II. LAS PROPIEDADES DE LA CREACIÓN


PRESENTACIÓN DE LA SEGUNDA PARTE

La segunda parte del capítulo se propone mostrar cómo la Revelación, mediante la noción de Creación, ilumina el esfuerzo del hombre por darse razones acerca de la existencia de la realidad y de su fundamento.

Será posible captar mejor aún su novedad si tenemos en cuenta las enormes dificultades que, al margen de la Revelación, han entorpecido el camino de la pregunta sobre la consistencia ontológica de la realidad (1. La consistencia ontológica de la realidad). En este horizonte, las aportas del pensamiento no cristiano (a. Monismo y dualismo) hallan respuesta en la revelación acerca de la absoluta positividad de la realidad creada (b. La positividad de lo real) y de la relación peculiar entre ésta y su Creador (c. La distinción entre el Creador y la criatura).

Partiendo de estos elementos resultará después más fácil resaltar la libertad (2. La libertad de la creación) y gratuidad de la Creación (3. La gratuidad de la Creación), y su originaria dimensión histórica (4. La historicidad de la Creación).

 

1. La consistencia ontológica
de la realidad: la creación
ex nihilo


El asombro ante lo real es el signo y, al mismo tiempo, el elemento distintivo de todo pensamiento filosófico auténtico 132. Se trata del

132. Sobre la diferencia ontológica véase supra, 55-58.

continuo y asombrado repensamiento del milagro del ser 133, expresado en la celebérrima pregunta: «¿por qué el ser más bien que la nada?» En esta apertura originaria, documentada por el estupor, se oculta la insuperable naturaleza enigmática del hombre: éste es, pero no tiene en sí mismo el fundamento de su ser.

El hecho de que el hombre sea (pero que podría no ser), que su esencia posea una modalidad de existencia limitada, que procede del ser infinito sin consumarlo, representa la raíz de la pregunta acerca del sentido de sí y de las cosas 134. Si el hombre no tuviese esta experiencia de unidad y diferencia, de límite y al mismo tiempo de tensión hacia lo ilimitado, no se plantearía interrogantes como: «¿quién soy?», «¿de dónde vengo y a dónde voy?», «,de dónde viene y hacia dónde va todo lo que existe?» De aquí nace el pensamiento tanto religioso como filosófico de la humanidad 135.

Justo en este punto el pensamiento precristiano se topó con una grave dificultad: la incapacidad de hacer coexistir lo infinito y lo finito, lo absoluto y lo contingente. Es sabido que el mundo precristiano, al tratar estas cuestiones, partió de la observación de la realidad física —de la pregunta cosmológica—, mostrando así su convicción de que la diferencia entre la cosa concreta y el ser uni-total llevaba, inexorablemente, a un más allá: metafísica.

Si ésta es la gran originalidad de la tradición filosófica clásica, es igualmente cierto que fue incapaz de llevar la empresa a buen puerto: le fue posible seguir, de modos diversos, el camino que desde lo contingente lleva a inferir la existencia de lo necesario, pero fue incapaz de explicar la coexistencia de lo necesario y lo contingente. Es más, la conciencia cada vez más madura de lo necesario pareció hacer cada vez más inexplicable la alteridad de lo contingente mismo 136.

  1. Cfr. Aristóteles, Metafísica, I, 982b, ed. de CA. Viano, Torino 1974, 186; Platón, Teeteto, XI, 155 d, en Idem, Dialoghi filosofici , II, ed. de G. Cambiano, Torino 1981, 243.

  2. Sobre el sentido religioso del hombre véase la incomparable presentación que hace del mismo L. Giussani, Il senso religioso, Milano 1998 (trad. esp. El sentido religioso, Madrid 1998) e Idem, Il senso di Dio e l'uomo moderno, Milano 1994.

  3. Von Balthasar ofrece un panorama sintético de las respuestas filosóficas a estas preguntas, que encuentran en Parménides (t 440 a.C.) y Heráclito (t 480 a.C.), con sus epígonos, también actuales, sus dos extremos insatisfactorios. Filosóficamente o precristianamente no se logra dar respuesta adecuada al problema en su raíz última: «¿Por qué existe el mundo si Dios no necesita en absoluto de él?» El vértice que alcanza el filósofo es la conmovedora demanda de revelación que se propone en el celebérrimo pasaje de Platón, Fedón, XXXV, 85 c-d, en Idem, Dialoghi filosofici, ed. de G. Cambiano, Torino 1970, 557-558. Cfr. A. Scola, Hans Urs von Balthasar... cit., 35-36.

  4. Cfr. von Balthasar, La mia opera... cit., 88.

De hecho, el ser es absoluto en cuanto no soporta la existencia de otro; no puede haber nada que no sea otro respecto del ser absoluto. ¿Cómo explicar entonces que junto a este ser, que en sí no soporta la existencia de otro distinto de sí, la experiencia atestigüe la alteridad de lo contingente? ¿Qué necesidad puede tener el ser absoluto de que exista lo contingente?
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Para profundizar:

A. Scola, Hans Urs von Balthasar: uno stile teologico, Milano 1991, 29-45; (ed. esp., o.c.).

H. U. von Balthasar, La mia opera ed epilogo, trad. it, Milano 1994, 87-141; (ed. esp., o.c.).
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a) Monismo y dualismo

[CCE 285]

Frente a estos interrogantes el pensamiento humano manifiesta una constante oscilación entre monismo y dualismo 137.

MONISMO

Son reconducibles a la perspectiva del monismo todas aquellas filosofías que, a partir de las escuelas presocráticas, han resuelto la polaridad entre absoluto y contingente eliminando, de hecho, uno de los dos términos. Así sucede, o al menos eso se ha dicho, con Parménides, para quien el devenir no existe y todo lo que parece finito, contingente, es en realidad ilimitado e inmutable; o bien se ha afirmado, refiriéndose a Heráclito, que todo es movimiento, todo es devenir.

En la perspectiva parmenidiana lo finito y lo contingente son pensados como un no ser, una ilusión que hay que eliminar: todo cuanto es apariencia de ser debe ser superado en la búsqueda de lo que verdaderamente es, de lo inmutable. Del mismo modo, la solución diametralmente opuesta –que, a decir verdad, vuelve imposible la institución misma del discurso ontológico, ya que sólo la total identificación de los contrarios permitiría concebir el todo como puro devenir– desarrolla

137. Cfr. Idem, Epilogo... cit., 103-104.

una posición sustancialmente monista, como resulta evidente si observamos su lógico punto de llegada panteísta.

En ambos casos nos encontramos ante un planteamiento que, de partida, es incapaz de conceder a lo finito y a lo contingente una existencia auténtica.

DUALISMO

La perspectiva dualista tiende a resolver la polaridad entre ser absoluto y contingente exasperando su oposición, a partir de la hipótesis de que también lo contingente es en sí mismo, de algún modo, un absoluto (hablando, por ejemplo, de una materia eterna y preexistente).

Se llega así a una devaluación radical de la realidad contingente (y de la materia) desde el momento en que ésta última se explica como una «caída» de lo absoluto, revistiendo por tanto, en último extremo, connotaciones negativas.

En conclusión, tanto el monismo como el dualismo se muestran incapaces de dar razones adecuadas de la existencia del mundo contingente y finito. Si la posición monista concluye, de un modo panteísta, con la afirmación de un nexo necesario entre Dios y el mundo, la dualista se topa con la imposibilidad de reconocer la originaria positividad de lo contingente.

