CAPITULO  II

DE LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE

 

Articulo I

De la resurrección futura de los muertos

 

TESIS 12. A la segunda venida de Jesucristo todos los hombres resucitarán con los mismos cuerpos que han tenido en vida.

 

269. Nexo. Hemos tratado en las páginas anteriores acerca de la segunda venida de Jesucristo. Vamos a hablar ya de la resurrección de los muertos. Así pues al tratar ahora acerca de ésta, dejaremos establecido el hecho de la misma y su universalidad. La identidad del cuerpo que resucita con el cuerpo que existió en esta vida, y ciertamente hablaremos de esto a manera de una sola cosa, puesto que todas estas cuestiones se prueban con los mismos argumentos.

 

La resurrección de los justos, más que un milagro espléndido de reanimación, es un suceso trascendental por el que el hombre entero, esto es en cuanto al cuerpo y en cuanto al alma, queda plenamente consumado en la participación de la vida de Jesucristo glorioso, la cual ya había poseído en la tierra mediante las primicias del Espíritu. En verdad por la justificación en el bautismo empieza un lento proceso de nuestra conformación con Jesucristo, el cual proceso avanza a lo largo de toda nuestra vida hasta que por último llega a su cúlmen en el triunfo de nuestra resurrección, de la cual resurrección fue a manera de inauguración la resurrección de Jesucristo, que contiene ya la resurrección de todos a semejanza de como la muerte de Adán contenía a todos los que iban a morir.

 

270. Nociones. EN LA SEGUNDA VENIDA DE JESUCRISTO, esto es en aquella venida, la cual, en cuanto opuesta a la primera venida de El mismo mediante la encarnación, se dará al fin del mundo. Por el modo de hablar de las fuentes hay que juzgar que prácticamente al mismo tiempo vendrá Jesucristo y resucitarán los muertos; sin embargo no puede concretarse más el tiempo de este acontecimiento.

 

TODOS LOS HOMBRES, a saber, adultos, tanto buenos como malos, y niños, tanto bautizados como no bautizados y lo mismo si han muerto fuera del útero matero como si han muerto dentro de él. En cambio no resucitarán a no ser, como es probable, que hayan muerto también, los justos de la última generación; ni tampoco los que ya resucitaron definitivamente, como la bienaventurada Virgen María, y, según muchos autores, aunque lo niegan otros, aquellos que resucitaron juntamente con Jesucristo (Mt 27,52s).

 

Puesto que el hombre como por antonomasia es el hombre adulto y por tanto moralmente consciente de sus actos, las fuentes en este tema no suelen citar expresamente a los niños. Sin embargo puesto que éstos (tanto si han sido bautizados como si no lo han sido y lo mismo si hubieren muerto fuera del útero materno como dentro de él) pertenecen verdaderamente al linaje humano y por tanto son hombres auténticos, aunque no hayan de dar cuenta de sus actos, y puesto que por otra parte las fuentes nunca los excluyen, no se juzgaría con ningún motivo sólido no queden incluidos en las afirmaciones que hablan de la resurrección.

 

271. RESUCITARAN. Se afirma el hecho de la resurrección, la cual consiste en una segunda unión de la misma alma con el mismo cuerpo (S.TO., 4 CG 79) en una sola naturaleza y por consiguiente en una sola persona. De donde también puede definirse la resurrección: la acción de volver el cuerpo humano a la vida que había perdido con la muerte.

 

Por consiguiente no es una nueva creación, por la que Dios vuelva a llamar a la vida a un ser que había sido aniquilado, sino un cambio, puesto que procede de un sujeto presupuesto. Por este motivo solamente se da en los seres corruptibles o compuestos de materia y de forma. Es un cambio substancial, pues al ser la producción (así como el ser) del accidente, y por tanto la corrupción de éste, solamente "secundum quid", la reparación del compuesto accidental solamente es "secundum quid", y por ello no se llama resurrección. En la resurrección resulta el mismo hombre que había dejado de ser, ya que en otro caso no se trataría de una resurrección, sino de una multiplicación de hombres y de una nueva a manera de generación.

 

Suárez resume todo esto, definiendo la resurrección según el uso del vocablo empleado en las fuentes teológicas: «un cambio substancial por el que lo que había existido antes y había pasado después a estado de corrupción, eso mismo se produce de nuevo».

 

La resurrección: considerada activamente se llama de un modo más adecuado resucitación, en cuanto que se trata de una acción de Dios que hace volver a la vida a los muertos; pasivamente se llama resurrección de la carne, a fin de distinguirla de la resurrección del alma mediante la gracia (Col 3,1) y sobre todo para que no piense alguien que el alma murió juntamente con el cuerpo y que aquella también es devuelta a la vida juntamente con éste (Catecismo Romano 1,12,2).

 

272. CON LOS MISMOS CUERPOS QUE TUVIERON EN VIDA. Se requiere por tanto una identidad del cuerpo que resucita con el cuerpo muerto, que sea no simplemente específica de forma que el alma asuma un cuerpo humano, incluso numéricamente distinto de aquel con el que antes había estado, sino una identidad también numérica de forma que el alma asuma el mismo cuerpo en concreto que antes había vivificado.

 

Ahora bien esta parte del aserto, acerca de la identidad numérica requerida para la resurrección entendida según la doctrina católica, hay que distinguirla bien de la cuestión debatida entre los católicos acerca de si se requiere para esta identidad numérica la misma materia que se dio antes, v.gr. de Pedro, o es suficiente el que el alma de éste se una con cualquier materia de modo que le infunda también la individuación misma. En la tesis se prescinde de esta segunda cuestión que se va a exponer después en el escolio, sin embargo no dejando entretanto de resolver las dificultades de esta cuestión según la primera parte del aserto, la cual juzgamos que debe sostenerse absolutamente.

 

273. Adversarios. Antiguamente los Gentiles (Hchs 17,32). Los Saduceos (Mt 22,23; Mc 12,18; Lc 20,27; Hchs 23,8). Algunos cristianos de la época apostólica (1 Cor 15,12). MARCION y los Marcionitas. Los Maniqueos.

 

Más tarde los Albigenses. Según los Socinianos, solamente resucitarán los buenos, y ciertamente con un cuerpo espiritual.

 

Posteriormente los Racionalistas y algunos Protestantes. Algunos Adventistas dijeron que los malos no resucitan, sino que se encuentran en un letargo eterno (cf. n.29).

 

274. Doctrina de la Iglesia. Concilio IV de Letrán (D 429): Los elegidos y los réprobos «todos resucitarán con sus propios cuerpos, los cuales ahora los llevan para recibir según sus obras... Concilio II de Lyon (D 464): «Todos los hombres comparecerán con sus propios cuerpos ante el tribunal de Jesucristo, para dar cuenta de las propias acciones». BENEDICTO XII (D 531) repite lo mismo.

 

Los símbolos: el Símbolo apostólico recuerda (D 269) «la resurrección de la carne». El Símbolo de Epifanio menciona (D 14) «la resurrección de los muertos; véase también el Símbolo Niceno-Constantinopolitano (D 86). El Símbolo Atanasiano (D 40): «Y a su venida (de Jesucristo) todos los hombres han con resucitar de sus cuerpos y dar cuenta de sus propios actos».

 

Prácticamente enseñan lo mismo PELAGIO I (D 228s), el Concilio XI de la provincia de Toledo (D 287), LEON IX (D 347), INOCENCIO III (D 427).

 

275. Valor dogmático. De fe divina y católica definida (D 429, 464, 531) y ciertamente en el sentido universal en que nosotros tomamos la tesis acerca de todo hombre.

 

Ahora bien si alguien pone como objeción el que esta universalidad no está propuesta de este modo expresamente en los documentos aducidos, parece que hay que establecer lo siguiente: a) De fe divina y católica definida, en cuanto a todos los adultos. b) De fe divina y católica, en cuanto a todos los niños que mueren fuera del útero materno, ya que se pensaría sin motivo serio el que la Iglesia no abarca también a éstos en su fe en la resurrección. En efecto la fórmula «resurrección de la carne» o «de los muertos» afirma en su sentido obvio la resurrección de todos y en verdad con sus mismos cuerpos. c) De fe divina y católica por la misma razón, respecto a los niños muertos dentro del útero materno, puesto que no hay ningún motivo para distinguir a éstos de aquéllos.

