12
de diciembre

 

SANTA JUANA FRANCISCA DE CHANTAL

(† 1641)

 

Los dones naturales y los sobrenaturales son independientes. Pero cuando ambas cosas se unen, el resultado es verdaderamente deslumbrador. Naturaleza y gracia, íntimamente unidas, actuando aquélla de base y ésta de perfección, producen un resultado ante el cual se siente impresionado quien lo contempla.

Uno de estos casos es el de Santa Juana Francisca. Naturalmente era una superdotada. Sin establecer una comparación que en todo resultaría odiosa, pero mucho más en el caso presente, nos atrevemos a decir que no iba en zaga a San Francisco de Sales en cualidades naturales, y téngase en cuenta que San Francisco pasa por una de las personalidades más excepcionales que ha conocido la historia. La Santa parece tenerlo todo: inteligencia clarísima, extraordinario don de gentes, presencia agradable, hermosura corporal, corazón amplio... y sobre esta base descendieron en abundancia las gracias sobrenaturales que, correspondidas con una generosidad sin límites, produjeron una santidad extraordinaria. Añádase a esto que la Santa trabajó en su propia santificación bajo la égida del prototipo del humanismo cristiano, San Francisco de Sales, y no nos podrá extrañar que el resultado sea, según hemos dicho, verdaderamente deslumbrador.

 Como todas las grandes personalidades, Juana Francisca se formó en la adversidad, entre dificultades. No es imposible, pero sí muy difícil, que una personalidad recia nazca en un ambiente de mimos y de vida fácil. Juana Francisca pierde en los primeros meses de su vida a su madre, y queda bajo la influencia de un padre rectísimo, hombre hecho de una pieza, que ha de atravesar durante la niñez de la Santa circunstancias bien difíciles.

 Nos encontramos en Dijón, en plena época de guerras civiles. El señor Frémiot, padre de la Santa, era presidente del Parlamento, lo que llamaríamos en España la Audiencia Territorial. Permanece fiel a la dinastía, y no menos fiel, a su fe católica. Esto le crea una situación dificilísima. Tiene que abandonar su propia casa, que es saqueada; recibe un mensaje amenazándole con la muerte de su hijo, que ha quedado prisionero, si no cede, y en efecto no cede, aunque la amenaza no llega a realizarse; atraviesa dificultades económicas y de tipo político, rodeado por la incomprensión de unos y de otros. Así, contemplando aquellos ejemplos de integridad y de hombría de bien, se desarrolla la muchacha hasta llegar a los veinte años.

 A esta edad contrae matrimonio con el barón de Chantal, que tenía siete años más que ella. Todos los biógrafos se hacen lenguas de la magnífica pareja que formaban los dos jóvenes. Tenía Juana Francisca un tipo majestuoso, una innegable gracia natural y parece que su esposo no se dejaba superar ni en esto, ni en las cualidades de alma, por su mujer. Lo cierto es que durante ocho años el matrimonio vivió una felicidad que parecía no tener límites. Es cierto que a veces el joven esposo tenía que dejar el hogar para ir a la guerra, o a cumplir sus deberes en la corte. Pero esto hacía cada vez más gratas las horas que se pasaban cada vez que regresaba. El mismo rey distinguía al barón de Chantal con su afecto, y nada parecía faltar a la felicidad de aquel hogar que Dios había bendecido con la sonrisa de cuatro niños.

 De pronto, todo aquello se viene abajo. Un estúpido accidente de caza, producido de manera casual, vino a arrebatar la vida del joven barón. Sus últimas horas, de ejemplar cristiano, fueron para perdonar a quien había sido el involuntario causante de su muerte.

 Como ocurre siempre, cuanto mayor había sido la unión del matrimonio y más íntimos los lazos establecidos entre los dos esposos, más trágica resultaba la muerte de uno de ellos. Juana Francisca sintió un dolor sin límites y se consagró por completo a la educación de sus hijos. Con un impulso en parte religioso y en parte proveniente del amor a su difunto marido, hizo voto de castidad. Desde entonces su vida se repartiría entre las prácticas de religión y caridad y la educación de los niños.

 Hay una fase de la vida de Santa Juana que cuesta llegar a comprender el heroísmo que en sí encerraba. Viuda, se le ofrecían atrayentes posibilidades. Podía continuar viviendo en la misma casa en que tan feliz había sido con su marido. Podía ir a vivir con su padre, que la idolatraba. Pero he aquí que escoge refugiarse en el sombrío castillo de su suegro.

 Todo era allí repelente. El carácter de este hombre, duro, áspero, más hecho a tratar con soldados que con mujeres. El edificio mismo, sombrío y triste, y falto de muchas comodidades a las que Juana Francisca estaba acostumbrada. Y la presencia de una persona, a la que eufemísticamente llaman "criada" los biógrafos de la Santa, que se había apoderado por completo de la voluntad del dueño de la casa y que se aprovechaba de esta situación para proceder despóticamente frente a Juana Francisca y a sus niños.

 La joven viuda acepta, sin embargo, todo aquello. Muy probablemente le guiaba el deseo de trabajar por la eterna salvación de su suegro. Pero no excluimos también, antes parece casi seguro, que le atrajeran tantos y tan íntimos sufrimientos como allí le esperaban.