LA RESPUESTA CRISTIANA: LA CREACIÓN

[CCE 295]

La Revelación cristiana, aun cuando no se identifica con la problemática filosófica que acabamos de evocar, la recupera en su interior. En efecto, la Revelación no se sitúa, ante todo, en el horizonte de la pregunta cosmológica, sino que propone el evento histórico de Jesucristo, el universal concreto, como el lugar en que se pueden encontrar las razones de la realidad creada en cuanto libre comunicación ad extra de la vida trinitaria.

De este modo, ofrece precisamente una respuesta sintética a los dos problemas fundamentales (la distinción entre el Ser necesario y los seres contingentes y la consiguiente positividad de lo contingente). Pues, al situar la iniciativa creadora de Dios en el ámbito del dinamismo trinitario, se evita el error de concebir la creación como algo exigido naturalmente en orden a la realización de la fecundidad comunicativa del

Ser divino. Se pone así de manifiesto su condición de iniciativa libre y soberana. A ello se une la conciencia explícita de la positividad de lo contingente (de la materia) que ya no es vista como elemento antagónico de lo divino o emanación suya, ontológicamente decaída 138.

De este modo, la reflexión teológica responde al dualismo mediante la proclamación de la positividad absoluta de lo real, y al monismo mediante una adecuada articulación de la reflexión sobre la distinción entre Dios y el mundo.

b) La positividad de lo real

[GS 36; CCE 299; 399]

La percepción de la positividad de lo real a partir de la creación como comunicación ad extra de la vida trinitaria revela el novum que la revelación cristiana introduce en la percepción de la realidad y de su relación con Dios 139.

Cuando la fe cristiana confiesa «Creo en Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra», dice, esencialmente, que todo cuanto existe procede de la libre comunicación de Dios, y que tal comunicación es absoluta: nada preexiste al gesto de Dios. El reconocimiento de la absoluta soberanía de Dios lleva a afirmar que la Creación es obra suya y sólo Suya.

LA FÓRMULA CREATIO EX NIHILO

[Gn 1, 1-2; 2 M 7, 28; Pr 8, 22-31; Rm 4, 17; León Magno (DS 285);
Conc. Braga I (DS 455); Inocencio III (DS 790); Conc. Lat. IV (DS 800);
Conc. Lión II (DS 851); Conc. Florencia (DS 1442);
Conc. Vat. I (DS 3002); CCE 296-297; 338]

Éste es el sentido originario de la fórmula tradicional creatio ex nihilo (creación de la nada), que de algún modo ha constituido a lo largo de la historia una expresión sintética del pensamiento cristiano sobre la Creación.

  1. Sobre la recepción cristiana del platonismo, y en particular del principio bonum diffusivum sui, pueden consultarse: Gilson, L'esprit... cit., 94-95; E. von Ivanka, Platonismo cristiano. Recezione e trasformazione del Platonismo nella Patristica, trad. it., Milano 1992 (Einsiedeln 1964); H.D. Blume - F. Mann (Hrsg.), Platonismus und Christentum, Festschrift für H. Dörrte, Münster 1983; W. Beierwaltes, Platonismus im Christentum, Frankfurt 1998.

  2. Véase supra 69-71.

La fórmula fue elaborada a partir de una sugerencia presente ya en la Escritura: «Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra, y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios» 140 (2 M 7, 28); «Dios, que da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean» (Rm 4, 17).

La encontramos de nuevo en el transcurso de la tradición eclesial, siempre con una precisa intención. Así, en diversos autores de los primeros siglos como el Pastor de Hermas, Ireneo y Orígenes, no es difícil reconocer su clara intención antignóstica 141. Una explícita intención antimaniquea la encontramos en los pronunciamientos papales y en los concilios medievales, como la professio fidei requerida a los Valdenses por Inocencio III (1208) 142 o la elaborada por el concilio Lateranense IV (1215)143. La Constitución Dei Filius del Vaticano I revela un renovado interés al retomar y dar nuevo vigor a la fórmula 144: ha cambiado, evidentemente, el interlocutor, pero no es difícil reconocer una vez más la insistencia en la necesidad de una lectura creacionista de la realidad, puesta en discusión esta vez por el positivismo cientificista o por el idealismo tendencialmente panteísta 145.

La fórmula creatio ex nihilo no indica una simple polaridad entre Ser y Nada, sino que más bien sugiere la percepción del carácter enigmático del ser finito (las cosas contingentes existen pero podrían no

  1. La expresión griega ovx ex' óvtwv puede entenderse también como ex nihilo: cfr. Kern, Interpretazione... cit., 148-149. Para profundizar véase G. May, Schöpfung aus dem Nichts. Die Entstehung der Lehre von der creatio ex nihilo, Berlin - New York 1978.

  2. Cfr, Il Pastore d'Erma,l, 1, en 1 Padri Apostolici... cit., 244 (SC 53,144); Ireneo, Contro le eresie... cit., II, 10, 2-4, 139-140 (SC 294, 88-91); 30, 9, 199, (ibid., 318-323); Orígenes, Commento al vangelo di Giovanni... cit.,1. I, c. XVII, 148 (GCS 10, 103). Véase Orbe, La teologia... cit., 177-190. Es también interesante su presencia en la condena de León Magno (447) de la tesis priscilianista que consideraba que el alma humana era consustancial a la naturaleza divina (DS 285): puede verse aquí la preocupación por salvar la justa distancia entre el Creador y su obra: «Praeter hanc autem summae Trinitatis unam consubstantialem et sempiternam atque incommunicabilem deitatem nihil omnino creaturarum est, quod non in exordio sui ex nihilo creatum sit» (ibid).

  3. DS 790.

  4. DS 800. Otros dos testimonios (DS 851 y 1333) demuestran que ya se percibía que esta fórmula formaba parte del depositum fidei, hasta el punto de que se incluía en profesiones solemnes de fe. Sobre el peligro de interpretaciones dualistas de la creación en el pensamiento medieval véase AD. Sertillanges, La métaphysique du christianisme et la naissance de la philosophie chrétienne, Paris 1961, 696-707.

  5. Mientras que en el texto de la Constitución (DS 3002) se repite la fórmula del Lateranense IV («simul ab initio temporis utramque de nihilo condidit creaturam, spiritualem et corporalem, angelicam videlicet et mundanam, ac deinde humanam quasi communem ex spiritu et corpore constitutam» [DS 800]), en los siguientes cánones se explicita el sentido del ex nihilo con la fórmula secundum totam suam substantiam (DS 3025).

  6. Cfr. Scheffczyk, Creation... cit., 225-242; C. Theobald, La théologie de la création en question. Un état des lieux, en «Revue des Sciences Religieuses» 81 (1993), 613-641.

existir). Es incapaz de darse a sí mismo la razón de su existir. Al mismo tiempo, el ex nihilo expresa la conciencia de que la criatura existe sólo porque Dios le comunica su Ser y que nada preexiste a este acto. En este sentido, creación ex nihilo significa que la consistencia ontológica real de la criatura deriva y depende totalmente de la absoluta soberanía de Dios. La creación, así entendida, no implica imaginar un vacío del que Dios haría surgir la consistencia del ser de la criatura: lo que se afirma, de modo más sencillo, es que la única plenitud de la vida divina se dona libremente hasta hacer existir naturalezas distintas de sí.

