Articulo VII

SOBRE LA INERRANCIA DE LA SAGRADA ESCRITURA

 

169. Hablamos ya del efecto principalísimo de la inspiración. Es decir, de la inerrancia de la sagrada Escritura. Diversas teorías habrán de ser expuestas para explicar esta inerrancia, a saber: las que recientemente se han propuesto para resolver la llamada cuestión bíblica.

 

TESIS 8. Todas las sentencias de la Escritura son infaliblemente verdaderas.

 

170. Nociones. La INFALIBILIDAD dice no solamente ausencia de error, sino imposibilidad de error en el sujeto inteligente o en sus palabras o escritos. Por tanto la infalibilidad de todas las sentencias de la sagrada Escritura indica no sólo el hecho de su verdad, (inerrancia) sino la imposibilidad de cualquier error. Por tanto la cuestión es no sólo de hecho, sino también de iure: No puede haber errores.

 

Estado de la cuestión. Se tienen en cuenta las sentencias de la sagrada Escritura originales o autógrafas. Sobre los apógrafos y las versiones se afirma la inerrancia en cuanto concuerden con el texto primitivo. Por tanto no se niega la posibilidad de algún error, si el texto original no nos hubiera sido transmitido. Esto ciertamente en algunas cosas de menor importancia no se puede negar. Por tanto, a veces hay diversas -lecturas, o posibles glosas introducidas (cf. D 2000; EB 184).

 

171. Adversarios. ERASMO admitió que en las sagradas Escrituras puede haber leves errores, principalmente por lapsus de la memoria en los autores.

 

Los racionalistas y modernistas no admitiendo el hecho de la inspiración, consideran falibles los libros sagrados como nacidos naturalmente.

 

Muchos protestantes modernos niegan la inerrancia de la sagrada Escritura.

 

ALGUNOS MÁS MODERNOS, nombrados en la Encíclica «Humani generis», que «repiten la sentencia ya muchas veces reprobada, según la cual la inmunidad de error de las sagradas Escrituras pertenece solamente a las cosas que se enseñan acerca de Dios y de lo moral y religioso. Más aún, hablan erróneamente del sentido humano de los libros sagrados, bajo el cual se esconde el sentido divino de éstos, que es el único que declaran infalible» (D 2315; EB 612).

 

172. Doctrina de la Iglesia. En el Concilio Vaticano 1 (D 1809), se definió solemnemente que la inspiración de la Escritura, e implícitamente la inerrancia y la infalibilidad se extienden a las materias de fe y de costumbres, y a las partes al menos de mayor importancia (cf. n.111).

 

San CLEMENTE VI enseñó que no hay en la Escritura absolutamente ningún error al escribir (año 1351) sobre los errores de los Armenios: «XIV. Si creíste y crees que el Nuevo y el Antiguo Testamento, en todos los libros que la autoridad de la Iglesia Romana nos ha transmitido, contiene la verdad indudable en todo» (D 570 r; EB 46).

 

Y ciertamente se propone lo mismo por el magisterio ordinario de la Iglesia como dogma de fe. Así LEÓN XIII, («Providentissimus»): «... Tan lejos está de la inspiración divina el que pueda introducirse algún error, que ella por sí misma no sólo excluye todo error, sino que tan necesariamente lo excluye y lo rechaza, cuanto es necesario que Dios, suma Verdad, no sea autor en absoluto de ningún error. Esta es la antigua y constante fe de la Iglesia...» (D 1951s; EB 124s).

 

Lo mismo BENEDICTO XV, («Spiritus Paraclitus»: D 2186; EB 452) y Pío XII («Divino afflante Spiritu»: EB 538-540; y «Humani generis»: D 2315; EB 612).

 

Cf. además las condenaciones de los modernistas, en el Decreto «Lamentabili» (D 2011; EB 202) y en la Encíclica «Pascendi» (EB 264-266); y la respuesta de la Comisión Bíblica, año 1915, sobre la mente de los apóstoles acerca de la parusía (D 2179; EB 414).

 

173. Valor dogmático. De lo dicho consta que la tesis es de fe divina y católica. Cf. D 2180; EB 415, donde se habla «sobre el dogma católico de la inspiración y de la inerrancia de la sagrada Escritura...».

 

SOBRE LAS SENTENCIAS OCASIONALES. La calificación teológica sobre la inerrancia de las sagradas Escrituras, en cuanto dogma, vale sin duda acerca de la sagrada Escritura, al menos en conjunto. Esto se refiere cuando menos moralmente a todas las sentencias, no descendiendo a la cuestión de las ocasionalmente dichas, puesto que en cuanto a la extensión de la inspiración a estas sentencias, la calificación teológica, según los documentos de la Iglesia, no alcanza unánime consenso (cf. 113). Pero ciertamente según algunos, Sto. Tomás, San Roberto Belarmino (ibídem), también consta la extensión de la inspiración a todas las sentencias, de manera que lo contrario sea herejía. Por consiguiente, en esta última opinión, la inerrancia de la Escritura es dogma, en cuanto a todas las sentencias absolutamente que el hagiógrafo expresa, y ciertamente en el sentido en que las expresa.

 

174. Se prueba por la Escritura. Cristo y los Apóstoles, al citar la sagrada Escritura bajo la fórmula «scriptum est» u otra semejante, citan las palabras como de absoluta autoridad a la que totalmente repugna el error (v.gr. Jn 10,35; Lc 24,44; infra n.181). Por consiguiente, consideran las palabras de la Divina Escritura, como infaliblemente verdaderas.

 

Se prueba por la tradición. Además la tradición constante y unánime, perpetua y universal sostiene que no hay en la Escritura absolutamente ningún error, ni puede haberlo, y esto se propone como dogma de fe.

 

«Tan convencidos estuvieron todos los Padres y Doctores de que las Divinas Letras, tal cual han sido publicadas por los hagiógrafos, están inmunes absolutamente de todo error, que por eso se interesaron por conjugar entre sí y conciliar con no menor sutileza que piedad aquellas no pocas cosas que parecen aportar algo de contrario o diferente (son casi las mismas que ahora se objetan con el nombre de «nueva ciencia»); pues profesaban unánimes que estos libros íntegros y considerados por partes tienen igualmente la inspiración divina y que Dios mismo que habló por los sagrados autores no pudo poner nada en absoluto ajeno a la verdad...» (Providentissimus, D 1952; EB 127).

