Articulo IV
DE LA NATURALEZA DE LA INSPIRACIÓN

 

75. Después de que consta el hecho de la inspiración, a saber, que Dios es el autor de los libros sagrados, y después de conocer qué libros son tales en realidad (art. I-III), pasamos ya a examinar más íntimamente la naturaleza misma de la inspiración.

 

Ahora bien, se trata de la inspiración sobre todo en cuanto que es recibida en el hombre, puesto que de la inspiración según existe en Dios debe decirse lo que podemos decir acerca de la naturaleza de las acciones de Dios ad extra (cf. De Revelatione, n.48).

 

76. LA INSPIRACIÓN ES UN CARISMA EXTRAORDINARIO. a) es ciertamente un carisma: a saber, es un don sobrenatural de la gracia (que por consiguiente nadie puede exigirlo o merecerlo) y que pertenece al orden de la gracia gratis datae, a saber, la que es otorgada en primer término para el bien de la comunidad.

 

b) Y en verdad es un carisma extraordinario: 1) porque existe no como un hábito permanente, sino a manera de acto; pues no es otorgada siempre, según consta por la historia. 2) Requiere también una especial moción de Dios; pues solamente con el concurso natural de Dios o con la ayuda ordinaria de las gracias cualquier escritor humano vendría a ser el autor principal del libro y Dios no sería el autor por antonomasia.

 

c) Este carisma se reduce al don profético; puesto que Dios habla por los profetas a los hombres. La diferencia respecto a la profecía se da por parte del término (se trata de escritura, no de expresión hablada); y además porque para profetizar en sentido estricto, o sea para hablar en nombre e Dios, se requiere la revelación; en cambio no se requiere para la inspiración, según se verá claro por lo que vamos a decir después.

 

77. En los siguientes párrafos vamos a tratar el tema de forma que rechazaremos en primer término las explicaciones falsas acerca de la naturaleza de la inspiración, explicaciones que pecan por defecto; y después propondremos la explicación verdadera acerca de ella y de sus constitutivos; por lo cual en último término aparecerá la falsedad de aquellas explicaciones que pecan por exceso, a saber, las explicaciones que requieren el éxtasis o la revelación, o la conciencia de la inspiración.

 

EXPLICACIONES FALSAS POR DEFECTO

 

TESIS 3. La inspiración de los libros sagrados no debe explicarse por la aprobación consiguiente de ellos (I), «ni solamente por el hecho de que contengan la revelación sin error» (II).

 

Parte primera

 

78. Los adversarios son los defensores del sistema de la aprobación consiguiente:

 

EL P. LEONARDO LESSIO, S.I. (1554-1623), profesor de Lovaina, admitió la posibilidad (no el hecho) de que algún libro escrito con trabajo humano, venga a resultar escritura sagrada, si el Espíritu Santo testifica después públicamente que no hay en él nada falso; no obstante, este autor entiende que podría suceder esto, si el libro es escrito ex instinctu divino (por inspiración divina).

 

He aquí sus palabras: «si alguna obra piadosa y saludable compuesta con industria humana por instinto divino, fuera aprobada como totalmente verdadera en todas sus partes por el testimonio público del Espíritu Santo, tal obra tendría autoridad tan infalible como la sagrada Escritura, y con razón se llamaría Escritura sagrada y palabra de Dios. Pues es de la misma autoridad una carta dictada por el rey que la que ha sido escrita por él. Este modo, aunque juzgo que de hecho no se encuentra en ningún libro de la Escritura canónica, sin embargo pienso que no es imposible».

 

SANTIAGO BONFRERE, S.I (1573-1642), profesor Duacense en Bélgica, enseñó que puede concebirse el que el Espíritu Santo esté con los escritores sagrado de tres maneras, a saber, «antecedenter (de forma antecedente), concomitanter (de forma concomitante) y consequenter (de forma consiguiente); todos estos tres modos parece que son suficientes, a fin de que algo sea Escritura sagrada y palabra de Dios». Y después explica qué entiende por modo consiguiente: «El Espíritu Santo podría estar de forma consiguiente, si algo hubiera sido escrito por algún escritor con espíritu humano, sin la ayuda ni la dirección ni la asistencia del Espíritu Santo, pero que posteriormente el Espíritu Santo testimoniara que todo lo que había sido escrito en ese libro era verdad. Aunque no piense que el Espíritu Santo haya utilizado alguna vez este tercer modo en los libros que tenemos de la sagrada Escritura, sin embargo nada impide en absoluto el poderlo utilizar, y que incluso lo haya utilizado en alguna ocasión... Se refiere por consiguiente a la cuestión de derecho, o sea acerca de la posibilidad, no a la cuestión de hecho.

