16 de noviembre

SANTA GERTRUDIS LA MAGNA
Virgen cisterciense


Audiencia General de Benedicto XVI

 

Sajonia, 6-enero-1256
+ Helfta, 1301/1302

 

He aquí una de las santas más excelsas de todos los tiempos, cuya vida Dios permitió que estuviera rodeada de misterio —hasta casi nuestros días—, a causa de haber sido objeto del mayor confusionismo y de las más grandes divergencias entre los historiadores. Se sabe que en el monasterio de Helfta se vivió desde el primer momento la regla de San Benito, pero bajo las observancias del Císter. Fueron dominicos y franciscanos quienes se interesaron por las monjas y las guiaron por caminos de santidad encumbrada. Las obras que conservamos de la santa fueron traducidas del alemán al latín por dos cartujos.

Hasta el siglo XIX la confundieron con su homónima Gertrudis de Hackeborn, abadesa y fundadora de Helfta, quien la había recibido en su monasterio y la tuvo bajo su gobierno la mayor parte de su vida. La mayoría de las imágenes de la santa la representan revestida con cogulla benedictina y empuñando báculo abacial, cuando en realidad jamás fue abadesa. Este doble anacronismo contribuyó a que por parte del Císter no se la incluyera en los calendarios litúrgicos ni se celebrara su fiesta. Fue preciso que los propios benedictinos de Solesmes desvanecieran los errores históricos, y entonces fue cuando en el Císter se comenzó a celebrar su fiesta, aunque en época bien moderna, por lo menos en la estrecha observancia, que necesitó las primeras décadas del siglo XX para constituirse en la entidad monástica más fuerte dentro del Císter.

Helfta fue una de las escuelas místicas más renombradas de la Edad Media, por haber florecido allí un plantel de almas extraordinarias. Sabemos que en sus aulas se leían y estudiaban asiduamente los libros sagrados, los escritos de los santos padres y las obras de los grandes escolásticos. En su escritorio, las religiosas copiaban afanosamente los libros de San Agustín y los de San Gregorio Magno, los de San Bernardo y los de la Escuela de San Víctor. Aparte de esto, había establecido para todas las religiosas y para las niñas de las familias nobles que se educaban en el monasterio, un plan completo de estudios serios y variados. Este plan comprendía varias etapas y abarcaba por igual las ciencias religiosas y las profanas.


PRIMEROS AÑOS. FORMACIÓN EN HELFTA

Sabemos que, nacida en un lugar de Sajonia, apareció en el mundo como regalo de Reyes el 6 de enero de 1256, pero no se sabe dónde, ni quiénes fueron sus padres. Dios se ha complacido en rodear de misterio a esta santa, cuya grandeza mereció que la posteridad le aplicara el renombre de Magna. El llevarla al monasterio en edad tan temprana era práctica muy frecuente en la Edad Media, que duró casi hasta el siglo XVIII.

La historia de Helfta no pudo ser más accidentada. A pesar de florecer allí aquel plantel de almas selectas, Dios permitió los mayores estragos de todo género: persecuciones, incendios, saqueos, traslados de lugar. En 1261, al frisar Gertrudis los cinco años, fue recibida allí por Gertrudis de Hackebom, la abadesa que ya conocemos, quien contaba a la sazón 26 años de edad y llevaba siete de abadesa. Se esmeró en que la niña recibiera la formación integral que se estilaba en el colegio, sin nada especial que la distinguiera del resto de las demás niñas. La puso en manos de Matilde, joven de veinte años, hermana de la propia abadesa, la cual estaba iniciando su tarea de directora de la escuela monástica donde se formaban las niñas. No pudieron poner a Gertrudis en mejores manos, pues Matilde de Hackerborn llegó a ser una de las místicas más renombradas de toda la Edad Media. Pronto se entendieron maravillosamente maestra y discípula y entablaron una amistad espiritual que se extendería a través de toda la vida.


