PRESENTACIÓN

Al iniciar el Año Jubilar 2000 la Conferencia del Episcopado Mexicano desea conmemorar el fausto aniversario de la Encarnación del Hijo de Dios, editando la primera gran síntesis teológica en la historia del cristianismo. Su autor es el más destacado teólogo y Padre de la Iglesia del siglo II, San Ireneo de Lyon, que a través de su maestro San Policarpo fue discípulo de San Juan. Representa del modo más puro la Tradición Apostólica. Esta obra es de un interés particular, porque en la Providencia divina llegó a ser la fuente de la que brotaron muchas ideas y principios que en los siglos siguientes fecundaron la teología hasta el día de hoy. Para valorar su importancia basta ver, por ejemplo, la cantidad de veces que citan esta obra los documentos del Magisterio de la Iglesia, por ejemplo los del Vaticano II o el Catecismo de la Iglesia Católica.

Presentamos el libro en versión castellana, ya que es imposible conseguirlo en nuestra lengua. Nuestra edición no tiene los caracteres propios de una obra de altas investigaciones, sino la más modesta forma de un auxiliar para que nuestro clero, estudiantes de teología, religiosos y laicos más preparados, puedan tener a la mano tan digno transmisor de la fe primitiva de la Iglesia. De esta manera podrán acceder a una de las más importantes fuentes de la Tradición, que, junto con la Escritura, constituye el depósito de nuestra fe, como señala el Concilio Vaticano II (DV 8-13).

La edición fue preparada por el P. Carlos Ignacio González, S.J., nativo de Nayarit, antiguo Profesor de la Universidad Gregoriana de Roma y actualmente de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima, en la cual es también Director del Centro de Investigaciones Teológicas y de la Revista Teológica Limense. En años anteriores ha colaborado con esta Conferencia, mediante cuatro libros de Teología para la colección de textos para los seminarios, y otros tres sobre los Padres de la Iglesia. Le agradecemos este servicio al pueblo de Dios.

A todos nuestros amigos, colaboradores y hermanos del pueblo cristiano en general, deseamos que esta obra pueda servirles para ahondar en la fe en el Señor Jesucristo, el Hijo de Dios que hace 2000 años se hizo carne por nosotros.

Por la Conferencia del Episcopado Mexicano,

+ Luis Morales Reyes Alcántara 
Arz. de San Luis Potosí 
Presidente 

+ Abelardo Alvarado
Ob. Aux. de México

Secretario General



INTRODUCCIÓN

 

 

I. SAN IRENEO DE LYON

Nació en Asia Menor (+/- 135/140), hijo de padres paganos. Desde su juventud conoció en Esmirna al obispo Policarpo, que había sido discípulo de la escuela joánea en Efeso. En el año 177 se hallaba en Lyon, aunque se ignora el motivo, cuando el presbiterio lo envió a Roma, con cartas para el Papa, a fin de consultarle sobre asuntos de la Iglesia de las Galias que en ese momento se hallaba gravemente perseguida. Cuando San Ireneo regresó de Roma, se encontró una comunidad muy destrozada. Por causa de la fe fueron asesinados en ella ante todo el obispo Fotino, ya muy anciano, junto con muchos miembros de su clero y multitud de seglares. Entonces San Ireneo fue elegido para suceder al obispo martirizado. Acuciado por el problema de las sectas heréticas, sobre todo las de tinte gnóstico, escribió su obra Exposición y refutación de la falsa gnosis, normalmente conocida como Contra los herejes, durante el pontificado de San Eleuterio, alrededor de los años 180/190. Muy poco se conoce sobre su muerte. La Iglesia lo venera como mártir, pues según la tradición antigua, habría muerto entre la multitud que fue masacrada durante la persecución de Septimio Severo (+/- 200/202).


II. EXPOSICIÓN DE LAS DOCTRINAS GNÓSTICAS


El prólogo del libro I descubre la preocupación de San Ireneo: «Algunos, rechazando la verdad, introducen falsos discursos» y por medio de argucias tratan de engañar a los cristianos sencillos; manipulan el sentido de la Palabra divina, mienten sobre el Creador, presumen de un «conocimiento» (gnosis) reservado a ellos, que los elevan por sobre el Creador, hasta un Padre supremo que sería por naturaleza desconocido para todos, y enteramente desconectado de este mundo. Sus métodos: se encubren bajo el secreto reservado a los iniciados. Por el secretismo y la apariencia de gnosis, su doctrina ejerce fascinación sobre los ingenuos. La táctica de San Ireneo es arrancarles la máscara y sacar a la luz su doctrina para que sus errores queden al desnudo (libro I). Luego desentraña sus enseñanzas para mostrar las contradicciones y su oposición a la Palabra revelada (libros II-V).

1. Origen

Se ignoran sus remotos orígenes históricos. Se tienen datos sobre su desarrollo, parcialmente en el Nuevo Testamento, por las referencias antiheréticas sobre todo de San Pablo y de San Juan[1].