 

DANIEL HANEBERG († 1876), profesor de Munich hacia la mitad del siglo XIX, se expresa de otro modo: trata la cuestión de hecho, y afirmó que es suficiente para la inspiración la aprobación consiguiente en cuanto a los relatos o libros empírico-históricos; y que la Iglesia los aprobó así recibiéndolos en el canon. Es rechazado por el Concilio Vaticano I, y después se retractó en su sentencia.

 

79. La doctrina de la Iglesia en contra de esta teoría, se halla expresamen­te en el Concilio Vaticano 1 (D 1787), puesto que el Concilio requiere para la inspiración el influjo positivo de Dios que inspira y que hace el libro y dice que no es suficiente la mera aprobación de la Iglesia. Sin embargo la declaración no va directamente en contra de la doctrina de Lessio y de Bonfrere, que se refiere a la cuestión de derecho, y que habla de la aprobación del Espíritu Santo; por lo tanto no puede sostenerse la doctrina misma de Bonfrere y de Lessio.

 

El valor teológico de la tesis se deduce fácilmente de esta declaración del Concilio como doctrina católica; en efecto las palabras del Concilio Vaticano I, se refieren inmediatamente a la aprobación de la Iglesia, en cambio las palabras de la tesis tienen un valor más general.

 

80. Prueba. La sola aprobación consiguiente no hace que alguien sea autor simplemente o escritor de algún libro; así como cuando un obispo aprueba algún libro, no por ello es su autor. De donde Dios no sería en este caso el autor o escritor de los libros sagrados: los libros tendrían ciertamente autoridad divina, pero no origen divino.

 

81. TAL VEZ DIGA ALGUNO. 1) Una encíclica o una carta pastoral redactada por un teólogo, o bien una escritura compuesta por un notario, llegan a ser respectivamente palabra del pontífice o del obispo o del rey después de la aprobación subsiguiente, y todos las consideran así y hablan de este modo.

 

Respuesta. Téngase en cuenta que tales documentos en tanto llegan a ser palabra del papa o de un obispo o del rey, en cuanto que revisten la autoridad pontificia, episcopal o real, pero no bajo la razón de la composición, la cual es la que se cuestiona; pues para esto se requiere el que dichos documentos sean escritos por mandato del pontífice, del obispo o del rey, y con plena dependencia de su dirección.

 

Tal vez SE INSISTA 2): También las palabras puramente humanas, los dichos de Arato y de Epimenes (Hch 17,28: porque somos también de su linaje; Tit 1,12: los cretenses son siempre mentirosos), han venido a ser palabras de Dios, por la aprobación consiguiente de Dios hecha por los hagiógrafos. Respuesta. Estas palabras después de la aprobación de los hagiógrafos han venido a ser palabras de Dios a manera de cita y en cuanto citas; sin embargo permanecen siendo palabras de hombres. Después de la aprobación son en verdad infaliblemente verdaderas y Dios atestigua esto; pero no por ello fueron dichas por Dios (cf. n.106,4; 123s).

 

Parte segunda

 

82. Los adversarios son los defensores del sistema de una mera asistencia.

 

JUAN JAHN, profesor vienés (t 1816) enseñó que la inspiración consistía en la asistencia divina en virtud de la cual no habría errores en la composición (inspiración concomitante); y que por ello el vocablo «inspiración», al significar un influjo positivo no indica adecuadamente la función meramente negativa en que consiste esta divina asistencia.

 

RICARDO SIMON (1638-1712), quería hacer consistir la inspiración en «la dirección» del Espíritu Santo, a fin de que los escritores sagrados no cayeran en errores. Sin embargo no explica claramente en qué consiste esta dirección.

 

83. Doctrina de la Iglesia. Las palabras de la tesis son extraídas del Concilio Vaticano 1(D 1787), donde se rechaza la enseñanza de Juan Jahn, cuando se aduce la razón de por qué la Iglesia tiene los libros de la Escritura como sagrados y canónicos.

 

Consta por esto el valor teológico de la tesis, a saber, que es doctrina definida y debe ser sostenida.

                                                                                                           

84. Prueba. Nadie viene a ser autor del libro por el solo hecho de corregir e errores, como lo hace un censor, o simplemente por evitar los errores de algún e libro mientras otro es el que escribe. Luego Dios, si hiciera sólo esto, no por ello sería el autor de los libros sagrados, ni la sagrada Escritura sería palabra de Dios.                           

 

Dios, con la mera asistencia a los hagiógrafos a fin de que no cometan error, obraría como en la infalibilidad de la Iglesia, cuando ésta procede a una definición dogmática; ahora bien, en este caso Dios no es autor de la definición, sino la Iglesia, pues tampoco tales definiciones de los Concilios o de los Romanos Pontífices, han sido consideradas jamás como inspiradas o como que tienen a Dios por autor.     

