Articulo II

SOBRE LOS CRITERIOS DE LA INSPIRACIÓN

 

43. Cuando ya consta que existen algunos libros inspirados, a saber, que tienen a Dios por autor, se presenta la cuestión de qué libros gozan de tan gran privilegio, y con qué criterio pueden discernirse.

 

TESIS 2. El criterio universal para discernir los libros inspirados que deben ser creídos con fe católica, es el Magisterio auténtico y tradicional de la Iglesia apoyado en la Divina Revelación sobre esta materia.

 

44. Nociones. POR CRITERIO UNIVERSAL se entiende ahora el que puede servir para reconocer todos los libros inspirados; criterio que tiene que ser válido para todos los hombres en general, de tal modo que éstos puedan discernir con certeza todos los libros inspirados. Se contrapone a los criterios particulares que podrían servir para algunos libros (v.gr. el testimonio de la sagrada Escritura) o para algunos hombres (v.gr. el testimonio interno del Espíritu Santo).

 

Hay que observar que se busca un criterio universal, tal que pueda engendrar fe divina y católica mediante la cual se crea la inspiración de estos libros. Pues la inspiración de los libros sagrados y canónicos es un hecho perteneciente a la fe divina y católica (cf. n.19-23) que supone la divina revelación.

 

Esta divina revelación es criterio mediato y último para discernir los libros inspirados. En este criterio se apoya el Magisterio auténtico de la Iglesia cuando transmite la tradición recibida: este magisterio auténtico y tradicional de la Iglesia constituye el criterio inmediato y próximo.

 

45. Los adversarios son: Los protestantes, que rechazada la tradición de la Iglesia, se veían obligados a recurrir a otros criterios.

 

A) Así los más antiguos apelaban: 1) A criterios principalmente internos, como JUAN GERARDO (muerto en 1637);

 

2) o al ministerio profético o apostólico del autor, como MARTIN CHEMNITZ;

 

3) o al testimonio de la sagrada Escritura misma, la cual pretenden que sea el único criterio de verdad revelado;

 

4) o lo tomaban de la investigación histórica científica, para el origen del canon;

 

5) o recurrían al testimonio interno de Dios, así principalmente CALVINO.

 

6) LUTERO quiere que el criterio se tome de la intensidad «con que se predica a Cristo», según su doctrina acerca de la justificación por la sola fe, y por tanto, según Lutero, no puede llamarse inspirada la epístola de Santiago en la que se dice: la fe, si no tiene obras, está realmente muerta (Sant 2,17).

 

B) Los protestantes posteriores, (a saber: los ortodoxos no liberales, que ya no se ocupan de esta cuestión) añaden a la luz interna como criterio principal, otros criterios subsidiarios, sean internos o externos.

 

46. Doctrina de la Iglesia. La práctica de la Iglesia fue tal, que ya desde el principio reivindicó para sí el derecho a determinar qué libros son los inspirados; y esto: a) cuando designaba los libros que debían ser leídos en las reuniones eclesiásticas, y b) en los catálogos confeccionados poco a poco por la autoridad eclesiástica sobre los libros que debían ser leídos públicamente y divulgados: los otros se consideraban secretos o «apócrifos».

 

Finalmente la Iglesia avanzó hacia definiciones dogmáticas sobre la colección o canon de los libros sagrados. Y así encontramos el canon de DAMASO (del Sínodo Romano, año 382; D 84); igualmente la epístola de San INOCENCIO I a Exuperio, Obispo de Tortosa (año 405; D 96; EB 21ss); asimismo el decreto de GELASIO (año 495; D 162; EB 26s); el decreto para los jacobitas en el Concilio Florentino (año 1441; D 706; EB 47-49); las definiciones del Concilio Tridentino (D 784; EB 57-60) y del Concilio Vaticano 1 (D 1809; EB 77).

 

Consúltese también el Fragmento Muratoriano (EB 1-7; R 268); el Concilio de Laodicea hacia el año 360 (EB 11-13); el Concilio de Hipona (año 393; EB 16­20); el Concilio de Cartago (111) (año 397; D 92; y año 419; EB 19).

 

Ahora bien, la Iglesia decidía esto, no precisamente estableciendo una investigación científica, sino consultando la tradición de los antepasados, es decir, «porque así recibimos de los Padres lo que había que leer en la Iglesia» (Concilio de Hipona: EB 20).

 

47. El valor teológico de la tesis se deduce de esta doctrina y de la práctica de la Iglesia. Pues por el hecho de que ella decide por sí misma los libros que hay que leer como inspirados, está diciendo en la práctica que ella misma es el criterio para conocer esto. Sin embargo, en nuestra tesis queremos además mostrar que este criterio es universal, es decir válido para todos los hombres y para todos los libros; y también que este criterio del Magisterio se basa en el divino testimonio obtenido por la revelación. Por tanto la tesis, puesto que se presenta como una conclusión de la práctica y de las definiciones de la Iglesia sobre el canon, es al menos teológicamente cierta. Decimos al menos, o sea, a no ser que alguien afirme que la tesis se encuentra implícitamente en las definiciones mismas de la Iglesia sobre el canon.

 

48. Se prueba. 1. RECHAZANDO COMO INSUFICIENTES LOS CRITERIOS PROPUESTOS POR LOS ADVERSARIOS. 1) Los caracteres internos extraídos de la índole del libro (que se encuentran en él vaticinios, milagros, doctrina sublime...) pueden también encontrarse en otros libros (por ejemplo en las epístolas de San Ignacio), o pueden conseguirse por la sola revelación. Además tales caracteres internos, sublimes en alto grado, pueden faltar en algunos libros inspirados, o reconocerse en éstos con mayor dificultad, v.gr. en la carta a Filemón (como ahora podemos afirmar con todo derecho la inspiración de tal epístola, según la doctrina de la Iglesia después del tratado sobre el Magisterio de la Iglesia, en el presente tratado dogmático).

