CATEQUESIS XIV

RESURRECCIÓN Y ASCENSIÓN
DE JESUCRISTO

Pronunciada en Jerusalén, sobre lo de «resucitó al tercer día y ascendió a los cielos, y está sentado a la derecha del Padre». El texto de partida es I Cor 15,1-4: «Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os prediqué... y que resucitó al tercer día según las Escrituras...»1.

La alegría de la resurrección RS/ALEGRIA

1. «Alégrate, Jerusalén y regocijaos con ella todos los que la amáis» (Is 66, 10a) pues Jesús ha resucitado. «Llenaos de alegría por ella todos los que por ella hacíais duelo»2, al conocer los crímenes y delitos de los judíos. Pues el que fue deshonrado por ellos en estos parajes ha sido devuelto de nuevo a la vida. Y así como la conmemoración de la cruz aportó algo de tristeza, así la fausta noticia de la resurrección debe alegrar a los aquí presentes. «Has trocado mi lamento en una danza, me has quitado el sayal y me has ceñido de alegría» (Sal 30,12); «mi boca está repleta de tu alabanza y de tu gloria todo el día» (71,8), por causa del que, después de su resurrección, dijo; «Alegraos» (Mt 28,9). Sé que en los días pasados los que aman a Cristo estaban tristes cuando, al terminar nuestro discurso sobre la muerte y la sepultura, y sin hacer un anuncio de la resurrección, el ánimo estaba expectante para oír lo que deseaba. Pero aquél, después de muerto, resucitó «libre entre los muertos» y como libertador de los muertos. El que ignominiosamente fue coronado en su paciencia con corona de espinas, al resucitar se ciñó con la diadema de la victoria sobre la muerte.

El modo como se procederá

2. Y al modo como hemos expuesto los testimonios relativos a su cruz, ahora mostraremos con claridad la resurrección. Partimos de lo que el apóstol dice: «...que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras» (1 Cor 15,4). Así pues, puesto que el Apóstol nos remite a los testimonios de las Escrituras, lo mejor será examinar en qué se apoya la esperanza de nuestra salvación y comprobar, en primer lugar, si las Escrituras nos hablan con precisión del tiempo de su resurrección: si ha tenido lugar en verano o en otoño o después del invierno, o en qué lugar resucitó el Salvador, y cuál es el nombre que en los profetas, hombres admirables, se atribuye al lugar de la resurrección. O si las mujeres, que lo buscaban sin encontrarlo, de nuevo se alegraron al encontrarlo de nuevo. De este modo, al leer los evangelios, sus narraciones no se considerarán como fábulas ni como poemas épicos3.

La previsión bíblica de la sepultura y resurrección de Jesús

3. Que Jesús fue, pues, sepultado lo oísteis abiertamente en la catequesis anterior4. Dice Isaías; «Cuando ante la desgracia es arrebatado el justo, se va en paz» (Is 57, 1-2)5. Pues su sepultura pacificó el cielo y la tierra6, acercando a los pecadores a Dios. Además: «Del rostro de la iniquidad es arrebatado el justo» (Is 57,1 LXX) y «se puso su sepultura entre los malvados» (Is 53,9). También está la profecía de Jacob,que dice en la Escritura: «Se recuesta, se echa cual león, o cual leona, ¿quién le hará alzarse? (Gén. 49,9b). Y es semejante este testimonio del libro de los Números: «Se agacha, se acuesta, como león, como leona, ¿quién le hará levantar?» (Núm 24,9)7. Y a menudo oísteis el salmo, que dice: «Tú me sumes en el polvo de la muerte» (22,16). Y también hemos mencionado «Reparad en la peña de donde fuisteis tallados» (Is 51,1) refiriéndonos al lugar8. Después relacionamos los testimonios de la misma resurrección.

La resurrección en Sal 16 (Hech. 2,25 as) y Sal 30

4. En primer lugar, pues, en el Salmo 12 dice: «por la opresión de los humildes, por el gemido de los pobres, ahora me alzo yo, dice Yahvé» (12,6). Pero este testimonio es para algunos todavía dudoso, pues a menudo se levanta airado para tomar venganza de los enemigos (cf. 7,7). Acércate entonces al Salmo 16, que claramente dice: «Guárdame, oh Dios, en ti está mi refugio» (16,1). Y, más abajo: «yo jamás derramaré sus libámenes de sangre, jamás tomaré sus nombres en mis labios» (16,4), puesto que, renegando de mí, hicieron del César su rey9. Y, más abajo: «Pongo a Yahvé ante mí sin cesar; porque él está a mi diestra, no vacilo» (16,8). Y, a continuación: «Por eso se me alegra el corazón, mis entrañas retozan». Y después: «Pues no has de abandonar mi alma al sheol, ni dejarás a tu amigo ver la fosa» (16,9a.10)19. No ha dicho «ni dejarás a tu amigo ver la muerte», pues en ese caso no habría muerto, sino «la corrupción»11, puesto que no permaneceré en la muerte. «Me enseñarás el camino de la vida» (16,11): claramente se anuncia la vida después de la muerte. Ven ahora al Salmo 30: «Yo te ensalzo, Yahvé, porque me has levantado; no dejaste reírse de mí a mis enemigos» (Sal 30,1). ¿Qué ha sucedido? ¿Has sido liberado de los enemigos o has sido soltado para que te golpeasen? Lo dice con toda claridad: «Tú has sacado, Yahvé, mi alma del sheol» (Sal 30,4). Decía proféticamente: «No dejarás...» (cf. 16,9.10). Pero aquí, hablando del futuro como cosa ya realizada, dice: «...has sacado mi alma... me has recobrado de entre los que bajan a la fosa» (30,4). ¿En qué tiempo sucederá esto?: «Por la tarde, visita de lágrimas y, por la mañana, gritos de alborozo» (30,6). Por la tarde estaban de luto los discípulos, y por la mañana se alegraron de la resurrección.

El lugar de la resurrección

5. ¿Quieres conocer también el lugar? Es en el Cantar de los Cantares donde dice: «Al nogueral había yo bajado» (Cant 6,11). «En el lugar donde había sido crucificado había un huerto» (Jn 19,41). Y aunque ahora, gracias a la generosidad del emperador, se encuentra magníficamente embellecid012, antes era sólo un huerto del que quedan sus vestigios y restos. «Huerto, cerrado, fuente sellada» (Cant 4,12), precisamente por los judíos, que dijeron: «Recordamos que ese impostor dijo cuando aún vivía: "A los tres días resucitaré". Manda, pues, que quede asegurado el sepulcro...» (Mt 27,63-64). Y poco después: «Ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia» (27,66). A ellos se les dice hermosamente: «Lo(s) juzgarás en el descanso» Job 7,18 LXX). Pero ¿quién es la «fuente sellada» (Cant 4,12) o la «fuente de los huertos, pozo de aguas vivas» (4,15)? Es el Salvador, del cual está escrito: «En ti está la fuente de la vida» (Sal 36,9).

La resurrección de Cristo como «testimonio»

6. ¿Y qué es lo que sofonías dice a los discípulos acerca de la persona de Cristo? «Dispónte, levántate de mañana, pues su racimo se ha podrido» (Sof 3,7 LXX). Se trata del de los judíos, en los que no queda uva ni racimo de salvación, pues se ha arrancado su viña. Mira cómo habla a los discípulos: «Prepárate, levántate temprano. Espera de mañana la resurrección». Y después, según lo que sigue y el tenor mismo de la Escritura, dice: «Por eso, esperadme—dice el Señor—hasta el día de mi resurrección como testimonio» (Sof 3,8 LXX). Ves también que el profeta previó el lugar del testimonio, que había de llamarse «martyrion»13. Pues ¿por qué razón este lugar del Gólgota y de la resurrección no se llama «iglesia» como los demás, sino «Martyrion»? Es tal vez a causa de lo que dijo el profeta: «el día de mi resurrección como testimonio».

