LA IGLESIA, NUESTRA MADRE ESPIRITUAL

1. Una escena en la basílica de la Paz

Imaginemos una escena en la basílica de la Paz, de Hipona. 
Es la fiesta mayor del cristianismo, en que se conmemora la 
resurrección del Señor, y uno de los «ocho días de los 
neófitos», que son la cosecha pascual después de las labores 
de cuaresma 1. El obispo tiene delante de sí a los penitentes 
que se han reconciliado con Dios; pero los que atraen las 
miradas de todos son los recién bautizados, los nuevos hijos de 
la casta madre, los recién nacidos de la madre virgen 2. Con 
sus túnicas blancas, resplandecientes en cuerpo y alma 
—exterius dealbati interiusque mundati—, recién nacidos a una 
vida nueva —infantes—, alimentados con el Cuerpo de Cristo y 
después con unos sorbos de leche y miel, están respirando 
alegría y felicidad. Han pasado el mar Rojo, donde todos sus 
enemigos—los pecados—quedaron sepultados bajo las aguas, 
y se sienten libres, gozosos y fuertes en Cristo 3. Y ahora 
esperan la exhortación pastoral, que será breve y enjundiosa, 
porque ha sido muy pesada la vigilia pascual. Escuchemos lo 
que les dice el obispo: 
ALELUYA/CANTICO-NEO CANTICO-NUEVO/AG: «El aleluya 
es el cántico nuevo. El hombre nuevo entona el cántico nuevo. 
Lo hemos cantado nosotros; lo habéis cantado igualmente 
vosotros, infantes, que poco ha habéis sido renovados; 
nosotros os hemos acompañado en el cántico gozoso, pues por 
el mismo precio hemos sido redimidos. Os voy a hacer la 
exhortación que me inspira la caridad cristiana; no sólo a 
vosotros, sino a todos cuantos me escuchan, amonestándoles 
como a hermanos e hijos; hermanos, porque una misma Madre 
que es la Iglesia nos ha engendrado; hijos, porque por el 
Evangelio os he engendrado yo. 
»Vivid bien, carísimos hijos, para que consigáis el fruto del 
gran sacramento que habéis recibido; corregid los vicios, 
enmendad las costumbres, amad las virtudes; no falte en cada 
uno de vosotros la piedad, la santidad, la castidad, la humildad 
y la templanza, para que, ofreciendo a Dios tales frutos, se 
deleite en vosotros, y vosotros os deleitéis en El. Gocémonos 
también nosotros de vuestro adelanto en la esperanza viendo el 
fruto de la recompensa que esperábamos; amad al Señor, 
porque El os ama; vivid unidos a esta Madre que os ha 
engendrado. No seáis ingratos a tantos beneficios suyos como 
son el haberos unido, siendo criaturas, a vuestro Creador; el 
haberos hecho, de siervos, hijos de Dios; de esclavos del 
demonio, hermanos de Cristo. Seréis agradecidos a estos 
beneficios si le obsequiáis con vuestra presencia. Pues nadie 
puede tener como propicio al Padre si menosprecia a la Iglesia 
madre. Esta, pues, santa y espiritual Madre os prepara todos 
los días manjares espirituales para sustentar no vuestros 
cuerpos, sino vuestras almas; os da el pan celestial, os propina 
el cáliz saludable, pues no quiere que ningún hijo suyo pase tal 
hambre. 
»Ea, pues, queridísimos; mirad, no abandonéis a tal Madre, 
para que os saciéis de la abundancia de su casa y ella os 
embriague con el torrente de sus delicias entregándoos a Dios 
como dignos hijos, a los que, fortaleciéndolos con su piedad, los 
presenta incólumes y libres para la vida eterna» 4. 

Este sermón pascual, de los primeros que se conservan de 
su sacerdocio, resume bien el pensamiento agustiniano sobre 
uno de los aspectos fundamentales de la espiritualidad cristiana 
y agustiniana: la maternidad de la Iglesia, en cuyo nombre 
presenta el programa de vida que debían desarrollar los nuevos 
cristianos: la corrección de los vicios, la fuga del pecado, la 
práctica de las virtudes, la frecuencia de los sacramentos, la 
asistencia a la iglesia, el espíritu filial con respecto a Dios Padre 
y a la Iglesia Madre. 
Los cristianos, además de los padres según la carne, 
tenemos progenitores según el espíritu: «Dios es Padre, la 
Iglesia, Madre, ellos nos engendran de muy diversa manera que 
los padres carnales; éstos son autores de una lastimera 
generación, aquellos nos engendran a una vida dichosa» 5. 
En otro sermón dice: «Creo que es cosa notoria a vuestra fe 
que como de los padres hemos nacido carnalmente, como 
hombres, así espiritualmente renacemos de Dios Padre y de la 
Iglesia Madre» 6