 

Además los juicios sobre la sublimidad de algún libro, son muy subjetivos e indeterminados.

 

49. 2) El ministerio profético y apostólico del autor no basta para discernir un libro inspirado canónico. Pues hay escritos inspirados que no son de los apóstoles (Mc, Lc, Hch); y es probable que existieron epístolas de los apóstoles que no tenían autoridad canónica (cf. sobre las epístolas perdidas: 1ª Cor 5,9; y véase después el n.56).

 

Si este criterio fuera verdadero, los apóstoles o los profetas habrían estado inspirados siempre que escribieron de asuntos religiosos. Ahora bien, por más que los profetas en el acto de profetizar, o los apóstoles en el acto de predicar hayan tenido una inspiración o infalibilidad en orden a hablar, no por eso se prueba que ellos hayan tenido siempre inspiración en orden a escribir, o que ellos no hayan podido escribir sobre temas religiosos sin haber sido inspirados.

 

50 N.B. Del apostolado como criterio de inspiración. Algunos autores católicos (como Zarb, Lagrange) consideran el apostolado como criterio de inspiración.

 

Se pregunta en qué sentido puede admitirse esto. Hay que conceder en verdad que los libros inspirados canónicos no pudieron surgir después de la muerte de los apóstoles (ya que la revelación pública se cerró con la muerte del último apóstol, y los libros inspirados entregados a la custodia de la Iglesia pertenecen a la revelación pública). Hay que conceder también que los apóstoles manifestaron qué libros estaban inspirados (puesto que esta revelación era de gran importancia); ahora bien, los apóstoles para saber esto necesitaron de la revelación o ilustración del Espíritu Santo: lo cual lo defiende el criterio establecido en la tesis.

 

Y si los autores primitivos recurren a veces al origen apostólico de los libros sagrados, se hace esto por las circunstancias, en orden a probar la legítima tradición y autoridad de estos libros; no porque la razón formal de argumentar en favor del carácter sagrado de los libros sea la conexión necesaria de la inspiración con el ministerio apostólico.

 

51. 3) El testimonio de la sagrada Escritura sobre el hecho de la inspiración de los libros, puede servir para algunos libros, pero no es criterio universal.

 

Por el testimonio de Cristo y de los apóstoles, consta en general de la inspiración del Antiguo Testamento, puesto que lo citan bajo la fórmula «scriptum est». Pero no se tienen citas en el Nuevo Testamento de todos los libros del Antiguo, de tal modo que conste así su inspiración en virtud de la misma sagrada Escritura; y tampoco eran bastante claras las opiniones de los judíos sobre la extensión del canon.

 

Según el testimonio de San Pedro (2 Pe 3,15s), las epístolas de San Pablo se equiparan a las demás Escrituras, sin que conste por ello cuántas son estas epístolas ni cuáles.

 

Acerca de la inspiración del Apocalipsis, consta por el testimonio del autor que expresa el mandato de escribir por parte de Dios (cap. 1 y 2), y que llama a su libro profecía, es decir, libro inspirado (22,7.9s) y amenaza con la ira de Dios a todo el que añadiere o quitare algo a las palabras de esta profecía (22,18s); esta amenaza no sería proporcionada si el autor fuese puramente humano.

 

52. 4) La investigación científico-histórica para la formación del canon no puede ser criterio universal; porque no sería accesible a todos los hombres en general, sino solamente a unos pocos cultos. Y hasta los protestantes mismos conocen que por este camino no se llega a la plena certeza. Hubo en verdad libros no admitidos en algunas regiones (cf. después la historia del canon n.57ss) que finalmente fueron considerados canónicos por decisión de la Iglesia: por tanto, surge de nuevo la cuestión de por qué la Iglesia tiene semejante autoridad y de qué criterio cierto y estable hace uso. Y si la Iglesia dispone la investigación histórica, esto no lo hace meramente bajo el aspecto científico, sino bajo el aspecto de estudio de una materia transmitida por tradición.

 

5) El testimonio interno del Espíritu Santo aunque alguna vez pueda ser suficiente para el que lo posee, sin embargo no es el medio ordinario, y se expone mucho a ilusiones subjetivas, como consta por las discordias de los protestantes.

 

6) El criterio de Lutero es gratuito, y se apoya en un falso supuesto, a saber: el de la justificación por la sola fe.

 

53. 7) ¿Puede bastar el testimonio del mismo hagiógrafo? Téngase en atenta: a) que esta es una cuestión "de iure" acerca de la posibilidad y nosotros estudiamos en esta tesis la cuestión de hecho: cuál es de hecho el criterio universal.

 

b) Téngase también en cuenta que el hagiógrafo no tiene necesariamente conciencia de su inspiración (cf. n.101s) y si la tiene él mismo tendrá certeza; pero esto no basta para que los demás admitan esto con certeza, principalmente porque podría temerse ilusión o error en la afirmación de la inspiración propia. Debería apelar al milagro, el cual sería ciertamente un criterio para los presentes, pero no para toda la Iglesia y para el futuro, a no ser que se agregara una tradición moralmente cierta.

 

Pero ni siquiera entonces bastaría esto sólo, bajo un aspecto puramente humano, para creer la inspiración de los libros con fe divina, porque debería constar acerca del testimonio de Dios sobre estos libros, y este testimonio se tendría por medio de la revelación y tendría que transmitírsenos mediante un argumento cierto. Ahora bien, este argumento cierto que de hecho se da, es el magisterio tradicional e infalible que transmite la revelación de Dios.