 

No obstante hubo algunos que sin motivo serio solamente propusieron la tesis acerca de los niños como cierta, por no tratar expresamente las fuentes acerca de éstos.

 

276. Prueba de la Sagrada Escritura. La Sagrada Escritura enseña: a) La resurrección específicamente en cuanto a los justos, determinadamente en cuanto a los buenos y a los malos, en general en cuanto a los muertos. Ahora bien al menos esta última fórmula (y la segunda fórmula también según lo anteriormente dicho en el n.275) hay que juzgar que incluye a todos los niños, incluso cuando ésta se aplica especialmente a los justos. Más aún, hay que pensar que se refiere a los niños bautizados, cuando se habla de la resurrección de los justos, sobre todo si en este caso no se hace mención expresa de los adultos. b) La identidad del cuerpo que resucita con el cuerpo muerto, en general por el sentido obvio de la noción de resurrección, y a veces de un modo suficientemente expreso, como vamos a ver enseguida.

 

A. Jesucristo enseña: a) Específicamente la resurrección de los justos. Jn 6,55 (cf. vers.39s): El que come mi carne... y yo le resucitaré en el último día. Lc 14,13s:  Cuando prepares un convite invita a los mendigos... pues te será recompensado en la resurrección de los justos.

 

b) De un modo determinado la resurrección de los buenos y de los malos. Jn 5,28s:

Todos los que están en los sepulcros, oirán su voz (la voz del Hijo de Dios) y saldrán resucitados para la vida los que obraron bien; empero los que obraron perversamente, resucitarán para condenación.

 

c) En general la resurrección de los muertos. Enseña a los Saduceos que niegan la resurrección: Porque cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos se desposarán ni ellas serán dadas en matrimonio... Referente a que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés...: «Yo soy el Dios de Abraham...? No es Dios de muertos, sino Dios de vivos (Mt 22,23-33; Mc 12,18-27; Lc 20,27-40). Confirma la idea de los judíos acerca de la resurrección (Mt 14,2; 6,14; Lc 9,8): Le dice Marta: Sé que resucitará (Lázaro) en la resurrección en el último día. Dícele Jesús: Yo soy la resurrección y la vida (Jn 11,23-25; Mt 10,28; Lc 14,14).

 

B. SAN PEDRO y SAN JUAN anuncian (Hchs 4,2): En la persona de Jesús la resurrección de los muertos. Luego estas palabras se refieren al menos a los justos.

 

277. C. S.PABLO enseña: a) En general la resurrección de los muertos. En presencia de los Saduceos y de los Fariseos dijo en la asamblea: ...Soy juzgado por la esperanza de la resurrección de los muertos (Hchs 23,6-8; cf. 26,23).

 

b) De modo determinado enseña la resurrección de los buenos y de los malos. Ante el procurador Félix  san Pablo confiesa que los Cristianos tienen la esperanza de que habrá resurrección de justos e inicuos (Hchs 24,15).

 

c) Específicamente enseña la resurrección de los justos, mediante unas fórmulas que incluyen también sin duda a los niños bautizados. Presentando la resurrección de Jesucristo como ejemplar de nuestra resurrección dice (Rom 8,11): ...El que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales... 1 Tes 4,13s...: Pues si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios a los que se durmieron en Jesús los agregará a su cortejo.

 

d) Y enseña con empeño la resurrección de los justos en 1 Cor 15, donde después de probar la resurrección de Jesucristo, afirma nuestra resurrección con estas ideas lógicamente conexionadas por él mismo: Si de Cristo se predica que ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo entre vosotros dicen algunos que no habrá resurrección de muertos? (vers.12). Pues si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo ha resucitado... (vers.13.15s). Y si Cristo no ha resucitado..., también los que ya se durmieron en Cristo, se perdieron (vers.14.17-19). Sin embargo Jesucristo ha resucitado, por consiguiente (vers.21s): Pues ya que por un hombre vino la muerte, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como por Adán todos mueren, así por Cristo serán todos retornados a la vida.

 

En verdad si los muertos no resucitan (vers.26): Si así no fuera, ¿qué lograrían los que se bautizan por los difuntos?[1] (vers.30-32): En Efeso me tocó luchar con fieras, ¿qué utilidad saco de ello si mis perspectivas pueden ser sólo humanas?.

 

El mismo cuerpo que es sepultado resucitará (vers.35-52): Se siembra (el cuerpo) en corrupción, se resucita en incorrupción... los muertos resucitarán incorruptibles.

 

278. D. El Antiguo Testamento (S.TO., 4 CG 81). a) En el 2 Mac 7,9-23, la descripción del martirio de los siete hermanos Macabeos da por supuesta la fe de los judíos en la resurrección, al menos de los justos, la cual el escritor sagrado la aprueba implícitamente. El segundo hermano dice al tirano: Tú... nos privas de la vida presente, pero el rey del mundo, a nosotros..., nos resucitará a la vida eterna. El tercer hermano, sacando la lengua y extendiendo las manos para que le fueran cortadas, dijo: Del cielo las tengo, y por sus leyes las desprecio, y de él espero recibirlas de nuevo. El cuarto hermano dijo: Es preferible morir a manos de los hombres, con la esperanza puesta en Dios de ser de nuevo por El resucitado; que para ti no habrá resurrección para la vida. La madre decía a sus hijos: El Creador del universo... de nuevo os devolverá... el espíritu y la vida.

 

b) Igualmente en el 2 Mac 12,43s: Se dice de Judas, al recoger este entre sus hombres dinero para ofrecer un sacrificio por los difuntos: acción muy bella y noble, impulsada por la esperanza en la resurrección; pues que si no hubiera esperado que aquellos soldados caídos resucitarían, superfluo y vano fuera orar por los muertos. Y, según está claro, en estas palabras aprueba el autor sagrado la acción de Judas.

 

c) También podrían aducirse del Antiguo Testamento: Is 26,14; 19,21; Ez 37,1-14; Os 13,13; Dan 12,2, donde se trata acerca de muchos, esto es se trata directamente de aquellos de los que se habla en todo el contexto, o sea de los que son maltratados y de los que sufren persecución; sin embargo se puede sacar de aquí la conclusión en orden a afirmar la resurrección de todos, ya que es idéntico el motivo para todos los hombres.

 

279. Job 19,25-27: Porque sé que mi Redentor vive y que en el último día yo resucitaré de la tierra, y de nuevo me revestiré de mi piel; y en mi carne veré a Dios...

 

Además de muchos autores protestantes, algunos católicos entre los que se dan con más frecuencia autores modernos, como v.gr. Peters, Szczygiel, Dhorme, Heinisch, Bigot, Dennefeld, Hudal, Junker, piensan que en este texto se habla de la acción de devolverle Dios a Job a su antigua salud y posición económica y proclamar de este modo Dios la incencia de Job (o tal vez sencillamente que se trata de llevar a cabo Yahvé esta proclamación en una teofanía visible en presencia de los amigos de Job, según dice Beel), y piensan que no se trata de la resurrección, si bien, según nota Junker, Job sí que tiene fe y esperanza en la inmortalidad.

 

Sin embargo los Padres que han tratado acerca de este texto, como San Jerónimo, San Agustín, y otros, e igualmente la mayoría de los exegetas católicos y todos, moralmente hablando, los teólogos, v.gr. Sto.Tomás, Corluy, Hetzenauer, Knabenbauer, Ceuppens, Lesêtre, Rover, Lagrange, Prat, Ricciotti, con el cual está de acuerdo Calès, Robin entienden este texto en el sentido de que se trata de la resurrección.

 

Estimamos que esto es más probable, puesto que parece que las solemnes palabras que preceden inmediatamente y que siguen inmediatamente después testifican la esperanza de algo grande (19,23-24.28-29) mientras que por otra parte tanto por el contexto anterior como por el contexto siguiente se juzga que Job no espera en esta vida terrena alguna manifestación de la justicia divina para con él, sino solamente la muerte (10,20-22; 14,3; 16,23; 17,1.13-16; 19,10; 30,19-23).