 

DE LOS CONSTITUTIVOS DE LA INSPIRACIÓN

 

TESIS 4. La inspiración en los hagiógrafos consiste: a) en la ilustración sobrenatural del entendimiento en orden a concebir rectamente las ideas y la índole esencial del libro; b) en la moción de la voluntad a fin de escribir todo y sólo aquello que Dios quiere que sea escrito; c) en la asistencia divina para llevar a término adecuadamente la obra.

 

85. Así como antes, procediendo de una forma negativa, hemos rechazado las sentencias falsas por defecto acerca de la naturaleza de la inspiración, así ahora de un modo ya positivo, queremos ver en qué consiste la inspiración, según es recibida en el hombre. Ahora bien, no preguntamos cómo pudo ser la inspiración, sino cómo es de hecho en base a las fuentes de la revelación.

 

No procederemos con un método meramente filosófico en virtud del solo análisis del concepto de autor en abstracto, o de instrumento, o por la mera analogía de la causa principal y la causa instrumental; ni de un modo simplemente empírico por el solo examen del texto sagrado (lo cual no sería suficiente): sino en conjunto en base a los documentos conocidos por la revelación y teniendo en cuenta los datos ciertos de la filosofía.

 

86. Los adversarios lógicamente son los defensores de los falsos sistemas que hemos mencionado en la tesis anterior.

 

87. Doctrina de la Iglesia. LEÓN XIII en la Encíclica «Providentissimus» exponía nuestra doctrina de este modo: «[el Espíritu Santo] de tal modo excitó y movió El mismo con su virtud sobrenatural a los hagiógrafos a escribir, de tal modo asistió a éstos mientras escribían, que concibieron rectamente en su mente todo y sólo aquello que El mismo mandaba, y quisieron escribir esto con fidelidad y lo expresaron adecuadamente con verdad infalible: [y se añade la razón] si no hubiera sido así, no sería El mismo el autor de toda la sagrada Escritura» (D 1952; EB 125).

 

Así mismo BENEDICTO XV en la Encíclica «Spiritus Paraclitus», dice: «Y si queremos saber también de qué modo debe entenderse esta virtud y esta acción de Dios, como causa principal, sobre el hagiógrafo, se puede ver que entre las palabras de San Jerónimo y la doctrina católica común acerca de la inspiración, no hay ninguna diferencia en absoluto, ya que él sostiene que Dios al conferir la gracia, ilumina de antemano la mente del escritor por lo que concierne a la verdad, para que la proponga a los hombres; mueve además la voluntad e impulsa a escribir; y por fin lo asiste peculiar y continuamente, hasta que concluya el libro» (EB 448).

 

88. El valor teológico de la tesis consta por los párrafos precedentes: La tesis es no sólo común y cierta, sino que también debe ser sostenida con asentimiento religioso interno, puesto que es doctrina del Pontífice que nos ha sido impuesta. «Y no silenciaremos - decía León XIII al General de los Franciscanos - que Nos mismo por la Encíclica «Providentissimus Deus» hemos enseñado expresamente qué piensa y qué quiere la Iglesia acerca de esto [a saber respecto al juicio sano y prudente que demanda la sagrada Escritura de los que se dedican al estudio de la misma]. Y no le está permitido a ningún católico el no hacer caso de los mandatos y los documentos del Sumo Pontífice» (EB 128).

 

Además, puesto que esta doctrina es enseñada en toda la Iglesia católica, y sin embargo no ha sido definida, puede decirse con Benedicto XV (anteriormente n.87) que es doctrina católica.

 

89. Prueba. Por los datos conocidos por la revelación, sabemos que Dios es el autor principal del libro sagrado, y que el hombre es autor verdadero pero como instrumento (en verdad racional) en la acción sobrenatural de Dios.

 

Ahora bien, para que alguien sea autor de un libro se requiere, a) que conciba rectamente las ideas que van a ser escritas y la índole esencial del libro; b) que quiera escribir todo esto; c) que de hecho lleve a cabo rectamente dicha obra.

 

Luego para que se verifique el concepto de Dios autor, es necesario que Dios, de su infinito tesoro de ideas, determine las ideas que deben ser escritas y la índole esencial del libro, y al mismo tiempo quiera y lleve a término la composición misma de estas ideas en la forma esencial establecida. Así mismo para que se verifique el concepto de hombre autor racional al escribir el libro, es necesario que conciba las ideas y la índole esencial del libro, y quiera escribir, y de hecho lleve a término la obra.