 

«Además, San Jerónimo enseña que la inmunidad de todo error y la exención de engaño necesariamente coexisten con la divina inspiración de los libros sagrados y con su suma autoridad: Esto lo había aprendido en las celebérrimas escuelas de Occidente y Oriente como transmitido por los Padres y aceptado comúnmente... Y así, (según San Jerónimo, cuya doctrina se expone en la Encíclica «Spiritus Paraclitus») «la Escritura no puede mentir». Y es ¡licito decir que la Escritura miente. Aún más, también es ¡licito admitir sólo el nombre de error en sus palabras.

 

San CLEMENTE ROMANO se expresa en este mismo sentido. San JUSTINO: «Nunca me atreveré ni a pensar ni a decir que las Escrituras se contradicen entre sí estando persuadido de que ninguna Escritura puede ser contraria a otra, confesaré más bien que yo no entiendo lo que se dice...». San IRENEO: «Pero si no podemos encontrar las soluciones de todo lo que se busca en las sagradas Escrituras, no busquemos sin embargo otro Dios fuera del único que es y tenemos; pues esto es una impiedad máxima...». Igualmente se expresan San HIPOLITO, San EPIFANIO. Y otra vez San JERÓNIMO, y San AGUSTíN: «A mi me parece funestísimo creer que en los libros santos hay alguna mentira...». Y el mismo San Agustín: «En solos estos libros de las Escrituras que ya se llaman canónicos, aprendí a tributarles un temor y un honor tal, que creo firmísimamente que ningún autor de ellos se equivocó al escribir, y si tropezare en estas Escrituras con algo que parezca contrario a la verdad, no dudaré que, o el códice tiene erratas o que el intérprete no ha alcanzado lo que se dijo o que yo no lo he entendido de ninguna manera». Y en otro lugar: «Allí (en la Escritura) si algo me llamara la atención como absurdo, no es lícito decir: el autor de este libro no mantuvo la verdad, sino que o el códice tiene erratas o que el intérprete se equivocó, o que tú no entiendes. En la excelencia canónica de las sagradas Escrituras no es lícito dudar acerca de su verdad.».

 

Por consiguiente los Padres proponen esta inerrancia e infalibilidad de la Escritura de tal manera, que afirman que debe mantenerse necesariamente, ya para defender los dogmas ya para la vida cristiana...; luego no actúan como meros doctores privados.

 

Loisy confiesa abiertamente este consenso de los Padres: «Si procedemos basados en los datos de la tradición, no hay lugar a error en la Biblia».

 

Razón teológica. Se puede también probar la inerrancia y la infalibilidad de la Escritura como una explicitación del concepto de extensión de la inspiración a todas las sentencias de la Escritura o como una consecuencia de él. Pues si todas las sentencias originales o auténticas de la Escritura son inspiradas, incluso las dichas ocasionalmente, todas son palabra de Dios. Es así que a la palabra de Dios le repugna absolutamente la falsedad, luego todas las sentencias de la Escritura son infaliblemente verdaderas.

 

Sobre la verdad absoluta de la sagrada Escritura y sobre los géneros literarios

 

175. Después de la Encíclica «Providentissimus» surgieron controversias sobre el modo de interpretar la inerrancia de la sagrada Escritura, a causa de las dificultades que se opinaba que se daban a partir de las ciencias físicas, naturales e históricas. Unas exponían el asunto tradicionalmente, otros liberalmente. Así la escuela que se llamó más liberal.

 

LA VERDAD SE LLAMA ABSOLUTA en cuanto se opone a la verdad relativa, pues había quienes no negaban a la sagrada Escritura la verdad y la inerrancia, pero sólo la relativa. Ésta la explicaron de distintos modos.

 

 

176. Opiniones diversas. 1) A. LOISY, modernista, distinguía entre la verdad solamente religiosa (lo que la Escritura quiere enseñar) y la verdad económica (es decir, la vestidura con que se expone la verdad religiosa). Esta verdad económica tiene un valor relativo. Más aún, según las falsísimas opiniones del modernismo, la verdad religiosa misma no es absoluta sino mutable según las circunstancias del tiempo (D 2058; EB 249).

 

2) Otros distinguían entre lo que se enseña y lo que simplemente se afirma. Aquello decían que constituye el elemento primero y esto el elemento secundario de la Escritura y que no cae bajo la intención del hagiógrafo; y que por tanto la verdad que se pretende absolutamente, hay que buscarla en el elemento primario.

 

O también se hablaba de narraciones históricas sólo en apariencia, que serían en realidad fábulas o leyendas, o bien en parte históricas y en parte no históricas como un revestimiento de la verdad, con un valor no absoluto sino relativo.

 

Como ejemplo de estas interpretaciones, cf. el modo de concebir la historicidad del Génesis 1-3, según se describe en la respuesta de la Comisión Bíblica del 30 de Julio de 1909 (D 2122; EB 325).

 

J.M.LAGRANGE concebía esto así: En la Escritura sólo es esencialmente verdadero lo que enseña el hagiógrafo. A saber, aquello que afirma él categóricamente, cosa que se conoce por el género literario. En cuanto a las narraciones, se da la historia primitiva, un intermedio entre la historia fingida (parábola) y la historia propiamente dicha; ahora bien, en la historia primitiva, aunque se den errores materiales en el revestimiento de la verdad, no se dan en cambio formales, porque esto no lo enseñaban categóricamente los hagiógrafos. Así la narración sobre la destrucción de Sodoma, fuera del núcleo histórico acerca de cierta gran catástrofe, no contendría necesariamente otros puntos verdaderos.

 

D. ZANNECCHIA concebía esto de manera semejante. En la Escritura todo es verdadero; pero no absoluta sino relativamente. A saber, en orden a ilustrar aquello cuya confirmación se pretende absolutamente, esto es en orden a las verdades religiosas y morales. Así en la narración del Génesis sobre la creación. Es menester pericia para discernir la poética oriental del núcleo del acontecimien­to...

 

3) Otros hablan sobre las citas implícitas. Algunas cosas las toman los hagiógrafos en los libros sagrados de leyendas y fuentes populares, que en sí mismas son falsas. Pero se salva la inerrancia, porque a estas cosas les conviene no la verdad de la cosa citada, que no pretende el hagiógrafo, sino la verdad de la cita (que así se dice o se narra). Pues son citaciones tácitas o implícitas que ahora no se conocen abiertamente como tales, porque podían ser conocidas fácilmente por los coetáneos como tales citaciones, y porque les faltaba a los hebreos el modo del discurso indirecto. Pero el hagiógrafo no hizo suyas tales citaciones, en cuanto a la verdad del asunto, a no ser que las apruebe explícita o equivalentemente.

