0. INTRODUCCION

 

          Dos partes tiene esta Introducción. En la primera recojo las expectativas que suelen expresar los alumnos al empezar el curso y las que yo mismo tengo. En la segunda, hago una primera aproximación al contenido y al estilo del curso en su globalidad.

 

          0.1. Expectativas

 

          a) Expectativas de los alumnos

 

          La síntesis que presento recoge las conversaciones iniciales con los alumnos de varios cursos.[1]

 

1.

          Respecto del profesor aparecen dos preocupaciones. La primera, respecto de su línea: acaso es conservador, o partidario de la Teología de la Liberación, o expositor objetivo de todas las tendencias. La segunda preocupación se refiere al acento que da al curso: es sobre todo científico, o pastoral, o bien trata de hacer una reflexión a partir de la praxis.

          En cuanto a la forma en que el Profesor hace el curso, hay cuatro preocupaciones. Una sobre el método: se lo quiere dinámico y participativo, dialogal; y que el diálogo sea no sólo entre el Profesor y los alumnos, sino entre los mismos alumnos, intentando llegar a tener algo como una postura de generación. La segunda es que se desea un curso ordenado y sistemático que facilite la comprensión, lo que implica clases bien preparadas; se desea que los puntos básicos queden claros, para que luego, a partir de ellos se pueda reflexionar personalmente. La tercera es que haya flexibilidad en materia de los trabajos. La última es que el Profesor sea accesible a los alumnos.

 

2.

          Respecto del curso, se expresan expectativas en cuanto a la forma.

          Se espera un curso exigente, de mucho trabajo personal; que ayude a cuestionar, pero sobre todo a alimentar y fortalecer la fe y la vida espiritual, dado que los alumnos son en su gran mayoría religiosos y agentes pastorales; que ayude a razonar la fe y a seguir estudiando; que permita ir comparando el estudio con la experiencia personal, con las preguntas que han surgido de la experiencia de Dios y de los estudios ya hechos (que son filosóficos y, en algunos casos también bíblicos: Sinópticos, Pentateuco, Cristología bíblica); se quiere calibrar las intuiciones que van surgiendo a medida que se avanza en los estudios, no se quiere tanto estudio de memoria cuanto reflexión personal, que se pueda compartir en la clase, sin temor a decir “herejías”. En particular, se quiere un curso que tome en cuenta las preguntas que vienen de la filosofía, que ejercite el diálogo entre teología y filosofía; un curso atento a las preguntas que vienen de la cultura y que cuestionan la fe, como por ejemplo el ateísmo; un curso atento a la situación actual de la cultura, marcada por el pluralismo y el cambio; un curso que, al mismo tiempo, pueda aportar el serntido de la verdad. También se expresan algunos temores: un curso denso y difícil, de tema complicado, con mucho apoyo en la filosofía; y que no se alcance a asimilar toda la materia. En algún caso, se teme que la Teología Fundamental sea un híbrido de Filosofía y Teología, que las relaciones con la Teodicea y la Filosofía de la Religión no sean claras.

          Se desea también que el curso tome en cuenta la realidad concreta de la vida, los desafíos que vienen de la Iglesia latinoamericana, y que integre la experiencia de las comunidades que los alumnos han ido conociendo en su trabajo pastoral y la presencia creciente de la labor proselitista de las sectas; porque se piensa que la Teología no debe ser sólo especulativa sino que debe buscar al Dios que se refleja en la experiencia y la historia, para lo cual debe estar encarnada en la cultura, a la vez que abierta a las demás culturas y a las otras religiones. En esta línea, se espera que en la bibliografía se tenga en cuenta a los autores latinoamericanos.

          Muy conectado con lo anterior, se espera un curso que se pueda llevar a la acción pastoral (también cuando es con gente sencilla), un curso que se pueda hacer carne en la actividad; para ello, debe unir de manera sencilla el estudio y la pastoral.

          En suma, se trata de prepararse para hacer Teología en el mundo actual, retomando lo bueno de la Teología del pasado.

 

          En cuanto a los contenidos del curso, se expresan cuatro expectativas mayores.

          Se espera sistematizar intelectualmente la experiencia de Dios, profundizar la fe y las convicciones personales, para lograr un mejor conocimiento de Jesús y una mejor praxis apostólica; lo de la praxis apostólica se fundamenta en que se piensa que la Teología debe tener una clara proyección pastoral y debe contribuir a aclarar cómo evangelizar al pueblo de manera que éste no pierda su identidad cultural. Así, se podrá dar razón fundamentada de la fe.

          En segundo lugar, se supone que los contenidos principales del curso son la relación entre revelación y fe, entre la palabra de Dios y la respuesta del hombre; y que estos contenidos se han de sistematizar sobre la base del concepto de revelación. Se quiere lograr un acercamiento a la revelación de Dios durante el curso.

          En tercer lugar, se espera recibir un conocimiento inicial de lo que es la Teología, de cómo se abordan científicamente los datos de la revelación y la fe. Esto incluye saber qué es la Teología en cuanto ciencia, conocer su objeto, su método, sus fuentes, su apoyo en la filosofía, aclarando lo esencial de la Teología en sí, antes de sus apellidos (Teología política, de la liberación, etc.); aprender a construir una buena Teología, recibiendo en este curso una iniciación al método teológico; lograr una síntesis global inicial de la Teología (que incluya lo mucho que ya se sabe, dada la experiencia de fe de los alumnos), de modo de ubicar las diversas disciplinas teológicas, las diferencias entre la Teología católica y la protestante, y las relaciones de la Teología con la Sagrada Escritura y el Magisterio, por un lado, y con la razón por otro; esto último incluye sus relaciones con las restantes disciplinas humanas (con respecto a éstas, se quiere ver la mutua iluminación, y se piensa que la Teología ha de entregar herramientas para cuestionar el mundo).

