CAPITULO III


SOBRE LOS VALORES DE LA SAGRADA ESCRITURA

 

267. Después de la consideración dogmática, nos vendría muy bien, puesto que aprendemos para la vida, presentar la consideración Kerigmática (cf. Introducción a la Teología, n.19), de la sagrada Escritura, tratando de los valores o de la utilidad de los Libros sagrados.

 

Y en primer lugar, para empezar por el aspecto más externo, habrá que insinuar algunos datos sobre su valor literario.

 

Articulo I

SOBRE LOS VALORES LITERARIOS

 

268. Es sabido, como dijimos en el n.184, que los hebreos al escribir la historia superaron con facilidad el arte historiográfico de sus coetáneos. Pero como no tenemos tiempo para seguir cada uno de los libros sagrados, o cada uno de sus géneros, más aún, ni siquiera podemos enumerarlos, sean históricos o didácticos, proféticos o poéticos, bástenos indicar en general, cómo estos libros ya por el estilo de la narración, ya por el vigor y abundancia de ejemplos, ya por la belleza y arte literarios, produjeron la inspiración literaria de muchos y formaron el estilo y la forma de escribir de éstos.

 

«También los más prudentes deben admitir que hay en los Libros sagrados una elocuencia maravillosa variada y rica y digna de los grandes temas; cosa que San Agustín percibió con claridad y trató elocuentemente, y confirma esto la realidad misma de los más aventajados entre los oradores sagrados, que afirmaron agradecidos a Dios que debían principalmente su fama a la asidua costumbre y a la piadosa meditación de la Biblia» («Providentissimus»: EB 87).

 

269. Sobre estos libros, como ejemplar eximio de inspiración literaria y poética, trató en cierta ocasión Donoso Cortés, en su célebre discurso. En éste, después de períodos rotundos (como acostumbra) sobre la belleza y el influjo literarios de estos libros, considera los sentimientos religiosos y además el sentimiento del amor a la mujer y a la patria que se contienen en los libros, y los compara con sentimientos y afectos semejantes que se encuentran en otras partes. Ve la historia del pueblo de Israel como un drama trágico, en el que se encuentran tres fases: la promesa, la amenaza y la catástrofe.

 

Articulo II
VALORES SOBRENATURALES EN LA SAGRADA ESCRITURA

 

270. Por la misma sagrada Escritura consta abundantemente la utilidad y la eficacia de los libros sagrados:

 

Pues como decía San Pablo a Timoteo, al que había recomendado que atendiera a la lectura (1 Tim 4,13) de las sagradas Escrituras que Timoteo había conocido desde su infancia, porque te pueden instruir en orden a la salvación por la fe en Jesucristo (2 Tim 3,15); pues toda la Escritura es divinamente inspirada y útil para enseñar, (esto es, para la sagrada predicación, para la lectura, círculos de estudios...), y para argüir (si han de refutarse errores), para corregir, para educar en la justicia (si uno debe dirigir a los demás en la vida espiritual); a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y consumado en toda obra buena (2 Tim 3,16s).

 

271. Pues en la sagrada Escritura hay UNA LUZ RESPLANDECIENTE para todos los senderos de la vida; y acerca de ella tiene valor lo siguiente: Tu palabra es luz para mis pies y luz para mi camino (Sal 118,105), y en ella tenemos la palabra profética, «a la cual hacéis muy bien en atender, como a lámpara que reluce en un lugar tenebroso, hasta que luzca el día y el lucero se levante en vuestros corazones» (2 Pe 1,19).

 

272. En la Escritura además, se halla CONSUELO mientras dura esta condición mortal; «pues todo cuanto está escrito fue escrito para vuestra enseñanza, a fin de que por la paciencia y por la consolación de las Escrituras, estemos firmes en la esperanza» (Rom 15,4). Por esto también leemos: cuán dulces son a mi paladar tus oráculos, más que la miel para mi boca (Sal 118,103); y me alegro con tus palabras como quien halla un botín abundante (Sal 118,162); los judíos por su parte decían que se gloriaban teniendo para su consuelo los santos libros que están en nuestras manos (1 Mac 12,9).

