Articulo V

SOBRE LA EXTENSIÓN DE LA INSPIRACIÓN

 

105. Por lo anterior (cf. tesis 2) consta que son inspirados, o sea que tienen a Dios por autor, todos los libros sagrados que el Magisterio de la Iglesia ha colocado en el canon. Puede sin embargo preguntarse si este influjo causal de Dios solamente se extiende a las cosas de fe y costumbres y no a otras puramente históricas y a las sentencias pronunciadas de pasada.

 

LAS SENTENCIAS DICHAS DE PASADA son aquellas que sólo se refieren «per accidens» y las que parecen de casi ninguna importancia; v.gr. 2 Tim 4,13: que San Pablo se hubiera dejado en Troade el abrigo; o bien Tobías 11,9; el perro de Tobías daba señales de agrado con el suave movimiento de su cola. Así pues estas sentencias no son reveladas o inspiradas, propter se o per se (a causa de ellas mismas o por ellas mismas), puesto que no caen bajo el fin primordial pretendido en la revelación, como aquellas verdades que se refieren a nuestro fin sobrenatural, o las que están conexionadas directamente con dichas verdades, las cuales sí que caen bajo el fin primordial pretendido en la revelación.

 

Algunos, a fin de conciliar la sagrada Escritura con la física y con las ciencias naturales e históricas, han tanteado una solución diciendo que estas realidades históricas, incluso las dichas de pasada o las puramente científicas, no son inspiradas; sin embargo esto no es cierto como estableceremos en la siguiente tesis.

 

Ahora bien, la extensión de la inspiración puede concebirse no sólo en amplitud, en cuanto a todas las sentencias absolutamente, sino también en profundidad, en cuanto a los elementos (las palabras) dentro de cada una de las sentencias. Por ello también puede preguntarse por otra parte a ver si esta inspiración se extiende a la determinación de las palabras de la sagrada Escritura; y en qué sentido se extiende a las palabras y a la parte material de la sagrada Escritura.

 

La sentencia que restringe la inspiración solamente a algunas cosas o sentencias, peca por defecto; en cambio la otra sentencia, si se entiende en el sentido de un dictado mecánico de las palabras, peca por exceso.

 

TESIS 5. La inspiración de los libros sagrados se extiende a todas las sentencias del hagiógrafo, incluso a las que han sido dichas de pasada.

 

106. Estado de la cuestión. 1) Hablamos de las sentencias originales del hagiógrafo; acerca de los apógrafos y versiones hablaremos en otra ocasión (147ss): En éstos la inspiración cae de modo equivalente, en cuanto refieren con fidelidad el sentido de la sentencia original. Sin embargo en estas versiones han podido deslizarse algunas erratas totalmente accidentales, v.gr. en cuanto a los números y la cronología... pero no han podido deslizarse errores acerca de la fe y las costumbres en las versiones reconocidas por la Iglesia; ya que el magisterio de la Iglesia es el custodio de estos libros. Hablamos por tanto del texto original.

 

2) Tratamos acerca de la inspiración según es ahora de hecho, conocida por las fuentes de la revelación, no tratamos, en cambio, acerca de cuál podría concebirse en términos absolutos.

 

3) No decimos que en los libros sagrados todo tenga la misma importancia por razón de la materia, sino que todo es igualmente divino por razón del origen. En efecto no hay ningún inconveniente en hacer una distinción entre las cosas reveladas por sí mismas, a saber por el fin primario, que Dios pretende (las verdades de fe y de costumbres), y entre las cosas reveladas a causa de otro motivo, a saber, a causa de la conexión que guardan con las primeras: de igual modo las sentencias de la sagrada Escritura son inspiradas por sí mismas y por causa de otro motivo; sin embargo todas son inspiradas.

 

4) Si se copia alguna sentencia de un autor profano (v.gr. Hch 17,28; Tit 1,12), en este caso decimos que es inspirada esta sentencia, no precisamente en cuanto que deriva su origen de un autor profano, sino que decimos que es inspirada la cita y el enunciado hecho por el hagiógrafo. En efecto, si bien todo lo que hay en la sagrada Escritura es palabra de Dios por razón de su consignación, que ha recibido, sin embargo no todo lo es por razón de la materia dicha; ya que no todas las materias se dice que han sido extraídas de la fuente divina, como no lo son aquellas que provienen de otras fuentes profanas citadas, materias que han sido conocidas por el trabajo y el pensamiento del hagiógrafo (cf. n.81, 2; 123s).

 

107. Adversarios. Los gnósticos y maniqueos negaban la inspiración divina respecto al Antiguo Testamento. Así en las Actas de la discusión de San Arquelao (antes del año 350) se propone la doctrina maniquea.

 

Los Anomeos restringían la inspiración de los libros sagrados de tal manera que no admitían algunas cosas: «Y cuando comenzaron a sentirse acorralados por la fuerza de las razones y a estar en situación totalmente indefensa, ciertamente huyeron y saltaron a otros temas; y dicen: el Apóstol dijo esto en calidad de hombre. O bien se expresan en estos términos: ¿Por qué me pones tú como objeción el Antiguo Testamento?

 

De forma semejante otros, los cuales pretendían que no todo había sido escrito por inspiración del Espíritu Santo en las epístolas mismas de San Pablo y en otros libros sagrados, sino que algunos escritos a veces solamente habían tenido como guía la prudencia y la razón humana. Partiendo de esta falsa concepción no hicieron caso alguno de toda la epístola a Filemón, en cuanto escrita, según ellos, conforme a la costumbre humana.

 

108. ERASMO (1466-1538) escribió que no hay que preocuparse en la hipótesis de que se descubra algún leve error en la Escritura, sobre todo si los evangelistas citan de memoria el Antiguo Testamento. De este modo se colige que la Escritura no es - según este autor - inspirada en cuanto a todo.

 

ENRIQUE HOLDEN (1596-1662), decía que el auxilio especial de la inspiración se extendía, o bien a lo puramente doctrinal, o bien a aquello que tenga una referencia próxima o necesaria a lo puramente doctrinal; y que en lo demás se daba alguna asistencia común a la que tienen los otros escritores verdaderamente piadosos.

 

FELIPE CHRISMANN (en el siglo XVIII) venía a tener una opinión similar.

 

A.ROHLING (siglo XIX) decía que solamente estaban inspirados los asuntos de fe y de costumbres; y FRANCISCO LENORMANT († 1883), restringía la inspiración a las doctrinas sobrenaturales.

 

109. J.H.NEWMAN (t 1890), exceptuaba de la inspiración lo dicho de pasada, a saber, respecto a una materia de un mero hecho y de menor importancia, lo cual no parezca que está conexionado con la fe y las costumbres, v.gr. 2 Tim 4,13; Jud 1,5; Tob 11,9.

 

S.DI BARTOLO restringía la inspiración plena a la fe y las costumbres; I.SEMERIA y P.SAVI la restringían a aquello que concerniera a la finalidad de la sagrada Escritura. LOISY no extendía la inspiración a toda la sagrada Escritura de forma que defendiera de antemano de todo error a todas y cada una de sus partes.

 

MONS. D'HULST, refería la sentencia de Newman como que pudiera sostenerse ésta, sin embargo no haciendo suya dicha sentencia; se sometió totalmente después de la Encíclica «Providentissimus».

 

Ciertos protestantes ortodoxos, como GORE, SANDAY, sostienen que el autor inspirado está ciertamente lleno del Espíritu Santo, sin embargo que en la redacción del libro mezcla necesariamente elementos humanos propios, los cuales son falibles; y que por ello la inspiración, dicen éstos, no se extiende a todo. Ahora bien los elementos divinos se reconocen por ese sabor que tiene lo inspirado por el Espíritu Santo.

 

110. Doctrina de la Iglesia. El Concilio Tridentino queriendo defender sobre todo aquellas perícopas que eran atacadas por los protestantes (como Mc 16,9-20; Jn 7,53-8,11; Lc 22,43), definió que deben ser admitidos como sagrados y canónicos todos los libros, que poco antes había enumerado, «íntegos con todas sus partes, conforme es costumbre que sean leídos en la Iglesia Católica, y como se encuentran en la antigua edición de la Vulgata latina» (D 784). De donde, conservando el sentido original del vocablo «parte» o sea en virtud del sentido de la palabra, se rechaza por las palabras del Concilio la opinión propuesta por Holden, de que la inspiración quede restringida a lo puramente doctrinal, y de que solamente los temas religiosos son las partes de los libros sagrados que necesariamente deben ser admitidos; puesto que, además de los temas religiosos, también se leen en la sagrada Escritura temas profanos y éstos en gran extensión, como el catálogo de los hijos de Israel y el tiempo de permanencia de éstos a través del desierto (Num c.26 y 33) y otras genealogías. Y según esta opinión, tampoco se mantendría el sentido del libro íntegro.

 

Sin embargo queda la duda de si estas palabras del Concilio deben referirse a las expresiones dichas de pasada, a causa del fin que pretendía formalmente el Concilio de defender algunas perícopas o partes, las cuales no parece que deban tomarse como sentencias transitorias y profanas, sino según el sentido propuesto en el Concilio y según la estimación moral; a saber, el Concilio trata de las partes bajo otro aspecto u objeto formal, y por ello no parece que sirven inmediatamente a nuestro propósito.

 

111. El Concilio Vaticano I, sin añadir nada a la definición tridentina en cuanto a la extensión de la inspiración, y sin entrar en la controversia acerca del sentido como deben entenderse las partes de los libros en el decreto Tridentino, definió (D 1809) que debe creerse que son inspiradas aquellas partes que el Concilio Tridentino definió que son sagradas y canónicas: por tanto definió que la inspiración se extiende a los temas de fe y de costumbres y al menos a todas las partes de mayor importancia que hay en los libros canónicos.

 

Luego los Concilios Tridentino y Vaticano I probablemente no definen la tesis respecto a cualquiera de las partes, puesto que no se determina si es parte incluso una mínima sentencia profana.

 

112. LEON XIII en la Encíclica «Providentissimus», hablando de las sentencias incluso las más pequeñas, decía: «...sería totalmente ilícito o bien reducir la inspiración solamente a algunas partes de la sagrada Escritura, o el conceder que el escritor sagrado se hubiera equivocado. Pues tampoco debe tolerarse la explicación de los que pretenden escapar de estas dificultades, no dudando en decir que la inspiración divina se refiere a los temas de fe y de costumbres y a nada más...» (D 1950; EB 124). Consta además la voluntad de LEON XIII de obligar al asentimiento de lo que él mismo había enseñado en la Encíclica «Providentissímus».[1]

 

Fue condenada también la siguiente proposición modernista: «La inspiración divina no se extiende a toda la sagrada Escritura de tal manera que proteja de antemano de todo error a todas y cada una de sus partes» (D-2011).