 

280. Prueba de la tradición. A. Los Santos Padres. Apenas es necesario recurrir a los testimonios de ellos en este tema fundamental presentado en las fuentes desde el principio de un modo tan explícito y que, según nos indica S.CLEMENTE ROMANO (R 13), el Señor nos muestra continuamente: «El día y la noche nos muestran la resurrección; se retira la noche, viene el día; se termina el día, sobreviene la noche» (cf. MINUCIO FELIX, R 272). De aquí que S.AGUSTIN dice: «La resurrección de los muertos es fe peculiar de los cristianos».[2]

 

Ya al principio del Cristianismo escribieron obras especiales sobre la resurrección S.JUSTINO (?), ATENAGORAS, ORIGENES, TERTULIANO, S.METODIO, S.JUAN CRISTOSTOMO, ENEAS GAZEO, S.GREGORIO NICENO.

 

De aquí que, aparte de otros testimonios que enseñan o bien la universalidad de la resurrección (cf. v.gr. S.JUSTINO, R 155; S.IRENEO, R 191; AFRAATES, R 694, etc.) o bien la identidad del cuerpo (cf.v.gr. TACIANO, R 155, S.CIRILO DE JERUSALEN, R 836s; S.JUAN DAMASCENO, R 2375), baste ahora con presentar unos pocos testimonis, en los cuales aparecen al mismo tiempo ambos asertos.

 

TERTULIANO (R 365): «Así pues resucitará la carne y en verdad toda carne y ciertamente la misma y sin duda toda entera...».

 

S.HIPOLITO (R 395): «Nosotros creemos que el cuerpo ha de resucitar; en efecto si se corrompe, no se pierde totalmente; pues la tierra que recibe los restos del cuerpo, conserva éstos... A todo cuerpo le será devuelta su propia alma; y revestida de él no llorará, sino que gozará con él... Y los pecadores recibirán los cuerpos sin cambio alguno, y sin verse liberados de sus pasiones y enfermedades..., sino que éstos resucitan envueltos en aquellas enfermedades con las que terminaron su vida, y son los mismos cuerpos que vivieron antes en esta vidas...»

 

S.CESAREO ARELATENSE (R 2222):«Habrá resurrección de los muertos...; no sucederá primero la resurrección de los justos y después la de los pecadores..., sino al mismo tiempo la de todos. Y si se dice que resucita lo que muere, por consiguiente nuestra carne resucita en verdad... No... otro cuerpo en lugar de nuestra carne, sino la misma carne corruptible que muere es la que resucita incorruptible; resucitará incorruptible tanto la carne de los justos como la de los pecadores...»

 

281. B. Atestiguan igualmente la fe en la resurrección: a) Las Actas de los mártires, los cuales se sienten fortalecidos en medio de los tormentos con la esperanza de la resurrección.

 

b) El nombre de cementerio (klounτn.iov), esto es dormitorio, con el cual nombre designan los cristianos el lugar donde se encuentran los sepulcros; de ahí provienen las fórmulas «duerme», «acción de dormir», «en el sueño de la paz», grabadas en muchos sepulcros. Asimismo las pinturas de las catacumbas, las imágenes, las inscripciones sepulcrales, en las aparece, v.gr. Ezequiel realigando los huesos secos, Lázaro resucitado, el ave fénix que surge de las cenizas, el huevo de donde sale de pronto el polluelo.[3]

 

c) La liturgia de los difuntos, v.gr. el Ritual Romano tiene la siguiente oración: «Dios omnipotente... sea santificado este cementerio, a fin de que los cuerpos de los hombres, que descansen aquí después de la carrera de esta vida, merezcan en el día grandioso del juicio alcanzar los gozos de la vida eterna en unión de las almas bienaventuradas».

 

282. Razón teológica. 1) Jesucristo vino al mundo, a fin de reparar en favor nuestro lo que Adán con su pecado perdió para nuestro mal - dentro de lo cual se encuentra la inmortalidad -. Ahora bien, es congruente que se nos devuelva también esta inmortalidad en el cuerpo que perteneció al alma con una unión especial de origen, de información, de vida terrenal, de vida moral.

 

2) Si Jesucristo, Cabeza del Cuerpo Místico, resucitó, es necesario que resuciten igualmente sus miembros. Ahora bien, por otra parte Jesucristo resucitó con el mismo cuerpo que tuvo en la vida mortal.

 

3) No está bien que un cuerpo fortalecido con los sacramentos, templo del Espíritu Santo, miembro de Jesucristo, instrumento de acciones sobrenaturales, sea entregado al estado de los cadáveres de los seres irracionales.

 

Todo esto, que se refiere propiamente a los justos, en cierta medida alcanza a los pecadores y a los infieles, si no consta por otro lado acerca de la exclusión de éstos respecto a la resurrección.

 

283. La razón natural no puede saber nada acerca del hecho de la resurrección, cual se da en este orden, ya que ésta es sobrenatural en cuanto a Jesucristo, que es el ejemplar, en cuanto al origen de los méritos de Jesucristo, en cuanto al modo y, al menos en los justos, en cuanto al término; sin embargo la razón natural puede mostrar la conveniencia de este hecho en cuanto tal:

 

El hombre entero es el que merece y el que desmerece; luego es menester que el hombre entero reciba el premio o la pena. El alma es verdaderamente, "per se" y esencialmente forma del cuerpo humano; luego desea también con apetito innato informar al cuerpo y separada de éste carece del complemento substancial que le es naturalmente debido a ella.

 

Ahora bien, todo esto hace referencia directamente al mismo cuerpo cuya alma es originariamente forma y el cual cuerpo mereció juntamente con ella. Además el resucitar es propio de aquél del que es propio morir; ahora bien, muere este cuerpo concreto; luego resucitará este mismo cuerpo concreto (S.TO., Suppl. q.79 a.1; S.EPIFANIO: R 1088; TERTULIANO: R 345).

N.B. Apoyándose en las razones naturales presentadas anteriormente la resurrección es con más probabilidad naturalmente debida a la naturaleza humana, según algunos autores, como son v.gr. Lesio, T.González, Costa Rossetti, Feretti, Mercier. Sin embargo más comúnmente los autores juntamente con Sto.Tomás, según parece (Suppl. q.75 a.3), Suárez y otros, se niega esta opinión, ya que las razones naturales en favor de la resurrección se entienden de un modo adecuado acerca de la conveniencia de ésta, no en cambio acerca de su necesidad.

 

Además la resurrección, en cuanto que ésta consiste en la unión del alma con el cuerpo, y por tanto prescindiendo de otras circunstancias que pueden darse v.gr. en la resurrección de los justos, puede decirse natural por razón del término, en cuanto que está dirigida a la vida de la naturaleza, así como la acción de darle vista a un ciego está dirigida a la visión natural (S.TO., ibídem), sin embargo es milagrosa por razón del modo, como alguna curación milagrosa.

 

La posterior indestructibilidad de la vida parece, según Billot, que es natural en cuanto a la substancia, «admitido el hecho de que se da la resurrección», en cuanto que ya no habrá nada por lo que el cuerpo pueda corromperse (S.TO., Suppl. q.86 a.2).

 

284. Objeciones. No hablamos aquí de las dificultades que van directamente en contra de la identidad numérica de la materia del cuerpo que resucita y del cuerpo muerto, según lo que expondremos después.

 

A. De la Sagrada Escritura. 1. Job 14,12: Pero el hombre que muere no se levantará. 14,14; Si un humano muere, ¿volverá a vivir? En estas palabras se niega la resurrección; luego no se da ésta.

 

Respuesta. Distingo la mayor. Se niega a éstos la resurrección en orden a la vida eterna, concedo la mayor; se les niega a éstos toda resurrección, niego la mayor.

 

Con estas palabras se niega solamente la resurrección en orden a la vida terrena, cual es la que ahora tenemos, según se ve claro por el sentido obvio de todo el contexto y por los versículos 7-9).

 

2. Sal 1,5: No, no resistirán en el Juicio los impíos. Según estas palabras, la resurrección no alcanzará a los impíos; luego éstas no será universal.

