TRATADO II

 

LA REVELACIÓN CRISTIANA,
 
o de la verdadera religión

AUT0R

P. Miguel Nicolau, S.J.

Profesor de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca

 

LIBRO II

LAS FUENTES HISTÓRICAS PARA PROBAR EL HECHO DE LA REVELACIÓN

 

186. Nexo del tratado. Después de las nociones y disputas del libro precedente acerca de la revelación en general y de su criteriología, vamos ya a comprobar el hecho mismo de la revelación pública divina.

Esta revelación divina se ha realizado en un triple estadio - patriarcal, mosaico, cristiano -; y aunque procediendo cronológicamente, podríamos tratar de comprobar en primer lugar y directamente el hecho de la revelación del Antiguo Testamento, preferimos comenzar por otro camino más breve y más inmediato para nosotros, por la comprobación del hecho de la revelación cristiana, es decir, de la revelación que nos trajo Jesús, el llamado Cristo.

Así nos dedicamos e investigamos el hecho fundamental de la religión que: a) es nuestra religión y, b) que ya en una primera observación aparece como revelada por Dios y con el carácter de verdadera a cualquiera que la considere, aunque sea de pasada (cf. n.35,43).

Omitimos, pues, otras religiones que se jactan de verdaderas, y con razón lo hacemos por criterios negativos, pues las religiones paganas contradicen la Teodicea; igualmente la religión mahometana que defiende el fatalismo que induce a la guerra sagrada y a otros males.... no está de acuerdo con la religión natural y contradice la Ética. Por fin, se demostrará que la misma religión judía, de la que la cristiana toma su origen, ha perdido su valor cuando se prueba que la cristiana es exclusiva.

187. Pero, para comprobar un hecho histórico, el conocer las fuentes es algo previo e importantísimo y reconocerlas como genuinas, no espúreas; íntegras, no corruptas; fidedignas, no falsas. De donde será necesario tratar de las fuentes históricas para comprobar el hecho de la revelación, como dice el título de este libro.

Sobre esta materia dice León XIII: «Pero porque el divino e infalible magisterio de la Iglesia se fundamenta también en la autoridad de la Sagrada Escritura, por lo tanto la fe al menos humana, en ella debe ser afirmada y reivindicada en primer lugar, fundaméntense sobre una base segura y clara estos libros, como los más aprobados testigos de la antigüedad, la divinidad de Cristo el Señor, su legación, la institución de la Iglesia jerárquica, el primado conferido a Pedro y a sus sucesores».[1]

188. Relación del libro con la introducción bíblica. Puesto que las fuentes históricas para probar el hecho de la revelación se contienen de un modo especial en los mismos estudios bíblicos y, por lo tanto, es costumbre tratar copiosamente sobre ellas en las disciplinas bíblicas, y concretamente en la Introducción bíblica general, parecería ahora suficiente prescindir de ese tratado y remitir al lector a esas disciplinas bíblicas. Porque no parece necesario comenzar ahora a demostrar lo que se deduce científicamente en otros tratados científicos, porque brota con todo rigor científico admitir y utilizar las conclusiones que han sido aprobadas en otra parte y en otras disciplinas.

Sin embargo, nos ha sido oportuno proponer ahora los principales capítulos tomados de la Introducción bíblica, con el fin de estudiar lo más conveniente para una conexión compacta y demostración lógica de las materias de la apologética, no con el deseo de hacer un tratado pleno y exhaustivo, sino en cuanto sea suficiente para un fin apologético.

189. No es raro encontrarse tratados sobre materias bíblicas que no sólo se estudian a la luz del dogma y del magisterio de la Iglesia, sino incluso con argumentos intrínsecamente dogmáticos. Tal modo de proceder, ciertamente es legítimo, más aún, es obligado para el católico y para el teólogo exegeta. Pero en un tratado apologético no se puede argumentar desde las fuentes dogmáticas mismas. De donde, para evitar las confusiones que suelen nacer de la mezcla de argumentos dogmáticos con los meramente históricos, y además, con la excesiva abundancia con que a veces se proponen algunas materias particulares que no parecen necesarias para la Apologética, nosotros vamos a tratar estas materias de modo que procurando la perspicuidad y la brevedad convenientes, las expondremos sólida y sintéticamente, omitidas las largas cuestiones históricas y críticas que resultarían difíciles para los novicios en Teología y obscurecerían el tratado.

190. División del libro. Se llama fuente a aquello que contiene o de donde se extrae o nace o se forma algo (una doctrina, un suceso...)

Fuentes históricas son las que sirven a la historia y a ella se refieren. Ahora tratamos de las fuentes históricas para probar el hecho histórico de la revelación divina.

Las fuentes que contienen la revelación son aquéllas de las que se extrae (o se toma) la misma revelación cristiana objetivamente considerada, o sea, la doctrina revelada. Son la Tradición y la Sagradas Escritura, como se demostrará y se tratará de ellas en su lugar correspondiente.

Así pues, ahora tratamos de las fuentes históricas en cuanto históricas, para probar el hecho histórico de la revelación divina. De donde aquí no se toma la revelación en su sentido objetivo (la doctrina o el objeto revelado), sino en su sentido formal (el hecho mismo de la locución divina).

191. Las fuentes históricas para probar el hecho de la revelación pueden ser profanas y cristianas.

Las profanas son documentos judíos (Flavio Josefo, el Talmud) o gentiles (Plinio el Menor, Tácito, Suetonio...)