 Lo cierto es que allí, y siempre a lo largo de su vida, Juana Francisca se portó de manera ejemplarísima en sus relaciones familiares. La casa, pésimamente gobernada, tenía que dolerle a una mujer de las extraordinarias cualidades de Juana Francisca. Jamás hizo una observación. Su tiempo estaba distribuido entre sus hijos y los pobres.

 Conservamos rasgos maravillosos de lo que fue su caridad por aquel tiempo. Sencillamente heroica. El pobre leproso, al que ella acoge, el enfermo repugnante, el trigo que se agota y Dios multiplica... todas esas cosas que encontramos en los grandes héroes de la santidad, las hallamos también en esta época de la vida de Juana Francisca.

 Por si era poco, vino a caer en manos de un áspero director, extraordinariamente exigente. Son célebres en la historia de la espiritualidad los votos que hubo de hacer: el de obedecerle, el de no abrirse a nadie más, el de no admitir pensamiento que fuera en contra de esto. Atada con estos votos, y metida en un oscuro rincón de Francia, parecía imposible que pudiera llegar a tener contacto alguno con un obispo extranjero, el de Ginebra, que vivía por entonces, expulsado de la capital de su diócesis, en la relativamente lejana ciudad de Annecy. Pero los planes de Dios eran otros.

 Iba un día ella a caballo cuando, cerca de un bosquecillo, vio a un sacerdote de aspecto venerable, alto, rubio, que rezaba apaciblemente su breviario. Un impulso interior le dijo que aquél sería el instrumento de que Dios se serviría para orientar definitivamente su vida.

 En la capilla de su castillo de Sales, aquel sacerdote tuvo también una visión: se le apareció una mujer viuda, joven, vestida modestamente, Y un impulso interior le dijo que ella habría de ser el instrumento para una obra, muy de Dios, que entonces empezaba a dibujarse en su espíritu.

 Habían de pasar años antes de que se encontraran. Un buen día Juana Francisca recibe una carta de su padre. Va a venir a Dijón, a predicar la Cuaresma, un predicador extraordinario: el obispo de Ginebra; ¿por qué no salir de su retiro y venir a pasar la Cuaresma a Dijón? A Juana Francisca le agrada el plan y se pone en camino con sus hijos. Para no perder palabra del sermón, Juana Francisca ha elegido para sí el mejor sitio de la iglesia: enfrente, enfrente del púlpito. Al subir el predicador, le da una vuelta el corazón: era el que había visto hacía años. Tampoco al predicador escapó su presencia. Poco después preguntaba quién era ella. Y cosa curiosa, hacía la pregunta al arzobispo de Bourges, hermano de la Santa. Poco costó concertar un encuentro.

 Sin embargo, San Francisco de Sales, con maravillosa prudencia, no quiso precipitar las cosas. Procedió con lentitud, y sólo ya el último día de su estancia en Dijón, dio alguna esperanza a Juana Francisca de encargarse de la dirección de su alma. Pero era todavía algo muy vago.

 Habrían de continuar las relaciones. No las conocemos detalladamente. Cuando murió el Santo, Juana Francisca se hizo cargo de todos sus papeles y al ordenarlos descubrió sus propias cartas, anotadas por el Santo con admiraciones y encarecimientos. Muerta de vergüenza las tiró al fuego. Pérdida irreparable para la historia de la espiritualidad y aun de la misma Iglesia.

 Por fin, la vigilia de Pentecostés de 1607; San Francisco de Sales abrió su pensamiento a Juana Francisca. Después de probarla un poco, proponiéndole diversos planes, le descubrió el proyecto que desde hacía mucho tiempo estaba madurando. La Santa se sintió internamente movida a cooperar con todas sus fuerzas a aquellos hermosos designios. Pero parecía imposible que se pudieran realizar: era madre de cuatro hijos a los que tenía que atender antes de poder pensar en abrazar la vida religiosa.

 Dios solucionó las cosas mucho antes de lo que pudieran pensar los dos santos. La hija mayor de Santa Juana se casó con el hermano menor de San Francisco de Sales. Otra de las hijas de Santa Juana murió inesperadamente. Quedaba la pequeñita, que podía acompañar a su madre al convento. Del hijo se haría cargo su abuelo. Faltaba el consentimiento de éste, que San Francisco obtuvo en una memorable entrevista. Y por fin, en 1610, se pudo pensar en iniciar la nueva fundación.

 Los orígenes de la Orden de la Visitación constituyen una de las páginas más encantadoras de toda la historia de la Iglesia. Tienen la frescura, el aire sobrenatural y maravilloso de las florecillas de San Francisco o de la narración de los primeros votos de los jesuitas en Montmartre.

 Habían encontrado, a las afueras de Annecy, una casita que, por tener un paso cubierto al jardín vecino, se llamaba ",de la Galería". A esta casita de la galería, fueron el 6 de junio, fiesta de la Santísima Trinidad y de San Claudio, las tres primeras madres de la Visitación. Allí les esperaba, como tornera, una joven que había estado ligada a uno de los episodios más novelescos de la vida de San Francisco de Sales: estaba sirviendo en "El Escudo de Francia", una hostería de Ginebra, cuando Francisco, joven sacerdote aún, hizo algunos viajes a aquella ciudad para tratar de convertir a Teodoro de Beza. Paró en la hostería y ella quedó prendada de aquel santo sacerdote: Ahora, al poner en marcha la fundación, se ofreció inmediatamente a entrar en ella.