2. Espiritualidad eclesial

He aquí uno de los rasgos más inconfundibles de nuestra 
espiritualidad católica, que es eclesial; es decir, engendrada, 
robustecida y perfeccionada dentro de la Iglesia y por la Iglesia. 
Nos hallamos, pues, muy distantes de una espiritualidad 
puramente individual e interior, como la predicada por el 
protestantismo, el cual excluye de nuestras relaciones con Dios 
todos los medianeros, excepto Cristo. Nosotros admitimos y 
bendecimos la mediación universal de la Iglesia, la cual no hace 
sombra, sino revela las riquezas de la mediación de Cristo, de la 
que participa su Cuerpo místico. 
En nuestros oídos suena como música dulce el consejo 
agustiniano: «Ama a la Iglesia, que te ha engendrado para la 
vida eterna» 7. 
.....


3. La caridad de los fieles

Durante esta labor de gestación, toda la Iglesia de los fieles 
tomaba parte con el deseo de dar a luz a los que ya estaban en 
sus entrañas maternales y esperaban ver el agua bautismal 
para lavarse en ella 10. San Agustín menciona la caridad de los 
fieles—caritas fidelium—como una fuerza de regeneración en 
virtud de la cual también los fieles tenían su parte en el nuevo 
nacimiento de los catecúmenos, o nuevos cristianos. Tal es el 
sentido de la expresión del Santo cuando, refiriéndose a los que 
se preparaban para recibir el bautismo, dice: «Los niños 
también necesitan de los beneficios del Mediador, para que, 
purificados por el sacramento y la caridad de los fieles e 
incorporados al Cuerpo de Cristo, se reconcilien con Dios, y en 
El sean vivificados, salvos, rescatados, iluminados. ¿De qué 
sino de la muerte, del reato, de la esclavitud y de las tinieblas 
de los pecados?» 11. El texto alude a los pelagianos, que no 
admitían la necesidad del bautismo para los niños, y nos 
certifica que al nacimiento de los hijos de Dios no sólo 
contribuye el rito bautismal, sino también la caridad del pueblo 
de Dios, pues toda la Iglesia se interesaba y se interesa aún por 
la conversión de los infieles y el aumento de los miembros de 
Cristo. Todo el Cuerpo de Cristo engendra los miembros de 
Cristo y coopera con sus oraciones y obras buenas a lo que 
llama el Santo sacramentum nativitatis: «He aquí que el 
bautizado recibió el sacramento del nacimiento, que en verdad 
es grande, divino, santo, inefable. Pondera qué tal será, que 
hace nuevo al hombre con el perdón de los pecados» 12. La 
Iglesia comunica a los hijos nuevos la misma vida de Dios, y el 
alma, que es el Espiritu Santo. La espiritualidad católica es una 
espiritualidad trinitaria: «Tu vida es Dios, tu vida es Cristo, tu 
vida es el Espíritu Santo» 13. A los recién bautizados les 
exhorta el Santo: «El Espiritu Santo ha comenzado a morar en 
vosotros; no le dejéis alejarse. Es un Huésped bueno que os 
enriquece, que os alimenta, que os embriaga»14. En otro 
sermón recuerda a los fieles: «La vida del cuerpo es el alma, la 
vida del alma es Dios» 15. 
Tanto la unción bautismal como la de la confirmación que se 
recibía después indicaban la presencia del Espiritu Santo en los 
fieles. El óleo, por la conexión que tiene con el fuego, es el 
sacramento del Espíritu Santo: «El óleo es el sacramento de 
nuestro fuego, que es el Espíritu Santo. Se acerca, pues, el 
Espíritu Santo; después del agua, el fuego, y os hacéis el pan, 
que es el cuerpo de Cristo» 16. Agua, fuego, pan; la ablución 
bautismal y la santificación del alma, la comunicación y 
presencia del Espíritu Santo y el pan divino, la eucaristía, que 
mantiene la nueva vida. Con tales principios se inicia la 
espiritualidad, la comunicación y presencia del Espíritu Santo y 
el pan divino, la eucaristía, que mantiene la nueva vida. Con 
tales principios se inicia la espiritualidad de los hijos de Dios. 
Los tres sacramentos, que se recibían juntamente en tiempos 
de San Agustín, crean el espíritu nuevo, animado por las tres 
fuerzas que se llaman las virtudes teologales: fe, esperanza y 
caridad, de que se hablará pronto. Por ellas se distingue la vida 
cristiana de toda otra forma de vivir; la espiritualidad cristiana 
de toda otra espiritualidad: «Se ha de tener cuenta lo que se 
cree, se espera y se ama. Pues nadie puede vivir en cualquier 
género de vida sin cada una de estas afecciones que son creer, 
esperar, amar. Si no crees lo que creen los gentiles, no esperas 
lo que esperan los gentiles, no amas lo que aman los gentiles, 
eres segregado de ellos. Pues no hay cosas más separadas 
entre sí como la creencia en la divinidad de los demonios y la fe 
en el único y verdadero Dios que profesas tú, y la esperanza en 
las naderías del mundo que ellos tienen y tu esperanza en la 
vida eterna con Cristo, y el amor con que ellos se entregan al 
mundo y el amor que tienes tú al Creador del mundo 17. Los 
hombres movidos por la fe, esperanza y caridad cristianas 
constituyen una novedad en el mundo, es decir, un espectáculo 
extraño. Los paganos no comprendían la conducta de los 
seguidores de Jesús, el vigor de sus creencias difíciles, la 
firmeza de su esperanza, que iba más allá del mundo visible; la 
potencia de la caridad con que se amaban unos a otros y aun a 
los enemigos: «¿Qué es lo que hay de oculto a los ojos de los 
paganos y no público en la Iglesia? E1 sacramento del 
bautismo, el sacramento de la eucaristía. Nuestras obras las 
ven los paganos, pero los sacramentos les están velados; mas 
de lo que está oculto a su vista proceden las obras que ven» 
18. 
.....