Las fuentes cristianas son: a) Agrafa, es decir, palabras del Señor no escritas en los libros sagrados, sino transmitidas por' otras fuentes.

b) Apócrifos, que no se admitían públicamente y, por lo tanto, eran secretos, como su nombre significa y no llevan el nombre del autor.

c) Eclesiásticas, que compuestas por escritores eclesiásticos, se estudian en las Patrologías.

d) Canónicas, que están puestas por la Iglesia en el canon o regla de sus libros sagrados[2]. Comprenden los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento que se pueden ver en algún catálogo de los libros sagrados (v.gr. D 784).

192. Será breve el uso que vamos a hacer de las fuentes profanas, judías y gentiles, ni es necesario para estudiar sólidamente el tratado, sin embargo, las utilizaremos en cuanto que son propuestas por la historia y por la crítica profana.

En cuanto a las fuentes cristianas, las apócrifas no son necesarias y por eso no las utilizaremos.

Utilizaremos con frecuencia las fuentes eclesiásticas, críticamente recibidas y estudiadas en las Patrologías y en la Historia eclesiástica y las aduciremos en su momento oportuno.

Pero ahora son necesarios principalmente los documentos canónicos, es decir, los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento. Debemos de considerar de máxima importancia especialmente los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles, por el uso frecuentísimo que hacemos de ellos.

De donde aparece con toda claridad el triple tratado de este libro: el texto y los libros del A.T. (cap.1), el texto del N.T. (cap.2) y la historicidad de los Evangelios y de los Hechos de los Apóstoles (cap.3).

193. Bibliografía general.

A) OBRAS GENERALES

CORNELY. R.-MERcKA., S.I, Introductionis in S.Scripturae libros compendium (París, 1934).

GIL ULECIA, A., Introducción general a la Sagrada Biblia (Madrid, 1950).

HOEPFL, H.-LELOIR, L., O.S.B., Introductio generalis in Sacram Scripturam (Nápoles, Roma 1958).

Institutiones biblicae scholis accommodatae. Vol. I De Sacra Scriptura in universum (Roma 1951). E Pontificio Instituto Biblico.

LUSSEAu, H.-COLLONIB, M., Manuel d’études bibliques. T.I Introduction générale (París 1936).

PERRELLA, G., C.M. Introduzione generale alla Sacra Bibbia (Marietti 1948) Versión y adaptación al español por P.Io.Prado (Turín, Madrid 1954).

ROBERT, A.-TRICOT, A., Initiation biblique. Introduction a l’étude des Saintes Ecritures (París 1954).

ROBERT, A. (+) - FEUILLET, A., Introduction à la Bible. T.I Introduction générale. Ancien Testament (Tournai 1957).- T.II Nouveau Testament (Tournai 1959).

SIMON, H.-PRADO, J., C.SS.R., Propedeutica biblica sive introductio in universam Scripturam (Turín 1950).

STENMÚLLER.J.E., General Introduction to the Bible (Nueva York 1952). Versión del inglés por J.A.Jolly (Buenos Aires 1947).

194. B) OBRAS PECULIARES SOBRE Los EVANGELIOS

CERFAUX, L., La voix vivante de l'Evangile au début de l’Eglise (Paris 1956); versión hispana por F.Pegenete (San Sebastián 1958) [considera el origen y la índole singular de los Evangelios].

GAECHTER, P., S.I. Summa introductionis in Novum Testamentum (Oeniponte 1938). HOEPFL, H.‑Gut, B., O.S.B., Introductio specialis in Novum Testamentum, ed. 5, a cargo de A.Metzinger, O.S.B. (Roma 1949).

HUBY, J.‑X. LEON-DuFOUR. S.I., L'Evangile et les Evangiles, nueva ed. (París 1954); versión en español por R.Galdós, S.J. (San Sebastián 1944). LEAL, J., El valor histórico de los Evangelios (Granada 1956).

MICHL, J., El valor histórico de los Evangelios, versión del alemán por J.Corts (Valencia 1944).

ORCHARD, B.‑SUTCLIFFE. E.F.-FULLER, R.‑RUSELL. R., A Catholic Commentary on Holy Scripture (Londres 1953); Articles of Introduction to the NT. Commentaries (sect.581 sq).- Traducción al español: Verbum Dei. Comentario a la S. Escritura; t.III: Introducción al N.T. Comentarios al N.T. (Barcelona 1957). RENIE. J., S.M., Manuel d'Ecriture sainte. T.IV. Les évangiles (París, Lyon 1957).

ROSADINI, S., S.I., Introductio generalis in N.T. et in Evangelia, ed. revisada (Roma 1938).

SIMON, H.-DORADO, C.G., C.SS.R., Praelectiones biblicae. Novum Testamentum, 1.Introductio et commentarius in quatuor lesu Christi Evangelia (Turín 195 l). [Liber 1, isagogicus seu Introductio specialis in quatuor lesu Christi Evangelial.

STEINMÜLLER, J.E., Special Introduction to the New Testament (Nueva York 195 l). WIKENRAUSER, ALFRED, Einleitung in das Neue Testament (Friburgo 1959). Trad. española: Introducción al N. Testamento (Barcelona 1960).