 Pero hay otra figura más encantadora aún si cabe: la de sor Simplicia, una ingenua campesina, entrada allí por su astuto tío, que dio lugar al anecdotario más gracioso, y al mismo tiempo más ejemplar, que se haya podido registrar en la vida religiosa del mundo entero. La buenísima hermana tomaba al pie de la letra cuanto oía y daba origen así a conmovedores episodios.

 Aquel grupito de mujeres suponía, sin embargo, una verdadera revolución. Hoy nos cuesta darnos cuenta de lo que la Visitación supuso, porque admitimos como la cosa más natural lo que entonces suponía romper con mil prejuicios. Se trataba de una vida religiosa apoyada por completo en la sencillez y en la caridad; que buscaba más la muerte de la voluntad y del amor propio, que el quebrantamiento del cuerpo por las penitencias; que se había concebido sobre la base nueva de que las religiosas entraran voluntariamente, sin admitir en modo alguno que pudieran ir a parar al convento por compromisos familiares...

 El estampido fue tremendo. Hubo burlas, chacotas, calumnias graves, persecuciones abiertas, resistencias solapadas. Pero hay que decir también que hubo un colosal movimiento de entusiasmo. Y ambas cosas, el entusiasmo y las persecuciones acompañarían a la Visitación en su marcha triunfal por todas partes.

 La vida de los primeros tiempos de la Visitación la conocemos, no sólo por fuentes fidedignas, sino, además, de una hermosura literaria sin par. No sólo las obras de San Francisco de Sales, su admirable correspondencia, las cartas y los escritos de Santa Juana de Chantal, escrito todo en el espléndido y robusto francés del siglo XVII. Tenemos además las obras escritas por la madre Francisca Magdalena de Chaugy. Son auténticos primores literarios, en los que la lengua francesa, la unción de estilo, el buen sentido y el conocimiento directo de lo que se trata, brillan de tal manera que el lector se siente conmovido. Así podemos hoy ponernos en contacto con aquellos maravillosos tiempos del comienzo de la Visitación.

 Pronto inició la nueva Orden su expansión. La fama de San Francisco de Sales, que ya era grande, se acrecentó de manera extraordinaria con la publicación de "La Introducción a la vida devota". Edición tras edición, el público devoraba aquel libro, y al enterarse de que su autor había fundado unas religiosas, se apresuraba a llamarlas. En 1615 se fundaba la casa de Lyón. Poco después, las de Moulins, Grenoble y Bourges.

 Pero mayor importancia iba a tener la fundación de Paris. San Francisco de Sales hubo de trasladarse allí en 1619, y llamó junto a sí a Santa Juana. Tras algunas dificultades se fundó el primer monasterio de París, llamado a tener enorme influencia. No se olvide que en el París del siglo XVII se estaba forjando una reforma pastoral y una orientación de la espiritualidad que en gran parte perseveran aun hoy, y que desde luego tuvieron ya entonces extraordinaria repercusión en la historia de la Iglesia.

 La Santa pasa entonces unos años de intensa actividad, atendiendo a los monasterios que se van fundando, sin poder entrevistarse con San Francisco de Sales. Por fin, en diciembre de 1622 se encuentran en Lyón. Es conocida la maravillosa escena. La Santa llevaba preparadas unas notas sobre sus cosas íntimas. San Francisco de Sales, con sobrenatural firmeza, impuso otro tema de conversación: los asuntos de la Orden. La cuenta de conciencia se la daría más tarde, en Annecy. La Santa obedeció heroicamente a aquella indicación, que tan tremendo sacrificio suponía para ella.

 Poco tiempo después, el día de Inocentes de aquel año, moría el Santo. Llevaron su cadáver a Annecy. Por la noche, cuando la comunidad se quedó sola, la Santa avanzó hacia el cadáver. Tomó reverente su mano derecha y la puso sobre su cabeza, permaneciendo ella de rodillas largo rato. Cumplía así el encargo: estaba dando cuenta de conciencia a su director. Entonces vieron las hermanas maravilladas el milagro que se produjo: la mano del Santo se animó, cobró vida, y empezó a acariciar la cabeza de Santa Juana. Así un buen rato, hasta que terminó por volver a caer yerta. Las Salesas conservan aún el velo que Santa Juana llevaba en aquella circunstancia inolvidable.

 Muerto San Francisco, Santa Juana iba a tener ocasión de dar la auténtica medida de su grandeza de ánimo. Ahora era ella la que tenía la plenitud de las responsabilidades. Las aceptó, y llevó a cabo, con sobrenatural entereza de ánimo, la dificilísima misión que eso suponía.

 Había que hacer frente a la expansión de la Orden. A su muerte dejaría ochenta y tres monasterios. En cierta ocasión que Santa Juana había pensado, aún seglar, en entrar carmelita, una de las religiosas le dijo: "Santa Teresa no os quiere para hija, sino para compañera". Ahora se veía lo cierto de esa profecía. Porque la vida de Santa Juana se asemeja por completo en esta fase a la de Santa Teresa: continuos viajes, interminable correspondencia, disgustos y dificultades, ejercicio continuo de la prudencia y de la discreción.

