JESÚS ES MI ÚNICO AMOR


En todo tiempo, han sido los santos los que mejor han conocido a Jesús, pues a Jesús se le reconoce por el amor. «Todo el que ama viene de Dios y conoce a Dios. Quien no ama, no ha conocido a Dios» (1 In 1, 7-8). Los santos son, pues, los que realmente aman a Dios, en él creen y en él esperan. Hans Urs von Balthasar ha comprendido nuevamente el sentido que esto tiene para el papel propiamente teológico de los santos, tantas veces ocultado en la teología de escuela de los últimos siglos:

«En la modernidad, la teología y la santidad se han desarrollado independientemente, en perjuicio de ambas. Los santos son en pocas ocasiones teólogos, y ya no son considerados por los teólogos, sino que sus opiniones son reducidas a una especie de anexo lateral, como "espiritualidad" o, en el mejor de los casos, como "teología espiritual". La hagiografía moderna también ha colaborado lo suyo a esta ruptura, representando frecuentemente a los santos, su vida y su obra sólo bajo categorías psicológicas o históricas, y siendo muchas veces poco consciente de que su tarea es una tarea teológica. Pero esta tarea exige una nueva reforma metodológica adecuada: ver el desarrollo biográfico-psicológico, no tanto desde bajo, sino desde arriba, como una especie de fenomenología sobrenatural».1

Los santos son teólogos por razón de su vida y de su misión. Por eso, es para la teología de suma importancia estar dispuesta a oír a los santos y a aprender de ellos. Balthasar habla de dogmática de la experiencia de los santos. Cuando Immanuel Kant (1 1804) dice que si la teología se queda sin imaginación, es algo vacío, nosotros hemos de decir que la teología amenaza con quedar estéril sin una confirmación existencial por medio de los santos. En este sentido, podremos comprender la frase, bastante atrevida, del P. Francois-Mane Léthel: «Todos los santos son teólogos; sólo los santos son teólogos».2 Como final de nuestra cristología, podrían servir algunas indicaciones sobre la doctrina de la santa doctora de la Iglesia Tere-

  1. H. U. von Balthasar, Schwestern im Geist. Therese von Lisieux und Elisabeth von Dijon, Einsiedeln 19904, 22.

  2. F.-M. Léthel, Connaitre l'amour du Christ que surpasse toute connaissance. La théologie des Saints, Vensaque 1989, 3.

sa de Lisieux, cuyo único deseo era «amar a Jesús y enseñar a amarlo»,3 con el fin de profundizar en los misterios de Cristo.4

«Pero no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20).

Creer, esperar, amar sólo porque Dios existe —ésta es la gran doctrina del «pequeño camino» de santa Teresa de Lisieux—. Esta doctrina no es nueva en absoluto, pero tiene el don y la misión de decir de nuevo que la vida cristiana es una verdadera transformación. Para poder vivir en el campo de la teología, hay que ser pobre, amar nuestras debilidades y nuestra contingencia, desprenderse de todo lo que no es Dios, para que Dios exista en nuestra vida, para que él «transforme esta nada en fuego»,5 para que lo amemos con su amor:

«Cuanto más débil se es, sin deseos ni virtudes, más cerca se está de las operaciones de este Amor consumidor y transformante... Mantengámonos, pues, muy lejos de todo lo que brilla, amemos nuestra pequeñez, deseemos no sentir nada. Entonces seremos pobres de espíritu y Jesús irá a buscarnos, por lejos que nos encontremos, y nos transformará en llamas de amor... ¡Ay, cómo quisiera hacerte comprender lo que yo siento...! La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al amor... El temor ¿no conduce a la justicia...?»6

El tener en cuenta la dimensión teológica de la vida cristiana es quizás una de las exigencias más urgentes de hoy: «Pero no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20). Teresa descubre con gran claridad que este camino de la vida teologal, de la «divinización» por la gracia,•sólo se puede encontrar y caminar por él, si ésta se transforma en una confianza infantil, poniéndonos en los brazos de Jesús y entregándonos al amor misericordioso. La pequeñez espiritual de santa Teresa significa una vida movida por el espíritu de Dios, como Hijo de Dios (cfr. Rm 8, 14).