 

Respuesta. Niego la mayor. Según el texto hebreo ( ךקםזdel verbo קום) el sentido es el siguiente: no resistirán (o no se mantendrán orgullosos) los impíos en el juicio, esto es en presencia de Dios juez (bien en esta vida bien en la vida futura), ya que Dios aparta la vista de ellos y en cambio a los justos los mira con bondad.

 

3. Mt 22,30: En la resurrección... serán como ángeles de Dios. Según estas palabras los justos serán como ángeles de Dios; ahora bien los ángeles carecen de cuerpo; luego también los justos carecerán del mismo.

 

Respuesta. Distingo la mayor. Los justos serán como ángeles, en cuanto que no se casarán, concedo la mayor; en cuanto que carecerán de cuerpo, niego la mayor.

 

En el contexto solamente se excluye el hecho de que no se casarán. Y las palabras mismas «en la resurrección» afirman implícitamente ésta.

 

285. 4. 1 Cor 15,50: La carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos. Según estas palabras, el cuerpo no puede alcanzar el cielo; luego no se da resurrección alguna.

 

Respuesta. Distingo la mayor. El cuerpo de un pecador o incluso el cuerpo corruptible no puede alcanzar el cielo, concedo la mayor; el cuerpo "simpliciter" no puede alcanzar el cielo, niego la mayor.

 

El texto se refiere a los que sirven a las pasiones de la carne. O también se trata en él del cuerpo corruptible, puesto que incluso los justos solamente poseerán la gloria una vez transformados en cuanto al cuerpo (vers.42-54). En verdad está claro por todo el capítulo que no se excluye la resurrección.

 

5. Jesucristo es el modelo de nuestra resurrección (1 Cor 15,49; Fil 3,21); es así que los réprobos no pueden resucitar según el modelo de Jesucristo; luego éstos no resucitarán.

 

Respuesta. Distingo la mayor. Jesucristo es modelo de nuestra resurrección, esto es la resurrección de los justos en sentido propio y estricto, concedo la mayor; en sentido exclusivo, niego la mayor.

 

Jesucristo al resucitar es modelo en sentido propio y estricto de los justos que resucitan, en cuanto que éstos, al igual que El mismo, resucitarán con cuerpo glorioso; no en cambio es exclusivamente modelo de los justos, ya que también los réprobos de hecho (aunque no gloriosamente) resucitan y por tanto de este modo, aunque con diferente resurrección, se hacen semejantes a El (S.TO., Suppl. q.75 a.2 hasta el 3).

 

N.B. La objeción que se saca del Ecl 3,9 se explica al tratar de la inmortalidad del alma. Si alguna vez el número de los que resucitan parece que queda restringido en la Sagrada Escritura a unos límites determinados, se trata muchas veces de la resurrección gloriosa, v.gr. Lc 20,35s; Jn 6,40; Rom 6,5, o tal vez se trata de la resurrección a la vida de la gracia, como ocurre en Jn 5,25.

 

286. B. De la razón. 1. El estado de separación es más perfecto que el estado de unión, ya que el cuerpo da pesadez al alma (Sab 9,15); luego no se da la resurrección, al menos la resurrección del cuerpo de los justo.

 

Respuesta. Distingo la mayor. El estado de separación sería más perfecto si el alma estuviera con un cuerpo física o moralmente corruptible, concedo la mayor; si está unida con un cuerpo por el que el alma no es impedida en sus funciones propia, niego la mayor. (S.TO., Suppl. q.75 a.1 hasta el 4).

 

El cuerpo incorruptible no da pesadez al alma. Más aún tiene en el cuerpo su complemento substancial, por el que puede llevar a cabo la facultad de sentir, de actuar materialmente en otros cuerpos, de trasladarse de un modo corpóreo de un lugar a otro.

 

2. El cuerpo propiamente ni mereció ni desmereció; luego no tiene por qué resucitar.

 

Respuesta. Niego el consiguiente. El alma sola propiamente ni mereció ni desmereció luego tampoco ella sola debería recibir premio o castigo. Por tanto puesto que el principio "quod" del  mérito o del demérito es el hombre entero, es menester que el hombre entero reciba el premio o el castigo; en efecto el alma se comporta respecto al cuerpo, no simplemente como el que realiza la obra se comporta respecto al instrumento, sino que es la forma del cuerpo, de modo que la operación pertenece al compuesto y no exclusivamente al alma (S.TO., Suppl. q.75 a.1).

 

287. 3. La pena no se perdona, si no se quita la culpa; es así que la muerte es la pena del pecado original, el cual no se perdona a todos; luego no todos resucitarán.

 

Respuesta. Distingo la menor. La pena del pecado original es morir, concedo la menor; es permanecer en la muerte, niego la menor.

 

El que muere en este pecado paga la pena del pecado original con la muerte misma (S.TO., Suppl. q.75 a.2 hasta el 4).

 

4. Así como renacemos por la gracia de Jesucristo, resucitaremos pr ésta misma; es así que los que mueren dentro del útero materno no pueden renacer espiritualmente; luego no resucitarán.

 

Respuesta. Distinto la mayor. Por la gracia de Jesucristo recibida cuando renacemos espiritualmente, resucitamos a una resurrección gloriosa, concedo la mayor; resucitamos simplemente por la gracia de Jesucristo, niego la mayor.

 

Si el hecho mismo de la resurrección no se explica naturalmente (admitido lo cual desaparecería la dificultad), hay que decir que este hecho de la resurrección no se da por la gracia de la regeneración, sino por la gracia por la que ha sucedido que el Verbo se hiciera hombre y de este modo los hombres se conformaran a El en cuanto al hecho de vivir y después en cuanto al hecho de resucitar (S.TO., Suppl. q.75 a.2 a 5).

 

O tal vez se dice de un modo más adecuado sencillamente que es menester que Jesucristo, viniendo a destruir la muerte introducida por el pecado de Adán, haga volver a la vida incluso a aquellos niños, los cuales mueren a causa de este pecado, como si Adán no hubiera pecado.

 

Articulo  II

De la identidad del cuerpo que resucita

 

288. Puesto que por las consideraciones anteriores consta como definido de fe que todos los hombres han de resucitar con los mismos concretos cuerpos, que hayan tenido en esta vida, ahora se pregunta además qué lleva consigo esta identidad. ¿Es suficiente para poseer la identidad numérica del cuerpo de Pedro que resucita, el que el alma de éste se una con cualquier materia como con una pura potencia bien ya existente o bien creada de nuevo, a la cual otorgue la totalidad del acto y por tanto también la individuación o se requiere para la verdadera identidad numérica el que el alma de Pedro se una con aquella materia a la cual había estado unido antes de la muerte?

 

Planteada así la cuestión es puramente filosófica, esto es «acerca del "posse"»; nosotros en cambio tratamos acerca de la cuestión teológica, esto es acerca de la cuestión «de facto», a saber preguntamos qué lleva consigo la identidad numérica, según las fuentes teológicas.

 

289. Puesto que la resurrección del cuerpo con la misma materia que había tenido antes supone dificultades no pequeñas, algunos sostuvieron que esta identidad numérica de las fuentes se explica suficientemente, si se dice que la misma alma concreta se va a unir con cualquier materia. Así se expresaron en otro tiempo Eneas Gazense,  Pedro de Alvernia, después Durando, Juan Napolitano, por último otros pocos como v.gr. Billot, van der Meersch, Michel, Hugueny, Vandenberghe. Ahora bien, todos éstos resuelven la cuestión desde un punto de vista filosófico más bien que de un modo teológico, esto es atendiendo, según las fuentes teológicas, al hecho establecido por Dios.

 

290. Ahora bien esta opinión se funda en un sentido filosófico acerca de los requisitos por la naturaleza de la cosa en orden a alcanzar la identidad numérica; en cambio el teólogo debe de suyo estudiar, no el modo posible de esta identidad, sino el modo del hecho, según las fuentes teológicas, de forma que solamente si estas fuentes no hablaran acerca de esto, el teólogo buscaría "per accidens" una solución filosófica. En verdad esta opinión resuelve fácilmente todas las dificultades del tema, pero esto es a base de prejuzgar éste en gran manera, pues, según el sentido común cristiano, la resurrección «se realiza según un curso admirable y sobrenatural».