También los hijos de Dios dispersos aceptarán la resurrección y sus señales

7. ¿Quién es el que resucita y cuáles son sus signos? Lo dice con evidencia continuando el mismo texto profético? «Convertiré entonces la lengua de los pueblos» (Sof 3,9) como quiera que después de la resurrección tras el envío del Espíritu Santo, se dio el don de lenguas (Hech 2,4), «para que invoquen todos el nombre de Yahvé y le sirvan bajo un mismo yugo» (Sof 3,9). ¿Y qué otro símbolo se añade, en el mismo profeta, de que servirán al Señor «bajo un mismo yugo?» «Desde allende los ríos de Etiopía, mis suplicantes, mi Dispersión, me traerán mi ofrenda» (3,10). Ves que eso está escrito en los Hechos cuando el eunuco etíope llega desde los confines de los ríos de Etiopía (Hech 8,27). Las Escrituras señalan, por tanto, el momento y las circunstancias de tiempo y lugar, además de los signos que siguieron a la resurrección. Ten, pues, una fe firme en la resurrección y que nadie te aparte de confesar a Cristo resucitado de entre los muertos.

Valor profético de Sal 88

8. Recibe también otro testimonio del salmo 88, cuando es Cristo el que proféticamente dicen: «Yahvé Dios de mi salvación, ante ti estoy clamando día y noche» (Sal 88,2) y, poco después: «Soy como un hombre acabado: relegado entre los muertos» (88,5-ó). No dice «soy un hombre acabado», sino «como un hombre acabado»: no ha sido crucificado porque le falten fuerzas, sino voluntariarnente. Ni tampoco le llegó la muerte por una debilidad involuntaria. «Me has echado en lo profundo de la fosa» (v. 7). Y, ¿cuál fue la señal de esto?: «Has alejado de mí a mis conocidos»9. De hecho, huyeron sus discípulos (Mt 26,56). «¿Acaso para los muertos haces maravillas?» (Sal 88,11). Y, poco después: «Mas yo grito hacia ti, Yahvé, de madrugada va a tu encuentro mi oración» (v. 14). ¿Es que no ves cómo también se aclaran las circunstancias de tiempo tanto de la pasión como de la resurrección?

El lugar te la resurrección, en la parte exterior de la ciudad

9. ¿Pero desde qué lugar resucitó El Salvador? Dice en el Cantar de los Cantares: «Levántate, amada mía, hermosa mía y vente» (Cant 2,10). Y en lo que sigue: «En la grieta de la roca» (2,14). Habla de la grieta de la roca, la entrada que entonces había antes de la puerta del sepulcro del Salvador15 y que estaba excavada en la misma roca, como suele hacerse en las entradas de los sepulcros. Ya no se puede ver actualmente porque, al colocar toda la ornamentación actual, se suprimió aquel abrigo. Anteriormente a la actual estructura del monumento, de magnificiencia regia, había una cavidad antes de la roca. Pero ¿dónde está la roca en la que se encontraba esa cavidad? ¿Está tal vez en medio de la ciudad o próxima a las murallas y a los extremos? ¿O en las antiguas murallas o en los antemurales? Pues dice en el Cantar de los Cantares: «En la cavidad de la roca junto al muro exterior» (Cant 2,14 LXX).

Tuvo lugar en el tiempo de la Pascua

10. ¿En qué época resucitó el Salvador? ¿En la estación de verano o en otra? También en el Cantar de los cantares, muy próximo a lo que se acaba de citar, dice: «Porque, mira, ha pasado ya el invierno, han cesado las lluvias y se han ido. Aparecen las flores en la tierra, el tiempo de la poda ha llegado» (Cant 2,11-12a LXX). ¿Es que la tierra está ahora llena de flores y se podan las viñas? Te das cuenta de cómo dijo que el invierno había pasado. Pues cuando llega el mes Xántico16, inmediatamente viene la primavera. Pero en esta época cae el primer mes del calendario hebreo y en él se celebra la fiesta de la Pascua, que antes era en imagen y en figura, y ahora es la verdadera. Esta es la época de la creación, pues es entonces cuando dijo Dios: «produzca la tierra vegetación: hierbas que den semillas y árboles frutales que den fruto, de su especie, con su semilla dentro, sobre la tierra» (Gén I, I I ). Y ahora, como ves, germina ya toda clase de hierba. Y del mismo modo que cuando entonces hizo Dios el sol y la luna, distribuyó entre ambos el curso de los días y las noches, así pocos días antes era el tiempo del equinoccio. Y entonces dijo Dios: «hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra» (Gén 1,26). Y realmente lo que recibió fue a imagen y semejanza de Dios, pero lo oscureció y entenebreció por la desobediencia. Pero en el mismo momento en que sufrió esta pérdida, tuvo también lugar la reparación. Después de ser creado el hombre, fue expulsado del paraíso por su desobediencia, pero en el mismo momento el que creyó fue introducido en él por la obediencia17. La salvación fue a la vez que la caída. Cuando «aparecen las flores... y el tiempo de la poda ha llegado» (cf. Cant 2,12 LXX).

Sepultado después de muerto, se aparece Jesús a los discípulos

11. El lugar de la sepultura era un huerto, y había plantada una vid. El había dicho: «Yo soy la vid» Jn 15,1. Está colocada en la tierra para que quedase erradicada la maldición que se introdujo por causa de Adán. La tierra estaba condenada a producir espinas y abrojos. Pero de la tierra se alzó la vid verdadera para que se cumpliese lo dicho: «La verdad brotará de la tierra, y de los cielos se asomará la justicia (Sal 85,12). ¿Y que habrá de decir el que está sepultado en el huerto?: «He tomado mi mirra con mi bálsamo» (Cant 5,1). Y también: «Mirra y áloe, con los mejores bálsamos» (4,14). Pero estos son los símbolos de la sepultura, y en los Evangelios se dice: «Fueron (las mujeres) al sepulcro llevando los aromas que habían preparado» (Lc 24,1). «Fue también Nicodemo... con una mezcla de mirra y áloe» (}n 19,39). Y también se dicen a continuación: «He comido mi pan con mi miel» (Cant 5,1 LXX). Lo amargo, antes de la pasión, y lo dulce después de la resurrección. Después, vuelto a la vida, entró por unas puertas que estaban cerradas (Juan 20,19). Pero se resistían a creer, pues creían ver un espíritu (Lc 24,37). Pero él les dijo: «Palpadme y ved» (Lc 24,39; cf. 37-41). «Meted los dedos en el agujero de los clavos» como exigía Tomás (Jn 20,24-29). Y «como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: "¿Tenéis aquí algo de comer?" Ellos le ofrecieron parte de un pez asado» (Lc 24,41-42). Ahí se ve cómo se ha cumplido lo que se ha dicho: «He comido mi pan con mi miel».