195. Importancia de la introducción bíblica. Sobre el estudio de las materias bíblicas que ahora asumimos y que continuaremos después en su lugar, tras el tratado sobre la Iglesia y su Magisterio, nos será útil referir en su proporción las palabras que LEÓN XIII profería: «Al comienzo de los estudios [los profesores], deben cultivar la agudeza del ingenio de sus discípulos, de modo que formen y perfeccionen con diligencia su juicio crítico para que resulte apto al mismo tiempo para entender el sentido de las sentencias de los Libros Divinos y para defenderlos. Tal es el objeto del tratado de la llamada introducción bíblica, que suministra al discípulo el medio de demostrar concluyentemente la integridad y la autenticidad de la Biblia, el de buscar y descubrir el verdadero sentido de sus pasajes, y el de desenmascarar y extirpar de raíz las interpretaciones sofísticas. Apenas hay necesidad de indicar cuán importante es discutir estos puntos desde el principio, con orden, científicamente y recurriendo a la teología, pues todo el estudio de la Escritura se apoya en estas bases y se ilumina con estos resplandores»[3]

 

CAPITULO I

EL TEXTO DEL ANTIGUO TESTAMENTO

 

Artículo I  

DEL TEXTO HEBREO DEL ANTIGUO TESTAMENTO

196. La lengua del Antiguo Testamento. La mayor parte, con mucho, del Antiguo Testamento fue escrito en lengua hebrea.

Originariamente, fueron escritos en griego, los libros de la Sabiduría y 2 de los Macabeos. En arameo Dan 2,4-7, 27; Esd 4,8-6.18; 7,12-26; Jer 10,11. Y, perdido el texto original, ahora se conservan en una antiquísima versión griega: 1 de los Macabeos, Baruc, Judit, Tobías, algunas partes de Daniel y Ester, parcialmente también el Eclesiástico, del cual se han encontrado recientemente fragmentos hebreos.

Esta lengua hebrea se llama también lengua de Canaán (cf. Is 19,18), porque los Israelitas la recibieron de los habitantes de Canaán, al volver de Egipto. Se la llama hebrea porque Abraham, pasado el Eufrates, al venir a Palestina, fue llamado así (cf`. Gén 14,13). Y se llama judía puesto que es el idioma propio de los judíos.

Esta lengua pertenece a la familia semítica de la rama occidental. Desde el tiempo de Moisés fue cultivada y empleada para escribir los libros, hasta el exilio babilónico. Entretanto perseveró la misma, exceptuando los aramaísmos, que se introducían de día en día.

Según una tradición probable, después del exilio, fue introducido por Esdras el modo de escribir con letras cuadradas, como ahora se escribe en hebreo. Pero antiguamente se escribía con caracteres semejantes a las letras fenicias.

197. El texto. manuscrito hasta el siglo I. El primer período del texto hebreo manuscrito procede desde los principios hasta el siglo I. En ese tiempo existían muchas lecciones y también recensiones del texto. Y no es de extrañar, puesto que los mismos autores añadían a veces algo a los escritos anteriores (Jer 36,2-4.32), o porque no se hubiesen reunido aún las colecciones íntegras (v. gr., del salterio), o porque, no habiéndose declarado aún el canon, se hubiesen escrito los libros con menor cuidado.

Este estado del texto consta: a) por la diversidad que se advierte cuando se repiten algunos textos en los lugares paralelos (v.gr. Sal 13 y 52; Sal 39,14-18 y 69; Is 2,2-4 y Miq 4,1-3);

b) también por la diversidad que se nota en el orden y en la disposición (de algunos capítulos y versículos) entre el texto masorético (TM) y la versión de los LXX;

c) por las diferencias del Pentateuco TM con el Pentateuco de los Samaritanos.

d) El mismo Flavio Josefo, que quiere utilizar fielmente los libros sagrados, "ni quitando ni añadiendo nada", y que usa con frecuencia el texto hebreo preferentemente a la versión griega de los LXX, lo utiliza a veces diferente del actual.

Y como las transcripciones se hacían principalmente en papiros que se corrompían fácilmente, se comprende que esas transcripciones fuesen muchas y frecuentes, de donde también se seguía la diversidad de las recensiones.

LOS MANUSCRITOS RECIENTEMENTE HALLADOS EN QUMRAN: Para el conocimiento del texto del A.T. y de otras cuestiones en conexión con él, son útiles y produjeron una gran conmoción los hallazgos de los manuscritos bíblicos que en 1947 fueron encontrados por los beduinos en una cueva junto a Qumran, en los montes de Judá junto al Mar Muerto, después letra Q y las iniciales del libro de que se trata. Ejemplos: IQIsª (primer volumen de Isaías en la primera gruta junta a Qumran); IQIs b (segundo volumen de Isaías en la primera gruta); IQLamech (Apocalípsis de Lamech ibídem). La gruta encontrada en 1956 se designa IIQ.

Se encuentran muchos artículos y comentarios que describen estos hallazgos y tratan de proponer y resolver rectamente los problemas que ellos han originado.

198. El texto manuscrito desde el siglo I al siglo VI después de Cristo. Desde el siglo I prevaleció la recensión que se llama lamniense (labne) por el lugar palestinense donde se tuvo el célebre concilio de los judíos. Esta recensión alcanzó mayor autoridad que las demás y de ella proviene el texto hebreo actual. Según se dice de tres códices que se conservaban en el templo, prevaleció aquella lectura en la que una vez confrontados, convenían dos códices.