 

291. Y esta opinión no parece estar en consonancia con las fuentes, cuyos testimonios antes aducidos entendidos en su sentido obvio testifican  que los hombres resucitan con la misma materia, que antes hayan tenido. Así:

 

Los documentos de la Iglesia que dicen que los hombres resucitan con sus cuerpos (D 40, 464, 530s), con sus propios cuerpos (D 429), que resucita la misma carne que llevamos (D 427, 437), etc. La Sagrada Escritura, cuyos testimonios antes aducimos solamente pueden entenderse de un modo adecuado en este sentido (Jn 5,28s; 11,23-25; 1 Cor 15,35-54, etc.). Sobre todo la tradición que aparece tanto en las palabras de los Santos Padres como en los monumentos cristianos antiguos y en la liturgia y en el culto de las reliquias, etc.

 

Igualmente la razón teológica: a) Puesto que al resucitar Jesucristo volvió a tomar el mismo cuerpo concreto que había tenido en esta vida, ya que este mismo cuerpo, después de morir, había quedado unido a la divinidad. b) Puesto que la Iglesia venera las reliquias de los santos, ya que éstas han sido templo del Espíritu Santo, miembros vivos de Jesucristo, e instrumento de los méritos y por tanto se juzga que las cuales, consideradas materialmente, son las mismas que van a resucitar.[4]

 

292. De aquí el que la opinión de la identidad del cuerpo mediante solamente el alma es rechazada por los teólogos (incluso por aquellos que defienden la unicidad de la forma), de un modo tan común, que esa opinión es, según Silvio y Estio, errónea, según Soto y Jungmann, debe ser rechazada, según Bautz, es error teológico, según Ramírez, es temeraria, y sobre todo según Segarra, el cual, después de estudiar el tema con todo rigor, califica esta opinión con la misma nota de censura, la cual solamente 5 de los 35 autores que examinan su estudio, han pensado que es demasiado severa.

 

293. Hay que sostener por tanto como sentencia verdadera, el que el cuerpo al resucitar consta de la misma materia de la que constaba el cuerpo antes de la muerte. Y no hay dificultad en hacer desaparecer los problemas en esta sentencia:

 

a) ¿Cómo podrán reunirse las partículas del cuerpo que han sido dispersadas en un continuo flujo? Por la omnisciencia y omnipotencia de Dios (Minucio Félix: R 273; S.Juan Crisóstomo: R 1141).

 

b) ¿Entonces la materia entera que perteneció al cuerpo a lo largo de toda la vida será la que resucite? No, sino sólo aquella que se requiere para formar un cuerpo perfecto.

 

c) Sin embargo tal vez la misma materia perteneció a muchos. Así es; no obstante sin duda no fue esta materia de muchos de manera que toda entera haya sido de modo igualmente perfecto de muchos, o por lo menos de manera que Dios no pueda formar con parte de aquella materia un solo cuerpo sin perjuicio de otro; en efecto a lo largo de toda la vida de un solo cuerpo ha pertenecido al mismo mucha materia, la cual ciertamente no puede resucitar toda entera en un solo cuerpo. Luego si alguna materia hay que asignar en parte o totalmente a otro cuerpo, deberá tomarse alguna que perteneció en alguna ocasión a lo largo de la vida al mismo cuerpo.

 

d) Y si alguien dice que hay antropófagos, hay que contestar que sin duda éstos no se alimentan solamente de carne humana. Más aún incluso concediendo esto hipotéticamente, Dios puede hacer el que éstos resuciten sin perjuicio de otros cuerpos, según se ha dicho anteriormente.

 

294. e) Un niño no puede decir que él va a resucitar con el mismo cuerpo que tiene, si va a morir en la ancianidad, después de la renovación total de su cuerpo.

 

Respuesta. Unos dudan acerca de esta renovación total de la materia, otros la niegan. No obstante, aun admitiéndola, por más que se cambie muchas veces de un modo físico el cuerpo entero a lo largo de la vida, sin embargo, puesto que este cambio se realiza paulatinamente, siempre permanece moralmente el mismo cuerpo, de manera que un anciano puede decir que él ha visto algo cuando era niño con los mismos ojos que tiene en la ancianidad. Por otra parte puesto que no puede decirse que sea resucitada la materia entera que pertenece al cuerpo en una ocasión concreta, es suficiente para la identidad del cuerpo que resucita y del cuerpo muerto el que al menos alguna materia que resucita haya pertenecido en alguna ocasión físicamente a aquel cuerpo.

 

Por otra parte la materia que resucita no será comúnmente cualquier materia poseída en cualquier momento de la vida, según dijeron algunos, sino que, según parece que se supone con certeza en las fuentes y que indica Sto.Tomás, será físicamente la misma materia que se tiene en la hora de la muerte; lo cual Dios lo ha decidido de un modo sapientísimo, si bien hubiera podido establecer otra cosa, ya que de este modo puede decirse de forma especial que resucita el mismo cuerpo que ha muerto. Ahora bien, esta materia puede decirse que es la misma que hubo en el cuerpo a lo largo de toda la vida, prácticamente igual que en el mismo hombre la materia del cuerpo anciano puede decirse que es la misma que la materia del cuerpo niño, esto es físicamente o físico-moralmente la misma, si no se da durante la vida renovación de la materia entera, y en otro caso es moralmente la misma o incluso, si se atiende a los espacios próximos durante el período de la última renovación íntegra, es físico-moralmente la misma.

 

Dejando esto sentado, en cualquier momento de la vida puede decirse: «Creo que resucitaré teniendo el mismo cuerpo que ahora tengo», a saber en el sentido en el que lo ha entendido esta tradición.

 

f) ¿Con qué cuerpos resucitarán los niños que han muerto bien dentro del seno materno bien fuera de él? Con los mismos cuerpos numérica y materialmente considerados que tuvieron en vida, de forma que, si fuera necesario, Dios añade a estos cuerpos materia en orden a formar un cuerpo adecuado. Del mismo modo Dios también añadirá materia al cuerpo de los adultos, en el caso de que falte solamente un poco de materia que pertenezca exclusivamente a él.

 

Articulo  III

De las dotes del cuerpo glorioso

 

295. Puesto que ya hemos hablado acerca del hecho de la resurrección tanto de los justos como de los pecadores, ahora tratamos de las cualidades gloriosas, de las que desbordándose del alma será adornado el cuerpo del justo que resucita, ya que menester que una gloria tan grande del alma haga también glorioso el cuerpo vivificado por ella.

 

S.Pablo mismo, el cual se plantea este tema al tratar acerca de la resurrección (1 Cor 15,35), describe este cuerpo en general como vivo en Jesucristo y vencedor de la muerte por Jesucristo (1 Cor 15,22.25), celestial (1 Cor 15,45-49), configurado al cuerpo de la claridad de Jesucristo (Fil 3,21; cf. Rom 6,5; 8,11), gloriosamente transformado (1 Cor 15,52), incorruptible e inmortal (1 Cor 15,50-54; 2 Cor 5,4; cf. Rom 8,10s), y contrapone el cuerpo glorioso al cuerpo mortal especialmente con estas palabras (1 Cor 15,42-44s): Se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembre vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual.

 

En este último texto se fundamenta comúnmente la doctrina acerca de las cualidades del cuerpo glorioso, a saber: impasibilidad, claridad, agilidad, sutileza, cada una de las cuales, según es obvio de por sí, son preternaturales, en cuanto que son naturalmente indebidas al cuerpo, sin embargo perfeccionan a éste en su orden.

 

Es de fe católica atendiendo al magisterio ordinario, que entiende así los dogmas de la resurrección y de la vida eterna o incluso es de fe implícitamente definida (D 429) el que el cuerpo bienaventurado está dotado de inmortalidad, y ciertamente considerada ésta no simplemente como la capacidad de no morir, al igual que les ocurría a nuestros primeros padres, sino como la imposibilidad de morir (S.Agustín: R 1699, 2013).