La teología de los santos es una teología de la experiencia. Y esto vale también para la de Teresa del Niño Jesús. Al manifestar sus más profundos sentimientos, da testimonio de Cristo: su corazón habla a todos los co-

  1. Teresa de Lisieux, Carta 220 (Therese Martin, Briefe, Leutesdorf 19833, 331). (La traducción española está tomada, en adelante, de las obras completas de Teresa de Lissieux, Manuel Ordóñez, editorial Monte Carmelo. N. del T.).

  2. Sobre las páginas que siguen, cfr. Ch. Schönborn, Therese von Lisieux — Kirchenlehrerin, en: K. Krämer / A. Paus, Die Weite des Mysteriums. Christliche Identität im Dialog (FS H. Bürkle), Freiburg/Br. 2000, 20-44; Balthasar, Schwestern im Geist, Therese von Lissieux und Elisabeth von Dijon; E- M. Léthel. L'amour de Jésus. La christologie de Sainte Thérése de l'Enfant-Jesus, Paris 1997.

  3. Teresa de Lisieux, Ms. B, 3 v° (Selbstbiographische Schriften, Einsiedeln 199613, 201).

  4. Teresa de Lisieux, Carta 197, (Briefe 304).

razones. No hay nada que ella más aborrezca en su vida que la mentira, la inautenticidad y la disolución de la verdad evangélica. Nunca hubiera ella escrito nada que no hubiese experimentado y examinado en su verdad. Pero esto no quiere decir que ella hubiese reducido el Evangelio a su medida. Su experiencia toma, más bien, la forma de la experiencia de Jesús. En su acto de consagración al amor misericordioso ruega ella así: «Y si por debilidad caigo alguna vez, que tu mirada divina purifique en seguida mi alma, consumiendo todas mis imperfecciones, como el fuego, que todo lo transforma en sí...». Da gracias, diciendo. «Te doy gracias, Dios mío, por todos los beneficios que me has concedido, y en especial por haberme hecho pasar por el crisol del sufrimiento». Y, por eso, espera: «Ya que te has dignado darme como lote esta cruz tan preciosa, espero parecerme a ti en el cielo y ver brillar en mi cuerpo glorificados los sagrados estigmas de tu Pasión...»7

Su referencia a la propia experiencia de Cristo, a su conocimiento auténtico del misterio cristiano, le permite superar algunas restricciones de la vida de fe, relacionadas con las circunstancias históricas. Teresa del Niño Jesús está tan decididamente comprometida con la «variación climática de la Iglesia» que colabora a sanar una atmósfera aún bastante jansenista de finales del siglo XIX, que prefiere el amor a la justicia. A la idea del «despertar de la Iglesia en las almas»8 le es ella también muy deudora. De una forma muy especial se manifiestan sus visiones sobre el más allá y sobre la felicidad, con las que destruye todas las imaginaciones burgueso-individualistas.

«Presiento que voy a entrar en el descanso... Pero presiento, sobre todo, que mi misión va a comenzar: mi misión de hacer amar a Dios como yo le amo, de dar mi caminito a las almas. Si Dios escucha mis deseos, pasaré mi cielo en la tierra hasta el fin del mundo. Sí, yo quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra. Y eso no es algo imposible, pues, desde el mismo seno de la visión beatífica, los ángeles velan por nosotros. Yo no puedo convertir mi cielo en una fiesta, no puedo descansar mientras haya almas que salvar... Pero cuando el ángel diga: " El tiempo se ha terminado! ", entonces descansaré y podré gozar, porque estará completo el número de los elegidos y todos habrán entrado en el gozo y en el descanso. Mi corazón se estremece de alegría al pensar en esto..." 9

  1. Teresa de Lisieux, Oración 6 (Escritos autobiográficos 281).

  2. R. Guardini, Vorn Sinn der Liturgia, Mainz 1923, 1.

  3. Teresa de Lisieux, Cuaderno amarillo 17/7/1 (Therese Martin, Ich gehe ins Leben ein. Letzte Gespräche der Heiligen von Lisieux, Leutesdorf 19822, 10).

Teresa da cuenta aquí de un pensamiento de Henri de Lubac (j' 1991), muy del agrado de Orígenes, y cuya importancia existencial y teológica ha resaltado el cardenal Joseph Ratzinger, a saber, que los santos en el cielo están en actitud y disposición de ayudamos a alcanzar la salvación.10

Pesebre y cruz como piedras angulares de la cristología

En la vida de santa Teresa hay experiencias que podríamos reseñar como fundamentales y que cobran un valor decisivo en las diferentes etapas de su doctrina. Escogemos dos de ellas por parecemos especialmente significativas para su cristología: la «gracia de Navidad» y la imagen del Niño Jesús.