 

Ejemplo de citación implícita sería v. gr. Jn 5,4 (admitida la autenticidad del pasaje): porque el ángel del Señor descendía de tiempo en tiempo a la piscina y agitaba el agua y el primero que bajaba después de la agitación del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que padeciese: esto es, si el apóstol no asume la responsabilidad en cuanto a la verdad de lo narrado, sino solamente refiere un dicho popular.

 

4) Hubo también quienes quisieron aplicar a la historia los principios de la verdad aparente de los sentidos, que había propuesto para las cosas físicas LEÓN XIII (D 1847-1949; EB 121-123). Así J.M.LAGRANGE, F. von HUMMELAUER, N. PETERS.

 

5) Y hablando en general, se han establecido diversos géneros literarios que tienen su verdad propia y relativa: la fábula o parábola, sin ninguna verdad histórica; el epos histórico con solamente un núcleo histórico; la historia religiosa, esto es para promover la edificación religiosa; la historia antigua o narración, según la opinión del vulgo o según una fuente encontrada por casualidad; la tradición popular, en donde el hecho histórico se desarrolla en leyendas y fábulas; la narración libre...

 

6) Según otras teorías, debe considerarse lo siguiente; a) El autor inspirado considera y juzga su objeto en su totalidad, no desde cualquier ángulo posible, sino según el fin peculiar que se ha prefijado. Y así hablan acerca de las cosas de distinta manera un poeta, un naturalista y un doctor en religión; y no pretenden indicar más - dicen - que lo que es necesario o conveniente para un fin.

 

b) Hay que tener en cuenta si el autor sagrado propone las cosas como ciertas o simplemente como probables; lo cual hay que sopesarlo de nuevo por el fin que pretende en su escrito, por la naturaleza literaria del libro y por las circunstancias. Por tanto, respecto a las citaciones e las fuentes acerca de cosas, de las que el autor no ha sido testigo presencial, ciertamente admite de algún modo las cosas que se narran y responde de ellas, si bien no se considera - dicen - que quiera afirmar del mismo modo categórico sin distinción alguna todo lo que está contenido en estas fuentes.

 

c) El autor no reclama el asentimiento a todo aquello que dice, sino sólo respecto a lo que quiere enseñar formalmente atendiendo al fin y a la índole de su libro. Así, si el legislador prohíbe la acción de comer liebre (Lev 11,6) y llama a éstas rumiantes, bien puede pensarse que prescinde de una pormenorizada determinación científica, y que por el contrario se da por satisfecho con hacer una afirmación en sentido vulgar; como si dijera: «según se considera vulgarmente». De forma semejante en la descripción de los fenómenos físicos se sobreentiende: «conforme aparece vulgarmente a los sentidos». E igualmente respecto a otras cosas: «según ha sido transmitido», «en cuanto recuerdo», «según concebimos ahora esto» (esto último, respecto a los hechos históricos, nos parece que con mayor dificultad podría admitirse, a no ser que se compruebe eficazmente el hecho; puesto que la historia no trata sobre fenómenos, sino acerca de hechos). Todos estos datos accidentales son ciertamente inspirados, ya que tienen alguna función en el libro inspirado; pero como adorno, como una expresión literaria, de aquellas cosas que quieren enseñar formalmente los autores; y en estos datos accidentales - dicen - pueden darse errores (no agrada este modo de hablar).

 

Así mismo no pretende el autor -según esta teoría- reclamar el asentimiento a sus opiniones privadas, que no sean necesarias para el fin del libro; por lo cual tampoco se considera en ese caso que pretenda proponer estas opiniones privadas como absolutamente válidas. Así pues los autores sagrados, en cuanto a aquello que quieren propiamente decir, no se equivocaron, y lo que quieren decir los autores en cuanto inspirados no contiene error (sin embargo se podría advertir acertadamen­te - según nuestro parecer- que cualquiera que escribe reclama el asentimiento incluso para sus opiniones privadas, si las propone como verdaderas, no a manera de una fábula o cual conjeturas. Así mismo la verdad de lo dicho y su sentido debe conocerse por la intención del que escribe cada una de las sentencias, no sólo por el fin total del libro entero, como si el autor pasara por alto o no cuidara de la verdad de cada una de las sentencias en particular).

 

7) El problema de la inerrancia bíblica, respecto a las cosas físicas y a los hechos históricos transcurridos a lo largo del tiempo e incluso respecto a circunstancias históricas de poca relevancia, ha sido propuesto para ser resuelto, según hemos ya indicado anteriormente, en virtud de los juicios de opinión del hagiógrafo; con los cuales él mismo no pretendería una afirmación absoluta y cierta de lo narrado, sino sólo a manera de opinión y de probabilidad. (Sin embargo esta solución puede parecer extraña y que muchas veces es propuesta gratuitamente, y por la cual se abriría también ancho margen a que se dieran abusos, si no se prueba con argumentos de peso que el hagiógrafo enseña las cosas en realidad, no como ciertas, sino simplemente como probables).

 

8) También se recurre a la disociación psicológica, según la cual, en razón del fin práctico pretendido por el hagiógrafo, éste no pretendería afirmar algo en cuanto verdadero, sino sólo en cuanto útil, y en cuanto que le pudiese servir para el fin propuesto. De este modo la mente del hagiógrafo prescindiría de otros aspectos de la verdad propuesta, para afirmar solamente algún aspecto que le fuese conveniente en atención al fin. (Ciertamente hay algunas cosas que se emplean frecuentemente por causa del fin pretendido, v.gr. lo que se dice en un discurso en orden al fin peculiar que pretendemos. Sin embargo, a no ser que se pruebe otra cosa con argumentos sólidos, los elementos que empleamos (narraciones, historias, ejemplos.) se da por supuesto que son también verdaderos, y no meramente útiles para un fin, a no ser que se emplee un género literario poético legendario o totalmente ficticio).

 

Por consiguiente toda esta cuestión, en orden a investigar la verdad de la Sagrada Escritura y a defender su inerrancia, parece que se reduce al modo conveniente de descubrir el género literario en el que han sido escritos cada uno de los libros o cada una de las partes del libro. Ciertamente todas las sentencias de la Escritura son infaliblemente verdades ciertamente en el sentido que pretende y expresa Dios, que es el autor de ellas. Ahora bien, cuál es este sentido, depende intrínsecamente y debe discernirse por el género literario que Dios ha usado.

 

177. Doctrina de la Iglesia. 1) En cuanto a la condenación de la verdad relativa de la sagrada Escritura en el sentido del modernismo, cf. D 2058 (EB 249); sin embargo no tratamos especialmente acerca de esto.