Las mujeres, rápidas al sepulcro

12. Pero antes de entrar por las puertas cerradas, lo estaban buscando a él, esposo y médico de las almas, aquellas mujeres buenísimas y dotadas de una fortaleza viril. Llegaron aquellas bienaventuradas al sepulcro y buscaban al que ya había resucitado (cf. Mt 28,1-6). Las lágrimas les brotaban de los ojos cuando en realidad era ya momento de alegrarse y de cantar a coro por el resucitado. Vino María buscándolo, como está en el Evangelio (Jn 20,1 ss) y no lo encontró; lo oyó después de boca de los ángeles y finalmente vio a Cristo (20,11-18) . ¿Acaso no constaban ya estas cosas por escrito? Pues se dice en el Cantar de los Cantares: «En mi lecho he buscado al amor de mi alma». Pero ¿en qué momento?: «En mi lecho, por las noches, he buscado al amor de mi alma». María, dice, llegó «cuando todavía estaba oscuro» (Jn 20,1). «En mi lecho, por las noches, he buscado al amor de mi alma. Lo busqué y no lo hallé» (Cant 3,1). Y en los evangelios es también María la que dice: «Se han llevado a mi Señor, y no se dónde lo han puesto» (Jn 20,13). Pero los ángeles presentes deshicieron esta ignorancia diciendo: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?» (Lc 24,5). No resucitó solo, sino llevando consigo a otros muertos. Pero ella no lo sabía. En referencia a ella cuando se dirige a los ángeles, dice el Cantar de los Cantares: «"Habéis visto al amor de mi alma?». Apenas habíamos pasado—es decir, a los dos ángeles—, cuando encontré al amor de mi alma. Lo aprehendí y no lo soltaré» (3,3-4).

Aparición a las mujeres

13. Después de la visión de los ángeles fue Jesús el que se anunció a sí mismo. Dice el Evangelio: «En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: '¡Dios os guarde!'. Y ellas, acercándose, se asieron a sus pies» (Mt 28,9). Lo asieron para que se cumpliese aquello: «Lo aprehendí y no lo soltaré» (Cant 3,4). La mujer era de cuerpo débil, pero de ánimo viril. Las aguas no apagaron el amor ni lo anegaron los ríos (cf. Cant 8,7). Al que se buscaba estaba muerto, pero no se había apagado la esperanza de la resurrección. Y el ángel les dijo de nuevo: «Vosotras no temáis» (Mt 28,5). No digo que no temáis a los soldados, sino que no estéis temerosas. Sientan ellos temor, para que, instruidos por la experiencia, den testimonio y digan: «Verdaderamente éste era Hijo de Dios» (Mt 27,54). Pero vosotros no debéis temer, pues «el amor perfecto expulsa el temor» (I Jn 4,18) . «Y ahora id enseguida a decir a sus discípulos», etc. (Mt 28,7). «Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo» (28,8). ¿También esto está escrito? Dice, en efecto, el salmo segundo, enunciando la pasión de Cristo: «Servid a Yahvé con temor y regocijaos en estremecimiento ante él» (Sal 2,11 LXX). «Regocijaos», por el Señor que ha resucitado, pero «en estremecimiento» por causa del terremoto y del ángel que apareció con el fulgor de un relámpago.

Jesús resucita, aunque el sepulcro estaba sellado y vigilado

14. Los príncipes de los sacerdotes y los fariseos sellaron el sepulcro tras advertírselo a Pilato, pero las mujeres vieron al Resucitado. E Isaías, que conocía, por una parte, la futilidad de los sumos sacerdotes y, de otro lado, la fortaleza de fe de las mujeres, dice: «Mujeres, que venís de la visión, daos prisa, pues no hay un pueblo que tenga inteligencia» (Is 27,11 LXX). Los sumos sacerdotes están desprovistos de inteligencia, y las mujeres están mirando con sus mismos ojos19. Y cuando fueron a aquellos los soldados comunicándoles todo lo que había sucedido (Mt 28,11), les advirtieron: «Decid: "Sus discípulos vinieron de noche y lo robaron mientras nosotros dormíamos"» (28,13). Correctamente lo predijo esto también Isaías hablando como por ellos: «Habladnos cosas halagüeñas, contemplad ilusiones» (Is 30,11). Pero él ha resucitado y se ha alzado, mas ellos con donativos en dinero sobornan a los soldados (28,15). Pero los soldados no necesitan convencer ahora a los actuales emperadores. Pues los soldados de entonces traicionaron a la verdad con dinero, pero los actuales emperadores edificaron esta santa Iglesia de la Resurrección de Dios Salvador, en la cual estamos y a la que embellecieron con plata y oro, ornamentándola a base de altares también con oro, plata y piedras preciosas. «Y si la cosa llega a oídos del procurador, nosotros le convenceremos y os evitaremos complicación» (Mt 28,14). A él le persuadieron, pero no al mundo entero. ¿Y cómo es que, al salir Pedro de la cárcel, fueron condenados sus guardianes (Hech 12,19), mientras que no sufrieron castigo los que custodiaban a Jesús? En realidad, la pena a aquellos les fue impuesta por Herodes, pues no tenían excusa por ignorancia, pero estos otros, que supieron la verdad y la ocultaron por dinero, fueron respetados por los sumos sacerdotes (cf. Mt 28,15). Unos pocos judíos creyeron entonces la fábula, pero en la verdad creyó el orbe entero. Los que ocultaron la verdad quedaron sepultados en el olvido, pero los que la acogieron aparecieron a la luz pública movidos por la fuerza del Salvador. Este no sólo se alzó de entre los muertos, sino que llevó consigo también a otros muertos, de cuya persona dice claramente el profeta Oseas: «Dentro de dos días nos dará la vida, al tercer día nos hará resurgir y en su presencia viviremos» (Os 6,2)20.

Los apóstoles, testigos de la resurrección, son también hebreos

15. Al no convencer las Sagradas Escrituras a los judíos, que no obedecen, y al contradecir ellos mismos la resurrección de Jesús, lo mejor sería hablarles así: ¿Por qué, mientras afirmáis que Eliseo y Elías han resucitado a muertos (cf. 2 Re 4,20 se; 1 Re 17,17-24) os obcecáis en contra de la resurrección de nuestro Salvador? ¿O es que a los que actualmente vivimos no nos valen los testigos de entonces? Buscad, pues, vosotros testigos de aquella época21. Si lo de aquella época está escrito, también esto está escrito. ¿Por qué aceptáis una de las cosas y rechazáis la otra? los hebreos pusieron por escrito aquellos hechos anteriores. Pero todos los apóstoles fueron también hebreos. ¿Por qué, si son judíos, no les creéis? Mateo, al escribir su evangelio, lo hizo en lengua hebrea22. Pablo, el predicador era «hebreo e hijo de hebreos» (Flp 3,5). Y los doce apóstoles eran todos hebreos. Posteriormente, los quince obispos de Jerusalén han sido, en sucesión ininterrumpida, también todos hebreos. ¿Por qué razón, pues, mientras admitís lo vuestro, creéis que se ha de rechazar lo nuestro, que ha sido puesto por escrito por hebreos de vuestra raza?

La resurrección de Jesús es mayor milagro que las obradas por Ellas y Eliseo

16. Pero es imposible, dirá alguno, resucitar muertos. Pero Eliseo obró una y otra vez resurrecciones, tanto estando en vida (2 Re 4,20 ss) como después de su muerte (2 Re 13,21). Si creemos que un cadáver arrojado al suelo resucitó al contacto con Eliseo, que yacía allí muerto ¿no resucitó Cristo de entre los muertos? Además, resucitó aquel que estaba muerto y tocó a Eliseo, pero el que lo hizo alzarse permaneció, sin embargo, muerto, como ya estaba antes. Pero el muerto del que nosotros hablamos resucitó y resucitaron otros muchos muertos que a él ni siquiera le habían tocado: «Muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron. Y, saliendo de los sepulcros después de la resurrección de él, entraron en la Ciudad Santa—claramente se trata de la ciudad en la que estamos23—y se aparecieron a muchos» (Mt 27,52-53). Eliseo hizo ciertamente resucitar a un muerto, pero no consiguió dominar el orbe; Elías resucitó a un muerto, pero los demonios no se sometieron en nombre de Elías. Sin embargo, no hacemos de menos a los profetas, sino que celebramos con mayor magnificencia a quien es Señor de ellos. En realidad, no ensalzamos lo nuestro empequeñeciendo aquello, pues también aquello es nuestro. Más bien conciliamos la fe en lo nuestro con las cosas de ellos24.