 

Así concluimos que ningún criterio de los propuestos y de los posibles, que se presentan y que antes han sido examinados, puede bastar para creer con fe divina y católica la inspiración de los libros que están contenido en el canon.

 

Por esto el criterio universal para conocer con fe divina y católica los libros inspirados únicamente puede ser el testimonio formal de Dios dado a los apóstoles y transmitido por éstos a la Iglesia, y propuesto a nosotros por el magisterio auténtico de la Iglesia que mantiene esta tradición.

 

54. Se prueba. 2. POSITIVAMENTE CONSIDERANDO EL HECHO MISMO DE LA INSPIRACIÓN. Si la inspiración se considera activamente en Dios, es una acción sobrenatural de Dios, que por tanto no puede conocerse en virtud de un estudio puramente natural o de un orden meramente natural, sino que se necesita el testimonio de Dios mismo. Este testimonio de Dios, por otra parte, no se manifiesta necesariamente mediante un milagro, si se considera terminativamente la inspiración en el libro, o pasivamente en el hagiógrafo, porque no aparece necesariamente el efecto sobrenatural en virtud del solo examen del libro y del hagiógrafo. Por consiguiente, para que la fe divina pudiera imponerse habría necesidad de una revelación divina o de un testimonio formal de Dios mismo.

 

La inspiración por tanto, debió darse a conocer por una revelación formal divina; la cual para que fuese pública e impusiera a todos la fe divina, debió hacerse por medio de legados de Dios ( Jesucristo, los apóstoles, la Iglesia) y debió conservarse y explicarse por el auténtico y tradicional magisterio de la Iglesia.

 

55. Se prueba. 3. ATENDIENDO A LA DOCTRINA DE LOS PADRES, porque se consideran inspirados algunos escritos en vez de otros. A saber, porque éstos y solamente éstos han sido transmitidos para este uso.

 

Esto resplandeció ciertamente en el modo como los Padres examinaban la autenticidad de los evangelios (véase en el tratado de la Revelación 1.2) recurrieron a tradiciones seguras para admitir que debían ser transmitidos.

 

Y en general óiganse las palabras de San CIRILO DE JERUSALÉN: «Lee los 22 libros de estas (escrituras), y no tengas nada en común con los apócrifos. Medita y maneja con atención solamente éstos que leemos también en la Iglesia con una confianza segura. Los apóstoles y los antiguos obispos rectores de la Iglesia, los cuales nos los transmitieron, eran mucho más prudentes y más religiosos que tú ...». Igualmente San AGUSTÍN: «Sobre los apócrifos este adversario propuso en verdad testimonios de que fueron consignados por escrito bajo los nombres de los apóstoles Andrés y Juan. Si estos libros fuesen de ellos habrían sido aceptados por la Iglesia que desde los tiempos de aquéllos persevera hasta los nuestros, y hasta los tiempos venideros a través de las sucesiones certísimas de los obispos».

 

Véase también lo que diremos después en la Historia del canon (n.63ss) y los autores que, como Bea n. 115-121, exponen esta doctrina de los Padres por las diversas iglesias.

 

56. Escolio. 1. ACERCA DE SI HA PODIDO DESAPARECER ALGÚN LIBRO INSPIRADO. El asunto es oscuro, y en esto no están de acuerdo los doctores. Tampoco la Iglesia ha definido nada.

 

Parece que debe decirse: 1) Si el libro inspirado no ha sido canónico, es decir, entregado a la custodia de la Iglesia: probablemente pudo perecer, porque es probable que existieran epístolas inspiradas perdidas, v.gr. otra epístola a los Corintios, además de la primera y segunda, como dice San PABLO: «Os escribí en la carta que no os relacionarais con los impuros (1 Cor 5,9), y también otra a la iglesia de Laodicea en la que San Pablo dice en la carta a los Colosenses: Y cuando hayáis leído esta epístola haced también que sea leída en la Iglesia de Laodicea, y la (que recibiréis) de Laodicea leedla también vosotros (Col 4,16). Pero esto no es cierto, porque también los autores griegos niegan la existencia de la tercera epístola a los Corintios, y las palabras os he escrito en la epístola hacen referencia a la misma epístola respecto a lo precedente (5,2) sobre el incestuoso. Igualmente la carta a los laodicenses la entienden otros como alguna de nuestras epístolas canónicas, la cual o pudo ser escrita desde la ciudad de Laodicea, o se leería al modo de una encíclica, y también debería ser enviada por los laodicenses a los de Colosas, o finalmente quizá pueda entenderse como una carta escrita por los mismos de Laodicea.

 

2) Si el libro inspirado fue entregado a la custodia de la iglesia, la existencia misma del libro y las verdades contenidas en él eran verdades pertenecientes al depósito de la revelación, y aunque puedan perderse verdades de menos importancia (p. ej., números, cronología, nombres profanos o puramente científicos en el Antiguo Testamento), por la finalidad temporal que había en la revelación de estas cosas, (cf. 121 Obj.23) no obstante esto parece que puede admitirse con mayor dificultad respecto a un libro entero. Sin embargo Franzelin opina de otra manera.

 

2. COMO HA CONOCIDO LA IGLESIA LA REVELACIÓN DE LOS LIBROS INSPIRADOS. El asunto también es oscuro y los argumentos no parecen suficientes y apodícticos respecto al conocimiento del modo (no al hecho) acerca de esta revelación.