[Gn 1, 3.10.12.18.21.25.31; Sb 1,14]

La teología cristiana expresa, de este modo, la plena positividad de la realidad creada, superando la tentación dualista. Al mismo tiempo, la reflexión acerca de la creación ex nihilo pone de manifiesto la falta de fundamento de la posición nihilista 146.
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Para profundizar:

G. May, Schöpfung aus dem Nichts. Die Entstehung der Lehre von der creatio ex nihilo, Berlin-New York 1978.
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c) La distinción entre el Creador y la criatura

[León I (DS 285); Conc. Lat. IV (DS 806); Conc. Vat. I (DS 3001);
Juan XXIII (DS 3973; 3978); CCE 300]

El sentido de la distinción entre Dios y las criaturas está ya, implícitamente, presente y operante en los Padres cuando subrayan la distinción entre creación y generación: el mundo es creado, no engendrado por Dios como el Hijo, no siendo por ello de su misma substancia 147.

Sobre este trasfondo se entiende mejor la razón por la que la fórmula de la creación ex nihilo ha servido, en el ámbito de la teología patrística, para conservar la conciencia de una clara distinción entre la

  1. Cfr. Gn 1; Sb 1; no deben tampoco olvidarse los preciosos testimonios evangélicos de la mirada que Jesús dirigía a la realidad, como: «Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos» (Mt 6, 28-29); igualmente significativa es la superación de cualquier separación entre realidades puras e impuras que testimonian los Hechos de los Apóstoles (Hch 11, 1-9).

  2. Véase supra 77-78. Cfr. Gisel, La Creazione... cit., 99.

creación y Dios. Dicha fórmula, al afirmar que la creación recibe de Otro una existencia distinta y positiva, introduce directamente los términos fundamentales de la cuestión ontológica que subyace a la pregunta sobre la distinción de los seres: ¿cómo entender la existencia del ser contingente cuyo fundamento reside en Otro distinto de sí, pero que está, al mismo tiempo, dotado de una realidad efectiva propia 148?

LA METAFÍSICA DEL ACTUS ESSENDI

Fue sobre todo la teología escolástica, especialmente con Tomás de Aquino, la que configuró teoréticamente la noción teológica de Creación, con el objetivo de dar una respuesta satisfactoria a dicha pregunta.

El contexto cultural en que vivió el doctor Angélico hacía de ésta una tarea urgente: sobre todo, la reaparición del maniqueísmo, las cuestiones suscitadas por la filosofía árabe y la entrada, cada vez mayor, del pensamiento aristotélico en Occidente, obligaban a la inteligencia de la fe a confrontarse, nuevamente, con los problemas característicos del pensamiento pre-cristiano 149.

El teólogo dominico insiste, sobre todo, en que la relación entre el Creador y la criatura es única, por cuanto la Creación, entendida como acción propia de Dios, constituye una modalidad irrepetible de ejercicio de la causalidad 150. Al intentar ilustrar el contenido de este singular actuar divino Tomás obra una síntesis entre la perspectiva «platónica» de la participación y la «aristotélica» de potencia/acto 151

En efecto, el teólogo dominico relee la noción de participación a la luz de la tesis decisiva del Ser como Acto Puro 152. Dicha tesis permite al Angélico clarificar, mediante la distinción entre essentia y esse, que las criaturas existen por participación, en cuanto su esencia recibe su actualidad del esse, entendido como acto primero y último de toda realidad. En la perspectiva de Tomás el acto es pensado por encima de la esencia aristotélica y se reconoce que la po-

  1. Encontramos preciosas observaciones en J. Ladriére, Approches philosophiques de la création, en L. Derosseaux (ed.), La création dans l'Orient ancien, Congrés de 1'ACFEB, Paris 1985, 13-38.

  2. Sobre el contexto filosófico y cultural véanse: É. Gilson, La filosofia nel Medioevo dalle origini patristiche alía fine del XIV secolo, trad. it., Firenze 1973 (Paris 19522), 415-497 (trad. esp. La filosofia en la Edad Media: desde los orígenes patrísticos hasta el fin del siglo XIV, Madrid 1965); A. de Libera, Storia della filosofia medioevale, Milano 1995, 333ss. Sobre el con-texto teológico: F. Courth, Trinität in der Scholastik en Handbuch der Dogmengeschichte, II/lb, Freiburg - Basel - Wien 1985, 93-118.

  3. Cfr. 1ST, q. 45, 5, co.

  4. Por ejemplo: «Omne participans se habet ad participatum, sicut potentia ad actum» (Tomás de Aquino, Quaestiones quodlibetales, III, q. 8, a. 20), documentación en Fabro, La nozione metafisica di partecipazione secondo S. Tommaso d'Aquino, Torino 1950, 338-345.

  5. Cfr. 1ST, q. 4, a.1, ra 3um y a. 2, co.

tencia puede ser atribuible a la naturaleza de Dios, si se la entiende como principio de comunicación 153. Siguiendo esta línea de pensamiento, el teólogo dominico llega al resultado, decisivo, de integrar la perspectiva de la participación 154.

Al entender el Ser de Dios como Acto de Ser, su participación no implica un «menos» ontológico, con lo que desaparecen las dudas sobre la positividad ontológica del ser creado y, sobre todo, se ponen las premisas que permiten aclarar adecuadamente el sentido de la distinción entre Dios y la Creación.

Para Tomás es decisiva la unidad profunda existente entre fe y razón, sobre cuya base elabora la reflexión ontológica sobre el actus essendi 155. Gracias a ella, la dependencia ontológica de las criaturas respecto de Dios se vuelve inteligible a partir de la distinción real entre essentia y esse 156. Este planteamiento teorético tiene el mérito de mostrar que las realidades creadas no tienen en sí mismas el fundamento de su existencia: los seres no son su ser, sin que por ello deba dudarse de su consistencia ontológica 157.

LA CREACIÓN COMO RELACIÓN

La originalidad de la reflexión del teólogo dominico reside en el hecho de situar el acto creador de Dios en el ámbito de la categoría de relación. Mediante dicha categoría Tomás logra expresar la absoluta dependencia ontológica de la criatura y, al mismo tiempo, el hecho de que ella es un don sobreabundante,

  1. Este enorme interés y profundidad el texto de QDP, 2, 1, co: «Natura cuiuslibet actus est, quod seipsum communicet quantum possibile est. Unde unumquodque agens agit secundum quod in actu est. Agere vero nihili aliud est quam communicare illud per quod agens est actu, secundum quod est possibile. Natura autem divina maxime et purissime actus est. Unde et ipsa seipsam communicat quantum possibile est. Communicat autem se ipsam per solam similitudinem creaturis, quod omnibus patet; namque quaelibet creatura est ens secundum similitudinem ad ipsam. Sed fides catholica etiam alium modum communicationis ipsius ponit, prout ipsamet communicatur communicatione quasi naturale: ut sicut ille cui communicatur humanitas, est horno, ita ille cui communicatur deitas, non solum sit Deo similis, sed vere sit Deus (...)»; véase al respecto E. Gilson, Introduzione alía filosofía cristiana, trad. it., Milano 1982 (Paris 1960), 102-114. Profundizaciones ulteriores sobre el contenido de la noción de potentia Dei en el pensamiento de Tomás se pueden encontrar en Marengo, Trinitá... cit., 88-95; A. Campodonico, Integritas. Metafisica ed etica in san Tommaso, Fiesole 1996, 116-139.

  2. 293 «Non dicitur esse similitudo ínter Deum et creaturas propter convenientiam in forma secundum eandem rationem generis aut speciei, sed secundum analogiam tantum, prout scilicet Deus est ens per essentiam, et alia per participationem» (1 ST, q. 4, a. 3, ra 3um); cfr. Fabro, La nozione... cit., 342; Idem, Introduzione... cit., 112-113.