Jonás, imagen de la muerte y resurrección de Jesús

17. Pero dicen insistentemente: Es un muerto recientemente difunto que ha sido resucitado por un vivo, pero mostradnos que es posible que resucite un muerto de tres días y que sea llamado de nuevo a la vida un hombre que esté ya tres días sepultado. Pero, si buscamos una tal prueba, nos la suministra el Señor Jesús en los evangelios al decir: «Porque de la misma manera que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches» (Mt 12,40; cf.Jon 2,1). Y cuando indagamos con cuidado la historia de Jonás, es grande la semejanza con lo nuestro. Jesús fue enviado a predicar la conversión: también Jonás (1,2 es) fue enviado (a lo mismo). Pero éste, al no saber el futuro, huye: aquél, en cambio, accedió a anunciar la penitencia de salvación. Jonás dormía en la nave, y lo hacía profundamente (1,5) mientras el mar estaba encrespado por la tempestad: también, cuando Jesús se encontraba durmiendo, se encrespó el mar por determinados designios (Mt 8,24-25), para que después se reconociese el poder del que estaba durmiendo (8,27). Aquellos decían: «¿Qué haces aquí dormido? ¡Levántate e invoca a tu Dios! Quizás Dios se preocupe de nosotros y no perezcamos» (Jon 1,6). Y aquí dicen al Señor: «¡Señor, sálvanos!» (Mt 8,25). Allí decían: «¡Invoca a tu Dios!». Y aquí; «¡sálvanos!». Aquél dice: «Agarradme y tiradme al mar, y el mar se os calmará» (Jn 1,12). Este, «increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza» (Mt 8,26). Aquél fue a parar al vientre de la ballena (Jon 2,1), pero éste descendió por su propia voluntad al lugar donde la muerte tragaba a los hombres. Descendió voluntariamente para que la muerte vomitase a aquellos que se había tragado, según aquello que está escrito: «De la garra del sheol los libraré, de la muerte los rescataré» (Os 13,14).

18. Llegados a esta parte del discurso, consideremos si es más dificil que un hombre sepultado salga del suelo. ¿O acaso no se deshace y se corrompe un hombre en el vientre de un cetáceo, tragado en las vísceras cálidas de un ser vivo? ¿Quién ignora que es tanto el calor que hay en el vientre que deshace incluso los huesos que se devoran? Y Jonás, tras habitar tres días y otras tantas noches en el vientre de la ballena, ¿no estaría corrompido y deshecho? Siendo idéntica la naturaleza de todos los hombres, y no pudiendo vivir sin respirar el aire, ¿cómo pudo vivir tres días sin él? Responden los judíos y dicen: Juntamente con Jonás, cuando se agitaba en el sheol, descendió el poder de Dios. Dios daba así vida a su siervo otorgándole su poder. ¿Y no podía Dios darse ese poder a sí mismo? Si aquello era creíble, también esto lo es; y si esto no se puede creer, tampoco aquello. A mí ambas cosas me parecen igualmente creíbles. Creo que Jonás fue protegido, pues «para Dios todo es posible» (Mt 19,26). También creo que Cristo resucitó de entre los muertos. Tengo múltiples testimonios de esta realidad, tanto de las Sagradas Escrituras como del mismo Resucitado, todos válidos hasta el día de hoy: el que descendió a los infiernos solo volvió acompañado de muchos25, pues descendió a la muerte y muchos cuerpos de los santos que habían muerto fueron resucitados por él (Mt 27,52).

En el abismo, la victoria sobre la muerte

19. La muerte quedó aterrorizada al ver que descendía al infierno alguien distinto que no estaba sujeto por las cadenas de este lugar (cf. Hech 2,24). ¿Por qué razón, guardianes del infierno, os llenasteis de pavor al verlo? (cf. Job 38,17 LXX). ¿Os invadió un temor descarado? Huyó la muerte y esa fuga delataba su temor. Acudieron los santos profetas. Moisés el legislador, Abraham, Isaac y Jacob, David y Samuel, Isaías y Juan Bautista, que dice y testifica: «¿Eres tu el que ha de venir, o debemos esperar a otro?» (Mt 11,3). Han sido redimidos todos los santos que la muerte se había tragado. Lo que debía ser es que el Rey que había sido predicado fuese en realidad el libertador de los mejores augurios. Por eso ha dicho alguno entre los justos: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?» (1 Cor 15,55). Es el autor de la victoria el que nos ha liberado26.

Más datos sobre Jonás como imagen de Cristo muerto y resucitado

20. Jonás fue figura de este nuestro Salvador orando desde el vientre del cetáceo diciendo: «Desde mi angutia clamé a Yahvé y él me respondió: desde el seno del sheol grité, y tu oíste mi voz» (Jan 2,3). Estaba en el interior de la ballena, pero dice que estaba en el infierno: era figura de Cristo, que en su momento habría de descender a los infiernos27. Y poco después, hablando proféticamente con toda claridad acerca de la persona de Cristo, dice; «A las raíces de los montes descendí» (2,7). ¿De qué montes hablas si estás en el vientre de la ballena? Es que sé -dice- que soy imagen de aquél que será colocado en el sepulcro excavado en piedra. Cuando Jonás se encontraba en el mar, dice: «Descendí a la tierra» (2,7 LXX), siendo así imagen de Cristo, que descendió hasta las entrañas de la tierra (Mt 12,39-40)28. Previó también el fraude de los judíos induciendo a los soldados a mentir y diciéndoles: «Decid que lo robaron» (cf. Mt 28,13). Lo previó diciendo: «Observando cosas vanas y falsas, abandonan la misericordia para con ellos» (Jan 2,9, mejor LXX). De hecho, vino quien se compadecía de ellos, y fue crucificado y resucitó tras haber dado el don de su preciosa sangre en favor de judíos y gentiles. Ellos, sin embargo, dicen: «Decid que lo robaron», haciendo así observancia de cosas vanas y de falsedadess. De su resurrección dice también Isaías: «El que sacó de entre los muertos al gran pastor de las ovejas, en la sangre de una alianza eterna» (Is 63,11)29. Añadió lo de «grande» para que no fuese contado entre los pastores de la categoría de los anteriores.

