II. CRISTOLOGÍA Y ANTROPOLOGÍA


La mirada histórica requiere que la antropología teológica se elabore en perspectiva cristocéntrica. En esta nueva sección expondremos, en sus términos esenciales, las razones de esta opción metodológica. Para ello será necesario introducir nociones y problemáticas que hacen referencia a cuestiones fundamentales del saber tanto teológico como filosófico. La antropología teológica no se constituye en un ámbito separado y autorreferencial; sólo en un horizonte más amplio puede hallar su caldo de cultivo adecuado. La exposición de la antropología teológica comporta por ello el conocimiento de cuestiones, sobre todo de carácter metodológico, que aquí no podremos sino sugerir. Se trata de problemas que presuponen una preparación remota y exigen un estudio riguroso y paciente. Puesto que se refieren al fundamento de la realidad, tales cuestiones (necesariamente presentadas con un lenguaje técnico) no pueden ser nunca «poseídas» de una vez por todas. Pero es necesario meditarlas una y otra vez para familiarizarse con ellas. Por otra parte, sólo así será posible alcanzar una comprensión convincente del recorrido antropológico propuesto.

ESTRUCTURA DE LA SEGUNDA PARTE

Para allanar el camino que vamos a emprender conviene presentar, aunque sea de modo sumario, el orden de los temas que trataremos. En primer lugar introduciremos la noción de singularidad de Cristo (1) como factor que permite asumir metodológicamente la perspectiva cristocéntrica que, al final del análisis histórico, ha emergido como el camino a recorrer. A continuación mostraremos cómo esta singularidad implica una consideración atenta de la relación entre revelación y fe (2). Esta relación exige a su vez profundizar en la relación analógica entre Dios y el hombre (3). Emergerán entonces las razones del carácter eminentemente dramático, o bien histórico, de la antropología (4). Esta perspectiva tiene un fundamento in re (objetivo), que deberemos ilustrar remontándonos al correspondiente nivel ontológico (5). El registro dramático de la antropología será desarrollado a continuación aclarando la polaridad constitutiva (unidad dual) de la libertad (6). Veremos, por último, que la polaridad mundanamente irresoluble de la libertad –ser-para-otro/ser-para-sí– halla su solución en Jesucristo.

Sólo la forma original y gratuita de la libertad, ofrecida por el evento cristológico, en el que en el ser para-sí se actúa el ser-para-otro, puede explicar de modo adecuado la naturaleza de la libertad humana, ya que manifiesta explícitamente la realización factual de la síntesis entre libertad y verdad (7).


1. La singularidad de Jesucristo

Mediante la noción de singularidad 94 se quiere expresar el hecho de que la verdad de la relación entre Dios y el hombre adquiere su forma histórica concreta en la figura de Jesucristo. Jesucristo posee una historia singular de valor universal. La originalidad de la confesión de fe cristiana reside precisamente en la afirmación de que un acontecimiento histórico singular –la vida, la muerte y la resurrección de Jesús de Nazareth– constituye la única posibilidad de que los hombres puedan conocer y alcanzar su plena realización. Esto es así porque la humanidad de Jesucristo es la humanidad histórica, única e irrepetible –¡singular!– del Hijo de Dios. La singularidad de Jesucristo, así entendida, constituye el fundamento del hombre y de la historia.

La historicidad de dicho acontecimiento no es genérica, como si se pudiera deducir a partir de una ley general. Implica, por el contrario, una historia determinada: la de Jesús de Nazaret, el hijo de María. La historicidad singular o singularidad de Jesús no se debe a una necesidad interna del proceso histórico global. Por otra parte tampoco es puramente casual. Se trata de una historicidad al mismo tiempo única y para siempre (Écpáata ). Jesucristo es el universale concretum et singu-

94. «El cristocentrismo connota propiamente la cristología que tiene por objeto a Jesús de Nazaret y que, tomada en su intención más profunda, expresa la "singularidad" de Jesús. Ahora bien, esta singularidad de Jesús concuerda propiamente con la revelación de la Trinidad, pues ésta se define, por un lado, mediante la relación singular del mismo Jesús con el Padre y con el Espíritu Santo y por consiguiente, por otro lado, mediante la condición singular por la que Jesús existe con y por los hombres» («Commissione Teologica Internazionale», Teologia - Cristologia - Antropologia, en «La Civiltä Cattolica» 134 (1983), I, § 1.3, 53). Sobre la singularidad de Jesu-cristo, véase G. Moioli, Cristologia... cit.; Idem, Per l'introduzione... cit.; W. Loser, «Universale Concretum» come legge fondamentale dell'oeconomia revelationis, en W. Kern (ed.), Corso di teologice fondamentale, trad. it., Brescia 1990; K.H. Menke, Die Einzigkeit Jesu Christi im Horizont der Sinnfrage, Einsiedeln 1995; M. Bordoni, Singolaritá ed universalitá di Gesú Cris-to nella riflessione teologica contemporanea, en P. Coda (ed.), L'unico e i molti, Roma 1997, 67-108; J. Prades, La singolaritá di Cristo e la sua rilevanza universale, en La sfida della comunione nella diversitá, Senate - Bergamo 1998, 13-28.

lace 95. Precisamente por eso puede constituir el fundamento definitivo del significado del hombre y de la historia entera. Sólo manteniendo unidos los dos factores (historicidad particular y relevancia universal) la revelación de la singularidad de Jesús conserva el carácter de fundamento que la fe le reconoce 96.

SINGULARIDAD DE CRISTO Y LIBERTAD DEL HOMBRE

La perspectiva de la singularidad de Cristo, con su carácter de fundamento, no puede sin embargo ser asumida como un puro dato positivo, completo en sí mismo, prescindiendo del vínculo existente entre Cristo y la libertad humana. Con ello se recaería de nuevo en el extrinsecismo, sustituyendo simplemente el binomio fe-razón de la teología de los manuales, por el de cristología-antropología.

Para mantenerse fiel a su pretensión de universalidad, la afirmación de la verdad histórica de Jesucristo –aun en su gratuidad– debe manifestarse objetivamente ligada a toda experiencia antropológica. El nexo entre el elemento antropológico y el cristológico no puede ser extrínseco ya que, en última instancia, no es posible hablar del hombre sin hablar inmediatamente de Dios y viceversa. Se trata de reconocer que, desde el momento en que la verdad de Dios se ha revelado definitivamente a través de la libre obediencia de Jesucristo, la libertad del hombre se halla directamente implicada en la manifestación de la verdad trascendente. Si no fuera así, la singularidad de Cristo sólo podría considerarse universalmente válida porque «incluye» la libertad humana en la forma realizada «exclusivamente» por el hombre Jesús de Nazaret.