La «gracia de Navidad» es la de su «completa conversión». Teresa habla de ella con expresiones que manifiestan su profundo conocimiento del misterio de la encarnación. Lo que ella vive está totalmente unido a lo que el Hijo de Dios vive por ella; de su encarnación surge su salvación y su conversión:

«En esa noche luminosa que esclarece las delicias de la Santísima Trinidad, Jesús, el dulce niñito recién nacido, cambió la noche de mi alma en torrentes de luz... En esta noche, en la que él se hizo débil y doliente por mi amor, me hizo a mí fuerte y valerosa; me revistió de sus armas, y desde aquella noche bendita ya no conocí la derrota en ningún combate, sino que, al contrario, fui de victoria en victoria y comencé, por así decirlo, "una carrera de gigante" ».11

Aquí se le ha dado una expresión tan fuerte como casi nunca a los escritos clásicos de los Padres sobre la divinización. La Palabra de Dios «se ha hecho hombre para que seamos divinizados».12 Pero Teresa le da a este pensamiento un tono adicional, que, aunque no falta en los Padres, sin embargo, resalta especialmente el carácter soteriológico tanto de la encarnación como también de la divinización:

«Aquella noche de luz comenzó el tercer periodo de mi vida, el más hermoso de todos, el más lleno de gracias del cielo... La obra que yo no había podido realizar en diez años Jesús la consumó en un instante, conformándose con mi buena voluntad, que nunca me había faltado. Yo podía decirle, igual que los apóstoles: "Señor, me he pasado la noche bregando, y no he cogido nada"». Y más misericordioso todavía conmigo que con los apóstoles, Jesús mismo cogió la red,

  1. J. Ratzinger, Eschatologie 191-193.

  2. Teresa de Lisieux, Ms. A, 44 v° (Escritos autobiográficos 95).

  3. Atanasio de Alejandría, De incarnatione 54, 3 (SC 199, 458); cfr. CIC 460; véase el cap. I/3b. La encarnación del Lógos y la divinización del hombre, p. 92.

la echó y la sacó repleta de peces... Hizo de mí un pescador de almas, y sentí un gran deseo de trabajar por la conversión de los pecadores, deseo que no había sentido antes con tanta intensidad... Sentí, en una palabra, que entraba en mi corazón la caridad, sentí la necesidad de olvidarme de mí misma para dar gusto a los demás, ¡y desde entonces fui feliz... ! » 13

La «gracia de Navidad» está para Teresa también destinada a los demás, sin separarse de ella. Para Teresa todo es, al mismo tiempo, personal y apostólico. Cuanto más reciba en sí misma el amor divino, tanto más aumentará su deseo de extenderlo a los demás. Y el camino, en el que ella siempre es pescadora de almas, es el sencillísimo camino que ella ofrece a las almas sencillas: «La necesidad de olvidarme de mí misma para dar gusto a los demás».

Este pequeño camino es «teologal». La pequeña sorpresa, para no aguar la alegría familiar de la Navidad con sus lágrimas y su mal humor, se convierte en el camino concreto en el que ella corresponde al amor divino, que en esa noche «se hizo débil por mi amor». Pero, al mismo tiempo, se le revela que es Jesús quien todo lo hace: «Jesús mismo cogió la red». Teresa vislumbra el «deseo de trabajar por la conversión de los pecadores», pero no se lo atribuye a sí misma.

A sus palabras sobre la gracia de Navidad siguen inmediatamente las del crucificado:

«Un domingo, mirando una estampa de Nuestro Señor en la cruz, me sentí profundamente impresionada por la sangre que caía de sus divinas manos. Sentí un gran dolor al pensar que aquella sangre caía al suelo sin que nadie se apresurase a recogerla. Tomé la resolución de estar siempre con el espíritu al pie de la cruz para recibir el rocío divino que goteaba de ella, y comprendí que luego tendría que derramarlo sobre las almas... También resonaba continuamente en mi corazón el grito de Jesús en la cruz: "¡Tengo sed! (Jn 19, 28)". Estas palabras encendían en mí un ardor desconocido y muy vivo... Quería dar de beber a mi Amado, y yo misma me sentía devorada por la sed de almas...»14

