T R A T A D O IV


SOBRE LA SAGRADA ESCRITURA: de la inspiración

 

Por el Rev. P. MIGUEL NICOLAU, S.J.

 

 

 

INTRODUCCIÓN

 

Además de los autores mencionados en la teología fundamental, ahora debemos citar especialmente los siguientes:

 

a) Documentos eclesiásticos.

b) Obras generales de introducción.

c) Obras especiales sobre la inspiración y la verdad de la sagrada Escritura.

 

4. Lugar de este tratado en la Teología fundamental. Después de probado el hecho de la revelación divina por Jesucristo, y la existencia de un magisterio auténtico infalible acerca de esta revelación, se presenta la cuestión de ¿en dónde hemos de encontrar esta revelación divina?, es decir ¿cuáles son las fuentes de la revelación? ¿En dónde puede encontrarse la palabra de Dios revelada? (cf. Introducción a la Teología n.57).

 

La respuesta la da el Tratado sobre las fuentes que contienen la revelación. Estas fuentes son dos: la Tradición y la sagrada Escritura. De este modo se acentuó la costumbre de que muchos autores traten simultáneamente de ambas fuentes. Ahora bien, sobre la Tradición se trata convenientemente cuando se estudia el Magisterio vivo de la Iglesia, cuya única nota es que se trata de un magisterio tradicional, a saber: que recibe las verdades de unos y las transmite a otros. Ahora pues, vamos a tratar acerca De la sagrada Escritura.

 

5. Método de trabajo. De lo dicho se deduce que el presente tratado es dogmático, esto es, presupone la autoridad doctrinal de Jesús Nazareno, de los Apóstoles y del Magisterio de la Iglesia, y por tanto, procede dogmáticamente como en Teología Dogmática: aunque en algunos puntos, como en la fijación del hecho de la inspiración, puede procederse también con un método histórico o no estrictamente dogmático. Pero a la vez, este tratado pertenece a la Teología fundamental, puesto que proporciona el fundamento para otras partes de la

teología dogmática.

 

6. Necesidad de la sagrada Escritura y su excelencia. Para transmitir las verdades religiosas que hemos recibido por revelación de Dios, bastaría ciertamente el Magisterio vivo y auténtico de la Iglesia. Pero sin un auxilio totalmente especial de Dios, este Magisterio bastaría sólo en sentido estricto: pues las circunstancias concretas de la divina revelación serían oscuras, y se oscurecerían más poco a poco y las mismas verdades ciertas se propondrían demasiado áridamente y en abstracto. Esto se evita mediante los libros escritos por el mismo Dios, es decir por los libros sagrados de los que Dios es el autor principal, en los que se ha dignado mostrarnos las circunstancias concretas de la divina revelación por medio de documentos perennes, de tal manera que así como tenemos relación con Dios por la palabra, la tuviésemos también por la escritura y hubiera en la relectura de ésta una fuente de gozo y de gracia.

 

De este modo la Escritura sagrada aventaja a la Tradición en cuanto que contiene las verdades reveladas "per accidens ".

 

7. Sobre la dignidad, estimación e importancia actual y perenne de la sagrada Escritura, consta ya - por fijarnos ahora exclusivamente en esto - por el hecho de que la sagrada Escritura, puesto que contiene de modo totalmente manifiesto la revelación divina es el alma de la Teología entera (cf. EB 114). Acerca de otra excelencia, es decir, en cuanto que ayuda a la vida cristiana y a su sustento, habrá que tratar después (n.270ss).

 

8. No hay que extrañarse pues, de que el estudio y la inclinación a la sagrada Escritura esté en boga hoy, no sólo entre los teólogos, sino también entre los laicos. Como se muestra sobradamente en el movimiento bíblico de distintos pueblos, en las llamadas semanas bíblicas, en los círculos de estudio de tema bíblico, en las »horas bíblicas», en los comentarios de los libros sagrados, incluso para la vida cristiana, en publicaciones y por otros medios.

 

9. El objeto de nuestro estudio, no es ahora, como es evidente, explicar la sagrada Escritura, ni desarrollar algunas perícopas para tratarlas especialmente. Tampoco es nuestra finalidad hacer una introducción peculiar a cada uno de los libros sagrados, probando su autenticidad, explicando las controversias que existan sobre ellos, proponiendo su argumento principal, pasando revista a los lugares más selectos y resolviendo las dificultades y las dudas si es que se dan algunas. Esto se deja a la Introducción especial y a la Exégesis de cada libro.

 

Nuestro objeto será realizar el tratado dogmático, y exponer los principios por los cuales debe regirse el estudio de la sagrada Escritura.

 

CAPITULO I
DE LA INSPIRACIÓN DE LA SAGRADA ESCRITURA

 

Artículo I

SOBRE EL HECHO DE LA INSPIRACIÓN

 

10. El primer principio dogmático que ha de exponerse y probarse es el hecho de la inspiración de los libros sagrados, por el que consta su carácter divino.

 

TESIS 1. Hay libros que, «escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor».

 

11. Nociones. La INSPIRACIÓN, considerada en sentido amplio, es un impulso sobrenatural de Dios, por el que el hombre se mueve hacia aquellas cosas que se refieren a la salvación, v.gr. el gusto indeliberado por una cosa buena y saludable, el piadoso afecto de credulidad...

 

En sentido más estricto es el impulso sobrenatural por el que el hombre se mueve, para comunicar a otros, lo que Dios quiere que sea comunicado.

 

Puede ser inspiración profética si la comunicación se hace por medio de la palabra; bíblica, de la cual tratamos, si la comunicación se hace mediante la escritura.

 

12. Tres momentos pueden considerarse en la inspiración: a) La inspiración activamente considerada es la misma acción de Dios inspirador; acción "ad extra" y por tanto común a las tres personas de la Trinidad, pero apropiada al Espíritu Santo como todas las obras de la salvación que proceden del amor de Dios. b) La inspiración pasivamente considerada es la recepción de esta acción de Dios en la mente y facultades del escritor humano. c) La inspiración se considera terminativamente en el libro escrito.

 

13. QUE DIOS ES AUTOR DEL LIBRO significa que Dios es el autor (en sentido desde luego literario) por antonomasia o "simpliciter"; o sea que Dios es la causa principal de la Escritura, y por tanto que el autor humano es la causa instrumental (desde luego racional).

 

14. Las dos fórmulas: «Libros escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo», y la otra, «Libros que tienen a Dios como autor», formalmente no significan lo mismo. En efecto, inspiración significa solamente un impulso o moción. Autor, en cambio, expresa la plena causalidad eficiente, y de por sí, la causalidad principal. Por ello alguien puede ser el que inspira un libro sin que sea autor del mismo y viceversa. Alguien puede ser autor de un libro sin haber sido su inspirador. Por tanto no coinciden estos conceptos. Además el concepto de «inspiración» tiene prioridad ontológica respecto al concepto de «autor». Puesto que la razón ontológica de por qué Dios es el autor es: porque Dios ha sido el que ha inspirado.