Las apariciones del Resucitado

21. Con todos estos datos proféticos, despiértese en nosotros la fe. Caigan los que caen por infidelidad según su capricho. Tú, en cambio, te has mantenido firme sobre la roca de la fe en la resurrección: que ningún hereje te arrastre nunca a infamar la resurrección. Pues, hasta el día de hoy, los maniqueos dicen que la resurrección del Salvador fue simulada y no verdadera. Tenemos, además, a Pablo, que escribe30: «Nacido del linaje de David según la carne» (Rm 1,3); y continúa: «...por su resurrección de entre los muertos» (1,4)31. Y, por otra parte, dirige contra ellos sus palabras diciendo: «No digas en tu corazón "¿quién subirá al cielo?" es decir: para hacer bajar a Cristo; o bien: "¿quien bajará al abismo?", es decir: para hacer subir a Cristo de entre los muertos» (Rm 10,6-7). Igualmente, en otro lugar, previniéndonos, escribe: «Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos» (2 Tim 2,8). Y también: «Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe. Y somos convictos de falsos testigos de Dios porque hemos atestiguado contra Dios que resucitó a Cristo, a quien no resucitó» (1 Cor 15,14-15). Y, en lo que sigue dice: «¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron» (15,20). «Se apareció a Cefas y luego a los Doce» (15,5). Si no aceptas la fe de uno sólo, tienes ahí doce testigos. «Después se aparecidas a más de quinientos hermanos a la vez» (15,6). Si a aquellos doce tampoco les creían, que hagan caso a estos quinientos. «Luego se apareció a Santiago» (15,7), su hermano33, primer obispo de esta parroquia34. Si este obispo tan importante vio a Jesucristo resucitado, no reniegues de la fe tú que eres discípulo suyo. Pero si dices que Santiago dio testimonio por ser hermano suyo, «en último término se me apareció también a mí» (15,8), Pablo, su enemigo. ¿Cómo poner en duda el testimonio de uno que ha sido su enemigo y ahora lo anuncia? Antes fui perseguidor (cf. I Tim 1,13) y ahora anuncio la resurrección.

Personas y objetos materiales, testigos de la resurrección

22. Muchos son los testigos de la resurrección del Salvador. Era la noche y había luna llena, la decimosexta noche35. La roca del sepulcro que acogió a Cristo y la piedra que resistió en su cara a los judíos: esa piedra vio al Señor, la piedra que fue removida de su sitio (Mt 28,2), ella da testimonio de la resurrección estando allí tirada hasta el día de hoy. Los ángeles de Dios, allí presentes, dieron testimonio de la resurrección del Unigénito (Lc 24,4 ss). Pedro y Juan, Tomás y todos los demás apóstoles, algunos de los cuales corrieron hasta el sepulcro (Jn 20,4) y vieron los lienzos de la sepultura en los que había estado envuelto y que habían quedado allí después de la resurrección (20,6-7). Otros tocaron sus manos y sus pies y contemplaron las señales de los clavos (20,27). Y todos recibieron a la vez el soplo del Salvador y la potestad de perdonar los pecados en virtud del Espíritu Santo (20,22-23). Las mujeres que se asieron a sus pies observaron la magnitud del terremoto y el fulgor del ángel que allí estaba (28,2-5), así como los lienzos que le envolvían y que, al resucitar, abandonó allí. Son testigos también los soldados y el dinero que se les dio (Mt 28,15), el lugar, que todavía puede verse, y el santo edificio de esta Iglesia, edificada, por amor a Cristo, por el emperador Constantino, de feliz memoria, y que, como ves, está tan embellecida.

Otros testimonios de la resurrección y la ascensión

23. También la que fue resucitada en su nombre, Tabita, es testigo de la resurrección (cf. Hech 9,40). Pues, ¿quién dejará de creer en la resurrección de Cristo, cuando su mismo nombre hizo resucitar a muertos? También el mar, como ya oíste36, es testigo de la resurrección de Jesús. Testigos son la captura de los peces, las brasas encendidas y las viandas preparadas (Jn 21,6.9). También da testimonio Pedro, que antes le había negado tres veces, pero después le confesó otras tres veces, recibiendo el encargo de apacentar las ovejas espirituales (21,15-17). Hasta el día de hoy existe el Monte de los Olivos, que muestra a los ojos de los fieles quién es el que ascendió sobre la nube y que es la puerta de la ascensión a los cielos. En Belén había descendido de los cielos, pero ascendió a los cielos desde el monte de los Olivos. Desde allí vino hasta los hombres para entablar su combate y es aquí donde es coronado tras su lucha. Tienes, pues, numerosos testigos, tienes este mismo lugar de la resurrección y tienes el lugar de la ascensión, situado, desde nuestra posición, al Oriente. Tienes como testigos a los ángeles que allí testificaron y a la nube que se elevó. Y asimismo a los discípulos que desde allí bajaron (cf. Hech 1,9.12).

La ascensión37

24. El ordenamiento de la doctrina de la fe ya nos advertía de que habláramos también sobre la ascensión, pero la gracia de Dios dispuso las cosas de manera que ayer, que era domingo, oyeses, en la medida de nuestras fuerzas, hablar de esto. Fue porque, por gracia de Dios, las lecturas de la reunión litúrgica contenían lo referente a la ascensión de nuestro Salvador a los cielos. Lo que dijimos fue de cara a todas las personas y por causa de la multitud de fieles reunidos. Pero, sobre todo, ayer hablamos de esto pensando en ti. Queremos ver ahora si atendiste a lo que se dijo. Pues sabes que la fe enseña que creas en aquel «que resucitó al tercer día, y ascendió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre». Creo que recordarás lo que expusimos, aunque, sin demasiada insistencia, te haré memoria de lo que dijimos. Acuérdate de que en los Salmos está escrito claramente; «Sube Dios entre aclamaciones» (Sal 47,6). Las Potestades divinas clamaban unas a otras: «Puertas, levantad vuestros dinteles» (Sal 24,7), etc. Téngase en la mente el otro salmo: «Tú has subido a la altura, conduciendo cautivos» (Sal 68,19)33. Y acuérdate del profeta, que dice: «El que edifica en los cielos sus aletas moradas» (Am 9,ó). Y todas las demás cosas que ayer se dijeron a causa de las contradicciones de los judíos.

Argumentos a favor de la posibilidad de la Ascensión

25. Pues cuando se han opuesto, juzgándola imposible, a la ascensión del Salvador, acuérdate de lo que se dice de la traslación de Habacuc (Dan 14,33-39). Pues si Habacuc fue transportado por el ángel cogiéndolo por los pelos de la cabeza, mucho más el Señor de los profetas y de los ángeles, subiendo en una nube desde el Monte de los Olivos, pudo preparar su ida a los cielos y por su propio poder. Retén también en tu mente otras cosas semejantes, teniendo en cuenta que la grandeza es del Señor, que hace tales maravillas: aquellos eran llevados y éste es el que «todo lo sostiene» (cf. Hebr 1,3). Recuerdas que Henoc fue trasladado (Gén 5,24), pera Jesús ascendió. Recuerda las cosas que ayer se dijeron de Elías: que Elías fue tomado en un carro de fuego (2 Re 2,11), pero el carro de Cristo fueron «los carros de Dios, por millares de miríadas»; y que Elías fue tomado al Este del Jordán (2,1 1.14-15) mientras que Cristo ascendió al Este del torrente Cedrón; que aquél ascendió «como hacia el cielo» (2 Re 2, 11 LXX) pero Jesús lo hizo «al cielo»; y que el primero había dicho a su discípulo que le daría dos partes de su espíritu39, pero Cristo ha concedido a sus discípulos una participación tan grande en la gracia del Espíritu Santo que no lo posean sólo para ellos, sino que también por la imposición de las manos lo otorguen a los que creen en él (Hech 8,14-17).