 

Puesto que la inspiración de las Escrituras y el canon de las mismas pertenecen a la revelación pública y ésta se cerró con el último apóstol, podemos pensar que los apóstoles, al menos los últimos hicieron una manifestación explícita, tanto acerca de la inspiración de las Escrituras, cuanto de los escritos en concreto, en los que Dios quería hablar así públicamente por la Iglesia. Otros coherentemen­te con su opinión sobre el apostolado como criterio de inspiración, piensan que el canon de las Escrituras fue revelado implícitamente por los apóstoles. En efecto, del hecho de que el ministerio apostólico, como en otro tiempo el ministerio profético, en cuanto tal, llevaba consigo la inspiración para profetizar o para predicar y escribir sobre temas religiosos, por eso ya se conocía - dicen - qué libros eran inspirados, a saber: los que habían nacido o habían de nacer de los apóstoles, ejerciendo su ministerio propio, o de hombres que escribían bajo su dirección. Pero los argumentos que se dan no parece que alcancen conclusiones apodícticas. Cf. lo que decimos arriba, n.49s.

 

Articulo III
SUMARIO DE LA HISTORIA DEL CANON

 

De acuerdo con los criterios de la inspiración, se trata sobre el canon de los libros sagrados y su historia.

 

57. Nociones. CANON significa lo mismo que caña, regla. Y así se habla v.gr. del canon de la fe, es decir, de la regla o norma de la fe. En sentido derivado canon de libros sagrados indica la colección de libros sagrados o el catálogo de ellos en el que se determina y se regula cuáles son los libros confiados a la Iglesia y la regla de la verdad inspirada.

 

Reciben el nombre de LIBROS PROTOCANÓNICOS aquéllos de cuya canonicidad no se ha dudado en ninguna Iglesia, a saber: nunca en ninguna parte se ha dudado de ellos. En otro caso se llaman DEUTEROCANÓNICOS, a saber, aquéllos de cuya inspiración alguna vez o en algún lugar se ha dudado.

 

Estos libros deuterocanónicos son los siguientes: En el Antiguo Testamento Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, Primero y Segundo de los Macabeos, algunos fragmentos de Ester (en la Vulgata 10,4-16,24) como otros de Daniel (3,24-90; 13; 14). En el Nuevo Testamento las epístolas siguientes: Hebreos, Santiago, 2 Pedro, 2 y 3 de Juan, Judas, y además el Apocalipsis.

 

LIBROS APÓCRIFOS son aquellos que son semejantes ciertamente a los libros inspirados por su argumento o por su título, pero que no ha querido aceptar la Iglesia. Por tanto debían permanecer secretos (apócrifos), no ser divulgados ni publicarse. Los protestantes llaman a estos libros pseudoepígrafos y el nombre de apócrifos lo reservan para los deuterocanónicos.

 

58. Prenotandos. Si queremos ahora confeccionar la historia del canon cristiano de los libros sagrados, ciertamente no podemos esperar que los Padres apostólicos empleen ya este vocablo de "canon", o que presenten el concepto explícito del mismo. Pues la enumeración formal de los libros sagrados, o sea el canon, fue hecha más bien después de que surgieron los libros que debían se excluidos del canon, o después de que comenzaran a propalarse errores acerca de este tema. Así no será extraño el que algún hereje, Marción (hacia el año 140), estableciera el primer canon expreso, ciertamente a su capricho, al cual la autoridad eclesiástica debió oponer después el canon propio (cf. n.70).

 

De este modo hallaremos, con ocasión de dudas y discusiones, las definiciones de la Iglesia acerca de la colección o canon de los libros sagrados, las cuales hemos indicado anteriormente en el n.46.

 

Ahora bien, la Iglesia al dar estas definiciones ciertamente no declaró sagrados los libros que antes no hubiesen sido tales, como si innovase algo; sino que declaró explícitamente la fe que ya antes había sido transmitida.

 

Y así como se habla en general del desarrollo del dogma, tuvo lugar la mutación o desarrollo en tanto en cuanto que sucedió un conocimiento más claro a uno menos claro y en cuanto que se dio de un modo más solemne la proposición explícita de esto.

 

Y a fin de explicar las diferencias y dudas en algunas iglesias particulares acerca de este tema, téngase en cuenta que la estructura de la Iglesia universal en los primeros siglos había sido tal que no podían tomarse medidas respecto a todas las cosas, y ser gobernadas éstas con rapidez por el único Romano Pontífice del modo como hoy se hace. Además tampoco fueron conocidos y difundidos en todas partes todos los libros del Nuevo Testamento con la misma celeridad.

 

Del canon del Antiguo Testamento

 

59. A. En los judíos. El catálogo de los libros sagrados del Antiguo Testamento no se encuentra antes de Jesucristo, sin embargo hay pruebas de que existieron colecciones auténticas de que estos libros eran reconocidos como sagrados.

 

Así la colección en cuanto a la Ley está indicada en Deut 31,9-13.24-26; Jos 24,26; 1 Re 10,25; 4 Re 23,1-3; 2 Par 34,29-32; Neh 8,8s.

 

En cuanto a los escritos posteriores, hay signos que indican el cuidado de los judíos de reunir y conservar los libros que ahora forman el Antiguo Testamento, en Prov 25,1; 2 Par 29,30; Dan 9,2; 2 Mac 2,13s; Eclo 47,1ls.17s; 49,13-15; y en el prólogo de este libro escrito por el nieto de Jesús hijo de Sirach.

 

Y en verdad estos libros eran considerados como libros sagrados. Lo cual consta ya desde el principio acerca de la Ley, por el modo como se expresan los testimonios anteriormente aducidos acerca de ella; de forma semejante consta también respecto a los escritos cualesquiera que sean, de los que se hace mención en Jos 24,26 y en Re 10,25 (cf. también Deut 34,9; 1 Re 8,9s).