 

273. Por tanto nada hay de admirable en la EFICACIA DE LA PALABRA DE Dios puesto que, según enseña San Pablo, la palabra de Dios es viva, eficaz y tajante, más que una espada de dos filos, y penetra hasta la división del alma y el espíritu, hasta las coyunturas y la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Heb 4,12). Además las palabras pronunciadas por el Señor son como el fuego -oráculo de Yahvé- y cual martillo que tritura la roca (Jer 23,29; cf. Is 49,2). También pueden aducirse a este propósito las palabras del Señor: Como baja la lluvia y la nieve de lo alto del cielo, y no vuelve allá sin haber empapado y fecundado la tierra y haberla hecho germinar, dando la simiente para sembrar y el pan para comer, así la palabra que sale de mi boca no vuelve a mí vacía, sino que hace lo que yo quiero, y cumple su misión (Is 55,10s).

 

274. Los Santos Padres ensalzaron también los mismos valores de los Libros sagrados. Así San AGUSTÍN: «El hombre habla tanto más o menos sabiamente, cuanto más o menos avanza en las santas Escrituras. No digo en leerlas mucho y en aprenderlas de memoria, sino en entenderlas bien, y en indagar diligentemente sus sentidos. Pues hay quienes las leen y las descuidan; las leen para retenerlas, las descuidan para no entenderlas. Y sin duda deben ser preferidos a éstos los que retienen menos las palabras de las Escrituras, pero perciben su corazón con los ojos del corazón propio. No obstante mejor que ambos es el que las dice cuando quiere y las entiende como conviene».

 

San JUAN CRISÓSTOMO habla frecuentemente de la excelencia de las sagradas Escrituras.

 

275. San JERÓNIMO, por su parte, es abundante y sin límites en ponderar las alabanzas de la sagrada Escritura: «Pues si según el apóstol San Pablo (2 Cor 1,24) Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios, y el que ignora las Escrituras ignora el poder de Dios y su sabiduría, la ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo. Y en otro lugar dice: «El que es muy vigoroso en la disertación y está fortalecido por los testimonios de las santas Escrituras, ese es un baluarte de la Iglesia». «Paula y Eustoquio, si hay algo que en esta vida mantenga al hombre sabio, y le persuada a permanecer ecuánime en medio de las presiones y los torbellinos del mundo, creo que ante todo es la meditación de las Escrituras...». Y en la Regla de los monjes dice: «Ama la ciencia de las Escrituras, y no amarás los vicios de la carne».

 

276. De las epístolas del mismo Jerónimo escojamos también otros testimonios: «El sueño sorprenda al que sostiene el libro, y la página santa reciba el rostro que se inclina». «Lee con mucha frecuencia las divinas Escrituras, mejor dicho, nunca dejes de tus manos la sagrada Escritura. Aprende lo que vayas a enseñar, consigue aquella expresión que es fiel, según la doctrina, para que puedas exhortar en la doctrina sana, y refutar a los que te contradicen. Al enseñar en la Iglesia, no se suscite el clamor sino el gemido del pueblo. Que las lágrimas de los oyentes sean tus alabanzas. El sermón del presbítero esté fundado en la lectura de las Escrituras». Y dice de nuevo: «Cuando estuvieres versado en las divinas Escrituras y supieres sus leyes y testimonios con el vínculo de la verdad, contenderás con los adversarios, los atarás y los llevarás atados a la cautividad; y a los que en otro tiempo fueron míseros y cautivos los harás hijos libres de Dios, y para decirlo de una vez con Sión: ¿Yo no tenía hijos y era estéril, deportada y cautiva?, ¿a éstos quién los ha criado? Yo había quedado desposeída y sola ¿de dónde vienen éstos? (Is 49,21)». «Ama las santas Escrituras y la sabiduría te amará; ámala y te guardará, hónrala y te abrazará».

 

277. San AMBROSIO escribía en muy bello lenguaje a uno que había sido elegido para obispo: «Recibiste el don del sacerdocio, y sentado en la popa de la Iglesia gobiernas la nave en contra del oleaje. Sujeta el timón de la fe, para que las graves tormentas de este siglo no puedan turbarte... El mar es la Escritura divina, que tiene en sí sentidos profundos y profundidad de misterios proféticos; en este mar han entrado muchísimos ríos. Hay pues ríos dulces y transparentes, hay también fuentes níveas que saltan hasta la vida eterna, hay palabras dulces como panales de miel; y sentencias gratas, para que rieguen los ánimos de los oyentes con cierta bebida espiritual, y los recreen con la suavidad de los preceptos morales. Diversas son las corrientes de las divinas Escrituras. Tienes para beber por primera vez, beber por segunda vez, beber por última vez».