  3. Cfr. J. de Finance, Étre et Agir dans la philosophie de Saint Thomas, Rome 19653, 120.

  4. Cfr. de Finance, Étre... cit., 80-111; Fabro, La nozione... cit., 315-362.

  5. En el horizonte agustiniano, en cambio, el problema consiste en dar las razones de la consistencia ontológica objetiva y la bondad del ser finito. Sobre el problema de la creación en Agustín remitimos a M.A. Vannier, «Creatio», «conversio», «formatio» chez S. Augustin (Paradosis XXXI), Fribourg 1991.

es un «recibir el ser» 158; lo contingente es verdaderamente y su consistencia se funda en su participación en el Acto de Ser 159.

En este sentido es muy importante precisar, como hace el Angélico, que la relación misma es objetivamente de diversa cualidad dependiendo de si se la mira ex parte Creatoris o ex parte creaturae: en el primer caso se dirá que es puramente de razón, mientras que en el segundo es real 160. El beneficio teorético logrado con ello es considerable: mediante tal distinción se salva objetivamente tanto la trascendencia del Creador respecto de su obra, cuanto la autonomía objetiva de esta última respecto de su origen. De este modo se mantienen unidas dos instancias irrenunciables: por un lado, aun en su total dependencia, la criatura no añade nada a Dios, quien de otro modo dejaría de ser tal (relación de razón ex parte Dei); por otro, la criatura misma se distingue realmente del Creador (relación real ex parte rei), evitando el riesgo de ser pensada como su necesaria prolongación, con lo que perdería consistencia y valor intrínseco.

Toda la originalidad de la definición tomasiana de la Creación se resume en la afirmación de que ésta es una pura relación de dependencia ontológica 161. Esta definición logra expresar el sentido de la distinción entre Dios y el mundo a la luz de la metafísica del actus essendi, dejando todo el espacio necesario a la absoluta soberanía creadora de Dios y, al mismo tiempo, salvaguardando la positividad de la realidad creada. Prueba de ello es la exclusión de la presencia de causas creadoras intermedias, tan queridas por el neoplatonismo y el pensamiento árabe, y el rigor con el que Tomás contesta las tesis sobre la materia preexistente, sobre las ideas como formas ejemplares distintas de la esencia divina y sobre la creación como mutación 162.

  1. «Quaedam acceptio esse», cfr. IST, 45, 2, ra 2um y 3um.

  2. Cfr. Gisel, La Creazione... cit., 124. Documentación en Marengo, Creazione... cit., 148-165. Autores como L.B. Geiger, La partecipation dans la philosophie de Saint Thomas d'Aquin (Bibliothéque Thomiste XXIII), Paris 1942, 223-237 y Fabro, Partecipazione... cit., 477-480, han sugerido la fundamentación teológica (objetivamente trinitaria) de la utilización de esta categoría en el pensamiento de Tomás.

  3. «Creatio active significata sign f cat actionem divinam, quae est eins essentia cum relatione ad creaturam. Sed relatio in Deo ad creaturam non est realis, sed secundum rationem tantum. Relatio vero creaturae ad Deum est relatio realis, ut supra (q. 13, a. 7) dictum est, cum de divinis Nominibus ageretur» (IST, q. 45, a. 3, ra lum). Sobre las dificultades que esta explicación clásica de la relación entre Dios y el mundo suscita en el pensamiento contemporáneo, véase J. O'Donnell, Il mistero della Trinitá, trad. it., Casale Monferrato - Roma 1989, 8-21.

  4. «Unde Deus, creando, producit res sine motu. Subtracto autem motu ab actione et passione, nihil remanet nisi relatio, ut dictum est (a. 2 ad 2). Creatio in creatura non sit nisi relatio quaedam ad Creatorem, ut ad principium sui esse» (1ST, q. 45, a. 3, co); cfr. A.D. Sertillanges, L'idée de création et ses retentissements en philosophie, Paris 1945; E. Gilson, Le thomisme. Introduction a la philosophie de saint Thomas d'Aquin, Paris 19866, 141-151 (trad. esp. El tomismo: introducción a la filosofía de Santo Tomás de Aquino, Pamplona 2002); 193-207; Gisel, Creazione... cit.,118-131.

  5. Cfr. 1 ST, q. 45.

Desde esta perspectiva se comprende también la cuestión de la multiplicidad de las cosas creadas respecto del primer principio creador. El recurso a la teoría de las ideas –mediante la que se señala la desproporción entre el Ser divino comunicado y la necesariamente parcial participación de cada fragmento de la realidad–, no comporta ya –como podía suceder en el neoplatonismo agustiniano–, una lectura de lo contingente entendido últimamente como fruto de una caída ontológica del Ser, sino que pone simplemente de manifiesto la incapacidad originaria de lo contingente de agotar la infinita actualidad del Ser del que procede 163.

LA CREACIÓN COMO ACONTECIMIENTO

Desde esta perspectiva –teniendo en cuenta cuanto ya hemos dicho a propósito de la distinción intratrinitaria entre el Padre y el Hijo como razón de la distinción de los seres respecto de Dios 164–, se entiende que la Encarnación de Jesucristo, precisamente por revelar adecuadamente el principio de la comunicación de la vida divina ad extra, ahonda en la comprensión de la distinción entre la criatura y el Creador.

En efecto, si tenemos presente que la Creación, en cuanto fruto de la libre iniciativa divina de comunicarse ad extra, se manifiesta en la Revelación ante todo como historia y libertad, la contingencia de la criatura no debe ser considerada como un «menos» ontológico, sino como la manifestación ineludible de su carácter de acontecimiento. De ello se derivan dos importantes consecuencias. En primer lugar, se entiende que el carácter contingente de la realidad creada puede ser comprendido de un modo adecuado únicamente en el ámbito de la Revelación 165, pues sólo aquí el dato de la diferencia se manifiesta como algo completamente originario. En segundo lugar, se abre espacio al descubrimiento de que la identidad de cada ser creado, especialmente la del hombre, no puede ser simplemente reconducida a la individualización de un género, sino que expresa una singularidad ligada a su condición de acontecimiento libre en la historia querido por la iniciativa de Otro 166.
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Para profundizar:

C. Fabro, Introduzione a san Tommaso, Milano 1983, 96-130 (ed. esp., Rialp, Madrid 1999);

J. Ladriére, Approches philosophiques de la création, en L. Derosseaux (ed.), La création dans l'Orient anden, Congrés de 1'ACFEB, Paris 1985, 13-38.
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  1. Cfr. 1ST, q. 47, a. 1, co.

  2. Véase supra 81-83.

  3. Como observaba agudamente K. Barth: «Nihil constat de contingentia mundi nisi ex revelatione» (K. Barth, Kirchliche Dogmatik. Die Lehre von der Schöpfung, 111/1, Zürich 19573, 5).

  4. En el capítulo siguiente se verá el contenido propio de esta singularidad de la criatura humana.

 

2. La libertad de la Creación
 

[Gn 1,1-2, 4; Sal 115, 3; 135, 5-12; 136; Conc. Florencia (DS 1333);
Pío IX (DS 2828); Conc. Vat. I (DS 3002; 3025);
León XIII (DS 3218); Pío XII (DS 3890); CCE 295-296]

La absoluta positividad de la realidad y su real distinción de Dios representan dos datos estables del patrimonio de la tradición teológica respecto de la Creación. Estas dos características convergen en subrayar la plena libertad con la que Dios crea. En efecto, si el ser de los entes no les pertenece en sentido absoluto, sino que son colocados en la existencia en cuanto reciben el ser, en su origen no hay una necesidad, sino una libertad que dona gratuitamente 167.