 

La doctrina de LEON XIII respecto a las expresiones dichas de pasada, era propuesta con toda claridad en la respuesta de la Comisión Bíblica (18 de Julio de 1815): «todo lo que el hagiógrafo afirma, enuncia, insinúa, debe sostenerse como afirmado, enunciado, insinuado por el Espíritu Santo» (D 2180; EB 415). La misma doctrina es confirmada además por BENEDICTO XV en la Encíclica «Spiritus Paraclitus» (D 2186; EB 454s), y por Pío XII en la Encíclica «Divino Af flante Spiritu» (EB 538).

 

113. Valor dogmático. El que la inspiración se extiende al menos a las partes de mayor importancia y, según parece, a los asuntos de fe y de costumbres: ha sido definido en el Concilio Vaticano I (D 1809).

 

Por lo que se refiere a las expresiones dichas de pasada, no hay una definición expresa; sin embargo por los documentos precedentes consta que es al menos doctrina cierta y católica.

 

Respecto a la certeza absoluta de la tesis, los autores están de acuerdo. Sto.Tomás sostiene esto con toda claridad partiendo de su doctrina de la infalibilidad de la sagrada Escritura; en efecto dice: «Conciernen indirectamente a la fe aquellos temas de cuya negación se sigue algo contrario a la fe; así como si alguien dijera que Samuel no hubiera sido hijo de Helcana; pues de esto se seguiría que la Escritura divina era falsa».[2] San Roberto Belarmino cita entre las herejías las opiniones antes citadas de Erasmo y de aquellos que pensaban que en las epístolas de S.Pablo no todo había sido escrito por inspiración del Espíritu Santo (n.107).

 

Pesch dice «que la doctrina anteriormente propuesta es cierta, lo cual tiene valor de un modo especial después de la Encíclica de LEON XIII. Dorsch llama a la opinión contraria un claro error en materia de fe. Lo mismo dice Van Laak: «Negar que todas y cada una de las sentencias de la sagrada Escritura son inspiradas, es al menos un error evidente en materia de fe». Tromp dice que la tesis es doctrina absolutamente cierta y que debe ser sostenida de forma absoluta, de tal manera que la opinión contraria es error en materia de fe.

 

114. Se prueba por la sagrada Escritura. A cualquiera que considerara el modo como Jesucristo y los apóstoles citan la sagrada Escritura, bajo la fórmula está escrito, la Escritura dice, o con fórmulas semejantes... (así unas 150 veces en todo el Nuevo Testamento), y el que argumentan en base a este sólo hecho, sin hacer ninguna distinción entre los temas más transcendentales y los de importancia mínima, entre asuntos religiosos y profanos, y citando libros de cualquier clase, históricos, proféticos, didácticos..., tanto al tratar con los judíos como en la instrucción de los fieles (v.gr. Mt 12,3; I Cor 9,9; Gal 3,16; 4,22; Heb 12,26s): entonces nació claramente la persuasión de que ellos consideraban absolutamente todo como inspirado y procedente de Dios.

 

También encuentra esto su apoyo en 2 Tim 3,16 donde, si se considera distributivamente toda escritura, a saber, todo lo que cae bajo el nombre de Escritura [lo cual se dice con mayor probabilidad, ya que «πασα γραφη» (toda, Escritura) no tiene artículo], y no si se entiende colectivamente (la colección entera sólo en su conjunto): en el primer caso se afirma de cada una de las partes de la sagrada Escritura que es inspirada por Dios.

 

Así mismo en Rom 15,4: PUES TODO CUANTO ESTA ESCRITO para nuestra enseñanza fue escrito...

 

115. Se prueba por la tradición. Se argumenta con más eficacia tomando como base el consentimiento de los Padres, los cuales proponen esto como testigos de la tradición.

 

A este propósito dice LEON XIII: «... todos los Padres y Doctores tuvieron la firmísima persuasión de que la Escritura divina, tal como fue escrita por los hagiógrafos, está inmune absolutamente de todo error, de forma que por este motivo han puesto empeño en compaginar y conciliar entre sí con agudeza no menos que con religiosa reverencia, aquellas no pocas expresiones que parecerían decir algo contrario o diferente (son prácticamente las mismas que ahora se ponen como objeción bajo el pretexto de una nueva ciencia): profesaron unánimemente que dichos libros en su integridad y en cada una de sus partes proceden igualmente de la divina inspiración y que Dios mismo, que habló por medio de los autores sagrados no ha podido decir absolutamente nada ajeno a la verdad». («Providentissimis»; D 1952; EB 127).

 

De este modo los Padres enseñan que en la sagrada Escritura, a) no hay ningún error y que no puede hallarse ninguna contradicción; b) que nada hay sin razón de ser en ella; c) y buscan sentidos místicos incluso en las expresiones dichas de pasada.

 

De este modo los Padres en contra de Celso, de Porfirio, de Juliano, que ponían como objeción la falta de concordancia de las Escrituras con la historia o con la ciencia, no responden concediendo que lo profano no ha sido inspirado, sino que muestran que esa falta de concordancia es sólo aparente o que la sagrada Escritura ha sido interpretada de forma no debida.

 

116. Valga en general lo que San AGUSTÍN escribió a Jerónimo: «Pues yo confieso a tu caridad que aprendí a tributar a solos los libros de las Escrituras, que se llaman canónicos, un respeto y un honor tales que con toda firmeza creo que ninguno de sus autores se equivocó al escribir en nada, y si tropezara en estos escritos con algo que parezca contrario a la verdad, no dudaré en afirmar o que el códice es defectuoso, o que el intérprete no comprendió lo que fue dicho o que yo no lo entendí». Y el mismo San AGUSTÍN en el libro Sobre el consenso de los evangelistas, donde quiere mostrar que este consenso no falta ni siquiera en las cosas mínimas. Y es también conocida la tendencia de San AGUSTÍN, a veces exagerada, de buscar simbolismo y sentido místico incluso en aquellas cosas que parecen mínimas y accidentales.

 

117. San JERÓNIMO, como se le recriminara falsamente el que hubiera intentado cambiar algunos detalles en los evangelios, respondió: «No he sido de una inteligencia tan obtusa y de una incultura tan tosca... que haya juzgado que, hubiera que corregir algo de las palabras del Señor o que algo no hubiera sido inspirado por Dios...». Y en otra ocasión dice: «Y aprobará el cuerpo entero y las espaldas llenas de ojos (haciendo alusión a Ez 1,18), el que viere que no hay en los evangelios nada que no alumbre e ilumine al mundo con su esplendor, de tal manera que incluso lo que se piensa que es pequeño y sin valor, brille con la majestad del Espíritu Santo». Y de nuevo añade: «... cada una de las palabras, sílabas, tildes, signos de puntuación, en las Escrituras divinas están llenos de sentido».

 

118. Con bellas palabras San JUAN CRISÓSTOMO ensalza el valor de las sentencias por muy pequeñas que sean, cuando dice entre otras cosas lo siguiente: «... y no pasemos de largo en verdad aquellas sentencias de las Escrituras, las que piensan algunos que son de poca importancia; pues también estas mismas sentencias proceden de la gracia del Espíritu...». Y «no debe descuidarse ni siquiera una pequeña palabra, ni una sola sílaba contenida en las Escrituras divinas».

 

San BASILIO: «He dicho esto para que constara que en las palabras inspiradas por Dios ni siquiera una sola sílaba carece de valor».

 

San GREGORIO NACIANCENO: «Nosotros, que hemos dicho que la diligencia del Espíritu se extiende incluso hasta una pequeña tilde y una línea, nunca admitiremos, pues no es lícito, que ni siquiera las acciones más pequeñas hayan sido escritas y elaboradas temerariamente por los escritores y conservadas en la memoria hasta estos tiempos».

 

También hacen referencia a este tema muchos textos, que después citaremos al tratar de la extensión de la inspiración a las palabras mismas (n.143,5); como v.gr. son las conocidas palabras de ORÍGENES: «La sabiduría divina alcanza a toda Escritura transmitida por Dios, incluso hasta una sola letra por pequeña que sea». Conciernen también a este tema muchos textos que hacen referencia directa e inmediata a la inerrancia de la sagrada Escritura.

 

Y Loisy mismo confiesa que se da una unanimidad de los Padres y de los teólogos de la Edad Media y de la Iglesia entera.

 

119. Prueba 3. Como consecuencia del Concilio Vaticano 1 (D 1787). La redacción y la inspiración de los libros sagrados proceden de un modo paralelo y con igual peso, según las palabras del Concilio: «... escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo...».

 

Ahora bien, el autor o escritor del libro escribe también cada una de las sentencias, incluso las más pequeñas; y esto al menos pertenece al concepto de escritura del libro.

 

Luego la inspiración de los libros sagrados se extiende también a cada una de las sentencias incluso las más pequeñas. Además sería absurdo decir que la inspiración cesa y se interrumpe cuando se trata de expresiones dichas de pasada; y no habría ningún criterio obvio para distinguir la interrupción.

 

120. Objeciones. 1. El argumento extraído de la sagrada Escritura prueba que Jesucristo y los apóstoles citaron las palabras de la sagrada Escritura bajo la fórmula se ha escrito, como si dichas palabras fueran verdaderas e infalibles, pero no como inspiradas.

 

Respuesta. Directamente es así muchas veces; a saber, proponen la verdad de la sentencia alegada. Sin embargo dicen que es verdadera dicha sentencia, precisamente porque ha sido escrita, esto es porque tiene a Dios como autor, o sea porque es inspirada.

 

2. Los textos no raras veces alegados de la sagrada Escritura no son expresiones dichas de pasada, sino que se refieren bien a la Ley o a las costumbres, bien a asuntos dogmáticos; luego Cristo y los apóstoles no citan las expresiones dichas de pasada bajo la fórmula se ha escrito.

 

Respuesta. Muchas veces las palabras citadas por Jesucristo y por los apóstoles se refieren a las costumbres o tienen sentido religioso, a causa del nuevo sentido típico que revisten en el Nuevo Testamento. Es ciertamente verdad que dichas cosas tuvieron este sentido típico pretendido por Dios ya en el Antiguo Testamento, aunque haya sido conocido en el Nuevo; sin embargo estas palabras en cuanto que tenían sentido literalmente, se refieren a cosas puramente indiferentes y profanas, o meramente históricas. Cf. Mt 2,18 (acerca del llanto de Raquel: Gen 35,19; Jer 31,15).

 

3. Si cada una de las sentencias de la Escritura son inspiradas, son palabra de Dios. Si son palabra de Dios, pueden interpretarse de este modo: Esto dice el Señor… es así que es ridículo a veces el interpretarlo de este modo; v.gr. «Esto dice el Señor: 2 Tim 4,13: El abrigo que dejé...».