CONVERSIÓN A CRISTO, ÚNICO AMOR

A pesar de que los biógrafos se muestran parcos en ofrecernos rasgos muy salientes de la juventud de la nueva aspirante, nos la presentan joven brillante en prendas personales, pero sin nada que la distinguiera del común de otras jóvenes. Es más, hasta los veinticinco años llevó una existencia bien poco diferente del común de las otras colegialas. Una vida, si no contemporizando con el pecado, de bastante flojedad. Ella misma lo reconoce –exagerando quizá como suelen hacer los santos al hablar de sí mismos–, ya que tanto se entregó al estudio de las ciencias profanas, que estuvo a punto de olvidar por completo el cultivo del espíritu.

«Lo que más la sedujo en esa época fue el encanto de las artes liberales. Alma poética y sentimental, espíritu delicado y amante de todo lo bello, Gertrudis sintió vivamente la honda fascinación que ejerce sobre todas las almas selectas la magia divina del arte. Ella se reprochará algún día esta especie de claudicación; pero, sin ella, no hubiera alcanzado quizás esa madurez intelectual y ese vigor literario que hoy podemos admirar y saborear en sus escritos.»

Pero Dios, al ver su corazón bien dispuesto, quiso hacer de ella un prodigio de la gracia divina, manifestándosele a ella de una manera especial y muy íntima. Todo comenzó a sus veintiséis años por una terrible crisis que culminaría sumergiéndola en la lobreguez de la noche oscura. Aquel cielo de bronce que se desplegó ante sus ojos, comenzó pronto a despejarse un mes más tarde en el dormitorio. Al salir de completas y caminar por el pasillo, hizo la reverencia a una hermana con la cual se encontró, quedando sobrecogida de estupor al contemplar ante sí a Cristo, el más bello de los hijos de los hombres, el cual desplegó sus labios para decirle: «Pronto vendrá tu salvación, ¿por qué te consumes en la tristeza?» Estas palabras fueron para ella una llamada clara a entrar por un camino de intimidad con Cristo, pues jamás olvidará en su vida aquellos momentos deliciosos.

Entonces, del fondo de su alma brotaron aquellas palabras que dejará escritas: 'Soy una huerfanita, sin madre, pobre y privada de todo. Sólo Jesús es mi consolación. Desde hoy soy toda tuya; mi cuerpo y mi alma están en tus manos; los entrego a tu amor. ¡Oh Jesús, amor único de mi corazón; oh amante lleno de ternura; oh amado, amado, amado sobre todas las cosas, por ti suspira y enferma el deseo ardiente de mi alma! Tú eres para ella como un día de primavera, vibrante de vida y perfumado de flores».


CONFIDENTE DEL CORAZÓN DE CRISTO

Cristo, todo bondad y dulzura, ante aquella alma que prorrumpió en tan dulces acentos, se mostró generoso hasta el punto de escogerla para habitar en aquel corazón de una manera sensible e inefable durante toda su vida, hasta poder decir en alguna ocasión que se le encontraría en el corazón de Gertrudis. Pensamiento que ha orientado a los artistas para representar a la santa con ese distintivo especial, con Jesús niño grabado sobre su corazón. Desde el momento de su conversión, dice gráficamente uno de sus biógrafos, «dejó de ser gramática, para convertirse en teóloga». Es decir, dejó a un lado todas las letras humanas -consideradas profanas y que la habían cautivado sobremanera, llevando a su alma una disipación y ordinariez de vida- para ahondar en la lectura y contemplación de los libros santos. Así fue como se convertiría en la gran detectora del misterio santo encerrado en el corazón de Cristo: su vida tomó desde aquel momento un nuevo rumbo, porque comienza la época de las grandes revelaciones, de las íntimas efusiones del Señor con su sierva.