1.1. Psicológico. El mal que experimentamos en el mundo causa una angustia de la que los seres humanos tratamos de liberarnos. Esta tendencia da origen a diversas religiones, que ofrecen variadas respuestas, muchas de las cuales proponen la huida del mundo material en que vivimos, al que se considera causa y origen de los males. El gnosticismo trata de «conocer» (de ahí la gnosis) la «verdadera naturaleza» del mundo, del ser humano y de Dios. Cree encontrar la salvación en el conocimiento. El hombre verdadero es el espíritu, «semilla de la divinidad» encarcelada en la carne, que el Salvador habría venido a liberar para que se remonte a su origen en el Pléroma (es decir la Plenitud en la región del espíritu). Por supuesto, dicha gnosis es privilegio del «iniciado» (en griego mystes, de donde resulta una religión «mistérica»).

«La gnosis del gnosticismo es una forma de conocimiento religioso que tiene por objeto la verdadera realidad espiritual del hombre. Dada a conocer por un revelador-salvador y garantizada por una propia tradición esotérica, la gnosis es de suyo capaz por sí misma de salvar a quien la posee. Por lo general la didaskalía o instrucción gnóstica, con la que el adepto es iniciado, se basa en la transmisión de un relato mítico, que se propone responder a las preguntas existenciales típicas de todo gnóstico»[2].

1.2. Histórico. Según San Ireneo, Simón el Mago (cf. Hech 8,9-25) es el patriarca de todos los gnósticos cristianos[3]. Durante el siglo I estos sectarios se concentraron en las regiones de Palestina y Siria, pero ya a mediados del siglo II se extendieron a Egipto y al Occidente.

1.3. Fuentes. Acuden a las mismas fuentes que los cristianos, pero usadas e interpretadas a su manera:

1ª La Escritura. San Ireneo los acusa de abusar de ella, entresacando vocablos y frases aisladas para explicarlas de tal modo que apoyen sus doctrinas, cuyo origen toman de otras fuentes. De este modo simulan ser cristianos para engañar a los incautos y arrastrarlos a sus sectas (cf. III, 25,2).[4] Como presumen de tener el «conocimiento», pasan por ser aquellos que interpretan la Biblia de modo profundo, guiados por los «misterios» que en secreto San Pablo habría comunicado a algunos elegidos, ocultos para los cristianos comunes.

2ª La Tradición. Se oponen a la Tradición de la Iglesia, pues ellos guardarían la verdadera, ya que el Señor, que tenía diversas naturalezas (el Cristo «de arriba» o pneumático y el «terreno» o psíquico) habría revelado una cosa a los sencillos y terrenos, y otra más elevada a los espirituales o «pneumáticos» (cf. III, 11,1; 16,1.6): a los judíos y a los Apóstoles (que también eran judíos), como eran «psíquicos» y no «espirituales» (cf. III, 15,2), les anunció al Dios del Antiguo Testamento. En cambio, a los «espirituales» les reveló a su Padre, que es enteramente desconocido (cf. III, 5,1; 12,6). Por eso los Apóstoles siguieron predicando al Dios judío (cf. III, 12,12). En cambio los «espirituales» recibieron la gnosis de la verdad completa (cf. III, 12,7; 13,2). De ahí que los cristianos de la Iglesia terrena deban salvar su alma por la fe y las obras, siguiendo lo mandado en el Antiguo Testamento y los Evangelios comunes. En cambio, a los iniciados Pablo enseñó al Padre desconocido y al Cristo «de lo alto» que se manifestó en Jesús (cf. III, 5,1; 17,1). Así pues, solamente los gnósticos conservan la tradición de «la verdad perfecta».

2. La doctrina de Ptolomeo

Los católicos, habituados a tener un cuerpo básico y compacto de doctrina, solemos imaginar que también lo tienen otras iglesias o sectas. No es así, porque tales grupos carecen de una autoridad magisterial, fuera de la que ejercen sus líderes. Y cada uno de éstos, para atraer prosélitos, trata de encontrar nuevas doctrinas e interpretaciones que hagan aparecer la suya superior a la de las otras cabezas de grupo. San Ireneo considera las sectas derivadas de Valentín como las más representativas, sobre todo aquellas que conservan la enseñanza de Ptolomeo, el más destacado de sus discípulos.

2.1. Su interpretación de la Biblia. Los profetas, así como las palabras de Jesús, han sido inspirados, unos por el Salvador (sus enseñanzas son de orden superior), otros por Achamot (sus doctrinas son intermedias) y los terceros por el Demiurgo (como éste es del todo ignorante del Pléroma, lo que ha inspirado es muy bajo e incapaz de salvar). Este postulado los justifica para «purificar» las Escrituras e interpretarlas de la manera que conviene a sus propias doctrinas.

