II. EL ESTADO ORIGINARIO

Partiendo de los contenidos de la narración bíblica es posible reconocer lo específico de la condición en la que Dios puso al hombre crea-do al principio, antes de que cualquier factor extraño interviniese cambiando el cuadro de referencia. Es lo que se ha dado en llamar el estado originario, en el que el hombre es presentado tal como surge directa-mente de la iniciativa creadora de Dios 15.

[Conc. Cartago XV (DS 222); Conc. Orange II (DS 389);
Conc. Trento (DS 1511); Pío V (DS 1907, 1909)]

Para describir este estado el Magisterio de la Iglesia ha considerado fundamental afirmar que Adán fue constituido en santidad y justicia y que recibió como don la inmortalidad y la integridad 16. Dos son los elementos esenciales que componen esta descripción: por un lado se afirma que desde el inicio el hombre goza de un estado de positividad e «inocencia», dependiente de una intervención gratuita de Dios (santidad y justicia); por otro, se precisan las propiedades particulares de dicho estado (inmortalidad e integridad) que son designadas sintética-mente mediante la expresión dones preternaturales 17 .

Para poder comprender adecuadamente esta descripción del estado originario del hombre conviene proceder analizando por separado el estado de gracia de los orígenes (1. La creación del hombre en gracia) y los elementos característicos de la vida del hombre en este estado (2. Los dones preternaturales).

  1. «Partiendo del estado originario como estado del hombre pensado, querido y creado originariamente por Dios, al final se debe poder deducir y aclarar el estado posterior, que pro-viene igualmente de Dios» (von Balthasar, Gli stati... cit., 77). El valor antropológico específico de la reflexión sobre el estado originario ya había sido puesto de manifiesto por Scheeben, 1 misteri... cit., 212-241.

  2. Formalizada en el concilio de Trento, esta tesis es el resultado de un largo itinerario de re-flexión de la teología católica, sobre todo a partir de Agustín. El concilio de Trento definió la santidad y justicia de Adán (DS 1511), y el concilio de Cartago del 418 el don de la inmortalidad (DS 222); el don de la integridad fue reconocido en el II concilio de Orange (DS 389) y en las intervenciones contra Bayo (DS 1907; 1909). Una descripción analítica del desarrollo de esta teología se encuentra en M. Flick - Z. Alszeghy, ll Creatore. L'inizio della salvezza, tercera edición corregida y aumentada, Firenze 1967, 312; cfr. CCE 374ss.

  3. La teología en ocasiones ha considerado también otros dones, como la ausencia de dolor, la ciencia infusa, el trabajo sin esfuerzo, pero en cambio el Magisterio ha querido afirmar sólo la existencia de la inmortalidad y de la integridad: por esta razón el estudio del estado originario incluirá solamente el análisis de estos dos.


I. La creación del hombre en gracia

[Gn 2, 8-25; Ez 28,13ss.]

«El Señor Dios plantó un jardín en Edén, a oriente, y puso allí al hombre que había plasmado» (Gn 2, 8).

LA NARRACIÓN BÍBLICA

[Gn 3, 8; CCE 375, 378]

Tras haber descrito la singular creación del hombre, el autor sagrado afirma que Dios lo ha colocado en un lugar especial. No se trata de una precisión de tipo geográfico, sino más bien de la indicación de la posición especial que el hombre ocupa respecto de su Creador. El Edén es el lugar en el que el hombre experimenta una participación especial en la vida divina, donde es llamado a vivir en la familiaridad y amistad con Dios (cfr. Gn 3, 8) 18.

El texto del Génesis distingue entre ser creado y ser puesto en el jardín, de modo que el hombre no sólo es hecho, sino que desde el origen experimenta «un haber sido puesto» en una condición que él no puede darse a sí mismo (estado originario), sino que es recibida de Otro y que de hecho alude a un contenido gratuito no debido a su creaturalidad.

Por otra parte, el libro del Génesis afirma que:

[Gn 2, 7]

«Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente» (Gn 2, 7).

El hombre ha sido sacado de la tierra y, además, se le ha comunica-do un soplo de la vida divina. A pesar de la finitud que lo hace partícipe del límite de toda criatura, el hombre ha sido hecho capaz de vivir la vida de Dios y este don le sitúa en una condición absolutamente única. Por una parte, existe una diferencia objetiva entre el hombre y las de-más criaturas (aun dotadas de vida); por otra, el soplo divino que le ha sido comunicado no le conforma completamente con Dios. El hombre es puesto, por tanto, en una doble distancia 19, del cosmos y de Dios, que individua su peculiaridad.

  1. Cfr. A. Renckens, Preistoria e storia della salvezza, trad. it., Roma 1962, 160-183; 197-218; W. Seibel, L'uomo come immagine soprannaturale di Dio e lo stato originario dell'uomo, en MS 4, 556-557.