 

Esto mismo se admite con razón de otros libros, y nominalmente de los Profetas y los Salmos (cf. n.25 y Dan 9,2; después 2 Mac 2,13, puesto en relación con 1 Mac 12,9).

 

Por consiguiente ya antes del destierro de Babilonia existía la colección de los libros sagrados.

 

60. La colección hecha en tiempos de Esdras y de Nehemías (CANON DE ESDRAS) estuvo en uso en Palestina y se le llama CANON PALESTINENSE. Y este canon fue cerrado y definido después, en el Concilio de los judíos celebrado en Jamia (hacia el año 100 después de Jesucristo). Este canon carece de los libros deuterocanónicos, lo cual está ciertamente de acuerdo con la menor estima de la versión de los LXX, y con la oposición creciente en contra de los cristianos, los cuales usaban de dicha versión (cf. n.62s).

 

Nada tiene de extraño que al comenzar la era cristiana, ciertos judíos reconozcan solamente algunos libros (los protocanónicos). Y así Flavio Josefo dice que ellos tienen «solamente 22 libros, que abarcan la historia de todo tiempo, los cuales se cree con toda razón que son divinos. De entre éstos, cinco son ciertamen­te de Moisés, los cuales contienen las leyes, y la serie de hechos llevados a cabo desde la creación del linaje humano hasta la muerte de él mismo... Y desde la muerte de Moisés hasta el imperio de Artajerjes, que reinó después de Jerjes sobre los persas (esto es, hasta los tiempos de Esdras), los profetas que sucedieron a Moisés abarcaron las cosas llevadas a cabo en su época en trece libros; y los cuatro restantes presentan los himnos de alabanza a Dios y preceptos muy útiles para la vida de los hombres. Por otra parte desde el tiempo de Artajerjes hasta nuestros días se han escrito ciertamente cada uno de los hechos; sin embargo, dice Flavio Josefo, que de ninguna manera han merecido tanto crédito y autoridad como aquellos libros anteriores, porque ha sido menos explorada la sucesión de los profetas...».

 

61. En el Talmud babilónico (siglos II y III) se enumeran los libros sagrados, cuyo origen se prolonga igualmente hasta los tiempos de Esdras.

 

Y en el libro apócrifo (4 Esd 14,42-47) se dice que Esdras dictó noventa y cuatro libros (así según las versiones orientales) de los cuales los setenta últimos debían guardarse para los sabios; en cambio los primeros que habían sido escritos -por tanto 24 libros-, debían exponerse a la luz pública a fin de que fueran leídos por dignos e indignos. Parece que estos libros son los 24 libros que aparecen en las ediciones hebreas de la sagrada Escritura.

 

A base de lo anterior Elías Levita (t 1549) y otros dicen que el canon de los libros canónicos quedó terminado y cerrado en tiempo de Esdras por Esdras mismo, (o bien por él juntamente con sus compañeros). Así piensan también los protestantes ortodoxos, los cuales admiten solamente este canon palestinense. Y parece que se da la razón de que, al faltar los profetas (cf. 1 Mac 4,46; 14,41), faltó el instrumento de la aprobación divina.

 

62. CANON ALEJANDRINO. Otros oponen a este canon palestinense, el canon alejandrino formado por los judíos alejandrinos. Este canon ciertamente contiene otros libros sagrados (deuterocanónicos). Y con razón, pues no puede afirmarse que no haya nacido ningún otro libro inspirado después de Esdras.

 

En efecto, algunos han sido reconocidos, no sólo por los judíos helenistas o alejandrinos y por la Iglesia, sino también por los mismos judíos palestinos, que en alguna ocasión reconocieron como canónicos: Baruc y fragmentos de Daniel y Ester, 1 de los Macabeos, Eclesiástico, Sabiduría, Tobías y Judit.

 

Tampoco hay una razón sólida para dudar que en el tiempo de la traducción de los LXX estaba en el canon Baruc y que igualmente, entonces los judíos hacían uso de los libros de Judit y de Tobías. También los fragmentos de Daniel estaban desde el principio en el libro.

 

En cuanto a los libros más recientes (Eclesiástico, Sabiduría, 1 y 2 Macabeos) parece que existieron dudas, principalmente porque el ministerio profético había cesado, pero no se probará que Dios no pueda emplear otros instrumentos, fuera de los profetas, para dar confirmación a los libros inspirados.

 

De este modo, los judíos helenísticos, leyendo la sagrada Escritura en la versión de los LXX admitieron los deuterocanónicos juntamente con los protocanónicos, sin ninguna distinción de autoridad, según consta por los códices cristianos griegos primitivos que repiten lo que estaba en los códices judíos.

 

Por tanto, en base a estos hechos, el canon alejandrino ciertamente debe ser admitido, aun prescindiendo de otros argumentos.

 

63. B. Entre los cristianos. 1) Los APÓSTOLES ciertamente aprobaron y entregaron a los cristianos el canon de los libros del Antiguo Testamento, que frecuentemente citan bajo la fórmula «scriptum est». Y aunque directamente esto no pueda decirse de los libros deuterocanónicos, porque nunca los citan bajo la fórmula scriptum est, sin embargo no hay ninguna duda de que ellos transmitieron a los gentiles desconocedores de las letras hebreas, y a los mismos judíos en su mayor parte helenistas, ejemplares alejandrinos de la sagrada Escritura que contenían los libros deuterocanónicos; por otra parte los apóstoles citan el Antiguo Testamento conforme a la versión alejandrina en su mayor parte.