 

Respuesta. Después diremos (n.123ss) en qué sentido y grado puede decirse que las sentencias de la Escritura son palabra de Dios. Si son palabra de Dios, pueden interpretarse: «Esto dice el Señor_.» como que son palabra de Dios en sentido especial propio, cuando Dios aparece hablando o cuando se enuncia una expresión profética en nombre de Dios, concedo; puede interpretarse así cuando el hagiógrafo enuncia de este modo un juicio propio, niego. Pues en ese caso este juicio propio es palabra de Dios en el sentido de que Dios atestigua y dice que Pablo, v.gr., tiene dicho juicio y dicha voluntad, y en cuanto que Dios ha procurado que sean manifestados éstos mediante el hagiógrafo.

 

4. Los hagiógrafos no han recibido por inspiración divina al menos aquello que escriben apoyándose en su esfuerzo humano (Jn 19,35; Lc 1,3). Luego la inspiración no se extiende a todo.

 

Niego el antecedente. Pues también aquello que escriben apoyándose en su esfuerzo humano lo recibieron por inspiración divina, según se explica en el n.19.

 

5. Los hagiógrafos hablan alguna vez de tal manera que se contraponen ellos a Dios, como autores de algunas sentencias. Luego estas sentencias no proceden de la inspiración divina. Se prueba el antecedente. 1 Cor 7,12: a los demás les digo yo, no el Señor.

 

Respuesta. Esta norma (el privilegio paulino al matrimonio) fue promulgada o dada inmediatamente por San Pablo y no por el Señor, concedo; la redacción de esta norma de San Pablo es hecha solamente por San Pablo y no por el Señor, niego. O bien de este otro modo: esta sentencia no procede inmediatamente de Dios, por razón de la materia, concedo; por razón de la conscripción o de la consignación, niego.

 

6. En alguna ocasión el hagiógrafo confiesa que lo que escribe es como insensatez (2 Cor 11,1.16s.21.23; v.17: lo que voy a decir no lo digo según el Señor, sino como EN LOCURA). Luego estas palabras no pueden ser escritas por Dios.

 

Respuesta. San Pablo dice que él habla en alguna hipótesis o bien de falta de moderación o criterio humano (en cuanto hombre), carnal, natural, no espiritual y sobrenatural, y por tanto menos sabio o incluso insensato. Es así que en estas expresiones habla irónicamente o haciendo uso de la figura retórica de la concesión (v.16: toleradme como insensato). Luego no afirma «simpliciter» que lo que dice sean insensateces, sino que al decir esto se expresa irónicamente y por hipótesis y haciendo uso de la figura de la concesión. Así pues lo que él mismo respecto a su expresión no dice que sea, tampoco Dios dice que lo sea: a saber, auténticas insensateces.

 

Por consiguiente respondiendo en forma de argumento: San Pablo dice que lo que escribe son verdadera y simplemente insensateces, niego; dice que él plantea una hipótesis y echa mano de la figura llamada concesión como si él fuera insensato, concedo y contradistingo el consiguiente: Dios no puede escribir auténticas insensateces, concedo; Dios no puede decir que Pablo plantea una hipótesis y echa mano de la figura llamada concesión, como si Pablo fuera insensato, niego.

 

7. Algunas veces las dudas del hagiógrafo o bien manifiestan ignorancia (Prov 30,18s; I Cor 1,16; 2 Cor 12,2s), o bien son expresiones sin determinar (Jn 2,6; 6,19). Es así que Dios no puede dudar o ignorar, y sabe todo de un modo determinado; luego estas sentencias no puede decirse que provengan de Dios.

 

Distingo la mayor. En las palabras que dicen los hagiógrafos se expresa una duda o ignorancia de Dios, o que El conoce las cosas de un modo indeterminado, niego; Dios dice en estos casos que el hagiógrafo duda o desconoce o sabe de un modo indeterminado, concedo.

 

8. Hay algunas sentencias de la Escritura que no coinciden con el original, v.gr. en 1 Cor 15,51: En verdad todos resucitaremos, pero no todos seremos transformados; y en el texto griego tenemos: No moriremos todos más todos seremos transformados. Luego no todas las sentencias de la Escritura son inspiradas.

 

Respuesta. Hablamos de la extensión de la inspiración a todas las sentencias del texto original; respecto a los apógrafos y a las versiones, como la versión de la Vulgata, solamente nos referimos de un modo equivalente, en cuanto transmitan con fidelidad el sentido original.

 

Tal vez alguien diga: También puede decirse esto respecto de la Vulgata, que las sentencias de ésta responden a las sentencias originales; ya que ha sido declarada su autenticidad (cf. 148ss).

 

Respuesta. La Vulgata fue declarada auténtica según ha sido aprobada en la Iglesia por un largo uso de siglos. Ahora bien el texto aducido fue críticamente dudoso.

 

9. En la Escritura hay cosas obscuras; luego éstas provienen del hagiógrafo, no de Dios.

 

Concedo el antecedente y niego el consiguiente y la consecuencia. Dios puede proponer sin error cosas oscuras mediante un instrumento humano, a causa de distintos fines, v.gr. para avivar más la fe y la atención... y téngase en cuenta que la oscuridad se da muchas veces más en las versiones que en el original.

 

10. En alguna ocasión el hagiógrafo permite que lo que él dice sea juzgado con libertad (v.gr. I Cor 10,15: Os hablo como a prudentes, JUZGAD VOSOTROS LO QUE DIGO); es así que no está permitido juzgar con libertad acerca de las palabras divinas, luego no todo en la Escritura es palabra de Dios.

 

Respuesta. San Pablo dice esto haciendo uso de la figura retórica de la aprobación a fin de que juzguen con juicio aprobatorio, concedo; permite que juzguen todo con un juicio que discrimina y que quede en suspenso, niego (San Pedro decía en 2 Pe 1,20: Pero ante todo tened presente que ninguna profecía de la Escritura PUEDE INTERPRETARSE POR CUENTA PROPIA).

 

11. Es así que según San Pablo pueden libremente juzgar acerca de todas las cosas con juicio que discierne y que queda en suspenso. Se prueba por 1 Tes 5,20s: No despreciéis las profecías, EXAMINADLO TODO y quedaos con lo bueno.

 

Respuesta. San Pablo trata aquí acerca de las cosas que han sido escritas en sentido estricto, niego; se refiere al examen de los carismas y a cosas que han sido dichas y en verdad por hombres privados, concedo.

 

12. En alguna ocasión el autor sagrado quiere corroborar su autoridad a fin de alcanzar crédito para sus propias palabras, v.gr. Gal 2,9, 2 Cor 11,22s; es así que Dios a fin de alcanzar fe en sus propias palabras no puede recurrir a la autoridad humana; luego en la Escritura no todo es palabra de Dios.

 

Respuesta. En alguna ocasión el hagiógrafo introduce narraciones o hace ponderaciones, a fin de ganarse autoridad y para que los hombres crean en el más fácilmente; en ese caso Dios dice que dichas narraciones y juicios son verdaderos, y éstos son también juicios de Dios; sin embargo niego el supuesto de que éstos sean palabra de Dios en un sentido totalmente propio y por razón de la materia, como si fueran referidos como palabras dichas por Dios.

 

13. Cada uno de los carismas y las gracias gratis datae, así como tienen sus fines, así también tienen sus límites según los fines propuestos; es así que el fin de los hagiógrafos era enseñarnos las verdades religiosas, no temas profanos; luego el carisma de los hagiógrafos, la inspiración, tiene sus límites, según el fin religioso pretendido, luego no todas las sentencias son inspiradas.

 

Respuesta. Distingo la mayor. Los carismas tienen sus fines, o bien pretendidos por sí mismos, o bien por otro motivo, y sus límites según los fines o bien pretendidos por ellos mismos o por otro motivo, concedo la mayor; tienen solamente fines pretendidos por sí mismos, niego la mayor, contradistingo la menor y la primera consecuencia. Luego la inspiración tiene sus límites según el fin pretendido a causa de él mismo y a causa de otro motivo, concedo la consecuencia; sólo según el fin pretendido por él mismo, niego la consecuencia.

 

14. Si Dios escribe temas no religiosos, desempeña la función de un simple historiógrafo y funciones similares, lo cual desdice de Dios.

 

Respuesta. Si Dios solamente escribiese historia o asuntos no religiosos, puede pasar; si al escribir temas religiosos o en orden al fin religioso primordial, escribe temas profanos que no aparecen aislados, sino con un plan bien estructurado y en unas circunstancias concretas, por más que en alguna ocasión puedan parecer meramente profanas, esto desdice de Dios, niego.

 

15. Si Dios escribe expresiones dichas de pasada, estas expresiones son artículos de fe; ahora bien, esto parece extraño.

 

Respuesta. Esta expresiones dichas de pasada son de fe divina, concedo; son artículos de fe, esto es verdades muy fundamentales en el cuerpo dogmático, niego.

 

16. En la Escritura se encuentran afectos malos presentes en el hagiógraf o, v.gr. imprecaciones (cf. Sal 108, etc.); luego estas sentencias no pueden provenir de Dios.

 

Respuesta. En la sagrada Escritura no pueden encontrarse afectos malos presentes en el hagiógrafo. En cuanto a este tema y por lo que se refiere a las imprecaciones cf. n.124-127.

 

17. Así como los profetas al ser consultados a veces, por el gran uso de profetizar, manifiestan ciertas cosas por su propio espíritu, así también pueden hacer los autores inspirados. Luego no todo es inspirado por Dios.

 

Respuesta. Hacen esto los profetas, si no consta que ellos actúan en virtud del Espíritu divino, puede pasar, y cf. lo que decimos en los n.122, 29. Si consta que ellos se han conducido movidos por verdadera inspiración profética, niego. Respecto a los autores inspirados, puesto que consta que éstos han sido movidos a escribir por verdadera inspiración, no puede admitirse dicha objeción.

 

121. POR LO QUE CONCIERNE AL MAGISTERIO DE LA IGLESIA. 18. La infalibilidad del Romano Pontífice se restringe a las cosas de fe y de costumbres, como también la infalibilidad de la Iglesia (D 1839). Luego también la inspiración de los libros sagrados.

 

Niego la paridad. La infalibilidad del Romano Pontífice consta en las circunstancias peculiares para las que se prueba, acerca de cosas de fe y costumbres; y se tiene, como también la infalibilidad de la Iglesia, mediante la asistencia divina que se concede, para las cosas de fe y costumbres, e indirectamente, al menos, para otras cosas profanas, conectadas con las religiosas (Cf. 239ss); y no se prueba ninguna otra cosa fuera de éstas. Ahora bien, la inspiración es la cualidad del libro por la que Dios es el autor simplemente del libro; y repugna que El no sea autor de todas las sentencias, como queda sobradamente probado.