          Se espera adquirir, por último, los fundamentos y las herramientas para los estudios posteriores, recibiendo los cimientos y la estructura básica de toda la Teología.

          Se expresa también una cierta perplejidad ante el contenido del curso, que no aparece tan evidente por el solo título de “Teología Fundamental” como en otros cursos, como por ejemplo Sinópticos o Cristología.

 

          b) Expectativas del profesor

 

          Mis expectativas respecto de los alumnos se reducen a que estudien con sentido e intensamente y a que busquen apasionadamente conmigo la Verdad, dándole al curso un marcado carácter dialogal. Me detengo en la primera de estas expectativas. Pero, antes, quiero decir una palabra sobre la segunda, en particular sobre el carácter dialogal. No se trata de convertir la clase en un momento de conversación. Mi responsabilidad es introducir a los alumnos en la materia del curso, y para ello, me parece, es indispensable la exposición viva del profesor, incluso cuando lo que dice ya está escrito en los apuntes (y en libros de otros autores). Lo dialogal que yo busco puede expresarse también en clase, como preguntas, comentarios, críticas de los alumnos; pero se sitúa en un nivel más profundo y decisivo: en el interés personal que cada alumno ponga en hacer suyos los contenidos del curso, es decir, en la decisión de entrar personalmente en los temas. Desde ese fondo personal, el diálogo con el profesor puede tomar muy diversas vías: las preguntas, los comentarios, eventualmente también las objeciones y críticas, hechos en clase; las respuestas a las preguntas del profesor en las pruebas e interrogaciones; los trabajos personales; las consultas y conversaciones con el profesor fuera de clase; las conversaciones entre alumnos, sea al estudiar en grupo la materia, sea de manera informal; las conversaciones o reflexiones de los alumnos en otros ámbitos, como su casa o comunidad, su grupo pastoral, etc. Cuando el estudio de un tema se hace en forma intensamente personal -cuando el estudiante busca personalmente la verdad-, toda la vida queda tocada por ese tema y el diálogo se va expresando en toda la riqueza de la vida y de sus diversas situaciones. Volvamos ahora a la primera expectativa.

          Para estudiar con sentido hay que cuidar dos dimensiones del estudio de la Teología. Por una parte, su dimensión intelectual, por otra, su dimensión de fe o religiosa.

 

1.

          Cuidar la dimensión intelectual supone tener claro, en primer lugar, en qué consiste el acto de conocer, y reconocer luego que en todo estudio o aprendizaje se dan tres pasos, que hay que respetar en su especificidad. Vale la pena detenerse un momento en la descripción de cada uno de estos aspectos.

          Simplificando mucho, se puede decir que conocer es interpretar, e interpretar implica hacer a la realidad que se quiere conocer la pregunta adecuada. Un texto de los Hechos de los Apóstoles nos puede ayudar a ver en qué sentido conocer es interpretar. Se trata del relato en que Pedro es liberado de la cárcel por un ángel. Dice el texto que el ángel se presenta en la celda y la ilumina; luego despierta a Pedro y le ordena levantarse, vestirse y seguirlo. “Pedro salió detrás, sin saber si lo que hacía  el ángel era real, pues aquello le parecía una visión” (Hech 12,9). Una vez que, atravesadas las guardias, llegan a la calle, el ángel lo deja solo. “Pedro recapacitó y dijo: Era verdad, el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de toda esa expectación del pueblo judío” (Hech 12,11). Pedro hace una experiencia, pero primero la interpreta como visión (o sueño), luego cae en la cuenta de que era real; ahora que da la interpretación correcta de lo que está viviendo, es decir, ahora que conoce lo que ha experimentado, su experiencia se plenifica, queda situada en el lugar que le corresponde (Dios lo ha liberado del deseo del pueblo judío de matarlo), puede ser vinculada correctamente con otras experiencias; es como cuando uno pone la pieza del puzzle (rompecabezas) en el lugar que le corresponde: aporta lo suyo al conjunto y recibe del conjunto su entorno, de modo que se completa.

          Tenemos que dar un segundo paso. No conocemos de verdad, es decir, no hacemos contacto real con lo conocido, si no hacemos experiencia; pero no hacemos experiencia, si no tenemos preguntas, si el contacto con esa realidad no nos provoca preguntas. Otro texto, esta vez del Evangelio de Juan, nos ayuda a tomar conciencia de que interpretar supone hacer a la experiencia las preguntas adecuadas. “Al pasar vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: ‘Maestro, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?’ Respondió Jesús: ‘Ni el pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios’” (Jn 9,1-3). La pregunta del porqué no sirve para penetrar a fondo en la experiencia de haber encontrado a un ciego; Jesús cambia la pregunta de los discípulos, al responder no por la causa sino por la finalidad, por el para qué. El ciego es un desafío a actuar frente a él de manera de hacer con él la obra de Dios. Pienso que podemos ampliar este caso. En teología (y en la fe cristiana) la pregunta que nos lleva al centro de la realidad no es la pregunta del porqué, no es la búsqueda de los encadenamientos causales anteriores a la experiencia que hacemos; la pregunta decisiva es la que busca recoger el desafío que la realidad me transmite de parte de Dios, la que me involucra a mí en la obra de Dios, en interacción con la realidad que voy experimentando. No es el pasado lo decisivo sino el futuro que vamos haciendo en esa interacción.