 

En efecto: Los bienaventurados no... podrán morir ya más (Lc 20,35). Y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación (Jn 5,29); en estas palabras se da por supuesto que va a ser juzgado el hombre completo y que en cuanto tal va a ser galardonado con el premio de la vida eterna (Mt 25,31-46). Jesucristo, el cual habiendo resucitado de entre los muertos ya no muere (Rom 6,9), es el modelo de nuestra resurrección (Fil 3,21). Por otra parte acerca de la inmortalidad del cuerpo que resucita consta mucho más por la impasibilidad de este cuerpo, sobre la cual vamos a hablar ahora.

 

296. 1. Existencia de estas dotes. a) La impasibilidad es la prerrogativa que hace que un cuerpo no pueda sufrir ningún padecimiento que lleve consigo corrupción o suponga molestia. Por tanto no excluye las afecciones de los objetos convenientes a los sentidos.

 

Consta acerca de la impasibilidad: Por la 1 Cor 15,42: Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción; esta incorrupción es sin duda perfecta y por tanto no sólo excluye la muerte sino cualquier padecimiento corporal. Además tal padecimiento sería un cierto comienzo de la muerte. Según Apoc 7,16: Ya no tendrán hambre ni sed; ya no les molestará el sol ni bochorno alguno...; y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos (cf. Apoc 21,4; Is 49,10).

 

297. b) La claridad «por la que los cuerpos de los santos resplandecerán como el sol... Ahora bien, esta claridad consiste en un cierto fulgor que rebosa en el cuerpo por la felicidad suma del alma, de forma que es una cierta comunicación de la bienaventuranza de que disfruta el alma; de este modo también el alma misma viene a resultar bienaventurada, ya que revierte en ella parte de la felicidad divina» (Catecismo Romano 1,12,13).

 

Por consiguiente consiste la claridad en un cierto esplendor contrapuesto al desarreglo y a la fealdad, de tal manera que el cuerpo se vuelva por una cierta luz sensiblemente resplandeciente y hermoso desde todos los puntos de vista, casi a manera de la glorificación de Jesucristo en la transfiguración (Mt 17,2).

 

Consta la claridad: Por la 1 Cor 15,43: Se siembra vileza, resucita gloria; cf. 1 Cor 15,41s: Uno es el resplandor del sol, otro el de la luna...; así también en la resurrección de los muertos. Por Fil 3,21: El cual (Jesucristo) transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo. Por Mt 13,43: Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre (cf. Sab 3,7; Dan 12,3).

 

La gloria es un atributo de Dios, un resplandor que le hace a El mismo invisible; esta gloria Jesucristo la poseía en cuanto Dios (Jn 12,41; 17,24) y la mostró en su cuerpo cuando se transfiguró (Lc 9,29), por tanto no como una cualidad meramente moral de orden honorífico, sino como una propiedad física luminosa.

 

298. c) La agilidad es la prerrogativa «por la que el cuerpo quedará liberado del peso que ahora soporta y el alma podrá moverse con toda facilidad hacia cualquier parte que quiera de manera que no pueda haber nada más rápido que este movimiento».

 

Por la agilidad desaparece la debilidad del cuerpo, puesto que puede satisfacer ya al deseo del alma en los movimientos y funciones ordenados por ésta (S.TO., 4 CG 86), de manera que el alma puede trasladarse juntamente con el cuerpo con igual facilidad que lo hace ella misma por sí sola (sin que no obstante esté al mismo tiempo en distintos lugares), y por consiguiente puede acudir a cualquier parte del mundo con una rapidez que escapa a toda comprensión.

 

La agilidad consta: por 1 Cor 15,43: Se siembra debilidad, resucita fortaleza (S.TO., 4 CG 86). Fortaleza (δuvαμis) es una propiedad divina, de la cual se hará partícipe el cuerpo glorioso, a fin de que no sienta al obrar el inconveniente de la carga, por la que la carne se hace bastante débil, sino que sea como el espíritu.

 

Por S.Agustín: «Pues debemos creer que nosotros tendremos tales cuerpos que podamos estar allí donde queramos y cuando queramos». «Pues si los ángeles hacen esto... ¿Por qué como consecuencia no vamos a creer que los espíritus perfectos y bienaventurados de los santos pueden llevar por favor divino sin dificultad alguna sus cuerpos a donde quisieren y colocarlos donde quisieren?»[5]

 

Los bienaventurados también podrán mover los cuerpos ajenos con la rapidez que hemos indicado. Su cuerpo, a pesar de la agilidad, mantendrá algún peso, cuya actividad sin embargo podrá el alma excluirla según su voluntad. ¿Podrá el cuerpo, en virtud de la agilidad, moverse instantáneamente, sin que pase a través de los espacios intermedios? Sto.Tomás lo niega, en cambio Suárez lo afirma como probable.

 

299. d) La sutileza es una prerrogativa «por la que el cuerpo se someterá al mandato del alma, y le servirá a ésta, y estará pronta a obedecer una señal de ella» (Catecismo Romano 1,12,13). Ahora bien, puesto que la sujeción perfecta del cuerpo al espíritu requiere entre otras cosas el que no estorbe a éste en su movimiento y por consiguiente el que pueda penetrar juntamente con él en otros cuerpos sin recibir lesión corporal, la sutileza se considera aquí en sentido más estricto como la virtud de entrar donde quiera que sea y de salir de allí sin perjuicio del cuerpo, así como Jesucristo salió del sepulcro, y entró en el cenáculo estando las puertas cerradas.

 

En verdad la sutileza de suyo es una cierta "espiritualización" del cuerpo, que conlleva la sujeción de éste al espíritu y que abarca de este modo muchas cosas. Ahora bien, puesto que esta sutileza, considerada así complexivamente, está contenida en gran parte en las prerrogativas precedentes, nos fijamos ahora en la facultad de penetrar los cuerpos, la cual se considera que está unida con la sutileza, bien como que consiste formalmente en ésta, bien como que procede de ella físicamente o mejor moralmente, bien haya sido dada por Dios como señal manifiesta de la prerrogativa de la sutileza. Sin embargo Sto.Tomás piensa que esta virtud de penetrar los cuerpos se le concede al cuerpo glorioso «no por la sutileza, sino por el poder divino, que les atenderá (a los bienaventurados) en todas las cosas en cuanto éstos se lo pidan» (S.TO., Suppl. q.83 a.2-4).

 

300. «Sin embargo, dice Suárez, acerca de la sutileza no encontramos en la Sagrada Escritura un texto en el que se hable expresamente de ella. Ahora bien, lo que se da a entender está suficientemente indicado». 1 Cor 15,44: Se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. El cuerpo se dice espiritual () en cuanto contrapuesto al cuerpo natural o psíquico (ψυχικω), esto es, al cuerpo sujeto a la vida vegetativa y que por tanto está sometido a las operaciones de la nutrición y de la generación propias de esta vida vegetativa, en cuanto que el cuerpo espiritual es un cuerpo informado por el espíritu y acomodado totalmente a éste y un cuerpo que sirve al espíritu en orden a las operaciones más elevadas del alma que ha sido glorificada.[6]

 

Ahora bien, puesto que todo esto en gran parte lo expresa S.Pablo con las palabras precedentes (vers.42s) y sin embargo puesto que la fórmula "cuerpo espiritual" parece que añade algo especial, «no puede explicarse (esta fórmula) de un modo más adecuado que acerca de esta propiedad (esto es de la facultad de penetrar), dice Suárez, así como también lo indicaron al hablar de este texto el Crisóstomo y el Teofilacto, y de un modo más expreso Damasceno 1.4 Acerca de la fe, c.28, donde, aunque entiende que bajo esta propiedad del cuerpo espiritual se incluyen también otras, principalmente el ser impasible e infatigable, sin embargo presenta expresamente el cuerpo como espiritual, esto es, sutil. En efecto esto es lo que significa espiritual, conforme era el cuerpo del Señor después de la resurrección, cuando entró a través de las puertas que estaban cerradas...»