San Ireneo les critica duramente el abuso de los textos bíblicos, encaminado a confundir a los cristianos ignorantes: toman frases y vocablos típicos de la Escritura, pero construyendo con ellos nuevas doctrinas e ideas fantasiosas del todo ajenas a la enseñanza y a la intención de la Palabra divina. En seguida pone como ejemplo la exégesis que Ptolomeo hace del prólogo de San Juan, para forzarlo a revelar la emanación de la Ogdóada primordial, origen del Pléroma. El obispo de Lyon les demuestra que su interpretación es arbitraria. La única exégesis legítima es la que hace la fe de la Iglesia: Juan reconoce a un solo Dios y Padre, que todo lo ha hecho por su Hijo (el Verbo) que es la Luz y la Vida, y, desde la Encarnación, también el Salvador de los hombres (cf. I, 7-9).

2.2. Los Eones. No hay un Dios, sino una serie de seres divinos o semidivinos a los que llaman Eones. Si a alguno de ellos se le puede llamar Dios en absoluto, éste es el Padre, enteramente desconocido (agnôstos) para los demás Eones y para los seres humanos, excepto para el Unigénito (cf. I, 2,1; 19,1). El resto de los Eones desean verlo, pero no son capaces, por la inmensa Grandeza (cf. I, 2,2) del Padre del que todo se origina, por lo que se llama el Protoprincipio (Proarché); también se le denomina el Abismo (Bythos) por su naturaleza insondable (cf. I, 1,1; 2,2). Todos los Eones, en último término, provienen de él y del elemento femenino que le está unido, el Pensamiento (Ennoía) llamado también el Silencio[5] (cf. I, 1,1). De esta primera pareja unida en matrimonio (sydzygía) procede la segunda: el Unigénito (llamado también Noûs = Mente o Intelecto) y la Verdad (Alétheia). Esta pareja a su vez emitió la tercera, el Verbo (Lógos) y la Vida (Zoé), las cuales, al unirse, engendraron al Hombre (Anthropos) y la Iglesia (Ekklesía). Estos ocho Eones conforman la Ogdóada superior, o conjunto de los ocho supremos.

El Verbo y la Vida produjeron, además, los diez Eones intermedios (la Década, o número perfecto); y el Hombre y la Iglesia los doce más bajos (la Docena, cuyo símbolo son los signos zodiacales). Todo el conjunto de los Eones suma treinta (8 + 10 + 12), es decir la Treintena (cf. I, 1,3), la cual constituye el Pléroma. Nótese que todas las emisiones de los Eones proceden por parejas que se unen a la manera matrimonial[6]. No es que sean materialmente sexuales, sino que los seres divinos están concebidos como proyecciones de los seres terrenos en un mundo espiritual (un «ejemplarismo al revés»: las realidades divinas como reflejos de las humanas). San Ireneo les arguye que sus Eones son sublimaciones de la psicología. En efecto, no son sino personificaciones de actividades o cualidades interiores del ser humano, despojadas del espacio y del tiempo. El Padre no es sino la proyección de lo más íntimo (inconsciente) del ser humano que en el Silencio de su interior insondable emite su Mente (el Unigénito) como la imagen de sí mismo para expresarse, y a través de ella produce todo el resto.

«Frente a la absoluta inefable simplicidad del Abismo, resalta la composición del Unigénito. La persona del Intelecto (= Unigénito) sintetiza multitud de funciones activas -desde la Verdad (Aletheia) hasta la Sabiduría (Sophia)- orientadas fuera de Dios»[7].

2.3. El Pléroma o Plenitud. Puede considerarse de dos maneras: o como la comunidad espiritual de los 30 Eones (cf. I, 1,1; 2,5), o como la región superior (más allá de los siete cielos que forman el firmamento) en la que habitan (cf. I, 2,4; 4,1). Este es el destino de los gnósticos, hombres «espirituales» (pneumatikoì) y perfectos, una vez que se hayan liberado de sus cuerpos (cf. I, 21,2). La frontera de esta región es el Límite (Hóros) al que también suelen llamar Cruz (Staurós), porque sobre él se extendió el Salvador para, proyectándose del Pléroma, llegar hasta los seres pneumáticos que debían ser salvados. El Límite tiene como función definir las cualidades del Unigénito o Mente (que son Verdad, Verbo, Vida, Hombre, Iglesia, Sabiduría), cuyo fin es proyectarse fuera de Dios. El Unigénito es la síntesis de todos los Eones, imágenes de lo que será el mundo exterior.