 

278. San GREGORIO MAGNO dice de forma no menos espiritual que elegante: «El que se prepara a las palabras de la verdadera predicación es necesario que tome de las sagradas páginas los orígenes de las cuestiones, para que todo lo que dice lo confronte con el fundamento de la divina autoridad, y sobre éste asegure el edificio de sus palabras.». «Pero todo esto lo realiza el rector de modo debido, si inspirado por el Espíritu del celestial temor y amor, medita con interés diariamente los preceptos de la sagrada palabra; para que las palabras de la corrección divina restauren en él la fuerza de su solicitud y de su prudente circunspección respecto a la vida celestial, que el uso del trato humano desmorona de modo incesante». Y en otro lugar escribe a cierto médico: «¿Qué es la Escritura sagrada sino una carta de Dios Omnipotente a su creatura? Y ciertamente, si en alguna ocasión en que estuviesen puestos tus deseos en otra cosa y recibieras algún escrito del emperador terreno, no pararías, no descansarías, no te entregarías al sueño hasta haber conocido lo que el emperador terreno te había escrito. El emperador del cielo, Señor de los hombres y de los ángeles te entregó sus cartas para tu vida, y sin embargo, hijo glorioso, descuidas leer ardorosamente estas cartas. Procura pues, te lo ruego, meditar diariamente las palabras de tu Creador. Aprende a conocer el corazón de Dios en las palabras de Dios, para suspirar más ardientemente por lo eterno, para que tu mente se inflame tendiendo hacia los gozos celestiales con mayores deseos».

 

279. Los Santos Pontífices, principalmente los de época más reciente, coinciden con las alabanzas precedentes de los Padres a las sagradas Escrituras, y su recomendación en orden a la lectura de las mismas.

 

Así LEÓN XIII en la Encíclica «Providentissimus», donde expuso el uso que el mismo Jesucristo y los Apóstoles hacían de las sagradas Escrituras (EB 84s): «Por tanto, por los ejemplos de Nuestro Señor Jesucristo y de los Apóstoles, entiendan todos, especialmente los novicios de la milicia sagrada, cuánta importancia tienen las divinas Escrituras y con qué deseo y devoción deben acercarse a ellas, como a un arsenal. Pues los que van a tratar ante doctos e indoctos acerca de la doctrina de la verdad católica, en ninguna parte encontrarán abundancia más colmada y material más copioso de predicación, al hablar acerca de Dios, bien sumo y perfectísimo, y acerca de sus obras que manifiestan su gloria y su caridad.» (EB 86).

 

Y en otro lugar en la misma Encíclica dice: «... Todo el que al hablar expresa el espíritu y la fuerza de la palabra divina, ése no habla solamente con palabras sino también en virtud y en el Espíritu Santo y en plenísima confianza (cf. 1 Tes 1,5). Por lo cual debe decirse que actúan sin preparación y descuidadamente los que pronuncian discursos sobre la religión, y exponen preceptos divinos de tal manera que prácticamente no aportan casi nada, excepto palabras de ciencia y de prudencia humana, apoyados más en sus argumentos que en los divinos.» (EB 87). Y dice también: «Es muy de desear y necesario que el uso de la misma Escritura divina influya en toda la disciplina de la Teología y que sea casi su alma: de este modo ciertamente lo han profesado y lo han llevado de hecho a la práctica en cualquier época todos los Padres y los teólogos más preclaros...» (EB 114).

 

280. BENEDICTO XV dice en la Encíclica «Spiritus Paraclitus»: «¿A quién se le oculta cuánta utilidad y suavidad fluye hacia los ánimos rectamente dispuestos a consecuencia de la piadosa lectura de los libros sagrados? Pues todo el que se acercare a la Biblia, con mente piadosa, con fe firme, con ánimo humilde y con voluntad de perfeccionarse, encontrará allí y comerá el pan que baja del cielo (cf. Jn 6,33), y experimentará en sí mismo aquello de David: Me manifestaste las cosas inciertas y ocultas de tu sabiduría (Sal 50,8).» (EB 476).

 

Y explica el mismo Pontífice en recuerdo de San Jerónimo «hacia dónde debe mirar el conocimiento de las sagradas Escrituras y a qué debe tender». En efecto «primero hay que buscar en estas páginas el alimento con el que se nutre la vida del espíritu para la perfección.. (EB 482). «Después, según exijan las circunstancias, hay que pedirle a la Escritura argumentos para ilustrar, confirmar y defender los dogmas de la fe-» (EB 483). «Finalmente, el uso principal de la Escritura concierne al ejercicio santo y fructífero del ministerio de la palabra divina...» (EB 484). En los párrafos siguientes explica cómo se realizará esto.