  2. Cfr. von Balthasar, Gli stati... cit., 61-66.

Reflexionando conjuntamente sobre estos dos elementos, la condición edénica en la que el hombre ha sido colocado desde el principio y la doble distancia, se pueden poner de relieve algunos factores constitutivos del estado original.

FACTORES CONSTITUTIVOS DEL ESTADO ORIGINARIO

[CCE 374]

El hombre recibe gratuitamente el don de una especial familiaridad y amistad con Dios que, de hecho, representa el fin propio que Dios persigue al llamarlo a la existencia.

De ahí que de inmediato se establezca una desproporción entre la creaturalidad del hombre y aquello a lo que le destina su Creador: este elemento exalta la doble distancia en que ha sido creado e introduce una insuperable excentricidad 20. Mediante este término queremos re-saltar que la colocación del hombre en el plan de Dios encierra una particularidad: él es querido por Dios para un fin que trasciende (o excede) su creaturalidad. La consecuencia es que el hombre no puede nunca realizar por sí mismo la plena correspondencia entre su naturaleza y su destino 21. Emerge aquí cuanto ya había salido a la luz al hablar del designio preestablecido, por cuanto no hay separación entre el acto con que Dios crea al hombre y el fin al que lo destina. Por eso, la palabra vocación permite decir sintéticamente el contenido propio de la condición originaria del hombre en toda su riqueza 22.

Los elementos hasta aquí recogidos pueden ser resumidos en la afirmación de la creación del hombre en gracia 23. La historia de la teología revela un camino bastante complejo en el modo de entender la naturaleza gratuita del estado originario.

  1. Se presta especial atención a esta noción en W. Pannenberg, Antropologia in prospettiva teologica (Biblioteca di teologia contemporanea 51), trad. it., Brescia 1987.

  2. Esta condición ya ha aparecido al analizar las polaridades antropológicas, véase supra capítulo 3, 3. También se deduce de esta observación que es necesario superar cualquier lectura equívoca del estado originario, entendida ya sea míticamente como ednri de oro a la que seguiría una inexorable decadencia, ya sea como condición genérica e indeterminada que sólo encontraría en el cumplimiento escatológico su realización crística.

  3. Von Balthasar, Stati... cit., 64-76.

  4. Para precisar la noción de gracia que aquí se utiliza, es necesario recordar que el horizonte cristocéntrico de la Revelación (Alianza-Creación) permite superar directamente la cuestión de si esta gracia original debe entenderse como gratia Christi o genéricamente como gratia Dei. En efecto, la gracia debe entenderse originariamente en su nexo con Cristo, puesto que cualquier comunicación de la vida divina ad extra no puede concebirse fuera de su mediación. Para una comprensión orgánica de estos temas se debe tener presente lo dicho acerca de la gratuidad de la creación (cap. 2, B) 3) y de la creación del hombre a imagen del Hijo encarnado (cap. 3, 2).

PROFUNDIZACIÓN HISTÓRICA: AGUSTÍN

Ha sido Agustín quien por primera vez ha formalizado la exigencia de precisar qué se entiende por estado originario, introduciendo con tal objeto la distinción neta entre gracia de los orígenes y gracia santificante 24.

El teólogo africano argumenta del siguiente modo: la absoluta positividad de la condición originaria del hombre no puede ser justificada más que por un don de Dios 25. Desde el principio, el hombre es el destinatario de una gracia, una ayuda (adiutorium) que da razón de dicha positividad y que permite al hombre obrar bien, es decir, determinar positivamente la opción de su propia libertad.

De este principio deriva la distinción entre gracia de los orígenes y gracia santificante. La primera sería la ayuda con la que Dios da al hombre la posibilidad de permanecer en la positividad originaria en la que ha sido creado, ayuda sin la cual (adiutorium sine quo non) él habría pecado, pero que –confiada a su libertad– podía también rechazar. El hombre en el estado originario tenía «la capacidad de no pecar» 26. Por el contrario, la gracia santificante es concebida por Agustín como aquella intervención decisiva de Dios que obra tan profundamente en la libertad del hombre que vence su voluntad pecaminosa. Se trata, por tanto, de una ayuda por la que (adiutorium quo) el hombre «no tiene la capacidad de pecar» 27 y, por tanto, está salvado.

Este planteamiento ha influido de modo significativo en el desarrollo posterior de la reflexión teológica. En primer lugar, dicho desarrollo depende en gran parte del análisis de las capacidades éticas de la libertad del hombre (libre albedrio) 28: la gratuidad de la gracia parece depender ante todo de las insuficiencias estructurales de la criatura humana, especialmente de su libre albedrío, y no, como hemos visto al reflexionar sobre el designio preestablecido di-vino, de la excedencia del contenido cristológico de la vocación del hombre a participar de la vida trinitaria en Jesucristo 29. En segundo lugar, el principio de la distinción entre la gracia original y la santificante se apoya en que de hecho

  1. Para los autores anteriores a Agustín, véase Orbe, La teologia... cit., 302-317; Idem,Antropologia... cit., 195-225. Son preciosas las sugerencias que ofrece Ambrosio de Milán, quien afirma que la gracia de Adán era «gracia de Cristo» y que el primer hombre «vivía en Cristo» (Ambrosio, Epistola 76, 17, en Tutte le opere...cit, 21, 147 [CSEL 82/1II, 118] e Idem, Commento al salmo 39, 20, en Tutte le opere... cit., 8, 26 [CSEL 64, 225-226]). Para Agustín, cfr. Auer, Creazione... cit., 554-558.