          Podemos dar un paso más, de la mano de un último texto del Nuevo Testamento. Los discípulos que vuelven a su casa en Emaús la tarde del Domingo de resurrección conversan con un desconocido que no parece haberse enterado de la experiencia que ellos y todo el pueblo acaban de hacer en Jerusalén con Jesús de Nazaret, “que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo” (Lc 24,19). Pero esta interpretación que ellos hacen choca con la dura realidad: “Nuestros sumos sacerdotes y magistrados lo condenaron a muerte y lo crucificaron” (Lc 24,20). Este choque destruye su interpretación esperanzada: “Nosotros creíamos que sería él el que iba a liberar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó” (Lc 24,21). Es verdad que ha habido una nueva experiencia, la de las mujeres que fueron al sepulcro y no lo hallaron y volvieron “diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles que decían que él vivía” (Lc 24,23). Pero esta experiencia no parece abrir camino para cambiar la interpretación entristecida y frustrada: “Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no lo vieron” (Lc 24,24). Entonces interviene el peregrino y da una nueva interpretación de la misma experiencia que ellos han hecho. La da basado en la Escritura. “¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?” (Lc 24,26). “Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras” (Lc 24,27). La tradición cultural del pueblo judío -una tradición profundamente religiosa- es empleada aquí por el Peregrino para cambiar la interpretación de los hechos, para iluminarlos con la luz adecuada, que permite ver en ellos lo que realmente ocurrió. Pero esa misma tradición la conocían y compartían los de Emaús, sólo que eran incapaces de usar su luz, les faltaba el maestro que se las hiciera transparente y que lograra la mediación entre ella y la experiencia actual.

          Como en el camino han sentido arder su corazón, le ruegan al Peregrino que se quede con ellos. Y, una vez que lo reconocen como el Señor resucitado y que él desaparece, “levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: ‘¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!’ Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan” (Lc 24,33-35). Junto al valor de la tradición, siempre que esté correctamente interpretada gracias a la ayuda de un maestro, está el valor de compartir las experiencias entre los con-discípulos: al hacerlo, la experiencia de cada uno se enriquece y se controla, y se confirma la interpretación correcta dada. Podemos concluir que el conocimiento interpretativo de la realidad es social (cultural) y comunitario; no se hace en soledad individual sino en diálogo, con el maestro y con los condiscípulos. Cuando se trata del conocimiento de las realidades de la fe, el rasgo comunitario se precisa como eclesial. Y es precisamente en la Iglesia donde podemos hacer nuestra su rica tradición, la que nos deja como enanos montados sobre los hombros de un gigante, capaces de ver más allá.

 

2.

          En cuanto a los tres pasos que se dan en el estudio, el primero es la recolección de los datos, la exploración del fenómeno cuya verdad se busca. Paso comparable al de la adquisición de los materiales para la construcción de una casa o de las perlas para hacer un collar. Concretamente, los datos se buscan con ayuda de preguntas, cuya función es sensibilizar al que investiga, es decir, capacitarlo para descubrir los datos en el permanente caleidoscopio que es la realidad que experimentamos. Sin preguntas, el hombre corre el riesgo de pasar de largo ante la realidad, sin captarla, como la vaca ante una obra de arte, que sólo le puede interesar en la medida en que tenga que ver con su alimentación. La recolección de los datos hace al erudito. Pero la sola erudición no es todavía el encuentro de la verdad, como las perlas no constituyen el collar ni los materiales la casa. Por eso, es necesario el segundo paso.

          El segundo momento en el aprendizaje es la sistematización de los datos recolectados. Esta se hace normalmente mediante la conceptualización, es decir, la integración de los datos en una construcción estructurada, con sentido. Este paso lo podemos comparar con el plano de la casa hecho por el arquitecto o con el hilo y la ordenación de las perlas según su porte, que permitirá hacer de ellas un collar. Conceptualizar los datos recogidos supone haberse encontrado con el ser de la realidad bajo estudio; un encuentro ciertamente no definitivo, siempre logrado a medias y por lo tanto posible de ahondarse indefinidamente; más, mientras más rica sea esa realidad cuya verdad buscamos. La sistematización conduce al conocimiento nocional; la “noción” es la expresión verbal del ser de las cosas, de su definición. Este tipo de conocimiento puede rebajarse a mero intelectualismo, manejo descarnado de nociones sin referencia a la experiencia viva de la realidad. Por eso, es indispensable el tercer y último paso.

          El tercer momento en el aprendizaje es la asimilación personal, es decir, la transformación de la persona por el contacto con el ser de la realidad estudiada. Se trata de un acto personal intransferible; no lo puede hacer el profesor a cuenta del alumno, ni el libro a cuenta del lector. Lo más que pueden hacer el profesor o el autor es señalar pistas que inviten y conduzcan a esa experiencia personal, o que la evoquen. Este último paso se puede comparar al collar usado por una mujer o a la casa habitada por la familia, marcada por sus costumbres, impregnada de su estilo de vida.

          Muchas cosas habría que añadir a esta escueta presentación. Por ejemplo, que estos tres pasos se dan con una cierta circularidad o interpenetración mutua. En efecto, nadie pregunta, si de alguna manera no ha hecho ya una cierta experiencia de la realidad en cuestión; o si alguien a quien estima no le ayuda a preguntarse. Aquí se sitúa precisamente el papel del maestro o el profesor: es un guía hacia las preguntas que abren un acceso cada vez más rico y enriquecedor a la realidad.