LIBERTAD DE LA CREACIÓN Y MEDIACIÓN CRÍSTICA

La mediación creadora del Hijo de Dios en su horizonte trinitario pone claramente de manifiesto que no hay nada ex parte Dei que exija la Creación: ni la infinita capacidad de comunicarse, que se realiza en plenitud en la vida trinitaria, ni mucho menos la presencia en Dios de un Logos, ya que —como ya hemos dicho— éste es mediador de la Creación en cuanto tal, mientras que no es cierto que el Padre genere al Hijo con el fin de realizar su voluntad creadora.

[Conc. Sens (DS 726)]

Resulta por ello comprensible la determinación con la que el pensamiento cristiano contestó, en época patrística, las posiciones gnósticas que negaban dicha libertad, bien afirmando la eternidad de la materia –poniendo así en discusión la soberanía de Dios y su libertad creadora–, bien sosteniendo que el Logos dependía en su generación de la voluntad creadora de Dios 168.

  1. «En efecto, desde siempre están a su lado el Verbo y la Sabiduría, el Hijo y el Espíritu. Mediante ellos y en ellos ha creado todas las cosas, libre y espontáneamente, y es a ellos a quien habla cuando dice "Creemos al hombre a nuestra imagen y semejanza ", tomando él mismo de sí mismo la sustancia de las cosas que se han fundado y el modelo de las cosas que se han creado y la forma de las cosas que se han ordenado» (Ireneo, Contro le eresie... cit., IV, 20, 1, 345 [SC 100, 624-627]).

  2. Cfr. Taziano, Discorso al Greci, 5, en Gli apologeti greci, ed. de C. Burini, 188-190 (PG 6, col. 817); Orígenes, Commento al vangelo di Giovanni... cit., 1. 11, cc. XIV-XV, 230-234 (GCS 10,100-111).

Es interesante observar que la tesis de Abelardo (1079-1142) que negaba la libertad creadora de Dios 169, condenada en Sens (1141), parece ir acompañada de una falta de claridad en la reflexión trinitaria, objetivamente presente en su pensamiento 170.

[Conc. Vat. I (DS 3002; 3025)]

El concilio Vaticano I precisó dogmáticamente que Dios creó liberrimo concilio 171, pero sobre todo puso en guardia, una vez más, del error de una lectura de la comunicación ad extra de la vida divina que no se distinga adecuadamente de su vida inmanente 172.

Hay que precisar además que se puede negar la libertad de la Creación tanto afirmando que ésta es necesaria, como sosteniendo que si Dios crea no puede sino crear el mejor de los mundos posibles 173. Ambas tesis pueden seguirse la una a la otra, o ser presentadas por separado. En el segundo caso, aun reconociéndose la libertad divina de crear, se exigiría sin embargo que, una vez puesta en acto, lograra el mejor de los mundos posibles. La fe católica se distancia de ambas posiciones. Si la primera fue condenada directamente por la intervención dogmática del Vaticano I, la segunda lleva a una reducción inaceptable del carácter absoluto de la libertad soberana de Dios que resulta la por tanto afirmada de modo solamente nominal.

Desde esta óptica resultan evidentes las razones por las que la Revelación cristiana lleva al abandono de toda concepción de la Creación como fruto de un decaer inexorable del Ser de Dios, que sería así arrebatado a su absoluta trascendencia. El significado profundo de la consistencia ontológica de la criatura, a la luz de las dimensiones constitutivas del acto creador, permite mostrar con limpidez el hecho de que dicho acto es puesto en el ser de modo soberanamente libre.

CREACIÓN DE SERES LIBRES

Pero hemos de ir aún más allá: el tema de la libertad de la Creación no expresa únicamente la prerrogativa del acto con el que Dios hace

  1. «Quod ea solummodo possit [pofest] Deus facere, quae fecit, vel dimittere, quae dimittit, vel eo modo tantum, vel eo tempore, [quo facit] et non alio» (DS 726).

  2. Es clara en este sentido la primera proposición condenada: «Quod Pater sit plena potentia, Filius quaedam potentia, Spiritus Sanctus numma potentia» (DS 721).

  3. DS 3002.

  4. «Si quis (...) Deum dixerit non voluntate ab omni necessitate libera, sed tam necessario crearse, quam necessario amar se ipsum (...) a.s. [cursiva nuestra]» (DS 3025).

  5. Cfr. G.W. Leibniz, Saggi di teodicea sulla bontá di Dio, sulla libertó dell'uomo, sull'origine del male, en Idem, Scritti filosofici, I., ed. de D.O. Bianca, Torino 1979, §§ 227-230, 616-618.

que exista la realidad, sino que permite igualmente comprender una dimensión fundamental de la criatura misma. El reconocimiento de la libertad de la Creación tiene como contenido propio también el hecho de que Dios crea seres libres que pueden, libremente, relacionarse con El.
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Para profundizar:

H. U. von Balthasar, Teodrammatica. II. Le persone del dramma: l'uomo in Dio, trad. it., Milano 1982, 230-268 (ed. esp., o.c.).
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3. La gratuidad de la Creación


La libre decisión del Unitrino de hacer existir las criaturas implica, por sí misma, la lógica del don: la criatura no puede no sorprenderse en la existencia como destinataria de una iniciativa absolutamente gratuita de su Creador.

Si se piensa además que el acto creador realiza el designio preestablecido del Padre, se puede comprender el significado fascinante de la gratuidad de dicha iniciativa divina.

a) Creación y vocación a la filiación divina

[Jn 3, 16; 15, 16; Ef 1, 9-10; Rm 8, 28]

El designio divino coincide con la encarnación del Hijo eterno y la misión del Espíritu Santo y tiene como contenido no una genérica comunicación de la vida divina, sino lo específico de la filiación divina: de ahí que el ser mandado de Jesucristo (cfr. áutóotoXog en Hb 3, 1) no tenga otro fundamento más que su relación filial con el Padre (cfr. Jn 5, 19-47). El fruto de su misión es la posibilidad de que el hombre participe de esa filiación 174.

Si el acto creador, tal como se revela en la mediación de Jesucristo, comporta no sólo el don de la existencia, sino la vocación a la filiación divina, la gratuidad de la iniciativa creadora de Dios presenta su pleno significado.

Es muy importante, también para el desarrollo posterior de la reflexión, comprender bien el sentido en que aquí introducimos la noción de gratuidad. No debemos olvidar que esta noción remite, de modo in-

174. Véase infra capítulo 5; CCE 2011.

mediato, al tema de la gracia. En su sentido último gracia significa que la salvación cristiana se propone al hombre como un don purísimo. El hombre no puede obtenerlo, ni conquistarlo de ningún modo por sí mismo; sólo puede acogerlo.

Sin anticipar cuanto más adelante explicaremos de modo más detallado, conviene señalar ya desde ahora que el hecho de afirmar el sentido pleno de la gratuidad de la Creación no impide de ningún modo la recta comprensión de la salvación cristiana. Reconocer en la Creación, a partir de la mediación de Jesucristo, la decisión de la Trinidad de crear a los hombres para llamarlos a la filiación adoptiva 175, no elimina la obligación de distinguir la condición creatural del hombre del contenido nunca exigible por parte de la criatura (hijos en el Hijo) de dicha vocación. Se trata más bien mostrar cómo esta libre decisión trinitaria –precisamente porque coincide en el designio divino con el acto creador que instituye el orden histórico-efectual– no puede ser nunca asumida como extrínseca al destino de la criatura. Es más, en su absoluta indeductibilidad representa su única, posible y adecuada clave de lectura. En este sentido, el hecho de introducir ya desde ahora el tema de la gratuidad mira a mostrar el nexo, límpido, entre la libre iniciativa divina de crear y la decisión de llamar al hombre a la participación graciosa en la vida trinitaria 176.

