JUDIT

La emblemática heroína bíblica Judit no es mencionada en el Martyrologium Romanum de 2001.
Su ejemplaridad y el ser figura de María son suficientes motivos para evocar su gesta este día,
de acuerdo con anteriores martirologios.


Judit significa da judía». Este nombre aparece por primera vez en el Génesis refiriéndose a una de las dos mujeres que tomó Esaú y que fueron causa de amargura y sufrimiento para Isaac y Rebeca (cf. Gn 26, 34-35). Sin embargo, pasó a la historia por ser el de la heroína que da nombre a un libro de la Biblia: Judit.

El libro que cuenta la historia de Judit pertenece a los que la Iglesia reconoció tardíamente como canónicos de manera oficial. Algunos piensan que su autor fue un judío palestino, posterior al destierro, que lo escribió en hebreo o arameo.

El texto no ofrece ninguna seguridad en los datos numéricos, geográficos ni cronológicos que nos aporta. Encontramos en él muchos datos alegóricos o de género apocalíptico. El autor, basándose posiblemente en datos reales, escribió una historia que sirviera para animar al pueblo de Israel en los momentos de lucha contra el enemigo.


LA HISTORIA COMO PRETEXTO

El relato que se nos cuenta en este libro es de la más pura tradición bíblica: la soberbia de un pueblo extranjero, la mujer que seduce al enemigo y lo vence, el descubrimiento del asesinato, los cantos de victoria, la liberación al clarear el alba, el extranjero que descubre a Yahvé.

Nabucodonosor, emperador y dueño de toda la tierra encomienda a Holofernes, generalísimo de su ejército, que ataque y conquiste todos los pueblos de Occidente que no quisieron sometérsele.

Holofernes, jornada tras jornada, iba derrotando a todos cuantos se le oponían. Sembraba el temor y el espanto por todas las ciudades que pasaba y algunas, llevadas por el miedo, se postraron ante él.

Sólo un pueblo, Israel, se negó a recibirle e hizo frente a su arrogancia. Los habitantes de Judea fortificaron poblados, ocuparon las alturas de las montañas e hicieron provisiones. Betulia fue la ciudad escogida por el sumo sacerdote de Jerusalén para cortar el paso a los invasores.

Todos los israelitas se vistieron de sayal y oraron a Dios. Su poder y su fuerza estaba en la súplica confiada y en la fidelidad a un Dios que odia la injusticia y lucha por su pueblo. Su Dios era su Rey. Su fuerza era su Dios.

Ante la imposibilidad de escalar la cumbre de los montes, el ejército de Holofernes se apoderó de los depósitos de agua y de las fuentes de los hijos de Israel. Treinta y cuatro días estuvieron cercados por el ejército enemigo.

A todos los israelitas se les acabaron las reservas de agua. Les fallaban las fuerzas y se apoderaba de ellos la desconfianza. Dios les había abandonado y nadie salía en su ayuda. ¿Rendirse al enemigo o morir?

Ozías, jefe de la ciudad, habló al pueblo: «Tened confianza, hermanos. Vamos a resistir otros cinco días, y en ese plazo el Señor, Dios nuestro, se compadecerá de nosotros. ¡Porque no nos va a abandonar hasta el fin!Ud 7, 30-31). Era el aliento de un jefe que no sabía cómo ayudar a su pueblo. Posiblemente él también empezaba a desconfiar.


LA MUJER

Dios nunca abandona a sus hijos. Esta vez, como tantas veces, sale al encuentro de su pueblo en forma de debilidad y desvalimiento. Judit. La mujer que desafía y denuncia a los jefes. La viuda que rebosa fortaleza. La orante que inspira confianza. Valiente y esperanzada. Confiada y sagaz. Ésta es Judit. Estimada por todo el pueblo, porque todos conocían bien su inteligencia y la bondad de su corazón.

