CAPÍTULO SEGUNDO

EL MISTERIO EUCARÍSTICO EN LA PRIMITIVA TRADICIÓN DE LA IGLESIA

 

            La primitiva tradición de la Iglesia, después de los apóstoles, confirma claramente la comprensión del misterio eucarístico como ha sido transmitido por los textos de la Revelación. No es nuestra tarea ahora trazar toda la línea de la tradición de los Padres, sino ofrecer sólo algunas pistas y textos más antiguos que confirman la plena comprensión de la Eucaristía como celebración del memorial, banquete de comunión y presencia real del cuerpo y de la sangre del Señor. En la segunda parte, al tratar cada uno de los temas se podrá evidenciar claramente el testimonio de los Padres posteriores, especialmente el de los post-nicenos.

            El carácter de este breve tratado es de índole introductoria y a nivel de documentación. En algunos autores dicha documentación tiene también un cierto carácter apologético. Se quiere evidenciar, de manera clara, que la doctrina eucarística y, de modo especial, la índole sacrificial de la Eucaristía, no es una invención de la Iglesia después del concilio de Nicea. Ésta existe incluso desde los primeros siglos.

 

            Bibliografía:

            Una buena colección de textos patrísticos sobre la Eucaristía en:

J. Solano, Textos eucarísticos primitivos, 2 vol., BAC, Madrid 1954 1956.

J. Quasten, Monumenta eucharistica et liturgica vetustissima. Florilegium, Bonn 1935-1937.

            Más accesible:

La teologia dei Padri, IV, Città Nuova, Roma 1975, pp. 157-178.

Una rica cosecha di textos patrísticos en:

A. Piolanti, Il mistero eucaristico, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 1983, pp. 148-204.

G. Di Nola, Monumenta Eucharistica. La testimonianza dei Padri della Chiesa,

vol. I, sec. I-IV, Roma, Ed Dehoniane, 1994;

vol. II, sec. V, Roma, Ed. Dehoniane, 1997.

La dottrina eucaristica di Sant’Agostino. Introducción, notas y versión italiana a cargo de G. Di Nola, Città del Vaticano, LEV, 1997.

Del mismo director: La dottrina eucaristica di San Giovanni Crisostomo, Città del Vaticano, LEV, 1997.

 

I. LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA

 

            En la Didaché, o Doctrina de los Apóstoles, un libro judeo-cristiano de comienzos del siglo segundo, encontramos el primer testimonio, después de los escritos apostólicos, sobre la celebración de la Eucaristía.

            En el capítulo XIV encontramos una clara indicación de la Eucaristía celebrada en el día del Señor: «En el día del Señor, reunidos, partid el pan y dad gracias, después de haber confesado vuestros pecados, para que sea puro vuestro sacrificio...» En el contexto se hace, por primera vez, una alusión a la profecía de Ml 1, 11: «En todo tiempo y en todo lugar se me ofrezca un sacrificio puro...»

            En los capítulos IX y X de la misma obra encontramos textos de una «bendición eucarística» con palabras y plegarias particularmente bellas; se hace la bendición sobre el cáliz y sobre el pan partido; se recuerda el simbolismo del pan: «Del mismo modo que este pan partido era primero esparcido sobre colinas y recogido se convierte en uno, así se recoja tu Iglesia desde los extremos de la tierra». El alimento y la bebida sobre los cuales se pronuncian las plegarias de bendición, son «alimento y bebida espirituales» de los cuales sólo los bautizados pueden participar 25.

            Se discute entre los autores sobre el carácter puramente eucarístico de este texto primitivo, especialmente por el orden en que se hace la bendición, primero sobre el cáliz y después sobre el pan partido y porque dichas plegarias se encuentran en libros posteriores como simples plegarias para las comidas. Pero cuanto se dice sobre la participación solamente de los bautizados en la Eucaristía calificándola de «alimento y bebida espiritual para la vida eterna a obra de Jesucristo» es indicio de que dicha bendición ha de considerarse una expresión, aunque primitiva, de la fe eucarística de la comunidad judeo-cristiana a la cual pertenece este texto.

            Hoy se considera que se trata de un doble rito: uno abierto también a los judíos y que se trataría de una especie de comida religiosa y el otro claramente eucarístico reservado a los cristianos 26.