La dimensión de gratuidad del acto creador de Dios debe ser precisada de inmediato en positivo a partir del contenido de la iniciativa salvífica divina que excluye cualquier exigencia o derecho por parte del hombre, pues el acontecimiento de Cristo es don de la pura liberalidad del Padre.

b) Gratuidad y sobrenaturalidad

La gratuidad, en el sentido que acabamos de explicar, puede ser ulteriormente precisada como sobrenaturalidad 177. Esta propiedad, atribuida a la creación, hace ver que el don ofrecido al hombre encierra un contenido que excede completamente su realidad, pero que al mismo tiempo es absolutamente correspondiente, en su excepcionalidad, a la estructura última de su ser.

  1. Véase supra 107-108.

  2. Cfr. Scola, Questioni... cit., 250.

  3. Para un análisis crítico del complejo debate teológico en torno a la noción de sobrenatural véase infra capítulo 3. Cfr. además Colombo, Creazione... cit., 204206.

Con la noción de sobrenatural se resalta el hecho de que el ser creado por participación en la vida trinitaria es un don absolutamente indeducible a partir de la existencia del hombre; sólo la acogida de dicho don le permite al hombre ser verdaderamente él mismo.

Si reflexionamos en el marco del designio preestablecido, en el orden histórico de la salvación, la sobrenaturalidad permite descubrir el lugar que en este designio ocupa el hombre y qué relación está llamado a establecer con la iniciativa divina. El carácter totalizante del designio de la Trinidad ni se sobrepone al hombre, ni se le añade de modo extrinseco; representa más bien el único camino para encontrar la verdad de su existencia y realizar adecuadamente su fin.

Pensándolo bien, el contenido de esta última propiedad ilumina el dato, antropológicamente originario, de la naturaleza enigmática de la existencia humana. Partiendo «desde abajo» se llega a comprender que el hombre es, pero que no tiene en sí el fundamento de su ser; la libre iniciativa creadora de la Trinidad se revela precisamente como el fundamento que, excediendo totalmente la naturaleza del hombre, puede ser definido como sobrenatural. El hombre puede de este modo encontrar la verdad sobre sí y hallar una solución a su enigma que no elimina su naturaleza dramática. El nexo intrínseco entre gratuidad y sobrenaturalidad libra a la noción misma de sobrenatural de todo posible extrinsecismo.

c) Creación y elección

[Dt 7, 6ss.; 14, 2; Ex 19, 5ss.; Is 6,1-9; Jr 1, 5; 2, 23; Am 3, 2]

La perspectiva de la gratuidad, tal como ha sido propuesta, abre el camino a dos importantes clarificaciones.

En primer lugar, el hombre se descubre totalmente descrito por su condición de destinatario del don de Dios: en este sentido, la gratuita elección a ser hijo en el Hijo 178 no se añade extrínsecamente a un su-

178. Esta afirmación quiere expresar el específico logro antropológico que proviene de una consideración del misterio de la Creación del hombre dentro de la Alianza y del designio preestablecido del Padre que se cumple en Jesucristo, a la luz de la importante precisión de von Balthasar, según el cual «Debemos aquí volver a prevenir ante formas de "reducción cristológica" que pretenden fundar la realidad de la creación sobre una realidad "anterior" a la salvación y a la gracia; no existe ningún "antes" ni "después", y aunque la meta es la primera intención del agente, también hay que prever in ordine executionis ante todo un sujeto natural (no divino) como posible receptor de la gracia. Tampoco esto significa que Dios "deba" al hombre natural su elevación al estado de gracia, Dios debe su fidelidad sólo a sí mismo, al orden y a las consecuencias de su plan unitario universal» (von Balthasar, Teodrammatica. III... cit., 240).

jeto humano ya constituido, sino que expresa, en última instancia, su misma razón de ser. Hablamos de creación y elección para subrayar con fuerza que la vocación a la filiación divina, en cuanto don purísimo de la voluntad divina, se halla en el origen mismo de la existencia del hombre que fluye de la libre iniciativa de la Trinidad: es posible expresar así de modo sintético la repercusión antropológica de la profunda unidad existente entre Creación y Alianza y explicitar mejor, en consecuencia, el sentido de la revelación de las razones del obrar creador del Unitrino 179. Todo hombre, por tanto, existe porque es personalmente querido por Dios.

En segundo lugar, sostener que el hombre es creado para ser gratuitamente elegido, permite comprender que el hombre sólo puede relacionarse con el don divino que lo hace ser mediante la libre acogida de la iniciativa de Otro que lo precede: la destinación universal de la voluntad salvífica divina, revelada según la forma cristológica de la libertad de Dios, interpela directa o indirectamente a todo hombre, y posibilita el ejercicio de su misma libertad 180. De este modo, la articulación entre creación y elección permite tener presente, desde el principio, la originaria forma dramática de la existencia humana.

En efecto, esta elección originaria requiere que, en la objetividad de la propia historia personal, cada individuo acoja libremente la iniciativa divina que se expresa mediante el don de la gracia, recibida en la economía cristiana por medio de la participación sacramental en la redención obrada por Cristo: sólo así dicha elección, decidida desde siempre y gratuitamente por Dios para cada uno, se realiza como encuentro entre la libertad divina y la humana.

Resulta comprensible, por tanto, que el uso que en este contexto se hace de la noción de elección revista una precisa connotación analógica; y al mismo tiempo es fácil entender que, aun pudiéndose afirmar legítimamente que Dios hubiera podido no querer para los hombres la

  1. «El sentido de la creación resulta claro y no da problemas: la creación existe y cobra sentido en su hacer posible el nacimiento de los hijos de Dios en Cristo. Por ello resulta esencial y absolutamente primaria en la creación no solamente la intencionalidad antropológica respecto a la cosmológica, sino dentro de la intencionalidad antropológica, resulta esencial y absolutamente primaria la intencionalidad que la teología denomina "elevante" respecto a la "creante"». Cfr. G. Colombo, La teologia della creazione nel XX secolo, en AA.VV., Bilancio... cit., 61.

  2. En este sentido «encontramos el verdadero modelo o la idea de todo hombre en el Hijo hecho hombre, crucificado y resucitado, que es como tal la idea primordial de Dios de mediación para toda la Creación» (von Balthasar, Teodrammatica. III... cit., 241).

participación en la filiación divina en su Hijo Jesucristo 181(¡la libertad de la creación!), conviene reconocer el orden real que, por medio de la Revelación, pone de manifiesto el plan de Dios.

d) Libertad y gratuidad

De ahí que sea legítimo relacionar el tema de la libertad de la creación, más tradicional en la reflexión católica, con el de su gratuidad.

Ambas propiedades se iluminan mutuamente: la libertad permite comprender que Dios no estaba constreñido a crear este mundo en el que los hombres están, de hecho, llamados desde siempre a la participación en la vida divina, mientras que la gratuidad desvela el corazón secreto de la libre iniciativa divina. Ésta no sólo crea libremente, sino que hace existir sujetos que lo conozcan y lo amen: la Creación se explica únicamente a partir de la decisión divina libérrima de hacer existir ad extra hijos en el Hijo 182.

Mantener unidas libertad y gratuidad permite explicitar teológicamente que en el acto creador del Dios trino el propósito de comunicar ad extra la propia vida implica la libertad del hombre como destinatario del obrar divino. Dios, al crear, llama al hombre a participar de su misma vida. En otros términos: no se trata de imaginar en el plan divino un momento sucesivo a la libre decisión de crear que instauraría la economía de la gracia, sino que es más bien en el acto mismo de la Creación donde el Dios Unitrino fija libremente esta economía. Ésta es absolutamente gratuita, pero, al mismo tiempo, es la única históricamente llevada a cabo.