Del pesebre pasa Teresa a la cruz. Con su seguro instinto teológico relaciona la encarnación y la cruz, las dos grandes cimas del anonadamiento divino —que muchos teólogos han querido separar–, y las contempla desde la idea del amor redentor. Desde el día de su profesión, une ambos momentos incluso por el nombre. Desde sus «desposorios» con el rey de re-

  1. Teresa de Lisieux, Ms. A, 450 ° (Escritos autobiográficos 96-97).

  2. Idem, (Escritos autobiográficos 97).

yes, que le ofrece como dote el reino de su infancia y de su pasión, se llama a sí misma Teresa del Niño Jesús. Toda la doctrina de santa Teresa sobre la redención se encuentra resumida en la ya antes mencionada contemplación de la imagen del crucificado, pero de una forma existencial y concreta. Ella ve siempre a Jesús como el Dios-hombre con «manos humanas». No alberga duda alguna de que Jesús es el único redentor y que su sangre ha sido derramada sin excepción por todos los hombres. Pero ella sabe también –con un saber que la conmueve en lo más íntimo– que esta sangre tuvo que ser recogida y derramada «sobre las almas» para salvarlas y para que a todas alcance.

El amor redentor de Jesús, que le hace derramar su sangre, enciende en ella un ardor desconocido, una «sed de almas», que se corresponde con la sed de Cristo en la cruz. El amor divino, que se anonada, provoca la entrega que Teresa hace de sí misma, que es, a la vez, personal y universal. Ella quiere dar de beber a su Amado, pues sus palabras «Tengo sed» (Jn 19, 28) encienden en ella el ardoroso deseo de derramar sobre otras almas la sangre de Jesús. Aquí encuentra Teresa su vocación, a la par personal y eclesial: Ella. tiene que estar como María al pie de la cruz, para poder pertenecer totalmente a Jesús y así al corazón de la Iglesia. Y cuanto esta vocación más se clarifica, más vive ella en «sinergia» con la Iglesia, con María y con el único redentor. No tiene ninguna duda de que Jesús es el que lo hace todo. Su mediación en la cruz no le añade nada a la obra de Cristo, pero es, con todo, imprescindible, para que la sangre del redentor alcance a todos los hombres.

La misericordia de Dios - Teocentrismo

El «pequeño camino» es la entrega al amor misericordioso. Siempre será «el camino del amor».15 Con fuerza acentúa Teresa el momento en el que desplaza el camino de la justicia de Dios al de su amor misericordioso. Ella es totalmente consciente de este desplazamiento, y se sabe llamada, por la gracia de Dios, a dar a conocer esta misión y este camino. Al final del manuscrito A dice ella expresamente:

«Madre querida, después de tantas gracias, ¿no podré cantar yo con el salmista: "El Señor es bueno, su misericordia es eterna"? Me parece que si todas las criaturas gozasen de las mismas gracias que yo, nadie le tendría miedo a Dios sino que todos le amarían con locura; y que ni una sola alma consentiría nunca en ofenderle, pero no por miedo sino por amor... Comprendo, sin embargo, que no todas las almas se

15. Teresa de Lisieux, Ms. A, 84vo (Escritos autobiográficos 187).

parezcan; tiene que haberlas de diferente alcurnias, para honrar de manera especial cada una de las perfecciones divinas. A mí me ha dado su misericordia infinita, ¡y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas...! Entonces todas se me presentan radiantes de amor; incluso la justicia (y quizás más aún que todas las demás) me parece revestida de amor...»16

Y para mostrar inmediatamente que la justicia de Dios «ha de ser considerada desde su infinita misericordia» añade:

«¡Qué dulce alegría pensar que Dios es justo!: es decir, que tiene en cuenta nuestras debilidades, que conoce perfectamente la debilidad de nuestra naturaleza. Siendo así, ¿de qué voy a tener miedo? El Dios infinitamente justo, que se dignó perdonar con tanta bondad todas las culpas del hijo pródigo, ¿no va a ser justo también conmigo, que "estoy siempre con él" (cfr. Lc 15, 31)?» 17

El conocimiento de Dios, como misericordia infinita, ilumina, con dimensiones universales, toda su vida, su oración y sus obras, su sencilla vida en el convento y su vocación eclesial. Su doctrina es sólo amor y alabanza por todo «lo que el Dios bondadoso ha hecho por ella»,18 pero ella sabe que tiene la misión de dar a los demás lo que ella ha recibido. «La mirada de santa Teresa se ha vuelto tan sencilla que todo —lo divino y lo humano— aparece bajo esta luz, como en un único espejo que no es otro que la misericordia infinita».19

Todo lo que hay en los planes de Dios encuentra su sentido y su fundamento en la infinita misericordia, en la obra de la creación y en el plan redentor. ¿Se encuentra aquí una de las razones, quizás la de la universalidad de santa Teresa y la del impresionante y evidente hecho de que se la quiere en todos sitios y en todas las culturas? Teresa ha puesto de manifiesto con una fuerza irresistible el atractivo del amor misericordioso. Al irradiarlo ella con todo su ser, obra éste convenciendo.