 

Al contrario el concepto de «autor» tiene prioridad lógica (o en el orden del conocimiento) respecto al concepto de «inspiración»; puesto que conocemos que Dios ha inspirado los libros porque sabemos (por las fuentes de la revelación) que Dios es su autor.

 

Por tanto, por el efecto podemos conocer la causa, como también por la causa el efecto; en virtud de uno cualquiera de ambos conceptos penetrar en el otro.

 

Esas dos fórmulas, aunque formalmente se diversifiquen, sin embargo, en el sentido objetivo y eclesiástico son equivalentes (cf. D 1787).

 

15. Esta clase de libros inspirados, que tienen a Dios por autor, se llaman LIBROS SAGRADOS en el sentido más propio, puesto que tienen carácter sagrado a causa de la especial relación de origen por la que se refieren a Dios.

 

El carácter sagrado de alguna cosa siempre se indica por la relación de la cosa a Dios; así hablamos de lugares sagrados, personas sagradas, etc. La relación a Dios que aquí consideramos es la relación de origen; en efecto son libros que provienen de Dios. Sin embargo no nos referimos aquí a cualquier clase de relación de origen, sino a una especial, a saber la relación de autor, que es la que se prueba en la tesis. En cambio otros libros como la Imitación de Cristo, los Ejercicios de San Ignacio, que alguna vez se dice que están inspirados por Dios, porque en cierto sentido tienen su origen en Dios a causa del peculiar influjo de Dios en su composición, pero no tienen esa especial relación de origen, es decir, de autor, que es la que ahora consideramos.

 

Con una definición descriptiva podemos decir: entre nosotros se denominan de hecho libros sagrados aquellos libros que se encuentran en el Canon; esto es en la regla y catálogo de la sagrada Escritura.

 

16. LIBRO CANÓNICO como su nombre indica, es el libro que se encuentra en el canon o regla y catálogo eclesiástico de las sagradas Escrituras.

 

Concierne a su concepto el ser un libro sagrado (o inspirado) y además entregado como tal a la custodia de la Iglesia (cf. D 1787).

 

De hecho todo libro sagrado e inspirado con inspiración pública (que ha de creerse públicamente y para el bien público) debió entregarse a la custodia de la Iglesia; y por tanto, un libro públicamente inspirado debió incluirse en el canon y ser un libro canónico. No se encuentran de hecho libros inspirados que no sean públicamente inspirados y por consiguiente entregados a la custodia de la Iglesia y canónicos. Por tanto los libros sagrados o inspirados y los libros canónicos, se toman indiscriminadamente. Pero si atendemos a los conceptos, el libro en cuanto inspirado, tiene fundamen­to para poder ser canónico; o bien la inspiración de un libro designa el carácter interno del libro por el cual tiene a Dios por autor: La canonicidad en cambio designa además el carácter externo del libro por el cual ha sido entregado a la Iglesia.

 

17. Estado de la cuestión. En esta tesis no descendemos a la cuestión de cuántos son tales libros sagrados y cuáles son. Se trata de otra cuestión, a saber: el carácter propio de estos libros (de algunos, cualesquiera sean éstos) es la inspiración por medio del Espíritu Santo, o sea el influjo de Dios como autor. Si demostramos esto, a saber, que Dios es el autor principal o por antonomasia de los libros, quedará claro por sí mismo que los libros fueron inspirados, o sea que Dios es el autor inspirador.

 

18. Adversarios. a) Los racionalistas que, negando toda intervención  sobrenatural de Dios, niegan también esta intervención de Dios en orden a escribir  los libros. 

 

b) Los modernistas atribuyen esta tesis nuestra a excesiva simplicidad o  ignorancia (D 2009). Y solamente admiten la inspiración divina de los libros  sagrados en tanto en cuanto también los poetas se dice que se inflaman bajo el  estímulo de una divinidad (D 2090, donde se expone muy acertadamente la teoría  de los modernistas).     

 

19. Doctrina de la Iglesia. Se encuentra ya en los Estatutos Antiguos de la Iglesia (ss. V y VI) que prescriben que los Obispos que van a ser consagrados sean interrogados como también hoy lo son en el examen previo: «¿Crees también que el único autor del Nuevo y del Antiguo Testamento, de la Ley de los Profetas    y de los Apóstoles es nuestro Dios y Señor Omnipotente?». 

 

Notemos aquí y en los siguientes documentos que aportaremos, que el término «testamento»  no se emplea solamente para designar la alianza o la economía de la salvación, sino también para  designar los libros. Lo cual consta más explícitamente en virtud de la enumeración de la Ley, los Profetas y los Apóstoles con que se designan los libros sagrados.

 

Por otra parte la voz autor se emplea aquí y en los documentos siguientes [en los cuales a veces se usa más explícitamente (cf. 783, 1787]), como verdadera causa de los libros, y causa en efecto "simpliciter" o principal. Lo cual consta también por toda la tradición de los Padres.

 

Y no porque esta fórmula primitivamente fuese contra los maniqueos que establecían un doble principio, uno bueno para el Nuevo Testamento, otro malo para el Antiguo Testamento: por eso no se prescinde de la cuestión sobre el autor de los libros a la que nos referimos en esta tesis. Porque como los maniqueos decían que el principio bueno era el autor de los libros del Nuevo Testamento, así también debe decirse que el mismo principio es el autor de los libros del Antiguo Testamento.      

 

20. La misma doctrina se encuentra igualmente en el símbolo de la fe de San LEÓN IX (D4054 en la epístola a Pedro, obispo de Antioquía (D 348; EB 38). 1 Asimismo en la profesión de fe prescrita por Inocencio III (1208) a Durando de Osca y a los Valdenses (D 421 EB 39). Igualmente en la profesión de fe propuesta a Miguel Paleólogo y ofrecida por el mismo en el Concilio de Lyón (1274) (D 464; EB 40).

 

Igualmente en el Concilio Florentino en el decreto referente a los jacobitas (1441) donde ya se dice: que Dios es el autor del Nuevo y del Antiguo Testamento «porque bajo la inspiración del mismo Espíritu Santo han hablado los santos de ambos testamentos» (D 706; EB 47) y se proscribe elocuentemente la falta de sensatez de los maniqueos que «plantearon dos primeros principios; uno dijeron que era el Dios del Nuevo Testamento y otro el Dios del Antiguo Testamento» (D 707).

 

De manera semejante, en el Concilio Tridentino, sesión 4ª, (1546) en donde del mismo modo que las tradiciones que, «dictadas por el Espíritu Santo... llegaron, desde los mismos apóstoles, hasta nosotros», el Concilio recoge de nuevo y venera «todos los libros, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, puesto que Dios es el autor de ambos» (D 783; EB 57).

 

21. En el Concilio Vaticano I sesión III (1870) se proponen los términos de la tesis mediante una proposición causal que indica por qué los libros son sagrados. Esta proposición para que sea verdadera debe ser verdadero lo que se dice («que la Iglesia los tiene por sagrados y canónicos...») y la razón por la que se dice (porque «escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo tienen a Dios por autor...») (D 1787; EB 77). Y en el canon (D 1809; EB 79) se define la inspiración de los libros sagrados la cual debe explicarse según fue expuesta en el capítulo correspon­diente.