  1. Éste es el sentido de la conocida puntualización de la encíclica de Pío XII Humani generis (DS 3891), donde se advierte del peligro de perder el sentido de la gratuidad de la iniciativa salvífica de Dios, cuando se afirma que Él no habría podido crear a los hombres sin llamarlos a la visión beatífica; para situar esta intervención magisterial en el debate teológico, véase Colombo, Del soprannaturale... cit., 354-356. Como observa el teólogo milanés, el pronunciamiento de la encíclica permite dejar claro que una antropología elaborada a partir de la llamada naturaleza pura (véase infra 219-220), es decir, sin considerar que el hombre ha sido creado para ser llamado a la visión beatifica de Dios, «si bien es en sí misma legítima, sin embargo en todo caso no puede constituir el fundamento real de la antropología teológica. En efecto, [la naturaleza pura], prescindiendo de la problemática de darle una definición, se refiere a una situación antropológica puramente hipotética y en cuanto tal está fuera de la realidad histórica. Bajo esta perspectiva, desde el punto de vista de la valoración histórica, la encíclica Humani generis ha significado, más que una confirmación autorizada, la invalidación de la antropología teológica construida por el hombre "natural"» (ibid., 354).

  2. Véase infra 200-201

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Para profundizar:

H. U. von Balthasar, Teodrammatica. II. Le persone del dramma: l'uomo in Dio, trad. it., Milano 1982, 268-298 (ed. esp., o.c.);

G. Colombo, La teologia della creazione nel XX secolo, en AA.VV., Bilancio... cit., 55-63.
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4. La historicidad de la Creación


Toda la primera sección de esta parte, dedicada a la reflexión sobre el acto creador de Dios, ha puesto claramente de manifiesto que la Creación tiene lugar en el ámbito de la iniciativa histórica de Dios: es, de hecho, el inicio del camino de la historia de la salvación y sólo así entendida puede ser comprendida en su verdad profunda.

Para comprender adecuadamente la acción creadora de Dios es preciso examinar, con mayor atención, algunas cuestiones referentes al peso específico de su dimensión temporal. Son las siguientes: en primer lugar, ¿qué significa afirmar que la Creación ha tenido un inicio temporal (a. El inicio temporal del mundo)? En segundo lugar, se trata de reflexionar sobre la permanencia en el tiempo de la acción creadora de Dios (b. La conservación del mundo). Finalmente, debemos preguntarnos cómo dicha acción, expresando la absoluta soberanía de Dios sobre la historia, no se opone, ni se sobrepone a la libertad del hombre (c. La providencia y el concurso divino en el camino histórico del hombre).

a) El inicio temporal del mundo

[Gn 1, 1; Sal 90, 2; Pr 8, 22ss.; Jn 15, 5.24; Conc. Lat. IV (DS 800);
Conc. Vat. I (DS 3002); Pío XII (DS 3890); CCE 338]

La afirmación de un inicio temporal de la Creación, incluso en el sentido de las intervenciones magisteriales correspondientes 183, muestra una estrecha relación con la tesis de la creación ex nihilo. Ésta repropone la absoluta soberanía de Dios en su comunicación ad extra, sobre todo frente a la hipótesis de la eternidad de la materia 184. Pode-

  1. Cfr. Lateranense IV (DS 800); Vaticano I (DS 3002); Encíclica Humani generis (DS 3890).

  2. Cfr. Flick - Alszeghy, Fondamenti... cit., p. 30; A. Scola, Questioni... cit., 231; 250.

mos preguntarnos cuál es el sentido, para le fe cristiana, de la tesis del inicio temporal del mundo.

Para Tomás la Creación en el tiempo es una exigencia de la fe, no demostrable filosóficamente 185. La posición del Angélico ha sido interpretada, normalmente, como una invitación a pensar que incluso una Creación ab aeterno satisfaría todas las dimensiones teológicas constitutivas, no oponiéndose, en particular, a la soberanía absoluta de Dios y a la tesis de la creatio ex nihilo 186.

Las precisiones anteriormente formuladas permiten plantear la cuestión en una perspectiva diversa, pero para ello es oportuno delimitar con la mayor exactitud posible los términos del problema. Evidentemente, lo que aquí se dilucida no es el hecho de que la dimensión de la creaturalidad implique la temporalidad. El tiempo no puede ser concebido como un contenedor en el que en un cierto momento habría sido puesta la realidad creada. Por consiguiente, el tiempo existe desde que existe el mundo y viceversa.

Se trata, más bien, de entender la mayor o menor «conveniencia» de una concepción de la Creación eterna, es decir, sin un preciso inicio temporal.


INICIO TEMPORAL DEL MUNDO
Y MEDIACIÓN CREADORA DE JESUCRISTO

[CCE 290]

En este contexto, el reclamo a la mediación creadora de Jesucristo puede abrir paso a una nueva perspectiva de investigación. En primer lugar, habrá que tener en cuenta que el acontecimiento de Jesucristo no es sólo histórico, sino que, a causa de su singularidad, es el único principio que permite hablar verdaderamente de historia. La singularidad exige que se pueda individuar para Jesucristo un instante preciso de inicio en el tiempo. Prescindir de este dato significaría perder el conteni-

  1. «Quod mundum non semper feisse sola fide tenetur, et demonstrative probari non potest (...) Unde mundum incoepisse est credibile, non autem demonstrabile vel scibile» (1 ST, q. 46, a. 2); Idem, De aeternitate mundi, editio Leonina, t. 43, Romae 1976, 83-89. Una clara exposición de este debate, y de la posición exacta de Tomás, se encuentra en P. Mazzarella, Creazione, partecipazione e tempo secondo S. Tommaso d'Aquino, en «Studia Patavina» 29 (1982), 309-335.

  2. A este respecto hay quien observa, en cambio, que si la creación de la nada conduce a afirmar la contingencia de la realidad creada, entonces ser creados (recibir la existencia) significa también comenzar a existir y por tanto la noción de ser contingente coincide con la de ser temporal; cfr. A. Colzani, Antropologia... cit., 316.

do adecuado del misterio de la Encarnación. En consecuencia, parece poco convincente que la Creación, mediada por Jesucristo, no participe de esta misma dimensión histórica ligada a un inicio en el tiempo 187.

La tesis de un inicio de la Creación asume entonces un relieve mayor que el de ser un simple corolario de la creatio ex nihilo. En realidad lo que pone de manifiesto es que la dimensión de la temporalidad y, por tanto, de la historicidad constitutiva de la Revelación misma -en cuanto historia de la salvación— es intrínseca a la explicación de los «orígenes del mundo». En este sentido, la tesis del inicio temporal de la criatura especifica su contingencia ontológica.

Por otra parte, si la Creación es la actuación del designio preestablecido del Padre en Jesucristo, la tesis de la mediación creadora de Cristo permite resaltar la esencial dimensión histórica del plan divino y de su realización 188. Pues no es razonable concebir la relación de dependencia ontológica de la criatura respecto de Dios como un elemento que pueda, de hecho, prescindir de la historicidad de la existencia de la criatura misma. No deben yuxtaponerse, de modo extrínseco, la consideración de la dependencia ontológica de la criatura respecto de Dios y la relación que Él establece con ella a partir de la historia de la salvación. Habrá que decir más bien que se reclaman mutuamente sin solución de continuidad: en la consideración del hombre y del mundo no puede separarse la iniciativa histórica de Dios de la dependencia ontológica del hombre respecto de Dios que, aun trascendiendo la historia, no puede ser separada de ella.

b) La conservación del mundo

[Dt 7, 9; Nm 23,19; Sal 89, 29; Is 49, 7; 55, 3;
Mt 6, 26-30; Jn 5, 17; Ap 21, 5; CCE 301]

La perspectiva de la originaria dimensión histórica del plan divino permite además comprender mejor por qué el acto creativo no puede agotarse en el hecho de hacer existir la criatura.