 

19. La Escritura está sometida a la Iglesia, por tanto, tampoco la inspiración de la Escritura puede tener mayor extensión que la infalibilidad de la Iglesia.

 

Distingo el antecedente. La Escritura está sometida a la Iglesia en cuanto que debe ser custodiada y explicada por el Magisterio de la Iglesia, concedo el antecedente; por razón del origen, en cuanto que el libro sagrado es un libro formalmente de Dios como su autor, niego el antecedente; y obsérvese que los actos del magisterio de la Iglesia son actos formalmente humanos.

 

20. Según el Tridentino, nadie debe inclinar la Escritura a sus propias interpretaciones contra el sentido que mantuvo y mantiene la Santa Madre Iglesia en materia de fe y de costumbres pertenecientes a la edificación de la doctrina cristiana (D 786). Luego la inspiración de los libros sagrados solamente se extiende a materia de fe y de costumbres.

 

Niego la consecuencia. Una cosa es decir positivamente, como se dice en el Tridentino, que la infalibilidad de la Iglesia alcanza a las cosas de fe y costumbres en cuanto a la interpretación de los libros sagrados (cf. 233-235); y otra cosa es negar que Dios sea el autor de todas las sentencias de los libros sagrados, incluso las dichas ocasionalmente. Lo primero se dice en el Concilio Tridentino; lo otro no se dice ni se sigue del Concilio.

 

21. El fin de la declaración del Tridentino sobre los libros sagrados que deben admitirse es confirmar los dogmas y restaurar las costumbres (D 784), mediante la sagrada Escritura inspirada. Es así que el sentido y la extensión de algún dicho debe interpretarse según el fin. Luego la inspiración de la sagrada Escritura debe entenderse solamente en aquellas cosas que contribuyen a confirmar los dogmas y a restaurar las costumbres.

 

Distingo la mayor. El fin remoto de la declaración del Tridentino es confirmar lo dogmas y restaurar las costumbres, concedo la mayor; el fin próximo, niego la mayor; pues es declarar en dónde se contiene la revelación divina, es decir, en la Tradición y en la sagrada Escritura, cuyos libros se admiten íntegramente según están en la antigua edición de la Vulgata latina. Distingo la menor. Solamente según el fin remoto debe interpretarse el sentido de algún dicho, niego la menor; también debe interpretarse según ese fin, concedo la menor.

 

22. Como en la Vulgata declarada auténtica, algunas sentencias no son genuinas o son dudosas (cf. 155ss), así en los libros sagrados algunas sentencias dichas ocasionalmente pueden no ser inspiradas.

 

Niego la paridad. La inspiración de los dichos ocasionales consta por las pruebas aducidas, en cambio sobre la autenticidad de todas las sentencias de la Vulgata, no consta, sino que consta lo contrario (cf. 158.160). Además faltaría la norma objetiva para discernir las sentencias inspiradas de las no inspiradas.

 

23. Si toda sentencia original de la Escritura es inspirada, es palabra de Dios y pertenece al depósito de la fe. Ahora bien, lo que es palabra de Dios, perteneciente al depósito de la fe, no puede perderse, y algunos dichos ocasionales, originales de la Escritura, se han perdido; luego no toda sentencia de la Escritura es inspirada.

 

Distingo la mayor. Toda sentencia inspirada de la Escritura pertenece al depósito de la fe, si es sentencia revelada «per se», concedo la mayor, si es revelada «per accidens», subdistingo: si eliminada esta sentencia no puede permanecer en pie el conjunto de verdades reveladas por sí mismas, concedo; en otro caso, pido la prueba. Concedo la menor y niego el consiguiente y la consecuencia.

 

Luego puede haber algunas sentencias inspiradas (y reveladas), que estaban en los textos originales, perdidas ahora, que no pertenecían al depósito de la fe. Estos textos eran útiles o necesarios para el fin temporal de los libros sagrados (por ejemplo, genealogías, nombres de plantas, cronologías...) pero no eran necesarios para el fin permanente y común de estos libros.

 

Alegarás: Dios hubiera debido cuidar de que ni siquiera las sentencias de mínima importancia inspiradas por El no se perdieran en absoluto.

 

Respuesta. Dios no está obligado a lo que a nosotros nos parece lo mejor.

 

122. DE LOS PADRES. 24. Orígenes dice: «estas palabras que están escritas (tres días todavía y Nínive será destruida; Jonás 3,4), y no se cumplieron, parecen proferidas por Jonás, más bien que por Dios y no siempre las cosas que se dicen por el Profeta se reciben como dichas por Dios».

 

Respuesta. Orígenes en este lugar trata de las cosas que dicen los profetas, no de las palabras escritas en cuanto escritas y refiere las palabras de Jonás al mismo Jonás lo que no se encuentra en las palabras del Señor (Jonás 3,2).

 

25. De nuevo dice Orígenes: «... Pablo..— dice toda Escritura inspirada es útil; y cuando dice: Digo yo, no el Señor; y aquella expresión: Así ordeno en todas las iglesias; e igualmente: Como es lo que he padecido en Antioquía, en Iconio, en Listras, y expresiones semejantes a éstas, a veces escritas por él mismo, y con poder, sin embargo no según la cuidadosa sinceridad de las palabras que proceden de la inspiración divina—»; luego no tiene todas las cosas como inspiradas.

 

Respuesta. Orígenes habla de la diferencia de excelencia que hay entre el Evangelio y las otras escrituras, por razón de la materia, y al Evangelio le llama primicias de toda la Escritura; luego los otros libros constituyen también la Escritura.

 

26. San Basilio: «… toda creatura racional a veces habla por sí misma, a veces habla de lo que es de Dios, como cuando San Pablo dice: Respecto a las vírgenes no tengo mandato del Señor; sin embargo doy un consejo... Y en alguna ocasión dijo Moisés: Soy torpe de boca y de lengua (Ex 4,10) y en cambio en otra ocasión éste mismo dijo: Así dice Yahvé el Dios de Israel: deja salir a mi pueblo para que celebre una fiesta en el desierto (Ex 5,1)».

 

Respuesta. Alude a aquello que por razón de la materia, no es palabra de Dios en sentido totalmente propio, como lo que se refiere que ha sido expresado por Dios. Sin embargo reconoce claramente en el mismo texto que todo procede del Espíritu: «Toda Escritura inspirada por Dios es también útil, puesto que es palabra del Espíritu».

 

27. San JUAN CRISÓSTOMO aludía a las palabras de San Pablo (Hch 23,6s), el cual, sabiendo que una parte de los que le oían eran Saduceos y otra parte eran Fariseos exclamó: Yo soy fariseo... por esperar la resurrección de los muertos se me juzga... y se produjo un altercado entre Fariseos y Saduceos; y dice San Juan Crisóstomo: «(Pablo) habla según la costumbre humana, y no siempre disfruta de la gracia; sino que le es permitido aducir algo de sí mismo...».

 

Respuesta. San Juan Crisóstomo alude a aquel discurso de San Pablo en el cual no actúa por revelación, y quiere con su propio esfuerzo humano dividir a sus adversarios... No se trata de la inspiración de las sentencias de los Hechos de los Apóstoles.

 

28. De nuevo dice San Juan Crisóstomo: «El que habla todas las cosas por el Espíritu, no se esfuerza»; es así que en muchas cosas se esforzaron los hagiógrafos; luego en muchas cosas no hablaron por el Espíritu.

 

Respuesta. San Juan Crisóstomo trata de la preeminencia de la profecía sobre los doctores; porque en el primer carisma todo procede del Espíritu, y nada de la parte humana: «y por eso - dice - después del profeta puso al doctor; ya que lo primero todo ello es ciertamente don, en cambio esto segundo es también esfuerzo humano».

 

29. S.Gregorio Magno: «Hay que saber también que a veces los profetas santos, cuando son consultados, por su gran práctica de profetizar, manifiestan algunas cosas por su propio espíritu, y se puede sospechar que las dicen esto por espíritu de profecía—».

 

Respuesta. San Gregorio trata acerca de aquello que dicen los profetas en alguna ocasión, no trata acerca de la palabra escrita en cuanto escrita.

 

30. Los Padres que atestiguan la extensión universal de la inspiración a todas las sentencias, hacían esto porque no conocieron las dificultades científicas modernas y pudieron prescindir de ellas con más facilidad que nosotros.

 

1) Puede pasar pero niego la consecuencia. Pues ni la autoridad de los Padres nos coacciona en las explicaciones que proponen como doctores privados y en el modo particular de resolver las dificultades; sino que es obligatorio para nosotros el magisterio y el mutuo acuerdo de ellos en cuanto testigos de lo revelado o de lo conexionado con lo revelado, a saber, en nuestro caso, cuando afirman que la inspiración se extiende a lo que ha sido dicho de pasada.

 

2) Los Padres tuvieron a veces grandes dificultades que resolver; y no estas dificultades negando que la inspiración se extendiera a lo profano..., sino que adhiriéndose firmemente a la doctrina de los antepasados transmitida por tradición, pensaban acertadamente que las objeciones en contra de ella no tenían ningún valor.

 

En qué sentido y grado se dice que cada una de las sentencias
de la sagrada Escritura es «palabra de Dios»

 

123. Si la inspiración se extiende absolutamente a todas las sentencias de la sagrada Escritura, Dios como autor que es de todas las sentencias, quiere comunicarnos algo mediante ellas. Luego todas las sentencias de la sagrada Escritura son «palabra de Dios». Y por tanto la Iglesia llama a la sagrada Escritura palabra de Dios escrita (D 1792; CIC cn.1323 § 1).

 

Así pues, todo lo que hay en la sagrada Escritura es palabra de Dios por razón de la inspiración o, según suele decirse, por razón de la consignación.

 

Sin embargo por razón de la materia no puede decirse esto del mismo modo respecto a todas las sentencias.

 

Y así se encuentran en la sagrada Escritura:

 

a) expresiones que son referidas como dichas directamente por Dios o por Jesucristo Nuestro Señor (incluso según la naturaleza humana), y estas expresiones son palabra de Dios en sentido totalmente propio, a saber, por razón de la consignación y también por razón de la materia que encierran; v.gr. Ap 2,lss; «al ángel de la Iglesia de Efeso escribe: Esto dice el que...»; Hch 10,13; 11,7; o cuando los profetas decían: «Esto dice el Señor...».

 

b) En otras ocasiones se narra lo que Dios ha dicho por medio de un ángel, de un legado... o lo que dicen los apóstoles como legados, infalibles de Dios, y estas expresiones, aparte de la razón de la consignación, son palabra de Dios mediata e indirectamente, a causa de la misión del legado.