La libertad, en cuanto expresa el nivel más profundo del sujeto, es originaria. En este sentido –y sólo en este preciso sentido– no es «precedida» por nada, ni siquiera por la «razón», que se halla más bien implicada en ella 97. A la libertad compete el cumplimiento del yo, que

  1. La expresión que usa Balthasar proviene de N. Cusano (1400-1464); cfr. H.U. von Balthasar, Gloria. Un estetica teologica. V. Nello spazio della metafisica: l'epoca moderna, trad. it., Milano 19882, 187-223 (trad. esp. Gloria. Una estética teológica. V. Metafísica: edad moderna, Madrid 1988); Idem, Teologica. II. Veritá di Dio, trad. it., Milano 1990, 180- 188 (trad. esp. Teológica. II. Verdad de Dios, Madrid).

  2. Cfr. von Balthasar, Teologia della storia... cit.; Bertuletti - Sequeri, L'idea... cit., 201-234.230; Idem , La rivelazione come «principio» della ragione teologica, en AA.VV., La teologia italiana... cit., 149-193.

  3. Sobre la estructura y el dinamismo de la libertad cfr. infra 58-60.

parte de una diferencia que el sujeto no logra controlar: la diferencia entre lo que es y lo que debería ser. En este sentido, la singularidad del evento de Jesucristo muestra la permanencia de esta diferencia en Jesucristo: la distancia respecto del Padre es la condición insuperable por la que el Hijo es Hijo. En la humanidad filial (trinitaria) de Jesucristo —y sólo en ella— se cumple la libertad humana. Al acontecer como evento en la historia Jesucristo «anticipa» y hace realizable este cumplimiento que el hombre anhela.

La necesaria articulación entre antropología y cristología muestra el carácter universal del evento cristológico y permite afirmar que el cristiano vive la dimensión absoluta de la verdad 98.

[DV 2; 4; GS 22; CCE 359, 388, 411, 1701]

El concilio Vaticano II subrayó con fuerza la definitiva iluminación de lo humano operada en Cristo. La revelación proclama que «la verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre» es Cristo, «mediador y plenitud de toda la revelación» (DV 2): por eso «la economía cristiana, por ser la alianza nueva y definitiva, nunca pasará» (DV 4). Siendo Jesucristo el principio de todo, el Concilio afirma coherentemente que:

«el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir (Rm 5,14), es decir, Cristo nuestro Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» (GS 22) 99.

En el Magisterio posconciliar estas afirmaciones han sido recibidas hasta el punto de convertirse en punto de referencia permanente 100.

La realización de la verdad del hombre aparece, por tanto, determinada históricamente por esta figura humana singular 101. Se hace evidente que la aventura humana de Jesús, la historia de un hombre, determina la modalidad de acceso a la verdad antropológica, y que, por otra parte, dicha verdad no puede ser alcanzada más que desde dentro de la aventura humana de cada hombre.

98. Cfr. S. Ubbiali, Il teologo, II sacro, la religione, la salvezza. L'evento cristologico e le forme del cristianesinto, en «La Scuola Cattolica» 123 (1995), 689-720; 716-720.

99. Véanse también GS 10, 12, 41, 45; AG 8.

100. Cfr. RH 8-10; VS 10; FR 60; CCE 359; 388, 411; 1701.

101. Sobre estos pasajes véase G. Colombo, La ragione... cit., 96-106.

Si todo lo dicho hasta ahora es cierto, habrá que conceder que sólo en la libre conformación de la historia personal de cada hombre con la historia de Jesús es posible alcanzar la plenitud de lo humano. En la adhesión a Jesús el hombre verifica -es decir, hace verdadera- su existencia, descubriendo cómo dar forma a su propia humanidad. En el seno de un proceso histórico insuperable el hombre es objetivamente interpelado por la síntesis de verdad y libertad realizada singularmente en el evento cristológico. Esta verificación asume entonces la forma de la fe, es decir, de aquel saber teórico-práctico en el que el hombre re-conoce la trascendencia (diferencia) de Dios como lo que está en el origen de la posibilidad misma de su existencia 102.
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Para profundizar:

G. Moioli, Per l'introduzione del tema della singolaritá di Cristo nella trattazione teologica, en «La Scuola Cattolica» 103 (1975), 725-777;

M. Bordoni, Singolaritá ed universalitá di Gesú Cristo nella riflessione teologica contemporanea, en P. Coda (ed.), L'unico e i molti, Roma 1997, 67-108;

U. von Balthasar, Teologica. II. Veritá di Dio, trad. it., Milano 1990, 245-276 (ed. esp., Encuentro, Madrid 1999).

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2. Revelación y fe

De este modo, el tema de la fe se convierte en el segundo factor decisivo en la comprensión de la vinculación intrínseca existente entre cristología y antropología. La evidencia de la fe consiste en la imposibilidad de apoyar el acto del creyente en algo extrínseco a la fe misma (la idea, el concepto, la estructura trascendental de la libertad considerada como un «a priori»). Esta última asume así la forma de algo que se

102. Sobre este tema véase S. Ubbiali, Il sacramento e la fede. A proposito della celebrazione del rito cristiano, en «Servitium» 93 (1994), 311-318. El juicio de la fe reconoce que la revelación anticipa el sentido de la verdad y de la libertad que la conciencia desea ser, es decir, que dicha revelación es en realidad lo que la conciencia prefigura como posibilidad. Sobre la naturaleza de la fe siguen siendo interesantes los ensayos ya clásicos de J.H. Newman, Sermoni Universitari, X-XI, en Idem, Opere, trad. it., Torino 1988, 596-630 (trad. esp. La fe y la razón: quin-ce sermones predicados ante la Universidad de Oxford, Madrid 1993), y P. Rousselot, Los ojos de la fe, ed. esp., Madrid 1994 (Recherches de Science Religieuse, 1910). Véanse también Colombo, La ragione... cit., 73-89; 191-209; P. Sequen, 11 Dio affidabile (Biblioteca di teologia contemporanea 85), Brescia 1996.

autodetermina en referencia exclusiva al «plus» que recibe de la revelación de Dios. El don de la verdad de Dios es intencionado (tiendo a: in-tentio) libremente por el hombre como lo que está siempre más allá de las capacidades intencionales del sujeto, pero justo en esta trascendencia hace libre la libertad. En la autoevidencia de la fe se halla inscrita la estructura de la trascendencia de la libertad. En efecto, «la fe pone en acto su naturaleza en la medida en que, reconociéndola como necesaria, la manifiesta como posible» 103. En este sentido, la fe es el lugar propio del aparecer de la verdad.

La fe debe imponer el criterio teológico y por tanto la lógica con la que se asume el contenido de la antropología, sin dar nunca por supuesta la relación revelación-fe. La antropología teológica debe ser construida de modo que la estrecha relación existente entre fe y revelación esté presente en cada paso de su articulación.