 

          Junto al reconocimiento de estos tres pasos, para que el alumno pueda desempeñarse bien en el estudio, es necesario que conozca y practique una serie de procedimientos o técnicas de estudio. El ejercicio de cualquier técnica de estudio supone al menos dos cosas. Por abajo, como su “base material” indispensable, la adquisición de una serie de hábitos. Por arriba, como el imán que atrae, suscitando el esfuerzo, la plena conciencia del sentido del estudio.

          Cuando hablo de hábitos de estudio, estoy pensando en cosas que van desde la  capacidad de sentarse largo rato, pasando por la capacidad de leer y escribir con fluidez, hasta los hábitos propiamente intelectuales: la costumbre de preguntar, de exigir precisión, etc. Estos hábitos se logran por repetición constante de los respectivos actos; no hay manera mágica de saltarse el esfuerzo. Pero esta repetición ha de hacerse sin violencia. Sin embargo, la conciencia del sentido del estudio es lo decisivo, porque sin ella no se logra adquirir ni un solo hábito: al no encontrar sentido, falla la voluntad necesaria para la repetición de actos poco gratos.

          Las técnicas de estudio serán muy diversas, según de qué tipo de trabajo se trate. Me limito a decir una palabra sobre dos tipos básicos, como son la asimilación de la materia y la lectura de textos complementarios. La asimilación de la materia de clase  para preparar pruebas escritas u orales se ve favorecida por cosas como: pasar en limpio la materia de clases, subrayar los apuntes, hacer esquemas, y poner títulos en los márgenes, resumiendo los contenidos de cada párrafo. Sea cual sea el procedimiento que se emplee, lo importante es ir haciendo este trabajo clase a clase: se entiende mejor lo que viene en la próxima clase, porque se ha recordado a tiempo la “frase” anterior (cada clase es como una frase de un largo discurso); y se facilita la asimilación personal: a cada nueva pasada por la misma materia se capta algo nuevo (es como una gota de agua que, a lo largo de siglos, horada la piedra más dura).

          En cuanto a la lectura de textos complementarios, vale la pena hacer varias lecturas: una 1a lectura sin detenerse, para conocer la totalidad del argumento (cuando se trata de un libro largo, ir por capítulos o por grupos de capítulos); una 2a lectura, para hacer detenidamente el análisis; su resultado debe ser un esquema del discurso (un plano del encadenamiento  o articulación de las ideas principales); la lectura se termina por un intento de síntesis en que se da expresión personal a la idea de fondo que el autor ha querido exponer; esta síntesis se puede exponer en dos partes: el tema (el objeto sobre el cual discurre el texto leído) y la tesis (la afirmación que hace sobre él). Es fundamental llegar al texto con preguntas previas, a las que se busca respuesta en el texto. Pueden ser las preguntas que surgen personalmente, o las que el Curso va suscitando, o las que el Profesor entrega como pauta de lectura. Pero es igualmente fundamental dejarse preguntar por el texto, para enriquecer el horizonte desde el cual se pregunta.

 

3.

          Una segunda dimensión del estudio que los alumnos deben cuidar es la dimensión religiosa, de fe. En el fondo, se trata de algo muy simple y, por lo mismo, muy difícil: asumir el estudio como voluntad de Dios. Normalmente, la voluntad de Dios no se nos presenta de manera inmediata, normalmente no escuchamos su voz ni nos sale Él al encuentro para decirnos lo que quiere de nosotros. Su voluntad se nos hace presente mediada por la Iglesia. En su sabiduría de muchos siglos, ella quiere que sus ministros y sus agentes pastorales se preparen con seriedad también en el aspecto intelectual. Vale la pena detenerse un momento en lo que podría ser una espiritualidad del estudio.

          Se trata fundamentalmente de crecer en la fe, explorándola con la razón, dando respuesta a las preguntas que el misterio de Dios, tal como se nos ha revelado en Jesucristo, nos suscita. En este sentido, el estudio de la teología ilumina críticamente la experiencia de fe personal con que el estudiante llega, esa experiencia de encuentro con Jesucristo realizada en la comunidad de Iglesia. El estudio de la teología no está destinado en primer lugar a dar seguridad sicológica al estudiante; es más bien, al contrario, inquietador, porque nos enfrenta lúcidamente al “Deus semper maior” (al Dios siempre mayor), que no cabe en nuestras categorías y que nos llama a conversión permanente. Inevitablemente concebimos a Dios según nuestras categorías humanas, pues no tenemos otras; inevitablemente también, estas concepciones tienen algo de ídolos; la fe consiste -como se expresa Pablo en su carta a los tesalonicenses- en “convertirnos a Dios, tras haber abandonado los ídolos, para servir al Dios vivo y verdadero” (1Tes 1,9). No hay que temer que este estudio crítico lleve a una crisis de la fe o de la piedad, porque en la teología buscamos al que nos ha salido al encuentro, no la imagen que nos hemos hecho de él. Hay aquí algo análogo al paso del niño al adulto: el adolescente descubre que sus padres son humanos, que no son esos dioses que él se había imaginado; esto le provoca una crisis de mayor o menor intensidad según los casos, pero -una vez superada- su amor a sus padres es mayor, porque es realista. En el caso de la teología, el proceso es inverso, porque tenemos que desprendernos de nuestros ídolos, que achican al Dios verdadero, para abrirnos a su realidad, siempre mayor. Hay que entregarse con confianza a esta crítica teológica de la fe vivida; el tiempo de formación es el tiempo en que uno está más plástico, más disponible para adquirir las nociones y las actitudes correctas; más tarde, como el árbol viejo, se pierde la flexibilidad. Una condición para dejarse formar es tener confianza en los maestros; sólo a través de ella, se adquirirá el saber y las capacidades que permitirán luego la legítima autonomía del adulto en la fe.