Sólo Jesús - Cristocentrismo

Su síntesis tiene un único y exacto contenido: Sólo Jesús. Su conocimiento de Dios, su amor al buen Dios tiene un único y exacto contenido: «Quien tiene a Jesús, lo tiene todo».20

  1. Teresa de Lisieux, Ms. A, 83v° (Escritos autobiográficos 185).

  2. Teresa de Lisieux, Ms. A, 83v°- 84 r° (Escritos autobiográficos 185).

  3. Teresa de Lisieux, Ms. A, 3v° (Escritos autobiográficos 7); cfr. C, 3v° (Ibid., 217).

  4. Marie-Eugene de 1'Enfant-Jésus, Sainte Thérése de l'Enfant Jésus, docteur de la vie mystique, en: Thérése de 1'Enfant-Jésus Docteur de l'Amour 339.

  5. Teresa de Lisieux, Título de la poesía 18 bis, que se le ocurrió por un pensamiento de san Juan de la Cruz (Obras completas, Paris 1992, 680).

El nombre «Jesús» está presente en todos los escritos de santa Teresa, mientras que «Cristo» se encuentra menos de 20 veces, «Jesús» lo hace más de 160 veces. Él es el sol, que todo lo ilumina. El misterio de Dios se nos ha dado en Jesús. Curiosamente, nunca lo toma esto Teresa de la primera carta de san Juan: «Dios es amor» (1 Jn 4, 8). Pero si ella habla de su amor a Jesús o del amor de Jesús, está mentando siempre la persona divina de la Palabra encarnada. Su cristocentrismo es teocéntrico y trinitario. Ella lo expresa atinadamente en los tres versos de su poesía «Vivre d'amour» («vivir de amor»):

«Lo sabes, Jesús mío, yo te amo,
me abrasa con su fuego tu Espíritu de Amor.
Amándote yo a ti, atraigo al Padre,
mi débil corazón se entrega a él sin reserva».21

«Amar a Jesús» no es tanto mirarlo desde su santa humanidad de Jesús -como ocurre, siguiendo a san Agustín, en santo Tomás y en santa Teresa de Ávila (1 1582)-, sino, más bien, desde la perspectiva oriental del «unus ex Trinitate», desde la perspectiva del Hijo de Dios hecho hombre. Al Jesús divino sólo se le puede amar cuando el fuego del Espíritu inflama a la criatura, y por este amor a Jesús tenemos acceso al Padre, o, mejor dicho, el Padre se nos entrega.

En Jesús, su único amor, lo encuentra Teresa todo: toda la vida divina de la santísima Trinidad, toda la creación, la Iglesia, las «últimas cosas». Intentemos ahora nosotros esquematizar en unas pocas líneas lo que es para Teresa lo más rico en contenido.

En su más importante oración: «Ofrenda de mí misma como víctima de holocausto al amor misericordioso de Dios» de 9 de 1895, se dirige, en primer lugar, a la Trinidad, para hablar después, sobre todo, de Jesús, pero haciéndolo siempre desde una perspectiva trinitaria:

« ¡Oh Dios mío, Trinidad santa!, yo quiero amarte y hacerte amar y trabajar por la glorificación de la santa Iglesia salvando a las almas que están en la tierra y liberando a las que sufren.en el purgatorio. Deseo cumplir perfectamente tu voluntad y alcanzar el grado de gloria que Tú me has preparado en tu reino. En una palabra, quiero ser santa. Pero siento mi impotencia, y te pido, Dios mío, que Tú mismo seas mi santidad».22

Un poco después dice Teresa en esta oración: «Siento en mi corazón infinitos deseos». El teólogo, al que se le presentase este texto, exigiría que

  1. Teresa de Lisieux, Poesía 17, estrofa 2 (Gedichte 56).

  2. Idem, Oración 6 (Escritos autobiográficos 280).

se hubiera dicho más bien «deseos inmensos», con lo que ella estaría también de acuerdo. Pero esta oración habla expresamente de «deseos infinitos». El amor, con el que ella quisiera amar a Dios, y hacer que otros así lo amaran, no es otro que aquel con el que Dios se ama a sí mismo en su Hijo, en el cual él se lo ha regalado todo a ella (cfr. Rm 8, 23).