Con ello la necesaria referencia a la historia de Jesús de Nazaret queda incluida en el tratado sobre el hombre, favoreciendo una reflexión capaz de articular unitariamente el dato de la singularidad de Cristo y la instancia antropológica del hombre como libertad. En efecto, es la manifestación de la verdad de Dios, en la libertad de Cristo, lo que confiere valor universal a la particularidad histórica del evento cristológico, al permitir entender que la verdad es inseparable de la libertad humana.

Sólo así se formula adecuadamente la relación entre el acontecimiento singular de Jesucristo y la antropología. La insistencia en la singularidad de Cristo sigue siendo decisiva para la comprensión del hombre en la medida en que se halla en el origen del dinamismo que connota la experiencia humana en sentido original, es decir, de la libertad.

Si el conjunto de los capítulos de nuestro manual se orienta a este objetivo, no resulta sin embargo superfluo advertir, ya desde ahora, que hablar de relación entre antropología y cristología es hablar, en primer lugar, de la relación entre lo divino y lo humano en Jesús y, en segundo lugar, de la relación del hombre con Jesús de Nazaret 104. Partir de la articulación entre revelación y fe en la perspectiva indicada impide, por

  1. S. Ubbiali. Il sacramento e l'istituzione divina. Il dibattito teologico sulla veritá del sacramento, en «Rivista liturgica» 81 (1994), 141.

  2. FR 80 muestra el valor metodológico de Calcedonia para la reflexión teológica.

una parte, absorber cristológicamente la libertad humana; por otro lado, impide reducir de modo formal la singularidad de Cristo a la estructura trascendental de la libertad humana. En este sentido se entiende que, por un lado, no basta decir «hombre» para decir «Jesús», por cuanto en Jesús la humanidad es asumida en una figura que excede absolutamente lo humano y resulta irreductible a ello; por otra parte, es evidente que no basta decir «Jesús» para decir «hombre», ya que la respuesta humana puede considerarse constitutiva de la verdad sólo si ésta última se determina en relación a dicha respuesta de modo que la convierta en condición imprescindible de la finalidad de la verdad misma 105. Esto quiere decir que la verdad constriñe al hombre a una decisión libre no sólo en la medida en que le abre el espacio de la respuesta (espacio de una oscilación que resultaría en último extremo ineficaz), sino porque la reclama (éste es el sentido de la llamada) por cuanto el hombre está originariamente destinado a la verdad 106.

La reflexión acerca de la articulación entre cristología y antropología impone un paso ulterior. Se trata de aclarar qué significado adquiere, a su luz, la relación entre Dios y el hombre.
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Para profundizar:

A. Bertuletti-P. Sequeri, La rivelazione come «principio» della ragione teologica, en AA.VV., La teologia italiana oggi, Ricerca dedicata a Carlo Colombo ne170° compleanno, Milano 1979, 149-193;

Idem, L'idea di «rivelazione», en AA.VV., L'evidenza e la fede, a cura di G. Colombo, Milano 1988, 201-234;

S. Ubbiali, Il teologo, Il sacro, la religione, la salvezza. L'evento cristologico e le forme del cristianesimo, en «La Scuola Cattolica» 123 (1995), 689-720.
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  1. Por esta razón «ni lo humano es de por sí "cristológico", ni lo "cristológico" es idéntico a lo "antropológico". Sin que por ello pueda establecerse una extrañeza o cerrazón recíproca entre ambos discursos» (Moiol, Cristologia... cit., 250; W. Kasper, Gesú il Cristo [Biblioteca di teologia contemporanea 23], trad. it., Brescia 1975, 61; trad. esp. Jesús, el Cristo, Salamanca 2002).

  2. Está destinado, como se ha dicho un poco más arriba, según la modalidad que indica su capacidad de intencionar la verdad de Dios, que, sin embargo, sigue siempre estando más allá de esta capacidad (trascendencia).


3. Relación entre Dios y el hombre: analogía

Al introducir este paso ulterior es importante tener presente que reflexionar sobre la relación entre Dios y el hombre no significa plantear un nuevo problema o una premisa teórica a la articulación entre cristología y antropología.

Es preciso recordar al respecto los dos ejes centrales sobre los que hasta ahora hemos construido nuestra reflexión. En primer lugar hemos aprendido que la búsqueda de una comprensión adecuada de la relación entre Dios y el hombre debe evitar toda extrañeza entre la revelación y el hombre, reformulando la relación entre ambos términos de modo que se haga imposible toda forma de extrinsecismo. Sólo así pueden mostrarse la verdad y la credibilidad del cristianismo. En segundo lugar, hemos mostrado la importancia de recuperar la dimensión histórica en la que esta relación acontece: las intervenciones del Magisterio, las reflexiones más atentas de la teología contemporánea, hasta llegar a la adecuada explicitación de la relación entre revelación y fe, lo han puesto suficientemente en evidencia.

Para ser consecuentes con la crítica del pensamiento moderno, cuyos límites de carácter gnoseológico con sus correspondientes consecuencias teológicas —sobre todo de carácter metodológico— hemos señalado ya en la parte histórica, es necesario precisar ahora las razones que exigen una cierta toma de distancia respecto de la modalidad con la que, durante siglos, la teología y la filosofía han pensado la relación entre Dios y el hombre. De hecho, se ha privilegiado una perspectiva conceptualista que hacía abstracción de la forma histórica concreta en la que dicha relación acontece 107.

En efecto, considerar a Dios y al hombre en el marco de un cierto concepto de ser, del que éstos serían analogados secundarios, conforme a una articulación de semejanza y desemejanza, es decir mucho menos de cuanto la revelación desvela acerca de la libre comunicación de Dios ofrecida al hombre, con vistas a que éste participe de su gloria. Se per-

107. Nos referimos evidentemente a lo que el extenso y complejo debate sobre la analogia entis ha representado para la filosofía y la teología. Puede encontrarse una exposición de los rasgos de esta delicada problemática ontológica, en relación con la teología trinitaria, en M. Schulz, Sein und Trinität, St. Ottilien 1997. Con la expresión perspectiva conceptualista nos referimos a la aproximación al problema de la relación Dios/hombre que ha privilegiado la búsqueda de la determinación exacta de la identidad «esencial» del «sujeto» partiendo de la convicción de que ésta pudiera alcanzarse a través de la clarificación abstracta de la «idea» de Dios y del hombre.

cibe por tanto la necesidad de abandonar la perspectiva teorética que, a partir de Duns Scoto (1265-1308) hasta Francisco Suárez (1548-1617), ha insistido en una acepción unívoca del ser y ha llevado, en la práctica, al olvido del valor específico de la misma analogia entis 108

En esta óptica reduccionista la historia de la relación entre Dios y el hombre, propia de toda la revelación bíblica, resulta oscurecida por una noción unívoca de ser que termina por reducir los dos actores de la Alianza objetivándolos en puros conceptos abstractos sin vida.