Después los escribas o soferim hicieron la división en versículos y su numeración y la suma... que se lee al final de los libros.

También de este período son las palabras que en el texto sagrado se leen, pero no se escriben, o que se escriben pero no se leen según se escriben, sino de otro modo (kere ketib). Y son también designadas con puntos extraordinarios las palabras dudosas, y algunas enmiendas (18) hechas donde las locuciones parecían pecar de irreverencia contra Dios.

199. Desde el siglo VI después de Cristo. Entre el siglo V y el VII después de Cristo, para hacer más estable y fácil la lectura del texto hebreo del A.T., se colocaron encima puntos vocales a las palabras hebreas que antes se escribían sólo con consonantes. Para establecer esta vocalización, se tuvo en cuenta la tradición (masora) escrita, que recogía las observaciones críticas acerca del texto, según se transmitía en las escuelas rabínicas. Y de ahí le vino el nombre de texto masorético (TM).

Hacia el final del siglo XV, después de la invención de la imprenta, 1477-1525, fue impreso el texto hebreo en caracteres tipográficos.

Después de estas ediciones príncipes, las ediciones más célebres son las siguientes:

En Venecia, año 1525 (Biblia rabínica), por Jacobo ben Chaiim, de los ms. masotéricos, cuyo texto llegó a ser el textus receptus.

Otras ediciones importantes después de esta típica son: a. 1705, Amsterdam (E. van der Hooght); a. 1776, Oxford (B.Kennicotl sin vocales ni acentos; complemento y corrección de ésta son: a.1784-1788, Parma en 4 volúmenes. Variae lectiones V.T. (Joh.Bern.de Rossi).

En el año 1906, en Leipzig, R.Kittel editó la Biblia hebraica, con lecciones variantes tomadas del trabajo precedente de Rossi y de antiguas versiones y de conjeturas críticas; en el año 1951, séptima edición; fue nuevamente reimpresa (duodécima edición) enmendada en el año 1961 en Stuttgart.

200. Valor crítico del TM. El texto masotérico es generalmente bueno y conserva las mismas palabras originales, pero a veces discrepa de la versión de los LXX y de otras versiones hechas sobre códices hebreos. De donde tales versiones, especialmente la de los LXX, pueden servir a veces para enmendar el texto masotérico, especialmente si es cierta la lección de las versiones y tiene su origen en el mismo códice hebreo presupuesto, no a la arbitrariedad del intérprete; y por otra parte, concuerda mejor con el contexto, etc.

A veces se puede hacer una enmienda conjetural, esto es, por una conjetura de la lección primitiva, puesto que a veces la corrupción del texto es más antigua que estas versiones.

201. El Pentateuco de los Samaritanos. Los samaritanos, después de capturar Samaria, llegaron a ser un pueblo mixto de israelitas y gentiles (4 Re 17,24‑33), y habiéndose separado de los judíos (Esd 4,1‑23; Job 4,9), sólo admitieron, de entre los libros sagrados, el Pentateuco de Moisés. Aparte del texto hebreo del Pentateuco (sólo diferente del TM por la escritura y por algunas variantes), se conserva además este Pentateuco traducido al arameo. Es independiente de la versión de los LXX, de donde, cuando concuerdan el Pentateuco de los samaritanos y la versión de los LXX, tal lección tiene una gran autoridad contra el TM.

Artículo II

VERSIONES GRIEGAS DEL A.T.

202.- La versión griega de los LXX del Antiguo Testamento. No raramente se encuentra esta versión en los mismos códices del Nuevo Testamento, de donde a esta versión se le debe aplicar ahora lo que vamos a decir sobre la forma de los libros y la escritura del N.T. (n.221s).

Esta versión se llama de los LXX, septuagintavirales, por el número de intérpretes que en otro tiempo se suponían. Se hizo en Alejandría y era la versión para los judíos que no usaban ya la lengua hebrea.

La versión empezó bajo Ptolomeo Filadelfo, probablemente hacia el año 250 antes de Cristo, y ya estaba hecha una gran parte hacia la mitad del reinado de Ptolomeo Evergetes II (171-117 a. de J.C.), porque el autor del Prólogo e intérprete del Eclesiástico dice que en el año 38 del reinado de Evergetes encontró él ya interpretados los libros sagrados en Egipto, a los cuales quiso añadir el Eclesiástico. Luego, parece probable, según esto, colocar el final de toda la traducción hacia el año 100 a. de J.C. Pero si el autor del Prólogo se refiriese a Ptolomeo Evergetes I (247‑222 a. de J.C.), entonces esta versión sería aún más antigua.

203. Otras versiones griegas. En el siglo II después de Cristo los judíos helenistas se procuraron otras versiones, al advertir la discrepancia de la versión de los LXX del texto hebreo recepto entonces.

Entre estas versiones hay tres que tienen los nombres de los traductores y que comprenden todo el A.T. Se llaman la versión Aquilae (hacia el año 140), la versión Symmachi (hacia el año 200) y la versión Theodotioni (hacia el año 180); «uno (Aquila) se esfuerza por expresar palabra por palabra, otro (Symmacho), pretende más bien seguir el sentido, y el tercero no discrepa mucho de los antiguos», como los designa SAN JERÓNIMO.

Otras versiones no conservan el nombre de los traductores y, como dice San Jerónimo, consiguieron la autoridad sin el nombre de los traductores. Se llaman la versión quinta, sexta, séptima; no comprenden todo el A.T. (solamente los profetas menores y los libros poéticos).