 

2) BENEDICTO XV enseñó en la Encíclica «Spiritus Paraclitus» (D 2186; EB 454s) y anteriormente LEÓN XIII («Providentissimus»: D 1950; EB 124), que no hay que distinguir »entre el elemento religioso y el elemento profano, entre el elemento principal y el elemento secundario».

 

Así mismo BENEDICTO XV rechaza la distinción entre la verdad absoluta y la verdad relativa, respecto a los temas históricos («Spiritus Paraclitus»: D 2187; EB 456).

 

Acerca de las narraciones sólo en apariencia históricas, y acerca de la verdadera naturaleza histórica de la sagrada Escritura trataron igualmente BENEDICTO XV («Spiritus Paraclitus»: D 2188; EB 461) y las Respuestas de la Comisión Bíblica: en general (D 1980; EB 161) y acerca de los tres primeros capítulos del Génesis (D 2121-2128; EB 324-331).

 

De forma semejante, respecto a la negación de que los hagiógrafos expresen sus propios sentimientos humanos, bajo los cuales pueda estar latente el error (D 2179-2181; EB 414-416).

 

3) Respecto a la no fácil admisión de citas implícitas han tratado las Respuestas de la Comisión Bíblica (D 1979; EB 160), la Encíclica «Pascendi» (D 2090; EB 259) y la Encíclica «Spiritus Paraclitus» (D 2188; EB 461).

 

4) Acerca de que no hay que transferir a la historia lo que León X111 dijo acerca de la verdad aparente de los sentidos, han hablado auténticamente BENEDICTO XV («Spiritus Paraclitus»: D 2186s; EB 454-458) y Pío XII («Divino Af flante»: EB 539).

 

5). Respecto a la no admisión en las Biblias de un género literario que vaya en contra de la santidad y de la verdad de Dios, tratan las Encíclicas «Spíritus Paraclitus» (D 2188; EB 461), «Divino afflante» (D 2294; EB 559) y «Humani generis» (D 2330; EB 618; véase después el n.188).

 

178. Hablando en general Pío XII, en el 50 aniversario de la Encíclica  «Providentissimus», inculcaba que todos sostuvieran religiosamente la doctrina      expuesta por León XIII con tanta seriedad y que él mismo proponía y confirmaba con su autoridad («Divino a fflante»: EB 538-540).

 

179. También ha sido enseñada la doctrina de la Iglesia respecto a los escritos sagrados particulares: acerca de la autenticidad y de la integridad substancial del Pentateuco, aunque no haya que sostener necesariamente que Moisés escribió con su propia mano todas y cada una de las palabras o que se las dictó a los amanuenses; sino que el empleó las fuentes y después el texto tuvo modificaciones accidentales (D 1997-2000; EB 181-184). Respecto a la verdad histórica del evangelio de San Juan (D 2016-20182110-2112; EB 207-209.187-189). Respecto a la índole profética y al autor del libro de Isaías (D 2115-2119; EB 276-280). Acerca de la naturaleza histórica de los tres primeros capítulos del Génesis (D 2121-2128; EB 324-331). Respecto a los autores y respecto al tiempo de la composición de los Salmos (D 2129-2136; EB 332-339). Acerca de los evangelios sinópticos y acerca de los Hechos de los Apóstoles (D 2148-2171; EB 383-406). Respecto a las epístolas pastorales de San Pablo y la Epístola a los Hebreos (D 2172-2178; EB 407-413).

 

180. Es más reciente la CARTA DEL SECRETARIO DE LA COMISIÓN BÍBLICA AL EMIN. CARDENAL SUHARD, Arzobispo de París, según la cual consta lo siguiente:
 

Los decretos y las respuestas anteriores de la misma Comisión, acerca de las narraciones aparentemente históricas, el día 23 de junio de 1905 (D 1980; EB 161), respecto a la autenticidad mosaica del Pentateuco, en el día 27 de junio de 1906 (D 1997-2000; EB 181-184), acerca del carácter histórico de los tres primeros capítulos del Génesis, en el día 30 de junio de 1909 (D 2121-2128; EB 324-331): estos decretos y respuestas de ningún modo prohíben un examen verdaderamente científico de estos problemas según los descubrimientos más recientes.

 

A esta justa libertad dentro de los límites de la doctrina tradicional de la Iglesia, exhortaba el Sumo Pontífice Pío XII: «No obstante en esta situación actual, el intérprete católico, llevado por un amor esforzado y valiente a su trabajo, y sinceramente devoto de la Santa Madre Iglesia, en ningún modo ha de ser impedido de que afronte una y otra vez las difíciles cuestiones todavía no resueltas hasta ahora, no sólo para refutar lo que puedan oponer los adversarios, sino también para esforzarse en hallar una explicación sólida, la cual esté en fiel armonía con la doctrina de la Iglesia y en concreto con aquellas verdades que han de ser enseñadas acerca de la sagrada Escritura, inmune de todo error, explicación que dé respuesta también del modo debido a las conclusiones ciertas de las ciencias profanas. Ahora bien, todos los otros hijos de la Iglesia recuerden que los esfuerzos de estos denodados operarios en la viña del Señor, deben ser juzgados no sólo con paz y con justicia, sino también con muchísima caridad; y estos hijos deben estar ajenos en verdad a ese afán no suficientemente prudente, por el que se juzga que todo lo que es nuevo debe ser rechazado o considerado sospechoso, por el mismo hecho de ser nuevo» («Divino afflante»: EB 564). Todo lo cual, vuelve a recordarlo de nuevo en esta epístola.

 

Se hace también una invitación al estudio de los problemas del Pentateuco, teniendo en cuenta la sana crítica y las conclusiones de las ciencias que están conexionadas con la sagrada Escritura.

 

En cuanto a las formas literarias de los once primeros capítulos del Génesis, hay que tener en cuenta «que estas formas literarias no responden a ninguna de nuestras categorías clásicas, ni pueden ser juzgadas a la luz de los géneros literarios greco-latinos o modernos. Por consiguiente no puede negarse o afirmarse la historicidad de ellas simultáneamente y en conjunto (»en bloque»), y menos aún se les podrían aplicar a dichas formas literarias y, de un modo indebido, las normas de cierto género literario al cual no pertenecen».