En el origen de este proceso involutivo se halla la pérdida de conciencia del valor de la relación entre Dios y el hombre, tal como es propuesta por la revelación, como una llamada incondicionada dirigida al hombre mediante la historia de los eventos de la automanifestación de Dios 109.

Sólo el reconocimiento sin ambages del carácter insuperablemente histórico de la revelación hace posible elaborar una propuesta capaz de superar esta posición reduccionista. Un reconocimiento similar no sólo corrige el planteamiento conceptualístico moderno, sino que permite resaltar el lugar del que hay que volver a partir para una consideración correcta de la analogia entis 110.

En efecto, la analogía entre Dios y el hombre no puede pensarse sólo mediante la confrontación «lógica» entre dos conceptos en parte semejantes y en parte distintos (analogía de atribución), ni tampoco mediante una semejanza de relación de varios sujetos del ser (analogía de proporcionalidad), sino que debe ser formulada a partir de la historia del amor de Dios que llama al hombre a participar de su misma vida en el acto de su autodonación amorosa 111. No olvidemos al respecto

  1. Cfr. Reali, La ragione... cit., 189-190; von Balthasar, Gloria. V... cit., 25-36. Son significativas las palabras de F. Suárez, citadas por von Balthasar, que describen su opción de renunciar a la analogia entis en favor de la defensa del carácter unívoco del concepto de ser: «Si se renunciase a este super-concepto unívoco por amor a una inaferrable analogia entis, entrarían en crisis todas las certezas y la claridad de la metaf sica, "y por ello no se puede rechazar la unidad del concepto para garantizar la analogía, sino que, debiendo prescindir de una de las dos, sería mejor prescindir de la analogía que es incierta en lugar de la unidad del concepto que se puede fundamentar manifiestamente con razones seguras"» (Disputationes Metaphysicae, 2, 2, 36) (ibid., 32). La producción manualística que hemos citado más arriba en las notas 3 y 8 confirma con claridad el éxito que ha tenido el planteamiento de Suárez en la teología católica moderna.

  2. Cfr. G. de Schrijver, Le merveilleux... cit., 54-55.

  3. Cfr. Reali, La ragione... cit., 190-191.

  4. No faltan en la filosofía contemporánea intentos de reelaborar una ontología del ser como don: C. Bruaire, L'étre et l'esprit, Paris 1983 (con su propuesta de «ontodología») (trad. esp. El ser y el espíritu, Madrid 1999); P. Gilbert, L'acte d'étre: un don, en «Science et Esprit» 41 (1989), 265-286; J.L. Marion, Reduction et donation. Recherches sur Husserl, Heidegger et la phénoménologie, Paris 1989; Idem, Etant donné. Essai d'une phénoménologie de la donation, Paris 1997.

que ya en la creación Dios da testimonio de sí (cfr. DV 3) y llama al hombre a una adhesión a la realidad como signo de la verdad y de la bondad divinas.

De ahí que preguntarse por la relación entre Dios y el hombre signifique algo más que el simple descubrir qué ser tienen ambos en común; se trata más bien de preguntarse cómo puede el hombre lograr en su existencia una correspondencia plena con el querer de Dios 112.

En este sentido, el registro de la analogía no es tanto un instrumento para condensar en un concepto la relación entre Dios y el hombre, cuanto un modo de urgir a una actitud de obediencia y de abandono por parte del hombre frente al evento de la autocomunicación de Dios en el que recibe la medida de la propia correspondencia.

LA DIFERENCIA SER/ESENCIA EN EL HOMBRE INDIVIDUAL

Para poder comprender mejor el alcance de cuanto hemos dicho hasta ahora, puede ser útil retomar la cuestión de la analogía en los términos en que von Balthasar la ha investigado 113, a partir de la conciencia de la polaridad (tensión) entre la existencia histórica de cada hombre individual y la medida adecuada de la humanidad revelada en la economía salvífica instaurada por Jesucristo.

Con un lenguaje más filosófico, von Balthasar ha expresado esta polaridad partiendo de la consideración de la diferencia entre la existencia (Dasein, esse) y la esencia (Sosein, essentia) del hombre. Conforme a esta distinción la existencia humana se caracteriza por un modo de ser que no realiza nunca completamente su propia esencia, sino que está siempre en tensión (devenir) de realizarla (esse). Por eso el hombre se halla continuamente en tensión hacia esa medida completa de su humanidad que, revelada por Dios en Su automanifestación, define el horizonte universal del sentido de su existencia, es decir, la esencia misma del hombre (essentia) 114.

  1. Cfr. Reata, La ragione... cit., 191.

  2. Se trata de lo que el teólogo suizo designa como «método integrador», cfr. H.U. von Balthasar, Gloria. Un'estetica teologica. IV. Nello spazio della metafísica. L'antichitó, trad. it., Milano 1977, 25 (trad. esp. Gloria. Una estética teológica. IV. Metafísica: edad antigua, Madrid 1986); a este respecto véanse G. de Schrijver, Die Analogia Entis in der Theologie von Balthasars. Eine genetisch-historische Studie, en «Bijdragen» 38 (1977), 249-257 yReali, La ragione... cit., 189-198.

  3. Cfr. de Schrijver, Le merveilleux accord... cit., 67-69.

Naturalmente, esta «esencia» no se antepone al proceso de la experiencia humana, ni puede ser sólo el resultado de un proceso de transformación, sino que se inserta directamente en el acto del devenir: «para ser y para permanecer debe llegar a ser; llegar a ser lo que es y, por tanto, si llega a serlo es porque no lo es todavía; para seguirse a sí misma debe dilatarse aspirando, y en esta dilatación suya debe cumplir su propia ley» 115.

Este dinamismo que no conoce término representa la correspondencia real de la criatura con su Creador. La vida del hombre, en cuanto ser finito y creado cuya aspiración le sobrepasa por ello continuamente, es una existencia analógica precisamente a causa de esta diferencia 116.
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Para profundizar:

E. Przywara, Analogia entis, Einsiedeln 1962;

H. U. von Balthasar, Gloria. Una estetica teologica. IV. Nello spazio della metafisica. L'antichitá, trad. it., Milano 1977, 19-42 (ed. esp., Encuentro);

Idem, Gloria. Una estetica teologica. V. Nello spazio della metafisica: l'epoca moderna, trad. it., Milano 19882, 19-42; 547-588. (ed. esp., Encuentro).
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4. Antropología dramática

Una concepción semejante de la analogía entre Dios y el hombre revela la naturaleza objetivamente dramática de la antropología. Hablar de antropología dramática significa reconocer, sin renunciar a la herencia de la gran tradición del pensamiento clásico y cristiano, que el hombre puede preguntarse por la esencia sólo desde su propia existen-

  1. H.U. von Balthasar, Contrassegni del cristianesimo, en Idem, Verbum Caro (Saggi Teologici, I), trad. it., Morcelliana, Brescia 19854, 181 (ed. esp., Guadarrama, 1964, Cristiandad 20012; Madrid).