  2. «El hombre no es un ser constituido de tal modo que, una vez creado, pueda cumplir ninguna buena acción como si pudiera hacerla por sí mismo, aun cuando su Creador lo hubiera abandonado» (Agustín, La Genesi alla lettera, VIII, 12, 25, en NBA IX/2, 419 (CSEL 28/1, 249); trad. esp. Del Génesis a la letra, en Obras de San Agustín, tomo XV, Madrid 1957).

  3. Agustín, La correzione e la grazia, 12, 33, en NBA 20, 164 (PL 44, col. 936) (trad. esp. De la corrección y de la gracia, en Obras de San Agustín, tomo VI, Madrid 1956).

  4. Ibid.

  5. Ibid., 11,160, (PL 44, col. 935).

  6. Véase supra capítulo 2, 5, b.

la gracia dada en el estado originario no era capaz de sanar completamente al hombre de su inclinación al mal.

De este modo la mediación de Cristo resulta decisiva para el destino del hombre sólo en el momento redentor (gracia santificante).

ANSELMO DE AOSTA

La perspectiva de Agustín fue ampliamente recibida por la teología latina sobre todo a partir de Anselmo de Aosta, quien sin embargo introdujo en ella algunos elementos de originalidad.

Anselmo realiza un interesante cambio terminológico: la gracia de los orígenes es designada por él con el término iustitia originalis; se pasa así de la comprensión agustiniana de la gracia como ayuda (adiutorium) dada a la libertad humana, a una expresión que tiende a ofrecer una interpretación más «ontológica» de la condición gratuita de aquella misma libertad en el estado originario.

Para Anselmo el primer hombre recibió en el origen la rectitudo, por la que tenía en sí la inclinación a permanecer en la condición positiva en que Dios lo había creado. Esta justicia original, fruto de un don divino (gracia previniente), permite ejercitar positivamente las virtudes, pero, como tal, requeriría una nueva intervención gratuita de Dios (gratuitum) para vencer la tentación del pecado.

La opción de Anselmo nace sin duda de la exigencia de una profundización: se trata de reflexionar sobre la gracia no sólo entendiéndola como una ayuda dada a la libertad del hombre, sino como un elemento que interviene para modificar realmente su existencia de criatura.

Este intento lleva consigo un límite: el uso de términos como rectitudo y iustitia originalis para referirse al estado originario contribuyen a profundizar aún más la distinción entre el don recibido por el hombre al principio y la gracia santificante 30. De ahí que, al recibir la enseñanza de Anselmo, la teología escolástica formalizara su investigación sobre el estado originario preguntándose si Adán, al ser creado, recibió de Dios sólo los dones naturales o también los gratuitos 31.

Con ello la teología medieval situó la reflexión sobre el estado originario en un marco de referencia muy concreto 32. Por un lado, al hablar de dones (tanto naturales como gratuitos), salvó formalmente la afirmación de que desde su creación el hombre recibe de Dios una condición no debida y totalmente dona-

  1. En Agustín el tema de la graciosidad queda a salvo por la homogeneidad del término adiutorium.

  2. Cfr. Pedro Lombardo, Sententiae in N libris distinctae, 1. II, d. XXV, c. 7; d. XXXV, c. 4, Grottaferrata 1971.

  3. Para lo que sigue cfr. J. Auer, Die Entwicklung der Gnadenlehere in der Hochscholastik, 1: Das Wesen der Gnade, Freiburg i. Br., 72-77; Idem, Il mondo... cit., 559-561.

da; al mismo tiempo, sin embargo, el uso del término natural contrapuesto a gratuito acrecentó la separación entre el estado originario y la gracia santificante e hizo más difícil comprender lo específico del don recibido en el origen, concebido de hecho sin relación directa con Jesucristo 33.

Los límites de este planteamiento saltan a la vista sobre todo en la respuesta dada a la pregunta de la escuela de los Porretanos, quienes negaban de hecho el don de la gracia en el estado originario. Para ellos el hombre habría recibido la gracia sólo si hubiera superado la prueba de la tentación. Esta línea de pensamiento, aun siendo minoritaria, pone de manifiesto la posibilidad de que a partir de la distinción naturalia-gratuita pueda llegarse a concebir la creación del hombre y el estado originario como totalmente extraños a la iniciativa salvífica de Dios. Ésta corre así el riesgo inevitable de ser concebida como extrínseca al hombre y a su destino de criatura 34.