 

Ahora bien, los- apóstoles debían entregar y custodiar incorrupto el depósito de la fe, incluso, y de forma especial, por lo que se refiere a los libros sagrados, y a pesar de ello no se hizo ninguna advertencia acerca de la exclusión de los libros deuterocanónicos. Y no vale decir que los apóstoles, como palestinos que eran, hicieron suyo el canon de Palestina; y que la lección de los LXX obtuvo como resultado el que todos siguieran el canon alejandrino: en efecto no consta de ningún modo el que en el tiempo de los apóstoles los de Palestina no admitieran ningún libro deuterocanónico (cf. anteriormente n.62); y esto no indicaba que la Iglesia aprendiera de los judíos cuáles eran los libros sagrados, sino del mismo Jesucristo nuestro Señor y de los apóstoles directamente.

 

64. 2) TESTIMONIO DE LOS SIGLOS II Y III. Prácticamente durante los dos siglos primeros no hay dudas en la Iglesia acerca de la inspiración de los libros deuterocanónicos, y aún más, usaron de ellos expresamente o dan testimonio de ellos en la iglesia romana el PAPA San CLEMENTE, HERMAS, San HIPOLITO; en la iglesia gala San IRENEO; en la iglesia africana occidental TERTULIANO, San CIPRIANO; en la iglesia oriental San POLICARPO y San ATENAGORAS. Y si San JUSTINO toma solamente algún que otro testimonio de los deuterocanónicos, hay que tener en cuenta que este Santo Padre refuta a los gentiles o al judío Trifón, a quien quiere que tenga bien entendido que él va a entablar la controversia «de lo que es admitido unánimemente entre vosotros»

 

En la iglesia alejandrina, aparte de los testimonios de CLEMENTE, tenemos testimonios más abundantes sacados de ORIGENES, hombre eruditísimo, el cual no sólo usa como inspirados los libros deuterocanónicos, sino que también consignó por escrito y puntuó los hexapla (cf. De Revelatione, n.204) «a fin de que al disertar con los judíos, no citemos lo que falta en las copias de ellos». Hay que añadir a éstos San GREGORIO TAUMATURGO, San METODIO, San DIONISIO ALEJANDRINO.

 

Los primeros indicios de duda constan ya desde San Melitón de Sardes (murió hacia los años 194-95) y desde Orígenes; y parece que las causas radican en el hecho de que, supuesto que los judíos negaban la autoridad de los deuterocanónicos, los cristianos no podían usar de ellos como argumento; de donde, habiéndose extendido las dudas cada vez más, sucedió que algunos no se atrevieran a mencionar entre los canónicos aquellos libros cuya inspiración se disputaba. Así el mismo ORIGENES y San MELITON DE SARDES, quienes transmitieron en alguna ocasión un canon incompleto del Antiguo Testamento.

 

65. 3) TESTIMONIOS DE LOS SIGLOS IV Y V. En estos siglos los Padres admiten sin duda alguna los libros deuterocanónicos, ya que citan éstos bajo la fórmula «está escrito» (scriptum est), incluso para probar los dogmas, si bien algunos transmiten un catálogo incompleto. Pero nadie negó con certeza y siempre la inspiración de los libros deuterocanónicos.

 

Los protestantes mismos conceden ciertamente que la sentencia de los Padres está en favor del dogma católico; si bien oponen el que estos Padres seleccionaron los argumentos sin la debida diligencia. Sin embargo afirman esto faltando a la verdad, puesto que es sobradamente conocido que los Padres en un asunto polémico debieron actuar poniendo un gran cuidado. Y respecto a los apócrifos que se citan, solamente algún Padre, actuando por separado, los tuvo a casi todos ellos como inspirados; y a unos pocos explícitamente varios Padres, como al 3 de Esdras, pero nunca hubo en todas las iglesias un acuerdo universal.

 

San JERONIMO después del año 389, negó, si bien con opinión ciertamente privada, la inspiración de los deuterocanónicos, sin embargo reconoció que la Iglesia occidental estaba a favor de esta sentencia.[1]

 

66. 4) TESTIMONIOS DE LA EDAD MEDIA. En la Edad Media, en el Oriente desaparecen las dudas. Y en el Occidente hasta el siglo X nadie, a excepción de JUNILIO AFRICANO (hacia el año 550), se apartó del canon íntegro promulgado en el Concilio IV de Cartago y por los Romanos Pontífices.

 

No fueron ignoradas, sobre todo después del renacimiento literario de la época carolingia, las antiguas dudas y la opinión de San Jerónimo; pero a pocos movió tal autoridad a apartarse del recto camino. Y el Concilio Florentino (año 1441) ratificó la doctrina común. Por lo que es curiosamente extraña la opinión contraria de San ANTONINO (t 1459) y de CAYETANO (t 1534), que vuelven a la opinión de San Jerónimo.

 

67. 5) DESDE EL SIGLO XVI HASTA NUESTROS DIAS. Los pseudorreformadores del siglo XVI, al rechazar la autoridad de la Iglesia, se apartaron también de la fe respecto al canon de las sagradas Escrituras. CARLOSTADIO (a. 1520) prefería el canon palestinense. LUTERO, con su criterio subjetivo, al examinar los libros a ver si en éstos se predicaba la doctrina de la justificación por la fe en Jesús, tendía a excluir los libros deuterocanónicos (con excepción tal vez del primer libro de los Macabeos), pero también excluía de entre los protocanónicos los libros de Ester,  de los Paralipómenos, el del Eclesiástico; y en su traducción alemana (a. 1534) denomina a los deuterocanónicos, separados de los demás, con el título de «apócrifos».