 

Sin embargo «declarar a priori (lo que se ha hecho antes con frecuencia) que estas narraciones no contienen historia en el sentido moderno de la palabra, se prestaría fácilmente a entender que no contienen en absoluto ninguna clase de historia, cuando narran en una expresión sencilla y figurada, adaptada a las inteligencias del linaje humano que estaba menos desarrollado, las verdades fundamentales que se presuponen para la economía de la salvación, y al mismo tiempo la descripción popular de los orígenes del género humano y del pueblo elegido».

 

Y la Encíclica «Humani generis» decía: «... hay que deplorar de un modo especial cierta práctica demasiado libre de interpretar los libros históricos del Antiguo Testamento, cuyos promotores para defender su postura aducen sin motivo la carta, no hace mucho tiempo dada por el Consejo Pontificio al Arzobispo de París acerca de los temas bíblicos. En efecto, esta carta advierte claramente que los once primeros capítulos del Génesis, aunque no coincidan propiamente con los métodos de composición histórica, de los cuales usaron los eximios escritores griegos y latinos que se dedicaron a la historia, o los peritos de nuestra época, sin embargo pertenecen al género histórico en un cierto sentido verdadero, que debe ser estudiado más a fondo, y concretado por los exegetas; y esta carta advierte también de un modo claro, que los mismos capítulos, adaptados en un lenguaje sencillo y figurado a la mente de un pueblo poco cultivado, relatan tanto las principales verdades, en las que se basa la consecución de nuestra salvación eterna, como también la descripción popular del origen del género humano, y del pueblo elegido. Y en el caso de que los hagiógrafos antiguos hayan sacado algo de las narraciones populares (lo cual puede ciertamente concederse), nunca hay que olvidar que ellos actuaron de este modo con la ayuda de la divina inspiración, en virtud de la cual eran preservados inmunes de todo error en la selección y en el discernimiento de estos documentos» (DE 2329; EB 618). Cf. lo que se dirá después en los nn.249-258.

 

181. Advertencias para la solución de la «cuestión bíblica». Para que procedamos cauta y a la vez agudamente en la estimación de esta cuestión bíblica, es útil prestar atención a lo siguiente:

 

1) CRISTO Y LOS APÓSTOLES PRESENTAN MUCHAS COSAS DE LA ESCRITURA COMO ABSOLUTAMENTE VERDADERAS, incluso en cuanto a puntos singulares de la historia, extraídas en verdad de aquellos mismos libros que algunos, sobre todo si rechazan los milagros, dirían que contienen historia no crítica.

 

«Pues ya enseñe, ya dispute (Cristo), aduce sentencias y ejemplos de cualquier parte de la Escritura, y los presenta como que es necesario creer en ellos. En este género cita a Jonás y a los ninivitas, a la reina de Saba y a Salomón, a Elías y a Eliseo, a David, a Noé, a Lot y a los sodomitas y a la mujer misma de Lot, sin ninguna discriminación» (cf. Mt 12,3.39-42; Lc 17,26-29.32) («Spiritus Paraclitus»: EB 463).

 

Del mismo modo San Pedro habla de Noé como fabricante del arca y acerca del diluvio (1 Pe 3,20; 2 Pe 2,5); de la destrucción de Sodoma y Gomorra y de Lot (2 Pe 2,6s).

 

San Pablo, igualmente, habla de los maravillosos acontecimientos en el Éxodo de los hijos de Israel que peregrinaban hacia Palestina (1 Cor 10,1-10); y cuenta muchas cosas maravillosas realizadas por la fe en el transcurso de los tiempos (Heb 11,4-40).

 

182. 2) El CONSENSO DE LOS PADRES Y TEÓLOGOS NO FAVORECE a los que «abusan de principios ciertamente rectos, si se mantienen dentro de ciertos límites concretos, de tal modo que debilitan los fundamentos de la verdad de los Libros, y derrumban la doctrina católica comúnmente transmitida por los Padres. Jerónimo, si todavía viviera, lanzaría contra éstos aquellos agudísimos dardos de su palabra, porque prescindiendo del sentido y del juicio de la Iglesia, recurren demasiado fácilmente a las citaciones que llaman implícitas, o a las narraciones sólo aparentemente históricas o pretenden que en los libros sagrados se encuentren algunos géneros literarios con los que no puede conciliarse la verdad íntegra y perfecta de la palabra divina, u opinan sobre el origen de los libros de tal manera que debilitan o hacen perecer su autoridad». («Spiritus Paraclitus»: EB 461; D 2188).

 

183. 3) EN CUANTO A LAS TEORÍAS MÁS ARRIBA EXPUESTAS ES ÚTIL TAMBIÉN OBSERVAR:

 

A. La inerrancia de la Escritura no se deriva precisamente del fin del escritor, respecto a aquellas cosas solamente que él pretende enseñar, sino que se deriva de la naturaleza de la inspiración en orden a todo aquello que se afirma en virtud de esta influencia.

 

B. Alguna vez una verdad religiosa puede sin duda enseñarse bajo la forma de una narración fingida o configurarse como parábola (v.gr. Lc 10,30-37 sobre el Buen Samaritano) las cuales tendrán ciertamente un valor relativo no absoluto. Pero esto debe probarse con argumentos sólidos y no se debe proceder fácil ni temerariamente sino según el sentir de la Iglesia (D 1980; EB 161). En esto se debe evitar el conceder más de lo justo a argumentos meramente supuestos, es decir, a los todavía no probados rectamente; de tal modo que no se introduzca tal confusión por la que uno no sepa ya distinguir las narraciones verdaderas de las ficticias, y no quede ninguna norma objetiva para discernir esta materia[1].

 

Alguna vez una cosa, incluso considerada la tradición de la Iglesia, permanece­rá dudosa, como si se trata de Os 1-3; y esto no debe parecer extraño (cf. «Divino afflante»: EB 563).

 

184. En las narraciones sagradas, aunque no sean historia crítica en nuestro sentido, con la técnica científica y con la metódica investigación de las fuentes, como hoy suele hacerse, sin embargo podían conocerse muchas cosas con el ingenio y la agudeza natural, y las fuentes podían conocerse e investigarse por obra de un testimonio escrito o de la tradición popular, que era extraordinariamente tenaz entre las familias orientales, y consta además, lo que ya ha comprobado lúcidamen­te la investigación, que el pueblo israelita sobresalió de manera extraordinaria, entre las demás naciones antiguas de oriente, en escribir certeramente la historia, tanto por su antigüedad cuanto por su fiel relación de los hechos; esto se deriva ciertamente del carisma de la divina inspiración y del fin peculiar de la historia bíblica, el cual concierne a la religión» («Divino afflante»: EB 559; D 2294).