204. Orígenes (185-252 d.C.) emprendió la obra ingente de realizar las Hexapla, es decir, colocar el texto sagrado en seis columnas: el texto hebreo en la primera columna; en la segunda el texto hebreo, pero escrito con caracteres griegos; en la tercera columna la versión griega de Aquila; en la cuarta la versión griega de Symmacho; en la quinta la versión de los LXX revisada por él; y en la sexta, por fin, la versión de Theodotioni. Así, los cristianos, al disputar con los judíos, podrían conocer qué se decía en el texto hebreo, y acometiese al texto griego crítico y uniforme.

Lo que añadía al texto hebreo en su recensión de la versión de los LXX (en la 51. columna), lo indicaba con una señal (÷, -), pero lo que había sido añadido tomado de otras versiones, lo designaba con un asterisco.

 

Artículo III  

LA VERSIÓN VULGATA DEL A.T.

205. San Jerónimo (hacia el 347-420), es el hombre del que Dios se ha dignado proveer a su Iglesia como el máximo Doctor en la exposición de las Sagradas Escrituras.

Habiendo hecho en Roma la corrección del N.T., como decimos en el n.228, cuando estaba San Jerónimo en Belén, corrigió ya desde el año 386 los libros protocanónicos del A.T. tomados del griego de las Hexapla de Orígenes y dictó algunos (Job, Sal, Prov, Ecle, Can, Par) y, en los Comentarios a los Profetas, introdujo la versión latina del griego hexaplar.

Pero el año 390 comenzó la versión del texto hebreo al latín. Se esforzó ciertamente en no descuidar la elegancia, pero procuraba especialísimamente darnos con fidelidad el sentido, aunque no palabra por palabra, de tal modo que atendía no a la letra, sino a la fidelidad.

Esta versión aventajó incluso al magisterio de los rabinos, tanto al usar las versiones de Aquila y de Symmacho, como la versión de los LXX, especialmente si se apresuraba.

Para procurar la claridad traduce los nombres propios según su etimología (v.gr. Gen 41,45; Prov 30,1) y usa locuciones vulgares o mitológicas (v.gr. Is 34,14; Jer 50,39); y distinguió las sentencias mediante comas y períodos.

206. La versión jerónima del hebreo se ganó adversarios, pues a muchos les parecía una innovación contra los LXX y «reprensión de los antiguos», pero fue empleada y estimada por los doctos y aun ilustrada con comentarios.

Así sucedió que, según el testimonio de Isidoro de Sevilla, llegó a todas las iglesias latinas hacia la mitad del siglo VII, y ya en el siglo VIII era la vulgata.

La recensión hecha por San Jerónimo del griego hexaplar, fue utilizada ya a fines de ese siglo para el Salterio, principalmente en Galia, de donde se llamó Salterio galicano, el cual se utilizó casi en todas partes en la colección de los libros sagrados y para la recitación del Breviario.

Pero por causa de las antiguas versiones latinas llamadas a eclipsarse (de las cuales hablaremos expresamente en el n.227, al tratar más ampliamente del N.T.), y por la dificultad de encontrar y de tener todos códices jeronimianos, sucedió que no todos tuvieron la versión íntegra del hebreo y que se introdujesen interpolaciones de la vetere latina en la versión de San Jerónimo, o que se admitiesen glosas para explicarla o lecciones más fáciles. De donde la versión jeronimiana fue algo obnubilada en su luz.

207. La diversidad de las lecciones hace que tengamos perfectamente en la recensión como dos familias o dos tipos de versión de San Jerónimo: uno, el itálico, cuyo representante es el Codex Amiatinus, porque se conserva en la abadía del Monte Amiata, escrito hacia el año 700 en Inglaterra (Jarrow) de un ejemplar llevado desde Roma. Otro, entre los principales tipos, es el hispánico, que sigue el orden del canon hebreo y tiene códices muy importantes del siglo X, el Toletanum (Madrid, Biblioteca Nacional), el Legionense (León), el Complutense (Madrid, universidad). El tipo hibernicus y el gallicus son de menor importancia.

208. La recensión de Alcuino. Para tener el texto genuino de San Jerónimo entre la diversidad y discrepancia de códices, se hizo por mandato del emperador Carlomagno una más cuidadosa recensión por Alcuino eboracense (de York, en Inglaterra), abad del monasterio de San Martín de Tours (a.801) y en otro tiempo maestro de letras en la misma curia. Esta recensión regia, que se aproximaba a la familia amíatina, fue muy divulgada.

209. La recensión de Teodolfo. La recensión alcuina fue corrompida acá y allá por interpolaciones de la vetere latina y Teodolfo (+821), obispo de Orleans, estimulado por el mismo Carlomagno, hizo una nueva. Pero ésta, que no fue muy propagada, cedió por fin a la alcuiniana precedente.

De esta recensión alcuiniana nació cierta forma de Vulgata, la cual, en el siglo XI, parece que la hizo vulgata en Italia Nicolás de Maniacornia, diácono de San Lorenzo en Dámaso (+ 1145).

210. La Biblia de Paris. Para facilidad de los estudios, se hizo en la universidad de París, en el siglo XIII, la Biblia que se llama parisina. En esta recensión fue introducida la división actual de capítulos, que procede de Esteban Langton (a.1214) y se procuró la facilidad de citar y la uniformidad para todos los discípulos.