«Ya que me has amado hasta darme a tu Hijo único para que fuese mi Salvador y mi Esposo, los tesoros infinitos de su méritos son míos; te los ofrezco gustosa, y te suplico que no me mires sino a través de la Faz de Jesús yen su Corazón abrasado de amor».23

La conocida definición de amor, preferida por Teresa («Amar significa darlo todo e, incluso a sí mismo»24), se refiere, primero, a Dios, que nos lo ha dado todo, a su Hijo y a los «infinitos tesoros de sus méritos».

Grandeza y pobreza de la creatura

Igual que san Francisco de Asís (+ 1226) y santa Clara de Asís (+ 1253), considera Teresa del Niño Jesús a Cristo, sobre todo, en los misterios de su pobreza. Junto a la Encarnación y la Pasión subraya Teresa el anonadamiento de Jesús en la Eucaristía. En la Eucaristía –en la que de forma tan inimaginable tan cerca está de los hombres el Jesús glorificado–, ve Teresa el momento más extremo de la humildad de Dios. Aquí se encuentra él escondido bajo un velo más tupido aún que el de su naturaleza humana.

«Oculto en la Eucaristía
veo yo a Dios, el Omnipotente,
yo veo al autor de la vida
más pequeño que un niño».25

Amar significa hacerse pequeño. Éste es el «motivo principal de la Encarnación»: El infinito amor de Dios se nos da como regalo, al hacerse pequeño y pobre. «Yo no puede temer a un Dios que se ha hecho así de pequeño por mí... Yo lo amo, pues él es sólo amor y misericordia».26

El deseo de santa Teresa de hacerse pequeña es el deseo de hacer grande y amable a aquel a quien ella ama. y que, en su anonadamiento, se le da como regalo. Nos acercamos ya a lo que constituye el punto central de su mensaje: la «pequeña doctrina» de santa Teresa: la paradoja de su peque-

  1. Teresa de Lisieux, Oración 6 (Escritos autobiográficos 280).

  2. Idem, Poesía 36, estrofa 22 (Gedichte 174).

  3. Idem, Escrito edificante 2, 5r° (Oeuvres completes 809).

  4. Idem, Carta 266 (Oeuvres completes 624).

ñez, de su pobreza, de su ser nada, por una parte, y la grandeza de su amor y de la infinitud de sus deseos, por otra. Es la paradoja de su sencilla audacia y de los tesoros de su pobreza.

Teresa vive sabiendo, en un grado de conocimiento pocas veces visto, la total dependencia de la creatura con el Creador. Al saberse creada y contemplada por el Padre, «a través del rostro de Jesús y en su corazón inflamado de amor», vive su dependencia como creatura por medio de la relación divina del Hijo con su Padre. Toda su doctrina sobre la pequeñez espiritual, de la entrega al amor misericordioso y de la pobreza espiritual tiene su lugar en la filiación divina de la Palabra encamada. Su audacia viene de que Jesús es para ella «mi esposo amado» y de que todo lo que existe le pertenece.

Así se atreve, al fin del manuscrito C, a apropiarse de las palabras de Jesús en su oración sacerdotal (Jn 17). Después de haberla citado como propia, se pregunta:

«¿Es tal vez una temeridad? No, no. Hace ya mucho tiempo que tú me has permitido ser audaz contigo. Como el padre del hijo pródigo cuando hablaba con su hijo mayor, tú me dijiste: "Todo lo mío es tuyo". Por tanto, tus palabras son mías, y yo puedo servirme de ellas para atraer sobre las almas que están unidas a mí las gracias del Padre celestial».27

La audacia se corresponde con su pobreza. Cuando más pobre se siente, tanto más se atreve a pedirlo todo:

«No soy más que una niña, impotente y débil. Sin embargo, es precisamente mi debilidad lo que me da la audacia para ofrecerme como víctima a tu amor, ¡oh Jesús! Antiguamente, sólo las hostias puras y sin mancha eran aceptadas por el Dios fuerte y poderoso. Para satisfacer a la justicia divina, se necesitaban víctimas perfectas. Pero a la ley del temor le ha sucedido la ley del amor, y el amor me ha escogido a mí, débil e imperfecta criatura, como holocausto... ¿No es ésta una elección digna del amor...? Sí, para que el amor quede plenamente satisfecho, es preciso que se abaje hasta la nada y que transforme en fuego esa nada... »28

A su hermana Celina (+ 1959) le escribe Teresa: «Cuanto más pobre seas, tanto más te amará Jesús. Él irá lejos, muy lejos, para buscarte»?