  2. «Solamente como vida indigente [la criatura] es imagen de la vida eterna, tal como la ha proyectado su creador. Por tanto tendiendo y aspirando, es decir, en el acto desemejante, se parece a la vida que no tiende y no aspira, que es plena y perfecta en su eternidad» (ibid.). El tema de la polaridad semejanza-desemejanza lo introduce von Balthasar con la intención de situar su reflexión antropológica en el contexto de la célebre definición de la analogía que el Magisterio eclesial elaboró en el concilio Lateranense IV: «Inter creatorem et creaturam non potest similitudo notari, quin inter eos maior sit dissimilitudo notanda» (DS 806).

cia. Cuando reflexiona sobre sí mismo el individuo se sorprende ya en acción en el escenario del gran teatro del mundo 117.

El punto de partida de un planteamiento antropológico adecuado es, pues, este hombre que empieza a reflexionar sobre sí mismo estando ya dotado de ser: no ha elegido comenzar a existir y sin embargo se ve llamado a tener que elegir existir orientado hacia aquella medida plena de su humanidad, revelada por Dios, que él nunca podrá poseer to-talmente. Lo cual confirma una vez más la necesidad, anteriormente explicitada, de captar la implicación mutua entre hombre y Dios 118.

Una antropología es adecuada sólo si tiene en cuenta el hecho de que cuando el hombre comienza a reflexionar sobre sí mismo (hace un dis-curso –«logos»– sobre el hombre –«anthropos»–), no puede primero pensar el discurso y luego comenzar a ser hombre. Se ve obligado a hacer este discurso estando ya en acción. Está ya dentro de un ser y, desde este ser, reflexiona sobre quién es. No hay lugar para una imposible re-

  1. El del hombre es un «yo que no puede salirse del curso de la acción dramática en el que se encuentra desde su nacimiento, no puede salirse para considerar a qué jugar. Ya está en el juego, sin que se le haya preguntado nunca si quiere jugar; juega de hecho un papel, pero ¿cuál?» (H.U. von Balthasar, Teodrammatica. II. Le persone del dramma: I'uomo in Dio, trad. it., Milano 1978, 323; trad. esp. Teodramática. II. Las personas del drama: el hombre en Dios, Madrid 1992). La insistencia en el paradigma de la acción dramática ilumina el dato estructural-mente inalterable por el que el hombre se encuentra en su existencia ya metido en la escena, justo en medio de un acto del que no es autor, suspendido, lo quiera o no, entre un origen que le precede y un final del que no puede disponer: éste es el signo de su finitud constitutiva.

  2. H.U. von Balthasar caracterizaba su planteamiento filosófico y teológico como «meta-antropología». Los griegos hablaban de meta-física para indicar la superación de la física, que abrazaba el cosmos entero del cual el hombre era sólo una parte. El teólogo suizo habla, pues, de meta-antropología porque para el hombre moderno la física ya no es la griega, sino la ciencia del mundo material. Y el hombre ya no es parte del cosmos, sino que el cosmos se completa en el hombre, que es la síntesis del mundo y, al mismo tiempo, su superación. «La filosofía, por tanto, más que una metafísica, un ir más allá de la física, debe ser una meta-antropología que no tiene como premisas solamente las ciencias cosmológicas, sino también las antropológicas, y las su-pera tanto en la cuestión del ser del hombre como en su esencia» (H.U. von Balthasar, Uno sguardo di insieme sul mio pensiero, en «Communio. Ed. Italiana» 105 (1989), 39-44, publicado de nuevo en Ultimo rendiconto, en H.U. von Balthasar, La mia opera ed epilogo, trad. it., Milano 1994, 87-91; trad. esp. Epílogo, Madrid 1998). El término meta-antropología con sus implicaciones ya había sido propuesto por P. Henrici, Meta-física o meta-antropología, en Metafisica e scienze dell'uomo, Atti del VII Congresso Internazionale, Roma 1982, vol. I, 595-606. Entre los teólogos que intentan remontarse a la cuestión ontológica a partir del testimonio práctico en la experiencia humana se encuentra a W. Pannenberg, Antropologia... cit., 179-362. Véase también P. Ricoeur, L'attestation: entre phénomenologie et ontologie, en J. Greisch - R. Kearney (eds.), Paul Ricoeur. Les métamorphoses de la raison herméneutique, Paris 1991. No cabe duda de que el planteamiento del problema establecido por von Balthasar reviste un interés especial de cara al proyecto de una antropología teológica.

flexión aprioristica de carácter teorético sobre la naturaleza del hombre de la que extraer conocimientos que aplicar después a la vida: «No podemos preguntarnos por la esencia del hombre sino desde el acto mismo de su existencia. No existe una antropología que no sea dramática» 119.

Este hecho, el que el hombre se encuentra discutiendo de la trama –para seguir con el símil del drama, del teatro 120 mientras está ya re-citando su parte en el escenario junto a los otros actores, es de capital importancia. Determina, de modo radical, no sólo la respuesta a la pregunta «¡quién es el hombre en Jesucristo?», sino que decide también la respuesta a la pregunta general acerca del ser.
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Para profundizar:

H. U. von Balthasar, Teodrammatica. II. Le persone del dramma: l'uomo in Dio, trad. it., Milano 1978, 167-402 (ed. esp., Encuentro, Madrid).

A. Scola, Hans Urs von Balthasar: uno stile teologico, Milano 1991, 101-118 (ed. esp., Encuentro, Madrid 1997).
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5. El fundamento ontológico de la relación
analógica entre Dios y el hombre

La importancia que damos a la dimensión dramática de la antropología se basa en la consideración de que la diferencia-polaridad entre esse y essentia, propia del individuo y que no puede en absoluto ser superada, es signo de una diferencia más radical que se sitúa en un nivel más profundo (cum fundamento in realitate): la diferencia ontológica entre ser y ente. Porque el ser es siempre universal, pero sólo subsiste en el ente, de modo que el ser es real únicamente en cuanto ser particular aunque, al mismo tiempo, sólo en cuanto participa del ser en su totalidad puede un ser particular alcanzar medida universal. La totalidad de la realidad subsiste siempre en la particularidad del fragmento, puesto que la totalidad de lo real es impensable al margen de la forma concreta que asume en el ente. Del mismo modo, la identidad profunda de este último debe ser captada en referencia a una totalidad diferente de la suma de los seres particulares.