Correcciones. Pero en ese texto interpolado y corrupto, se introdujeron correcciones por los doctos, así en el margen se indicaban las lecciones que se debían abandonar o corregir, o aparte se tenían disputas entre las lecciones diferentes.

Estas correcciones fueron inducidas principalmente por los Hermanos de la Orden de Predicadores (corno por Hugo de S. Caro) y por los Hermanos Menores, promovidos principalmente por Rogerio Bacon, pero la negligencia de los amanuenses, o la gran multitud de correcciones y la menos apta disposición, no contribuían mucho a gozar de una lección genuina.

211. Las impresiones del texto sagrado. Tras la invención de la imprenta, la Sagrada Biblia fue impresa cada vez con mayor frecuencia, de tal modo que ya en el siglo XV se podían contar cerca de 100 ediciones de la misma en el primer año (aproximadamente 1452), en Maguncia, en la imprenta del mismo Gutenberg.

Hasta el año 1510 se podía decir que las ediciones eran no críticas, pues se tomaban de códices recientes y sin aparato crítico, hasta que al fin, se fueron anotando las variantes al margen. Así, poco a poco, se llegó a las ediciones críticas tomadas de códices más antiguos, como en la Políglota Complutense (Alcalá de Henares), bajo el impulso del Cardenal Jiménez de Cisneros (ya acabada en el año 1514) y en la edición Hittorpiana (Colonia, 1530), y en las que dirigió Roberto Estiénnes (Esteban) en París en los años 1528, 1532, 1540, 1555. En esta edición se introdujo la distinción en versículos.

212. El decreto del Concilio de Trento. Como se menospreciaba la Vulgata, pues algunos afirmaban que era necesario recurrir al texto original para conocer la palabra de Dios genuina, y como además, no se reconoció fácilmente la misma Vulgata corregida en favor de los pretendidos textos originales, y se hacían nuevas versiones latinas, el Concilio de Trento en la sesión 4ª (1546), una vez afirmado el fundamento de la confesión de la fe y establecido nuevamente el canon de las Escrituras, dio el decreto de la autenticidad de la Vulgata, estableciendo y declarando: «que esta misma antigua y Vulgata edición, que está aprobada por el largo uso de tantos siglos en la misma Iglesia, sea tenida por auténtica en las públicas lecciones, disputaciones, predicaciones y exposiciones, y que nadie por cualquier pretexto, sea osado o presuma rechazarla». (D 785).

Quisieron también los Padres «que en adelante la Sagrada Escritura y principalmente esta antigua y vulgata edición, se imprima de la manera más correcta posible» (D 786).

213. Para complacer este deseo del Concilio, Pío IV (1561), Pío V (1569) y Sixto V (1586), instituyeron Congregaciones que se dedicaron a este trabajo.

Sixto V no aprobó el texto mejor preparado por la última comisión de doctores, quien, él mismo, juzgó y decretó las correcciones, de modo que, el año 1590 se llegó a imprimir la edición sixtina. Pero, muerto el Pontífice el 27 de agosto del mismo año, desagradó esa edición por la nueva numeración introducida por Sixto V y porque no se utilizaba el texto propuesto por la comisión de doctores, de tal modo que se suspendió su venta y se preparó una nueva edición por una nueva comisión (1591), con la intención aprobada por Gregorio XIV, de que se substituyese lo que se había suprimido, se quitase lo que se había añadido, que se considerase o corrigiese lo que no se había mudado, que se separasen las puntuaciones y no se mudase nada, a no ser obligados por necesidad.

Por fin, bajo Clemente VIII, en el año 1592, y colaborando especialmente Francisco de Toledo y Ángel Rocca, se hizo una nueva impresión definitiva, que es la que utilizamos generalmente, vuelta a reimprimir en la tipografía vaticana en el año 1593, 1598. Esta es la que se llama edición clementina.

214. Nuevos trabajos. Pero, porque esa edición clementina, aunque suficiente, no se pudiese todavía llamar perfecta, hubo peritos en el arte de la crítica que se dedicaron a proponer correcciones o a recoger lecciones variantes, como Lucas el Bruguense, en el año 1618; desde el año 1830 Al. Ungarelli y C. Vercellone, y después Th. Heyse y C. Tischendorf (Leipzig 1738) y Jo. Wordsworth y Jul. White.

Más recientemente, en el año 1907 (cf. EB 274), por mandato de Pío X, se les pide a los monjes de San Benito que se restituya fidelísimamente el texto jeronímiano, quienes, ahora, desde el año 1933, trabajan en ello en la Abadía de San Jerónimo, en Urbe.

 

Artículo IV

LA AUTENTICIDAD DE LOS LIBROS DEL ANTIGUO TESTAMENTO

215. Nociones previas. GENUINO (de gigno, engendrar), significa lo que tiene verdaderamente el origen que se le supone, sea en cuanto al autor (genuinidad del autor), sea en cuanto al tiempo en que nació (genuinidad temporal).

ÍNTEGRO se dice lo que contiene todo lo que debe tener, ni se ha perdido nada de lo que en él era necesario, ni tampoco se le ha introducido malamente nada extrínseco. Por eso equivale a incorrupto.

HISTÓRICO, se llama lo que vale como un documento que se merece fe histórica.