 Pero la expansión de la Orden era lo de menos. Importaba salvar por encima de todo su verdadera fisonomía. De un lado y otro brotaban chispazos: se quería conseguir que la Santa hiciera algunas excepciones. Ahora querían dispensa, en favor de esta superiora excepcional, de la ley de que no pudiera serlo más de seis años. Después querían que la Orden tuviera una superiora general. Aquí se edificaba un monasterio suntuoso, contrario al espíritu de sencillez. Más allá se trataba de permitir que los obispos pudieran dispensar de algunas reglas. Con entereza, pero con humildad, con firmeza empapada de dulzura, Santa Juana defendió, como una leona a sus cachorros, la idea que había recibido de San Francisco de Sales. Y consiguió sacarla por completo adelante.

 Su misión sobre la tierra parecía haber terminado. El deseo de atender y dar el velo personalmente a la duquesa de Montmorency, que había ingresado en la Orden, le movieron a emprender un último viaje. En él llegó hasta París, resolviendo importantes asuntos, y despidiéndose al mismo tiempo de todos los monasterios que iba encontrando a su paso. Cuando no fue posible que ella llegara a todos, se reunieron las superioras de los alrededores para cambiar las últimas impresiones y fijar todos los detalles.

 Por fin, el 13 de diciembre de 1641 le llegó la muerte. Lejos de su amadísimo Annecy, en Moulins. Dios Nuestro Señor, que le había probado extraordinariamente en largas épocas de su vida con aridez en la oración, la colmó de consuelos en sus últimos días. Y dulcemente, rodeada de sus hijas, voló al cielo. Sabido es que San Vicente de Paúl, con quien tanto había tratado en París, y a quien habían sido confiadas las religiosas de la Visitación de aquella ciudad, vio subir su alma en forma de globo luminoso al cielo. Y vio también otro globo, en el que se representaba a San Francisco de Sales salir al encuentro y fundirse entrambos con un tercero, más luminoso y más bello, que representaba la esencia divina.

 Dejaba, según hemos dicho, a su marcha de este mundo, ochenta y tres monasterios fundados. De esta manera, como Santa Teresa, continuará viviendo en sus hijas y en sus libros. Porque todos aquellos monasterios se constituyeron en focos de irradiación de la más preciosa espiritualidad. "Sólo, en el cielo sabremos —ha escrito Henry Bremond— el bien que los monasterios de la Visitación hicieron en Francia."

 Y lo continuaron haciendo. Reunidas después de la tormenta de la Revolución Francesa las religiosas de la Visitación, más conocidas con el nombre de Salesas, volvieron de nuevo a continuar sin la más mínima modificación el género de vida que de sus santos fundadores habían recibido.

 Cuando en 1950 la Iglesia, por medio de la constitución apostólica Sponsa Christi mostró el deseo de dar una nueva estructura a las Ordenes religiosas de mujeres, fue la Visitación la primera en secundar tal deseo, y desde entonces la superiora de Annecy, sucesora de Santa Juana de Chantal, ha pasado a tener, en lugar de un simple primado de honor, el gobierno como general del Instituto entero.

 Un error muy extendido entre los canonistas impidió que el proceso de beatificación de Santa Juana fuera con la rapidez que cabía esperar de su gran fama de santidad. Sólo en 21 de noviembre de 1751 fue beatificada, y en 1767 canonizada.

 LAMBERTO DE ECHEVERRÍA

 


 

 
 
JUANA FRANCISCA FREMYOT DE  CHANTAL FUNDADORA DE LA VISITACION
 
Por Jesús Martí Ballester
 
 
¿QUIÉN ES JUANA FREMYOT DE CHANTAL?
 
Ella misma se nos presenta: "Soy Juana Francisca Frémyot, natural de Dijón, capital de Borgoña, hija del señor Frémyot, presidente del Par­lamento de Dijón, y de la señora Margarita de Barbisey." Es por tanto, compatricia de San Bernardo de Claraval, nacidos ambos en la misma Dijon, sólo que Bernardo en su castillo a dos kilómetros y Juana, en el centro de la ciudad. A los veinte años casó con el barón de Chantal, y pasó a ser la baronesa de Chantal por lo tanto, cuya familia descendía de la familia de San Bernardo. Su estatura física alta, noble y porte majestuoso, hermosa sin fingimientos ni coqueterías; y temperamento jovial y abierto. Piadosa sin presagiar la grandeza de su futura santidad. Enamorada impetuosamente de su marido y correspondida con el mismo amor.