 

c) Hay otras expresiones que el hagiógra f o saca de la sagrada Escritura, y estas son doblemente palabra de Dios por razón de la consignación; o bien aquellas expresiones que han dicho otros con inspiración profética (v.gr. Lc 1,42; Isabel llena del Espíritu Santo; Lc 1,46ss: el Magni f icat; Lc 1,67ss: el Benedictus), y aquí se da la expresión oral profética y al mismo tiempo la expresión oral inspirada por la consignación.

 

d) Hay otras expresiones que el hagiógrafo ha extraído de distintas fuentes o las ha pensado él con su propia diligencia, y las dice en nombre propio, y éstas son palabras de Dios en cuanto que Dios ha querido que sean éstas manifestadas mediante el hagiógrafo, o usando del hagiógrafo como instrumento racional.

 

124. SE DESPRENDE COMO CONSECUENCIA DE LO ANTERIOR LO SIGUIENTE:

 

1) Las narraciones, las argumentaciones, las insinuaciones, los dichos del hagiógrafo: son simultáneamente juicios de él y juicios de Dios mismo (cf. D 2180; EB 415).

 

Y si se expresa alguna probabilidad o duda, o ignorancia, o conjetura, o indeterminación, esto no ocurre por parte del conocimiento divino, el cual siempre es cierto y pleno, sino por parte de las palabras del conocimiento divino; a saber, Dios afirma que el hagiógrafo no lo extrae de fuentes ciertas, o que el hagiógrafo duda, o que ignora, o que conoce algo con conjetura o indeterminación. En verdad una cosa es que Dios no sepa o dude... (lo cual no puede suceder); y otra cosa es que Dios afirme que el hagiógrafo duda, ignora...

 

La expresión de tal duda o ignorancia, etc., no carece de fin; pues aparte de que ya es algún conocimiento, si bien indeterminado, a partir de él podemos colegir algo cierto. Así v.gr. en 1ª Cor 1,16 muestra que San Pablo dejó a otros en general la administración del bautismo.

 

2) Si el hagiógrafo refiere lo que otros autores profanos han dicho o han escrito: si simplemente lo refiere, sin aprobar o desaprobar, en este caso Dios atestigua que la referencia es verdadera, o que los mencionados autores han dicho o escrito esto en realidad; y esto es palabra de Dios; si además esto es aprobado o alabado, Dios aprueba o alaba además esto: cf. Mc 12,32-34; Tit 1,12; Job 42,7; si esto es reprobado, Dios también lo reprueba, Jn 8,49.

 

Si el hagiógrafo refiere una fuente profana sin nombrar esta fuente, entonces se da una cita tácita o implícita (cf. 176,3; 186): y hay que sostener que el hagiógrafo se responsabiliza de esta cita, siempre que no se demuestre con sólidos argumentos, que él ni aprueba ni hace suya dicha cita, de tal manera que se juzga con razón que no habla en nombre propio (D 1979; EB 160).

 

3) En cuanto a los actos de la voluntad del hagiógra f o: los mandatos, los

consejos... se expresa implícitamente que estos actos se han dado o se dan en realidad, y esto es también juicio de Dios; sin embargo los preceptos y los consejos mismos son actos solamente del hagiógrafo, si habla en nombre propio (v.gr. 1 Cor 7,12; 11,17; 1 Tim 5,23). Pues en este caso son inspirados por razón de la consignación, no por razón de la materia.

 

Ahora bien, si los consejos son juicios doctrinales acerca de la utilidad o conveniencia de algo, en este caso hay que decir lo que hemos indicados respecto a los juicios en el número 1).

 

4) En cuanto a la narración o afirmación de los afectos del hagiógrafo mismo, el juicio de que se han dado o se dan tales afectos es también juicio de Dios.

 

Respecto a la honestidad o bondad moral de los afectos pasados del hagiógrafo, no se afirma nada por la consignación de dichos afectos en el libro inspirado. Lo mismo hay que decir en cuanto a su índole natural o sobrenatural.

 

Acerca de los afectos presentes del hagiógrafo (y acerca de los actos presentes de su voluntad), v.gr. afectos de amor, de odio, de esperanza, de admiración, de gozo, de dolor... puesto que parece que el hagiógrafo aprueba el afecto presente deliberado, y puesto que Dios le impulsa a escribir, y ya que la redacción, así como la expresión oral de algún acto interno, forma una unidad moral con el acto interno, por ello el afecto presente del hagiógrafo debe ser moralmente bueno, y el afecto presente malo no puede compaginarse con la inspiración del libro.

 

Esto mismo hay que decir acerca de los actos presentes de la voluntad del hagiógrafo.

 

125. 5) De las imprecaciones. A fin de explicar las imprecaciones que se leen en la sagrada Escritura, (v.gr. Sal 7; 34; 51; 57,7-12; 58,6-16; 68,23-29; 78,6.12; 108,6-19; 136,6-9...) puede ciertamente tenerse en cuenta la índole hiperbólica de los orientales, y los símbolos y las descripciones poéticamente exageradas; pero no hay que pensar en una dureza de costumbres de los antiguos: ya que al haber sido la sagrada Escritura inspirada por Dios, solamente puede ser inspirado por Dios aquello que es moralmente bueno.

 

Y Tampoco vale el recurso a la imperfección moral del Antiguo Testamento. Es ciertamente verdad que el Antiguo Testamento es respecto al Nuevo, como lo menos perfecto es respecto a lo más perfecto; pero no es como el mal moral es respecto al bien moral. Ahora bien, el odio a los enemigos es un acto, no menos perfecto, sino moralmente malo. Y en el Nuevo Testamento no faltan imprecaciones (v.gr. Hch 8,20; 18,6; Gal 1,8s; Ap 6,10; 18,6s.20).

 

Sin embargo viene bien el tener en cuenta, respecto a los salmos imprecatorios de David, que se trata de un autor, del que se sabía por otra parte que era de un comportamiento apacible (v.gr. 1 Re 24 y 26: respecto a Saúl; 2 Re 4,9-11: David castiga el asesinato de su rival Isbaal; 2 Re 9: y quería tener misericordia con los que habían quedado de la casa de Saúl; 2 Re 16,5-14: que [David] se comportó con benignidad con Semei que le maldecía y le arrojaba piedras a él y a todos los servidores del rey). De donde con razón se deducen otras explicaciones en orden a resolver las dificultades que surgen de las imprecaciones.

 

Y en verdad, según San Tomás, «las imprecaciones que aparecen en la sagrada Escritura, pueden entenderse de cuatro maneras: en primer término en cuanto que los profetas suelen predecir el futuro en la figura del que realiza la imprecación...»; y por ello pueden entenderse «a manera de un preanuncio, no a manera de un deseo, de tal forma que el sentido sea: Marchen los pecadores al infierno, esto es, se marcharán»; y a veces la Vulgata pone el modo optativo donde el TM emplea un futuro simple.[3]

 

«En segundo término en cuanto que ciertos males temporales a veces son enviados por Dios a los pecadores como corrección». «Y si alguien - como dice el mismo Sto. Tomás en otro lugar - manda o desea el mal de otro bajo la razón de bien, de este modo es una cosa lícita; y no será maldición hablando "per se", sino "per accidens", puesto que la intención principal del que habla no se dirige al mal, sino al bien».

 

«En tercer lugar porque se entiende que los profetas se dirigen no contra los hombres mismos sino contra el reino del pecado, a saber para que mediante la corrección y reforma desaparezcan los pecados de los hombres». Hay que tener también en cuenta que el hagiógrafo habla a veces no como persona particular en contra de un enemigo privado, sino en nombre del pueblo elegido en contra de los enemigos de Dios y de los enemigos del reino de Dios, el cual reino era el pueblo mismo de Israel.

 

«En cuarto lugar [los profetas] conforman su voluntad con la justicia divina respecto a la condenación de los que permanecen en el pecado».

 

126. ACERCA DEL SALMO 108. Las imprecaciones verdaderamente severas que se leen en el Salmo 108,6-19 (si no se ponen en boca de los enemigos de David en contra de David mismo [cf. v.5.20], según lo que vamos a decir después) contienen según la costumbre hiperbólica oriental la amplificación del justo deseo de humillación de los pecadores, en cuanto enemigos de Dios, y para que Dios por el honor de su nombre (v.21.27) se mantenga fiel a sus promesas. Y al desear tal humillación, lo cual es moralmente honesto, a saber si se desea en orden a la corrección o al sentimiento de justicia, al mismo tiempo se predice lo que de hecho va a suceder (cf. n.125). Y San Pedro (Hch 1,20) entendió que esto había sido dicho respecto a Judas o lo acomodó a él (v.8: Sean cortos sus días y sucédale otro en su ministerio).

 

Sin embargo según otros autores, las palabras imprecatorias puede suponerse que fueron proferidas por los enemigos mismos de David en contra de David (v.4s: En pago de mi amor me maltratan y yo no hago más que llorar. Me vuelven mal por bien, y odio por amor. V.20: «Esta sea de parte de Yahvé la merced de los que me persiguen y de los que imprecan males contra mi alma). A fin de entender esta imprecación hay que tener en cuenta cómo habla David de sus enemigos (v.3-5) en número plural; en cambio después no aparece la imprecación contra ellos en número plural, sino que de repente se hace la imprecación contra alguien en número singular (v.6ss: Pon contra él a un impío...); y se comprende bien que éste es el odio que los enemigos tienen contra David volviéndole odio por amor (v.5), puesto que hablaron contra él con lengua engañosa (v. 2s).

 

En esta interpretación las palabras de Pedro acerca de Judas serían o bien una acomodación o referirían que era preciso (en griego se pone el tiempo aoristo) que se cumpliese la Escritura... (Hch 1,16) acerca de Judas; en el sentido de que los enemigos de Jesucristo lanzarían imprecaciones contra él, sin embargo las imprecaciones rebotarían en contra de los enemigos, según la Escritura misma (Gen 12,3; Sal 7,17); de forma que se diría de Judas: Sean cortos sus días y sucédale otro en su ministerio.

 

127. 6) En cuanto a los afectos y actos de la voluntad que de otros se refieren en la sagrada Escritura, se afirma que tuvieron en realidad dichos actos y afectos, y esto es palabra de Dios; sin embargo de suyo no se dice nada acerca de la aprobación o desaprobación de los mismos.

 

TESIS 6. La inspiración verbal en el sentido «de dictado mecánico» en general no debe ser admitida.

 

128. Aunque actualmente no se defienda la inspiración verbal en el sentido de «dictado mecánico», sin embargo, como complemento y a fin de conocer los defectos por exceso en la explicación de la inspiración, es conveniente tratar acerca de ella.

 

129. Nociones. Se puede concebir una doble INSPIRACIÓN VERBAL, y de hecho ha sido concebida de doble manera:

 

La primera, a manera de un DICTADO MECÁNICO de las palabras dichas por Dios mismo, o a modo de una revelación o determinación, o bien una acción de sugerir cada una de las palabras «in individuo». De este modo el hagiógrafo sería a manera de un amanuense que escribiría lo que Dios le dictara.