Por el contrario, la mayor parte de la teología medieval ha descrito el estado originario conforme a dos etapas: una en la que el hombre habría poseído sólo los dones naturales y otra en la que se le habrían dado los gratuitos. La argumentación se apoyaba en estos elementos: Dios ha creado al hombre dotándolo de una ayuda particular, pero este don (natural) no es aún la conformación con Cristo (gracia), que para ser recibida requiere el ejercicio de la libertad.

Se hace así evidente que la teología del estado originario, desde su institución con Agustín hasta autores como Alberto Magno (1193-1280) y Buena-ventura (1221-1274), muestra una línea de tendencia bastante clara. La preocupación constante por distinguir entre gracia original y gracia santificante lleva progresivamente a reducir la fisonomía cristocéntrica del estado originario y, paralelamente, a concebir la gratuidad y la sobrenaturalidad de la vocación del hombre a participar en la vida divina, partiendo del análisis de la inadecuación de su libertad creatural y no de la universalidad y de la infalible eficacia de Jesucristo. Podemos resumir diciendo que son dos los problemas que el debate pone de manifiesto: la relación entre el estado original y Cristo, por un lado, y la relación entre gracia y libertad, por otro.

TOMÁS DE AQUINO

[Conc. Trento (DS 1511)]

Teniendo en cuenta este resultado se aprecia mejor la novedad aportada por la teología de Tomás de Aquino. Él afirma claramente la Creación en gracia del

  1. Es iluminadora la puntualización que hace Pedro Lombardo: «Quamquam et naturalia ex gratia sint: ad generalem quippe Dei gratiam pertinent; saepe tarnen huiusmodi fit distinctio, cum gratiae vocabulum ad speciem, non ad genus refertur» (Pedro Lombardo, Sententiae... cit.,1. 11, d. XXV, c. 7).

  2. Es el camino que tomó después, de hecho, la antropología del doble fin y de la naturaleza pura, véase supra capítulo 1 A) 1, b.

primer hombre. Introducida por Prepositino de Cremona (1150-1210) esta tesis encontró en la teología del Angélico una autorizada profundización: de ahí el éxito que ha tenido, hasta llegar a ser asumida –sustancialmente– por el concilio de Trento 35.

[Conc. Orange II (DS 396)]

Para Tomás sólo la gracia santificante logra explicar la condición de perfecta armonía del hombre, propia del estado originario. Por eso no es posible concebir un hombre dotado de dones naturales sin la presencia de los gratuitos 36. Con su contribución la teología ha adquirido el sentido del nexo causal entre el estado de justicia originaria y la elevación a la justicia y a la santidad. El dato es decisivo, porque vincula estrechamente la condición originaria del hombre con su vocación sobrenatural. La exégesis más acreditada del pensamiento de To-más observa que el teólogo dominico considera inadecuada la distinción entre justicia original y gracia santificante, hasta el punto de sugerir que la gracia misma ejercita al respecto una causalidad formal 37. Por tanto, la condición originaria del hombre estuvo caracterizada desde el principio por una serie de factores que exceden su mera creaturalidad y dependen del don de la única gracia de la vocación a participar en la vida divina.

Conviene también destacar el modo en que el teólogo dominico salvaguarda el papel de la libertad. Frente a las escuelas agustiniana y anselmiana, que juzgaban indispensable distinguir el momento de la donación de los naturalia del de los gratuita, él afirma que el primer acto libre de Adán fue el de consentir ala gracia 38.

La reflexión de Tomás sobre el estadio originario presenta dos ventajas objetivas. Con vistas a una adecuada comprensión del estado originario él pone de nuevo en el centro de la atención la gracia santificante. Mientras que en la tradición que de algún modo se remonta a Agustín parece que la gracia santificante suple las insuficiencias de la condición, también fruto de la gracia, del estado originario, el planteamiento de Tomás es completamente diferente. Lo específico del dato originario no se deduce a partir de la diferente eficacia

  1. «Sanctitatem et iustitiam, in qua constitutus fueras» (DS 1551). En el proyecto del texto tridentino se hallaba la expresión creatus, que se sustituyó después por constitutus. Se eligió esta fórmula para no prejuzgar el debate teológico, que entonces estaba candente, sobre la tesis de To-más que de hecho resultaba novedosa respecto a la tradición escolástica, que postulaba dos fases del estado originario: cfr. Z. Alszeghy - M. Flick, ll decreto tridentino sul peccato originale, en «Gregorianum» 52 (1971), 595-635.

  2. En este sentido, es importante recordar que ya en el texto del segundo concilio de Orange (529) la expresión bonum naturae en referencia a la condicion originaria de Adán subraya que tanto la gracia como los dones preternaturales constituyen el conjunto de lo que Dios ha querido conceder al hombre al crearle (DS 396), cfr. A. Thouvenin, Innocence (Etat d'), en DTC VII/2, col. 1939.

  3. Cfr. 4SN,1.11, d. 20, q. 2, a. 3; SCG,1.4, c. 52; W.A. van Roo, Grace and Original Justice according to St. Thomas (Analecta Gregoriana 75), Roma 1955.