Le duele la desconfianza de sus jefes. ¿Cómo se atreven a poner plazos a Dios? ¿Es que no entienden nada? ¿Desde cuándo se exigen garantías a los planes de Dios? Esta actitud de su pueblo encendió aún más la confianza de Judit, aumentó su esperanza y gritó ante el señor:

¡Dios, Dios mío, escucha a esta viuda!
Tu poder no está en el número ni tu imperio en los guerreros;
eres Dios de los humildes, socorredor de los pequeños,
protector de los débiles, defensor de los desanimados,
salvador de los desesperados.
Haz que todo tu pueblo y todas las tribus
vean y conozcan que tú eres el único Dios,
Dios de toda fuerza y de todo poder.»

(Jd 9, 5.11.14)

Acabada su plegaria al Dios de Israel, Judit llamó a su sierva, le entregó las provisiones y salieron de la ciudad hacia el campamento enemigo. Cuando estuvo frente a Holofernes, se postró rostro en tierra. Daba así comienzo a la salvación de su pueblo.


LA ENVIADA

Judit permaneció tres días en el campamento. Por la noche se dirigía hacia el barranco de Betulia a hacer sus abluciones. De regreso, suplicaba al Señor, Dios de Israel, que diese buen fin a sus proyectos.

Al cuarto día, Holofernes la invitó a un banquete. Comió y bebió, pero en ningún momento perdió la razón ni el valor. Una vez a solas con él, aprovechando que estaba adormilado por el vino, suplicó la fuerza de lo alto y cortó la cabeza del enemigo. Era la enviada. Luchaba por su patria. Estaba al servicio de su Dios. ¿Sus armas?: la seducción y la astucia. ¿Su fuerza?: Dios estaba en ella.

Cuando volvió a Betulia, todo el pueblo salió a recibirla alabando a Dios. La victoria de Judit es el premio a su oración confiada y a su esperanza cuando todos desesperaban. Pero ella sabía muy bien que sólo había sido un simple instrumento. Dios había dado muerte al enemigo sirviéndose de su mano.

Judit entonó, en medio de todo Israel, un himno de acción de gracias. Y todo el pueblo repetía sus alabanzas:

«Cantaré a mi Dios un cántico nuevo:
Señor, tú eres grande y glorioso,
admirable en tu fuerza, invencible.
Que te sirva toda la creación,
porque tú lo mandaste y existió,
enviaste tu aliento y la construiste,
nada puede resistir a tu voz.
Sacudirán las olas los cimientos de los montes,
las peñas se derretirán como cera,
pero tú serás propicio a tus fieles.
Pues poco valen los sacrificios de olor agradable
y nada la grasa de los holocaustos,
pero el que teme al Señor será siempre grande.»

(Jd 16, 13-16)

Judit prorrumpe en alabanzas a Dios, como María, porque ha manifestado en ella su grandeza y el poder de su gloria. Este cántico sigue recitándose en la liturgia de la Iglesia. Es el cántico de Judit.

Terminados los días de los festejos, Judit volvió a su casa y liberó a su sirvienta. Fue en su tiempo muy famosa. Vivió en casa de su marido hasta la edad avanzada de 105 años. Nadie atemorizó a Israel mientras vivió Judit, ni en mucho tiempo después de su muerte.

Judit, la judía. La que vive de la confianza en Dios porque él tiene siempre la última palabra y la confianza en él es siempre recompensada.

Judit, figura de María, la Madre de Jesús, porque, como ella, fue signo de esperanza y protección para el pueblo de Dios.

La figura de Judit ha llamado la atención de los artistas en múltiples ocasiones. Paul Claudel la llevó al teatro. Antonio Vivaldi compuso un oratorio en su memoria con el título Juditha triumphas. El drama de Judit y Holofernes ha sido uno de los asuntos preferidos de la tradición pictórica. En la Capilla Sixtina se encuentra un fresco de Miguel Ángel. La Galería de los Uffizi de Florencia posee las telas de Boticcelli y de Palma el Viejo. Y en el Museo del Prado se exponen tres cuadros de Tintoretto.

 

JULIA VILLA GARCÍA