2.4. La creación proviene de la pasión, la tristeza, la caída y el desecho (lo que San Ireneo llama la penuria: hystérema) del último de los 30 Eones: la Sabiduría inferior (Sophía). Como sólo el Unigénito contempla al Padre, cuanto los Eones más se alejan de su origen, menos lo conocen. El más bajo de ellos, ansiando conocerlo, se puso a buscarlo: entonces su ansia se convirtió en pasión, y su búsqueda en extravío fuera del Pléroma, pues fue expulsada por el Límite, ya que no cabe pasión en el mundo del espíritu (por este motivo ella es la oveja perdida del Evangelio: cf. I, 8,4). Una vez excluida del Pléroma, la Sabiduría toma el nombre de Achamot (o Prúnikos). En medio de su angustia, lágrimas y miedo por su extravío al que la llevó la ignorancia, trató de imitar y emular al Padre en su potencia engendradora, creando, a partir de estas «pasiones», el mundo exterior al Pléroma, que al fin resultó un desecho. Por eso a la Sabiduría o Achamot se le llama la Madre.

2.5. Los tipos de substancias. En el Pléroma sólo existe la substancia espiritual (todo es Pneûma). Fuera del Pléroma hay tres tipos de substancias (cf. I, 5,1): espirituales (pneumáticas), animadas (psíquicas) y materiales (hílicas). El prototipo de substancias pneumáticas es el Padre, del que toman origen los Eones, y del que proceden también las semillas (spérmata) del espíritu divino regadas en el mundo exterior: éstas constituyen el «yo» de los seres espirituales, es decir los gnósticos. Las psíquicas son, ante todo, el Demiurgo o Creador del cosmos, y después las almas. La psyché fue creada de la pasión de la Sabiduría, aunque ya purificada por su conversión al Padre. Finalmente las hílicas son todas las cosas materiales y entre ellas los cuerpos humanos: su origen es la tristeza, el miedo, la angustia y la ignorancia (es decir la penuria o hystérema), fruto de la pasión de la Sabiduría.

2.6. La creación del Demiurgo (cf. I, 5,1) llamado también Jaldabaoth. Lo primero que la Sabiduría creó fue el Demiurgo, un ser psíquico (pues nació en el destierro del Pléroma espiritual). Este organizó la materia, pero sin darse cuenta de que la Madre lo manejaba como a su instrumento: por ello se creyó el único Dios y Creador (cf. I, 5,4), y así lo proclamó en el Antiguo Testamento, que es su obra. Es el Dios que se creyó justo, pero en realidad es cruel, vengativo, celoso y tiránico: es el Dios de los judíos. El habita en la llamada «Región Intermedia», que no es el mundo material, pero tampoco el Pléroma, sino un lugar destinado a recoger las almas de los cristianos comunes.

2.7. La hechura del mundo. La materia y los seres hechos de ella son fruto de la tristeza, el miedo, la angustia y la ignorancia; en otras palabras, de la pasión de la Sabiduría caída, aún no purificada. El cuerpo humano forma parte de esta creación, que, siendo fruto de una caída, es insalvable. Sin embargo, la Sophía no creó el mundo directamente, sino por medio del Demiurgo (el mediador o intermediario), el cual obró usando (sin saberlo) como imágenes o modelos del mundo superior, a los seres divinos que no conocía (I, 5,1). Algunas sectas lo ponen actuando por medio de los Angeles o de los Arcontes (los siete seres malvados que corresponden a los siete cielos de los planetas, que constituyen la Semana o Hebdómada). Por eso la creación no es sino una copia muy mediocre, y aun el aborto del Pléroma, así como lo es la Madre (cf. III, 25,6). El Demiurgo (Dios del Antiguo Testamento), creyéndose el único Dios, dominó tiránicamente sobre los hombres imponiéndoles su Ley (imposible de cumplir), usando a Moisés y a sus demás satélites.

2.8. La formación del ser humano. El Demiurgo creó el ser humano, que está compuesto de cuerpo material, alma psíquica y espíritu (o semilla del Padre). Pero en unos hombres predomina uno, en otros otro de estos elementos, de donde surgen los seres hílicos (los apegados a la materia o hyle, movidos por sus pasiones, representados en la Escritura por Caín), los psíquicos (en los que prevalece el alma o psyché, son los cristianos comunes que viven según la Ley y la fe, como Abel), y los pneumáticos (los que viven según el espíritu o pneûma, es decir los gnósticos, cuyo símbolo bíblico es Set) (cf. I, 7,5).

2.9. La semilla espiritual (la «imagen y semejanza» de Gén 1,26), representada por el grano de mostaza (cf. I, 6,4), es una pequeña porción de la substancia divina, emitida por la Madre sembrada en los seres creados por el Demiurgo sin que éste lo advirtiese[8]: de ahí los hombres «espirituales» (pneumáticos). Es lo único que podrá retornar al Pléroma, de donde ha salido. Es el «yo» más hondo de los gnósticos, es decir el «hombre perfecto» o «interior» del que habla San Pablo, que al final deberá liberarse del cuerpo y del alma para volver al Padre, del que ha emanado.