          En segundo lugar, el estudio de la teología permite al estudiante prepararse para el ministerio, para poder prestar un buen servicio a la Iglesia (que es, en su esencia, evangelizadora del mundo), un servicio no apologético o defensivo, sino en un diálogo en que se da y se recibe del interlocutor. Una preparación adecuada y a fondo es esencial, pues la gente tiene preguntas y exige -consciente o inconscientemente- una respuesta adecuada, y tiene derecho a recibirla. Todo ser humano, incluido el más pobre e “inculto”,[2] se hace preguntas y quiere que se le respondan inteligentemente; nada más contraproducente pastoralmente que el menosprecio del nivel intelectual de la gente. Otro error que se suele cometer es demonizar la pregunta, enseñándole a la gente que hacerse preguntas es malo, porque es poner en duda la fe. ¡Es todo lo contrario! Sólo puede creer de verdad aquel que se ha hecho preguntas y ha encontrado en Jesucristo una respuesta personal auténtica.

          Finalmente, como núcleo y centro de una auténtica espiritualidad del estudio de la teología, está la actitud en que hay que hacerlo, una actitud que debe ser coherente con lo que se estudia, que es el don de sí que ha hecho el Dios que es Amor. De ahí que no cabe en este estudio una actitud competitiva, sino de colaboración entre todos; no cabe el buscar el saber como un poder sobre los fieles, sino como un servicio creador de comunidad y de comunión; no cabe un estudio hecho en actitud egocéntrica (personal o eclesial), sino que debemos estar volcados hacia los demás a quienes Dios quiere alcanzar con su amor.

 

4.

          Además de estudiar con sentido -para lo cual hay que cuidar esas dos dimensiones que he señalado, la intelectual y la religiosa- espero que los alumnos estudien con intensidad. Para favorecerla están las evaluaciones a lo largo del semestre, que culminan en un examen final ante comisión de tres Profesores. Nuestra fe es de transmisión oral y, como agentes pastorales, tenemos que saber transmitirla; ya como cristianos estamos invitados a saber “dar razón de nuestra esperanza” (1 Pe 3,15); todo ello encuentra en estas evaluaciones una primera expresión.

         

          0.2. Primera aproximación al curso

 

          Entremos en materia sin mayor demora. Voy a exponer en esta segunda parte de la Introducción la idea-fuerza del curso, la concepción de Teología y de Teología Fundamental que le subyace y el plan que de ahí surge para estructurar el curso. Terminaré exponiendo cuatro características ideales que, a mi juicio, debería tener todo curso de Teología, y que me esforzaré, hasta donde me sea posible, por realizar en éste.

 

          a) La idea-fuerza del curso

 

          La revelación hay que entenderla como la autocomunicación de Dios a la humanidad, como la entrega que Él hace de sí mismo -su secreto, su intimidad personal- en la persona de su Hijo Jesús, Palabra suya en la que se expresa entera y cabalmente. La fe no es más que la acogida que el ser humano da a esta autocomunicación; obra no de él solo -incapaz de estar en sintonía con Dios, no sólo por el pecado sino ya por su mismo carácter de creatura, limitada-, sino obra del Espíritu de Dios con él.

          Dado que la revelación es comunicación de Dios y la fe es su acogida, estamos en presencia de un proceso de diálogo. Los teóricos de la comunicación nos permiten penetrar más a fondo en la estructura de la comunicación. El diagrama que sigue recoge lo básico de esta estructura (que más adelante, en el capítulo 7, tendremos que ver con algún mayor detalle).

 

 

                     

 

         

          En el caso de la revelación, el Emisor es Dios, más precisamente el Padre. El contenido de su comunicación es el Hijo. En el Receptor, como ya he dicho, actúa el Espíritu Santo. Dios se comunica, porque en su soberana libertad ha decidido hacerlo por amor. Ese amor gratuito, absolutamente inmerecido, constituye los antecedentes que “explican”, porque lo ponen en marcha, el proceso de la revelación y la fe. Como viera Juan, la fe no es otra cosa que el haber creído en “el amor que Dios nos tiene” (1 Jn 4,16). La aceptación de este amor trae para el creyente como consecuencia la transformación total de su vida: se echa a andar la vida del amor, que no encuentra reposo hasta alcanzar la vida eterna.

          Lo que en el esquema aparece como medio ambiente natural y cultural tiene importancia decisiva para la comunicación interhumana: es ese medio ambiente el que la hace posible, por cuanto da a los interlocutores una base común a la que referirse (la naturaleza exterior, pero también y sobre todo la propia naturaleza humana, con sus anhelos, sus capacidades y también sus limitaciones). La cultura juega un papel ambivalente: hace posible la comunicación de los miembros al interior del grupo cultural y dificulta, cuando no cierra totalmente, la comunicación con los de otros grupos culturales. Para convencerse de ello, basta pensar en el papel de las diversas lenguas: admirables vehículos de comunicación para los que las conocen, barrera infranqueable para los que no. Pero, así como podemos aprender lenguas, así también las culturas pueden entrar en diálogo, “traduciéndose” unas a otras.