INCERTIDUMBRE

Cuando no veía al señor de Chantal -dice ella-, empezaba a sentir en su corazón grandes atractivos de pertenecer a Dios totalmente; pero todos estos pensamientos los concentraba en la conversación y en la vuelta del ­Señor de Chantal." Es el síntoma de las inquietudes y angustias con que Dios orilla sus llamadas, sobre todo, las de aquellas que han de tener resonancias sociales mundiales y eclesiales.  Habría que preguntarle a San Ignacio y a San Enrique de Ossó y, no digamos a Santa Teresa de Jesús, que casi perdió la vida en la lucha. “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos” Nosotros actuaríamos de distinta manera. Iríamos más directamente. Quiero preparar una fundadora, primero que permanezca soltera lo que facilitará después mi propósito y, sobre todo, que no llegue a formar una familia, pues esto complicará más mis planes. Y también haríamos sufrir menos a la candidata, ¿qué sentido tiene que maten a su esposo, mejor no haberlo tenido? ¿Medimos el dolor de aquella esposa, madre, que ve a sus cuatro hijos huérfanos? Todo se va a complicar. Pero nosotros vemos el bordado del revés, desde la parte inferior del bastidor. El que ve el bordado correctamente desde el sitio del bordador, contempla armonía en la combinación de los colores, en la belleza del dibujo, en la obra de arte que contemplamos.


OTRA VEZ  EL MUNDO

Cuando el barón regresaba y estaba presente, volvía ella también a su vida ordinaria de fiestas, de cacerías, de visitas y de toda suerte de distracciones. Es natural, esos son los frutos de la naturaleza que está tratando de torpedear la gracia con sus trazas y caminos inextricables, inverosímiles, que sólo cuando en la luz de Dios veamos la trama, comprenderemos la magnificencia del bordado. A todos los hilos les veremos razón, santidad y belleza, como obra del Supremo Artista  La vida de los dos esposos fue un idilio de diez años, que terminó con una tragedia. Un día el barón fue herido involuntariamente por uno de sus mejores amigos en una cacería. Juana corrió hacia él, temblorosa, y escuchó: "Amiga mía, la senten­cia del Cielo es justa; hay que amarla y morir." "No, no –replicó ella-, es preciso que te cures." Y añadía: "Señor, tomad todo lo que tengo en el mundo, pero dejadme a mi esposo." A los ocho días el barón expiraba, dejando a Juana Francisca el cuidado de sus cuatro hijos. Ella le lloró "con diluvios de lágrimas incomparables". Su único consuelo era estar sola y llorar. Su castillo le parecía poco desierto; y se iba a des­hacerse en llanto en un bosquecillo cercano. Cuando se dieron cuenta de que pasaba las noches de rodillas, rezando y llorando, empezaron a vigilarla para conseguir que se acostase. A los cuatro meses se había convertido en un esqueleto."


EMBATES DE DIOS

Brusquedad, a veces de los asaltos de Dios a las almas escogidas. Llegaba un amor nuevo, que reina en la noche, y asoma su luz deslumbrante a momentos. Dios ocupa el puesto del hombre sin dejarse ver ni tocar, aunque deja efectos comprobables de su presencia. Juana es madre: sus hijos la vuelven a ver sonriente como antes; los enfermos, los pobres la encuentran más humana; los familiares, los íntimos, se admiran de su cambio y de su presencia de ánimo por el que se sobrepone a sí misma y reanudar su vida cotidiana. Sólo le resultaba imposible, oír nombrar al asesino del barón. Siete años más tarde, aún resistirá a las insinuaciones del obispo de Ginebra, deseoso de la reconciliación.


TINIEBLAS

Por fuera claridad aparente; por dentro, la noche Al más profundo dolor se juntan las tinieblas de la tentación. Cortó las soliciles del mundo e hizo voto de castidad; pero los asaltos a la fe eran cada día más terribles. Necesita un director que la saque de la oscuridad, y un sentimiento sobrenatural le dice que no tardará en llegar. Ávida de dirección, pero ignorante de las cosas divinas, acepta el yugo de un fraile petulante y tiránico, que la ata con  las promesas absurdas. La ingenua candidez de la baronesa durante dos años se llenó de escrúpulos, cargó con acciones indiscretas y torturantes. Comprendía que no era aquél el camino, pero seguía los menores consejos del pastor con docilidad de mansa cordera.


SE ACERCA EL DIRECTOR NECESARIO Y PREPARADO

En la cuaresma de 1604, Juana Francisca, sabe que Francisco de Sales; Obispo de Ginebra, viene a predicar a Dijón  y comenzó a oír sus sermones. Empezaron a conocerse: él, con lentitud prudente; ella, sin titubeos. "Desde que tuve la dicha de conocerle-dirá más tarde-, le llamé santo desde el fondo de mi corazón." Mientras duró la Cuaresma, la baronesa se sentaba frente al predicador para verIe y oírle mejor. El santo empezó pronto a fijarse en aquella viuda, que escuchaba con tanta atención, preguntó al obispo de Bourges, justamente hermano de la baronesa: "¿Quién es esa señora joven de tez morena clara, que viste de viuda y se coloca en frente de la cátedra del predicador?" Después Juana y Francisco se entrevistaron repetidas veces en la casa del presidente Fremyot, que celebraba viendo en su mesa al obispo de Ginebra. Juana "le seguía a todas partes, siempre que podía."