 

185. También muchas cosas han sido recibidas y conocidas por la tradición popular y familiar; pero con una sobriedad y simplicidad ciertamente admirable (lo que sobre todo quedaría patente si se comparasen con las tradiciones de los Egipcios y de los Babilonios) y a la vez que con una gran sinceridad, que manifiesta los vicios de los progenitores.

 

Y aunque frecuentemente tengamos historia incompleta, esto es, primordial­mente religiosa, sin embargo la historia incompleta no es historia falsa. Es desde luego cierto que para formarse un juicio recto hay que tener en cuenta la forma literaria, con la que aquellos escritores orientales antiguos solían proponer los temas: genealogías artificiosas, narraciones por grados y repeticiones, a modo de círculos concéntricos (v.gr. Génesis 1 y 5) citas según el sentido...

 

186. Sobre las citaciones contenidas en la Escritura, adviértase lo siguiente: Hay algunas citaciones explícitas (v.gr. Hch 17,28: como algunos de vuestros poetas han dicho...; y Nm 21,14; 2 Re 1,18), en las cuales existe «la verdad de la citación» y además «la verdad de lo citado», si el hagiógrafo asegura expresa o implícitamente que esto es verdadero.

 

En cuanto a si se dan citaciones implícitas, es decir que el hagiógrafo las toma de algunas fuentes sin decirlo expresamente, y de las que hay que pensar que el hagiógrafo no quiere cargar con la responsabilidad, sino que deja la cosa a juicio de los lectores, (que en aquel tiempo bien podrían saber que se trataba de algo citado): esto se discernirá prudentemente, si uno recuerda que la norma general de la narración es ésta, que el autor en tanto se hace cargo de la responsabilidad de lo que dice, en cuanto no indica que él duda o suspende el juicio sobre la verdad de lo que dice; y que esto vale a fortiori, si se trata de la sagrada Escritura, mediante la cual Dios quiere enseñarnos su providencia, lo que difícilmente se conseguiría si toda la historia sagrada se resolviera en dudas.

 

Por tanto debemos juzgar que el autor sagrado habla en nombre propio, a no ser que se pruebe sólidamente lo contrario (D 1979; EB 160).

 

En 2 Par 5,9; 8,8, se dan copias de documentos, porque aquello «hasta el día presente» no era ya verdadero en el tiempo de la redacción del libro, pero estas son citaciones explícitas más bien que implícitas, porque el autor sagrado frecuentemente cita las fuentes.

 

187. D. La solución por la apariencia sensible en los hechos astronómicos, no puede aducirse en orden a la historia, aunque sí puede valer sobre las cosas físicas. En efecto, por todos se admite, también por los astrónomos, un modo de hablar de las cosas astronómicas según la apariencia sensible. Así se habla de «sol elevado, saliente...» sobre estrellas «fijas, de primera y segunda magnitud...»; y no por eso hay quien diga que esos astrónomos se equivocan, porque la Física es la ciencia de los fenómenos. Pero la historia no es de los fenómenos que aparecen constante­mente y de los que hablan los hombres según las apariencias, sino que versa sobre los hechos que han sucedido, y según han sucedido.

 

No vale tampoco invocar las palabras de León XIII en la Encíclica «Providen­tissimus» (D 1947-1949; EB 121-123), que si se leen atentamente, no se insinúa un modo semejante de interpretar la historia, según las apariencias, sino un modo semejante de refutar a los adversarios de la verdad histórica. Véase también la interpretación auténtica de Benedicto XV («Spiritus Paraclitus»: D 2187; EB 455-458) y de Pío XII («Divino a f f lante» : EB 539).

 

188. E. En la investigación de los géneros literarios de Oriente se abre ciertamente un amplio campo. Y es absolutamente necesario investigar en qué género literario ha sido escrito un libro o una perícopa, para que de este modo pueda deducirse la genuina mente del escritor. Pues de una manera se entienden las cosas dichas en alegoría o en parábola (v.gr. Jdt 9,8-15), o en un canto épico (v.gr. Sal 103); y de otra, en cambio, en la narración histórica.

 

Desde luego todos los géneros literarios pueden conciliarse con la inspiración, a no ser aquellos que por su naturaleza sean inmorales (como tenemos algunos en la poesía clásica), o tiendan a ello o induzcan a error.

 

Así el mito, entendido como fábula religiosa falsa, v.gr. personificando las cosas naturales, (la fecundidad de la tierra, etc.) como entes divinos, no es un género literario compatible con la inspiración; sin embargo el mito citado en la sagrada Escritura, o meramente expresado como ornamento literario, se podrá admitir en cuanto tal, es decir, en cuanto meramente citado, o puramente metafórico.

 

También podrán admitirse narraciones ficticias, con tal que puedan conocerse en cuanto tales, y que a las palabras de la narración no se adscriba necesariamente una verdad histórica en sentido propio. Así se da el modo de hablar alegórico, como en el Cantar de los Cantares, que es un poema alegórico que describe el amor y la unión mística entre Yahvé y su pueblo; y es cierto que se encuentran en la Escritura diversos géneros literarios, ya poéticos, ya didácticos, ya narrativos en donde la fábula se mezcla con la narración (Jdt 9,8-15).

 

«Pues a los libros de la sagrada Escritura no les es ajena ninguna de aquellas maneras de escribir de las que entre los antiguos, principalmente orientales, el lenguaje humano solía usar para expresar una sentencia, con la condición sin embargo, de que el género de hablar empleado no repugne de ningún modo a la santidad y a la verdad de Dios, como ya advirtió con su característica agudeza el mismo Doctor Angélico con estas palabras: «En la Escritura se nos transmiten las cosas divinas al modo que utilizan los hombres» («Divino afflante»: EB 559; D 2294).

 

«En cuanto a lo que se ha recibido en las sagradas Escrituras procedente de las narraciones populares, de ningún modo debe equipararse con las mitologías o con otras obras de esta índole, que más bien proceden de la imaginación exaltada que del interés por la verdad y por la sencillez que resplandece en las sagradas Escrituras del Antiguo Testamento y se debe decir que nuestros hagiógrafos sobresalen y superan con toda evidencia a los antiguos escritores profanos («Humani generis»: D 2330; EB 618).

 

189. El criterio para conocer el género literario será la forma externa que suelen usar los hombres en el correspondiente género literario, a no ser que se pruebe sólidamente otra cosa; y además también servirá de criterio la tradición de la Iglesia, si puede afirmarse alguna universal (cf. nn.250-262). El Cantar de los Cantares consta tanto por sus caracteres internos, como por la tradición, que es un poema alegórico. Desdeciría sin embargo de Dios el que algún libro, que según su forma externa ha sido considerado universalmente histórico durante siglos, al fin no contuviera sino narraciones ficticias.