 

          Nos queda por decir una palabra sobre el “medio” por medio del cual Dios se nos comunica. Ese medio es doble. Por un lado, es la creación. Dios ha creado para tener ante sí una creatura -el ser humano, varón y mujer, individuo y pueblos- a la cual darse. En algún sentido, entonces, la naturaleza es ya palabra de Dios; tanto la naturaleza exterior (cuya belleza y majestad nos hablan de su admirable Autor) cuanto, sobre todo, la del ser humano mismo, en cuya exploración podemos descubrir, como en vacío, los rasgos de Dios: el ser humano es molde hecho para recibir a Dios.

          Por otro lado, Dios ha entrado en la historia humana y se nos ha revelado en ella. Al describir la historia de la revelación podemos reconocer cuatro etapas sucesivas. La del Antiguo Testamento, pura preparación y promesa, marcada por la actividad de los Profetas, personajes carismáticos que sabían ver la acción de Dios y su presencia en los hechos de la historia de Israel y de los otros pueblos; acción que es de juicio y de gracia. Luego viene la etapa en que todo culmina, la de Jesús de Nazaret con sus discípulos. Le sigue la etapa de la Iglesia postapostólica, que ha recibido dos dones fundamentales: la comunidad apostólica le ha dejado en herencia la Sagrada Escritura (como documento autorizado de la fe, porque está inspirado por el Espíritu) y el Espíritu Santo le da permanentemente sus carismas; esta Iglesia va entregando, de generación en generación, su fe, entrega que constituye la tradición; Iglesia, por último, que es el Cuerpo de Cristo, porque está animada por su Espíritu. La cuarta y última etapa es la de la revelación escatológica, al final de la historia, cuando a Cristo lo veremos cara a cara y se completará en nosotros lo que ya se realizó en su Resurrección.

 

          b) Concepción de Teología y de Teología Fundamental

 

1.

          Hacer Teología supone, en general, una doble atención simultánea por parte del teólogo. Por un lado, a los datos de la fe, que son el punto de partida insoslayable de la Teología. Datos que se contienen principalmente en la Sagrada Escritura, que debe ser leída en comunidad de Iglesia, lo que implica apertura al Espíritu que la ha inspirado y un esfuerzo por situarse en la perspectiva que nos dan la tradición de la Iglesia y las decisiones del Magisterio doctrinal.

          Por otro lado, la Teología debe estar siempre atenta a la situación desde la cual se hace. Dos razones de igual peso hacen necesaria esta atención a la situación o contexto. De partida, el hecho de que la Teología trata de comprender una obra humana, constituida por el conjunto de los acontecimientos de la historia de la salvación (en los que la fe descubre la acción decisiva de Dios). Ahora bien, comprender una obra humana supone necesariamente mediar entre el horizonte de comprensión (o situación) de las personas que la hicieron y el nuestro, hoy. Dicho de otro modo, sólo se comprende aquello que de alguna manera despierta un eco en el sujeto, porque evoca algo que está en su horizonte, que forma parte de la experiencia que él ha hecho al interior del grupo cuya vida comparte.

          La segunda razón para tener en cuenta en Teología la situación desde la cual la hacemos es que la Teología no es sólo un ejercicio de comprensión individual, sino que tiene siempre ineludiblemente una dimensión pastoral (sobre la que tenemos que volver en seguida). Como la acción pastoral es una comunicación, un diálogo, y como el diálogo exige tener presente no sólo lo que yo quiero decir sino también y sobre todo lo que el otro puede comprender, resulta evidente que el teólogo y el pastor deben tener el cuidado de conocer muy exactamente el significado intelectual que los destinatarios de su mensaje dan a sus palabras, pero también los valores afectivos que les asocian. De otro modo, en lugar de establecer una comunicación, estarán distorsionándola. Ahora bien, ese significado y esos valores de las palabras no dependen tanto del individuo cuanto de la cultura del grupo al que pertenece.

 

2.

          El nombre del curso, Teología Fundamental, encierra una ambivalencia, porque lo “fundamental” en Teología se entiende en dos sentidos.

          El primero es material o de contenido. Se trata de los conceptos o temas que constituyen el fundamento de todo el quehacer teológico; temas que son la revelación y la fe. De hecho, este curso es un tratado sobre estos dos conceptos, que se sitúan en el inicio del conjunto de la Teología, pues dan las bases para el estudio de los temas restantes: Dios, Cristo, Iglesia, Sacramentos, Creación, Escatología, Gracia y Pecado, María. En este sentido, la Teología Fundamental es una parte, la primera en sentido de la ordenación lógica de la Teología, al lado de las otras partes o piezas que constituyen el conjunto de la Teología.

          El segundo sentido de “fundamental” es formal. Se refiere a un modo de preguntar teológicamente, a un enfoque particular de la Teología, a una manera de mirar cualquier tema teológico. En este sentido, la Teología Fundamental es la disciplina teológica que pregunta por la posibilidad y la credibilidad de las diversas afirmaciones de la fe y la Teología; es posterior a la Teología positiva (que recoge los datos de la fe) y a la Teología sistemática (que los conceptualiza), y debe acompañarlas en su desarrollo.