 

Además, como observaba Franzelin respecto a este esquema compuesto por él y admitido por el Concilio, «la acción de la inspiración era tal que Dios es el autor de los libros, o el autor de su escritura de tal modo que la consignación o escritura misma de las cosas debe ser atribuida principal­mente a la operación divina que actúa en el hombre y mediante el hombre; y por tanto los libros contienen escrita la palabra de Dios».[1]

 

22. Esta doctrina, como resulta claro, se encuentra también en las más célebres Encíclicas sobre temas bíblicos: «Providentissimus Deus» (1893) de LEON XIII (en muchos lugares, v.gr. D 1952); «Spiritus Paraclitus» (1920) de BENEDICTO XV, con ocasión del centenario del nacimiento de San Jerónimo (D 2186; EB 448...); «Divino Afflante Spiritu» (1943). De PIO XII (EB 538, 556).

 

Contra los modernistas, San Pío X (D 2009s, 2090, 2102; EB 200s, 257s, 265).

 

23. Valor dogmático. Por todo lo anterior consta que la tesis es de fe divina y católica.

 

24. Se prueba por la sagrada Escritura.

 

El modo de proceder consistirá en argumentar basándose en la sagrada Escritura, no ciertamente como en un libro inspirado que tiene a Dios por autor (ya que todavía no ha sido esto probado, y sería caer en un círculo vicioso), sino basándonos en la sagrada Escritura del Nuevo Testamento, como en fuente histórica que contiene la doctrina de Jesús y de los Apóstoles, cuya infalibilidad, incluso la de cada uno de los Apóstoles por separado, consta ya cuando enseñan temas religiosos.

 

Los judíos estaban persuadidos de que ellos tenían los libros inspirados por Dios, que era el autor de los mismos; es así que Cristo y los Apóstoles aprueban esta persuasión; luego esta persuasión es verdadera.

 

25. A. DE LA PERSUASIÓN DE LOS JUDÍOS ACERCA DE SUS LIBROS SAGRADOS. En los libros sagrados de los judíos a veces aparece Dios como mandando que se escriban, y determinando lo que se debe escribir, y el autor humano aparece como el instrumento que cumple fielmente lo mandado por Dios.

 

Así respecto a Moisés: Yahvé dijo a Moisés: Pon esto por escrito para recuerdo, y di a Josué... (Ex 17,14). Y de nuevo: Yahvé dijo a Moisés: escribe estas palabras según las cuales hago alianza contigo y con Israel (Ex 34,27).

 

Del mismo modo respecto a Isaías: Díjome Yahvé: Toma una tabla grande y escribe en ella con grandes caracteres [esto es con un estilo inteligible para los hombres] (Is 8,1). Y de nuevo: Ve pues, y escribe esta visión en una tableta, consígnala en un libro, para que sea en los tiempos venideros perpetuo y eterno testimonio (Is 30,8). Nada tiene de extraño el que después se hable del libro del Señor (Is 34,16).

 

En Jeremías aparece cómo Dios manda al profeta escribir y determina lo que debe escribirse: Toma un volumen y escribe en él todo cuanto yo te he dicho... (Jer 36,1s); ahora bien, Jeremías habla a Baruch en calidad de secretario, y escribió éste en un volumen dictándole JEREMIAS todas las PALABRAS DEL SEÑOR; las que Yahvé le había dicho...(v.4). Después que leyó Baruch en presencia del pueblo el volumen en el que escribió las palabras del Señor (v.6) le dijeron: Indícanos cómo has escrito tú todo esto. Baruch les dijo: El me dictaba como si me leyese, y yo lo escribía con tinta en el libro. (v.17s).

 

David «egregio músico de Israel» recuerda también estando ya a punto de morir, la acción de Dios obrando mediante él: El Espíritu de Yahvé habla por mí, y su palabra está en mis labios ...(2 Re 23,2).

 

Y en general se dice que los profetas son «la boca» de Yahvé (Is 30,2; Jer 15,19); y expresan las palabras del Señor: «Esto dice el Señor…» (constantemente en la sagrada Escritura), cuando viene sobre ellos el Espíritu de Yahvé (Ez 11,5). Por tanto, nada tiene de extraño el que se diga después en el cántico de Zacarías que el Señor había hablado por la boca de sus santos profetas (Le 1,70; cf. 2 Pe 1,20).

 

Habacuc dice también: Yahvé me respondió diciendo: Escribe la visión y grábala en tabletas, de modo que pueda leerse de corrido. Porque la visión es para un tiempo fijado y ciertamente ha de realizarse sin falta y sin tardanza; espérala, que ciertamente llegará, no faltará... (Hab 2,2s). Cf. Ez 24,2; Dan 8,26.

 

Es cosa manifiesta que los judíos atribuyeron esta autoridad divina no sólo a cada una de las partes de la Escritura sino también a toda la colección de los libros. En efecto, ellos mismos aplican no sólo a las palabras que son referidas como directamente dichas por el Señor, sino a toda expresión de la sagrada Escritura, la fórmula «dice la Escritura» o una fórmula semejante, de tal manera que atribuyen a cada parte absolutamente la misma autoridad y por consiguiente el mismo origen divino.

 

26. Los autores profanos de los judíos, como Filón, Flavio Josefo, testifican la misma persuasión.

 

Así Filón (nacido hacia el año 30 a.C.) entre otras cosas, ensalza a Moisés y a los profetas, como inspirados por la divinidad, «por cuya boca el Padre de todos manifestó oráculos». Y el profeta «habla lo que le es inspirado, como siendo otro el que le inspira. En efecto los profetas son intérpretes de Dios, el cual usa de los órganos de éstos para manifestar lo que quiere». Y Jeremías, inspirado profirió un oráculo, hablando en lugar de Dios...»

 

Flavio Josefo, entre otras cosas, dice lo siguiente: «...solamente a los profetas que hayan llegado a tener pleno conocimiento por inspiración divina de lo más antiguo y de lo más vetusto [les está permitido escribir la historia]. Y así entre nosotros de ningún modo se da una cantidad innumerable de libros, que disienten y se contradicen entre sí: sino solamente hay veintidós libros, que abarcan la historia de todo tiempo, los cuales creemos con razón que son divinos... Por consiguiente se ve claramente por esto mismo cuánta veneración tenemos a nuestros libros. Pues habiendo ya pasado tantos siglos, nadie ha osado todavía ni añadirles nada a éstos, ni quitarles nada, ni tampoco cambiar algo de ellos. Sino que todos los judíos desde su misma niñez tienen esto innato y clavado en su ser, el creer que estos son preceptos de Dios (θεον δογματα), y el adherirse con constancia a los mismos, y el sufrir de buena gana la muerte por causa de ellos, en el caso de que fuera necesario».

 

27. B. JESUCRISTO Y LOS APÓSTOLES CONFIRMAN LA PERSUASIÓN DE LOS JUDÍOS VIGENTE EN AQUELLA ÉPOCA, los cuales creían que sus libros sagrados hacían referencia a Dios como a autor de ellos.