 

301. 2. Acerca de la excelencia de estas dotes. Esta excelencia queda manifiesta por el hecho de que: a) Estas dotes se dan por la redención de Jesucristo. b) Superan con mucho incluso a los dones de nuestros primeros padres, los cuales carecían no sólo de la agilidad, claridad, sutileza, sino también de la inmortalidad, de la impasibilidad y de la integridad, en cuanto que éstas ya no admiten por toda la eternidad la posibilidad de perderse, y de la incorruptibilidad, en cuanto que excluye la imperfección de la función vegetativa bien nutritiva, bien generativa.

 

302. 3. Del modo de la infusión de estas dotes. El modo cómo se otorgan estas dotes al cuerpo y  cómo muestran en éste sus efectos, puesto que no se indica en la revelación, es difícil de explicar, ya que se trata de algo preternatural y puesto que conocemos de modo muy imperfecto tanto los cuerpos como las relaciones mutuas del alma y del cuerpo. Se dice comúnmente que estas dotes redundan del alma al cuerpo, según vamos a exponer inmediatamente después.

 

Los teólogos sostienen comúnmente, según dice Siuri, que «la bienaventuranza o gloria del cuerpo consiste en las cuatro dotes, a saber la impasibilidad, la agilidad, la sutileza y la claridad», puesto que por éstas queda constituido el cuerpo en un estado sobrenatural perfectísimo, en el cual pueda ser instrumento muy adecuado para el alma bienaventurada en orden a las funciones propias del estado beatífico. Ahora bien, según dichos teólogos, esta gloria redunda del alma al cuerpo, sin embargo no de manera que el cuerpo venga a ser partícipe de la misma gloria del alma, puesto que esto es imposible, sino en cuanto que, una vez que se da la gloria del alma que informa al cuerpo, se sigue que el cuerpo queda glorificado de un modo adecuado a él.

 

Aparte de esto sostiene Granado alegando a su favor a otros autores que la gloria del cuerpo proviene de la gloria del alma físicamente, esto es por un auténtico influjo de emanación; no obstante juzgamos como más probable uniéndonos en esto a Siuri, el cual aduce en su favor a Súarez, Valencia, Lesio, Soto, etc., que esta derivación no se da más que por una cierta causalidad moral, en cuanto que la gloria del alma requiere esta perfección preternatural en el cuerpo, por la que éste se vuelva glorioso y adecuado al alma gloriosa misma.

 

N.B. Bona Spes, según dice Siuri, distingue una bienaventuranza esencial del cuerpo, la cual, según dicho autor, consiste en los actos de los sentidos glorificados respecto a objetos muy agradables, con los cuales se recrean maravillosamente los bienaventurados, y otra bienaventuranza accidental, la cual consiste en aquellas cuatro dotes gloriosas. «Sin embargo la sentencia común de los teólogos, dice Siuri, afirma que la bienaventuranza del cuerpo consiste en las dotes gloriosas, sin mencionar para nada los sentidos glorificados o aquellos actos... Añadiría, sigue diciendo Siuri, que tal vez la sentencia común, mientras expresamente sólo recuerda las dotes gloriosas en orden a constituir la bienaventuranza del cuerpo, implícitamente ha querido abarcar también el ejercicio perfectísimo de los sentidos glorificados, en cuanto que las dotes corporales conducen perfectamente a dicho ejercicio».

 

303. Corolario. Luego con estas dotes el cuerpo bienaventurado queda configurado a Jesucristo glorioso (1 Cor 15,45-9; Fil 3,21). La consumación de la gloria solamente se alcanzará con la consumación del rescate del cuerpo por estas dotes.

 

304. Escolio 1. De la relación de la gracia santificante con la resurrección gloriosa. La resurrección, la cual puede considerarse sencillamente como un hecho de una segunda unión del alma y del cuerpo, se toma aquí en sentido pleno y cuasi antonomástico, como es la resurrección gloriosa o resurrección del justo.

 

Ahora bien, esta distinción, que está vigente entre nosotros, entre la muerte y la vida corporal y entre la muerte espiritual y la vida, se pone menos de relieve en la Sagrada Escritura de forma que la muerte significa más bien en sentido pleno tanto la muerte corporal como la espiritual, y la vida indica tanto la vida de la gracia como la del cuerpo resucitado gloriosamente. De aquí que a la muerte que nos ha venido a nosotros por el pecado de Adán, la cual, según está claro, es física y espiritual, se contrapone la vida que nos ha otorgado Jesucristo, la cual vida es justicia y resurrección gloriosa (Rom 5,12-21; 1 Cor 15,21s).

 

Por tanto, puesto que en la Sagrada Escritura aparece una sola y la misma vida eterna como que ésta ya ha sido dada a los justos y va a ser consumada después, esto es como en un doble estadio de desarrollo y de consumación, la vida de la gracia de los justos se muestra como escondida ahora y que poco a poco se va desarrollando hasta su consumación por la resurrección gloriosa (2 Cor 3,18; 4,16; Col 3,3s), de forma que, por consiguiente, esta vida de la gracia no sólo concierne al alma, sino que concierne también de algún modo a la vida del cuerpo en cuanto que va a ser resucitado.

 

También por esta causa el mismo Espíritu Santo, el cual se dice que habita en los justos (en cuanto son éstos compuestos de alma y de cuerpo)(1 Cor 3,16s; 6,19; 2 Cor 6,16; 2 Tim 1,14), se muestra como que va a vivificar los cuerpos de los justos en orden a la resurrección gloriosa (Rom 8,9-11.23; 2 Cor 5,4s; Ef 1,13s), de modo que la participación misma del Espíritu Santo se presenta como incoada ahora y como que va a ser completada en la resurrección.

 

Por tanto la vida de la gracia no sólo concierne al alma, sino que atañe también al cuerpo, puesto que conduce a la resurrección gloriosa. Ahora bien, ¿con qué influjo le atañé al cuerpo, con influjo físico o con influjo moral? Esto ya lo hemos respondido implícitamente, cuando hemos dicho que la gloria del alma (la cual no es sino la gracia consumada) más probablemente produce la gloria del cuerpo no física, sino moralmente.

 

305. Escolio 2. De la perfección del cuerpo glorioso. Como incluido en las dotes de las que hemos hablado, hay que decir que los cuerpos de los justos al resucitar son perfectos: a) En cuanto a todos sus miembros y órganos, incluso en cuanto a aquellos que no necesitan. b) En cuanto a su aspecto y presencia. c) En cuanto a una estatura adecuada, sin duda no igual en todos, pero llevada a la perfección que se alcanzaría en un desarrollo normal. d) En cuanto a una edad conveniente. Muchos pensaron que los resucitados se van a encontrar, en cuanto a la forma del cuerpo en una edad que no es propia de ancianos ni de niños, sino en una edad de plenitud, esto es alrededor de los treinta años, que fue la edad de Jesucristo, y en la cual edad termina el movimiento ascendente y a partir de la cual comienza el movimiento descendente; ahora bien de esto no consta. e) En cuanto al sexo. El que éste se mantiene en la resurrección «es cierto, dice Suárez..., según la doctrina de los escolásticos en 4 d.44, y ningún católico pone esto en duda», ya que esto concierne a la integridad corporal y esta integridad ciertamente no ha sido quitada por el pecado, si bien algunos antiguos lo han negado y han dicho que todos los que resucitan son varones, haciendo alusión a las palabras «hasta que lleguemos todos... al estado de hombre perfecto» (Ef 4,13); las cuales palabras sin embargo se entienden adecuadamente no acerca del sexo, sino de la virtud robusta y perfecta del alma que van a tener todos (S.TO., Suppl. q.81 a.3).

 

306. Escolio 3. Del deleite de los sentidos en los bienaventurados. Las dotes del cuerpo glorioso no excluyen el deleite de los sentidos. Pues ya que la sensación de suyo y formalmente no consiste en un cambio de los órganos y por tanto no incluye imperfección, hay que juzgar que permanece, y ciertamente en cuanto a todos los sentidos, en los bienaventurados, los cuales, si no fuera así, no poseerían ninguna bienaventuranza accidental que proviniera de su cuerpo glorioso, en el caso de que no pudieran ni oír ni tener ninguna otra sensación.

