lo cita, pero en IV, 22,1 lo atribuye a Jeremías, y al <<profeta>> en V, 31,1. También lo cita en IV, 22,13; IV, 33,1.12. En D 78 también lo atribuye a Jeremías (cf. edición en Fuentes Patrísticas 2, por E. Romero Pose, Madrid, Ciudad Nueva 1992, p. 197 nota 1). Pudo haberlo sacado de S. JUSTINO, Diálogo con Trifón 72: PG 6,644-645. Este autor alega en ese párrafo que los judíos habrían arrancado de la Biblia pasajes de Esdras y Jeremías que se referían a la encarnación del Hijo de Dios.

[276] Nótese que atribuye a Amós un texto de Miqueas.

[277] Lit. secundum Africum.

[278] Lit. ab Africo.

[279] El hebreo de Is 7,14 propiamente no dice bethûlâh (virgen), sino almah (joven casadera, que prescinde de si es virgen o no, aunque en su cultura se presumía serlo); pero los traductores de la biblia griega no vertieron por neânis (joven), sino por parthénos (virgen), de donde lo tomó San Mateo. Hay un desarrollo del pensamiento (y no sólo un error de versión o una elección del lenguaje) que mira en el signo que Yahvé ofrece, para indicar su propia intervención, la preñez de una virgen. Ya San Justino había argüido: ¿qué signo de una intervención especial de Dios podría ser la preñez común de una joven que concibiera como todas las demás? (ver Diálogo con Trifón 84: PG 6, 673). Por eso, siendo la traducción de los LXX la que usaron los escritores del Nuevo Testamento, San Ireneo es testigo de una tradición acerca de que esta traducción supone una especial inspiración divina (III, 21,2); por ese motivo es la que usaron los Apóstoles (ibid. 3) y que la Iglesia predica. Una vez más vemos la correspondencia entre revelación de la Escritura, Tradición apostólica y predicación de la Iglesia como arguemento de la única fe.

[280] Es decir, la Biblia llamada de los LXX es la que usaron los Apóstoles en las comunidades del Nuevo Testamento.

[281] <<De sus lomos y riñones>>, eufemismo: de su sexualidad viril. Dios había prometido que nos salvaría mediante un hijo de David: ver III, 10,4; 12,2; 16,2; 21,5.9; D 36. Esta promesa se hace real cuando Jesús nace virginalmente de María: ver III, 21,6.

[282] El cuerno del poder: símbolo de la fuerza del toro, aplicado al rey.

[283] En D 54 aplica a la concepción y parto de la Virgen el texto de Is 66,7, y comenta: <<Así dio a conocer lo inesperado e inopinado de su nacimiento de la Virgen>>, es decir, sin dolores, como signo de la salvación que también nos ganó él de manera inopinada. San Ireneo siempre enfoca la virginidad de María desde el servicio a la Economía de su Hijo. Los valentinianos, en cambio, interpretan el nacimiento virginal en sentido doceta, como signo de que el Verbo nada tomó de María (I, 7,2. III, 11,3; 16,1). Los ebionitas, por su parte, hablan de un nacimiento natural de Jesús, por eso se cierran, como los valentinianos, a la salvación (ver V, 1,3), aunque por motivos diversos.

[284] En D 26 explica lo que la Escritura entiende por el dedo de Dios: <<El dedo de Dios es lo que sale del Padre en el Espíritu Santo>>.

[285] Hace referencia al anillo real que llevaba la imagen del soberano, usado como sello.

[ ]286 El paralelismo paulino <<primer Adán>> - <<segundo Adán>>, sugiere a San Ireneo el paralelismo también en la manera del origen: el primero de la tierra virgen, no inseminada; el segundo, de la Madre virgen, tampoco inseminada. Pero entonces, ¿por qué esta semejanza, para ser más perfecta, no impulsó a Dios a decidir que su Hijo naciese también, como el primer Adán, de la tierra virgen? Por motivo de la recapitulación: el segundo Adán no habría sido Cabeza de la descendencia de Adán, si no hubiese pertenecido a ella tomando su carne. Para poder recapitular la carne de Adán, tenía que asumirla como propia. Pero no podía nacer como cualquier otro ser humano pecador: así como el primero recibió del Espíritu de Dios la vida (Gén 2,7), así la carne del segundo la debió recibir del Espíritu Santo. La virginidad de María está, pues, al servicio de la Economía realizada en su Hijo.

[287] En paralelo con la recapitulación y recirculación (obra de Cristo), María, asociada a la misión de su Hijo que por su obediencia ha salvado al hombre caído por la desobediencia, colabora con su Hijo mediante la obediencia, en contraposición a la desobediencia de Eva: ver V, 19,1; D 33: <<El mal es desobedecer a Dios; el bien, en cambio, es obedecer>>.

[288] El Señor se encarnó, murió y resucitó para vencer la muerte que había recaído sobre el hombre como condena por el pecado. Principio repetido por San Ireneo: ver III, 23,7-8; D 6, 38.

[289] Nótese que Adam es, simplemente, <<el terreno>>, es decir, el hombre (homo, de humus, tierra). Por eso la expresión bíblica bar adam suele traducirse <<hijo de hombre>>.

[290] Dios maldice a la serpiente (que representa al ángel apóstata), porque pecó por malicia; en cambio no maldice al ser humano, sino solamente lo castiga, porque ha obrado por debilidad y engaño (ver III, 23,1; D 16).

[291] O bien <<la estola de la santidad que recibí del Espíritu>>: signo de la pureza original en la que el hombre fue creado, perdida por el pecado. Ver descrito ese estado arriba, en III, 22,4; D 14.

[ ]292 Es decir quienes condenan a Adán para siempre.

[293] Lit. <<que no administra las cosas terrenas>>.

[294] PLATON, De las leyes 4.

[295] PLATON, Timeo 3.