 

Estos testimonios pueden reducirse a tres apartados, en base a los cuales se lleva a cabo el argumento de forma conjunta:

 

a) Dichos testimonios atribuyen a la sagrada Escritura una autoridad divina, absoluta e infalible: v.gr. Mt 5,18 (No faltará una jota o una tilde de la Ley...); Lc 24,44.46 (Esto es lo que yo os decía estando aún con vosotros, que era preciso que se cumpliera todo lo que está escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas, y en los Salmos de Mí... porque así estaba escrito...); Jn 5,39 (Escudriñad las Escrituras, ya que en ellas creéis tener la vida eterna...). Jn 10,35 (La Escritura no puede fallar). Cf. Mt 4,4.7.10; Hch 15,15; Rom 1,17... y así se encuentra en el Nuevo Testamento como un modo absoluto de hablar, de autoridad y de valor supremos, «la Escritura dice», o una expresión semejante, alrededor de ciento cincuenta veces...

.                                                                                                                              

b) Los testimonios atribuyen a Dios o al Espíritu Santo la causalidad de la sagrada Escritura, y a la creatura la instrumentalidad.

 

Así San Pedro Apóstol, al cual le había sido ya concedido el primado, habla en I medio de los hermanos (Hch 1,16):... era preciso que se cumpliera LA ESCRITURA EN LA QUE EL ESPÍRITU SANTO POR BOCA DE DAVID HABLA HABLADO ACERCA DE JUDAS... De forma semejante Pedro y Juan, viniendo a los suyos en la asamblea de los cristianos, les invita a que todos confiesen unánimemente: «Señor, Tú que... HAS DICHO POR EL ESPÍRITU SANTO, POR BOCA DE NUESTRO PADRE DAVID, TU SIERVO... (Hch 4,19-25), refiriendo las palabras del Salmo 2 escrito por David[2]

 

Así mismo S.Pablo (Heb 3,7; 9,8; 10,15) al referir como dichas por el Espíritu Santo las palabras de la sagrada Escritura.

 

Respecto al salmo y a la expresión de David (Sal 109,1) movido por el Espíritu, cf. la expresión de Jesús en Mt 22,43; Mc 12,36.

 

Hay también otras palabras, las cuales significan inmediatamente inspiración profética, y al menos analógicamente pueden referirse a la inspiración Bíblica. Así San Pedro (Hch 3,21):... lo que Dios habló por boca de sus santos profetas, y las siguientes palabras pronunciadas por Moisés extraídas del Dt.- S.Pablo (Hch 28,25): con razón habló el Espíritu Santo a vuestros padres por medio del profeta Isaías. De nuevo San Pedro (1 Pe 1,11): El Espíritu de Cristo hablaba por los profetas... cuando les predecía los sufrimientos de Cristo...

 

c) Los testimonios de Jesús y de los apóstoles presentan a la sagrada Escritura como palabra de Dios.

 

Así Dios aparece hablando a los hombres de la época actual, a pesar de que esto había sido dicho anteriormente: (Mt 22,31) Y en cuanto a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído aquellas palabras de Dios CUANDO OS DICE: Yo soy, el Dios de Abraham...? (Ex 3,6).

Y las palabras del hagiógrafo se dice que son palabras de Dios (Heb 4,4); y viceversa, la palabra de Dios se dice que es palabra de la sagrada Escritura (Rom 9,17; Gal 3,8).

 

28. C. Testimonios clásicos.

 

En los textos siguientes aparece en la Vulgata el vocablo inspirada, inspirados, que hace referencia explícita al hecho de la inspiración. Estos textos empleados con bastante frecuencia, se han llamado también  Pues bien, como quiera que usamos ahora la sagrada Escritura como fuente histórica, será menester prestar atención a la fuente original, escrita en griego; y a partir de ella abordar la demostración, y al mismo tiempo comprobar también la concordancia del texto original con el sentido del vocablo latino inspirada.

 

29. 2 Tim 3,16. San Pablo, apóstol infalible, autor de la Epístola, estando en la cárcel (2 Tim 2,9) y no mucho antes de su muerte (2 Tim 4,6) exhorta a Timoteo a que desempeñe rectamente el ministerio de doctor que le ha sido confiado, en contra de aquellos que se oponen a la verdad, los cuales son réprobos respecto a la fe (3,1-9); Timoteo tiene también la doctrina y el ejemplo de Pablo (3,10-14) y además la sagrada Escritura (Antiguo Testamento), que había aprendido desde la niñez (puesto que su madre era judía) (3,15), y que será útil[3]

 

V.16. Toda Escritura es inspirada por Dios (πασα γραφη θεοπνευοτος) es útil...

 

La fuerza del argumento radica en la palabra θεοπνευοτος, la cual bien se tome como apuesto del vocablo «escritura» (toda la escritura inspirada por Dios y útil), bien se tome como atributo (toda la escritura es inspirada por Dios), ciertamente designa a la Escritura como término de la acción de Dios que es el que inspira.

 

30. En efecto la palabra θεοπνευοτος aunque por razón de la terminación pueda tener de por sí un sentido activo (inspira en virtud del poder de Dios), aquí tiene ciertamente un sentido pasivo (es inspirada por Dios).

 

Pues a) no raras veces, más aún en muchas ocasiones, tal terminación se emplea con sentido pasivo: θεοδοτος (regalado por Dios), θεογνωοτος (conocido por Dios)...

 

b) Según la tradición judía acerca de los libros sagrados (cf. los libros anteriormente citados en el n.27, y Hch 1,16; 4,25; 2 Pe 1,20), y según los Padres inmediatos (cf. n.33-40) consta que la sagrada Escritura fue tenida entre los judíos como término de la acción divina. Luego también aquí debe entenderse de este modo: la Escritura es inspirada en virtud del poder de Dios, inspirada por Dios.

 

31. Ahora bien la sagrada Escritura es tal en cuanto escrita, pues en tanto puede tener los efectos que siguen (útil para enseñar, para argüir...) en cuanto puede ser leída.

 

Puede preguntarse qué quiere decir toda la Escritura, πασα γραφη. Aquí designa sin duda alguna la colección de los libros del Antiguo Testamento que Timoteo los había aprendido desde la niñez, y como quiera que se dice toda la Escritura, por tanto no se refiere exclusivamente a un libro o a una única sentencia de la Escritura. Y al decirse πασα γραφη sin artículo determinante, más probablemente tiene sentido indeterminado, a saber distributivo: todo lo que recibe el nombre de Escritura.

 

Luego el hecho de la inspiración consta con toda certeza por este texto, ya que se afirma que la sagrada Escritura es término de la acción divina.