2.10. Escatología. Cada uno de los seres humanos tiene su propio destino, según el elemento que en él domine. Revelar este destino ha sido la obra del Salvador o Cristo encarnado en el Jesús de la Economía: los hombres hílicos no tienen salvación alguna; al morir se disolverán en la tierra, con la cual se quemarán al final del mundo. Los psíquicos, es decir los cristianos de la Iglesia terrena, en los que el alma constituye el sujeto, son los que viven según la ley moral y la fe predicada por los Apóstoles y por los Evangelios comunes; al morir podrán salvar sus almas, para habitar en la Región Intermedia con el Demiurgo psíquico, donde gozarán de una felicidad moderada. Los pneumáticos ya están salvados por naturaleza: su semilla divina no puede perecer, porque está destinada a volver a su origen espiritual en el Pléroma. Para éstos, por consiguiente, no cuenta la ley moral: hagan lo que hagan, ya están salvados por la gnosis, de modo que sólo esperan liberarse de esta cárcel del cuerpo en la cual, por el momento, se purifican (cf. I, 6,1-7,1)[9].

2.11. Transmigración de las almas o mejor, transmigración de los espíritus (reencarnación). Como sólo la semilla divina del espíritu puede volver al Pléroma, y en este mundo ha sido sembrada en un cuerpo para ejercitarse y purificarse, muchas sectas gnósticas enseñan que, cuando un alma no alcanza a experimentar todas las acciones de la vida que ha debido ejercitar durante su permanencia en un cuerpo, al deshacerse éste habrá de pasar a otro. De esta manera interpretan la parábola de Lc 12,58-59 y Mt 5,25-26: los Angeles que fabricaron el universo son los alguaciles que quieren retener las almas en este mundo. De ellos se liberarán las almas de los seres psíquicos, «tanto las que durante una sola venida se hayan preocupado por enredarse en todas las acciones posibles, como aquellas que hayan transmigrado o hayan sido metidas de cuerpo en cuerpo, hasta que, sea cual fuese su tipo de vida, hayan pagado todo lo que debían. Entonces serán liberadas, para que no tengan que vivir en un cuerpo» (I, 25,4). Por ejemplo, ya Simón Mago, su pretendido heresiarca, había enseñado que Elena, la prostituta que lo acompañaba como su amante desde Tiro de Fenicia, no era sino un Eón: el Pensamiento (Ennoía) que habría vivido anteriormente en el cuerpo de Elena de Troya (cf. I, 23,2).

2.12. Cristología. Sobre Cristo no tienen una doctrina unificada. Exponemos una un tanto híbrida, porque los elementos de algún modo pueden combinarse. En realidad deberíamos hablar de dos Cristos. El Unigénito, al mirar con compasión la oveja perdida (la Sabiduría), emitió un Cristo superior (luego intermedio entre el Verbo y la Vida) para enviarlo, junto con el Espíritu (Pneûma) a rescatarla de su exilio, y de esta manera volver a equilibrar el Pléroma. El Cristo llevó a cabo el rescate enseñándole que el Padre es desconocido: de esta manera la curó de sus pasiones[10]; y para pagar el precio se extendió sobre la Cruz (esto es, el Límite) a fin de alcanzarla y regresarla al Pléroma (cf. I, 4,1).

El Salvador. Los Eones, convocados por el Espíritu, se reunieron para emitir al Salvador, que es el fruto de todos ellos (cf. I, 3,4; 7,1; II, 2,6). Por este motivo la Escritura lo llama con muchos nombres: el Verbo, la Verdad, la Vida, el Hombre, el Hijo del Hombre, el Cristo, la Iglesia y el Espíritu Santo (cf. I, 4,5; 15,1; II, 24,1.4); por la misma razón se le denomina «el Todo» (cf. II, 12,7). Está representado por la estrella de los Magos. Fue enviado fuera del Pléroma para devolver a la Sabiduría el conocimiento que había perdido, y de esta manera convertirla de su pasión (cf. I, 8,2; II, 29,1), librándola de la ignorancia, el miedo, la angustia y la tristeza. De la conversión de la Sabiduría brotó la substancia psíquica (el Demiurgo y las almas), y de los desechos de la ignorancia, el miedo, la angustia y la tristeza (es decir, de la penuria), nacieron la materia y los seres materiales, incluido el cuerpo del hombre.

Más tarde el Salvador vino al mundo para rescatar las semillas espirituales salidas del Padre, que estaban encarceladas en los cuerpos, a fin de que regresen al Pléroma. Con este motivo tomó un cuerpo: «por motivo de la Economía[11] se le preparó un cuerpo formado con substancia psíquica, pero dispuesto con un arte inefable para que pudiera ser visto, palpado y sufrir» (I, 6,1; cf. 9, 3; 24,1-2); a este cuerpo aparente se le llama Jesús (cf. I, 2,6; 15,3). He aquí el origen del docetismo[12]. A éste se le llama también «el Cristo de la Economía» (cf. I, 3,1; 6,1). Su misión es venir a salvar a los escogidos, recogiendo las semillas de divinidad y las chispas de Luz dispersas en los cuerpos del cosmos, y dándoles a conocer que el Padre es desconocido, para que mediante la gnosis se salven.