Si algo es realmente genuino, íntegro o incorrupto e histórico, es en realidad lo que se supone y se le llama auténtico (de "<2g<JgT, gozar de fuerza, autoridad), porque tiene un valor y autoridad intrínsecos para postular la fe.

216. Estado de la cuestión. Se puede demostrar directamente la autenticidad de los libros del A.T. Pero este modo, si se hace de manera plenamente científica, estudiando todas las controversias y adversarios sobre la materia, es evidentemente muy largo. Pero no es necesario, puesto que se puede demostrar su autenticidad por el testimonio de Cristo y de los apóstoles y por el magisterio de la Iglesia.

Nosotros deseamos establecer plenamente la demostración apologética de la legación de Jesús, por lo tanto, no queremos prescindir del solemne y clásico argumento de la antigüedad cristiana tomado de los vaticinios del A.T., y por eso es necesario que también antepongamos algo sobre el valor histórico de los libros del A.T. Pero esta demostración no la haremos con la abundancia y riqueza con que se hace en la Introducción a los libros del A.T., ni disponemos aquí de tanto tiempo, como para indicar cada una de las cuestiones de cada uno de los libros, y mucho menos para desentrañarlas, y ni siquiera lo juzgamos ahora oportuno, pues tal cúmulo de materias obscurecería más que ilustraría el camino de la Teología a los novicios.

Pero no sería inoportuno un breve bosquejo.

217. La autenticidad y el valor histórico de las Escrituras del Antiguo Testamento.

A) EN GENERAL, la atestigua la solemne y antiquísima tradición del pueblo de Israel.

Pues dan testimonio de su autenticidad y autoridad,

1) FLAVIO JOSEFO (nacido el año 37 d.C.), quien, escribiendo contra Apio (después del año 93), dice lo siguiente:

«Porque no nos encontraremos entre nosotros con una multitud innumerable de libros que discutan o pugnen entre sí, sino solamente veintidós libros que comprenden la historia de todos los tiempos y que se creen divinos con toda justicia (*46"8TH2gJ"BgB4FJg<:g2"). De éstos, cinco son de Moisés, que contienen las leyes y la serie de sucesos desde la fundación del género humano hasta su propia muerte, y desde la muerte de Moisés hasta el imperio de Artajerjes que reinó sobre los Persas después de Jerjes, los profetas que sucedieron a Moisés, en trece libros, los sucesos de su tiempo, y los cuatro restantes presentan himnos a la alabanza de Dios y preceptos utilísimos para la vida de los hombres. Por otra parte, desde el imperio de Artajerjes hasta esta memoria nuestra, se han escrito otras cosas, pero no llegaron a merecer de ninguna manera tanta fe y autenticidad como la de esos libros, porque fue menos examinada la sucesión de los profetas. Por sí misma aparece en cuanta veneración tenemos a nuestros libros. Porque habiendo ya pasado tantos siglos, nadie se ha atrevido aún, ni a añadirles nada ni a quitárselo o mudárselo. Sino que todos los judíos llevan ya entrañado en sí y como innato desde su mismo nacimiento, que creamos que éstos son preceptos de Dios y nos entreguemos constantemente a ellos, y que si fuese necesario, soportemos de buen grado la muerte por su causa.

Pero, aunque Flavio Josefo atribuye menor autoridad a algunos libros posteriores (los deuterocanónicos), «porque haya sido menos examinada la sucesión de los profetas», consta, sin embargo, por Josefo, la autoridad suma que reivindicaban para sí los demás libros (y también aquellos de menor autoridad). Por otra parte, el canon de estos libros sagrados fue definido después hacia el año 100.

2) La absoluta autoridad histórica de estos libros se confirma por las citas y por la absoluta autoridad que les atribuyen los judíos que oían y aceptaban las palabras de Jesús Nazareno y de los Apóstoles en el Nuevo Testamento (v.gr., Mt 21,42; 22,29; 24,15; Jn 5,39; 10,35 ... ).

3) Los mismos libros del A.T. apelan a colecciones procedentes de libros, lo que es señal de su admisión y de su historicidad (v.gr. 3 Re 2,3; 4 Re 14,6).

4) Y puesto que muchas de las cosas que se narran en estos libros son no para honra, sino para deshonra del pueblo de Israel y de sus reyes y primates, no se puede explicar esto sino por la legítima autoridad histórica de estos libros.

218. B) EN CONCRETO, se prueba la autenticidad y la historicidad de estos libros: a) apelando a sus autores, que se conocen por la tradición solemne de los judíos o por las razones internas de los mismos libros sagrados. Así aparece, b) que estos autores pudieron y quisieron decir la verdad.

a) Los autores de los libros del A.T., en cuanto son conocidos por los mismos libros.

A Moisés se le atribuyen cosas del Pentateuco (Ex 17,14; 24,4,7; Núm 33,2; Deut 31,9-22; 28,58) y, puesto que este conjunto de libros guarda una unidad estricta, junto con la tradición de los judíos, se les debe atribuir también una obra íntegra, tanto más que por el examen interno de tales libros se supone conocido Egipto (Gén 46,28; 41,45; Ex 1,11; 13,20; 14,2) y, en cambio, se supone desconocida aún la tierra de Canaan (Gen 23,2.19; 33,18; Deut 11,10 s). De donde se deduce que estos libros han sido escritos antes de que fuera ocupada Palestina.

El libro de Josué fue escrito cuando vivía aún Rahab, la que había ocultado a los exploradores (Jos 6,25).