  4. Cfr. 1ST, q. 95, a. 1, ad Sum.

existente entre la gracia de los orígenes y la gracia santificante respecto de la libertad del hombre. Más bien, el estado originario revela que la plena positividad de la criatura humana no es comprensible si no se tiene presente el fin sobrenatural al que Dios lo ha destinado. En segundo lugar, cambia evidentemente el horizonte de comprensión de la libertad del hombre. Mientras que la tradición de origen agustiniano parte de la libertad del hombre, considerada ante todo en su límite que requiere ser sanado («Adam stare poterat, pedem movere non poterat») 39, cuando Tomás afirma que el primer acto de la libertad humana fue el de consentir al don recibido, introduce una consideración absolutamente positiva de dicha libertad, en la que es precisamente el don de la gracia el factor que desvela la fisonomía de la libertad humana como capacidad de adhesión a la iniciativa misteriosa de Dios 40.

La propuesta de Tomás, asumida después por el concilio de Trento, armoniza bien con cuanto ha emergido de la reflexión sobre el designio preestablecido de Dios. Es partiendo del carácter absoluto del plan divino en Jesucristo como puede entenderse la plena correspondencia y al mismo tiempo la absoluta excedencia que la iniciativa del Padre revela respecto de la naturaleza humana.

LA GRACIA EN EL ESTADO ORIGINARIO

La única raíz crística de la gracia no debe evidentemente hacer olvidar la necesidad de distinguir, en el ámbito del plan general de Dios, el contenido propio del estado originario. La historia de la teología aconseja sin embargo buscar dicho contenido no tanto mediante la distinción entre gracia originaria y gracia santificante, sino más bien ob-teniendo el perfil específico de la revelación del estado originario a partir de la única gracia que es Jesucristo.

Se puede decir entonces que la Creación en gracia expresa el carácter absoluto del designio preestablecido en Jesucristo que, como tal, precede a la libre respuesta del hombre. Por otra parte, aquélla ni elimina ni se sobrepone a la libertad del hombre. La plena recepción por parte del concilio de Trento de la teología de Tomás sobre la gracia del estado originario permite afirmar que, en el designio de Dios, la libertad del hombre ha sido creada para adherirse a la iniciativa gratuita de la Trinidad de llamar al hombre a la participación en su vida. De ahí que se pueda afirmar que la gracia postula la libertad del hombre, la

  1. Pedro Lombardo, Sententiae...cit,1. II, d. 24, c. 1; al igual que Buenaventura de Bagnoregio, Breviloquium, p. II, c. 11.

  2. Véase supra capítulo 1 B) 6.

cual por su parte resulta teológicamente incomprensible si no se reconoce el primado de la iniciativa de Dios que la crea colocándola en un estado en sí mismo gratuito y no debido.

Por los motivos citados la consideración de la gracia donada al hombre en el estado originario tiene una importancia decisiva en el marco de una reflexión antropológica que deriva completamente de la centralidad del acontecimiento de Cristo.

Por una parte, la revelación del estado originario evita el riesgo de concebir al hombre de modo abstracto, prescindiendo de su relación con Dios, tal como Jesucristo lo ha revelado plenamente al hombre 41.

Por otra, partiendo de la Creación en gracia, es posible reflexionar sobre la relación entre gracia y libertad del hombre de modo que se alcance una comprensión adecuada de la experiencia dramática que mar-ca toda la existencia de la humanidad y de cada hombre, entendida como historia de su libertad 42. La decisión de Dios de crear al hombre en gracia se presenta así como el fundamento indeducible de la libertad humana. Esta última, llamada a relacionarse con su fundamento en la historia, se sorprende, de este modo, ubicada entre un dato que la precede (la Creación en gracia) y una tarea (adherirse libremente). La realización de dicha tarea no puede ser fruto sólo de la capacidad de de-cisión de la libertad humana, ya que si así fuese el hombre «sería como Dios», capaz de lograr por sí mismo la plena correspondencia entre su naturaleza y su destino.

Por eso, el hombre puede ejercer plenamente el acto de su libertad sólo cuando en la historia acontece el evento que cumple el plan salvífico de Dios. La Redención de Jesucristo no se configura tanto como una ayuda definitiva a la libertad del hombre, conforme a una perspectiva cercana a la teología agustiniana, sino más bien como la posibilidad de ser partícipes en una libertad humana (la del Hijo de Dios hecho

  1. Semejante concepción es claramente contradictoria con la Revelación, pues ésta muestra, en Jesucristo, una destinación desde el principio. Igualmente equívoco sería suponer que la iniciativa divina hace que el hombre se halle en una posición neutral y que le corresponda a él, a su consentimiento, realizar la intención divina. Esta hipótesis es irrazonable por dos motivos: en primer lugar porque abriría la posibilidad de un fracaso total del plan de Dios, al situar en la libertad de elección del hombre la posibilidad de su cumplimiento. Además, porque no se comprende cómo se puede conjugar la contingencia absoluta del hombre con la capacidad de perseguir un fin que desde el principio no le pertenece; cfr. Colombo, Creazione... cit., 206. Por esta razón es impensable olvidar esta parte de la antropología o postular su superación radical; cfr. Seibel, L'uomo... cit., 567.