            Más claro y doctrinalmente más interesante para nosotros es el testimonio de Justino, el filósofo cristiano, laico y mártir, en su Apología I, dedicada al Emperador Antonino Pío, en favor de los cristianos, que se remonta a la mitad del siglo II.

            En los capítulos LXV-LXVII nos ofrece la descripción de la celebración eucarística que sigue al bautismo de los neófitos y que se hace cada domingo en el día del Sol, según la terminología de los romanos. Los dos esquemas de celebración, sustancialmente idénticos, nos permiten reconstruir la celebración primitiva en estos momentos: liturgia de la palabra con la lectura de los Libros del Antiguo y del Nuevo Testamento; homilía del presidente y plegaria de los fieles; abrazo de paz; presentación de los dones por parte de los diáconos (pan y vino con agua) y plegaria eucarística a la cual todos responden «Amén» al final; comunión eucarística, que es llevada también a los ausentes por parte de los diáconos y «liturgia de la caridad» o comunión de los bienes. Justino indica claramente el sentido de esta celebración con estas palabras para clarificar cada sospecha sobre las fantasiosas acusaciones que entonces comenzaban a difundirse sobre la celebración de los misterios por parte de los cristianos y, en particular, sobre la celebración de la Eucaristía cristiana:

            «Este alimento es llamado por nosotros Eucaristía, y a ninguno le es lícito participar, si no a quien cree que nuestras enseñanzas son verdaderas, si es purificado con el baño para la remisión de los pecados y la regeneración, y vive así como Cristo ha enseñado. De hecho, nosotros lo tomamos no como pan común y bebida común; sino como Jesucristo, nuestro Salvador que se encarnó, por la palabra de Dios tomó carne y sangre para nuestra salvación, así hemos aprendido que también aquel alimento, consagrado con la plegaria que contiene la palabra de él mismo y de quien se nutren nuestra sangre y nuestra carne es por transformación carne y sangre de aquel Jesús encarnado. En efecto, los Apóstoles en su memorias llamadas evangelios, transmitieron que les fue dejado este mandamiento por Jesús, el cual tomo el pan...» 27.

            No puede ser más clara la confesión de Justino sobre el sentido de la Eucaristía sacrificio y comunión, carne y sangre de Jesús, Verbo Encarnado. Una celebración que se remite al mandato del Señor y que es consagrada con «la plegaria que contiene Su palabra», con una clara indicación del contenido esencial y de la primitiva estructura de la plegaria eucarística en la cual, además de la acción de gracias, se inserta una plegaria que contiene la palabra misma de Jesús con una alusión a las palabras de la institución eucarística.

            Un siglo más tarde, en el libro la Tradición Apostólica de Hipólito, encontramos diversos signos de la celebración de la Eucaristía, que comprendía la primera plegaria eucarística que está en el centro de la celebración y contiene claramente las palabras de la institución, la ofrenda del sacrificio y el fruto de la comunión eucarística que es la plenitud del don del Espíritu Santo. Faltan en dicho librito de usos litúrgicos de la comunidad de Roma, alusiones a la Eucaristía conservada en las casas de los cristianos y venerada en sus fragmentos; los cristianos en aquel tiempo llevan consigo la Eucaristía para la comunión semanal o bien para la de los enfermos, encarcelados y perseguidos 28.

            De la plegaria eucarística de la Tradición Apostólica referimos las palabras que siguen al relato de la Institución:

                        «Así pues, en memoria de su muerte y resurrección

            te ofrecemos este pan y este cáliz,

            dándote gracias porque nos has encontrado dignos

            de estar ante ti y de servirte como tus ministros.

            Y te pedimos que envíes tu Espíritu Santo

            sobre la oblación de la santa Iglesia

            y, reuniéndolos juntos,

            concedas a todos los que participan en los santos misterios

            ser colmados del Espíritu Santo».

            Tenemos ya aquí la estructura de una plegaria con la ofrenda sacrificial de la Eucaristía y la invocación del Espíritu Santo o epiclesis. Textos similares se encuentran también en las antiguas plegarias eucarísticas orientales, especialmente en la de Serapión y en el homónimo «Eucologio» que contiene diversas plegarias litúrgicas antiguas.