A esta interpretación de la Creación se opone el hecho de que la criatura, fruto libre de la comunicación ad extra de la pura actualidad

  1. Véase la vigorosa expresión de Buenaventura: «Ponere enim mundum aeternum, hoc est (...) dicere quod Filius Dei non est incarnatus» (Buenaventura de Bagnoregio, De decem praeceptis, 2, 25); a este respecto J. Ratzinger, San Bonaventura. La teologia della storia, trad. it., Firenze 1992.

  2. Véase supra 118-119.

del Ser divino, se caracteriza, en cada instante de su existencia, por su participación en dicha actualidad.

Por eso, la Creación es un acto continuo con el que Dios mantiene en el ser todo lo que El crea: resulta así comprensible la noción de conservatio et gubernatio divina 189.


CONSERVACIÓN Y MEDIACIÓN CRISTOLÓGICA

[1 Co 3, 22; 15, 24-28; Ef 4, 5-13]

Esta permanente acción creadora de Dios no se puede separar de la mediación cristológica 190: con ello la conservación de la criatura en la existencia adquiere una peculiaridad significativa propia. Si Jesucristo es el principio y el fin de la Creación, resulta claro que el obrar creador del Unitrino puede tener su término solamente en el acto de entrega de toda la realidad al Padre por parte de Aquel que es todo en todos, hasta que Dios sea todo en todos 191.

La permanencia en el tiempo de la acción creadora expresa la plena fidelidad del Creador a su plan y, de hecho, aparece como un desarrollo de la inefable eficacia del designio preestablecido. Se aferra, entonces, el sentido pleno de la permanente acción creadora de Dios en la medida en que se tiene presente la revelación de la absoluta fidelidad divina a su propósito, determinado totalmente por la lógica de la Alianza y de la elección.

c) La providencia y el concurso divino en el camino histórico del hombre

[Rm 8, 28]

El reconocimiento de la absoluta positividad de la Creación según el registro de la historia, en los términos ya vistos, puede también facilitar la comprensión teológica de la providencia. A su vez, una mirada histórico-salvífica a la providencia podrá sugerir una lectura más sobria del delicado problema del llamado concurso divino 192.

  1. «Deus est in omnibus rebus, et intime» (IST, q. 8, a. 1, co); cfr. 1 ST, q. 103, a. 6; q. 104, aa. 1-2.

  2. Cfr. Atanasio, Contra Gentiles, 40-42, PG 25, col. 79-83.

  3. Cfr. 1 Co 15, 26; Co13,11.

  4. Sobre la noción de providencia véase Th. Schneider - L. Ullrich, Vorsehung und Handeln Gottes, Freiburg - Basel - Wien 1988. Sobre el concurso divino R. Busa, Concorso divino, en Enciclopedia filosofica... cit., II, col. 417-426.

La modalidad histórica según la cual el constante obrar divino se articula con la libertad del hombre permite desarrollar plenamente la distinción de la criatura respecto de su Creador.

«Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio» (Rm 8, 28).

Esta afirmación de Pablo puede ser entendida justamente como una síntesis de la noción de providencia divina.


PROVIDENCIA Y MEDIACIÓN CRISTOLÓGICA

[Dt 4, 19; Sal 23; 103, 9ss.; 104-105; Is 41, 4; 45, llss.;
Sb 11, 24-26; 14, 3; 15, 1; Mt 5, 43-48; 6, 25-30; Le 12, 22-30;
Sínodo de Braga I (DS 459); Pío IX (DS 2902);
Conc. Vat. I (DS 3003); León XIII (DS 3251); CCE 302-308]

En el horizonte de la fidelidad de Dios a su designio 193, la providencia halla su plena razonabilidad en el reconocimiento del carácter universal e infaliblemente eficaz del evento Jesucristo respecto de la historia 194.

El que esta lectura de la providencia no haya encontrado especial atención en la historia de la teología ni en los textos del Magisterio que se han ocupado de ello (DS 459; DS 2902; DS 3003) depende de la marginalidad de la mediación cristológica en la teología de la Creación 195.

Por el contrario, la importancia de una lectura cristológica de la providencia divina permite comprender mejor cómo se relaciona la soberanía absoluta de Dios sobre la historia con la libertad del hombre.

Para lograr este objetivo es preciso prestar atención a las siguientes consideraciones. En primer lugar hay que recordar la historicidad del designio preestablecido. De ahí que no se pueda concebir de modo abstracto la voluntad de Dios sobre las vicisitudes de la humanidad, como si fuese un esquema a priori caído del cielo. En segundo lugar, la propia libertad humana no debe ser concebida como una realidad que pueda prescindir de las razones por las que ha sido creada. En efecto, si

  1. Dt 4, 19; Sal 23; Is 41, 4.

  2. Véase supra 102-107.

  3. Esto puede comprobarse fácilmente examinando cómo ha tratado la teología manualistica la providencia divina: una buena síntesis de esta orientación puede encontrarse en R. Garrigou-Lagrange, Providence, en DTC XIII/ 1, col. 935-1023.

el hombre existe en cuanto elegido entonces el hecho de que la acción creadora de Dios permanezca fiel no puede de ningún modo herir su libertad; es más, es esta fidelidad la que hace posible que el hombre, en la historia, sea él mismo y ejercite su libertad.

Por todo ello, la providencia divina no pone en discusión la libertad del obrar humano 196.

EL CONCURSO DIVINO

En esta perspectiva el tema del concurso divino se aclara notablemente. El hecho de que la relación entre la libertad del hombre y la de Dios no pueda ser pensada en términos de recíproca concurrencia permite comprender que la máxima expresión de la libertad creadora de Dios se manifiesta precisamente en el hecho de hacer ser la libertad del hombre y de sostenerla de modo permanente («pues es Dios quien, por su benevolencia, realiza en vosotros el querer y el obrar» [Fil 2, 13]).

Resulta así claro que, por medio del concurso divino, estamos llamados a entender que Dios, al guiar en Jesucristo la historia hacia su cumplimiento, hace posible que la libertad del hombre se realice como acogida o rechazo de Cristo y del designio preestablecido del Padre.

Por tanto, el primado de la iniciativa divina, que domina cada paso del desarrollo de su plan salvífico, ni se opone ni constriñe la libertad del hombre, sino que más bien concurre a su completa realización. Por eso, como veremos al hablar del pecado original 197, el mal y el pecado en el hombre nacen únicamente de la dramática capacidad que tiene la libertad humana de negarse a la llamada de la voluntad salvífica de Dios, condenándose de este modo a perderse éste a sí mismo, en el fracaso de su propia libertad.
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Para profundizar:

P. Mazzarella, Creazione, partecipazione e tempo secondo S. Tommaso d'Aquino, en «Studia Patavina» 29 (1982), 309-335.
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  1. DS 3003. El horizonte problemático de esta cuestión proviene del debate acerca de la presencia de Dios en cada acto de la criatura y de su correspondencia con la libertad del hombre que tuvo su punto de máxima virulencia en la célebre controversia de auxiliis, véase infra 305-308.

  2. Véase infra 249-289.