  2. Sobre la libertad y la filiación véase más extensamente el capítulo 3, 4 b.

hombre) en la que todo hombre experimenta, como puro don, la capacidad de cumplimiento dramático de la propia excentricidad.

De ahí que la condición edénica del hombre no represente una cota in-superable, ni la obra de Cristo aparezca simplemente como la restauración de un orden corrompido (si bien, como veremos, esta última dimensión es requerida históricamente). Hay que pensar más bien que en el estado originario, en el que se revela cómo el hombre fue pensado, querido y crea-do originariamente por Dios, se ha dado ya todo cuanto Él desea dar a su criatura y el fin al que el hombre ha sido destinado en Cristo 43.
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Para profundizar:

M. J. Scheeben, I misteri del cristianesimo, trad. it., Brescia 19603, 212-241 (ed. esp., Los misterios del cristianismo, Herder, 1964, Barcelona);

H. U. von Balthasar, Gli stati di vita del cristiano, trad. it., Milano 1985, 61-105.
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2.
Los dones preternaturales

La tesis de la Creación en gracia, en cuanto síntesis de la revelación del estado originario, ilumina el significado de las propiedades del hombre en aquella condición: inmortalidad e integridad. Estas propiedades son llamadas dones preternaturales, pues no competen inmediatamente al hombre en cuanto criatura; ni siquiera indican una superación radical de su creaturalidad, como es el caso de la comunicación de la gracia santificante 44 . Los dones preternaturales deben ser más bien entendidos como el primer fruto del don de la gracia que el hombre recibe en la Creación y están destinados a ser transmitidos en Adán, junto con la gracia santificante, a sus descendientes.

[LG 2; CCE 3751

Para ilustrar el contenido y el sentido de dichos dones hay que tener en cuenta que en este terreno la teología busca más bien expresar el sentido teológico de la condición originaria, sin preocuparse por ofrecer una descripción global completa de la misma. Lo que estos dones

  1. Von Balthasar, Stati... cit., 77.

  2. Cfr. A. Michel, Justice originelle, en DTC VIII/2, col. 2025-2031.

ponen de manifiesto es que el estado de santidad original proviene de una verdadera participación en la vida divina 45.

LA INMORTALIDAD

La inmortalidad debe ser comprendida a partir de dos series de afirmaciones. Por un lado, la Escritura enseña explícitamente la existencia de un vínculo objetivo entre el pecado y la muerte:

[Rm 5, 12]

«Por tanto, como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron» (Rm 5, 12);

el texto paulino explicita la enseñanza ya presente en el relato bíblico de la Creación:

[Gn 2, 17; 3, 19; Sb 2, 23; 1 Co 15, 42]

«... del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio» (Gn 2, 17) 46

Por otra parte, la relación entre muerte y pecado invita a considerar la inmortalidad del estado originario como un dato que implica algo más que una simple vida biológicamente sin término, que habría más bien que excluir ya que significaría la negación de la finitud propia de la condición creatural del hombre 47.

[Gn 6, 5-7; Nm 14, 36-37; Dt 30, 15-18; 2 S 12, 13-14; Ez 18, 4]

Desde el momento que en toda la Escritura la muerte indica la condición del hombre separado y rebelde a Dios 48, su ausencia en el esta-do originario expresa ante todo el don de una relación de amistad con Dios. Por eso, la reflexión teológica ha intentado precisar el sentido de estas afirmaciones aclarando que el estado originario incluía el don de

  1. LG 2; CIC 375.

  2. Otros textos significativos: Gn 3, 19; Sb 2, 23; 1 Co 15, 42.

  3. Tomás tiene muy presente esta preocupación, cuando señala la presencia en el hombre de la condición originaria de una incorructibilitas ex parte causae efficientis, cfr. IST, q. 97, a. 1, co.

  4. Cfr. Gn 6, 5-7; Nm 14, 36-37; Dt 30,15-18; 2 Sm 12, 13-14; Ez 18,4; Seibel, L'uomo... cit., 575; A. Bonora, Morte e mortalitá dell'uomo nell'Antico Testamento, en «Servitium» 17 (1983), 150-160; Idem, Morte, en NDTB,1012-1025; Ladaria, Antropologia... cit., 217-218.

una posibilidad histórica de inmortalidad que no debe ser confundida con una imposibilidad de morir49.

[CCE 376, 1008]

La revelación del estado originario enseña así que, según el plan de Dios, aun sin el pecado el hombre, en amistad con Dios, habría experimentado de todos modos una modalidad diversa del término de su existencia terrena. Habría alcanzado el cumplimiento de su vida en la gloria, sin experimentar la corrupción y la repulsión propias de la actual condición mortal.