            A partir del siglo III los testimonios sobre la celebración de la Eucaristía son cada vez más claros, tanto si se refieren al esquema celebrativo que permanece sustancialmente igual al propuesto por Justino, como por los numerosos textos de plegarias eucarísticas para la celebración.

            Estos textos son un verdadero monumento de fe y de teología de la Eucaristía; representan la fe de la Iglesia que celebra el misterio en todas sus dimensiones y enriquece la comprensión de este misterio como memorial-sacrificio de Cristo, comunión del cuerpo y la sangre de Cristo que hace a la Iglesia una. Son la confesión clara de la realidad sacramental de la carne y de la sangre de Jesús, acción de gracias al Padre por sus dones, invocación al Espíritu para que sea Él el autor de la consagración y el don de la comunión eucarística e intercesión por la unidad de la Iglesia y por el bien espiritual y material de todos. En el centro de toda plegaria eucarística encontramos siempre, excepto quizás en la primitiva Anáfora de Addai y María, la narración de la institución.

            Para Oriente tenemos, en el libro de las Constituciones Apostólicas, el precioso testimonio sobre la celebración eucarística del siglo IV, pero que se remonta, sin duda, a tiempos más antiguos. Más allá de las diferentes anáforas allí referidas se ofrece el orden de la celebración eucarística con estos elementos, más evolucionados respecto al esquema de Justino:

• La liturgia de la Palabra, que se concluye con la homilía, precedida por el saludo: «La gracia de nuestro Señor Jesucristo...»

• La plegaria de los catecúmenos y su despedida, y la plegaria de los fieles que se concluye con el abrazo de paz.

• La presentación de los dones, precedida por una monición del diácono para la reconciliación fraterna.

• La anáfora o gran plegaria eucarística pronunciada por el pontífice rodeado por los presbíteros.

• La comunión de los fieles precedida por el anuncio del Pontífice: «Las cosas santas para los santos: «ta aghia tois aghiois»; con la respuesta del pueblo: «Uno solo es santo, uno solo es Señor, Jesucristo, bendecido eternamente por la gloria de Dios Padre» (Fórmula todavía existente en las liturgias orientales). La comunión bajo las dos especies con las fórmulas de clara confesión de la fe eucarística: «el cuerpo de Cristo»... «La sangre de Cristo, cáliz de la vida». Con la doble respuesta del «Amén». La comunión se acompaña con el canto del salmo 33 que es interpretado en sentido eucarístico: «Gustad y ved...»

• La plegaria después de la comunión, precedida por la monición del diácono: «Después de haber recibido el precioso cuerpo y la preciosa sangre, damos gracias a Aquél que nos ha hecho dignos de participar en los santos misterios...»

• La plegaria de bendición sobre el pueblo y despedida del Diácono: «Id en paz» 29.

 

            Bibliografía:

            Para las plegarias eucarísticas cfr. el notable estudio de

L. Bouyer, Eucaristia. Teologia e spiritualità della preghiera eucaristica, LDC, Turín 1969.

La mejor colección de textos de las plegarias eucarísticas en

A. Hanggi - I. Pahl, Prex Eucharistica. Textus ex variis liturgiis antiquioribus selecti, Specilegium Friburgense, Friburgo 1968.

V. Martín Pindado - J. M. Sánchez caro, La gran oración eucarística. Textos de ayer y de hoy, Madrid 1969.

E. Mazza, L’anafora eucaristica, Roma, ELV, 1992.

Aa.Vv., Segno di unità. Le più antiche eucaristie delle chiese, Ed. Qiqajon, Bose 1996.

 

II. LA REALIDAD DE LA EUCARISTÍA: CARNE Y SANGRE DE CRISTO

 

            En la primitiva tradición encontramos también las más claras afirmaciones sobre la realidad de la Eucaristía.