 

La naturaleza de esta acción se verá ciertamente con más claridad por lo que sigue a continuación:

 

32. 2 Pe 1,20-21[4]. Pedro, apóstol, autor de esta epístola exhorta a la fe, por el hecho de que él mismo fue testigo de la gloria del Señor en el monte Santo (v.16-18) y además a causa del sermón profético acerca del Mesías, esto es a causa de las profecías consideradas en su conjunto (v.19). Acerca de este sermón profético, el cual por otra parte en tanto podía ser conocido entonces en cuanto se conservaba escrito, dice que su interpretación no se hacía por cuenta propia:

 

V.20. Pero ante todo, tened presente que ninguna profecía de la Escritura [ninguna que está en la Escritura] puede interpretarse por cuenta propia [por consiguiente lo que se va a decir se refiere directamente a la Escritura profética, y analógicamente a toda la Escritura; da la razón San Pedro en el siguiente versículo, donde está el argumentó de la tesis].

 

V.21. Porque nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana [luego procede de la voluntad divina] sino que hombres inspirados por el Espíritu Santo [guiados, impulsados por el Espíritu Santo; luego el Espíritu Santo era el agente i principal y el principio activo] han hablado de parte de Dios [de donde aparece también que Dios es el origen de la acción de hablar de los profetas].

 

Luego según el testimonio infalible de San Pedro, aparece el Espíritu Santo (al menos en cuanto a la Escritura profética), como la causa principal y el autor de la sagrada Escritura; y los hombres aparecen como el instrumento.

 

33. Se prueba por el testimonio de los Santos Padres. Este argumento según el consentimiento de los Padres, histórica y puramente apologético, es un buen argumento en defensa de la existencia de la inspiración de los libros sagrados, puesto que la razón suficiente de este consentimiento no puede ser otra sino la tradición cierta de los apóstoles y la divina revelación. Pero aun dogmáticamente este argumento es del todo legítimo ahora y hay que emplearlo, puesto que ya consta que el consenso de los Padres al establecer alguna verdad como pertenecien­te a la fe es un criterio cierto de la Divina Tradición.

 

Los Padres atestiguan abiertamente y con metáforas que Dios es el autor principal de los libros sagrados, y que en cambio el escritor humano fue un instrumento en manos de Dios. Así dicen que las sagradas Escrituras «son los oráculos y palabras divinas, son cartas enviadas por el Padre celestial al género humano que peregrina lejos de su patria y transmitidas por los autores sagrados». Así llaman al autor humano lira o pluma en las manos de Dios o cartero, que trae cartas de Dios, y esto lo atestiguan como perteneciente a la f e de la Iglesia.

 

34. San CLEMENTE ROMANO: «Habéis examinado diligentemente las Escrituras, las cuales son verdaderas y dadas por el Espíritu Santo. No se os escapa que no ha sido escrito en ellas nada injusto ni perverso». San JUSTINO: «…pues no pueden los hombres conocer de un modo natural o con la agudeza del ingenio humano temas tan transcendentes y divinos, sino que los conocen porque entonces descendía como un don sobre los hombres santos, los cuales ni necesitaron en verdad de la retórica de las palabras, ni tampoco necesitaron decir nada en tono vehemente y con ánimo de polémica, sino que se mostraron a sí mismos puros para la obra del divino Espíritu, a fin de que aquel plectro divino bajado del cielo, haciendo uso de hombres justos, a manera de cierto instrumento de una cítara o de una lira, nos manifestara el conocimiento de las verdades divinas y celestiales». ATENAGORAS habla directamente de los profetas: «... tenemos como testigos a los profetas, los cuales, inspirados por el Espíritu divino hablaron de Dios y de lo referente a El. Y ciertamente vosotros mismos confirmaréis también esto... que no es racional el que absteniéndonos de confiar en el Espíritu de Dios, el cual pulsó las lenguas de los profetas como instrumentos, nos adhiramos a las opiniones humanas». Y de nuevo dice: «[los profetas] movidos por el Espíritu Santo, hablaron lo que les era inspirado a ellos mismos, usando el Espíritu Santo de ellos como cuando un flautista toca la flauta».

 

35. TEOFILO DE ANTIOQUIA: «... me dediqué a la lectura de las sagradas Escrituras, de los santos profetas, los cuales por el Espíritu de Dios manifestaron las cosas pasadas del mismo modo como fueron llevadas a cabo, y las cosas presentes del mismo modo como son realizadas, y las cosas futuras en el mismo orden en que serán llevadas a término». «Y Moisés, el cual existió muchos años antes que Salomón o mejor el Verbo de Dios habla mediante él como mediante instrumento del siguiente modo: En el principio creó Dios el Cielo y la tierra». «Las sentencias de los profetas y de los Evangelios son coherentes por el hecho de que todos han hablado inspirados por el único Espíritu de Dios». San IRENEO: «…conociendo con toda verdad que las Escrituras son perfectas, porque han sido manifestadas por el Verbo de Dios y por su Espíritu».

 

36. San HIPÓLITO presenta expresamente esto como perteneciente a la fe: «[los herejes] manipularon con osadía las divinas Escrituras, diciendo que las habían corregido... ahora bien, cuán enorme audacia supone una felonía de esta índole, y ni siquiera es verosímil que lo ignoraran ellos mismos. Pues o no creen que las sagradas Escrituras han sido inspiradas por el Espíritu Santo, y por tanto son infieles, o se tienen a ellos mismos por más sabios que el Espíritu Santo...». Y en otro texto dice: «La Escritura no miente en absoluto la Escritura, ni el Espíritu Santo engaña a sus siervos los profetas, mediante los cuales le plugo anunciar a los hombres la voluntad de Dios». «En efecto estos Padres fueron elevados por el espíritu de profecía, y honrados con dignidad por el Verbo mismo, a fin de que como órganos estuvieran siempre unidos al Verbo, a manera de plectro, por cuya voluntad e inspiración los profetas anunciaban lo que Dios quería; no nos equivoquemos, no hablaban por su cuenta, ni manifestaban lo que era de su agrado».

 

37. San CLEMENTE ALEJANDRINO: «Podría también poner a vuestra consideración otras Escrituras prácticamente innumerables, de las cuales ni siquiera una sola tilde pasará sin que se cumpla. Pues el Espíritu Santo, la boca del Señor ha manifestado estas Escrituras». ORIGENES: El Espíritu Santo, «con cuidado y detalle extraordinariamente exquisito inspiró estas cosas mediante los ministros de la palabra, a fin de que nunca pudiera estar oculta a vosotros la razón según la cual la divina sabiduría alcanza a toda la Escritura dada por Dios, incluso hasta en la más pequeña letra de la misma...».

 

38. San CIRILO DE JERUSALÉN queriendo exponer brevemente a los catecúme­nos los principales dogmas, hace mención de las Escrituras divinas. Y dice: «Las Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento inspiradas por Dios nos enseñan éstos [dogmas]...». San GREGORIO NICENO: «La Escritura inspirada por Dios (Η θεοπνευοτος γραφη) según llama el apóstol divino a la misma, es Escritura del Espíritu Santo...». San JUAN CRISOSTOMO: «Y cuando todo el linaje humano se precipitó en una gran maldad, ni siquiera entonces el Creador de todos los seres se apartó totalmente de los hombres: sino que por haberse hecho indignos después de gozar de su familiaridad, y queriendo de nuevo renovar su amistad para con ellos, envía cartas como a los que están en lejana ausencia, a fin de atraer a Sí a toda la naturaleza humana. Fue Dios en verdad el que dio estas cartas, y las trajo Moisés». Y en otra ocasión, al tratar de cierto texto de la epístola a los Romanos dice: «... y al escribir Pablo, o mejor no Pablo, sino al dictar la gracia del Espíritu la epístola a la ciudad entera y a un pueblo tan grande, y mediante ellos a todo el orbe de la tierra...».