 

Ahora bien, estas acciones de Dios como causa principal, y estas acciones del hombre como causa instrumental, concurren simultáneamente en orden a producir el mismo libro dotado de un don sobrenatural. Luego es necesario que Dios con su influjo sobrenatural y positivo subordine a El, eleve y aplique todas las facultades del hagiógrafo que son necesarias para escribir el libro. En efecto, esto es propio de la causa principal respecto de la causa instrumental.

 

Luego Dios por la inspiración debe con su virtud sobrenatural, a) iluminar el entendimiento del hagiógrafo, en orden a que conciba rectamente todo lo que quiere que sea escrito, a saber a fin de escribir rectamente las ideas y la índole esencial del libro (sin la cual no se da tal libro); b) debe impulsar y mover la voluntad en el orden a escribir todo aquello, y todo aquello que El mismo ordene; c) y debe asistir para que de hecho se exprese todo acertadamente con verdad infalible.

 

De este modo Dios y el hombre deben influir simultáneamente en lo que concierne a la realización del libro. En este caso según sabemos, todo el efecto procede de la causa principal, y todo él procede de la causa instrumental, si bien bajo distintas formalidades. Por consiguiente el libro proviene simultáneamente de Dios y es divino, y del hombre y es humano, y a causa de esta variedad del instrumento empleado se explican las variedades en la forma misma de los libros.

 

90. Podemos investigar ulteriormente sobre cada uno de los elementos constitutivos de la inspiración.

 

1) Influjo de Dios en el trabajo del entendimiento del hagiógrafo.

 

Fácilmente consta que para escribir un libro se requiere el trabajo del entendimiento y su aplicación a ese libro. Se pregunta por otra parte, para qué actos se requiere la ilustración sobrenatural.

 

Sin duda, para las ideas o juicios del libro, esto es para las sentencias o verdades que se afirman en él. Pues éste es un capítulo importantísimo en cualquier libro.

 

Además para los elementos que constituyen la razón esencial o formal del libro, a saber, aquellos sin los cuales el libro no es tal cual lo pretende el autor; los otros pertenecerían a la razón accidental o material del libro. Por tanto, el elemento esencial es el fin que se pretende en el libro y la disposición interna de las cosas en general. «Per accidens», por el fin que se pretendería (v.gr. estilístico, estético), el estilo o la forma externa podría pertenecer a lo esencial.

 

91. INFLUJO PARA LOS JUICIOS TEÓRICOS O ESPECULATIVOS Y PARA LOS JUICIOS PRÁCTICOS. De lo anterior consta que el hagiógrafo debe concebir los juicios teóricos o especulativos que Dios quiere comunicar a los hombres, a saber, qué debe decirse y con qué grado de certeza. Entonces se da la «iluminación» o ilustración sobrenatural del entendimiento, por la que éste se eleva, si es menester, para percibir lo divino, a saber, si el hombre no conoce aún las cosas que debe decir. Pero si ya conoció naturalmente las cosas que debe decir (v.gr. San Lucas, las cosas investigadas por propia industria antes de escribir el evangelio), entonces es elevado el entendimiento con la luz divina, para juzgar «según la certeza de la verdad divina aquellas cosas que pueden conocerse con la razón humana».

 

Además, para escribir el libro, debe ser determinado el entendimiento en orden a los juicios prácticos: hay que escribir esto. Ahora bien, esta determinación debe ser interna y procedente de Dios, para que él mismo produzca en el hombre estos juicios con virtud sobrenatural. No basta por tanto, una determinación meramente externa por incitación de los hombres. Sino que el influjo de Dios en estos juicios se entiende que es o inmediato, es decir, elevando la misma virtud intelectual, o mediante un juicio teórico ya elevado. Pero siempre el influjo es interno.

 

Podemos preguntarnos si este influjo de Dios en el entendimiento debe hacerse necesariamente mediante un nuevo influjo inmediato y sobrenatural en orden a escribir los juicios, ya porque estos juicios o ideas se comuniquen de nuevo, ya porque el hagiógrafo (si ya los tiene) juzgue de ellos según la certeza de la verdad divina, a saber, con un concurso sobrenatural; o si basta que estos juicios, que Dios quiere que se escriban, el hagiógrafo los piense por cualesquiera otros medios, en virtud de cierta voluntad absoluta y eficaz de Dios, (o predefinición formal como se estudia en el Tratado de Gracia). Esta última hipótesis es semejante a la que (n.96) decimos después sobre la moción de la voluntad, que podemos concebir que proviene de súplicas externas de los hombres o por otros medios, si se da la voluntad absoluta de Dios (no sólo por la mera providencia ordinaria) para que estas súplicas o medios obtengan su efecto.