 

También el mismo Benedicto XV ensalza los frutos de la «amarga semilla de las letras» en virtud de la ciencia de las Escrituras, según la doctrina y los ejemplos de San Jerónimo: Efectivamente, el gozo y el amor a la Iglesia, entre otros el celo por la verdad y por la pureza de costumbres, y el amor a Cristo y su imitación (EB 488-493).

 

281. Pío XII entre otras cosas dice: «Por tanto los sacerdotes, a quienes les ha sido confiado el cuidado de la salvación eterna de los fieles, después que hayan investigado las sagradas páginas con un estudio diligente, y las hayan hecho suyas orando y meditando, den a conocer con diligencia las riquezas celestiales de la palabra divina en sus sermones, homilías y exhortaciones, y confirmen la doctrina cristiana con las sentencias tomadas de los Libros sagrados, e ilústrenla con los preclaros ejemplos de la historia sagrada y en concreto con los del Evangelio de Cristo el Señor.» («Divino afflante»: EB 566).

 

En la misma Encíclica habla después el Pontífice de Jesús, que es fundamento fuera del cual nadie puede poner otro: «Por otra parte a este autor de la salvación, Cristo, tanto más plenamente le conocerán los hombres, tanto más encarecidamente le amarán, tanto más fielmente le imitarán cuanto con mayor empeño hayan sido llevados al conocimiento y meditación de las sagradas Escrituras, principalmente del Nuevo Testamento» («Divino afflante»: EB 568).

 

282. Autores ascéticos. No deben extrañar los precedentes elogios y recomendaciones, pues la Iglesia siempre estuvo persuadida, y los autores ascéticos, de la utilidad de la lectura espiritual de las sagradas páginas. Puesto que «la verdad ha de buscarse en las santas Escrituras, no en la elocuencia».

 

«Pues conozco, dice el autor de la Imitación de Cristo, que tengo grandísima necesidad de dos cosas, sin las cuales no podría soportar esta vida miserable, detenido en la cárcel de este cuerpo. Confieso serme necesarias dos cosas, que son, mantenimiento y luz. Dísteme pues como a enfermo tu sagrado Cuerpo para alimento del alma y del cuerpo, y además, me comunicaste tu divina palabra, para que sirviese de luz a mis pasos (Sal 118,105). Sin estas dos cosas yo no podría vivir bien, porque la palabra de Dios es la luz de mi alma, y tu sacramento el pan que da vida. Estos se pueden llamar dos mesas colocadas a uno y otro lado en el tesoro de la santa Iglesia. Una es la mesa del sagrado altar, donde está el pan santo, esto es, donde está el Cuerpo preciosísimo de Cristo, otra es la Ley divina, que contiene la doctrina sagrada, enseña la verdadera fe, y nos conduce con seguridad hasta lo interior del velo donde está el Santo de los santos».

 

283. En efecto, la sagrada Escritura es una teofanía, esto es una manifestación de Dios a nosotros. Puesto que es palabra de Dios enviada a nosotros. Por tanto analógicamente puede compararse con la teofanía que se da en la Encarnación del Verbo de Dios; y cómo nos referimos a ésta en el Prefacio de Navidad, dando gracias a Dios «porque mediante el misterio del Verbo Encarnado brilla a los ojos de nuestra mente la nueva luz de tu claridad, para que al conocer visiblemente a Dios, seamos arrebatados por El al amor de las cosas invisibles»: esto mismo podemos decir, con las debidas salvedades, respecto a la sagrada Escritura. En efecto, el Verbo de Dios que reverenciamos encarnado en el misterio de la Navidad es el Verbo personal de Dios, la segunda Persona de la Santísima Trinidad que asumiéndose personalmente la naturaleza humana se hizo a manera de la faz de Dios, en la cual nosotros conociéramos a Dios: ahora bien, la palabra escrita de Dios no es ciertamente el Verbo personal de Dios, sino el lenguaje y la comunicación de Dios «ad extra», la cual ciertamente es obra de toda la Santísima Trinidad (aunque apropiada al Espíritu Santo); pues bien, este lenguaje y esta palabra, analógicamente a la encarnación del Verbo personal de Dios, revistió forma escrita y sensible, por la cual brilló a los ojos de nuestra mente la luz de la claridad divina, para que mediante esta forma visible fuésemos arrebatados al amor de las cosas invisibles.