5. Manjares de desarrollo

El progreso en la vida espiritual, lo mismo que el crecimiento 
físico, pide buenos alimentos, que la Iglesia no cesa de distribuir 
entre sus hijos. Por eso San Agustín exhorta a los neófitos: 
Frequentate hanc matrem quae genuit vos. Venid con 
frecuencia a esta Madre que os ha dado la vida. Porque esta 
santa espiritual Madre os prepara todos los días comidas 
espirituales para engordar vuestras almas. Os reparte el pan 
celestial, os convida con el cáliz saludable, pues no quiere que 
ninguno de los suyos padezca hambre de tales cosas» 21. Los 
alimentos del alma son los sacramentos y la palabra de Dios 
Entre los primeros, la sagrada eucaristía se lleva la palma. El 
desarrollo espiritual se vincula a estos dos alimentos, que los 
antiguos comparaban entre sí, teniéndolos como el pan por 
excelencia, que conforta, robustece y deleita: «Cuando venís a 
la iglesia, atended a las Escrituras. Nosotros somos vuestros 
libros» 22.
BI/ALIMENTO: El estudio de la Biblia debe ser la refacción de 
los cristianos, que no deben contentarse con una fe 
rudimentaria, sino esclarecida y brillante para dar testimonio de 
la verdad y de la esperanza cristiana: «Nadie renace del agua y 
del Espíritu Santo sino porque quiere. Luego, si quiere, crece; si 
le da la gana, mengua. ¿Qué es crecer? Progresar, mejorarse. 
¿Qué es decrecer? Desfallecer. Todo renacido sepa que es un 
párvulo y un infante; arrójese, pues, ávidamente a los pechos 
de la Madre, y pronto comenzará su desarrollo y crecimiento. La 
Madre es la Iglesia, y las dos fuentes lácteas son los dos 
Testamentos. Tome allí la leche de todos los sacramentos 
temporales realizados para nuestra salud eterna, para que, 
alimentado v fortalecido con ellos, pueda comer el manjar 
sólido; es decir, entender la doctrina de la divinidad de Cristo 
cuando se dice: En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba 
era el seno de Dios, y Dios era el Verbo (Jn 1,1)» 25. 
Este bello pasaje resume toda la pedagogía maternal de la 
Iglesia en la formación de los hijos con una espiritualidad 
dogmática, porque vive de la verdad y se alimenta de las ubres 
mellizas de los dos Testamentos. 
La Iglesia tiene cargado su pecho con la divina sustancia de 
la revelación de Dios, donde se contiene la fuerza de todo 
desarrollo. También el Antiguo Testamento se halla lleno de 
luces y de manjares y contiene una pedagogía sacramental de 
gran valor para comprender el misterio de Cristo, que es en 
definitiva quien da la verdadera enjundia y grosura a la cultura 
de los hijos de Dios. En la formación catequística de la primitiva 
Iglesia, los acontecimientos de la historia sagrada o de la 
salvación servían de marco para exponer el misterio del Nuevo 
Testamento. La revelación patriarcal, mosaica y profética están 
llenas de esos que llama nuestro Santo sacramentos 
temporales, que son también el manjar substancioso que 
alimenta y ha alimentado la fe de los cristianos en todo tiempo. 
A lo largo del año litúrgico, la Iglesia reparte todos estos 
manjares para la robusta crianza de sus hijos, ora sean 
carnales, ora espirituales, porque tiene en la leche y en el pan 
lo que exige el buen régimen alimenticio de todos 24. 