 

La palabra de Dios se acomoda «por condescendencia» (cf. n.191,9), a diversos géneros literarios. En estos géneros literarios diversos, se expresa la psicología nacional y el tiempo en que vivió el hagiógrafo; por tanto habrá que tener en cuenta estas circunstancias para determinar el género y para deducir la sentencia; igualmente habrá que tener en cuenta el fin que pretende.

 

Por tanto, puede decirse rectamente: que todo lo que afirma el autor inspirado es verdadero en el sentido que él mismo quiere afirmar. Por tanto se plantea frecuentemente la cuestión de cómo conocer el sentido en que quiere afirmar algo; lo cual se discernirá principalmente por el género literario.

 

190. Por tanto, como conclusión, hay gran necesidad del estudio de los géneros literarios antiguos para que pueda darse la interpretación recta y cierta de muchos lugares de la Escritura.

 

191. Objeciones. 1. Se dan en la Escritura errores astronómicos: v.gr. Gen 1,16 (el sol y la luna dos luminarias grandes); Mt 24,29 (las estrellas caerán del cielo); Jos 10,13 (el sol y la luna se pararon)...

 

Respuesta. Todas estas cosas miran a la apariencia sensible, lo que basta para la verdad de estos juicios; y hablando así no se expresa ningún error.

 

2. Se dan errores sobre historia natural y cosmografía: Ley 11,19 (el murciélago se encuentra entre las aves); Job 26,11 (se tambalean las columnas del cielo); Job 37,18 (la bóveda del cielo sólida como espejo de metal fundido); Sal 135,6 (se dice que el orbe está afirmado sobre las aguas); Mt 13,32; Mc 4,31 (se dice que el grano de mostaza es la más pequeña entre las semillas).

 

Respuesta. En estas cosas no hay errores, porque la significación de la palabra y del sentido del juicio ha de sacarse de sus circunstancias; por otra parte, aquí los autores sagrados no pretenden una terminología científica, sino que han hablado con arreglo a la opinión popular, como frecuentemente solemos hablar, no siempre filosóficamente o con sutileza científica; o hablan en el lenguaje poético. Y en este modo de hablar no se encuentra ningún error. Y aunque los coetáneos a causa de los prejuicios, o de las falsas ideas del tiempo, hubieran pensado internamente con error sobre estas cosas, sin embargo tal error no se expresa objetivamente en los libros sagrados.

 

3. En Lc 2,33 a José se le llama padre de él (de Cristo).

 

Respuesta. Padre, según se creía, como dice el mismo Lc 3,23.

 

4. Los que llamados por José entraron en Egipto, fueron según Hch 7,14 setenta y cinco, y según Gen 46,27 todos fueron setenta. Por tanto, una u otra sentencia de la Escritura es falsa.

 

Respuesta. 1) Esteban al decir esto sigue la lección de los LXX, que tiene setenta y cinco, mientras que la Vulgata lee setenta. Por tanto, una de las dos lecturas es falsa, concedo; se trata aquí de una doble sentencia original discrepante, niego.

 

2) San Esteban en esto (y en otros puntos de su discurso) pudo errar subjetivamente, o hablando de manera retórica expresó algo con menos exactitud: esto puede pasar (pues, aunque lleno del Espíritu Santo, no se aprueban explícitamente todas las cosas que dice en este discurso; y generalmente los exegetas católicos admiten la posibilidad de estas frases menos exactas). Pero de ningún modo se da error en la consignación de este error por San Lucas. Cf. lo que de esto dice San Jerónimo (en la objeción 14).

 

5. En Mt 27,9s se refieren como de Jeremías unas palabras que no están en este profeta.

 

Respuesta. 1) Quizá en el autógrafo no era Jeremías, sino Zacarías, en donde realmente se encuentran.

 

2) Las palabras alegadas por San Mateo se encuentran en Zac 11,12ss, en donde Zacarías realmente representaba el tipo del Señor acerca del valor en que fue estimado; y las palabras de Jeremías, que tratan sobre el campo del alfarero.. .(18,2; 19,1.11; 32,6s), son añadidas por San Mateo, según el modo primitivo de citas las Escrituras. El Evangelista por tanto utiliza términos sagrados en los que Dios había previsto y pretendido algún tipo de lo hecho por Cristo o en conexión con El.

 

6. Según San Agustín y León XIII («Providentissimus»: D 1947; EB 212), el Espíritu de Dios, que hablaba por los escritores sagrados, no quiso enseñar a los hombres lo que no les serviría de nada para su salvación. Es así que la historia profana, no religiosa, nada aprovecha para la salvación, luego no es objeto del magisterio divino por medio de la Escritura.

 

Distingo la mayor. San Agustín y León XIII, en los lugares indicados, el Espíritu de Dios no quiso «enseñar a los hombres esas cosas (a saber, la interior constitu­ción de las cosas visibles) que nada aprovechan para la salvación», concedo la mayor; no quiso enseñar lo que se refiere a la historia profana, niego la mayor.

 

7. Pero según León XIII, el hagiógrafo al hablar de cosas físicas «se ha atenido a lo que aparece sensiblemente lo cual ciertamente «será útil trasladarlo a disciplinas semejantes, principalmente a la historia» («Providentissimus»: D 1947-1949; EB 121-123). Por tanto, la historia profana en la Biblia puede tener solamente una apariencia de verdad.

 

Respuesta. Según León XIII, la frase «será útil trasladar a las disciplinas semejantes principalmente a la historia, a saber, rechazando de manera semejante las falacias de los adversarios, y defendiendo de sus impugnaciones la fe histórica de la sagrada Escritura», concedo; como si la historia, que trata de la verdad (no de los fenómenos, como lo hace la física), pudiera tener alguna verdad meramente aparente, niego.

 

8. Así como hay defectos en las palabras y en la forma externa de la Escritura, a los que se extiende la inspiración, defectos que deben atribuirse ciertamente a la debilidad del instrumento empleado; así puede haber defectos de verdad en las sentencias que sirven como revestimiento del núcleo religioso que pretende enseñarse.

 

Inspirador sobre ellas, pertenecen a la parte material del libro, la cual admite defectos que deben atribuirse a la capacidad deficiente del instrumento empleado por Dios; en cambio las sentencias, incluso las que sirven de revestimiento a la verdad principal, pertenecen a la parte formal del libro, y deben tener la verdad propia de cada género literario; pues todo autor responde de todas las sentencias del libro. Por tanto repugna que la palabra de Dios escrita admita errores, aunque admita defectos literarios.