 

La segunda clase de inspiración verbal puede llamarse PSICOLÓGICA, en cuanto que las palabras materiales están psicológicamente conexionadas con los conceptos internos y con las sentencias. Pues el libro no se da sin las sentencias, las ideas y las palabras; y por tanto la inspiración que cae sobre el libro caerá también sobre las palabras. Respecto a la inspiración verbal concebida de este modo, se hablará después en el n.136ss.

 

Cuando negamos el dictado mecánico de las palabras por la inspiración, no queremos negar la determinación de las palabras en alguna ocasión «in individuo», siempre que ésta se pruebe (v.gr. si alguien lo probara respecto a Jn 1,14: Y el Verbo se hizo carne...; o del mismo modo respecto a algunas palabras, el Verbo, la Sabiduría...). Por ello decimos que tal dictado no debe ser admitido en general.

 

130. Adversarios. Esta teoría concuerda con la teoría de la inspiración adivinatoria para la profecía que defendía TERTULIANO, una vez que se pasó al montanismo, y de manera parecida antes la escuela alejandrina de FILÓN y de FLAVIO JOSEFO.

 

Exprofeso la sostuvieron los antiguos rabinos afirmando la determinación por Dios de cada palabra y aun de las formas de las letras.

 

Los protestantes más antiguos, de modo parecido, dicen que las sílabas, las letras y los ápices en las sagradas Escrituras proceden de Dios.

 

Así A.QUENSTEDT (†1688), entre otras cosas decía que era blasfemo querer hablar de solecismos y barbarismos en los libros sagrados, porque así sería acusado, Dios mismo, que es quien infundió a los hagiógrafos «las palabras mismas y las frases y les dictó e inspiró la colocación y el enlace de las palabras».

 

Y según la Fórmula del consenso helvético (año 1675): «... el códice hebreo del Antiguo Testamento, que hemos recibido y retenemos hoy de la tradición de la iglesia judía, a la cual en otro tiempo fueron confiados los oráculos de Dios, así en cuanto a las consonantes como en cuanto a las vocales, y por lo que concierne a los puntos mismos, o al menos a la posibilidad de los puntos y en cuanto al contenido y palabras es θεοπνευστος...» (inspirada por Dios). Sin embargo esta fórmula fue abrogada en el año 1725.

 

131. Doctrina de la Iglesia. Los documentos de la Iglesia, que hablan de la inspiración, suponen el trabajo personal y humano del hagiógrafo, no el mero trabajo del amanuense, o un vaticinio de uno que se encuentra en éxtasis.

 

Así v.gr. el Concilio Vaticano 1 explicando en qué consiste la inspiración, dice que la Iglesia recibe los libros como sagrados «no porque hayan sido compuestos por sola industria humana y después aprobados por su autoridad...» (D 1787). Por tanto se insinúa algún esfuerzo humano para componer esos libros.

 

LEON XIII («Providentissimus») describe este trabajo humano y racional del hagiógrafo (D 1952).

 

Igualmente BENEDICTO XV («Spiritus Paraclitus») explica la doctrina de San Jerónimo, contraria al dictado mecánico, el cual «no duda además que los autores de éstos (libros sagrados), cada uno según su naturaleza e ingenio, prestaron servicio libremente a Dios inspirador...» (EB 448), e inculca la explicación de León XIII acerca del trabajo humano del hagiógrafo (EB 452).

 

Valor teológico. La tesis es cierta y común.

 

132. Se prueba por la sagrada Escritura. Por la Escritura consta que lo autores de los libros sagrados frecuentemente no se comportaron sólo pasivamente en orden a escribir el libro, sino que trabajaron, sudaron y atribuían defectos a su trabajo. Así Lc 1,3 en el prólogo; y el autor de 2 Mac (2,24-32; 15,39).

 

Igualmente citan los documentos, según las fuentes (en los libros de los Reyes, Paralipómenos, 2 Macabeos...); de donde se muestra que Dios no habría dictado estos documentos de manera necesaria, sino superfluamente.

 

La diversidad de estilo en los diferentes libros; los mismos defectos gramatica­les y literarios; el distinto modo de citar, meramente según el sentido las palabras de la Escritura (v.gr. Rom 9,33 = Is 8,14; 28,16. Lo mismo 2 Re 22 = Salmo 17); el diverso modo de citar las palabras del Señor en la institución de la Eucaristía (Mt 26,26-28; Mc 14,22-24; Lc 22,19.20; 1 Cor 11,23-25...): todas estas cosas no suponen un dictado mecánico por parte de un solo y un mismo autor principal divino, sino que implican en el libro el influjo diverso del instrumento utilizado.

 

133. Se prueba por la tradición. Los Padres inculcan el valor de las sentencias en las Escrituras; no precisamente el de las sílabas y los ápices, a no ser enfática y oratoriamente (cf. 143,5).

 

Así San JERÓNIMO: «Que otros espíen las sílabas y las letras, tú busca las sentencias». El mismo Jerónimo: «No pensemos que el Evangelio está en las palabras de las Escrituras, sino en el sentido. No en la superficie, sino en la médula. No en las hojas de los discursos, sino en la raíz de la razón». Y así mismo San Jerónimo atribuye precisamente a la diversidad de hagiógrafos la diversidad de estilo que se advierte en los libros sagrados (cf. n.145).

 

San AGUSTÍN: «Había discrepancia accidental en los evangelistas para que comprendiéramos también al mismo tiempo, lo cual concierne sobre todo a la doctrina fiel, que debíamos buscar o abrazar no tanto la verdad de las palabras cuanto la de las realidades, puesto que reconocemos que permanecieron firmes en la misma verdad aquellos que no emplean la misma expresión, y en cambio no discrepan en las cosas y en las sentencias». Y según el mismo San Agustín, es útil para la fe que haya diversas formas de expresión en los evangelios, «para que no pensemos que la verdad se fortalece con sonidos como consagrados, como si Dios nos encomendara las palabras igualmente que la misma realidad, siendo así que las palabras se pronuncian para que éstas expresen la realidad; y se prefiere más bien la realidad que debe expresarse a las palabras mediante las cuales debe ser expuesta; de manera que no deberíamos buscar éstas, si pudiéramos conocer la realidad sin las palabras como la conoce Dios y en Él sus ángeles.

 

134. Razón teológica. No se requiere el dictado y la determinación de las palabras por parte de Dios, para que Dios sea el autor principal de la sagrada Escritura. Pues se considera suficientemente autor principal de un libro o de una carta aquél que induce a otro a que escriba sus sentimientos y éstos solos y cuida de que no se expresen con palabras inadecuadas.

 

Esto se confirma por las respuestas de la Comisión Bíblica, según las cuales también puede ser considerado Moisés autor del Pentateuco, si otros han expresado los sentimientos propios de él con fidelidad concebidos por el mismo Moisés y aprobados después por él mismo (D 1998; EB 182). Igualmente San Pablo puede considerarse autor de la carta a los Hebreos, aunque otro la dotó de la forma con la que aparece (2178; EB 413).

 

Por tanto Dios puede ser la causa principal del libro sagrado, sin que determine las palabras que deben escribirse. Ahora bien, no debe afirmarse este hecho de la determinación de las palabras, el cual sería un hecho sobrenatural, si no consta claramente de él; pues no han de multiplicarse los entes sin necesidad.

 

135. Objeciones. 1. Los hombres cambian lo que escribieron en otro lugar; luego también Dios puede, de manera diferente, referir lo que en diversos libros nos refirió, dictando de diverso modo a los diversos hombres.

 

Respuesta. Los hombres hacen esto, cuando quieren enmendar alguna escritura propia para una nueva edición, concedo; pero no se puede pensar esto del Espíritu Santo. Los hombres hacen esto cuando refieren palabras de otros, subdistingo: generalmente, niego; alguna vez, pase. Pero adviértase que esto lo hacen los autores sagrados cuando refieren palabras de otros y además adviértase sobre todo que nosotros no tratamos de lo que hubo podido ser, sino de lo que es de hecho, con relación al dictado de las palabras por Dios «in individuo». Por lo demás, no negamos que Dios pudo determinar las palabras «in individuo».

 

2. Según Jeremías 36,18: Jeremías, por su boca HABLABA COMO LEYÉNDOME a mí (Baruc) todas esas palabras es así que el que lee, lee también las palabras materiales, luego se han tenido las palabras materiales por el dictado de Dios.

 

Respuesta. 1) Si esto probara para este caso y para esta ocasión, no por eso probaría para todos los casos y libros.

 

2) A Jeremías se le ordena que escriba no las revelaciones que debía recibir inmediatamente, sino las que antes había recibido (36,2) y las que al menos en parte, como puede suponerse razonablemente, ya las había escrito y repetido delante de la asamblea. Así pudo dictar de memoria como si leyera.

 

3. A los hagiógrafos se les ordena escribir las palabras de Dios (en muchos textos). Luego estas palabras se tuvieron por dictado.

 

Distingo el antecedente. Se les ordena escribir las palabras formales de Dios, es decir, las sentencias, concedo el antecedente; las palabras de Dios dictadas materialmente, pido la prueba.

 

4. Los teólogos antiguos no rara vez argumentan según las palabras del salmo (44,2): Es mi lengua la pluma de un escriba veloz, para decir que sus palabras son inspiradas; por tanto el autor sagrado es como una pluma y el Espíritu Santo como el escriba; es así que el escriba dicta las palabras, luego también el Espíritu Santo.

 

Respuesta. Estas palabras en el salmo significan que el autor está tan conmovido, que habla con fluidez. Y si el autor del salmo es comparado a la pluma del escriba, no por eso se debe tomar a la letra en las comparaciones. Los teólogos antiguos solamente pudieron usar de analogía y acomodación, en base a las palabras de este salmo.

 

5. La inspiración comprende tanto, cuanto comprende la redacción del libro; es así que la redacción del libro comprende las palabras materiales; luego también la inspiración comprende las palabras materiales.

 

Distingo el antecedente. La inspiración comprende lo mismo que la redacción del libro en cuanto a la parte formal de éste, es decir, en cuanto a las sentencias, concedo el antecedente; en cuanto a la parte material de las palabras, subdistingo; con inspiración verbal psicológica, de la cual trataremos enseguida, concedo; con inspiración verbal de dictado mecánico, subdistingo de nuevo: en general, niego; alguna vez, pase.

 

6. La inspiración debe comprender también la escritura material de las palabras «in individuo». Prueba: como el maestro que mueve la mano del niño que escribe es la causa principal de la forma determinada material de las líneas, así también Dios, utilizando al hagiógrafo como un instrumento, es la causa principal de las determinadas palabras materiales de la Escritura.