6. «La hormiga de Dios» o el alma eclesial

HORMIGA-DE-D/AG DESOLACION/HORMIGA: La palabra 
divina que reparte la Iglesia alimenta las almas sobre todo en 
tiempo de tribulación y de angustia. En este aspecto desarrolla 
San Agustín una imagen bíblica muy expresiva de los libros 
sapienciales, que nos remiten al ejemplo de la hormiga para 
que no nos falten víveres cuando nos son más necesarios: 
«Despiértate, vigila, ten la previsión de la hormiga. Tiempo 
veraniego es; recoge lo que te servirá para el invierno. El 
verano es tu prosperidad; no seas, pues, perezoso; recoge los 
granos de la era del Señor, las palabras divinas en la Iglesia de 
Dios, y guárdalas dentro del corazón. Ahora andas próspero y 
sin revés; pero ya cambiarán las cosas» 25. 
El hombre mundano vive lejos de la Iglesia, sin recoger el 
grano de su doctrina, y no imita a la hormiga: «Imitaría a la 
hormiga si oyese la palabra de Dios recogiendo el grano y 
escondiéndolo dentro de su alma. Porque viene el tiempo de la 
tribulación, el invierno de la tibieza, la tempestad del temor, el 
frío de la tristeza; será una desgracia, un daño, un peligro para 
la salud, la pérdida de algún pariente; será una deshonra o 
humillación. He aquí el invierno. La hormiga vuelve a los víveres 
recogidos en el buen tiempo, y dentro, en lo secreto, se deleita 
con los frutos de su recolección. Todos la veían cuando ella se 
afanaba por recoger, nadie la ve cuando goza a solas de los 
frutos recogidos. Contempla a la hormiga de Dios; todos los 
días se levanta y acude a la iglesia, ora, escucha las lecturas, 
canta himnos, carga la consideración sobre lo que oye, se 
dedica a la meditación y deposita dentro los víveres recogidos 
en la era. Vosotros mismos que oís lo que estoy diciendo, 
hacéis ahora esto; os ven todos venir a la iglesia, volver a casa, 
escuchar sermones y lecturas, manejar el libro; todo esto se 
halla patente a los ojos. Es la pequeña hormiga que pisa el 
camino y va engrosando el granero a la vista de los demás. 
Pero viene el invierno alguna vez. ¿A quién no le llega? Es 
decir, le sobreviene una calamidad, un perjuicio, una muerte de 
los suyos; los más la compadecen, porque no saben el tesoro 
que ha guardado esa hormiga de Dios, y dicen: ¡Oh qué 
desgracia más grande le ha herido a Fulano! Imposible que la 
soporte; no tendrá ánimos para tanto. ¡Qué abatido se le ve! 
¡Qué habrá hecho para que Dios le trate así! Así vea yo a mis 
enemigos'. 
»Le aplican a él la misma medida que a si mismos, y se 
engañan. Eres un ignorante, ¡oh hombre! Tú sí que eres 
enemigo de ti mismo, porque no coges ahora en estío lo que él 
almacenó. Ahora la hormiga se alimenta con los desvelos del 
verano; pero tú no la ves alimentarse de aquellos frutos 
ocultos» 26.
.....
«Cuando uno vive tranquilo y sosegado, debe abastecerse 
de la palabra de Dios, depositándola en su corazón al estilo de 
la hormiga, que soterra el grano en sus nidos. En buen tiempo 
se puede hacer esto; pero viene la mala estación, viene el 
infortunio, y, en faltando este alimento interior, sobreviene la 
ruina y desfallecimiento» 27. 
He aquí dos tipos de almas: un alma litúrgica y sabia, que en 
el regazo de la madre Iglesia forma una robusta espiritualidad 
que le ampara de todo contratiempo. Las lecturas de la Iglesia, 
la predicación, los cánticos, los sacramentos, las festividades, la 
aprovisionaron de luz y fortaleza para el tiempo de la 
desventura. En la era de trigo—la Iglesia—se enriqueció 
interiormente. 
San Agustín, como educador cristiano, quería que sus fieles 
acumulasen los tesoros de las verdades divinas, porque en 
ellas descansa toda sana espiritualidad: «Reunid todos en 
común los tesoros de vuestro corazón» 28. 