La gloria supereminente de Cristo

26. Cuando hayas luchado contra los judíos y los hayas vencido con estas comparaciones, acércate entonces a la supereminente gloria del Salvador: mientras ellos son siervos, él es Hijo de Dios. Verás cuánto sobresale él al pensar que el Siervo de Cristo40 fue llevado hasta el tercer cielo. Pues si Elías llegó hasta el primer cielo y Pablo hasta el tercero (2 Cor 12,2)41, es evidente que este último consiguió una mayor dignidad. No te avergüences de tus apóstoles. No son menos dignos que Moisés ni inferiores a los profetas, sino que son buenos con los buenos y mejores que los buenos. Pues Elías fue verdaderamente tomado al cielo, pero Pedro tiene las llaves del reino de los cielos después de oír aquello: «Todo lo que desatares sobre la tierra, quedará desatado en los cielos» (Mt 16,19). Elías fue llevado al cielo, pero Pablo al cielo y al paraíso (era bueno que los discípulos de Jesús recibiesen una gracia más abundante): «Oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar (2 Cor 12,4). Pero Pablo descendió de nuevo, y no porque fuese indigno de habitar en el tercer cielo, sino—tras recibir unos dones que superan la condición humana—abandonando aquel honor y tras anunciar a Cristo, para sufrir la muerte por él y conseguir la corona del martirio. El resto de esta argumentación, que ayer sostuve en la asamblea dominical, lo he pasado ahora por alto, pues para unos oyentes con inteligencia basta esta sola mención.

El Hijo está sentado desde la eternidad junto al Padre

27. Acuérdate también de las cosas que muchas veces he dicho sobre el Hijo sentado a la derecha del Padre. Es lo que se contiene en la secuencia de las afirmaciones de la fe: «ascendió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre». No nos preguntemos tanto por la «razón» de este estar sentado, pues supera nuestra inteligencia. Ni nos apoyemos en aquellos que perversamente sostienen que, después de la cruz, la resurrección y la vuelta a los cielos, entonces comenzó el Hijo a estar sentado a la derecha del Padre. Pues «sentarse» no fue para él una adquisición, sino que está sentado junto al Padre por aquello que es42. El profeta Isaías, al contemplar este trono antes de la venida en carne del Salvador, afirma: «Vi al Señor sentado en un trono excelso y elevado», etc. (6,1). Pues al Padre «nadie lo ha visto jamás» (Jn 1,18; cf. I Tim 6,16)43. A quien el profeta vio entonces era el Hijo. Y el salmista dice: «Desde el principio tu trono está fijado, desde siempre existes tú» (Sal 93,2)44. Como hay muchos testimonios de todo esto (el trono es evidentemente eterno) baste, por lo avanzado de la hora, con lo dicho.

Importancia de Sal 110.1: «Dijo el Señor a mi Señor...». Otros testimonios

28. /Sal/109/110/01/Cirilo: Intentaremos resumiros algunas de las cosas dichas sobre este tema de que el Hijo está sentado a la derecha del Padre. El Salmo 110 dice abiertamente: «Dice el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos como escabel de tus pies» (110,1). Cuando el Salvador confirma esto en los evangelios, señala que David no dijo estas cosas por sí mismo, sino que lo dijo por inspiración del Espíritu de Dios. Lo dice (Jesús) con estas palabras: «Pues ¿cómo David, movido por el Espíritu, le llama Señor, cuando dice: "Dijo el Señor a mi Señor, siéntate a mi diestra..."» (Mt 22,43-44). Y en los Hechos de los Apóstoles, el día de Pentecostés, estando en pie Pedro con los once, y hablando a los israelitas, recuerda con las mismas palabras este testimonio del salmo 110 (Hech 2,34).

29. Hay que traer también a la memoria algunos otros testimonios semejantes sobre el estar sentado el Hijo a la derecha del Padre. En el evangelio según San Mateo está escrito: «Os declaro que a partir de ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder...» (Mt 26,64). El apóstol Pedro escribe cosas acordes con esto, al mencionar: «...por medio de la Resurrección de Jesucristo, que, habiendo ido al cielo, está a la diestra de Dios...» (1 Pe 3,21,22). Y el apóstol Pablo escribe a los Romanos diciendo: «Cristo Jesús, el que murió; más aún el que resucitó, el que está a la derecha de Dios...» (Rm 8,34). Y, escribiendo a los Efesios, se expresa de este modo: «...conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su diestra en los cielos» (Ef 1,19-20), además de lo que sigue. A los Colosenses les instruía de este modo: «Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios». Y en la epístola a los Hebreos dice: «Después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas» (Hebr 1,3). Y por otra parte: «¿A qué ángel dijo alguna vez: "Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies"» (1,13; cf. Sal 110,1). Además: «El, por el contrario, habiendo ofrecido por los pecados un sólo sacrificio, se sentó a la diestra de Dios para siempre45, esperando desde entonces hasta que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies» (Hebr 10,12-13)46. Y de nuevo: «Fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios» (12,2)

Conclusión: esperamos a Cristo

30. Y aunque hay otros muchísimos testimonios acerca de que el Unigénito está sentado a la derecha de Dios, estos nos son suficientes en este momento. Pero repetimos de nuevo la advertencias47 de que no ha conseguido esta prerrogativa de «estar sentado» tras su venida en la carne, sino que antes de todos los siglos el Hijo unigénito de Dios, nuestro Señor Jesucristo, posee desde la eternidad este trono a la derecha del Padre. Y el mismo Dios de todas las cosas, Padre de Cristo, y nuestro Señor Jesucristo, que descendió y ascendió (cf. Ef4,10)48 y está sentado junto al Padre, guarden vuestras almas; conserven inconmovible e inmutable vuestra esperanza en aquel que resucitó; que os levanten de vuestros pecados ya muertos hasta su don celestial; os hagan dignos de que seáis «arrebatados en nubes... al encuentro del Señor en los aires» (cf. I Tes 4,17) en el tiempo oportuno. Y mientras llega el tiempo de su segunda y gloriosa venida, inscriba los nombres de todos vosotros en el libro de los vivos sin que nunca borre después lo escrito una vez (son borrados los nombres de muchos que caen) (cf. Apoc 3,5 con Sal 69,29). Os conceda a todos vosotros creer en el que resucitó, y esperar al que bajó y de nuevo volverá sentado en lo alto (pero no vendrá de la tierra: protégete a ti mismo, oh hombre, de los impostores que habrán de sobrevenir). El está aquí junto a nosotros, fortaleciendo las actitudes de cada uno y la firmeza de su fe. Pues no debes pensar que lo que ahora no está presente en carne está por ello ausente en espíritu (cf. Col 2,5). Está aquí en medio oyendo lo que se dice de él y viendo lo que piensas en tu interior, escrutando corazones y entrañas (cf. Sal 7, 11,20: Apoc 2,23). Los que ahora estén preparados acérquense al bautismo, y todos vosotros presentaos al Padre en el Espíritu Santo y decid: «Aquí estamos yo y los hijos que Dios me ha dado» (Is 8,18; cf. Hebr 2,13). A él sea la gloria por los siglos. Amén.

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1. El tema de la catequesis es la resurrección de Jesucristo. Sólo al final, muy brevemente, se tocan la ascensión y el «está sentado a la derecha del Padre». En general, la presente catequesis tiene un marcadísimo carácter apologético frente a los judíos, pero también frente a maniqueos y otros. De ahí se explica la insistencia en numerosos detalles relativos a personas, lugares, momentos y otras circunstancias. Para un lector actual es muy importante atender a la concepción cristiana del hombre que explícita o implícitamente se deriva de las palabras de Cirilo. Diversas cuestiones se irán comentando en las notas al texto. PG 33,823 VII, de cuenta de los códices utilizados.

2. Is 66,10 y su contexto se refieren primariamente a Jerusalén, dentro de un tono apocalíptico que sugiere claras actitudes de alegría y esperanza. Naturalmente, todo esto tiene mucho más sentido desde la realidad de la resurrección de Jesucristo.