 

Por tanto en esta hipótesis, Dios haría ciertamente algo mediante lo cual El influiría en los juicios del hagiógrafo, no de un modo común sino de un modo sobrenatural y por una providencia sobrenatural, en razón del fin sobrenatural que se pretende, aunque no necesariamente mediante un influjo entitativo sobrenatural. Por tanto la sobrenaturalidad de este influjo permanecería en el entendimiento. Juzgamos sin embargo, que con el influjo interno sobrenatural en el entendimiento se está más en la línea de los documentos de la Iglesia (cf. Spiritus Paraclitus, en las palabras citadas antes, n.87,... gracia conferida...; y Providentissimus, ibid: con virtud sobrenatural... impulsó, asistió, para que concibieran rectamente en su inteligencia). Parece igualmente que se atiende mejor al modo como los autores comúnmente entendieron estas palabras, y al sentido en que parece que fueron proferidas.

 

92. SOBRE SI ES SUFICIENTE LA ILUSTRACIÓN PARA LOS JUICIOS PRACTICOS PESCH, DORSCH y otros dicen que basta la ilustración sobrenatural para los juicios prácticos, sin que haya precedido una ilustración sobrenatural directa para los juicios teóricos, porque - dicen - en el acto ordinario del juicio práctico ilustrado por Dios, es decir cuando el hagiógrafo juzga sobrenaturalmente sobre alguna cosa como que debe ser escrita, se incluye un juicio teórico sobre la verdad de la cosa a escribir y repugna absolutamente que Dios ilustre sobrenaturalmente esos juicios si fuesen falsas las cosas que se iban a escribir; por otra parte, la percepción de las cosas no es de esencia de la inspiración (cf. n.94).

 

Se oponen BEA y muchos otros, L.BILLOT, M.LLAGRANGE, H.LUSSEAU, A.MERK, E.MANGENOT..., cuya opinión parece más probable. En efecto conna­turalmente los juicios teóricos (sobre la verdad, la sublimidad de las sentencias...) son previos y determinan ellos mismos psicológicamente los juicios prácticos (sobre la utilidad o necesidad de lo que hay que escribir). Por tanto es menester también que aquéllos sean ilustrados sobrenaturalmente por Dios. De otro modo los juicios teóricos o ideas, lo que es importantísimo en un libro, seguirían siendo juicios meramente humanos, aunque posteriormente los confirmara Dios implícitamente en los juicios prácticos, sin embargo no serían juicios divinos. Tampoco entonces, como parece, se vería suficientemente claro, cómo Dios ilustraba a los hagiógrafos con su virtud sobrenatural para que concibieran rectamente en su inteligencia lo que quería que se escribiera.

 

93. INFLUJO EN ORDEN A LA FORMA EXTERNA. Puesto que un libro no existe sin una forma externa determinada, es necesario que Dios mueva a la elección de la forma externa y a aquella actividad mental con la cual se hace la forma externa del libro, de tal modo que se expresen adecuada e infaliblemente las sentencias que Dios quiere comunicar. Sin embargo, salvo esta aptitud, puede dejarse a la actividad propia del hagiógrafo la determinación de cada uno de los elementos literarios (cf. n.128s).

 

S.TROMP distingue explícitamente entre juicios especulativos críticos y otros juicios aprobatorios: con los juicios teóricos, de los cuales tratamos en el punto 91, se resuelve la concepción del libro en cuanto a las cosas; con los juicios aprobatorios, después de elegida la expresión externa, se afirma la conformidad y la conveniencia entre la concepción interna y la expresión verbal. Ambos juicios son sobrenaturales, y de ambos necesita el autor instrumental para su inspiración.

 

94. Corolarios. De lo dicho acerca de la naturaleza de este influjo de Dios en el entendimiento del hagiógrafo, sacamos las siguientes consecuencias:

 

a) La percepción de las cosas en la mente del hagiógrafo de parte de Dios, no es necesaria para la inspiración bíblica, al contrario que para la revelación; pues Dios puede seguir siendo autor de las ideas que el hombre conoció o investigó por su propio esfuerzo, con tal que después ilustre sobrenaturalmente el entendimiento de éste para que juzgue sobre las ideas.

 

Por tanto, para la inspiración no se requiere revelación ni infusión de las especies.

 

Así en algunos libros inspirados, los hagiógrafos dicen que ellos se esforzaron por investigar las cosas y su verdad (v.gr. Lc 1,1ss; 2 Mac 2,24-32) o dicen que cuentan lo que vieron (Jn 19,35; 1 Jn 1,1-3). Por tanto los autores sagrados para redactar un libro, pudieron usar de otras fuentes incluso profanas (cf. Prov 30,1; 31,1) y nosotros podemos investigar estas fuentes (cf. sobre las fuentes del Pentateuco, D 1999; sobre las fuentes de Marcos y de Lucas, D 2162; sobre las fuentes de los Hechos, D 2170).