7. La virginidad mental de los fieles

FE/VIRGINIDAD-MENTE: La educación integral de la Iglesia 
comprende las ideas, las costumbres, los sentimientos y las 
relaciones sociales de sus hijos. Lo primero es la buena 
formación en la fe, porque la verdad debe regir y dirigir a los 
hombres, y se comprende con el nombre de traditio symboli, la 
entrega del símbolo, «como un breve resumen de la regla de la 
fe que instruya la mente sin cargar la memoria»29. Los artículos 
de la fe explicados constituían la primera iniciación cristiana, 
que debía después continuarse a lo largo de toda la vida 
cristiana en las celebraciones litúrgicas a las que asistía la 
formica Dei. Así se formaba en los fieles lo que llama San 
Agustín la virginidad de la mente, porque la Iglesia virgen es 
escuela de vírgenes. 
VIRGINIDAD/CPO-MENTE: ¿En qué consiste esta virginidad? 
En la pureza incontaminada de la fe: «La virginidad del cuerpo 
es la carne intacta, la virginidad de la mente es la fe 
incorrupta»30. La Iglesia continuamente produce en el mundo 
estos dos milagros: la virginidad corporal y la espiritual. «Toda 
la Iglesia es llamada con el único nombre de virgen» 31, dice 
comentando el pasaje paulino (2 Cor 2,3): Os he desposado a 
un solo marido para presentaros a Cristo como casta virgen. 
«En la Iglesia, como virgen, hay diversos grados de virginidad. 
Muchos fieles la guardan en la carne, y ocupan un puesto alto 
de honor y santidad» 32. Pero además de la carnal está la 
virginidad de la mente o incorrupción de la fe, y ésta deben 
guardarla todos los miembros del Cuerpo místico 33. 
Por eso en toda la acción pastoral agustiniana hay un 
empeño sostenido de mantener incorrupta la fe de los 
cristianos. En sus instrucciones catequísticas exhorta a los 
bautizados a la vigilancia contra las herejías. En el sermón a los 
catecúmenos que se intitula De Cantico novo, que, aunque es 
atribuido al obispo de Cartago, Quodvultdeus, en su contenido 
y espíritu es de inspiración agustiniana, se dice a los candidatos 
para el bautismo: «Vosotros, gérmenes fieles de la santa madre 
Iglesia difundida en todo el mundo, huid de todas las herejías. 
Si alguno os enseñare otro evangelio diverso, sea anatema 
(Gal 1,9). Caminad por un sendero recto, sin desviaros ni a la 
derecha de la presunción ni a la izquierda de la desesperación» 
34. Y luego expone las herejías que han de evitar: la de los 
maniqueos, arrianos y pelagianos, que corrompían la fe en 
Cristo; los maniqueos negaban la encarnación del Hijo de Dios, 
porque la carne es intrínsecamente vitanda; los arrianos 
negaban la divinidad de Cristo, y los pelagianos mutilaban su 
obra de redención negando la gracia divina 35.
Esta corrupción de la fe es un fenómeno en que influyen 
diversos factores, como el error y el orgullo, que no se somete a 
la palabra divina, o la lesión de la caridad, con que se rompen 
los lazos con los demás creyentes que forman la comunidad de 
la Iglesia. Por eso las tres virtudes—fe, esperanza y caridad— 
pertenecen a la integridad virginal del alma: «La Iglesia misma 
es la Esposa, que con la integridad de la fe, esperanza y 
caridad se mantiene virgen» 36. 
Los consejos agustinianos para conservar la integridad de la 
fe tienen en nuestro tiempo la misma actualidad que en el suyo, 
porque son muchos los errores y herejías que contaminan la 
atmósfera de hoy, amenazando en sus fundamentos la 
espiritualidad cristiana, que exige la virginidad de la fe como 
primer fundamento para su existencia y desarrollo. 
FE/TUNICA-CORAZA/AG: Por eso el símbolo es como una 
armadura espiritual para defensa de los cristianos. San Agustín 
aconseja a los competentes: «Recuerda lo que crees; mírate en 
tu fe; el símbolo sea para ti como un espejo. Contémplate allí, si 
crees todo lo que confiesas que crees, y alégrate todos los días 
en tu fe. Sean tus riquezas, en cierto modo, como los vestidos 
de tu mente. Cuando te levantas por la mañana, ¿no te pones 
los vestidos? Así también, recordando tu Credo, viste tu alma 
para que no se quede desnuda con el olvido, y se cumpla lo 
que dice el Apóstol, lo cual no permita Dios: Aunque 
despojados, no nos veamos desnudos (2 Cor 5,3)». 
Estaremos vestidos con nuestra fe, y ella será nuestra túnica 
y nuestra coraza; nuestra túnica contra la vergüenza, nuestra 
coraza contra el adversario. Y, cuando lleguemos al lugar de 
nuestro reino, ya no nos será necesario repetir el Credo; 
veremos a Dios. El será nuestra visión; y la contemplación de 
Dios será el premio de nuestra fe 37. 