El mismo Redentor será quien la irá instruyendo con hablas misteriosas e inefables coloquios sobre los secretos más recónditos de la vida espiritual. Gozó del favor inefable de ser distinguida con los estigmas de la pasión. Los favores divinos seguirán prodigándose en su alma con gran frecuencia, sobre todo en las grandes festividades del Señor y de la Santísima Virgen. Llegará a ser en la Iglesia la primera confidente destacada que pregonará las grandezas insondables del corazón de Cristo. No tuvo la satisfacción de Santa Margarita María Alacoque de ver establecido el culto litúrgico encaminado a expiar las ofensas inferidas a la divinidad en el sacramento del amor. «Su misión principal estuvo orientada más bien a descubrir las íntimas relaciones que tiene el corazón de Cristo con la augusta Trinidad, con la Iglesia triunfante, militante y purgante, y por fin en la santificación de las almas. En una época de transición, en el tiempo que media entre la antigüedad cristiana y la edad moderna, va a recoger en su vigor la savia en las fuentes del oficio litúrgico para transmitirla por otra nueva corriente hasta las últimas generaciones.

Santa Gertrudis se distinguió entre todos los doctores espirituales y místicos de todos los tiempos, sin exceptuar los que contribuyeron a establecer el culto público del Sagrado Corazón en la Iglesia. Ninguno ha explanado los misterios múltiples, necesarios y universales que encierra este dogma con la insistencia, precisión y perfección que hallamos en las revelaciones de esta santa. Fallecida con la muerte de los santos en 1301 ó 1302, resultó una lumbrera esplendorosa de la Iglesia, una de las más íntimas confidentes que tuvo Cristo en la tierra.


MAESTRA DE ESPIRITUALIDAD

Si es admirable la santa por su extraordinaria vida, no lo es menos por sus obras, aunque desgraciadamente sólo han llegado hasta nosotros algunas, porque las demás desaparecieron ya en los primeros tiempos. Conocemos hoy solamente dos obras. Una, los Ejercicios Espirituales, que son un libro prodigioso, uno de los más admirables que se hayan escrito jamás sobre las sublimes relaciones que pueden establecerse entre Dios y el alma humana. Son, además, «un acabado retrato del alma de la santa y una expresión incomparable de su verdadera piedad». «Por otra parte, la presencia constante de la amable figura del Redentor, todo bondad, todo ternura y generosidad, nos llena de una inefable alegría, de una profunda y jubilosa tranquilidad. Aquí respiramos a pleno pulmón la más pura quintaesencia de la espiritualidad paulina».

Pero la obra que más fama le ha dado a la santa es la titulada Embajador de la divina piedad. Cosa admirable y desconcertante: ella y otra religiosa habían sido las amanuenses de su maestra, amiga y confidente -según hemos insinuado- Santa Matilde de Hackeborn, pues las enfermedades que padeció la santa, sobre todo los últimos años de su vida, le hacían imposible poder consignar por escrito aquellas perlas preciosas que brotaban continuamente de su alma llena de Dios. Lo que hizo con su maestra, lo haría luego con ella otra religiosa, puesto que sólo le fue dado escribir el libro segundo de los cinco que se conocen. Los demás son fruto del trabajo de otras religiosas.

La obra está concebida en estos términos. Se abre con un prólogo general, al que siguen cinco libros distintos, encabezados todos ellos -excepto el primero- por una breve advertencia preliminar. Cada uno de esos libros fue escrito por distintas manos y en distintas épocas. Lo primero que se escribió de toda la obra fue la primera parte, lo que hoy está colocado en el lugar del libro segundo, único que, como queda dicho, fue escrito por la propia santa, desde abril hasta final del año 1289. Sus frecuentes y graves achaques le impidieron continuar escribiendo por sí misma el resto de la obra, sirviéndose de una inteligente hermana a la que fue dictando todas las demás partes de la obra.

Cuando se cumple el VII centenario de la muerte de tan insigne maestra, sería magnífico que la Iglesia declarara a Santa Gertrudis la Magna doctora de la Iglesia.

DAMIÁN YÁÑEZ, O.C.S.O.

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