6. CONCLUSIONES
La verdad del Evangelio, la consumación de la auto-comunicación de Dios en
Jesucristo, es aceptada en cuanto tal, sólo como Tradición de la comunidad de fe
de la Iglesia de Jesucristo, en esta mediación se afirma y se acepta desde el
comienzo su exigencia de validez. Como verdad creída, se convierte así en la
Iglesia de hoy, confirmada concretamente por la confianza y la competencia (como
don del Espíritu). Por eso el consenso, hecho realidad por el Magisterio de la
Iglesia en la realización de la «dogmatización» es, de hecho también, garantía
de la exigencia de validez de la Verdad. La Tradición, como transmisión de la
fe, es también transmisión de este consenso, que se separa de los que no
participan de este consenso. La Tradición es, por tanto, separación de la
herejía, de las pretensiones de «verdad» de quienes se han separado del
consentimiento de toda la Iglesia. La mayoría no se convierte por eso en una
dimensión voluntarista; pues la verdad no ha sido «hecha» (por el hombre); pero
allí en donde la mayoría ha de estar asegurada por la presencia del Espíritu
para encontrar el consenso –¡y aquí se trata del fundamento de la Iglesia!– ella
declara que su exigencia de validez no está fundamentada en la autoridad de una
dimensión numérica, sino en la acción de la Iglesia del Espíritu de Dios
presente. Él la legitima, por medio de la autoridad «oficial» dada por medio de
él y, con esto, dada, a la vez también, la
La acción actual del Espíritu y la historia de la Iglesia se implican y se completan; «la libertad del Espíritu y la vinculación a la figura histórica de la Iglesia y a su Tradición no son momentos que se excluyan mutuamente» 186. La Palabra y el oír la Palabra, la misión y el escuchar al Señor y, finalmente, la obediencia caracterizan el «servicio de reconciliación» (2 Co 5, 18). La Palabra va unida a este servicio, lo mismo que el servicio «no es autocrático», sino que «está ligado a la edificación del Cuerpo de Cristo» 187. La misión y el servicio aseguran la Palabra, como ya aparece en los primeros tiempos en la lucha contra la gnosis. Ahí se manifiesta la interna conexión de
traditio y successio, resumidos en el con-P. HÜNERMANN,
DÖRING; Grundriss derEkklesiologie, 232.
J. RATZINGER,
cepto de la diadoche. «La Tradición nunca significa [...] un simple o anónimo entregar una doctrina, es, más bien, una palabra viva, unida personal y eficazmente a la fe» 188. Y la sucesión no está descrita suficientemente en su esencia con «la recepción de la autoridad». Sucesión es, concretamente, «la aceptación del servicio a la Palabra, el ministerio de testimoniar el bien confiado, que está por encima de su portador» 189. Al desarrollo del canon de la Escritura, que reúne los Escritos apostólico en «Escritura» y así los separa de otros «escritos», el canon neotestamentario precede a la interpretación, «la traditio asegurada por medio de la successsio» 190. La fe viva cristiana mantiene su identidad (como fe «de la Iglesia») «no puramente en una sincera subjetividad, siempre necesariamente limitadora, [sino en la] vinculación [...] a la autoridad que, en la sucesión apostólica, toma cuerpo en la Iglesia» 191. La proclamación del Evangelio se antepone a la pura palabra, la successio verbi es la successio praedicantium, una viva successio, que se funda en la misión, es decir, en la continuidad personalmente apostólica. Esta sucesión apostólica, en la que el enviado está insertado, logra, como signo, su densidad más profunda en la cadena ininterrumpida de la imposición episcopal de las manos, ya transmitida desde el tiempo apostólico 192.
La Teología, que posee su unidad en la historia de salvación, trata continuamente de la auto-comunicación de Dios, que se ha dado en Jesucristo, «está instalada en la historia y se manifiesta en las formas y realizaciones más diversas del Pueblo de Dios» 193. Precisamente así quiere ella poner en claro también la diferencia y la unidad en la historia de la fe y fundarla en su necesidad. La historia de salvación se hace concreta y viva en la historia. Dado que su transparencia no puede ser pensada sin tensión en relación con el suceso definitivo de la salvación, la tarea que la Tradición propone aparece como tarea permanente de la Teología. En relación al depósito de la fe testimoniado en la Escritura, auténticamente garantizado apostólicamente, y magisterialmente asegurado, que se realiza en la Iglesia en su vida, doctrina y culto, la teología tiene que garantizar en todos los cambios de la conciencia de fe, la identidad con el origen y ha de fundamentarla con argumentos. La Teología ha de rechazar todo lo que se cierra a la exigente dinámica de la única verdad de la traditio que profesa la Iglesia, como mysterium y «Pueblo de Dios», en su Credo.
DÖRING, Grundriss der Ekklesiologie, 233.
RATZINGER,
DÖRING, Grundriss der Ekklesiologie, 233.
RATZINGER,
Cfr. Hch 6, 6; 8, 17; 1 Tt 4, 14; cfr. también Ibid., 5, 22. Esta concepción se encuentra ya también en los textos convergentes ecuménicos. Cfr. para esto:
HÜNERMANN,
A modo de Epílogo
«Dios busca al hombre». Cuando esta verdad se concibe como verdad salvífica, la Teología ha cumplido su servicio de mediación, el cual, a partir de Dios, hay que referirlo a la vez a él. Es Dios, que busca al hombre y despierta a la vez en esto al hombre «en el Espíritu», a este mismo Dios que le busca, hay que buscar, y encontrar. La Teología es, por tanto, en un sentido amplio «servicio a la confesión», porque es servicio a esta verdad que hay que transmitir en y por medio de la Iglesia. Por eso, al final de este manual no se ofrece un producto teológico preferentemente «abstracto», sino aquella penetración que Karl Rahner, en una mirada retrospectiva a su lucha teológica y a la obra de su vida, acertadamente vertió en la frase:
«Finalmente no se aboca [...] ni a un conservadurismo ni tampoco a un progresismo, sino a que el hombre realmente experimente la cercanía de Dios y con su vida llegue a Dios. Pues la Teología no es una ciencia para sí misma, sino que es un servicio al hombre que busca encontrar a Dios, adorarle y que intenta amarle. Sólo en donde alguien ama a Dios por él mismo y no por su propio provecho, puede llegar a ser cristiano y feliz. En el entretanto, todas las cosas importantes o sin importancia en la historia de la Teología, se han de juzgar precisamente, en definitiva, desde esta perspectiva: si han hecho al hombre este servicio por Dios. Todo lo demás, pasa y no es tan terriblemente importante. Esto único puede ser realizado en el fondo, ciertamente, en todos los tiempos -tanto si la atmósfera político-eclesiástica es buena o mala, agradable o menos agradable, lo que no desempeña en esto ningún gran papel»
194.194. KARL KARNER.
Im Gespräch. Edit. por P. Imhof, H. Biallowons, vol., II: 1978-1982, München 1983, 219s.