 

Articulo III

SOBRE LA LECTURA DE LA SAGRADA ESCRITURA

 

Siendo tantos los valores que se encuentran en la Biblia se siente el alma favorablemente inclinada a leerla. Vamos a dar algunos datos sobre esta lectura.

 

284. 1. LA LECTURA DE LA BIBLIA DEBE SER REGULADA POR LA IGLESIA. En efecto, la lectura de la sagrada Escritura, aunque utilísima, no es necesaria del mismo modo para todos. Más aún, la lectura total de la Escritura entera por los jóvenes se considera incluso por algunos protestantes, como no carente de peligro. La Iglesia, al regular esta lectura, mientras exhorta a la reverencia a la palabra de Dios, ha querido impedir el subjetivismo excesivamente fácil en la interpretación privada por parte de cada persona. Al mismo tiempo recuerda que la última norma de fe es el Magisterio auténtico y vivo de la Iglesia misma.

 

De hecho la libre lectura de la Biblia fue y es causa de división entre las sectas protestantes, y mientras esto fue causa, principalmente en el protestantismo liberal, para relegar al olvido el carácter divino de los Libros, esta lectura libre no aumentó el amor a la sagrada Escritura, sino que lo disminuyó.

 

Por tanto, no es extraño que los errores de Pascasio Quesnel acerca de este punto hayan sido condenados respectivamente con diversa condenación por Clemente XI el año 1713 (D 1429-1435). Igualmente los errores semejantes del Sínodo de Pistoya (D 1567s).

 

285. II LA IGLESIA NUNCA PROHIBIÓ EN GENERAL LA LECTURA DE LA SAGRADA ESCRITURA. Pues los libros sagrados siempre fueron muy usados para la lectura Litúrgica de la Misa y del Oficio Divino; y aún más, para la lectura privada de los monjes y de otros (incluso de las monjas), como recomendaron los sínodos y las reglas monásticas.

 

Por tanto no es extraño el que se encuentren tantos en las bibliotecas del medioevo, y hayan sido tan editados después del invento de la imprenta.

 

286. III. LA IGLESIA A VECES RESTRINGIÓ LA. LECTURA DE LA SAGRADA ESCRITURA EN LENGUA VULGAR. Así ocurrió en los Sínodos de Tolosa (1229), Tarragona (1234), y de Oxford (1408).

 

Según el índice de Paulo IV (1559), ese uso dependía del permiso de la Inquisición Romana; pero poco después, según la cuarta sesión del Tridentino, en el índice de Pío IV (1564), cualquiera podía obtener la licencia de su obispo o inquisidor con el consejo del párroco o del confesor.

 

Según el índice de Sixto V la Sede Apostólica daba el permiso; de nuevo según el índice de Clemente VIII (1596) se requería el beneplácito de la Inquisición Romana.

 

Pero poco a poco se dio permiso a toda versión aprobada y Benedicto XIV (1757) permitió las versiones aprobadas o con notas de los Santos Padres.

 

Gregorio XVI recuerda los decretos del Tridentino y de Clemente VIII. León XIII (1897) hizo suyas sin restricción las normas dadas por Benedicto XIV (cf. EB 124).

 

Las disposiciones recientes del Derecho Canónico, que requiere para las versiones en lengua vulgar notas y el permiso al menos de los obispos, están en el canon 1391. Cf. también cn.1399, n.1, que prohíbe las ediciones y las versiones de los libros sagrados hechas por los no católicos; el uso de éstas «solamente se permite a los que de algún modo se dedican a los estudios teológicos o bíblicos, con tal que esos libros hayan sido editados fiel e íntegramente y que no se impugnen en sus prólogos o notas los dogmas de la fe católica» (cn.1400).

 

287. IV. LA IGLESIA RECOMIENDA LA LECTURA DE LA SAGRADA ESCRITURA INCLUSO EN LENGUA VULGAR. Así Benedicto XV en la Encíclica «Spiritus Paraclitus» recomendó la lectura diaria de la sagrada Escritura, a ejemplo de San Jerónimo que la aconsejaba incluso a las matronas y a las doncellas (EB 475); y alabó en la misma Encíclica el propósito de divulgar «lo más ampliamente posible los cuatro evangelios y los Hechos de los Apóstoles, de manera que no haya ninguna familia cristiana que carezca de ellos, y que todos se acostumbren a su lectura y meditación diarias...» (EB 478).