 

39. San AMBROSIO: «… Y la Escritura divina, toda ella inspirada por Dios (θεοπνενστος) se dice que Dios inspira lo que ha hablado el Espíritu». San JERÓNIMO: «no juzguéis que yo he sido de ingenio tan obtuso y de tan ruda incultura que haya podido pensar que debía corregirse algo de las palabras del Señor, o que algo no hubiera sido inspirado por Dios». San AGUSTíN: «Nos han venido cartas de aquella ciudad, lejos de la cual nos encontramos en peregrinación, éstas son las Escrituras mismas, las cuales nos exhortan a vivir rectamente». Y de nuevo dice expresándose de forma verdaderamente bella: «Cuando aquellos (los evangelistas) escribieron lo que (Jesucristo) mostró y dijo, de ningún modo hay que decir que no escribió El mismo puesto que sus miembros realizaron lo que conocieron siguiendo el dictado de la Cabeza. Pues todo lo que El quiso que nosotros leyéramos de sus hechos y de sus dichos, eso es lo que les ordenó a ellos como a sus manos que lo escribieran». TEODORETO: «¿Qué más da el que todos los salmos sean de éste (de David) o bien el que algunos sean de aquéllos (de otros autores), siendo así que consta que todos (los salmos) han sido escritos por inspiración del Espíritu Divino?».

 

40. San GREGORIO MAGNO expone brevemente la fe que ha sido transmitida: «Inútilmente se pregunta uno quién es el que escribió esto (el libro de Job), siendo así que creemos con fidelidad que el autor del libro es el Espíritu Santo. Así pues esto lo escribió el mismo que dictó lo que debía escribirse. Escribió el mismo que fue el inspirador de la obra del libro de Job, y mediante la palabra del hagiógrafo nos transmitió a nosotros los hechos de Job, en orden a la imitación de los mismos. Si habiendo recibido una carta de cierta persona famosa, leyéramos las palabras que en ella nos transmitiera, y sin embargo preguntáramos con que pluma había sido escrita, sería en verdad ridículo saber quién es el autor de las cartas y conocer el sentido de las mismas, y a pesar de ello investigar con qué clase de pluma fueron escritas las palabras que aparecen impresas en las cartas...». Y en otra ocasión dice: «Pues bien ¿qué es la Escritura sagrada, sino cierta epístola de Dios omnipotente a su creatura?. De modo semejante San ISIDORO DE SEVILLA: «Estos son los escritores de los sagrados libros que hablan por inspiración divina, y que nos transmiten los preceptos celestiales en orden a nuestra instrucción. Sin embargo, creemos que el Espíritu Santo es el autor de las mismas Escrituras».

 

41. En los textos precedentes cuando se habla con más claridad acerca de los profetas, téngase en cuenta que el vocablo profecía muchas veces no se restringe a la inspiración en orden a hablar, sino que puede interpretarse con frecuencia como toda inspiración, bien en orden a hablar, bien en orden a escribir.

 

42. Objeciones. 1. Los mismos libros sagrados pudieron nacer por medios totalmente naturales, sin que Dios haya sido el autor mediante una acción sobrenatural. Luego no hay que afirmar esto, ya que no tienen que multiplicarse los entes sobrenaturales sin necesidad.

 

Distingo el antecedente. Los libros sagrados pudieron nacer ellos mismos, incluso con el carácter interno de la autoridad divina, que está unido a ellos por el hecho de que Dios es su autor, niego el antecedente; pudieron nacer ellos mismos en su aspecto externo, subdistingo: siempre, niego; en alguna ocasión, puede pasar.

 

2. Es así que incluso estando adherida a los libros sagrados la autoridad divina, estos libros pudieron nacer por solos los medios naturales. Se prueba. Para que la autoridad divina esté adherida a los sagrados libros, es suficiente la aprobación divina consiguiente de los mismos; es así que la mera aprobación consiguiente no cambia el origen puramente natural del libro; luego incluso estando adherida la autoridad divina a los libros, los libros sagrados pudieron surgir con sólo los medios naturales.

 

Niego la menor subjunta. En cuanto a la prueba, distingo la mayor. Es suficiente la aprobación consiguiente de los libros a fin de que la autoridad divina esté adherida a ellos por razón de la infalibilidad, concedo la mayor; a fin de que la autoridad divina esté adherida a ellos por razón de la conscripción en el sentido de que Dios es el autor de los libros, niego la mayor y concedo la menor (cf. n.78-81). Igualmente distingo la consecuencia.

 

3. Es así que por la aprobación consiguiente de los libros puede estar adherida a ellos la autoridad divina en el sentido de que Dios es el autor de los mismos. Se prueba. Así como el Pontífice al aprobar una encíclica compuesta o elaborada por un teólogo se dice que es el autor de la encíclica, también Dios al aprobar un libro escrito por un hombre, puede decirse que es el autor del libro.

 

Niego la menor subsumpta. En cuanto a la prueba, niego la paridad. El Pontífice que aprueba una encíclica compuesta por otro y que promulga dicha encíclica bajo su nombre, se dice que es el autor de la encíclica, por razón de la autoridad pontificia que reviste dicho documento; pero no por razón de su conscripción, a no ser que el teólogo la haya elaborado en total dependencia del Romano Pontífice, al escribir las sentencias, etc. En cambio se dice, según hemos probado, que Dios es el autor de los libros "simpliciter", y por antonomasia. Luego también por razón de la conscripción. Cf.n.81.

 

4. Podría decirse que los libros tienen a Dios por autor si Dios solamente vigilara la redacción puramente natural de ellos, a fin de que no se incurriera en errores.

 

Niego. La mera asistencia o la labor de un censor en orden a que no se introduzcan errores, no haría a Dios el autor de los libros sagrados. Cf. n.84.

 

5. La historia del origen de algunos libros sagrados, muestra el nacimiento puramente natural de ellos, por el trabajo del hagiógrafo (cf. Lc 1,1ss; 2 Mc 2,24-32) o a causa de las súplicas de otros (cf. respecto al origen de Mc el tratado De Revelatione n.279-282). Luego al menos respecto a algunos libros no hay que afirmar el origen de ellos por una acción sobrenatural de Dios.

 

Distingo el antecedente. Esta historia del origen de los libros, muestra el trabajo humano del instrumento empleado por Dios o la ocasión de la composición de los libros, concedo el antecedente; esta historia debilita la acción peculiar de Dios acerca de estos libros, la cual consta por lo ya probado, puesto que se ha demostrado que Dios es el autor de ellos, niego el antecedente.