 

Sin embargo el cuerpo bienaventurado carece de las funciones: a) De la generación (Mt 22,30), ya que la finalidad de ésta, alcanzado ya el número de los hombres que Dios había fijado de antemano, cesa en la resurrección; más aún carecen de las funciones sensitivas en general, sin embargo solamente en cuanto que éstas llevan consigo corrupción. b) De la nutrición (1 Cor 6,13) y en general de las funciones vegetativas, puesto que cualquier hombre ya está debidamente desarrollado. Sin embargo recientemente De Broglie, después de una extensa disquisición, sacó la conclusión que nada impedía el que se admita que los bienaventurados tienen vida vegetativa, incluso mediante una auténtica acción de comer y una verdadera asimilación, sin embargo con tal de excluir toda necesidad de alimentos. No obstante tal vez sea mejor que confesemos nuestro desconocimiento acerca de este tema, ya que parece que no implica contradicción en los bienaventurados la vida vegetativa (si se evitan las imperfecciones de ésta), y que no está excluido el milagro de conservar a éstos vivos sin que realicen la función vegetativa.

 

307. Escolio 4. ¿La bienaventuranza del cuerpo es esencial o accidental? Esta cuestión parece que se reduce simplemente a cuestión de vocablo. Dijeron que es esencial Ricardo de Mediavilla, Siuri, tal vez S.Buenaventura; pues ya que el cuerpo es, así como el alma, parte esencial del hombre, la bienaventuranza del cuerpo hay que decir que es igualmente esencial. No obstante sostenemos, y en esto nos acompaña la mayoría de los autores, que esta bienaventuranza es meramente accidental, puesto que el alma (y por tanto el hombre) sería esencialmente bienaventurada, aunque el cuerpo no resucitara, como sucede antes de la resurrección, y puesto que por otra parte el hombre sería esencialmente bienaventurado, por más que el cuerpo no alcanzara la bienaventuranza, según se ve claro, si nos fijamos en Jesucristo cuando vivía en esta tierra antes de su muerte. Sin embargo nada impide el que la bienaventuranza del cuerpo se diga esencial, no ciertamente "simpliciter", sino respecto del hombre entero.

 

Por esto queda también claro el que la resurrección del cuerpo no se requiere para la bienaventuranza "simpliciter" esencial, sino sólo para la bienaventuranza esencial de todo el hombre, esto es del modo que acabamos de indicar.

 

308. Escolio 5. ¿Se aumenta la bienaventuranza después de la resurrección del cuerpo? No intensivamente: a) tanto en cuanto a la bienaventuranza esencial, puesto que la luz de la gloria de la cual depende la perfección de la visión y por tanto del amor que acompaña necesariamente a esta visión, una vez dada la resurrección, no se aumenta, y puesto que por otra parte la bienaventuranza esencial consiste en los actos del entendimiento y de la voluntad respecto a los cuales el cuerpo se comporta de un modo accidental; b) como en cuanto a la bienaventuranza accidental, ya que ésta está proporcionada a la esencial, la cual según lo que acabamos de decir, no se aumenta. Ciertamente se aumenta extensivamente, puesto que entonces la bienaventuranza también se da en el cuerpo y es mayor en el alma, ya que goza ésta del bien del cuerpo y del propio bien que resulta de la unión con el cuerpo glorioso y que no le supone a ella carga. No obstante el gozo del bienaventurado que ama otras cosas fuera de Dios no es por ello propiamente mayor ni menor, ya que ama todas las cosas solamente por Dios, en cuyo amor ni crece ni disminuye y por tanto tampoco crece ni disminuye en el gozo beatífico.

 

Nosotros sostenemos esta opinión como más probable, ya que no hay ninguna razón clara tanto por la naturaleza del hecho como por las fuentes, para juzgar que no se da inmediatamente después de la muerte la visión íntegra de Dios que se va a tener después. Sin embargo, puesto que las mismas fuentes tanto ensalzan la bienaventuranza en cuanto conexionada con la resurrección, nada tiene de extraño el que otros autores hayan opinado que la bienaventuranza aumenta después de la resurrección también intensivamente, y así se han expresado el P.Lombardo y otros, y entre los modernos Palmieri (el alma, si está unida al cuerpo glorioso, es y obra de modo más perfecto que en estado de separación del cuerpo), Paladino, Lennerz (no por la naturaleza del hecho, sino por voluntad de Dios no se da la bienaventuranza total antes de la resurrección), puesto que el hombre entero es el que ha merecido y es el que debe ser galardonado con el premio, y ya que de este modo resplandece mejor la importancia del juicio universal; y la Iglesia nunca ha definido nada en contrario. Más aún algunos SS.PP. parece que deben ser entendidos así, v.gr. S.Agustín. No obstante Bellarmino enseñó la opinión contraria como sencillamente más verdadera, Lesio como más probable con mucho, Arriaga como totalmente cierta, Siuri como que debe ser preferida absolutamente a la otra.

 

En cambio otros, como Siuri, enseñan que la bienaventuranza accidental se aumenta después de la resurrección no de un modo meramente extensivo sino intensivamente.

 

309. Escolio 6. Acerca del cuerpo de los condenados. Este cuerpo es incorruptible, en cuanto que no será aniquilado, sin embargo es pasible, y por consiguiente estará en perpetuo estado de corrupción y de morir, en cuanto sujeto a tormentos externos, que le causarían la muerte, si Dios no lo impidiera. Por tanto el condenado tiene una cierta incorrupción de una corrupción continuada. De donde quiera que se derive la razón próxima de la inmortalidad de los condenados, esta inmortalidad es connatural a ellos, una vez que se ha dado la resurrección; pues una vez dada ésta, es menester que se dé en orden a una vida que no puede ya perderse.

 

Aunque algunos hayan opinado que el cuerpo del réprobo va a ser resucitado con las deformidades que haya tenido en vida, más aún incluso con la carencia de los miembros que no haya tenido antes de la muerte, pensamos que es más probable que el cuerpo de los réprobos estará íntegro y por tanto que será completo en todos los miembros que exige la naturaleza del cuerpo. Sin embargo, dice Pesch, que «los cuerpos de los condenados serán muy horribles por la fealdad de sus almas».


[1]  La fuerza patente del argumento es independiente de la explicación dogmática del versículo que pueda darse (acerca de esto véase el n.15).

[2]  S.AGUSTIN, Sermones 241,1: ML 38,1133; R 1922: «De ningún modo debe dudar el cristiano de que resucitará la carne de todos los hombres que han nacido y nacerán y han muerto y morirán.»

[3]  PRUDENCIO, Cathemerinon 10: ML 59,880s: «¿Qué significa la excavada roca, qué significa el monumento hermoso, sino que lo que a ellos se confía no está muerto, sino entregado al sueño? La próvida piedad de los cristianos desea esto mientras firme cree que pronto ha de vivir aquello todo que el gélido sueño ahora oprime».

[4]  Concilio Tridentino (D 985): (Manda el santo Concilio) «... que deben ser venerados por los fieles los sagrados cuerpos de los santos y mártires y de los otros que viven con Cristo, pues fueron miembros vivos de Cristo y templos del Espíritu Santo, que por El han de ser resucitados y glorificados para la vida eterna...»

[5]  S.AGUSTIN, Serm. 242, c.3, n.5: ML 38,1140; De la ciudad de Dios 13,18: ML 41,391; EADMERO, De S.Anselmi simil. c.51: ML 159,269: «Y en aquella vida bienaventurada tendremos tan gran rapidez que vamos a ser iguales en velocidad a los mismos ángeles de Dios, los cuales van del cielo a la tierra y de la tierra al cielo con más rapidez que lo que se tarda en decirlo».

[6]  ZORELL, πνευματιος , ψυχικος, 1089.1477; J.ALONSO, S.J. Antropología subyacente en los conceptos neotestamentarios relacionados con la escatología individual: Semana XVI de Estudios Bíblicos (1956) 43-45, añade que el cuerpo que resucita se llama "pneumatikón" en cuanto referido al cuerpo de Jesucristo "pneumatikón" y que de este modo se indica la santificación en Jesucristo y en el Espíritu en cuanto que ahora tenemos solamente las primicias del Espíritu, el cual sin embargo vivificará después plenamente nuestro cuerpo resucitado, haciéndole de este modo "pneumatikón".