 

Y en la misma Encíclica poco después prosigue: »... prestan muy buenos servicios al catolicismo los hombres de varias regiones, que cuidaron y actualmente se cuidan con gran diligencia de editar y divulgar de forma conveniente y clara, todos los textos del Nuevo Testamento y los seleccionados del Antiguo; consta que de ello ha provenido a la Iglesia de Dios una gran abundancia de frutos...» (EB 479).

 

San Pío X alabó encarecidamente a la hermandad de S. Jerónimo que procura aconsejar la costumbre de leer y de meditar los sacrosantos evangelios (cf. »Divino afflante»: EB 543).

 

Y Pío XII en la Encíclica »Divino afflante» decía: »Por tanto (los obispos) favorezcan y presten ayuda a las asociaciones pías que se proponen difundir entre los fieles ejemplares editados de las sagradas Escrituras, principalmente de los Evangelios, y se preocupan con todo empeño de que se lean a diario con la debida devoción en las familias cristianas; y recomienden eficazmente con la palabra y con la práctica cuando lo permite la Liturgia, la sagrada Escritura traducida hoy a las lenguas vulgares con la aprobación de la Iglesia» (EB 566; cf. ibíd 549.566ss).

 

288. No es por tanto extraño que hoy, entre los católicos, haya prevalecido la costumbre de »los círculos bíblicos» o de »la hora bíblica», en donde principalmente los jóvenes y otras personas comentan el texto sagrado, sobre todo el Evangelio, para poder conocer y amar la palabra de Dios escrita, y en consecuencia al Verbo Encarnado de Dios. Y no es infrecuente el que también, con la aprobación y exhortación de la autoridad eclesiástica, se editen periódicos populares sobre el tema, y se difundan ampliamente.

 

289. V. Del modo de leer la sagrada Escritura. Los libros no se entienden sino en el espíritu con que han sido escritos. Por ello »toda Escritura sagrada debe leerse con el espíritu con que ha sido hecha; debemos buscar más bien la utilidad en la sagrada Escritura que la sutileza del lenguaje». Y los Libros sagrados no se entenderán en su plenitud más que en el Espíritu Santo, a saber, con el auxilio de la gracia de Dios que inhabita en el hombre y le asiste.

 

A esta necesidad de la vida de gracia y de oración, se refieren las palabras de León XIII: »Pues tampoco la índole de estos libros debe ser considerada semejante a la de los libros corrientes; sino que, puesto que proceden de la inspiración del Espíritu Santo mismo y contienen asuntos muy importantes y muy arcanos y bastante difíciles en muchos textos, por este motivo para entenderlos y exponerlos, siempre »necesitamos de la venida» del Espíritu Santo, esto es, de su luz y de su gracia: éstas, en verdad, según exhorta con apremio e insistencia la autoridad del divino Salmista, deben ser imploradas con humilde súplica y deben ser custodiadas con santidad de vida» (»Providentissimus»: EB 89). Cf. también »Spiritus Paraclitus» (EB 469).

 

290. EN CUANTO A LA PRÁCTICA: 1) Léase la sagrada Escritura con tal reverencia como es la que tiene la Iglesia al oír la lectura del Evangelio en la Misa solemne. Y no se cansa León XIII de recomendar reverencia y piedad a aquel que quiere acercarse a la sagrada Escritura: «Advertimos finalmente con amor paternal a todos los que sirven a la Iglesia que se acerquen siempre a la sagrada Escritura con un afecto muy grande de reverencia y de piedad: pues de ningún modo puede abrírseles saludablemente la inteligencia de ésta, como es necesario, si no apartan la arrogancia de la ciencia terrena y si no avivan santamente el deseo de la sabiduría que procede de lo alto (cf. Sant 3,15-17).» («Providentissimus»: EB 134).

 

291. 2) Hay que escuchar al Señor que nos habla, como María Magdalena junto a los pies el Señor la escuchaba cuando El le hablaba.

 

292. 3) San Jerónimo proponía a Leta, para la formación de su hija, un cierto orden pedagógico: «que te dé a diario la tarea arrancada de las flores de la Escritura, que ame los Libros sagrados en vez de las perlas y de la seda... que aprenda primeramente el Salterio, se acostumbre con cánticos a los Salmos, y sea instruida en orden a la vida de los Proverbios de Salomón. Que se acostumbre en el Eclesiastés a pisotear las cosas mundanas. Siga con Job los ejemplos de su virtud y de su paciencia.