El Cristo inferior, que tomó un cuerpo psíquico, descendió al «Jesús de la Economía» en forma de Paloma, en el momento del bautismo (cf. I, 15,3), para hablar mediante él, de manera que pudiera ser visto y escuchado. Pero lo abandonó en el instante de la pasión, para burlar a sus perseguidores, que creyeron haberlo matado. Pero en realidad murió el «Jesús de la Economía», y sólo en apariencia, mientras el Cristo se volvió al Pléroma. Según otros, el Cristo se habría cambiado por Simón el Cirineo, al que crucificaron, para burlar a sus enemigos (cf. I, 24,4).

3. Marco el Mago (cf. I, 13-22)

Pero son Marco y sus secuaces quienes más ocupan la atención de San Ireneo. Han fundado sus doctrinas y sus engaños en prácticas de magia (cf. I, 13) y en el significado que dan a las letras y a los números (cf. I, 14-16). Marcos ha inventado un «rito eucarístico» para atraer a los cristianos, mezclado con trucos que hacen aparecer el vino transformado por su color de sangre, como respuesta a las palabras secretas que pronuncian algunas mujeres a las que hace creer que están investidas de poderes especiales, para luego despojarlas de sus bienes y someterlas a sus apetitos.

Toman los nombres y números que aparecen en la Escritura para buscar su significado secreto, el mismo que siempre «coincide» con sus enseñanzas. Mediante estas prácticas «prueban» que nuestro mundo es imagen del Pléroma superior, y por eso el complicado cálculo de los números puede liberarlos y darles la salvación por su significado mistérico que se cumple en el Pléroma.

Tratan de usar diversos pasajes de la Escritura como símbolos que misteriosamente contienen su doctrina (cf. I, 17-18). Aunque el Demiurgo es ignorante, como creó este mundo movido por su Madre Achamot, todas las cosas terrenas son imágenes de las realidades del Pléroma, que de modo secreto estarían significadas en los tipos y sucesos de la Escritura.

En seguida San Ireneo denuncia la exégesis de los textos bíblicos que ellos hacen para apoyar su doctrina del Padre desconocido (cf. I, 19-20). Sería Cristo quien, a su venida, habría dado a conocer que el Dios del Antiguo Testamento no es el Dios verdadero, sino un Demiurgo de orden inferior, al que los profetas veían y de quien eran inspirados. En cambio Cristo anunció a un Padre hasta entonces ignorado (Mt 11,25-27).

A continuación el obispo de Lyon describe los «ritos de redención» que se practican en esa secta (cf. I, 21), que según ellos serían el verdadero «bautismo pneumático» de Cristo. Estos «sacramentos» harían a los hombres «perfectos» para poder entrar en el Pléroma, escapando de las Potencias y del Demiurgo que tratarían de retener a los hombres pneumáticos después de su muerte. En esta gnosis consiste la redención verdadera.

4. Las primitivas raíces de los valentinianos (I, 23-31)

En esta parte, más breve, San Ireneo pretende dar a conocer las raíces antiguas de las que provienen las sectas de su tiempo. Aquí, como en todas partes, el obispo de Lyon tiene a Simón el Mago como la semilla de todas las herejías gnósticas. Atacando sus errores, como los de otros de sus secuaces, intenta destruir por su base las herejías que en su tiempo corroían la fe y la unidad de la Iglesia.

4.1. Simón el Mago y Menandro son los ancestros. El primero se hacía pasar por «la Potencia de Dios llamada la Grande» (Hech 8,9-11). Por medio de trucos mágicos atrajo a mucha gente a su secta, e incluso pretendió comprar a los Apóstoles el secreto de las obras del Espíritu Santo. Enamorado de una tal Elena, prostituta que encontró en Tiro, la hizo venerar como la encarnación, en ese momento, del «Pensamiento» que originó en sus principios a los Angeles hacedores del cosmos. Estos, para librarse de su dominio y adueñarse de su poder, la habrían tenido encarcelada en varios cuerpos, como el de Elena de Troya: Simón, la Gran Potencia, habría venido a liberarla, así como también liberaría a todos los seres humanos, de la tiranía de los Angeles que pretendían dominar mediante los mandamientos que exigían obras de justicia (cf. I, 23).

Menandro siguió esta doctrina de su Maestro, pero se proclamó el Salvador enviado para comunicar la gnosis a los hombres y liberarlos de la dictadura de los Angeles. Ambos, «liberados» de los mandamientos (que serían imposiciones de los Angeles) se sentían libres para toda suerte de fornicaciones y otras obras «prohibidas para dominarnos» (cf. I, 23,5).