  1. H.U. von Balthasar, Teodrammatica. II... cit., 317.

  2. Cfr. H.U. von Balthasar, Teodramática.1. Prolegómenos, ed. esp., Madrid 1990, don-de el autor da amplia cuenta de su propuesta de usar categorías teatrales.

El conocimiento humano, impulsado y sostenido por la energía de la libertad, se asombra ante este misterio que, en lenguaje tomista, llamamos distinctio realis 121. La razón capta en el corazón mismo del ser una diferencia entre la cosa concreta y el ser total. Esta diferencia ontológica funda y manifiesta el misterio del ser, el cual sorprende incesantemente a nuestra razón porque el ser se da siempre y sólo como subsistente en cada ente singular, el cual, sin embargo, nunca puede agotarlo.

El ente es manifestación del ser y el ser es el fundamento que remite al ente como a su manifestación 122. La consecuencia es que el ser resulta accesible, en su universalidad, sólo en el ente, percibido en su insuperable dimensión histórica; al mismo tiempo, únicamente la uni-

  1. Tomás no se ocupó ex professo del problema de la distinctio realis, pero tras largas discusiones hoy está fuera de duda que mantiene la distinción real entre esencia y ser. La expresión distinctio realis no se encuentra como tal en su obra, pero a veces utiliza el término compositio realis (cfr. QDV q. 27 a. 1 ad 8um). Tomás y Heidegger tienen en común la afirmación de la diferencia entre ser y ente, pero las interpretaciones de esta diferencia son distintas desde el primer momento. Para Tomás esta diferencia es expresión de la contingencia, mientras que Heidegger la absolutiza, cerrándola sobre sí misma (cfr. E. Pérez Haro, El Misterio del ser, Barcelona 1994,152-162). No son pocos los autores que han comparado a Tomás y a Heidegger sobre el problema de la metafísica y en particular sobre la concepción del esse. Remitimos a C. Fabro, Tomismo e pensiero moderno, Roma 1966, 21-45; L. Elders, La metafísica dell'essere di san Tommaso d'Aquino in una prospettiva storica. I (L'essere comune), Cittá del Vaticano 1995, 201-208; AA.VV., Saint Thomas et l'onto-théologie, número monográfico de «Revue Thomiste» 95/1 (1995); L. Romera, Dalla differenza alla trascendenza: la differenza ontologica e Dio in Heidegger e Tommaso d'Aquino, Bologna 1996.

  2. Se puede hablar entonces de una polaridad, de una oscilación en la que cada uno de los dos polos (ente o ser) remite al otro, en la que ser y ente se relacionan como fundamento y manifestación: el ser es la profundidad y el fundamento de los entes, lo cuales son manifestación del ser; fundamento y manifestación son inseparables y se precisan mutuamente. El estupor ante el manifestarse del ser en el ente es comienzo pero también elemento permanente de todo verdadero pensamiento filosófico. En efecto, el hombre es el único ente capaz de interesarse por el ser, de captar su riqueza y de comprender su diferencia ontológica con los entes. El hombre está abierto no sólo a los entes sino al ser que se manifiesta en ellos, está atravesado por una curiosidad ilimitada, a la que no le bastan los entes y tampoco la suma de todos ellos. El hombre se da cuenta de que lo real que se experimenta lleva siempre consigo un punto de fuga que impide toda posesión completa. El dinamismo de la razón humana no se agota con el conocimiento de los entes particulares y tampoco con el del ser de los entes. Además si los entes son en cuanto participan de la actualidad del ser, sin embargo esta actualidad no implica de por sí que el ente tenga una forma esencial determinada, al no ser del mismo orden que las esencias. No se puede inferir la necesidad de una forma esencial cualquiera de la riqueza del acto de ser. La diferencia ontológica revela pues una doble paradoja contenida en el remitirse recíproco entre entes y ser. Por una parte, el ser es superior a los entes puesto que es plenitud absoluta, mientras que los entes son siempre determina-dos, están limitados por su esencia. Pero, por otra parte, los entes son superiores en cuanto que subsisten efectivamente, los entes «son» reales, mientras que el ser es más bien lo que hace que los entes sean y no, en sí mismo, una cosa que existe. Lo expresa icásticamente la afirmación tomasiana: «Esse significat aliquid completum et simplex, sed non subsistens» (QDP q. 1, a. 1, co). Para FR 33 esta apertura del hombre al Misterio indica el culmen de su naturaleza racional.

versalidad del ser, jamás realizada ónticamente 123, es capaz de revelar la verdad de la existencia del ente. Por eso, la reflexión metafísica no puede excluir la consideración del momento óntico, pero tampoco puede olvidar que éste último halla sólo en la universalidad de la dimensión ontológica su adecuada consistencia. De ahí que la diferencia entre el ente y el ser no pueda ser olvidada nunca: si así fuera, el ente no podría de ningún modo permitir el acceso al ser y desde este último no podría recabarse el sentido del ente mismo 124.

El hecho de que esta diferencia represente el fundamento ontológico de la diferencia essere-essentia muestra a las claras en el individuo la estrecha relación que debe haber entre la reflexión teológica sobre la revelación y la reflexión filosófica. En efecto, la pregunta sobre el ser –si es pregunta acerca de la diferencia ontológica– se convierte en interrogante a la teología misma en cuanto tal, ya que la diferencia ser-esencia constituye su propio centro: la relación hecha de diferencia y semejanza entre Dios y el hombre atestiguada históricamente en la historia de la salvación 125.

Sólo desde esta comprensión de la ontología logra expresarse y decirse la analogía, pues de otro modo se frustraría la posibilidad de desarrollar plenamente esta relación.

La relación analógica (semejanza-desemejanza) entre Dios y el hombre se expresa en una tensión dramática, y por tanto histórica, entre esse y essentia del individuo. Todo esto tiene un fundamento real: la diferencia ontológica. Ésta es la razón de que la tensión dramática sea incancelable.

Para entender mejor esta condición dramática insuperable volvamos ahora a considerar la naturaleza, también dramática, de la libertad humana.

  1. El momento óntico se refiere esencialmente a todo lo que participa de la dimensión histórica propia de lo existente. De modo semejante, el momento ontológico pone de manifiesto la referencia a esa totalidad del ser que encuentra consistencia fáctica sólo en el ente, pero que es irreductible a éste.

  2. Cfr. Reali, La ragione... cit., 34-37.

  3. V. Holzer señala que Balthasar yRahner «han elegido la diferencia entre el ser y el ente como el lugar propiamente teológico para el pensamiento, una diferencia muy estrechamente ligada al discurso cristológico» (Holzer, Le Dieu... cit., 424). Véase también G. Greshake, Der dreieine Gott. Eine trinitarische Theologie, Freiburg - Basel - Wien 1997, 244 (trad. esp. El Dios uno y trino. Una teología de la Trinidad, Barcelona 2001).