 

Pase a los Evangelios que nunca se le deben apartar de las manos. Se empape con toda el ansia de su corazón en los Hechos de los Apóstoles y en las Epístolas. Y cuando haya enriquecido con estas provisiones la despensa de su interior, aprenda de memoria los Profetas, el Pentateuco, los libros de los Reyes y de los Paralipómenos y también los volúmenes de Esdras y de Ester. Por último aprenda sin peligro alguno El Cantar de los Cantares: a fin de que no quede impresionada por las palabras carnales humanas, al no entender el epitalamio de las nupcias espirituales, en el caso de que lo hubiere leído al principio...».

 

293. 4) Y nos parece bien, prefiriéndolo a otros métodos, sobre todo respecto a los clérigos, el unir la lectura muy cuidadosa y el estudio de los libros sagrados con ocasión del tiempo de un oficio litúrgico y de una festividad litúrgica: de tal modo que se lean entonces a fondo aquellos libros o aquellas perícopas que se armonizan con el momento litúrgico y con las lecturas que hay en el oficio. Pues aunque en esto es difícil dar una norma y una regla que sirva para todos, el método expuesto parece que tiene las siguientes ventajas:

 

a) Tales festividades y ocasiones litúrgicas nos dan en primer lugar las perícopas más seleccionadas que han sido propuestas por la Iglesia extraídas de los libros sagrados; las cuales como quiera que son breves y están unidas a cierto «interés» espiritual concreto, dan una mayor oportunidad para que se nos adhieran a la mente, y lo que es más importante, se nos injerten en el corazón.[1]

 

b) De este modo fácilmente admitirá cualquiera un doble magisterio que sobresale por encima de cualquier otro magisterio: a saber, al unir el magisterio divino de los libros sagrados con la administración del magisterio eclesiástico ordinario, que se nos propone por la sagrada Liturgia.

 

c) El deseo de unir la meditación de los libros sagrados con el espíritu y la ocasión de la festividad litúrgica es antiguo en la Iglesia de Dios y, por presentar algún testimonio, fue muy recomendado por San Ignacio de Loyola y por los discípulos de éste.

 

d) De este modo con más facilidad una persona no sólo se dedica a estudiar los libros sagrados, sino que también ora con estos libros; de tal modo que, cuando pide encarecidamente al Señor que le explique las Escrituras, siente como los discípulos de Emaús: ¿No ardían nuestros corazones dentro de nosotros mientras en el camino nos hablaba y nos declaraba las Escrituras? (Le 24,32).

 

e) Y de este modo por último, igual que la Liturgia, que es el culto público de la Iglesia, tiene a Jesucristo por centro; así la lectura de la sagrada Escritura ofrecerá el centro que tiene en realidad, Cristo.

 

294. Esto ciertamente lo hacía resaltar San Jerónimo. El cual «leía las alabanzas de la Iglesia de Dios constantemente ensalzadas en las sagradas Escrituras de ambos Testamentos»; sin embargo «la mayor parte de las veces nuestro Doctor concelebra a Nuestro Señor Jesucristo íntimamente unido con la Iglesia. Pues como quiera que no puede separarse la cabeza del cuerpo místico, está necesariamente unido con la pasión por la Iglesia el amor a Jesucristo, el cual debe ser tenido como el principal y el más dulce de todos los frutos de la ciencia de las sagradas Escrituras. En efecto todas las páginas de ambos Testamentos están orientadas a Cristo como a centro; y San Jerónimo, cuando explica las palabras del Apocalipsis que provienen del río y del árbol de la vida, entre otras cosas dice lo siguiente: «Un solo río brota del trono de Dios, que es la gracia del Espíritu Santo, y esta gracia del Espíritu Santo se encuentra en las sagradas Escrituras, o sea en este río de las Escrituras. Ahora bien, este río tiene dos riberas, el Antiguo y el Nuevo Testamento, y en ambas partes el árbol que está plantado es Jesucristo» («Spiritus Paraclitus»: EB 489, 491, 493).

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[1] Y será fácil para los clérigos el meditar periódicamente un salmo, a fin de que luego la lectura y la oración en el oficio divino se haga no sólo recitándolas, sino también con entrañable afecto.