3. El fuerte carácter apologético de la catequesis, señalado en la nota I, es también una defensa de carácter bastante positivo: se intenta defender, muy especialmente frente a los judíos, la realidad de Jesucristo resucitado, pero la impresión que el lector recibe no es simplemente la de que se está a la defensiva como quien está asediado por multitud de razonamientos en contra. Más bien se trata, en conjunto, de un imponente muestrario de textos bíblicos. El objetivo no es un cosido artificioso de unos textos con otros, sino hacer ver que múltiples estratos de la Escritura apuntan hacia la resurrección de Cristo, incluso en detalles nimios. Es algo parecido a lo que, por ejemplo, pretende el evangelio de Mateo cuando tantas veces señala aquello de «para que se cumpliese lo dicho por la Escritura» (o se dice lo mismo con otras expresiones semejantes). En último término, subyace aquí también la idea general -en este caso moviéndose, sin embargo, en el ámbito de la resurrección- de que la EscrItura encuentra su cumplimiento y su plenitud en Cristo, en quien todas las afirmaciones bíblicas se llenan de sentido.

4. Cat. 13, núm. 34.

5. La versión de los LXX favorece una interpretación más centrada en el hecho de la sepultura de Jesús.

6. Posible alusión a Col 1,20: «...pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos».

7. Núm 24,9 pertenece al oráculo de Balaam, llamado por el Rey Balaq, de Moab, para maldecir a los israelitas que pasan por su territorio. La interpretación del versículo (sorprendentemente de redacción muy semejante a Gén 49,9 aunque es dificil identificar con seguridad una fuente redaccional común) la realiza Cirilo en referencia clara a la resurrección: «levantar», «alzarse».

8. Es decir, refiriendo Is 51,1 a la roca en que estaba excavado el sepulcro de Jesús (Mt 27,60).

9. Alusión a Jn 19,15, cuando en la acusación contra Jesús la gente grita: «No tenemos más rey que el César». Las palabras de Sal 16,4 las interpreta Cirilo como pronunciadas por Cristo -es muy frecuente en la tradición patrística entender numerosos salmos como dichos en primer lugar por Cristo, con lo que frecuentemente adquieren un sentido profético más acentuado. Así, en este caso, al señalar los acusadores de Jesús que su rey es el César romano -cuando, en realidad, odiaban la ocupación imperial- están renegando de Jesús. Es esto lo que proféticamente habría quedado dicho en Sal 16,4.

10. La Biblia de Jerusalén comenta: «El salmista ha elegido a Yahvé. El realismo de su fe y las exigencias de su vida mística piden una intimidad indisoluble con él: necesita, pues, escapar a la muerte que le separaría de él. Sal 6,6, cf. Sal, 49, 16 ss. Esperanza imprecisa aún, que preludia la fe en la resurrección...». En cuanto a Sal 16, 9-10, citado en el texto, es conveniente señalar, con respecto a su interpretación profética y cristológica, la mención que de él se hace en Hech 2,25-28 dentro del primer anuncio de la resurrección que recogen los Hechos, el día de Pentecostés. Con ello, la interpretación dada del salmo viene avalada por el mismo Nuevo Testamento.

11. O «la fosa» en el texto original del salmo.

12. Cirilo tiene presente aquí la basílica de la Resurrección, que con el aspecto con que podia contemplarse en la época de las catequesis provenía del emperador Constantino, que había muerto unos diez años antes.

13. «Martyrion» o «Martyrium» es, en las antiguas catacumbas romanas, el lugar que contenía los restos de los mártires allí enterrados. El juego de palabras que hace Cirilo se explica por el sentido de mártir y martirio, que etimológicamente significan «testigo» y «testimonio». El nombre se aplica aquí también al sepulcro de Jesús.

14. Cirilo añade aquí entre paréntesis: «pues el que entonces hablaba es el que más tarde estuvo presente». PG 33,831, nota 87, remite a Is 52,6: «Por eso mi pueblo conocerá mi nombre en aquel día y comprenderá que yo soy el que decia: "Aquí estoy"». Sobre esta interpretación cristocéntrica de los salmos y otros textos veterotestamentarios, cf. la anterior nota 9.

15. Puesto que antes de entrar al lugar propiamente de la sepultura, existía una antecámara o vestíbulo.

16. Marzo.

17. Cf. la comparación entre la desobediencia y la obediencia del primero y del último Adán en cat. 15, núm. 31.

18. Se refiere de nuevo al Cantar de los Cantares.

19. La frase parece estar tomada de la ya mencionada homilía de Cirilo Sobre el paralítico.

20. Probablemente el texto más claro del Nuevo Testamento sobre que Jesús, en su resurrección, «arrastró», es decir, hizo vivir la resurrección a otros muchos con ella, es Ef 4, 7-11, especialmente por la utilización que se hace de Sal 68,19:

7«A cada uno de nosotros le ha sido concedido el favor divino a la medida de los dones de Cristo

8Por eso dice: "Subiendo a la altura, llevó cautivos y dio dones a los hombres" (Sal 68,19).

9¿Qué quiere decir "subió" sino que también bajó a las regiones inferiores de la tierra?

10Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo.

11 El mismo 'dió' a unos el ser apóstoles; a otros profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros...».

El descenso «a las regiones inferiores de la tierra» es el descenso a los infiernos del que ya se ha hablado. Pero aquí interesa la idea de la «subida» (vv. 9 y 10) argumentada mediante la cita de Sal 68,19, cuyo contexto histórico es otro, pero que aquí se aplica a la victoria de Cristo en: «Subiendo a la altura, llevó cautivos». Es la idea que litúrgicamente se expresa como que «en la muerte de Cristo nuestra muerte ha sido vencida y en su resurrección hemos resucitado todos» (Prefacio Pascual, Il). Al vencer la muerte y alzarse de nuevo hasta el Padre, Cristo ha llevado libres consigo a todos los cautivos del pecado y de la muerte haciendo de ellos hombres nuevos. Es el efecto de la «justificación» del pecador (cf. Rom 4,25, que describe a Cristo como «quien fue entregado por nuestros pecados (Is 53,6), y fue resucitado para nuestra justificación». Las ideas paulinas sobre «fe», «resurrección», «justificación» son plenamente pertinentes en todo este contexto para completar concepciones a veces simplemente apologéticas de la resurrección. Debe tenerse además en cuenta que la resurrección deJesús no es sólo su recuperación como «redivivo». Se trata de un Jesús que posee un nuevo principio vital y al cual todos los cristianos están llamados a ser asociados: «...Sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él» (Rm 6,9). El componente ético que de aquí resulta para el cristiano en la vida ordinaria es, mucho más que una consecuencia lógica, una liberación del pecado y unas actitudes éticas posibilitadas por la acción de Jesucristo resucitado en el hombre (6, 11; para las explicaciones detalladas de Pablo, cf. I Cor 15).

21. La argumentación es: A nosotros nos valen los testigos de la resurrección de Jesús si a vosotros os valen los testimonios de las resurrecciones que se operaron por medio de Elías y Eliseo.

22. El original del evangelio de Mateo fue escrito en realidad en arameo. Pero ésta era la lengua usualmente hablada y utilizada en tiempos de Jesús.

23. Esta observación añadida por Cirilo da a entender que se trataba de la entrada en la ciudad de Jerusalén, aunque no, como otros han interpretado a veces, de la entrada en la Jerusalén celeste tras una resurrección definitiva.