8. Escuela de la santidad cristiana

La fe es el fundamento de la vida cristiana, pero toda ella 
está ordenada a la práctica o a las obras. Una fe sin obras no 
es el ideal cristiano. 
Por eso la Iglesia no sólo educaba a la virginidad del espiritu, 
sino también para la pureza moral, que le es inseparable. En 
textos anteriores se han mencionado normas prácticas para 
ilustración de los competentes. También son estos «manjares 
espirituales» para los nuevos cristianos: «Conviene, pues, que 
recibamos el pan cotidiano, esto es, los preceptos divinos, que 
diariamente hay que recordar y meditar. Pues de ellos dice el 
Señor: Buscad una comida que no se acaba. Alimento cotidiano 
se llama éste mientras dura esta vida temporal, formada por la 
sucesión de días que se vienen y se van. Y en verdad, mientras 
nuestra atención se reparte, alternativamente, ora a las cosas 
superiores, ora a las inferiores, es decir, las espirituales y 
carnales, asemejándose al que ora toma alimentos, ora padece 
hambre, todos los días es necesario este alimento, con que se 
refocile el hambriento y se levante el que ha decaido. Pues así 
como el cuerpo en esta vida, antes de su definitiva 
transformación, se fortalece con alimentos, porque padece 
desgaste, así nuestro ánimo, ya que por su dedicación a las 
cosas temporales sufre menoscabo en su atención a Dios, 
aliméntese con el manjar de los preceptos» 38. 
La renuncia al diablo y a sus pompas contenía ya parte del 
programa moral de los nuevos cristianos, que con el bautismo 
entraban en el combate espiritual. El neófito, por su buena 
conducta, «debía alegrar el rostro de su Padre, progresando en 
la sabiduría, y no entristecer el rostro de la madre Iglesia con 
sus desvíos» 39. 
Dios es el Padre; la Iglesia, la Madre 40. El hijo de Dios y de 
la Iglesia debe vivir en el recuerdo y veneración de su Padre y 
Madre para no perder nunca su amistad y la posesión de su 
gracia, que está garantizada por la presencia del Espíritu Santo, 
«que ha comenzado a morar en vuestros corazones; ya nunca 
se vaya de ellos; no queráis echarlo de vuestros corazones» 
41. 
También en esta pedagogía de formación cristiana entraba el 
adiestramiento en la plegaria, «pues como hemos de vivir en 
este mundo, donde nadie está libre de caer, por eso el perdón 
de los pecados no está sólo en la ablución bautismal, sino 
también en la oración dominical cotidiana que habéis de recibir 
después de ocho días. En ella encontraréis como un bautismo 
diario para vosotros, para que deis gracias a Dios, que ha 
hecho a la Iglesia este regalo que confesamos en el símbolo, de 
modo que después de decir: Creemos en la santa Iglesia', 
añadamos el perdón de los pecados» 42. 
San Agustín, siguiendo el buen espíritu de la antigüedad 
cristiana, dio la máxima importancia a la oración, como se verá 
después. 


9. Maternidad espiritual de los cristianos

CR/MISIONERO CR/PARENTESCOS-CON-J: Se colige de lo 
dicho que la Iglesia, al formar a sus hijos, imprime en ellos sus 
propios rasgos virginales y maternales. Por eso ella educa para 
la maternidad, o digamos celo por la salvación de los prójimos. 
El Evangelio nos ha abierto los ojos para ver cierta 
maternidad, que es la mayor gloria de los seguidores de Cristo. 
Se pueden lograr las más inverosimiles formas de parentesco 
con El: desposorio, hermandad, maternidad. Las almas pueden 
ser esposas, hermanas y madres de Cristo. 
San Agustín difundió en su catequesis este privilegio de los 
cristianos: el de ser madre de Cristo o madre de las almas: 
«Madre suya es toda la Iglesia, porque ella da a luz, por la 
gracia de Dios, a sus miembros que son los fieles. Madre suya 
es también toda alma piadosa que hace la voluntad del Padre 
con fecundísima caridad en los que ha dado a luz hasta que en 
ellos se forme Cristo» 43. La idea es totalmente cristiana o de 
Cristo en el Evangelio 44. 
Por la fe se concibe a Cristo y por las obras y la predicación 
se le engendra en las almas: «La Iglesia, en espiritu, da a luz a 
los miembros de Cristo, como María virgen lo dio según la 
carne. Procread, pues, vosotros con la mente a los miembros 
de Cristo de la misma manera que la Virgen Marta y seréis 
madres de Cristo. Os hicisteis hijos suyos; haceos también 
madres. Al recibir el bautismo, os hicisteis hijos, nacisteis como 
miembros de Cristo. Atraed, pues, al bautismo a cuantos 
podáis, para que así como os hicisteis al nacer hijos por la 
gracia, os hagáis madres de Cristo, cooperando a su 
nacimiento espiritual por el bautismo» 45.
Tenemos aquí uno de los aspectos amables de la 
espiritualidad católica, esencialmente misionera o cooperadora 
en la obra de la dilatación del reino de Dios. Las misiones 
católicas nos han dado una conciencia más clara de esta 
prerrogativa cristiana.