PRUDENTE OBSERVACION

En su conversación, San Francisco de Sales, que nunca termina­ cuando escribe, era reservado y parco en palabras, más amigo de observar que de hablar. Observaba a la señora de Chantal, y la joven viuda "morena clara" se le presentaba como un enigma. Seria y jovial, concentrada y fácil, tímida y ardiente, sencilla y elegante, nada parecía indicar en ella la actividad de su vida interior. Sus labios estaban cerrados a toda confidencia. "A nadie comunicaba nada -dice ella­- sino con gran temor, aunque la bondad del obispo me invitaba a hacerla, y yo me moría de ganas de hablar." El obispo se esforzaba por echar la sonda, incluso llegó a preguntarle si tenía intención de casarse, Y respondió que no. "Entonces sería bueno arriar la bandera." Ella comprendió, y al día siguiente arrinconó todas sus galas y apareció en público con un vestido di una sencillez extremada, con sólo un pequeño encaje de seda. El obispo quedó encantado de aquella docilidad. -"Señora -le dijo-, ¿estaríais menos bien si esos encajes no figurasen ahí?" Ella se levantó inmediatamente y arrancó aquellos adornos con su propia mano.


POR FIN

Un miércoles santo, Juana se decidió a abrir su alma con timidez al obispo. Salió tan confortada de la entrevista que le parecía que había hablado con un ángel. Francisco no se apresura a recibir aquella alma que se entrega a su dirección y que lleva en la frente y en los ojos el sello del heroísmo. Como si tuviera miedo ante la riqueza de sus dones naturales y los efectos maravillosos que la gracia estaba empezando a producir en ella. Pasan  largos meses de incertidumbre en Francisco él y de crisis en Juana; hasta que un día de agosto de 1604 se encuentran en Annecy, a medio camino entre Borgoña y Saboya. Con el obispo están su madre, su hermana y sus amigos. La baronesa trae también su séquito. Hechas las presentaciones, el obispo pasa diestramente el cortejo a su madre, "y tomando aparte a su querida hija espiritual, hizo que le contase todo lo que había pasado en ella; y ella habló con tal claridad, sencillez y candor, que no olvidó el menor detalle. El santo prelado escuchó muy atentamente, y sin decirle una sola palabra, se separaron. Y Francisco escribe a Juana: “Nunca me distraigo en la misa, pero desde que os conozco, sobre todo en la misa, vuestra imagen y recuerdo no se separa de mi mente. 


DECISION

Un día, muy temprano, fue en su busca. Estaba muy cansado y abatido. "Sentémonos -le dijo-; estoy: fatigado, y pensando toda la noche en vuestro asunto, no he podido dormir. Veo claro que la voluntad de Dios es que me encargue de vuestra dirección espiritual y que sigáis mis consejos­ Después permaneció un poco en silencio, y levantando los ojos al cielo, continuó: "Señora, ¿os lo diré? Debo decirlo, puesto que es la voluntad de Dios. No os extrañéis de que haya tar­dado en resolverme: quería conocer bien la voluntad de Dios, para que no haya en este asunto más que la intervención suya."


SANTA LIBERTAD

"Aquella misma mañana dice el: relato biográfico- Juana Francisca hizo su confesión general con el obispo. Hay una palabra que resume el método que siguió San Francisco en la dirección de Santa Chantal: la palabra libertad. Me quejaba -dice ella- de que no me mandaba bastante." Pero al mismo tiempo experimentaba que acababa de salir de una cautividad interior. Francisco, atento a la acción de Dios en las almas, no quería entorpecer esa acción con la suya. Es prudente, además, porque no­ está bien seguro de las posibilidades que aquella naturaleza de mujer tan excepcional y, elegida. Pero la tarea que él sueña también necesita gestos sublimes y fortaleza varonil.


INFLUENCIA DE SANTA TERESA

Aún no hace un cuarto de siglo que Santa Teresa ha muerto. Había dejado sembrados dieciocho monasterios en España. Cuando va a actuar Francisco de Sales, las carmelitas ya han penetrado en Lisboa, Portugal, con María de San José y el padre Gracian de la Madre de Dios. Ahora las carmelitas de Santa Teresa, acaban de ser introducidas en Francia por Ana de Jesús, “la capitana de las prioras”, como la llamaba Santa Teresa y la predilecta de San Juan de la Cruz, aunque alguna vez había opinado mal de la designación de San Juan llamando hija suya a Santa Teresa y replicaría,”que lo es muy de verdad de mi alma. A estas alturas ya se  han establecido en Dijón. Juana ya se relaciona con ellas. Francisco no impide su relación con las monjas españolas, cosa de competencias desgraciadamente tan corriente por los celos humanos, sino que la favorece, y goza viendo a Juana envuelta en aquella brisa mística que llega de Avila. La mística y los modos teresianos dejarán un rescoldo fecundo en la vida espiritual de la baronesa, que imprimirá una huella en la espiritualidad de Santa Juana, Así lo testifican sus propias confesiones: “De campestre que era, la hicieron ciudadana de la mística. Eso le alentó a ascender de los primeros grados de la oración y la liberó de la sumisión excesiva a los métodos de la oración ordinaria. A los asiduos a los monasterios de la Visitación les resultará familiar el verbo latino ”cucurri”. Forma parte de un salmo latino que reza así: “Mandata tua cucurri, cum dilatasti cor meum”, “guardé gozosamente tus mandamientos uando ensanchaste mi corazón”  Se refiere la frase la delicia que siente un alma cuando es conducida por el Espíritu Santo por la vía mística, que se goza por los Dones del Espíritu santo y no por las virtudes. Juan Francisca estaba en disposición de empezar su obra.