 

6. Tal vez se insista: si las súplicas humanas de otros mueven verdaderamente al hagiógrafo a escribir como puede suponerse en el caso de San Marcos, hay que afirmar una acción peculiar de Dios.

 

Respuesta. Y esta moción mediante las súplicas de los hombres es solamente la razón visible, o la causa moral humana de la redacción, concedo; se niega por ello la moción divina y el influjo de Dios en la conscripción misma, niego.

 

7. Tal vez se siga insistiendo. Según algunos no se requiere el que Dios actúe inmediatamente en la voluntad del hagiógrafo, sino que puede usar de tales súplicas del hombre a fin de que surja el libro (cf. n.97). Luego no hay que afirmar esta acción sobrenatural de Dios.

 

Distingo el antecedente. Según algunos sería suficiente que Dios usara estas súplicas externas mediante las cuales obtendría de este modo con su providencia la moción del hagiógrafo e induciría a éste a escribir, si Dios quiere esto solamente con su providencia ordinaria y con su voluntad ordinaria, niego el antecedente, (pues en este caso Dios no sería el autor del libro en sentido propio, puesto que no sería menos el autor de las cosas que gobierna y quiere con su providencia ordinaria); según algunos sería suficiente esto, si Dios tuviera la voluntad absoluta de que se obtuviera esta moción del hagiógrafo, concedo el antecedente. Cf. después el n.97. Y téngase en cuenta que esta es la opinión solamente de algunos: puesto que de este modo - dicen - Dios ya tiene la voluntad peculiar respecto al libro que debe ser escrito. Sin embargo se requieren además otras acciones sobrenaturales de Dios, a fin de que pueda decirse que Dios es el autor de los libros, según diremos después.

 

8. Es así que no se requiere una peculiar acción sobrenatural de Dios a fin de que se diga que Dios es el autor de los libros. Se prueba. Así como cuando decimos que Dios manda mediante un superior, no se requiere una peculiar acción sobrenatural de Dios, ya que es el superior quien da la orden y Dios puede mantenerse de un modo extrínseco; así cuando decimos que Dios habla por boca de David o por medio de los autores sagrados, no se requiere una peculiar acción sobrenatural de Dios.

 

Niego la menor subsumpta. En cuanto a la prueba, niego la paridad. En los mandatos de los superiores la orden es propiamente del superior que la da (el cual también puede mandar de por sí de un modo que no sea el oportuno y no precisamente según la moción divina, entendida en un sentido más amplio; por ello también Dios puede mantenerse de un modo extrínseco respecto a dicha orden). Se dice que la orden a mandato es de Dios, por una cierta estimación moral, ya que Dios quiere que se cumpla dicha orden o mandato (a no ser que entrañe pecado).

Sin embargo, cuando decimos que Dios es el autor de los libros, decimos esto en sentido propio, según testifican los documentos de la sagrada Escritura y el consentimiento de la tradición, y no solamente por una cierta estimación moral.

 

9. Se dice que el Espíritu Santo, o Dios, habla por boca de David (Hch 1,16; 4,25...); San Pedro habla de la palabra profética y de la profecía de la Escritura y de que los santos han hablado. Luego al menos estos textos prueban la inspiración profética, no la inspiración bíblica.

 

Respuesta. Aunque estos textos hayan tratado solamente de la inspiración profética, podrían aplicarse analógicamente a la inspiración bíblica, pues éstas se asemejan entre sí por el hecho de que una es un impulso en orden a comunicar por vía oral, y otra es un impulso en orden a comunicar por escrito; de este modo la inspiración profética puede completar el estudio de la inspiración bíblica. Sin embargo, incluso en dichos textos se habla de la inspiración bíblica, ya que el Espíritu Santo dijo esto por boca de David, en cuanto que David lo escribió; y San Pedro podía apelar a lo salmos y a la palabra profética de la sagrada Escritura, en cuanto que los salmos y las profecías habían sido y permanecían

escritos.

 

10. Los Padres hablan en algunas ocasiones acerca de la inspiración de tal modo que entienden ésta en un sentido muy lato. Luego su testimonio no puede aducirse en favor de la tesis.

 

Distingo el consiguiente. Su testimonio no puede aducirse cuando hablan en sentido lato acerca de a inspiración, puede pasar el consiguiente; siempre hablan en este sentido lato, niego el consiguiente.

 

11. Algunas veces los Padres hablan acerca de cosas escritas por el Espíritu Santo, las cuales con toda evidencia no han sido inspiradas. Luego su testimonio no es convincente. Se prueba el antecedente. San Clemente Romano hablando de sus cartas dice: «Nos daréis gozo y alegría si obedeciendo a lo que hemos escrito por el Espíritu Santo, suprimís el deseo ilegítimo de vuestro celo...».

 

Respuesta. San Clemente, dígase lo mismo de los otros Padres, no habla aquí de cosas escritas por el Espíritu Santo, como del autor principal de la carta y en sentido preciso y estricto; sino que habla de escritos por el Espíritu Santo, en cuanto que lo asistía a él. Luego debe examinarse por todo el contexto el modo como se habla de la acción del Espíritu Santo, tanto en éste como en los otros Padres.

 

12. Loa Padres citan también a veces los libros apócrifos como si hubieran sido libros inspirados. Luego se equivocaron al dar su testimonio acerca de los libros inspirados.

 

Distingo el antecedente. Algunos Padres se equivocaron a veces respecto a algunos libros apócrifos, como si fueran libros inspirados, o en cuanto a algunos libros particulares, concedo el antecedente atendiendo a la historia del canon; los Padres se equivocaron al dar su testimonio acerca del hecho general de la inspiración, del cual tratamos aquí, niego el antecedente.

 

13. Los testimonios aducidos del Nuevo Testamento, sobre las palabras de Jesucristo y de los apóstoles, solamente pueden probar la inspiración respecto a los libros del Antiguo Testamento, ya que no aluden a los escritos del Nuevo Testamento, más aún, ni existían cuando Jesucristo pronunciaba estas palabras. Luego no se prueba la inspiración de los libros del Nuevo Testamento.

 

Niego el supuesto. En esta tesis no queremos probar la inspiración de los libros, en concreto los del Nuevo Testamento, ni tratamos de qué libros son inspirados; solamente probamos el hecho de la inspiración. La prueba respecto a cada uno de los libros aparecerá por el hecho de haber conocido el criterio de la inspiración; cf. n.43-55.

 

14. No se puede decir que Dios sea el autor al menos de muchas sentencias que hay en la Escritura (cf. n.120). Luego no se puede decir que Dios sea el autor "simpliciter" de los libros de la Escritura.

 

Niego el antecedente. En efecto, puede y debe decirse que Dios es el autor de todas las sentencias que hay en la sagrada Escritura, según se demostrará en su lugar, n.106-127.

 

15. En los libros hay dudas expresas, v.gr. Jn 2,6: tinajas de piedra, de dos o tres medidas cada una; 1 Cor 1,16: por lo demás no creo haber bautizado a ningún otro... es así que Dios no puede dudar; ya que conoce todo con certeza; luego Dios no puede ser el autor de algunas sentencias de la Escritura.