10. La santa infancia

INFANCIA-ESPA/AG /SAL/016/017/08 /SAL/062/063/08: 
Quiero por último aludir a otro carácter de la espiritualidad 
agustiniana: cierto rasgo infantil. Para amar a la Iglesia como 
madre hay que sentirse un poco niños. San Agustín, con haber 
sido un intelectual de tanta potencia, vivió siempre humilde y 
afectuosamente unido a la Iglesia madre. El epíteto Mater 
Ecclesia le fluye de los labios con frecuencia. Quien abriga 
sentimientos de orgullo, de autonomía, de suficiencia pelagiana, 
difícilmente puede tener los delicados sentimientos agustinianos 
para con la Iglesia. Hay que ser párvulos en el espíritu para 
sentir y buscar el calor de la maternidad eclesial. Santa Teresa 
del Niño Jesús nos ha abierto los ojos para esta forma fina de 
espiritualidad; pero se trata de una doctrina antigua vivida 
siempre en la Iglesia. San Agustín la llama santa infancia y la 
enlaza con la humildad. El reino de los cielos es para los 
humildes, para los que son espiritualmente párvulos, spirituaIiter 
parvuli 46, Uno se empequeñece íntimamente al dirigirse a Dios 
y a la Madre. Está muy en las entrañas de la espiritualidad este 
empequeñecimiento o humildad en la confianza y abandono filial 
en Dios: «Alborózome con mis obras buenas, porque sobre mí 
anda aleteando la protección de tus alas. Si tú no me proteges 
a mí que soy un polluelo, me cogerá el gavilán. Pues dice en 
cierto lugar el Señor a Jerusalén, ciudad donde fue crucificado: 
¡Cuántas veces he querido recoger a tus hijitos como la gallina 
a los polluelos y no quisiste! Pequeñuelos somos; luego 
defiéndanos Dios con el amparo de sus alas. ¿Y cuando nos 
hagamos mayores? Bueno será que también entonces nos 
proteja, para que debajo de El, que es siempre mayor, seamos 
nosotros siempre pequeños. Porque siempre El es mayor por 
mucho que nosotros crezcamos. No diga, pues, nadie: 
'Protéjame el Señor cuando soy pequeño', como si hubiera de 
llegar a una mayoría en que hubiera de bastarse a sí mismo. 
Nada eres sin la protección divina. Queramos siempre ser 
amparados por El, porque entonces podremos ser siempre 
grandes en El si siempre nos sentimos pequeñuelos junto a El. 
Y me gozaré en el amparo de tus alas» 47. Toda la gracia de la 
espiritualidad agustiniana respira en esta página que nos invita 
a la infancia espiritual con Dios y con la Iglesia 48.

VICTORINO CAPANAGA, O.R.S.A.
AGUSTÍN DE HIPONA,
MAESTRO DE LA CONVERSIÓN CRISTIANA
BAC, MADRID 1974. Págs. 160-172 

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1 Epist. 55,32: PL 33,220. 
2 Sermo 223,1 (PL 38,1092): «Novelli filii castae matris, filii virginis 
matris». 
3 Sermo 352,3 (PL 39,1551): «Per mare transitus baptismus 
est».—Sermo 213,8 (PL 38,1064): «Peccata vestra hostes sunt, 
sequuntur usque ad mare».—Enarrat. in ps. 72,3: PL 36,915--16 
4 MA I, MAI XCII 94,332-33. 
5 Sermo 216,8 (PL 38,1081): «Per illos lamentabilis generatio, per hos 
optando generatio».
6 MA I; MAI 94,333: «ita nos ex Deo Patre et Matre ecclesia nasci».
7 Sermo 244,1 (PL 38,1512): «Ama Ecclesiam quae te genuit ad vitam 
aeternarm».
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10 La pedagogía maternal de la Iglesia en la formación y preparación de 
los catecúmenos para el bautismo consistía en avivar el deseo de 
llegar a la fuente de aguas vivas que significaba la Pascua para los 
cristianos. San Agustín ha dejado una de las páginas más bellas de 
la literatura religiosa cantando al ciervo espiritual que se dirige a las 
fuentes. Había en toda la Iglesia un ansia de llegar al agua, de verla, 
de tocarla, de lavarse en ella. Nosotros no llegamos a comprender el 
desbordante río de júbilo que corría por la Iglesia cuando en el alba de 
la Pascua lanzaba ella el cántico de la victoria con las palabras 
proféticas que todavía resuenan en el rito pascual de la aspersión 
dominical: Vidi-aquam!... «¡He visto el agua!» Habían llegado a ver el 
agua los ciervos sedientos después de haber pasado el desierto 
cuaresmal. No sólo era el goce franciscano del agua hermosa, casta 
y limpia, sino también el gozo agustiniano, profundo y reverencial del 
agua-madre, portadora del misterio y de la gracia de Dios: Vulva 
matris aqua baptismatis (Sermo 119,4: PL 38 674). Cf. V. 
CAPÁNAGA, El milagro de las lámparas. «¡He visto el agua!» 
p.295-302 (Madrid 1958). 
11 De peccat. merit. et remis. I,XXV: 93I PL 44,131. 
De este modo, toda la Iglesia es madre, porque toda ella coopera el 
nacimiento de los hijos de Dios.—De virgin. V: PL 40,399: «Mater 
eius tota Ecclesia, quia membra eius, id est, fideles eius per Dei 
gratiam ipsa utique parit». 
12 In epist. Io. tr. 6,6: PL 35,2015.
13 Sermo 161,7 PL 38 ,881
14 Sermo 225,3 (PL 8,1090): «Bonus Hospes implet vos, pascit vos, 
inebriat vos».
15 Sermo 161,6: PL 38,881.
16 Sermo 227 (PL 38,1100): «Accedit ergo Spiritus Sanctus, post aquam 
ignis et efficimini Panis qui est Corpus Christi». 
17 Sermo 198,2: PL 38,1025. 
18 Enarrat. in ps. 103 sermo I 14: PL 37,1348. 
...