 

9. Dios tiene en la Biblia condescendencia, según San Juan Crisóstomo («Divino afflante»: EB 559; D 2294). Por tanto no es extraño que también quisiera usar leyendas populares, no críticas, para componer los libros sagrados.

 

Distingo el antecedente. Dios tiene condescendencia con el error, niego el antecedente; excluido todo error, en cuanto que en su revelación a los hombres usa de antropomorfismos, teofanías, figuras retóricas y tropos del lenguaje, y habla según las cosas se presentan a los sentidos en materia física, concedo el antecedente. Esta condescendencia tiene lugar con relación al estilo y al modo de hablar, pero no respecto a un cierto abuso de las leyendas populares, en las que las cosas falsas se mezclarían con las verdaderas sin ningún criterio posible.

 

10. Los Padres para defender la inerrancia de la Escritura no tuvieron dificultades tan grandes como las que tenemos nosotros. Luego no vale su testimonio sobre la inerrancia de la Escritura.

 

Respuesta. Los Padres tuvieron sus propias dificultades, y grandes; pero nunca las resolvieron diciendo que algo es falso; ni condescendieron con elucubraciones aún no probadas debidamente. Además el testimonio de los Padres nos impone obligación no en las interpretaciones científicas que dieron, sino en su modo de conducirse respecto de la Escritura, como palabra de Dios de autoridad absoluta.

 

Tal vez alguien insista. Lo que no pertenece a la fe y a las costumbres, como es la historia profana, no es objeto del magisterio de la Iglesia, y por tanto tampoco de los Padres. Por consiguiente la historia profana de la Biblia no es objeto del magisterio eclesiástico y del de los Padres.

 

Distingo el antecedente. Lo que no pertenece a la fe y a las costumbres no es objeto al menos indirecto del magisterio eclesiástico, niego el antecedente, en cuanto que si se exponen torcidamente podrían oponerse al dogma, y por tanto la Iglesia tiene el derecho de excluir falsas interpretaciones (cf. n.239-242); ahora bien, estas cosas no son objeto directo del magisterio de la Iglesia, subdistingo: esas cosas conforme se narran consideradas materialmente, puede pasar; esas cosas tomadas formalmente en cuanto tienen la forma de la inspiración y son objeto de ella, niego. Los Padres y el magisterio de la Iglesia pueden atestiguar que los hechos narrados, aunque profanos, son inspirados; y en cuanto tales, son objeto del magisterio de la Iglesia y de los Padres, que atestiguan que la inspiración cae sobre esas sentencias, o sea que son palabra de Dios.

 

12. Según San Jerónimo, hay contradicciones insolubles en la Biblia: «Cuando leí este problema, comencé a agitarme en mi interior en silencio, y recorriendo el Génesis y el Éxodo encontré los lugares donde está escrito lo que parece plantear problemas. Al principio estimaba, comparando lo espiritual con lo espiritual, que eran cosas insolubles, como también muchas otras».

 

Respuesta. Se dan en la Biblia sentencias objetivamente contradictorias, y dificultades insolubles, niego; se dan según San Jerónimo dificultades subjetivamente y para algún hombre insolubles, concedo.

 

13. El mismo San Jerónimo dice: «No llamaron (los setenta) profeta a Ananías, para que no pareciera que llamaban profeta al que no lo era; como si no se dijeran en las sagradas Escrituras muchas cosas según la opinión del tiempo en que se refiere que ocurrieron y no según lo que contenía la verdad real».

 

Respuesta. San Jerónimo no enuncia aquí un principio general, sino que en un caso particular explica por qué Ananías no es llamado profeta.

 

14. El mismo San Jerónimo: «Pero hay que observar generalmente esto, que donde quiera que los santos apóstoles, o los varones apostólicos, hablan a los pueblos, abusan mucho de estos testimonios, que ya habían sido divulgados entre las gentes».

 

Respuesta. San Jerónimo habla del discurso de San Esteban en Hch 7,14, en donde se dice que setenta y cinco personas entraron en Egipto; porque Esteban y Lucas emplearon (según la interpretación de San Jerónimo) la lección de la divulgada versión de los LXX. El término «abusan» equivale simplemente a «usan».

 

15. De nuevo dice San Jerónimo: «Es prolijo recorrer todas las gestas de los Jueces; y toda la leyenda de Sansón».

 

Respuesta. Esta palabra leyenda tiene una doble acepción, y puede en verdad ser usada para designar historia verdadera, según la mente de San Jerónimo mismo. En efecto, oigamos cómo San Jerónimo en este mismo texto prosigue: »Voy a hablar de los libros de los Reyes, cuando en el tiempo de la recolección, por las oraciones de Samuel, de repente comenzó a caer la lluvia del cielo y aparecieron las aguas de los manantiales y corrieron las de los ríos; y David fue ungido como rey; y Natán y Gad profetizaron misterios; cuando Elías fue arrebatado en un carro de fuego, y Eliseo el de las dos partes del espíritu de Elías, estando muerto resucitó a un muerto. Todo estos y los demás hechos que han sido escritos, y si alguno no creyese en todos ellos, no podría creer en el Dios de los Santos...».


[1] Y esto lo hacen algunos movidos de una animosidad hostil y sin un juicio suficientemente equilibrado; los cuales se fían de los libros profanos y de los documentos antiguos, como si no pudiera darse en ellos ni siquiera sospecha alguna de error; en cambio a los libros de la sagrada Escritura les deniegan la misma confianza, no teniendo otro pretendido apoyo que una hipotética apariencia de error, y esto sin que se haya contrastado honradamente («Providentissimus»: EB 123). En efecto, durante largo tiempo y encarnizadamente, han sido lanzadas contra la Escritura »muchas invectivas de todo género de teorías; y tales invectivas, como hueras que eran, han quedado en la actualidad totalmente desfasadas y anticuadas; así mismo no pocas teorías interpretativas fueron propuestas en otro tiempo acerca de ciertos textos de la Escritura (que no pertenecen propiamente a la fe y a las costumbres) en las que posteriormente una investigación más aguda y perspicaz ha dado con una solución más acertada y recta. A saber, el paso del tiempo se encarga de triturar las invenciones que no son sino el resultado de meras opiniones; en cambio la verdad permanece en pie con vigor y fortaleza de eternidad (3 Esd 4,38).-» («Providentissimus»: EB 131; y «Divino Af flante»: EB 562-566).