 

b) A causa de esta ilustración sobrenatural en la mente del hagiógrafo, la sagrada Escritura no tiene errores y tiene una excelencia singular (v.gr. sobriedad, sublimidad de doctrina...) y autores de formación o de cultura tosca dicen incluso enseñanzas sublimes. También los autores sagrados de un modo admirable juzgan y disciernen rectamente lo verdadero de lo falso en los sistemas filosóficos (v.gr. el Logos de San Juan), o religiosos (v.gr. los misterios de San Pablo).

 

Además en virtud de este influjo divino, la Escritura tiene un sentido más pleno del que el hagiógrafo explícita y claramente entendió y pretendió; un sentido que no debe determinarse con criterios literarios solamente (cf. sobre el sentido pleno, n.218-220).

 

2) Influjo de Dios en la voluntad del hagiógrafo

 

95. Se requiere ciertamente que Dios, autor principal, induzca al hagiógrafo a escribir; pues no bastaría la mera comunicación de ideas o la coordinación de juicios y de pensamientos por un influjo en el entendimiento. De esta manera Dios sería el autor de las ideas, pero no del libro; porque no basta para que uno sea el autor de un libro tener ideas, sino que es necesario querer manifestarlas externamen­te, y que de hecho las manifieste mediante el libro.

 

Por tanto, se da en el hagiógrafo una verdadera moción de la voluntad por parte de Dios. De esta moción por lo demás hay constancia por 2 Pe 1,21: Porque nunca profecía alguna ha sido proferida por voluntad humana, sino que hombres movidos por el Espíritu Santo, han hablado de parte de Dios.

 

Y esta moción con su virtud no solamente es necesaria para empezar, sino que se requiere de hecho para los libros que deben escribirse, y es necesaria para continuar y llevar a término la obra.

 

Esta moción, además, debe ser tal que el hagiógrafo no quite ni añada nada a lo que Dios quiere que se comunique. Si quita, ya no se verifica íntegro el pensamiento divino sobre el libro. Si añade, ya no es Dios, sino el hombre el autor de la parte añadida. Por tanto, la moción es para comunicar todo y sólo aquello que Dios quiere que se comunique. No es pues una moción vaga y general, sino determinada.

 

96. SOBRE EL MODO COMO DIOS MUEVE. Para que pueda decirse que Dios es en verdad la causa principal, se requiere una moción suya para escribir infaliblemente eficaz, o sea, procedente de la voluntad absoluta Dios (que, como es sabido, no quita necesariamente la libertad del hombre), pues si se tratara de una moción, según la voluntad ordinaria de Dios, entonces podría decirse que Dios es el autor de muchas y de todas las cosas buenas que de hecho se hacen; pero aquí se le llama autor por antonomasia.

 

Presupuesto esto, la moción de la voluntad en el hagiógrafo puede concebirse que es meramente interna (ya sea por influjo físico inmediato en la voluntad, ya por influjo mediato moral, por obra del pensamiento interno); o puede concebirse que es externa y moral (por medio de los ángeles, las oraciones, las palabras de otros...). A saber, si Dios por una providencia especial dirige estos medios para que el hagiógrafo se mueva a escribir.

 

Según algunos, se requiere un influjo positivo y sobrenatural de Dios por la moción física e inmediata sobre la voluntad del hagiógrafo; pues así nos atenemos. más clara y obviamente a los documentos de la Iglesia (supra n.87), que hablan de impulso y moción en la voluntad del hagiógrafo por Dios en la inspiración. En cambio el influjo meramente mediato o externo que mueve la voluntad por obra del pensamiento, no haría tan claramente que el hagiógrafo se determinara a escribir como instrumento de Dios, sino que parecería que se determinaba por sí mismo.

 

97. Otros opinan que basta la moción mediata de Dios, ya interna ya también por medios externos (órdenes, cosas que impulsan, oraciones.) con tal que Dios quiera absolutamente que se obtenga el efecto de la moción, y si de este modo no se obtuviera, estaría dispuesto a proporcionar otro modo hasta que se consiguiera el efecto de mover la voluntad del hombre. Pero si no se añadiera esta voluntad absoluta de Dios ciertamente no bastaría para que se dijera que Dios es el autor, ni siquiera el mandato mismo de escribir, porque tal influjo moral, meramente externo, no quita que el hombre siga siendo causa principal del libro.