4.2. Saturnino y Basílides siguen a los anteriores. Saturnino (cf. I, 24,1-3) sólo insiste en que el Salvador vino en una carne aparente para liberar a los seres humanos del yugo del Dios de los judíos, que es el más dominante entre los Angeles creadores de la materia. Arrancando del cuerpo humano, tras la muerte, la chispa de vida que hay en el hombre, la hace remontarse hasta la Potencia Suprema; y en cambio el cuerpo y el alma se disuelven en los elementos de la tierra.

Basílides enseña una doctrina semejante, pero se especializa en describir los órdenes y derivaciones de los seres intermedios entre el Padre ingénito y los órdenes más bajos, cuyo número multiplica sin límite. Y como éstos habitan en los cielos, también exagera hasta el exceso el número de cielos nacidos unos de otros que ellos ocupan. El Dios de los judíos y los Angeles habitan en el más bajo de ellos. El Hijo (o Mente del Padre ingénito) se habría manifestado bajo la apariencia de un cuerpo para revelar al verdadero Dios. Los judíos quisieron matarlo, pero en realidad mataron a Simón de Cirene: él se les escapó y volvió al Padre. Después de la muerte de los hombres, su mente volverá también al Padre ingénito (cf. I, 24).

4.3. Carpócrates enseña la diferencia entre el Padre ingénito y los Angeles hacedores del mundo. Jesús fue un hombre ordinario, nacido de José y de María, pero su alma (como la de algunos privilegiados) procede de la esfera del Padre. Por eso Jesús, así como esas almas, despreció la ley que los hacedores de este mundo por medio de Moisés impusieron a los hombres para mantenerlos bajo su dominio. Cuando estas almas queden libres del cuerpo, volverán a remontarse hasta el Padre. Esa «libertad» de la ley los justifica para toda suerte de libertinajes.

Pasamos por alto las breves alusiones que San Ireneo hace a Cerinto (cf. I, 26,1), a los nicolaítas (cf. I, 26,3), a Cerdón (cf. I, 27,1), a Marción (cf. I, 27,2) así como a sectas diversas apenas insinuadas (cf. I, 28). Todas ellas sostienen doctrinas más o menos semejantes a las anteriores, con ligeras variantes (cf. I, 25).

5. Sectas cercanas a los valentinianos (I, 29-31).

Estas forman el grupo de los más propiamente llamados Gnósticos.

5.1. Los barbeliotas hacen nacer todas las cosas de una díada que son el Padre innombrable y la Madre Barbelo (o sea el Espíritu). El Padre emitió cuatro eones femeninos y Barbelo otros tantos masculinos. Estos formaron cuatro parejas (matrimonios) para la gloria del Padre y de Barbelo (la Madre). Esas parejas, a su vez, han emitido otros seres como el Autoengendrado, y las cuatro Luminarias (potencias angélicas) que le sirven de escolta, y cuatro seres femeninos que sean sus compañeras. Por fin Autoengendrado emitió al Hombre y la Gnosis para que el Hombre conozca al Padre. El último de los Angeles emitió al Espíritu Santo o Sabiduría (que lleva por nombre Proúnikos), la cual dio a luz a una potencia deforme, la Protopotencia, que hizo los cielos, los ángeles, los demonios y los seres de la tierra. Creyéndose Dios, se impuso en el Antiguo Testamento como el Dios celoso (cf. I, 29).

5.2. Los ofitas tienen por Padre original al Primer Hombre, cuyo Hijo es el Segundo Hombre. Tienen junto a ellos al Espíritu Santo que es la Primera Mujer, y todos dominan sobre los cuatro elementos que constituyen el mundo: agua, tiniebla, abismo y caos. Del Primer Hombre y la Primera Mujer nace el Cristo. El Padre y el Hijo iluminan con su Luz a la Primera Mujer. Todos juntos forman la Iglesia superior. Como la Primera Mujer no pudo soportar la Luz, nace de ella la Sabiduría o Prúnicos que lleva el jugo de la Luz, de la cual y del agua nace la materia que luego la aprisiona. Liberada, vuelve al primer cielo y al primer Angel (Jaldabaoth), del que proceden los otros siete cielos o Angeles que forman la Semana. Jaldabaoth engendra un hijo, la Mente, en forma de Serpiente[13], que engaña a su padre haciéndole creer ser el único Dios. Entonces Jaldabaoth junto con los Angeles forma al hombre (Adán y Eva) a imagen del Primer Hombre, y soplando en su cara el soplo de vida, le comunica el jugo de la Luz de su Madre. Adán y Eva tratan de conocer al Padre, y por ello son echados del paraíso junto con la Serpiente (la Mente). Jaldabaoth y sus Angeles dominan entonces sobre los descendientes de Adán y Eva, los patriarcas y los profetas.