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Para profundizar:

F. Ulrich, Horno abyssus. Das Wagnis der Seinsfrage, Einsiedeln 1961; H. U. von Balthasar, La mia opera ed epilogo, trad. it., Milano 1994, 95-142 (ed. esp., Encuentro, Madrid 1998).

Para entender mejor esta condición dramática insuperable volvamos ahora a considerar la naturaleza, también dramática, de la libertad humana.
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6. La polaridad de la libertad

¿Cuál es la naturaleza de esta libertad, tal como se revela a la auto-conciencia del hombre? 126

«En la presencia a uno mismo, a la luz del ser en general, se descubre un inquebrantable núcleo de libertad en cuanto autoposesión inalienable. Esta luz [...] es, conforme a lo verdadero y a lo bueno inseparablemente unidos siempre en el ser, una luz al mismo tiempo intelectual y volitiva; es simultáneamente un comprender, un afirmar y un querer, y aunque ciertamente sólo una cosa comprendida puede ser también afirmada y querida, sin embargo, es el querer el que mueve a comprender [...] La autoposesión segura y radical no es simplemente autointuición o percepción de esencia; ésta se logra sólo en conjunción con la apertura universal a cada ente existente, en la salida de sí mismo hacia el conocimiento y el amor del otro [...] Por eso, subsiste la libertad tanto de afirmar las cosas por su valor como de negarlas por sus deficiencias [...] si bien es cierto que la libertad finita en cuan-to apertura al ser existente puede tender a algo (incluso al mal) sólo desde el punto de vista del bien» 127.

AUTOPOSESIÓN Y APERTURA UNIVERSAL

Esta larga cita balthasariana expresa la estructura de la libertad finita tal como se revela a la autoconciencia del hombre; como original-

  1. Cfr. Scola, Questioni... cit., 85-102; Idem, La logica dell'incarnazione come logica sacramentale: avvenimento ecclesiale e liberta umana, en AA.VV., Hans Urs von Balthasar. Wer ist die Kirche?, Actas del Symposium 16-18 septiembre 1998 (Fribourg - Suiza), en prensa.

  2. H.U. von Balthasar, Teodrammatica. II... cit., 202-203.

mente marcada por la polaridad de los dos factores que la constituyen: la experiencia de la autoposesión y la apertura universal, o bien, la necesidad de reconocer el co-ser de hombres y cosas. Ambos polos son irreductibles el uno al otro 128.

En razón de la autoposesión el hombre se sabe responsable de su propio destino 129, y en razón de la apertura universal se topa con la necesaria existencia del otro distinto de sí que reclama de él un reconocimiento. Rechazarlo significaría embarcarse en la aventura ideológica de fingirse Dios, pretendiendo grotescamente para sí una libertad infinita 130, concibiéndose perennemente en lucha contra el propio límite, intentando ne-garlo, sin lograrlo nunca, en un perenne suplicio de Tántalo.

Emerge así, desde el interior mismo de la naturaleza elemental de la libertad humana, la estructura dramática del yo. La libertad es dramática, es más, justo por el doble dinamismo constitutivo de automovimiento y de asentimiento que caracteriza todo acto humano, termina por ser ontológicamente el núcleo dramático del yo.

Podríamos decir sintéticamente que la libertad del hombre se des-cubre irreductiblemente donada a sí misma por un «desde dónde» (wo-her), mientras que su movimiento de autoapertura le hace percibir su propia existencia como un «hacia dónde» (wohin) 131.

De ahí que la libertad humana resulte comprensible sólo desde el re-conocimiento de una Libertad que se funda a sí misma de modo absoluto siendo por ello capaz de fundar ilimitadas libertades finitas, dota-das en sí mismas de autoposesión y de capacidad de asentimiento

  1. Von Balthasar subraya agudamente: «Los mismos intentos de restringir la libertad finita sólo al polo de la autoposesión (como autarquía), cuando se dan las instrucciones morales para alcanzar semejante libertad, siempre tienen que recomendar el ejercicio de la indiferencia hacia todo lo demás, tanto si atrae como si repugna. Por el contrario, todos los intentos opuestos, tendentes a persuadir al hombre de que la experiencia de su autonomía (autoposesión) es una ilusión y que debe liberarse de ella como de una apariencia (maya), solamente pueden destruir los estratos exteriores y empíricos de la conciencia del yo, no su núcleo profundo» (ibid., 204).

  2. J.H. Newman observaba que la conciencia implica la posibilidad de actuar de un modo u otro, en el horizonte del destino (cfr. Newtoan, Sermoni... cit., II, 7-8, 476). Pueden entender-se análogamente las referencias de Tomás al hombre como causa sui: «Homo... non est solum causa sui ipsius in movendo sed in iudicando» (QDV, q. 24 a. 1 co); y como principio de sus obras: «... de homine, secundum quod et ipse est suorum operum principium, quasi liberum arbitrium habens et suorum operum potestatem» (2ST, Prologus).

  3. De hecho el pecado original no está muy lejos de esta pretensión de salvación por uno mismo. Cfr. infra capítulo 4 (ed. esp., BAC, Madrid 2000).

  4. Cfr. Scola, Questioni... cit., 98.

mediante la relación con lo real 132. La estructura de la libertad del hombre, con su polaridad originaria que expresa una diferencia intrínseca, se convierte de este modo en el emblema del carácter dramático de la antropología 133.
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Para profundizar:

H. U. von Balthasar, Teodrammatica. II. Le persone del dramma: l'uomo in Dio, trad. it., Milano 1978, 199-292 (ed. esp. Encuentro);

A. Scola, Questioni di antropologia teologica, seconda edizione aumentata, Roma 1997, 85-102 (ed. esp., BAC, Madrid 2000).
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7. Forma completa del hombre y evento cristológico:
ser-para-sí/ser-para-otro

Nos queda ahora dar un último paso. Si reflexionamos atentamente podemos descubrir que el ser, al donar a los entes su esencia (su ser-en-sí), les dona al mismo tiempo también el ser-con, es decir, la capacidad de relación con los otros seres: en efecto, sólo con esta condición, mediante su relación recíproca, los entes están en condiciones de mantener una relación con la totalidad de lo real y, por tanto, con el ser, al que deben su ser-en-sí. Si no fuera así habría que decir que todo ente puede, por sí mismo, poseer completamente el ser, pero con ello no haríamos sino negar la diferencia ontológica.