 

Niego el supuesto. Ciertamente Dios no puede dudar, ni tampoco se expresa su duda en los textos anteriormente citados; sino que Dios solamente dice que Juan y Pablo dudaban o hacían conjeturas... (cf. n.124,1').

 

16. Si Dios es el autor de la Escritura, es también el autor o inspirador y aprobador de los afectos presentes del hagiógrafo, los cuales se expresan en el libro sagrado. Es así que hay sentencias que expresan efectos moralmente malos, como las imprecaciones (cf. Sal. 108). Luego Dios no puede ser autor de estas sentencias.

 

Concedo la mayor y niego la menor. Véase la solución en los n. 124,34,44; 125-127.

 

17. San Pablo atribuye alguna sentencia de la Escritura no al Señor, sino a sí mismo: En cuanto a lo demás, DIGO YO, NO EL SEÑOR... (1 Cor 7,12). Luego el Señor no es el autor de todas las sentencias de la Escritura.

 

Respuesta. También en esta sentencia el Señor dice con verdad que Pablo dice... Por otra

parte aquí se trata del privilegio "paulino", que iba a ser promulgado inmediatamente por San Pablo mismo; o según otros, se trata de la disolución del matrimonio por la potestad mediatamente divina e inmediatamente concedida a los apóstoles y a la Iglesia.

 


[1] CL 7522. Cómo se les declara a los Padres el primer esquema propuesto acerca de la inspiración, y aceptado en lo substancial, a saber respecto a la conscripción divina de los libros; «En efecto la razón (de por qué han sido declarados libros sagrados) es a causa de su origen divino, esto es por la conscripción de los libros mismos»; y «por el hecho mismo de que la acción del Espíritu Santo estaba dirigida a escribir libros mediante hombres inspirados en orden a esta obra, estos mismos libros son, y así los llama el Apóstol, Escritura inspirada por Dios». Y refiriendo las palabras y el sentido de las palabras del Concilio Florentino (col. 523): «De una forma todavía más expresa en el Concilio Florentino se declara lo mismo en el decreto para los Jacobitas: La sacrosanta Iglesia Romana confiesa que Dios es el único y el mismo autor del Antiguo y del Nuevo Testamento, esto es de la Ley y de los Profetas y del Evangelio, puesto que los escritores sagrados de ambos Testamentos hablaron bajo la inspiración del mismo Espíritu Santo, cuyos libros recibe y venera, los cuales están contenidos en los siguientes títulos (sigue la lista de todos los libros, como en el canon Tridentino). Así pues, aquí se dice (prosigue Frazelin), que Dios es el autor de la Ley y los Profetas y del Evangelio, en cuanto que los escritores de todos los libros de la sagrada Escritura hablaron (al escribir los libros mismos) bajo la inspiración del Espíritu Santo: por consiguiente la inspiración en orden a escribir es tal, que Dios es el autor de los libros.

 

Es ciertamente verdad que el Concilio no pretende ir más allá de la definición de los Concilios de Trento y de Florencia, donde se trataba del autor de la sagrada Escritura (D 706,783). Sin embargo es verdad que el Concilio Florentino, cuando confiesa que Dios es el «autor» de los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento «puesto que los escritores sagrados de ambos Testamentos hablaron bajo la inspiración del mismo Espíritu Santo» (D 706), confiesa que Dios es la causa de los libros sagrados que usa de hombres inspirados movidos por el Espíritu Santo, en orden a escribir estos libros. Además la causa o autor "simpliciter" de un libro es el escritor del mismo; y los Concilios Florentino y Tridentino no entienden el concepto de «autor» de otra manera distinta a como se daba en la larga tradición de los Padres y de la Iglesia (cf. n.33-40), a saber, respecto al autor en sentido literario y la causa principal de los libros. Además iría en contra del sentir de los fieles y de la tradición si se dijera que Dios es autor de la sagrada Escritura en el mismo sentido que puede decirse que es autor de todas las obras de la gracia que se llevan a efecto, mediante un simple influjo positivo sobrenatural, como sucede, v.gr., en la predicación o en la escritura de libros piadosos.

 

[2] Al leer en el libro de los Hechos 4,25 dos veces la preposición griega ύιά, a saber, por el Espíritu Santo, y por boca de David, el segundo ύιά es evidentemente instrumental, y el primer ύιά designaría pleonásticamente la acción de la causa principal, a manera de instrumento o de principio activo más noble. Cf. Mc 12,36; Mt 22,43; David mismo dijo movido por el Espíritu Santo.

 

[3] Respecto a la segunda epístola a Timoteo, así como acerca de la primera a Timoteo y de la epístola a Tito (epístolas llamadas pastorales) se han levantado dudas acerca de si deben ser atribuidas a San Pablo, y sobre si deben atribuírsele íntegra o parcialmente. Algunos han negado esto a) a causa de la diferencia estilística con las otras epístolas de San Pablo. Sin embargo las palabras nuevas y el modo nuevo de escribir pueden atribuirse fácilmente o bien a las nuevas circunstancias del autor o bien al tema sobre el que trata. De modo semejante puede resolverse la dificultad b) de que las epístolas pastorales no tratan tanto acerca de promover la fe en orden a nuevas conversiones, cuanto de conservar la fe ya recibida: pues esto puede explicarse atendiendo a las diversas circunstan­cias de tiempo o de lugar. Así mismo, c) dicen que estas epístolas suponen que las iglesias estaban constituidas monárquicamente: y esto es en verdad un argumento en favor del hecho de que las iglesias eran regidas no democráticamente, sino monárquicamente, estando sobre todo de acuerdo con la práctica o praxis restante de San Pablo; y la razón de negar a dichas epístolas la autenticidad paulina sólo podría pensarse a priori. De forma semejante se pone la dificultad d) a causa de los errores, sobre todo de los gnósticos, los cuales en estas epístolas aparecerían descritos como si ya entonces estuviesen extendidos (1 Tim 1,4.8; 4,7; 6,20; 2 a Tim 2,18; Tit 3,9): sin embargo los errores gnósticos a los que se hace referencia y son corregidos en estos textos, son errores en sus comienzos y aún no alcanzan la fuerza que tuvieron en el siglo II; luego estas epístolas son mucho más antiguas (cf. acerca de estas dificultades en contra de las epístolas pastorales (D 2174).

 

Por consiguiente estas dificultades no destruyen la tradición que se mantiene universal y firmemente desde los orígenes de la Iglesia, según lo testifican de muchas maneras los monumentos eclesiásticos antiguos (D 2172), la cual tradición atribuye estas epístolas a San Pablo (si bien tal vez las pudo escribir valiéndose de un secretario).

 

[4] El que San Pedro es el autor de esta epístola consta por el título de la misma, y por el hecho de que el autor presenció la transfiguración del Señor (cf. 1 Pe 1,1; 1,16-18). No puede haber ninguna duda acerca del origen petrino de esta epístola, aunque acerca de dicho origen no abundan testimonios explícitos en la tradición primitiva, por lo cual fue clasificada entre los libros deuterocanónicos.