FUNDADORA

En la primavera de 1607 la baronesa volvía a Annecy para conocer lo que su director pensaba hacer respecto a ella. "Fui en su busca -nos dice ella misma- con la mayor indiferencia que pude." Francisco escucha, observa y calla. Durante una semana entera examina la voluntad de Dios en un silencio solemne y dramático. "Pero el día siguiente a la fiesta de Pentecostés -dice una discípula de la santa-, habiéndola llamado después de la misa, con un semblante grave y serio, y de una manera que indicaba al hombre absorto en Dios, le dijo: "Bueno, hija mía, ya he resuelto lo que voy a hacer de ti". "Y yo Padre mío, estoy resuelta a obedecer." Así respondió ella, de rodillas. El obispo permaneció en pie a dos pasos de ella, y después de una pausa, continuó: "Muy bien; es preciso que entres en Santa Clara." "Dispuesta estoy, Padre mío" -contestó ella. "No-replicó el obispo-, no eres bastante fuerte; tendrás que ser Hermana del hospital de Beaune." "Como os guste." "No, no es eso lo que quiero -agregó él-; debes ser carmelita." "Ahora mismo, monseñor", repuso ella. Aún la propuso otros varios proyectos para probarla, y vió que era una cera derretida por el calor divino, dispuesta a recibir cualquier forma de vida religiosa. Le expuso al: fin su idea de fundar una nueva congregación, el instituto de la Visitación de Santa María. La vocación que Francisco quería desarrollar era la de religiosas que visitaran a los pobres, de ahí su nombre de la Visitación y visitandinas. Era pronto aún y el obispo no le permitió que salieran del claustro y tuvo que aceptar la renuncia a su primer planteamiento que, un poco después tomará San Vicente de Paul para sus Hijas de la Caridad


LA DESPEDIDA

En 1610 todo estaba preparado en Annecy para recibir a las primeras visitandinas. La señora de Chantal abandonó su casa el día de San José. La despedida dió lugar a una escena emocionante. Todos lloraban, y ella misma, a pesar de la violencia que se hacía, estaba deshecha en llanto. El mayor de sus hijos, Celso Benigno de Rabutín Chantal, el que será un día padre de la marquesa de Sevigné, se colgó a su cuello esforzándose por retenerla con sus caricias. Ella le cubría de besos y respondía a todas sus razones con un valor admirable. A fin se arrancó violentamente a los brazos de su hijo, y se dispuso a marchar. Entonces, Celso Benigno, desesperado por no poder detener a su madre, se tendió en el umbral, y dijo estas palabras: "Madre, pasa si quieres, si te atreves a pasar sobró el cuerpo de tu hijo." Dudó ella un momento y se detuvo con el corazón oprimido; pero, cobrando luego nuevas fuerzas, ~ sonriendo a través de las lágrimas, echó a andar, ganó la calle de un salto y subió a su carroza. Durante un rato caminó en silencio y con los ojos arrasados en lágrimas; después se tranquilizó súbitamente y entonó el cántico de la liberación. Su agonía había terminado.


EL HOGAR

Entre Chambery y Ginebra, sobre una de las colinas que descienden de las cumbres del San Bernardo y del Mont-Blanc, está Annecy. Es una ciudad pequeña. El primer convento del instituto, entre huertos y arboledas, fuentes cristalinas y plátanos seculares. Así se presentaba al mundo el instituto de la Visitación, concebido por el fundador con el mismo espíritu que la Introducción a la vida devota, pórtico de la santidad cristiana. Es un error querer desterrar a las persona débiles de la vida cristiana, a quien no es capaz de soportar los rigores del Carmelo, pero ni lo oficios de la noche, ni los ayunos, ni las disciplinas, son necesarios para llegar a la santidad. La Visitación será el Carmelo de los frágiles, de los enfermos. "Esta con­dición -escribe Francisco- ha sido dirigida para que ninguna aspereza pueda apartar a los débiles de dedicarse a la perfección del amor." Esta frase refleja con toda precisión el programa del nuevo instituto, y las primeras salesas lo cumplieron de una ma­nera admirable, llegando a convertirse en maestras del amor o para el mismo fundador. En aquellos días gloriosos, la Visitación fue para él un campo de experiencias místicas, donde las semillas fecundas luego habían de germinar en el Tratado del amor divino.


PRIMERA OBSERVANTE

La Madre Juana era la primera en los deberes de la observancia. 'Nuestro Padre -dice una de las primeras visitandinas- deseaba, que las Hermanas hagan la cocina y los oficios domésticos una tras otra. Nues­tra Madre, si no estaba enferma, jamás se dispensaba de servir y cocinar la semana que le tocaba. En el gran jardín de la casa acogen a los niños de los pobres, la Madre encontraba gran suavidad en estos ejercicios bajos y domésticos. Aunque su principal cuidado era fundar bien a sus hijas: en la vida interior y del espíritu; y por la gracia divina, muchas tuvieron en poco tiempo oración de quietud, de sueño amoroso, de unión altísima; y luces extraordinarias de los misterios divinos en que estaban absortas; y algunos arrobamientos y éxtasis..