24. Cuando la catequesis afirma que Eliseo «no consiguió dominar el orbe» o que «los demonios no se sometieron en nombre de Elías» pese a los hechos de resurrección narrados, se está implícitamente diciendo algo esencial: la resurrección de Cristo no es sólo, como ya se ha indicado, «volver a vivir». Cf. la anterior nota 20. En este sentido, la resurrección de Jesús es cualitativamente diferente de lo que son las resurrecciones de la hija de Jairo (Mt 9,18-19, 23-26 par), del hijo de la viuda de Naim (Lc 7,11-17) o de Lázaro (Jn 11,1-44), puesto que la resurrección de Cristo es definitiva y marca el comienzo de una nueva humanidad.

25. Vid. la anterior nota 20 en lo relativo a Ef 4,7-11.

26. I Pe 3,18-22 es tal vez el texto que expresa de manera más bella que el rescate de Cristo tiene como destinatarios a los hombres de todas las épocas: «En el espíritu fue también a predicar a los espíritus encarcelados, en otro tiempo incrédulos, cuando les esperaba la paciencia de Dios» (19-20a). Los vv. 20b-21 utilizan el arca de Noé como imagen del bautismo, en el que el hombre se salva de ser engullido por las aguas de la muerte. El tema del «descenso a los infiernos» sigue así, vivo en el pensamiento de Cirilo.

27. Como añadidura a lo dicho sobre el descenso a los infiernos, cf H.U von BALTHASAR El misterio pascual en: Mysterium Salutis (eds. J. FEINER y M. LÖHRER), t. III, Madrid 2ª, 1980, 738-760 («Entre los muertos (Sábado Santo)»).

28. Cf. las notas de la Biblia de Jerusalén a estos versículos.

29. La cita se transcribe según los Setenta, pero según también el estado de algunos códices de la catequesis (cf PG 33,849, nota 3). Por otra parte, la concordancia es así perfecta con el texto aludido a continuación, Hebr 13,20: «...el Dios de la paz que suscitó de entre los muertos a nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de las ovejas en virtud de la sangre de una Alianza eterna».

30. Aceca del Hijo de Dios.

31. Rom 1,3-4 es importante para una comprensión en síntesis de la realidad de Jesucristo. Habla Pablo, al comienzo de la epístola, del Evangelio «3 acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, 4 constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos». En el contexto de la catequesis interesa subrayar aquí que la vida y la actividad ministerial de Jesús son un camino o proceso en el que él alcanza la plena manifestación de su poder como Hijo de Dios cuando llega a la Resurrección («constituido Hijo de Dios con poder») en la unión con «el Espiritu de santidad», en la unidad con el cual y con el Padre tiene sentido toda su existencia, que sólo en cuanto a la debilidad creatural puede ser entendida en su humanidad («nacido del linaje de David, según la carne»). Naturalmente esto no obsta a que el Hijo de Dios ha tenido siempre la misma dignidad por generación eterna del Padre.

32. En los momentos decisivos en que se habla de que, después de su resurrección «se apareció» Jesús a los apóstoles o a otros el verbo es «ophthe» que, por ser aoristo pasivo, se debe traducir por «fue hecho ver» y, en este caso, «se hizo ver» o «se dejó ver». Esta ligera apreciación lingüística hace ver algo importante: la iniciativa de dejarse encontrar y, en definitiva de «aparecerse» corresponde exclusivamente al Resucitado. H.U. von BALTHASAR, utilizando palabras de H. SCHLIER (que aquí se transcribirán entre comillas) lo expresó perfectamente: «Unánimemente se habla de encuentros con el Cristo vivo. "El encuentro que viven los testigos procede de él. Ese encuentro -palabra y signo, saludo y bendición, llamada, interpelación y enseñanza, consuelo e instrucción y misión, fundación de una comunidad nueva- es puro don" (hasta aquí Schlier). Como en los encuentros humanos, entran en éste también en juego los sentidos de quienes lo viven: ven y oyen, tocan e incluso degustan... Pero el acento no recae en las experiencias sensibles, sino únicamente en el objeto. Y éste, el Cristo vivo, se muestra por sí desde sí. Este es el significado del «ophthe» que aparece en textos decisivos (I Cor 15,3 ss: cuatro veces; Lc 24,34 en el encuentro con Simón; Hech 13,31; a propósito de las apariciones a Pablo, Hech 9,17, 16,9, 21,16)» (H.U. von BALTHASAR. op. cit., en nota 27, 780).

33. Primo, pariente, próximo...

34. Naturalmente «parroquia» se refiere aquí a la sede episcopal de Jerusalén. La palabra ha pasado por sentidos de mayor o menor amplitud a lo largo de la historia de la Iglesia, especialmente en la época antigua.

35. Del mes de Nisán.

36. En esta misma catequesis, a propósito de Jonás, núms. 17-18.

37. Al comienzo del presente párrafo se menciona que la catequesis fue pronunciada el día siguiente a un domingo, en el que las lecturas reflejaron la Ascensión. Se da esto como razón de que la Ascensión sólo se mencione brevemente cuando la catequesis entra en su sección final.

38. Cf. Ef 4,8. Sobre algunas implicaciones de estos pasajes cf., anteriormente, la nota 20.

39. Según la petición de 2 Re 2,9.

40. Se refiere a San Pablo. La comparación fisica de las «alturas» de los cielos sólo se entiende desde una imagen antigua del firmamento.

41. 2 Cor 12,2 «Sé de un hombre en Cristo, el cual hace catorce años -si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe- fue arrebatado hasta el tercer cielo...». La expresión hasta el tercer cielo significa simplemente «hasta lo más alto de los cielos» y da fe de experiencias espirituales de Pablo. Es evidente que la ascensión de Jesús debe entenderse desde otras categorías: es la vuelta al Padre, de quien Jesús nunca había dejado de estar viviendo. Recuérdese la trascendencia de la expresión Abba. Pero Jesús ha vivido en la tierra «en estado de humillación», mientras ahora—y son expresiones de la antigua teología—entra «en estado de exaltación». La descripción de los momentos descendente (la kenosis) y ascendente, (ascensión, exaltación, glorificación) en la persona de Jesucristo alcanza en el Nuevo Testamento uno de los momentos más brillantes en Flp 2,5-11. Cf. ibid. los vv. 9-11 en cuanto a la glorificación de Cristo.

42. De nuevo se defiende Cirilo frente a una concepción «evolutiva» de la persona de Jesucristo. Cf. la nota 31.

43. La afirmación, completa, de Jn 1,18: «A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado». Colocado este versículo, además, al final del «prólogo» del cuarto evangelio, hace ver perfectamente que el cristianismo es una concepción de Dios esencialmente cristocéntrica. El cristiano encuentra a Dios a través de Jesucristo, aunque eso no excluya otras posibilidades, a distintos niveles, de encontrar a Dios.

44. Todo el salmo puede entenderse también en sentido cristológico.

45. La expresión es equivalente al ya comentado «ephápax» (por ej. en 10,10 y, antes, en 7,27, en el contexto del valor definitivo del sacrificio de Cristo: «esto lo realizó de una vez para siempre, ofreciéndose a si mismo»). El sacrificio y la muerte de Cristo, la resurrección y la glorificación junto al Padre tras la ascensión son realidades que han sucedido «de una vez por todas» porque es definitiva la victoria de Cristo sobre la muerte.

46. Se alude una vez más a Sal 110,1, insistiendo de nuevo en su interpretación cristológica.

47. Cf. supra, núm. 27.

48. Para detalles, cf. supra, nota 20.