El libro de los Jueces fue escrito de fuentes precedentes (c.5) y probablemente del mismo Samuel, cuando estaba aún vívida la memoria del tiempo en que no había rey en Israel, sino que cada uno hacía lo que le parecía recto a él, porque la memoria de estas cosas se recuerda frecuentemente, sin duda por el cambio reciente y por la vivencia de la oposición entre los tiempos vividos poco antes y los presentes (17,6; 18,1; 18,31; 21,24).

Los libros 1 y 2 de los Reyes (de Samuel) fueron escritos mucho después de la muerte de Samuel (cf. 1 Re 9,9; 1 Par 9,22; 26,28; 29,29) y cuando Palestina había sido ya dividida en dos reinos (cf. 1 Re 27,6).

Los libros 2 y 3 de los Reyes apelan a fuentes antiguas (3 Re 11,41; 14,29; 4 Re 1,18) y fueron compuestos durante la primera mitad de la cautividad de Babilonia (cf. 4 Re 25,27-30).

Los libros de los Paralipómenos (Crónicas) fueron compuestos después de la cautividad (1 Par 3,19­24).

Los libros de Esdras, por lo que contienen, aparecen compuestos después del exilio de Babilonia.

Y los libros de los Macabeos fueron escritos antes del final del siglo II antes de Cristo (1 Mac 16,23; 2 Mac 1,10).

El libro de los Salmos, aunque tenga muchos autores, como lo indican los títulos y los argumentos de los Salmos, la mayor parte se debe atribuir a David. Los últimos Salmos son del tiempo de la cautividad de Babilonia, pero el libro se terminó bajo Nohemás y Esdras (cf. 2 Mac 21,13).

El libro de Isaías fue compuesto por Isaías hijo de Amós, que vivió bajo el rey Ezequías (Is 1,1), y se trata de este profeta en 4 Re 19,2 ss (cf. Is 37‑39) en tiempos de Ezequías.

El libro de Jeremías es del profeta que fue llamado por el Señor a vaticinar cuando reinaba Josías (Jer 1,1-10). A éste le había mandado el Señor que escribiese las palabras que oyera de él, lo que hizo Jeremías por medio de Baruc: (Jer 36), y de Baruc: puede provenir la trabazón de todas las partes del libro, el cual se concluyó antes del fin de la cautividad, pues de lo contrario se hubiese hablado de ese fin (cf. Jer 25,11; 29,10).

El libro de Ezequiel, hijo de Buzi, sacerdote en tierra de los Caldeos (1,3), contiene los vaticinios de este profeta, el cual los tuvo y escribió durante la cautividad del pueblo de Israel, estando él en medio de los cautivos junto al río Keber (1,1) y hablando en el destierro a los hijos de Israel (3,11.15), los últimos vaticinios pertenecen al año 25 de la cautividad (40,1).

El profeta Daniel aparece como el autor del libro divulgado bajo su nombre (Dan 7,1; 8,1‑26; 12,4). El estilo de hablar y la materia tienen el sabor de las costumbres de Babilonia, por lo que se deduce que el libro fue escrito en el tiempo de la cautividad, tiempo en el que también vivía Daniel.

Sobre los otros profetas que se mencionan a continuación, Oseas vivió y escribió bajo el rey Ezequías (Os 1,ld); Niqueas vivió igualmente y escribió bajo Ezequias (Ni 1,1; cf. 3,1.12 comparado con Jer 26,18); Ageo, poco después de la vuelta de la cautividad, como muestra el argumento del libro (cf. también 1 Esd 5,1; 6,14). Malaquías es de un tiempo posterior, pues se supone construido el templo en Jerusalén (Mal 1,10; 3,10).

219. b) Estos autores pudieron y quisieron decir la verdad.

1) Pudieron decir la verdad. Porque eran, a ) testigos oculares de muchas de las cosas que narran y, por la naturaleza de las mismas cosas y por el ingenio que muestran los autores al escribir, pudieron muy bien observarlas y conocerlas.

β) Para algunas cosas que les precedieron tuvieron ciertamente que usar otras fuentes, las cuales siendo con certeza fidedignas, las tuvieron en las manos. Porque la tradición oral era tenaz, especialmente en cosas de gran importancia y divulgada entre el pueblo, principalmente cuando se trataba de los orientales. Pero pudieron utilizar también fuentes escritas y sin duda las utilizaron.

2) Los autores quisieron decir la verdad. Porque, a) habiendo sido recibidos los libros con gran reverencia cuando aún permanecía en el pueblo viva la memoria de las cosas narradas, y se podían comprobar fácilmente esas mismas cosas, es señal de que los autores escribieron verazmente.

3) Porque los autores eran además hombres religiosos, tales como aparecen en la ingenuidad de su narración, que sólo buscaban el bien moral y la verdad y la gloria de Dios, de donde no es de temer el engaño.

3) Todo esto se confirma y se sigue confirmando por la cada vez más maravillosa concordia de las cosas que narra la escritura del A.T. con descubrimientos y las recientes adquisiciones de la historia egipcia y asirio-babilónica y con la historia de la cultura de aquel tiempo.

 


[1] Encíclica «Providentissirnus»: EB 116

[2] El concepto de libro canónico sobre el de libro sagrado, es que ha sido entregado a la custodia de la Iglesia (cf. D1787)

[3] «Providentissímus», EB 89.