 

Y si con mayor probabilidad exigimos la moción física e inmediata en la voluntad, no por eso negamos los influjos externos o morales que pueden existir, de los cuales da testimonio la historia (cf. v.gr. De Revelatione, n.279-282), o de los que los mismos autores sagrados hablan (mandato de escribir por parte de Dios; v.gr Jer 30,2; 36,2-.).

 

98. SOBRE SI SE REQUIERE EL EXTASIS O SE IMPIDE LA LIBERTAD EN LA INSPIRACIÓN. Los montanistas y TERTULIANO y antes el judío FILON, requerían una pérdida de la mente y una alienación de los sentidos, o éxtasis, para la inspiración; esto desde luego se desprende acertadamente que no es necesario por las palabras de los autores sagrados, puesto que éstos hablan de su propio trabajo al escribir, o de la plena posesión de sus facultades o del mérito de su trabajo (Lc 1,3; 2a. Mac 2,24-32; Rom 15,15-17; 2 Cor 7,8-12; 13,10...).                                                                          

 

También los Padres, al tratar en contra de los montanistas, rechazaban esta alienación y éxtasis.

 

Así mismo, por la explicación antes dada, sobre esta moción de la voluntad, aparece que la voluntad no se impide necesariamente. Y de hecho convenía y conviene que los profetas y los hagiógrafos profeticen o escriban libremente, como instrumentos racionales que son. Con razón pues, se rechaza comúnmente y con certeza la inspiración «adivinatoria» propia de las sibilas, etc.

 

Ahora bien, esta moción de Dios para la inspiración se concibe de distintos modos al igual que las mociones de la gracia actual en las diversas teorías: unos, según su parecer, la reciben como premoniciones que determinan físicamente, otros en cambio, derivan su eficacia de la conexión infalible de la moción de Dios con el efecto a obtener, conocida en virtud de la ciencia media.

 

3) Influjo de Dios en la ejecución del libro

 

99. La necesidad de este influjo consta ya por el hecho de que no se dice que nadie sea autor de un libro sin la composición actual y ejecución de dicho libro. Con un influjo solamente precedente, Dios sería autor de los juicios en cuanto concebidos por el hagiógrafo, no en cuanto escritos por éste.

 

Esta asistencia divina se requiere a fin de que el trabajo humano no omita ni añada nada, y para que no exprese con palabras inadecuadas los conceptos divinos; porque el hombre incluso iluminado y movido inicialmente, puede engañarse y fallar en cuanto que es instrumento que lleva a cabo la obra.

 

Por tanto en la ejecución del libro: a) las facultades ejecutivas psicológicas y fisiológicas del hagiógrafo participan del influjo sobrenatural de Dios en el entendimiento y en la voluntad del hagiógrafo, en cuanto que dichas facultades están sujetas al movimiento de la voluntad y están subordinadas a las leyes psicológicas. Por ello no parece necesario el admitir un influjo realmente distinto del influjo precedente en el entendimiento y en la voluntad, sino que parece suficiente el influjo que redunda espontáneamente el influjo precedente. Esto por una parte.

 

b) Y por otra parte Dios asiste a fin de que los autores no se aparten del camino recto (asistencia negativa). El influjo positivo de Dios será necesario, si no procedieran ordenadamente las causas segundas instrumentales. Porque si proceden rectamente se juzga que Dios cuida suficientemente de la ejecución del libro a causa de su voluntad absoluta por la que quiere que exista tal libro.

 

100. SI EL HAGIOGRAFO UTILIZA SECRETARIO para la forma externa del libro (v.gr. San Pablo en la carta a los Hebreos) entonces la inspiración alcanza también a los actos intelectuales del secretario, que concurre a escribir el libro. Pues el término de la inspiración es el libro escrito, y la inspiración influye por tanto en todos aquellos elementos que concurren a componer el libro. Está claro que este influjo en el secretario es por causa del autor primario y en dependencia de él.

 

Pero si el hagiógrafo utiliza amanuense (Jer 36; Rom 16,22), del que usa solamente para la escritura material, no es necesario afirmar un auxilio peculiar de Dios para la escritura material; sino que bastará la asistencia divina prestada al hagiógrafo, con la cual podrá vigilar este trabajo de los amanuenses. Pues la misma escritura material del libro no pertenece necesariamente al autor mismo, ni eso menester afirmar para esto una peculiar intervención de Dios (cf. n.146, objeción 2).

        

101. Escolio 1. ACERCA DE SI LOS HAGIOGRAFOS FUERON SIEMPRE CONSCIENTES DE SU INSPIRACIÓN. Por el modo de concebir el triple influjo divino para la inspiración del que hemos tratado, parece que este influjo es semejante al influjo de la gracia actual. Ahora bien, así como la gracia saludable no es de ordinario un dato inmediato de la conciencia, así la naturaleza sobrenatural y extraordinaria de los actos de inspiración no parece caer necesariamente en la conciencia.                              