          De hecho, estos tres momentos de la Teología (positivo, sistemático y fundamental) se dan muy entrelazados en el quehacer teológico, es decir, cuando se está haciendo teología. En efecto, la búsqueda de los datos (teología positiva) supone que ya sabemos algo acerca del objeto que estudiamos (teología sistemática) y ese saber implica un primer cuestionamiento acerca de su sentido (teología fundamental). Si podemos hablar de tres momentos sucesivos, es sólo en el nivel de la exposición, para lograr una mayor claridad pedagógica.

 

          c) Plan del curso

 

          El plan de este curso está determinado por las dos consideraciones recién hechas, referidas al sentido de lo “fundamental” y al modo de hacer teología. Ellas justifican el orden y las partes de este curso.

          La Primera parte estudia la situación actual de los temas del curso -la revelación y la fe- y de las preguntas de la Teología Fundamental. Explora tres segmentos de esta situación: en la cultura, en la catequesis de la Iglesia y en la Teología.

          La Segunda parte recoge el dato de la fe sobre los temas de revelación y fe. Datos que se encuentran en la Sagrada Escritura y en las decisiones doctrinales de la Iglesia. Se trata en esta parte de un ejercicio de Teología “positiva”, que es una de las disciplinas teológicas, la que busca poner ante los ojos el dato de la fe del que debe partir la Teología.

          La Tercera parte intenta una sistematización de los datos. Se ejerce aquí la Teología “sistemática”. Este nombre me parece más adecuado que el más frecuente de “dogmática” que, en rigor, es la sistematización de los solos datos magisteriales dogmáticos, cuya procedencia bíblica hay que mostrar previamente.

          La Cuarta parte se plantea las preguntas fundamentales por la posibilidad de una revelación de Dios al ser humano y de una respuesta de éste en la fe, y por la credibilidad de la historia judeo-cristiana de revelación y fe. Se ejerce en esta parte la Teología “fundamental” en sentido formal.

          Por último, una Quinta parte, más breve, toma como objeto de estudio la Teología misma y expone los rudimentos de una teoría teológica y de un método.

 

          d) Características ideales de un curso de Teología

 

          Todo curso de Teología debe tener, a mi juicio, cuatro rasgos ideales. Se agrupan en dos pares de características polares, en oposición dialéctica: particularidad y universalidad, por un lado, espiritualidad y pastoralidad, por otro. Para nosotros, la particularidad se concreta en nuestra latinoamericanidad, mientras que la universalidad se logra gracias a la plena integración del quehacer teológico en la Iglesia. Por su parte, la espiritualidad tiene que ver directamente con el yo -con cada individuo creyente-, mientras que el carácter pastoral nos abre necesariamente a los demás, al nosotros.

 

          d1) Particularidad (latinoamericana) / universalidad (eclesial)

 

1.

          Lo latinoamericano de la teología no se da ni por el lugar de nacimiento, ni por el lugar de trabajo; aunque este lugar es de importancia decisiva, pues de otro modo no se puede conocer por experiencia las condiciones de vida ni la cultura de los latinoamericanos; tampoco se da por el solo destinatario, porque no basta con una buena adaptación pedagógica a los latinoamericanos de los contenidos teológicos cortados a la medida de otras situaciones, ya definidos en ellas; aunque este esfuerzo de adaptación es imprescindible, si queremos llegar con nuestra comunicación al destinatario a quien la dirigimos, si queremos que éste la reciba bien.

          Lo latinoamericano, a mi juicio, consiste ante todo en dos cosas. Por un lado, hay que buscar un diálogo con la(s) cultura(s) latinoamericana(s), de modo que la fe se exprese plenamente en esa(s) cultura(s); por otro lado, hay que hacer la Teología con la intención de servir al crecimiento, al pleno desarrollo de los pueblos latinoamericanos.

          Así, lo latinoamericano de la Teología incluye la opción por los pobres, por ambas vías: porque las culturas latinoamericanas con las que hay que dialogar están conservadas -así piensan los Padres de Puebla- sobre todo en el pueblo pobre; y porque a ellos se trata de servir prioritariamente: el bien común pasa necesariamente por el bien de los pobres .

          Pero este particularismo no puede estar en contradicción con la universalidad de la verdad. Esta universalidad es inherente a la idea misma de verdad. El particularismo se justifica sólo en la medida en que es la consecuencia de una toma de conciencia básica, referida a que todo pensamiento, aunque apunta a la verdad (y ésta es universal), lo hace desde un punto de vista y un horizonte que son particulares, porque son el punto de vista y el horizonte que da la cultura en la cual ese pensamiento nace. Es como el telescopio, que apunta a la estrella (aunque sin alcanzarla nunca: la acerca, y más, a medida que el telescopio es mejor), pero desde un determinado punto de la tierra, de modo que lo fundamental es que el telescopio esté bien orientado.

 

2.

          Lo eclesial es la ayuda adecuada para evitar un particularismo opuesto a la universalidad de la verdad. Toda teología debe ser eclesial. En efecto, la Teología supone la fe viva; de otro modo, a lo más se pueden analizar manifestaciones exteriores de la fe, pero no se llegará al corazón de lo estudiado (aunque muchas veces esos estudios hechos desde fuera aportan luces nuevas importantes). Por otro lado, la fe es eclesial: la recibimos, de boca en boca, desde los apóstoles, los primeros testigos; la fe no la inventamos.