21 MA I; MAI XCII 333: «Haec ergo sancta et spiritalis mater cotidie vobis 
spirituales escas praeparat, per quas non corpora vestra, sed animas 
vestras reficiat» 
22 Sermo 227 (PL 38,1100): «Códices vestri nos sumus». 
23 In epist. Io. tr. III 1 (PL 35,1997-98): «Est autem mater Ecclesia, et 
duo ubera eius duo Testamenta Scripturarum divinarum». 
24 Contra Faustum XIV 3 (PL 42,305): «Veritatem sola tu habes et in 
lacte et in pane tuo».
25 Sermo 38,6; PL 38 238. 
26 Enarrat. in ps. 63,3: PL 805.
27 Enarrat. in ps. 36,11 : PL 36,369-70. 
28 Sermo 216,3 (PL 3S,1078): «Thesauros cordis vestri unanimiter 
congregate». 
29 Sermo 213,1 (PL 38,1060): «... breviter complexa regula fidei, ut 
mentem instruat nec oneret memoriam». 
30 Enarrat. in ps. 147,10 (PL 37.1920): «Virginitas carnis, corpus 
intactum, virginitas menos, fldes incorrupta».
31 Sermo 93,3 (PL 38,575): «Tota Ecclesia uno nomine virgo est 
appellata». 
32 In lo ev. tr. XIII 12: PL 35,1499. 
33 Sermo 341,5: PL 38,1496. 
34 De Cantico novo X 10 (PL 40,686): «Vos autem fidelia germina 
sanctae matris catholicae per universum mundum diffusae, fugite 
omnes haereses». 
35 Ibid., 6-10: PL 40,682-86. 
36 De bono vid. X 13 (PL 40,438): «Ecclesia ipsa coniux est, quae fidei, 
spei et caritatis integritate.. tota virgo est».
37 Sermo 58,13 (PL 38,399): «... Nunquid non quando surgis. vestís te? 
Si et commemorando Symbolum, vesti animam tuam, ne forte eam 
nudet oblivio». 
38 De serm. Dom. in monte II 27: PL 34.1281. 
39 Sermo 216,7: PL 38,1080. 
40 Ibid., 8: PL 38,1081. 
41Sermo 224,4: PL 38,1098. 
42 Sermo 213,8 (PL 38,1064-65): «In illa invenieiis quasi quotidianum 
baptismum vestrum, ut agatis Deo gratias qui donavit hoc munus 
Ecclesiae suae, quod confitemur in Symbolo; ut cum dixerimus 
Sanctam Ecclesiam, adiungamus remissionem peccatorum».— véase 
este sermón en G. Morin MA I, GUELFERT, I 441450. 
43 De sancta virgin. 5: PL 40,399.
44 Lc 11,27-28
45 Sermo 25,8: PL 45,939-940; G. MORIN: MA I; DENIS, XX V 164.
46 Sermo 353,2: PL 3S,1561. 
47 Enarrat. in ps. 62,16 (PL 36,557-58): «Semper ab Illo protegi velimus, 
tunc semper in Illo magni esse poterimus, si semper sub ipso parvuli 
sumus». 
48 Para un desarrollo más amplio de este tema véase a V. CAPÁNAGA, 
La Iglesia en la espiritualidad de San Agustín: Ephemerides 
Carmeliticae 17 (Roma 1966) 88-133; R. PALMERO RAMOS, 
«Ecclesia Mater» en San Agustín (Madrid 1970); S. VERGÉS, La 
Iglesia, esposa de Cristo (Barcelona 1959).