 

Además por el modo de hablar de los autores sagrados, no consta que ellos

hayan sido siempre conscientes de su inspiración al escribir.                                  

 

Tampoco se une necesariamente con la inspiración la revelación, con anterioridad a su escritura, de las cosas que había que decir: ni fue necesario que se le revelara concomitantemente al hagiógrafo que él escribía en virtud de una  moción divina. Ahora bien, puesto que la inspiración de los libros sagrados es un  hecho perteneciente a la fe, fue ciertamente necesario que los maestros de la fe,  los apóstoles, conocieran al menos con posterioridad este acto y nos lo enseñaran.                                       

 

102. Tal vez se alegará, 1) La acción de Dios en el entendimiento del hagiógrafo, o da un nuevo conocimiento de las cosas que se reciben de Dios, o da certeza sobre las cosas que ya se conocen naturalmente. Ahora bien, en ambos casos se da una mutación interna del sujeto; luego la acción de Dios en el entendimiento del hagiógrafo debe ser conocida por éste.

 

Respuesta. Si se da un nuevo conocimiento de las cosas y éste se recibe por revelación de Dios, entonces ciertamente se da conciencia de esta acción de Dios que habla. Pero si el hagiógrafo solamente juzga según la luz divina, y así adquiere la certeza de las cosas que conoce naturalmente, se da ciertamente una mutación interna del sujeto que ahora juzga sobrenaturalmente y forma para sí un juicio sobrenatural, pero no se requiere que sea conocido por él en cuanto tal.

 

Tal vez se insista, 2) Si este acto del entendimiento del hagiógrafo se conduce así en la inspiración, es un acto sobrenatural. Ahora bien, el acto sobrenatural se comporta de distinta manera que el acto meramente humano; luego debe ser conocido como sobrenatural por el hagiógrafo.

 

Distingo la menor. El acto sobrenatural se comporta ontológicamente, de otro modo que el acto meramente humano, concedo la menor; se comporta de otra manera psicológicamente, es decir, según aparece en la conciencia, subdistingo: según aparece en la conciencia mediata y por reflexión posterior acerca de ellos, pase; según aparece en la conciencia inmediata y concomitante, de nuevo subdistingo: y ese acto debe necesariamente conocerse como sobrenatural, niego; alguna vez puede conocerse inmediatamente como tal, como pueden conocerse en los dones místicos, concedo.

 

3) Según San Pedro (2 Pe 1,21) la profecía (y la inspiración) no ha sido jamás proferida por humana voluntad. Por tanto, lo ha sido por la voluntad divina impuesta por Dios en el hagiógrafo. Por consiguiente el hagiógrafo debe conocer  tal imposición de la voluntad divina.

                                                                           

Distingo el primer consiguiente: la inspiración ha sido infundida por la voluntad divina impuesta por Dios de forma coactiva, niego el consiguiente; impuesta en cuanto que tiene voluntad positiva de que el autor escriba, subdistingo: de tal modo que esta voluntad de Dios en él deba necesariamente ser conocida inmediatamente por el hagiógrafo, niego; de tal modo que pueda ser conocida como otras acciones de Dios y de su gracia en nosotros, concedo.

 

103. Escolio 2. EN QUE DIFIEREN LA INSPIRACIÓN Y LA REVELACIÓN. La revelación es la palabra hablada de Dios. La inspiración es la acción de Dios agente principal de la escritura de un libro. En la revelación se da conciencia de un hecho, de que Dios habla; en la inspiración no se da necesariamente tal conciencia.

 

Ahora bien, la inspiración se da para manifestar aquellas cosas que Dios quiere comunicarnos; luego mediante la inspiración los libros sagrados contienen palabras de Dios y sentencias de Dios. Estas sentencias serán objetivamente una revelación divina mediata para nosotros, si nos consta - como ciertamente consta, por medio de algún legado divino (Jesucristo, los apóstoles) que ha recibido la revelación inmediata - que Dios ha escrito para nosotros dichos escritos y las sentencias contenidas en los mismos.

 

104. Escolio 3. RELACIÓN ENTRE LA INSPIRACIÓN Y LAS DEFINICIONES DE LA IGLESIA. En las definiciones de la Iglesia, la autora de ellas es la Iglesia misma. En la inspiración Dios es el autor de los libros. En las definiciones no se requiere una intervención positiva de Dios, si las cosas proceden bien. En la inspiración ciertamente se requiere un influjo positivo de Dios, al menos sobre el entendimiento y la voluntad.