La humildad fue la virtud que hizo santa a Juana Jugan

Fundadora de las Hermanitas de los Pobres, será canonizada el domingo


 

ROMA, martes 6 de octubre de 2009 (ZENIT.org) Juana Jugan renunció siempre a los reconocimientos del mundo, incluso figurar como la fundadora de su comunidad, las Hermanitas de los Pobres.

La beata Soeur Marie de la Croix, nombre que tomó cuando inició su vida religiosa, será canonizada el próximo 11 de octubre por el Papa Benedicto XVI.

“La verdadera medida de la santidad es la humildad”. Ella repetía constantemente esta frase Juan Eudes, a quien tuvo gran devoción.

No figurar ante los ojos del mundo

La localidad de Cancale, ubicada al norte de Francia, en la costa de Bretaña, fue la que vio nacer a Juana Jugan en 1792.

Su infancia no fue fácil. Aparte del contexto histórico en el que creció – la Revolución Francesa había estallado tres años antes de su nacimiento –, su hogar tenía muchas dificultades económicas.

Su padre, un sencillo pescador, desapareció en alta mar cuando ella tenía cuatro años. “Esta muerte le marco también en el clima de aceptación del sufrimiento y de sensibilidad con los que sufren”, dijo en diálogo con ZENIT, el postulador de su causa, el sacerdote dominico español Vito T. Gómez O.P.

A los 16 años entró a trabajar como empleada doméstica y se dedicó a estas labores durante nueve años. “Trabajó duro, y en ese trabajo fue forjando una personalidad muy sólida”, asegura el padre Vito. A los 25 años entró a formar parte de la Tercera Orden de María, congregación fundada por San Juan Eudes.

La suya fue una espiritualidad cristocéntrica. Leía y meditaba los escritos de algunos maestros de la Escuela Francesa de Espiritualidad como san Francisco de Sales y san Vicente de Paúl. Esto la hizo aumentar su devoción especial hacia la Eucaristía y a la Virgen María.

Juana vivía inquieta por servir a los más pobres. Invitaba a los mendigos para que entraran a su casa. Incluso les cedía su cama. “Esa virtud de la caridad, yo diría que es como la constelación en torno a la cual fueron girando todas las otras virtudes”, señala el padre Vito.

El 15 de octubre de 1840 decidió fundar una pequeña asociación de caridad dirigida por el párroco Augusto Le Pailleur, vicario de Saint-Servan. Así nació la orden de las Hermanitas de los pobres. Las primeras jóvenes hicieron sus votos de obediencia el 8 de diciembre de 1842.

Esta naciente comunidad vivió el objetivo de “participar en la felicidad de la pobreza espiritual, caminando hacia la expoliación total que eleva el alma a Dios”, según señalan sus constituciones.

La nueva comunidad la eligió como su primera superiora. Cargo en el que duro sólo dos semanas porque el padre Le Pailleur decidió revocarla. Años más tarde el sacerdote le ordenó vivir de manera retirada, preocupada sólo por las tareas domésticas y alejada de sus bienhechores, hecho que ella aceptó sin ninguna protesta. Así permaneció 27 años.

“Ella llevó a la práctica el hecho de que 'no sepa tu mano izquierda lo que hace tu mano derecha', hasta desaparece en aquel grupo del que es verdaderamente fundadora”, dice el postulador de su causa.

Juana murió en agosto de 1879 cuando la congregación contaba con 2.488 religiosas y 177 casas de acogida. El Papa León XIII había aprobado meses atrás los estatutos de la congregación.

Cuenta el padre Vito que la futura santa fue reconocida como la fundadora oficial de las Hermanitas de los pobres sólo hasta principios del siglo XX, cuando algunos miembros de esta orden decidieron escribir la historia de esta comunidad.

“Nunca se rebeló contra esa marginación sino al contrario, se dedicó a su Congregación más intensamente” asegura el sacerdote.

Testimonio vivo

Juana no dejó nada escrito pero, en cambio, repetía palabras llenas de espiritualidad que hoy son el faro que ilumina el carisma de las Hermanitas de los pobres.

“Jesús os espera en la capilla. Id a encontrarlo cuando esteis al límite de la paciencia y de la fuerza, cuando os sintáis solas y débiles”, les repetía Juana.

“Decidle: 'Tu sabes lo que me ocurre mi buen Jesús. Yo no tengo nada más que tú. Ven en mi auxilio...' y después iros. Y no os turbéis pensando en cómo haréis. Es suficiente con que se lo hayáis dicho al buen Dios. ¡El tiene buena memoria”, aseguraba la fundadora.

Hoy las Hermanitas están presentes en 31 países de los cinco continentes. Además de los votos de pobreza, castidad y obediencia, viven también la hospitalidad a los ancianos, a cuyo cuidado dedican su vida.

Buscan transmitir su alegría y su espiritualidad así como aprender de la sabiduría de quienes están en la recta final de sus vidas, preparándolos para el encuentro con Dios en la Eternidad.

Así, se esfuerzan por hacer vida el espíritu de las bienaventuranzas: “Ser hermanita de los pobres nos recuerda nuestro deseo de ir siempre hacia los más pobres, de crear una corriente de colaboración apostólica y de caridad fraterna para socorrer a Cristo en los pobres”, dicen los estatutos de la congregación.

Soyez petites, bien petites! Gardez l'esprit d'humilité, de simplicité! Si nous venions à nous croire quelque chose, la congrégation ne ferait plus bénir le Bon Dieu, nous tomberions” (“¡Sed pequeñas, muy pequeñas! ¡Conservad ese espíritu de humildad y de sencillez! Si llegáramos a creernos que somos algo, la congregación dejaría de bendecir al buen Dios, sería nuestro fin”), les dijo el Papa Juan Pablo II durante la homilía de beatificación de Juana Jugan, en octubre de 1982.

[Por Carmen Elena Villa]