 

            Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, discípulo de los apóstoles, presenta en sus cartas su fe en este misterio, subrayando algunos aspectos: La Eucaristía como verdadera carne del Señor: «Ellos (los docetas) no reconocen la Eucaristía como la carne de Jesucristo, nuestro Salvador, que ha sufrido por nuestros pecados y el Padre benignísimamente ha resucitado (Ad Smirn. 7, 1). En otro lugar afirma: «Procurad serviros provechosamente de la única Eucaristía: una es, en efecto, la carne de nuestro Señor Jesucristo y uno el cáliz para la unidad de su sangre» (Ad Phil. 4, 1). Signo de unidad y de comunión, la Eucaristía es carne vivificante: «medicina de la inmortalidad, antídoto para no morir sino para tener siempre la vida en Jesús» (Ad Eph. 20, 2) De hecho, él une la memoria de la Eucaristía al sentido de su martirio (Ad. Rom. 4, 1-2) y recuerda su deseo de la Eucaristía en un texto que sitúa bien juntos el concepto sacramental que une el misterio eucarístico y la verdad del Verbo Encarnado y de su caridad: «Deseo el pan de Dios, que es la carne de Jesucristo... y quiero como bebida su sangre, que es la caridad incorruptible» (Ad Rom. 4, 2).

 

            Justino mártir, del cual habíamos revelado ya el testimonio sobre la celebración eucarística y la realidad del cuerpo y sangre de Jesús en la Eucaristía, en el Diálogo con Trifón desarrolla claramente el sentido sacrificial de la Eucaristía a la luz de los sacrificios del Antiguo Testamento, especialmente de la profecía de Ml 1, 10 y saca a la luz la novedad absoluta y la unicidad de este sacrificio. Afirma por ejemplo:        «Nosotros somos el verdadero pueblo sacerdotal de Dios... Y ya como anticipo asegura que serán aceptados todos aquéllos que en su nombre le ofrezcan en sacrificio lo que ha sido establecido por Jesucristo: la Eucaristía del pan y del cáliz ofrecidos por los cristianos en todo lugar... Considero que las plegarias y la acción de gracias que se hacen por parte de los justos son los acostumbrados sacrificios agradables a Dios. De este modo, los cristianos han aprendido a cumplir sólo estas cosas, en el memorial de su alimento de pan y de vino con que celebran la memoria de la pasión sufrida por el Hijo de Dios por nosotros» (Diálogo con Trifón 116-117; PG 6, 745-749).

            En otro lugar afirma: «La ofrenda de flor de harina hecha por aquéllos que eran purificados de la lepra era una figura anticipada del pan eucarístico, dado por nuestro Señor Jesucristo como ofrenda de su pasión... Nuestros sacrificios, o sea, el pan eucarístico y el vino que nosotros le ofrecemos en cada lugar, glorifican su nombre» (Ibid., 41: PG 6, 564).

            En estos textos tenemos una espléndida afirmación del sentido sacrificial de la Eucaristía, memorial de la Pasión del Señor, al cual concurren los fieles. El sacrificio sacramental de la Eucaristía es también el sacrificio espiritual de los cristianos, al cual se unen ellos con las plegarias y la ofrenda de su vida.

 

            Ireneo de Lyon, testimonio cualificado de la fe de la Iglesia en el siglo II, es el defensor de la verdad católica contra todas las herejías. Las espléndidas páginas que ha escrito sobre la Eucaristía tienen una impostación muy original. Él manifiesta la fe de la Iglesia en la Eucaristía como presencia y sacrificio, como comunión del cuerpo y sangre del Señor y como gracia vivificante para el alma y para los cuerpos; se trata de una fe afirmada con claridad; es más, parte de esta fe parece común para afirmar la realidad de la encarnación, de la Pasión del Señor y de la eficacia para nuestra santificación. He aquí sólo algún texto emblemático: «Ya que somos miembros de Cristo, nos nutrimos también con cosas creadas, que él nos dispone haciendo surgir el sol y haciendo llover como quiere: nos asegura así que el cáliz, realidad creada, es su misma sangre derramada y con ello acrecienta nuestra sangre, y que el pan, igualmente cosa creada, es su cuerpo con el que fortalece nuestros cuerpos. El cáliz con agua y el pan reciben la palabra de Dios y se convierten en la Eucaristía de la sangre y del cuerpo de Cristo con el que se acrecienta y resana la sustancia de nuestra carne» 30.

            El pan y el vino son frutos de la tierra pero de ellos «se apodera la palabra de Dios y la convierte en Eucaristía, es decir, en cuerpo y sangre de Cristo». «Así como el pan terreno recibiendo la invocación de Dios no es ya el acostumbrado pan, sino la Eucaristía, compuesta de dos elementos, terreno y celeste, así también nuestros cuerpos recibiendo la Eucaristía no son ya corruptibles, teniendo la esperanza de la resurrección. Al contrario, «nuestros cuerpos nutridos con la Eucaristía resurgirán a su tiempo» 31.