Esta conclusión no depende sólo de la argumentación que pueda hacerse a partir de la consideración de un estado de vida –el de los orígenes– que escapa a la experiencia inmediata. La historia de la santidad cristiana está llena de testimonios de hombres y mujeres –nos referimos a los santos y de modo especial a los mártires– que han muerto en Cristo. En todos ellos, si bien la experiencia de la muerte no está privada de una radical dramaticidad, es evidente que, en la comunión gratuita con la vida divina, el tránsito de la vida terrena a la eternidad se produce de una forma que permite a la libertad abandonarse confiada a un cumplimiento, y no como un caer en la nada, como una pérdida definitiva de la propia identidad y una negación definitiva del deseo –constitutivo del corazón del hombre– de durar para siempre 50.

LA INTEGRIDAD

[Gn 2, 25; 3, 17]

La integridad se comprende a la luz de la descripción de la condición edénica del primer hombre 51. En este sentido hay que superar la tendencia a dar demasiado peso a la expresión del Génesis (... y vieron que estaban desnudos; Gn 2, 25 y 3, 17) que con frecuencia ha lleva-do a la reflexión teológica a concentrar la atención en el desorden liga-do al ejercicio de la sexualidad 52.

  1. Es Agustín quien aclara que se trata de un posse non mori y no de un non posse mori absoluto, cfr. Agustín, La Genesi... cit., VI, 25, 331 (CSEL 28/1, 197). Se proponen algunos desarrollos interesantes de esto en von Balthasar, Homo... cit., 131-144; 189-216.

  2. Cfr. von Balthasar, Teodrammatica. V... cit., 277-297. Véase infra capítulo 6, 5.

  3. Cfr. C. Baumgartner, Concupiscence, en DSp II, col. 1343-1373; voz, en GLNT IV, 593-602.

  4. La tradición patrística y medieval afrontó extensamente esta cuestión, al tratar el tema de la existencia o no del matrimonio, y en el primer caso de qué forma, de haber permanecido el hombre en la condición del Edén (véase el largo y razonado excursus que ofrece von Balthasar, Stati di vita... cit., 87-92).

[Rm 7, 7; 1 Co 10, 6]

La teología paulina induce a ampliar el horizonte al observar en primer lugar que la concupiscencia no se identifica con el pecado, sino que más bien designa el impulso interior que lleva a él (Rm 7, 7; 1 Co 10, 6).

Mediante la categoría de concupiscencia la teología cristiana pretende indicar una inclinación desordenada. Sin embargo, para lograr una comprensión satisfactoria de esta realidad, es preciso tener en cuenta dos factores: la concupiscencia, por una parte, hunde sus raíces en la naturaleza creada del hombre —no olvidemos que la integridad es un dato gratuito— pero, al mismo tiempo, se trata de un factor de objetiva corrupción de la vida humana y un factor de fragilidad frente a la tentación del pecado.

Para comprender la concupiscencia se debe examinar, por tanto, en primer lugar, el momento originario de la libertad, entendido como deseo ontológico (appetitus naturalis). En el impacto con lo real, el hombre no está, de hecho, frente a la res con una postura neutral o indiferente, sino con un amor naturalis, es decir, movido por una pasión que empuja y dirige inevitablemente la acción del sujeto hacia el propio cumplimiento 53. El sujeto que se encuentra con la realidad asume de ella una cierta forma, una íntima impronta que lo hace afín a ella (amor). De aquí surge, por consiguiente, el movimiento (desiderium) hacia la propia realidad informante. De ello resulta, además, que este amor naturalis posee un carácter ontológico, es decir, constitutivo de la relación del sujeto con lo real y que no se añade extrínsecamente a él 54. La experiencia de la libertad tiene, por tanto, su propio incipit no en una diferencia, sino en una polarización hacia el cumplimiento del sujeto, que puede ser definida como deseo ontológico capaz de abrir la libertad del hombre a la realidad, a causa de su misma amabilidad 55. Este deseo posee un carácter de apertura a la realidad total, aunque por el Límite propio de la naturaleza humana tiene siempre que concretarse en el deseo de este o aquel ser existente. La realidad es así capaz de revelar la base natural, propia de la naturaleza creada del hombre, en la que hunde sus raíces la concupiscencia.

  1. Ya Tomás en «De passionibus» de la Summa Theologiae (2ST, qq. 22-48), indica que el primer resultado de la relación hombre-realidad es el nacimiento de una atracción originaria, que polariza el posterior movimiento de la voluntad humana guiada por la ratio: «Passio est effectus agentis in patiente... ipsum appetibile dat appetitui, primo quidem, quandam coaptationem ad ipsum, quae est complacentia appetibilis; ex qua sequitur motus ad appetibile... Prima ergo immutatio appetitus ab appetibili vocatur amor, qui nihil est aliud quam complacentia appetibilis; et ex hac complacentia sequitur motus in appetibile qui est desiderium..» (2ST, q. 26, a. 2, co).