 

El Concilio Tridentino en sus mismos comienzos (del 8 de febrero al 8 de abril de 1546), estableció cuáles eran las Escrituras canónicas, admitiendo el canon del Concilio Florentino, y no hubo controversia respecto a separar los libros deuteroca­nónicos, más aún, los Padres admitieron también con igual disposición piadosa todos los libros sin hacer entre ellos ninguna diferencia por su autoridad (D 783s).

 

Por ello B.LAMY (t 1715) y JUAN JAHN (t 1816), y A.LoisY (1890), faltando a la verdad, pretendieron distinguir en los libros sagrados un grado diverso de autoridad.

 

El Concilio Vaticano I renovó el decreto del Concilio Tridentino (D 1809).

 

Entre los protestantes, después del racionalismo, una vez rechazada la inspiración sobrenatural, el canon del Antiguo Testamento no tiene ya más que el sentido de una colección fortuita o de literatura nacional hebrea.

 

En los griegos ortodoxos prevaleció la sentencia de los antiguos protestantes respecto a no admitir los libros deuterocanónicos.

 

Del canon del Nuevo Testamento

 

68. El proceso de la colección de los libros inspirados del Nuevo Testamento se terminó en breve respecto a la mayoría de los libros, puesto que constaba suficientemente por la tradición apostólica el origen divino de los libros, v.gr. respecto a los cuatro Evangelios. Acerca de otros libros, hubo dudas en algunas iglesias, hasta que a finales del siglo IV desaparecieron prácticamente de toda la Iglesia. Sin embargo no tiene nada de extraño el que los escritos del Nuevo Testamento, dirigidos a las iglesias particulares, no hayan sido conservados inmediatamente en la colección completa en todas partes.

 

Son inicios de estas colecciones en cuanto a las epístolas de San Pablo lo que refiere San Pedro en la 2 Pe 3,15s. En cuanto a que el evangelio de San Lucas fue tenido como inspirado, se deduce probablemente de la 1 Tim 5,18 donde se citan igualmente Deut 25,4 y Lc 10,7, bajo la fórmula «dice la Escritura».

 

69. 1) TESTIMONIOS DE LOS SIGLOS I Y II. En estos siglos los libros que han sido considerados inspirados no deben colegirse por un catálogo explícito, sino implícitamente por las citas de los autores; y esto aunque no se exprese el nombre del autor sagrado, o las palabras no sean exactamente las mismas que las del texto sagrado (así v.gr. en San IRENEO, que utilizaba con toda certeza los escritos del Nuevo Testamento). Pues estos escritores narraban los hechos de memoria más que copiarlos del libro al pie de la letra.

 

Por los escritos de San CLEMENTE, San IGNACIO, San POLICARPO... y de los Padres Apostólicos de finales del siglo I y comienzos del II, consta que existieron prácticamente todos los escritos del Nuevo Testamento, y que fueron tenidos en gran reverencia.

 

Más aún, hay testimonios explícitos acerca de la inspiración: San CLEMENTE ROMANO dice que San Pablo, «πνευματικως» (actuando bajo la inspiración del Espíritu), escribió una epístola a los Corintios. La Epístola de Bernabé cita a Mt 22,14, bajo la fórmula como ha sido escrito («sicut scriptum est»); San IGNACIO equipara muchas veces los evangelios a la Ley y los Profetas. Y el Antiguo Testamento es citado con mucha frecuencia bajo la fórmula como ha sido escrito; lo cual no debe parecer extraño a causa de la costumbre vigente en aquella época.

 

Después de mediados del siglo II: San JUSTINO conoció los comentarios de los apóstoles, que son llamados evangelios, los cuales sin duda alguna son nuestros cuatro evangelios con los cuales su discípulo Tatiano escribió el Diatésaron; y dice que en las asambleas de los cristianos se leen los comentarios de los apóstoles o los escritos de los profetas, equiparando aquellos libros sagrados a éstos. Conoció además el Apocalipsis que profetizó San Juan; también conoció todas las epístolas, excepto la de Filem. la 2 y 3 de San Juan y la de San Judas. San TEOFILO DE ANTIOQUIA conoció también algunos libros como inspirados según consta expresamente.

 

70. Los herejes mismos citaban algunos libros del Nuevo Testamento como sagradas Escrituras. Marción rechazó ciertamente el Antiguo Testamento, y según la acusación de los católicos, de entre los cuatro evangelios admitió solamente el de San Lucas; y de las epístolas de San Pablo se eligió diez. Puede decirse que con ocasión de Marción y de las herejías agnósticas hubo una mayor preocupación a la hora de determinar explícitamente el canon, por más que el canon ya existía implícitamen­te; ni Marción fue el primero en formar dicho canon; ni pudo suceder que la Iglesia hubiera recibido en el canon aquellos libros aprobados por los herejes, si no los hubiera aprobado ella misma.

 

En efecto San Ireneo presenta como inspirados prácticamente todos los libros del Nuevo Testamento, recurriendo a la tradición de los apóstoles. Del mismo modo apelan a la tradición Clemente Alejandrino, Orígenes, Tertuliano... por lo cual Marción hizo su canon a base del canon que ya existía en la Iglesia.

 

71. 2) TESTIMONIOS DESDE FINALES DEL SIGLO II HASTA EL SIGLO IV. En esta época se encuentran testimonios claros en todas las iglesias mayores. El canon del fragmento Muratoniano (antes del año 180) cita los Evangelios, los Hechos de los apóstoles, las Epístolas de San Pablo (no se cita la Epístola a los hebreos), el Apocalipsis, la 1 y 2 de San Juan, la Epístola de San Judas entre los libros sagrados que deben ser leídos públicamente en la Iglesia.