Todo ello alcanza su culmen en el hombre, en quien la relación de reciprocidad (ser-con) –a diferencia del mundo subhumano en que se instaura como necesario– implica la libertad, hasta tal punto que, cuan-do se realiza de modo completo, no se puede hablar ya de un simple ser-con, sino que se debe hablar de un ser para otro 134

  1. Desde la relación primordial con el tú que despierta la propia autoconciencia, la sonrisa de la madre para el niño en la que el ser mismo se revela bello, bueno, verdadero y uno, el su-jeto humano está abierto de par en par hacia una Libertad infinita que es la única que puede dar razón del enigma del hombre: cfr. von Balthasar, Uno sguardo... cit., 41.

  2. Éste es el fundamento de lo que von Balthasar propone como polaridades antropológicas constitutivas (espíritu-cuerpo, hombre-mujer, individuo-comunidad, cfr. von Balthasar, Teodrammatica. II... cit., 335-369), de las que seria abstracto hablar sin tener en cuenta este nivel. Para el estudio de estas polaridades, véase infra 162-199.

  3. Cfr. von Balthasar, Epilogo... cit., 120.

Desde esta consideración, y procediendo con rigor, podemos llegar a identificar lo específico de la libertad humana no tanto en el en sí y por sí, sino en el ser para otro 135. De un modo más preciso podemos afirmar que, por una parte, el espíritu humano, como todos los otros entes, tiene inscrita estructuralmente en su esencia la necesidad de abrirse hacia los otros existentes (ser-con) 136. Por otro lado, el hombre, siendo libre, posee el ser no sólo en sí, sino por sí. Es llamado, por tan-to, a hacer suya, libremente, la necesidad de abrirse hacia los otros. Es invitado a autorrealizar su propia libertad conforme a su naturaleza, con el riesgo de no hacerlo cuando considere que el ser-para-otro le hará perder la intimidad de su ser-para-sí 137.

Cuanto acabamos de decir arroja una nueva luz sobre la polaridad constitutiva de la libertad humana: por una parte está la tensión a la autoposesión, por la que el hombre tiende a mantener su propiedad para sí, y por otra, la apertura a los otros, por la que el ser-para-sí se con-vierte en el ser-para-otro. Si es la autoposesión la que se convierte en la forma de la libertad entonces ésta es «íntimamente quebrantada, trágica... se vuelve en contra de la esencia misma del espíritu» 138. Es la apertura la que representa la verdadera autorrealización de la verdad profunda de la condición antropológica 139.

La lección balthasariana, en la que nos hemos apoyado, permite así identificar la peculiaridad de lo humano en el carácter libre de su auto-conciencia: el camino que lleva al fundamento ontológico es el de la libertad del hombre que, libremente, decide autorrealizarse en el ser-para-otro.

EL PRINCIPIO DE LA DIFERENCIA

Tras haber sacado a la luz los factores distintivos de la relación antropología-cristología estamos ahora en condiciones de emprender el

  1. Cfr. von Balthasar, Epilogo... cit., 120-123. Para profundizar en esta temática véanse A. Scola, La logica... cit., Reali, La ragione... cit., 17-69.

  2. «El espíritu, para llegar a sí mismo, está entregado y obligado hacia lo que tiene delante, a realizarse en otro como en sí mismo (...), está ya desde siempre abierto al mundo y el mundo está desde siempre abierto a él» (I1. U. von Balthasar, Teologica. 1. Veritá del mondo, Milano 1989, 83-84; trad. esp. Teológica. 1. Verdad del mundo, Madrid 1997).

  3. Ibid.

  4. Von Balthasar, Teologica.1... cit., 98.

  5. Ibid.

camino del estudio de la antropología teológica. Ésta, sobre la base del recorrido teorético aquí sólo sugerido, deberá profundizar las razones por las que la existencia de la humanidad se explica adecuadamente sólo a partir de la forma original de la libertad actuada por el evento cristológico, en el que el ser para-sí coincide con el ser para-otro.

En la práctica se trata de reconocer la centralidad del principio de la diferencia en la reflexión crítica sobre la existencia irremediablemente histórica del hombre. Al tener que ser completamente para-otro, el hombre se descubre orientado hacia un fin transcendente que, aunque totalmente desproporcionado a sus capacidades, sin embargo representa la garantía de su ser-sí-mismo, es decir, de su ser capaz de una libertad verdaderamente libre. La síntesis de libertad y verdad, tal como se realiza en Jesucristo, se convierte así en el espacio –no exigible por parte del hombre – en que el transcendente (en sentido teológico) se da al hombre. Con ello su libertad, aceptando esta diferencia que no compromete su identidad, puede co-determinar la forma de la verdad.
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Para profundizar:

H. U. von Balthasar, Teologica. I. Veritá del mondo, Milano 1989, 83-132; Idem, La mia opera ed epilogo, trad. it., Milano 1994, 115-141.
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BREVE PRESENTACIÓN DEL DESARROLLO DEL MANUAL

Tras haber expuesto sintéticamente los fundamentos de una adecuada antropología teológica (capítulo primero), podemos pasar ahora a presentar los capítulos en los que ésta será desarrollada (capítulos segundo-quinto).

El Capítulo 2 (El acto creador del Dios Trino) profundiza de modo unitario el principio cristológico de la revelación y su dimensión histórica originaria. Para ello estudia el acto creador a partir del evento de Jesucristo, mostrando cómo de esta perspectiva emerge la unidad del plan salvífico de Dios, cuya primera etapa es el acto creador. Simultáneamente se examinan las propiedades constitutivas de la creación.

El Capítulo 3 (El hombre creado «a imagen y semejanza» de Dios en Jesucristo, Hijo Unigénito) presenta la revelación de la verdad del hombre en Jesucristo: en el ser creado a imagen de Dios y llamado a participar de la filiación divina el hombre puede descubrir el significa-do de la forma dramática de su libertad.

El Capítulo 4 (El estado originario y el pecado original) afronta el aspecto más dramático de la condición histórica de la libertad humana: el hombre, desde siempre querido y creado en Cristo, se encuentra históricamente en un estado de desorden objetivo frente a la iniciativa salvífica de Dios, revelándose incapaz de salir de esta situación por sus propias fuerzas.

El Capítulo 5 (El misterio de la justicia cristiana) expone la naturaleza del orden crístico por el que la justicia cristiana –que se funda en la predestinación de todo hombre a ser en Cristo hijo en el Hijo– se identifica con el designio prestablecido. En un segundo momento describe la posibilidad de vencer el desorden del pecado mediante la obra redentora de la Muerte y Resurrección de Jesucristo. De este modo resulta comprensible por qué la libertad del hombre se aclara sólo a la luz de la libertad de Jesucristo, en la que el ser para-sí coincide con el ser para-otro. Ofrece, por último, una descripción sintética de la vida del hombre nuevo en Cristo, en la que le es dado experimentar que el ser en Cristo le capacita para realizar su existencia, en una síntesis de verdad y libertad que asume la forma de la fe, se expresa en las obras como caridad y camina con alegría en la esperanza del cumplimiento final.