 

Niego. En cuanto a la prueba, niego la paridad. La acción del maestro, como causa principal de la escritura material, no puede darse sin la acción de una determinada forma de las líneas; pero la acción de Dios, como la causa principal de la escritura del libro, puede darse sin dictado de las palabras «in individuo»: en un caso se trata de la escritura material; en el otro, en cambio, se trata del libro; son cosas distintas. Sin embargo, no negamos con esto que la inspiración se extiende a las palabras en algún sentido verdadero, del que trataremos en seguida.

 

TESIS 7. La teoría de la inspiración verbal «psicológica parece que debe preferirse.

 

136. Estado de la cuestión. Aun rechazada la inspiración verbal en el sentido de dictado mecánico o de sugerencia determinante de cada palabra, sin embargo todos admiten que la inspiración se extiende a las palabras de algún modo cierto. Ahora bien este influjo se extiende no sólo a las palabras de la mente con las que se representan internamente las palabras y las sentencias, sino también a las palabras de la imaginación y a las palabras materiales:

 

a) en cuanto que Dios elige a un determinado hagiógrafo que goza de unas dotes naturales definidas, que usa tal lengua concreta, que está dotado del arte retórico o de una naturaleza poética, etc.;

 

b) en cuanto que Dios mueve a escribir en un género literario determinado: poético, didáctico, narrativo, oratorio,...;

 

c) en cuanto que Dios asiste a fin de que el escritor sea infalible al expresar con palabras externas lo escrito.

 

137. Sin embargo se pregunta además si hay otro sentido y si hay otras razones por las que debe defenderse o sea preciso defender, la inspiración verbal, a saber, respecto a las palabras materiales mismas.

 

Este nuevo sentido puede expresarse del siguiente modo: Dios, como causa principal del libro, influye no sólo en las sentencias o en el sentido, no sólo en la composición mental e interna de las cosas que se deben decir, sino también en las palabras mismas, o sea en la forma externa de la dicción.

 

138. Entre las razones que se dan para afirmar esto, nos agradan menos aquellas que algunos autores derivan del concepto prejuzgado de causa instrumen­tal, razonando dichos autores del siguiente modo: Dios es la causa principal del libro, el hombre la causa instrumental; ahora bien, el efecto que proviene de la causa principal y de la causa instrumental subordinada todo entero proviene con la totalidad del efecto de ambas causas; luego todo lo escrito en el libro sagrado, y por tanto las palabras materiales mismas, provienen de Dios y del hombre.

 

Sin embargo tal modo de razonar parece que es apriorístico, basado en una teoría filosófica; ahora en cambio se trata de explicar el hecho revelado de la inspiración de los libros, principalmente por las fuentes de la revelación. Además aquel modo de razonar parece sujeto a algunas excepciones.

 

Luego la razón que nos parece bien en orden a afirmar la inspiración verbal es otra, según se verá después en la prueba; pero puesto que se deriva sobre todo de cierta connaturalidad «psicológica», de ahí proviene el nombre que ha sido aplicado a esta teoría, que en verdad quiere evitar cierta violencia o vivisección entre los elementos vivos del escrito inspirado, a saber, entre la concepción interna y mental y de las sentencias por una parte, y la forma externa o elocución por otra parte.

 

139. Adversarios. Aunque la divergencia entre los autores católicos en esta cuestión no es grande, si se tiene en cuenta todo lo que cada uno dice o supone, parece que debe citarse ahora entre los adversarios de esta inspiración verbal «psicológica», los que sostienen que no se requiere que la acción inspiradora de Dios se extienda a las palabras materiales mismas.

 

140. Esta fue la opinión de L.LESSIO. Así opinó también el Cardenal FRANZELIN, quien distingue entre la parte formal del libro (las cosas y las sentencias) y la parte material (las palabras, la forma externa gramatical y literaria); y dice que es suficiente, para que alguien sea autor de un litro, el que procure que otro cooperador escriba sus sentimientos y sólo éstos, con tal que simultáneamente procure que dichos sentimientos propios no sean expresados con palabras inadecuadas. «Por consiguiente si Dios con su inspiración de las cosas y de los sentimientos actúa en el hombre inspirado en orden a escribir de tal manera, que el libro escrito contenga verdadera y sinceramente de un modo infalible en virtud de la operación divina, los sentimientos de Dios, es necesario que esté de acuerdo con la inspiración misma, esto es, que se incluya en ella tal operación divina, que el hombre al escribir, no sólo elija de hecho, sino que también elija infaliblemente los signos adecuados para expresar verdadera y sinceramente las cosas y las sentencias inspiradas, y hasta tal punto que sea infalible en la elección adecuada de los signos y de los otros elementos que conciernen a la parte material». De aquí toma el autor la razón de la extensión de la inspiración a las palabras por causa de la elección infalible de las palabras adecuadas, y tal elección ha sido hecha en verdad y proviene del hagiógrafo mismo.

 

Otros autores han seguido la sentencia del CARDENAL FRAZELIN, o una sentencia parecida, como SCHMID, G.J.CRETS, CARDENAL MAZZELLA, J. KNABEN­BAUER, PESCH, R.CORNELY, VAN LAAK, DORSCH_.

 

141. S.TROMP, distinguiendo acertadamente entre la composición real y la composición mental del libro concede, por lo que se refiere a la composición real del libro, que todas y cada una de las palabras, incluso en cuanto que éstas son palabras concretas, provienen conjuntamente de Dios, y conjuntamente del hombre, en la medida que dicha composición está sujeta al juicio práctico aprobatorio, a saber, mientras el hagiógrafo juzga que la composición real está de acuerdo con la composición mental, esto es, que los signos gráficos expresan rectamente las cosas que deben ser comunicadas. Por ello «la concepción de las cosas es simpliciter por ilustración divina; las palabras son también por ilustración divina, sin embargo, no necesariamente en cuanto son estas palabras simpliciter, sino en la medida en que con estas palabras, aunque consideradas a la manera humana, se juzgue que se expresa adecuadamente lo que debe expresarse». Por lo cual a este autor no le agrada, si se trata de la composición o redacción mental del libro, la inspiración verbal «psicológica» (por temer presentes a aquellos que la entienden como la acción de sugerir las palabras).

 

Pues la elección de los vocablos adecuados para expresar los sentimientos inspirados, se deja a la actividad propia del hagiógrafo, si bien éste, con su juicio especulativo aprobatorio de la forma externa elegida, juzga después sobrenatural e infaliblemente de la aptitud de la expresión externa elegida.

 

142. Doctrina de la Iglesia. No hay ningún documento del Magisterio de la Iglesia que obligue teológicamente a aceptar esta explicación o teoría que nosotros admitimos. Nada impide el que pueda sostenerse la sentencia del Cardenal Franzelin, u otra sentencia semejante; por el hecho de que es suficiente teológicamente el sostener que el autor del libro, Dios, es el autor en cuanto a la parte formal del libro (las cosas y las sentencias), dejando al instrumento la parte material.

 

Más aún, parece que están de parte de esta sentencia algunas respuestas de la Comisión Bíblica, en las cuales se permiten análogas hipótesis: así Moisés puede ser considerado el autor del Pentateuco, en el caso de que confiara a otro, o a muchos, al que fuera escrita la obra concebida por él bajo la divina inspiración, de tal modo sin embargo que reflejara fielmente sus sentimientos, y no escribieran nada en contra de su voluntad, y nada dejaran sin escribir, y que por último la obra realizada de este modo fuera aprobada por el mismo Moisés, que era el autor primero e inspirado (D 1998; EB 182). Así mismo San Pablo puede ser considerado autor de la epístola a los Hebreos, aunque otro le dio de la forma con que aparece (D 2178; EB 413).

 

Luego según lo que acabamos de decir - tal vez se pueda objetar - Dios puede ser la causa principal del libro, y el hombre la causa instrumental racional, sin que Dios determine las palabras que deben ser escritas o sin que extienda su influjo positivo a ellas.

 

Pase el que sea así. Sin embargo, aquí nosotros preguntamos no acerca de la cuestión de iure (de derecho) o de la mera posibilidad, sino de la cuestión de facto (de hecho), a saber, qué es lo que Dios hizo y qué se dice de un modo más congruente.

 

Valor de la tesis. Asumimos la teoría de la tesis como una explicación más probable y más congruente.

 

143. Se prueba. 1) No puede negarse, según la costumbre ordinaria de hablar, que el autor del libro no sólo indica las sentencias, sino que también ordinariamente se fija en las palabras, y las escribe o indica. En efecto, ordinaria­mente se dice que esto es escribir un libro. Luego también Dios influye sobrenatu­ralmente en las mismas palabras materiales cuando inspira un libro y es el autor de éste.

 

Y los casos extremos del Pentateuco y de la epístola a los Hebreos en los cuales hay peculiares dificultades en cuanto al autor humano, no deben aducirse como casos ordinarios y típicos. Esto solamente probaría que puede haber grados en la perfección del concepto de «autor».

 

Como quiera que el libro sagrado todo entero en su forma concreta ha sido entregado con benignidad muy grande por Dios a la Iglesia, y ha sido realizado principalmente por la bondad divina para nuestro bien, hay que presumir más bien que el influjo principal divino al escribirlo se extiende lo más posible, y al mismo tiempo cuanto permite la condescendencia divina al usar del hombre como instrumento.

 

Luego nos parece bien (o sea que es más congruente) el considerar el influjo de Dios que en los libros sagrados se extiende de hecho incluso a las palabras materiales.

 

2) Psicológicamente las sentencias están conectadas con las ideas o palabras, no sólo con las internas, sino también ordinariamente con las palabras incluso imaginarias. Y las palabras y la forma externa revisten cualidades de la sentencia y del trabajo intelectual; de donde si el pensamiento es claro, conmovedor, agudo, enérgico... la forma externa reviste también tales propiedades.

 

Ahora bien, si la acción de Dios en la inspiración alcanza las sentencias, de un modo más connatural alcanzará también las palabras imaginarias y la forma externa. De este modo tampoco es necesario recurrir a la «vivisección».

 

Y esto tanto más, cuanto que la inspiración no supone necesariamente una infusión de nuevas especies mediante la revelación de nuevas ideas; sino que puede alcanzar las ideas que deben conjuntarse o separarse las cuales ya están general­mente asociadas en la mente del hagiógrafo y con vocablos concretos.

 

3) Hay que añadir que la praxis o práctica de los Santos Padres y de la exégesis explica y desarrolla el sentido literal, apoyándose, como fundamento, precisamente en las palabras y en el significado de las mismas. Por tanto estas palabras se consideran de un modo más congruente como algo recibido por el influjo divino, y no como algo meramente humano.