SE REVELA LA MUJER DE GOBIERNO

La mujer sumisa y confiada, que parecía incapaz de dar un paso sin el gobierno de otro, se había convertido en una maestra insigne; la discípula tímida y obediente se había revelado con un carácter maravillosamente dotado para el gobierno. De repente, camina de ciudad en ciudad, organiza comunidades en todas las provincias de Francia, atiende a todos los detalles de la administración, dirige treinta, sesenta y hasta ochenta casas y mantener una correspondencia europea. Sin la vivacidad, sin la elocuencia de Santa Teresa tiene su profundo sentido práctico. Hablaba poco y con sequedad. "Preguntadme -decía a sus hijas-; no soy predicadora; sólo sé hablar cuando me preguntan.". Sus cartas son breves, y dirigidas siempre a la acción. Por el desdén de la forma, recuerdan las de San Vicente de Paul. Por el pensamiento, por la pasión, por la luminosidad, son reflejo de un espíritu elevado, firme, ardiente y un poco autoritario. Juana Francisca había nacido para mandar. Su porte de reina, su mirada, su gesto, su voz, eran las de un jefe nato. Con menos virtud, hubiera llegado a ser altiva, imperiosa, inclinada a la severidad e intransigente ante la resistencia. Felizmente, la gracia de Dios, la dulzura comunicativa de San Francisco de Sales y la santidad corrigieron ese fallo, desarrollando en su alma una humildad y una dulzura que, nos admiran más por no ser naturales.

JESUS MARTI BALLESTER 

 

12 de Diciembre
 

Santa Juana Francisca de Chantal, religiosa
(1572-1641)



Ella misma nos da sus datos primeros: "Me llamo Juana Francisca Fremyot, natural de Dijón, capital del ducado de Borgoña. Soy hija del señor Fremyot, presidente del Parlamento de Dijón y de la señora Margarita de Barbysey".

Llevó una niñez y juventud propia de la nobleza a la que pertenecía. Era muy elegante, porte digno de cautivar a cualquiera: bondadosa, guapa, modesta, buena conversadora, rica en conocimientos y en piedad. Era una joven de su tiempo. Se enamoró locamente del barón Rabutín Chantal con el que se unió en matrimonio y al que amó con toda su alma. El barón supo corresponder a este amor. Cuando el barón estaba fuera de casa, parecía como si Francisca estuviera de luto. Cuando el barón llegaba, se arreglaba con las mejores galas, salía a recibirle y la alegría volvía a su rostro. Por ello cuando el Señor le pida el sacrificio de la vida de su esposo, ella le rogará con fuerzas: "Señor, pídeme lo que quieras, estoy dispuesta a los mayores sacrificios con tal de que no te lo lleves". Y cuando murió lo lloró desconsoladamente durante mucho tiempo. Sus familiares y amigos creían que también ella iba a morir. Tanto fue lo que se desmejoró y enflaqueció que quedó reducida a los huesos.

Francisca es una maravillosa ama de casa. Todos la quieren y la admiran. Educa cristianamente a sus hijos a los que ama más que a sí misma. Los criados depondrán en el proceso de su Beatificación: "La Señora sirvió a Dios a quien mucho amaba y practicaba la virtud continuamente, pero sin llamar la atención. A nadie molestaba con sus rezos. Era muy atenta y buena con todos".

Las cruces no le faltarán nunca. Así no se apegará su corazón a las cosas de este mundo. En vez de refugiarse con su padre que la idolatraba o de quedarse en su palacio, decide marcharse al lado de su suegro que tiene un carácter déspota y agrio, como si fuera hecho de vinagre y hiel. Siete años a su lado, fueron cruces sin cuento las que hubo de sufrir la sensibilísima Francisca.

No todo había de ser desconsuelo y mano dura de parte del Señor. El santo Obispo de Ginebra -S. Francisco de Sales- pudo decir de ella: "Hallé en Dijón -donde vivía Francisca- lo que Salomón no pudo encontrar en Jerusalén: hallé a la mujer fuerte en la persona de la señora de Chantal".

El encuentro con San Francisco fue providencial. Iba un día montada a caballo y cerca de un bosque vio a un sacerdote venerable que rezaba fervorosamente su breviario. Poco después este mismo sacerdote vio en una especie de visión a una mujer joven, viuda, modesta. Un impulso interior le dijo que ésta sería el instrumento que el Señor le destinaba para la obra que pensaba llevar a cabo.

Vino a predicar aquel sacerdote a Dijón. Éste era el obispo de Ginebra San Francisco de Sales. La santa empezó a dirigirse con él y él vio que la obra de Dios iba por buen camino. De modo prodigioso y como si fueran Florecillas de San Francisco de Sales empieza a extenderse y a echar sus cimientos esta obra de las Religiosas de la Visitación. A las afueras de Annecy, en una modesta casita, se reúne un grupo de mujeres que quieren seguir del todo a Jesucristo. Mucho hubieron de sufrir los dos santos. No faltaron habladurías y burlas, pero como era obra de Dios, la cosa siguió adelante. Un día la varonil Francisca se verá obligada a pasar por encima del cuerpo de su hijo que le impide siga la llamada de Dios. Mucho le amaba, pero era mayor el amor que sentía a su Dios. Por fin, el 13 de diciembre de 1641, cargada de buenas obras, la joven, la esposa, la viuda, la religiosa y la fundadora, partía a la eternidad. Sus hijas siguen su ejemplo.