 

            Cipriano de Cartago, obispo y mártir del siglo III, es otro testimonio cualificado de la tradición de la Iglesia. Afirma la presencia real de la carne y de la sangre de Cristo en la Eucaristía y el sentido sacrificial de este convite que es también el signo y la causa de la unidad de la Iglesia que tanto tenía él en el corazón.

            Por ejemplo, en la bella carta 63 contra los acuarios afirma que, contiene muchas enseñanzas esenciales sobre la Eucaristía: «No es lícito romper el mandato del Señor en lo que respecta al sacramento de su pasión y de nuestra redención... En efecto, si el Señor y Dios nuestro, Cristo Jesús en persona, es el sumo sacerdote de Dios Padre, y si él el primero se ofreció a sí mismo al Padre, y mandó hacer esto en su memoria, entonces sólo el sacerdote hace las veces de vicario de Cristo, cuando imita lo que hizo Cristo y, sólo entonces ofrece a Dios en la Iglesia un verdadero sacrificio en pleno sentido, si está dispuesto a hacer la ofrenda como la ha visto hacer a Cristo» (Ep. 63, 17 y 14).

 

            Estos testimonios pueden ser suficientes para ilustrar los diferentes aspectos de la fe de la Iglesia de los primeros siglos en el misterio eucarístico. A partir del siglo IV los testimonios patrísticos y litúrgicos son innumerables. Tendremos tiempo de ofrecer textos más cualificados de los Padres en el momento oportuno. La insistencia sobre la presencia real y sobre el sentido sacrificial de la Eucaristía en los textos de los Padres pre-nicenos es importante en un momento en el que también fuera de la Iglesia católica son valorados positivamente estos testimonios primitivos sobre el sentido pleno de la Eucaristía como presencia y sacrificio de Cristo y como misterio que realiza la Iglesia 32.

 

III. UNA FE ESCULPIDA Y PINTADA: LOS TESTIMONOS ARQUEOLÓGICOS

 

            Los testimonios de la fe de la Iglesia han quedado esculpidos en la piedra y pintados sobre los muros de las catacumbas. Son alusivas a la Eucaristía las inscripciones de Abercio (siglos II-III) y de Pectorius (siglo IV) en las cuales se habla del pan eucarístico y del vino que presenta la Iglesia (o ¿María?) casta virgen; el lenguaje simbólico de estas inscripciones asocia voluntariamente la Eucaristía al «pez» que para los primeros cristianos era la palabra secreta que recordaba, al mismo tiempo, a Jesucristo, Hijo de Dios Salvador (por las iniciales de la palabra pez en griego «ichtús») y la Eucaristía que era su presencia, asociada a la multiplicación de los panes y de los peces símbolo de la Eucaristía. Escenas de la celebración eucarística han sido pintadas en las catacumbas, así como en la capilla griega de las catacumbas de Priscilla y en los cubículos de los sacramentos de las catacumbas de san Calixto. Son los testimonios de una fe proclamada y celebrada unánimemente por la Iglesia durante el primer milenio de su historia 33.

            Junto a estos testimonios es preciso tener en cuenta también las múltiples alusiones a la Eucaristía que se encuentran en las Actas de los Mártires. Notable es el relato del martirio de la comunidad de Abitene, a principios del siglo IV. En él tenemos el testimonio de los fieles que, después de haber celebrado el «Dominicum», la Eucaristía del día del Señor, soportaron el martirio.

 

IV. UNA FE INICIALMENTE AMENAZADA POR LAS HEREJÍAS

 

            Aunque en la antigüedad no se daban errores referentes a la Eucaristía no podemos dejar de lado algunos testimonios sobre abusos por parte de los gnósticos. Algunas sectas tienen una concepción mágica del misterio eucarístico. Se observan cambios en la materia de la Eucaristía por parte de los acuarios que rechazan consagrar el vino y usan sólo agua, o los artogiritas que celebran con pan y queso, o los ofitas que celebran con una serpiente sobre el altar. Algunas sectas celebran con pez o con pan solo. De estas tendencias se hacen eco los apócrifos del N.T. 34.