 

4) Algunas palabras de la sagrada Escritura, como Jer 1,9: Mira que pongo en tu boca mis palabras, y expresiones semejantes (si bien se refieren inmediatamente a la inspiración profética), se explican de un modo más congruente, si Dios influye no sólo en las sentencias, sino en las palabras de éstas; y se transfieren analógica­mente a la inspiración bíblica.

 

5. Además los textos de los Santos Padres que ponen de relieve el valor y el sentido de las palabras, si se quita la amplificación y el énfasis oratorio en cuanto a las tildes, las sílabas,... se entienden de un modo más adecuado si las mismas palabras son del Espíritu Santo.

 

Así ORÍGENES dice: «El Espíritu Santo inspiró estas cosas mediante los ministros de la palabra con cuidado y con detalles muy exquisitos, a fin de que no quede escondida a vosotros la razón según la cual la sabiduría divina ha alcanzado a toda la Escritura dada por Dios hasta en una sola letra por pequeña que sea... Nosotros juzgamos de todos los escritos por inspiración del Espíritu Santo, que son como gran providencia, que transmite una sabiduría superior a la humana, y ha impreso mediante la sagrada Escritura documentos saludables al género humano, y ha dejado huellas impresas de su sabiduría, por decirlo así en cada una de las letras, en cuanto cada una de éstas es capaz».

 

Y San GREGORIO NACIANCENO: «Nosotros que extendemos la diligencia del Espíritu Santo hasta una pequeña tilde y línea, nunca concederemos, pues no es licito, el que ni siquiera las más pequeñas acciones hayan sido escritas y elaboradas de una forma irreflexiva por los escritores, y hayan sido conservadas en la memoria hasta estos tiempos».

 

San JUAN CRISÓSTOMO: «¿Qué quiere decir esta breve expresión, «Adae vero»? (más Adán). ¿Por qué añade la conjunción?. ¿Acaso no bastaba decir, Adán?. No ocurre esto sin razón, ni nosotros tenemos la intención de investigar tales cosas con ánimo de curiosidad, sino a fin de que interpretán­doos todo con diligencia, os enseñemos que ni una pequeña expresión, ni una sola sílaba contenida en la divina Escritura debe ser pasada por alto. En efecto las palabras no son unas palabras cualesquiera, sino palabras del Espíritu Santo, y por tanto se puede encontrar en ellas un gran tesoro, incluso en una sola sílaba».

 

San JERÓNIMO: «... cada una de las palabras, cada una de las sílabas, cada tilde, cada punto, en las divinas Escrituras están llenas de sentido».

 

144. Escolio. Sin embargo no hay que concebir que este influjo de Dios en las palabras, como que determina necesariamente siempre las palabras mismas: pues esto sería un dictado mecánico o una acción de sugerir las palabras. Sino que esta determinación de las palabras y de la forma externa puede dejarse, ciertamen­te bajo el influjo de la causa principal, a la virtualidad propia del instrumento; y en verdad a este instrumento y a su virtualidad, que puede tener deficiencias, hay que atribuir los defectos gramaticales, los anacolutos, los solecismos... y las imperfecciones del estilo, que vemos en la sagrada Escritura, y admiten los autores sagrados mismos (cf. 2 Mac 15,39). Pues así como el Verbo de Dios encarnado admitió nuestras miserias a excepción del pecado (Heb 4,15), así la palabra de Dios escrita admite las imperfecciones literarias de los hombres «sin caer en el error».

 

145. Y a esta virtualidad propia de los instrumentos hay que atribuir la variedad que se advierte en el estilo de los autores sagrados, y la cual la reconocieron los Santos Padres.

 

Así San Jerónimo: «Respecto a Isaías hay que establecer que es claro en su expresión; como varón noble que era y de elegante elocuencia, que no tenía nada que tuviera sabor a incultura en su expresión...». El profeta Jeremías, parece en verdad que era entre los hebreos menos culto que Isaías y Oseas y algunos otros profetas, sin embargo igual en cuanto a los sentimientos; puesto que profetizó con el mismo espíritu. La sencillez de la expresión le vino del lugar en que nació. Pues era de Anatotes, la cual es hasta el día de hoy una pequeña aldea que dista tres millas de Jerusalén...» «... De este número de pastores fue el profeta Amós, que no era diestro en el hablar, pero sí que lo era en la ciencia. Pues hablaba en él el mismo Espíritu Santo, que hablaba mediante todos los profetas».

 

La variación al citar las palabras de la sagrada Escritura (v.gr. Rom 9,33; Is 8,14; 28,16) o del Señor (en la institución de la Eucaristía) responde a una variación modal (no en cuanto a la substancia de la materia y de las sentencias) con la que Dios, autor principal, ha querido que fueran referidas las palabras y los hechos por los instrumentos de los cuales usaba.

 

146. Objeciones. 1. Si se admite la inspiración verbal en el texto original, en este caso la sagrada Escritura se ha perdido en gran parte, puesto que ya no tenemos los textos primitivos de algunos libros.

 

Respuesta. No se ha perdido la sagrada Escritura en cuanto inspirada; porque también tenemos versiones auténticas de estos libros (cf. n.148ss), y también cae sobre las versiones la inspiración «de un modo equivalente», en cuanto que transmiten fielmente las sentencias y la forma del texto primitivo.

 

2. Si un hagiógrafo confía a un amanuense las cosas que se deben escribir, habiendo sido dichas por él, y al mismo tiempo confía a éste la corrección del estilo, entonces se da un libro inspirado en el cual al menos muchas palabras, que provienen del amanuense, no son inspiradas; luego la inspiración verbal, como quiera que se considere la «psicológica», no debe admitirse.

 

Respuesta. En este caso al amanuense se le consideraría más bien secretario, y en él caería la inspiración, ciertamente con dependencia del autor primordial (cf. n.100). Sin embargo esta inspiración en el secretario o en los autores que dependen del autor inspirado no debe concebirse como un influjo sobrenatural de Dios en el autor primordial, y que redunda físicamente del autor primordial en los autores inspirados que dependen de él; sino que es un influjo sobrenatural de Dios, el cual atiende a todo aquello que se realiza en el proceso de la redacción del libro.

 

3. Puede concebirse acertadamente que Dios permanece como autor del libro, siendo el autor en cuanto a las sentencias y las cosas que deben decirse, dejando la forma externa a los hombres, con tal que sea la adecuada.

 

Respuesta. Puede pasar. Pues no tratamos de la cuestión acerca de qué puede decirse o concebirse de un modo absoluto, sino que tratamos acerca de qué se dice y qué se concibe de un modo más congruente.

 

4. No se da conexión necesaria psicológica entre un concepto mental y una palabra de la imaginación y externa; luego ni hay que aducir la razón psicológica en pro de la inspiración verbal.

 

Distingo el antecedente. No se da conexión psicológica naturalmente necesaria entre los conceptos de la mente y la cooperación de la fantasía, niego el anteceden­te; no se da conexión psicológica naturalmente necesaria entre los conceptos de la mente y las palabras que responden en la imaginación, subdistingo: en algunas ocasiones «per accidens», cuando no nos viene la palabra adecuada para la idea que ya tenemos, concedo; ordinariamente y «per se», como regla general, niego. Y téngase en cuenta que nosotros tratamos no acerca de qué puede concebirse de un modo absoluto, sino acerca de qué es hecho, y qué se dice de un modo más congruente.

 

5. Según Sto. Tomás «la visión intelectual que posee juicio y acepción sobrenatural, es más noble que la que posee juntamente en el juicio acepción imaginaria. Y en cuanto a esto hay que conceder que la profecía que tiene solamente visión intelectual, es más digna que aquella que tiene visión imaginaria adjunta». Luego a pari, la inspiración bíblica que solamente se diera para las sentencias intelectuales, sería más digna que aquella que tuviera unidas palabras imaginadas.

 

Respuesta. Admitida la doctrina de Sto. Tomás «en cuanto a esto», téngase en cuenta que nosotros no tratamos aquí acerca de qué es más digno y más excelente en sí, sino acerca de qué de hecho se dice con más verdad, sobre todo en un asunto que no se concluye en el solo conocimiento del hagiógrafo, sino que todo él está ordenado a una manifestación sensible y escrita. Y Sto. Tomás mismo dice: «... en ambas profecías (la que posee visión intelectual solamente, y aquella que posee visión imaginaria adjunta) se realiza una derivación de la luz profética. desde el entendimiento a la imaginación, si bien de distinta manera: porque en aquella profecía que se dice que solamente tiene visión intelectual, la plenitud total de la revelación profética se percibe en el entendimiento, y a partir de ahí según el arbitrio del que entiende (diríase para la inspiración bíblica: según el arbitrio del hagiógrafo, esto es, según la naturaleza del instrumento empleado: cf. n.145) se forman de modo congruo en la facultad imaginativa imágenes a causa de la naturaleza de nuestro entendimiento, el cual no puede entender sin los fantasmas; sin embargo en la otra profecía (a la cual se asemeja de un modo más congruo la inspiración bíblica, puesto que ésta se da en orden a escribir, lo cual de por sí requiere imágenes) no se percibe en el entendimiento la plenitud total de la revelación profética, sino parte en el entendimiento en cuanto al juicio, y parte en la facultad imaginativa en cuanto a la acepción ...».


[1] Al General de los franciscanos: EB 128; a los obispos de Francia: EB 129; cf. anteriormente n.88. Y oigamos a PIO XII en la Encíclica «Humani generis»: « y no hay que pensar que lo que se propone en las encíclicas no demanda "per se" el asentimiento, por el hecho de que en las encíclicas los Pontífices no desempeñen la potestad suprema de su magisterio. En efecto, estas verdades se enseñan por el magisterio ordinario pues si los Sumos Pontífices en sus actas dan expresamente su sentencia acerca de un asunto discutido hasta entonces, queda patente a todos que respecto a dicho asunto, según la mente y la voluntad de los mismos Pontífices, ya no puede haber lugar a discusión entre los teólogos» (D 2313).

[2] 1 q.32. a.4 c. En Quodlib 12 q.17 a.26: «No obstante hay que sostener esto, el que todo lo que está contenido en la sagrada Escritura es verdadero; quien pensara de otro modo en contra de esto sería hereje». Y en De potent. q.4 a.l c dice lo siguiente: «No puede darse falsedad en la Escritura divina que nos ha sido transmitida por el Espíritu Santo, así como tampoco puede darse falsedad en la fe, que se enseña mediante la Escritura divina».

[3] Como dice San AGUSTÍN en el Comentario al salmo 34, n.8 (ML 36,328): «Aquello que se dice haciendo uso de la figura de deseo, se explica por la intención de profetizar. Este hágase y aquel hágase no son otra cosa que decir va a suceder esto y esto». Y en el comentario a los Salmo 108, n.7 (ML 37,1435) dice: «En las palabras del que desea a manera de males debemos entender que se trata de preanuncios del que profetiza».