 

En la Galia San IRENEO, en el África Occidental TERTULIANO y San CIPRIANO ofrecen igualmente testimonios para muchos libros.

 

En Alejandría se encuentra íntegro el canon del Nuevo Testamento. CLEMENTE ALEJANDRINO, según expresión de Eusebio de Cesaréa, «en los libros de las Hipotiposis, realizó una narración provechosa de todas las Escrituras de ambos Testamentos, sin omitir siquiera aquellas acerca de las cuales se duda». ORIGENES tuvo todos los escritos del Nuevo Testamento como inspirados, citando conjuntamente todas las epístolas católicas con los otros escritos del Nuevo Testamento; de donde él mismo no hace caso de dudas que conoce.

 

EUSEBIO († 340) distingue los libros canónicos admitidos por todos, de otros libros acerca de los cuales hay controversia (Santiago, Judas, 2 Pe, 2 y 3 Jn), los cuales «no obstante son considerados por muchísimos como genuinos»; respecto al 40 Apocalipsis está dudoso acerca de si debe ser considerado entre los apócrifos o lo entre los libros canónicos.

 

Por lo que se refiere a los libros apócrifos, algunos (como el Pastor) fueron considerados inspirados por algunos escritores y también en alguna iglesia particular durante algún espacio de tiempo, sin embargo nunca en la Iglesia universal, y después del siglo IV prácticamente nadie consideró inspirado ningún libro apócrifo.

 

72. 3) DESDE EL SIGLO IV HASTA NUESTROS TIEMPOS. Hasta el siglo VI: En Occidente, habiéndose incrementado la comunicación con Oriente, la epístola a los Hebreos, la 2 de Pedro y la de San Judas, las cuales parecía que eran ignoradas antes del siglo IV, fueron conocidas y admitidas en el canon; y la 2ª y la 3ª de San Juan que se citaban en raras ocasiones, probablemente a causa de su brevedad, fueron consignadas con más claridad en los catálogos. En Oriente hay que distinguir las distintas iglesias, en qué grado fueron admitidos por fin los libros deuterocanónicos.

 

En la Edad Media: Muchos escritores griegos repiten los cánones antiguos, lo y por ello omiten el Apocalipsis. «En cambio los escritores latinos que revisaron las dudas sobre todo acerca de las epístolas católicas menores, las tomaron de las obras Ir de San Jerónimo; no obstante nadie quitó por ello del canon o dijo que era de menor autoridad ningún escrito del Nuevo Testamento...».

 

Y es extrañamente curiosa la opinión de CAYETANO, el cual, habiendo interpretado mal a San Jerónimo (como si hiciera suyas las dudas que él menciona), enseñó que las epístolas a los Hebreos, la de Santiago, la 2ª y 3ª de San Juan y la de San Judas eran dudosas en cuanto a los autores, o de menor autoridad, de tal manera que en el caso de que hubiera alguna duda en la fe tal duda no podría llegar a ser esclarecida por estas epístolas». De modo semejante respecto al texto de Mc 16,9-20 (si bien Cayetano tiene este texto como genuino) opinó que no era «de una autoridad sólida para asegurar la fe, como sí que lo son los restantes textos de San Marcos, que están fuera de toda duda».

 

73. En el tiempo del Concilio Tridentino. Los primeros protestantes usando de falsos criterios, acerca de los cuales hemos hablado anteriormente en el n.45, no se ponían de acuerdo entre sí respecto al canon del Nuevo Testamento.

 

Entre los católicos, estando al frente Erasmo, surgieron dudas acerca de algunos libros o perícopas, por motivos de índole literaria, porque decían que faltaban en algunos códices. Sin embargo el Concilio Tridentino, dice que deben ser admitidos como sagrados y canónicos todos los libros mencionados en su decreto con todas sus partes (D 784; EB 60), porque se habían propuesto algunas dudas sobre Hebr., Sant., 2 Jn., Apoc. y especialmente sobre las perícopas de los evangelios, acerca de las cuales se discutía.

 

74. Después del Concilio Tridentino. Entre los protestantes J.S.SEMLER († 1791), y J.D. MICHAELIS (1791) removieron dudas ya antiguas sobre algunos libros. Sin embargo una vez surgido el racionalismo se tendió a negar la autenticidad de los libros del Nuevo Testamento y a opinar que éstos eran de finales del siglo II. Así entre tales protestantes el canon es un nombre que no tiene realidad y vale lo mismo que «la primitiva literatura cristiana».

 

Entre los católicos ya no hay controversias acerca del contenido del canon; y el Concilio Vaticano I renovó el decreto del Concilio Tridentino (D 1787; EB 77). Solamente en época reciente se ha discutido acerca de la autenticidad del autor de algún libro (Hebr, 2 Pe) o de parte de algún libro v.gr. de la perícopa de la adúltera (Jn 7,53 - 8,11) respecto a si era de San Juan.

 


[1]  Así en el Prefacio a los libros de Samuel dice: «Este prólogo de las Escrituras, puede convenir a manera de principio galeato para todos los libros que hemos traducido del hebreo al latín, para que podamos saber que todo lo que hay fuera de éstos hay que catalogarlo entre los apócrifos». ML 28,600-602. Cf. el Prefacio a Esdras; ML 28,1472; el Prefacio a los libros de Salomón: ML 28,1307s. De donde según parece tuvo gran influencia en San Jerónimo su permanencia en Palestina, y el que algunos textos no se encontraran en los códices hebreos. Escribe sin embargo en la Epístola ad Principiam (año 396): «Ruth y Ester y Judit son de tan gran gloria que han dado sus nombres a los libros sagrados»: ML 22,623.