  1. Teresa de Lisieux, Ms. C, 34v" (Escritos autobiográficos 271).

  2. Idem, Ms. B, 3v" (Escritos autobiográficos 201).

  3. Teresa de Lisieux, Carta 211 (Cartas 321).

El fuego del amor

El mensaje fundamental de Teresa dice así: Vivir con un realismo inaudito la vida teologal, la fe, la esperanza, el amor; vivir, con la total confianza de un niño, el cada día; vivir los más insignificantes pormenores de la vida cotidiana. Es éste un camino que está abierto a todos y que es muy atractivo para las «pequeñas almas».30 Intentemos nosotros ahora considerar más de cerca algunos rasgos de este atractivo.

Lo que a tantas «almas pequeñas» y a tantos pecadores atrae de Teresa es la circunstancia de que nadie se siente juzgado por ella. Por el contrario, todos se sienten amados por ella, sin recibir ni el más pequeño reproche. En la época de los «maestros de la sospecha (les maitres du soupcon) todo esto tenía un sorprendente e irresistible atractivo.

Con Teresa se descubre el hombre como «capax amoris», como un ser amado y capaz de amar. No hay nada que pueda enderezar al hombre, de salvarlo y de hacerlo feliz como el desarrollo de esta capacidad. Como nos enseña la experiencia, el encuentro con Teresa –sobre todo en el caso de los jóvenes– despierta el florecimiento de las fuerzas del corazón humano: ese descubrimiento de la dicha, que lleva consigo el desprendimiento y la entrega de sí mismo como respuesta al encuentro con el amor misericordioso. Teresa dirige su mirada a esta capacidad de los hombres de recibir de Dios el amor, que le está destinado personalmente:

«Así como el sol ilumina a la vez a los cedros y a cada florecilla, como si sólo ella existiese en la tierra, del mismo modo se ocupa también Nuestro Señor de cada alma personalmente, como si no hubiera más que ella. Y así como en la naturaleza todas las estaciones están ordenadas de tal modo que en el momento preciso se abra hasta la más humilde margarita, de la misma manera todo está ordenado al bien de cada alma» .31

Teresa le recuerda a la Iglesia que está llamada a dirigir, junto con Jesús, esta mirada divina del amor y de la misericordia a todos los hombres. Teresa utiliza el privilegio de este amor tan especial únicamente para «pedir a Jesús que ames a los que me has dado como me has amado a mí... sin mérito alguno de mi parte».32 Teresa sabe que sólo el amor es el que atrae y que la verdadera fuerza que mueve toda la actividad misionera de la Iglesia es el amor:

  1. Teresa de Lisieux, Ms. B, 50 ° (Escritos autobiográficos 207).

  2. Idem, Ms. A, 30 ° (Escritos autobiográficos 5-6).

  3. Idem, Ms. C, 34r° (Escritos autobiográficos 272).

«Yo pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan íntimamente a él que sea él quien viva y quien actúe en mí. Siento que cuanto más abrase mi corazón el fuego del amor, con mayor fuerza diré "Atráeme"; y que cuanto más se acerquen las almas a mí (pobre trocito de hierro, si me alejase de la hoguera divina), más ligeras correrán tras los perfumes de su Amado. Porque un alma abrasada de amor no puede estarse inactiva» .33

Lo que le da tanta fuerza al mensaje de santa Teresa es su firme confianza en que la misericordia de Dios tanto más se manifiesta cuanto más se abaja y tiene que mostrar su grandeza ilimitada en las debilidades humanas más profundas. Todo hombre, sobre todo, el pobre, el débil y pequeño, encuentra aquí su dignidad, sabiendo que Dios quiere ensanchar su misericordia.

33. Teresa de Lisieux, Ms. C, 36r° (Escritos autobiográficos 273).