Mucho tiempo después, la Sabiduría, sin que se dé cuenta su hijo Jaldabaoth, le hace producir un hombre puro, Jesús, el hijo de María. Sobre éste, en su bautismo, desde el dominio de la Luz desciende el Cristo para salvar al hombre. Jaldabaoth y sus Angeles empujan a los judíos para que lo crucifiquen, pero el Cristo escapa hacia la Sabiduría, y ellos logran sólo crucificar a Jesús. Este es resucitado y se eleva hasta Jaldabaoth para arrebatarle a las almas santas (las que conservan el jugo de la Luz) que mantiene prisioneras, y llevarlas hasta el Padre (cf. I, 30,1-4).

Finalmente S. Ireneo describe varias sectas afines exponiendo brevemente algunos puntos secundarios de diferencia. (nn. 30,5-31,2)

6. Ebionitas.

Estos herejes no forman una secta gnóstica, sino de tipo judío-cristiano. Su doctrina es una forma de adopcionismo. El Cristo no es Dios ni Hijo de Dios por naturaleza, sino un hombre justo elevado a la dignidad divina en función de un ministerio. Aunque hubo dos corrientes de ebionitas, respecto a la concepción de Jesús[14], San Ireneo conoce a quienes enseñan que Jesús es un hombre común nacido de José y María (cf. III, 21,1; V, 1,3). En su fe son más judíos que cristianos (cf. I, 26,2): el Antiguo Testamento sería la revelación absoluta y la norma para interpretar el Evangelio hebreo de San Mateo.

El hijo de José y María habría llegado a ser el Mesías cuando fue ungido por el Espíritu en su bautismo. Pablo sería un renegado de la fe verdadera. En cambio Jesús fue siempre un judío fiel a la Ley y al cumplimiento de su justicia. El Espíritu que Jesús conoció sería sólo aquel que habló por medio de los profetas. Por eso San Ireneo los acusa de que, al negar la verdadera paternidad de Dios y la filiación del Hijo, pierden toda posibilidad de su propia adopción divina (cf. III, 19,1).

[1] Cf. C. I. GONZALEZ, "Herejías cristológicas en la comunidad del Nuevo Testamento", Medellín 14 (1988) 386-427.

[2] G. FILORAMO, "Gnosis", en AA. VV., Diccionario patrístico y de la antigüedad cristiana 2 t., A. di Berardino (ed.), Salamanca, Sígueme 1991, I, p. 952.

[3] De Menandro, Saturnino y Basílides (cf. I, 23,5-24,3). De Cerdón (cf. I, 27,1). Más remoto, de los valentinianos (cf. II, Pr. 1), a través de Menandro (cf. III, 4,3). «Padre de todas las herejías» (cf. III, Pr.; ver II, 9,2; III, 12,12; IV, 33,3).

[4] A esto se refiere la «interpretación torcida de las parábolas» (cf. I, 3,6; 3,1-6; 7,4; 8,1-9,5; 18,1-20,3; 30,6-7; II, 10,1-2; 19,9). No estando aún fijado el vocabulario bíblico, San Ireneo entiende por parábola un pasaje de la Escritura.

[5] Se entiende, porque ambos vocablos: Pensamiento (Ennoía) y Silencio (Sigé) en griego son femeninos. Se le llama Sigé por ser también desconocida: ante ella sólo se puede callar.

[6] En cada una de las parejas el elemento primordial es el masculino (en la antigüedad se pensaba que un nuevo ser proviene enteramente del esperma). El femenino era concebido más bien como una virtud inseparable de él, por medio de la cual el masculino engendra otros seres, en una especie de autofecundación espiritual.

[7] ORBE A., Estudios sobre la teología cristiana primitiva, Roma, PUG y Madrid, Ciudad Nueva 1994, p. 20.

[8] La Madre concibió las semillas al contemplar a los Angeles; por eso son sus semejanzas (cf. I, 4-6).

[9] Purificación que viene sólo por la experiencia y el conocimiento (gnosis), pues para ellos la ley moral es inoperante. De ahí se siguen dos corrientes opuestas de sectarios: la de aquellos que rígidamente desprecian el cuerpo y la materia, y se dedican a duras prácticas ascéticas; y la de aquellos que, a la inversa, dan rienda suelta a las pasiones de la carne, ya que ésta sería de todas maneras insalvable.

[10] De las cuales, al quedar separadas de ellas, el Demiurgo modeló y ordenó los seres materiales.

[11] Oikonomía es una palabra que en la teología cristiana significa el proyecto salvífico de Dios en favor del hombre.

[12] De dokéo, aparecer; es decir, la doctrina según la cual el Salvador o el Cristo sólo asumió de María un cuerpo en apariencia, sin tomar en realidad nada de ella: por eso «pasó por María como agua por un tubo» (I, 7,2; III, 22,3; 16,1), ya que la carne es esencialmente mala e insalvable.

[13] De ahí el nombre de la secta: de óphis, «serpiente».

[14] Una enseña su concepción virginal, la otra dice que nació de José y María, pero en su bautismo fue elevado.