          La eclesialidad, conscientemente asumida, es lo que nos libera de la estrechez de nuestros pre-juicios (que constituyen ese inevitable punto de vista individual) y nos da la amplitud de miras de la Iglesia universal, la de ayer y de hoy. En este sentido apunta la frase de Romano Guardini: “Das Dogma ist das Koordinatensystem des vom Zwang der eigenen Vorgegebenheiten freien Geistes”.[3]

          Esta eclesialidad de la teología debe hacerse presente de dos maneras principales. Por un lado, no desconociendo a priori nada de lo ya vivido por la Iglesia en su fe auténtica. Aunque de hecho sea imposible incorporar todo en la sistematización, hay que estar abierto a integrar todo lo que se demuestre ser parte de esa fe. Por otro lado, hay que estar atento a la vida de fe que se da hoy entre nosotros, sobre todo -por la opción por los pobres- entre los pobres.

          Aquí cabe recoger una observación crítica hecha por Johann Baptist Metz, referida a lo que él llama el “cisma” que se ha ido produciendo entre la Iglesia y el pueblo. Éste, “protegido” por el clero, no ha sido sujeto pleno de la Iglesia. Es lo que se puede constatar también en la historia de estos 500 años de presencia del Evangelio en América Latina; la Iglesia, en efecto, a lo más ha sido para el pueblo -ha defendido, por ejemplo, a los indios y, en general, a los pobres-, pero no ha sido plenamente de él, quizá porque desde la perspectiva del europeo los indios, y más tarde también los mestizos, los negros, los pobres, no son plenamente humanos, sino que están en un estado de niños (en el mejor de los casos) o de rudos y salvajes (en el peor).[4] Metz añade que la relación de la Teología con el pueblo tampoco ha sido mejor que la de la Iglesia; en efecto, la Teología se desarrolla como una discusión entre colegas, y no habla de la vida de fe ni de los sufrimientos del pueblo cristiano ni tampoco de su mística que, en la mayoría de los casos, queda incluso oculta al propio pueblo; la Teología, además, parece tener miedo a tomar contacto con las dudas que el pueblo experimenta.[5]

 

          d2) Espiritualidad (el yo)/ pastoralidad (los otros)

 

1.

          La teología es espiritual porque trata acerca de la experiencia más auténtica y decisiva del hombre, que es el encuentro con Dios. Experiencia que es, a la vez, la más oculta, porque es la más profunda.

          Esta experiencia se ha iniciado ya en la creación en cuanto ésta es para cada individuo un llamado al encuentro con Dios; se ha realizado paradigmáticamente en Jesús de Nazaret; y ha de consumarse escatológicamente. Por eso, la Teología debe contribuir al crecimiento de nuestro corazón (nuestro yo profundo, nuestro ser persona), más allá del mero desarrollo de nuestro organismo síquico (inteligencia, voluntad, sensibilidad, conciencia).

 

2.

          Pero este carácter espiritual no puede significar un encierro intimista en el yo, porque el ser humano no es tal ni llega a su plenitud sino en su comunión con los demás: es por ellos y para ellos.

          Una de las formas de contrarrestar la tentación intimista que acecha a toda espiritualidad es la toma de conciencia del carácter pastoral de la teología. Por carácter pastoral no hay que entender la preocupación por dar “recetas” de acción; éstas quedan pronto obsoletas pues, de valer, lo hacen sólo para una determinada situación, y sabemos lo cambiantes que son las situaciones humanas y culturales. Tampoco se puede entender el carácter pastoral como una mera rebaja de las exigencias intelectuales de un curso; los pastores de la Iglesia no pueden ser de segunda clase, y los destinatarios tienen derecho a no ser tratados como gente sin inteligencia.

          El carácter pastoral hay que entenderlo como un tipo particular de inteligencia, no puramente especulativo. Dicho positivamente, el carácter pastoral del curso implica que se cultive a la vez la sensibilidad para captar la realidad cultural de la gente a la que se va a servir -lo que dará un punto de vista nuevo, desde el cual contemplar el misterio de Dios y penetrarlo intelectualmente- y la imaginación creadora para inventar cada vez la acción evangelizadora adecuada.


 


[1] Del curriculum A del primer semestre de 1988, 1989, 1991, 1993 y 1997, y del curriculum B del segundo semestre de 1987 y 1989 y del primero de 1992, 1994, 1996 y 1998.

[2] Digo “inculto”, pensando en los niveles educacionales, que no siempre son coincidentes con los de la auténtica cultura.

[3] “El dogma es el sistema de coordenadas de un espíritu que se ha liberado de la coerción de sus propios prejuicios”: Romano Guardini, Die Existenz des Christen. Herausgegeben aus dem Nachlaß. München, Paderborn, Wien; Ferdinand Schöningh, 2ª ed. 1977 (1ª ed. 1976). La cita es de  p. 449, en traducción mía.

[4] Ver las atinadas reflexiones de un Editorial de la revista SIC de los jesuitas de Caracas, Venezuela, en Sic 51, 1988, 386-387. Ver también Sergio Silva G., ss.cc., “500 años de Evangelización de América Latina. Una interpretación de su significado”, en Pastoral Popular 43, 1992, nº 222 (Setiembre), 8-10.

[5] Johann Baptist Metz, Glaube in Geschichte und Gesellschaft. Studien zu einer praktischen Fundamentaltheologie. Mainz, Grünewald, 1977. 221 pp. Traducción castellana: La fe en la historia y la sociedad. Esbozo de una teología fundamental para nuestro tiempo. Madrid, Cristiandad, 1979. (Academia Christiana 10). 253 pp. El tema se halla en pp.120-122 del original alemán, 146-148 de la traducción castellana.