  2. Cfr. Scola, Questioni... cit., 89-91.

  3. Este deseo es preconsciente, en cierto sentido precede al acto verdadera y propiamente libre y sin embargo constituye su sustrato indispensable. Es superfluo advertir que el término preconsciente no pretende cerrar la consideración del inconsciente entendido al modo de Freud. Cfr. A. Scola, L'alba della dignitá umana, Milano 1982, 143; 152.

En segundo lugar, conviene explicar en qué sentido la experiencia de la concupiscencia es un signo de la corrupción de la vida humana tras el pecado original. Para comprender este hecho hay que tener en cuenta que, como hemos visto anteriormente, la libertad del hombre, a causa de su excentricidad, se cumple sólo en Cristo. Lo que quiere decir que el objeto adecuado de su deseo puede únicamente serle dado, como evento en la historia. El pecado original, al privar a la libertad humana de aquello para lo que ha sido creada, la condena a una extenuante persecución de objetos finitos incapaces de corresponder al de-seo ontológico que la constituye.

La concupiscencia del hombre está entretejida de deseo ontológico y de su corrupción, lo que pone de manifiesto su insuperable ambivalencia. Resulta de ello que la libertad humana está hecha para decidirse totalmente por Aquel para el que ha sido creada y que, al mismo tiempo, se ve incapaz de realizarse plenamente con sus solas fuerzas 56.

Perfilada así la realidad de la concupiscencia, es posible entender el don preternatural de la integridad no sólo como ausencia de concupiscencia, sino como libertad para algo 57. La condición gratuita de los orígenes, reflejada en la amistad y familiaridad con Dios en el Edén, revela la decisión de Dios de ofrecer gratuitamente a la libertad del hombre el único contenido adecuado a su deseo ontológico.

[CCE 377, 399, 400]

Así entendida, la integridad expresa la presencia del don de una uni-dad armónica de todas las facultades, corporales y espirituales, cuyo elemento unificador es la relación, amistosa y obediente, que la gracia del origen establece entre el hombre y su Creador 58. El sentido de esta unidad es la capacidad, dada al hombre en acción, mediante el actuar-se de su libertad, de ponerse en juego todo él en la adhesión a la vocación que lo constituye originalmente.

[CCE 376-379]

La ruptura de dicha unidad, mediante el pecado, da lugar en Adán a un ejercicio desordenado de la libertad que implica todas sus facul-

  1. En este sentido, tal incapacidad no se explica adecuadamente partiendo sólo de la disociación entre materia y espíritu, presente en la constitución ontológica del hombre, como afirma K. Rahner, sino que exige una vez más el dato de la diferencia antropológica que solamente puede alcanzar su estabilidad en la experiencia de la gracia.

  2. Cfr. Rahner,ll concedo... cit., 320.

  3. En esta perspectiva cfr. 1 ST, q. 95, aa. 2-3.

tades, haciéndola así esclava de pasiones inclinadas a deseos contrarios a la verdad de sí. Este desorden afecta a la relación del hombre consigo mismo, con el otro, con la realidad y con Dios 59.

Aun experimentando una corrupción objetiva de toda su existencia, el hombre no pierde sin embargo su positividad de criatura, aunque ve crecer de modo dramático su excentricidad, ya que se encuentra vi-viendo en un estado que es totalmente extraño a aquello para lo que Dios lo ha creado.

LOS DONES PRETERNATURALES COMO PROFECÍA

Los dones preternaturales dan razón del motivo por el cual la gracia del estado originario afecta a toda la compleja unidad del ser humano. La vida divina es comunicada a una realidad creatural con el fin de perfeccionarla, exaltando todas sus potencialidades.

Los dones muestran que esta comunicación, aun en su irreductible excepcionalidad, es la única realidad que se muestra adecuada y correspondiente a la originaria excentricidad de la vida humana.

Estos dones aparecen, por tanto, como profecía y anticipación de la condición definitiva para la que el hombre ha sido pensado, querido y creado. En la condición de hombre redimido la profecía es sustituida por la posesión plena de la vida y del señorío de sí, que nace directa-mente de su condición de hijo en el Hijo.

De este modo, la reflexión sobre el estado originario, si por un lado da cuenta y desarrolla la tesis de la Creación en gracia, por otro postula el cumplimiento de la iniciativa salvífica de la Trinidad en el evento de Jesucristo. Sólo en el acontecimiento singular de la Encarnación puede el hombre llevar a cumplimiento la vocación de la que es gratuitamente destinatario.
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Para profundizar:

H. U. von Balthasar, Teodrammatica. V. L'ultimo atto, trad. it., Milano 1986, 277-297 (ed. esp., o.c.);

K. Rahner, Concetto teologico di concupiscenza, en idem, Saggi di antropologia soprannaturale, trad. it., Roma 1965, 281-338 (cfr. ed. esp., Escritos de Teología, Cristiandad, 2000).
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59. CCE 376-379.