13 de agosto

SANTOS PONCIANO, papa, e
HIPÓLITO, presbítero
Mártires


+ Cerdeña, 235


HIPÓLITO, PRIMER ANTIPAPA

En el siglo III ya la Iglesia vio surgir al primer antipapa de la historia: Hipólito. Fue asimismo de los grandes teólogos romanos que escribió en lengua griega. Era sacerdote y escritor eclesiástico de primera categoría y uno de los hombres más ilustres de su tiempo. Fue un escritor fecundo y brillante de la literatura occidental y autor de muchas obras, de las cuales dos son las más importantes: Refutación de todas las herejías (Philosophumena), en la que, con un cierto aire apologético, enumera hasta 33 sectas gnósticas, a las que acusa de inspirarse ideológicamente en el paganismo y de las que da abundantes noticias y juicios interesantes, y la Tradición apostólica, fuente preciosa de noticias sobre el culto cristiano en la Iglesia antigua. Es el ceremonial más antiguo que se conserva en la Iglesia, escrito hacia el año 225, y que tuvo una gran influencia en otros rituales. Las ceremonias fundamentales que describe se refieren a la ordenación de obispos y presbíteros, a la administración del bautismo y a las normas para los tiempos de oración. Inculca especialmente el uso de la señal de la cruz contra las tentaciones del demonio. Además y concretamente la actual plegaria eucarística II (canon II) de la misa es la que transmite San Hipólito en esta obra con algunos pequeños retoques.

Pero además escribió una obra Sobre el anticristo, compuesta hacia el año 200, en la que trata de todas las circunstancias que han de rodear su venida y del milenarismo, siendo este tratado la disertación de mayor envergadura en la literatura patrística sobre el anticristo. También escribió una Crónica, que comienza con la creación del mundo y termina en el año 234, cuyo fin era probar la vaciedad de la esperanza de un reinado de mil años, insinuado por el Apocalipsis de San Juan (20, 1-6). Hipólito era, sin discusión, el miembro más egregio del clero romano. Discípulo de San Ireneo 28 de junio), en su actividad literaria aparece más como erudito que como pensador. Sus vastos conocimientos eran enciclopédicos y abarcaban todos las ramas de la ciencia eclesiástica, aunque se dedicó más bien a la exégesis de la Escritura, habiendo escrito en el año 204 un Comentario a Daniel, teniendo a la vista la persecución de Septimio Severo. Su interpretación es de tipo alegórico y, por eso, en Babilonia ve al mundo; en Darío y sus secuaces, al diablo, y en el foso de los leones, el purgatorio.


PONCIANO E HIPÓLITO, MÁRTIRES

Rigorista en materia moral y luchador incansable contra la herejía del sabelianismo, al ser elegido papa Calixto I (217-222), que suavizó la disciplina penitencial con los pecadores admitidos a la reconciliación, se mostró tolerante con los clérigos prevaricadores y no condenó hasta el final dicha herejía, Hipólito no lo reconoció como papa, y él mismo se constituyó en antipapa, al frente de un pequeño grupo de disidentes que mantuvieron su postura durante los pontificados de Urbano I (223-230) y de Ponciano (230-235).

Pero durante la persecución de Maximino de Tracia, un emperador brutal y cruel (235-238), el papa Ponciano y el antipapa Hipólito fueron detenidos y condenados a trabajos forzados en las minas de Cerdeña. Allí se reconciliaron ambos, ambos hicieron las paces; Hipólito se reconcilió con la Iglesia y pidió a sus seguidores que hicieran lo mismo; Ponciano renunció al pontificado (28 de septiembre de 235) y ambos murieron casi al mismo tiempo, poco después; por ello la Iglesia les honra a los dos como mártires, ya que fueron maltratados y azotados con fustas hasta expirar. Más tarde, el papa Fabián (236-250) hizo trasladar sus restos mortales a Roma: los de Ponciano al cementerio de Calixto, donde se enterraban los papas entonces, y los de Hipólito al cementerio de la vía Tiburtina.

Si de San Hipólito se tienen bastantes noticias (aunque algunos autores desdoblan el personaje en dos: uno, el mártir, y otro, el escritor), del papa San Ponciano se encuentran menos. Sólo se sabe que fue sucesor de Urbano I (223-230) y que continuó el vasto plan de la administración de la Iglesia iniciado por el papa Calixto (222), además de las anotadas poco antes.

La oración litúrgica de ambos mártires pide a Dios que «el glorioso martirio de sus santos aumente en nosotros los deseos de amarte y fortalezca la fe en nuestros corazones». En la lectura de la Liturgia de las Horas (T. IV), San Cipriano hace un canto a los mártires, a su fidelidad, a su libertad, a su alegría, para terminar exclamando: 'Dichosa nuestra Iglesia, a la que Dios se digna honrar con semejante resplandor, ilustre en nuestro tiempo por la sangre gloriosa de los mártires. Antes era blanca por las obras de los hermanos; ahora se ha vuelto roja por la sangre de los mártires. Entre sus flores no faltan ni los lirios ni las rosas».


SAN HIPÓLITO, ESCRITOR

Finalmente, quiero dejar constancia de que en la Liturgia de las horas (T. I), se recogen algunos textos de San Hipólito. Uno (23 de diciembre) en el que recuerda que con Dios «estaba su sabiduría, su razón, su poder y su consejo; todo esto estaba en él, y él era todas estas cosas. Y, cuando quiso y como quiso, y en el tiempo por él mismo predeterminado, manifestó al mundo su Palabra, por quien fueron hechas todas las cosas. (...) Al entrar en el mundo, la Palabra quiso aparecer como hijo de Dios; pues, en efecto, todas las cosas fueron hechas por el Hijo, pero él es engendrado únicamente por el Padre". Otro texto de San Hipólito, sacado de la Refutación de las herejías (30 de diciembre), explica que «fue el Padre quien envió la Palabra, al fin de los tiempos. (...) Sabemos que esta Palabra tomó un cuerpo en el seno de la Virgen, y que asumió al hombre viejo, transformándolo. Sabemos que se hizo hombre de nuestra misma condición. (...) Para que nadie pensara que era distinto a nosotros, se sometió a la fatiga, quiso tener hambre y no se negó a pasar sed, tuvo necesidad de descanso y no rechazó el sufrimiento, obedeció hasta la muerte y manifestó su resurrección, ofreciendo en todo esto su humanidad como primicia, para que tú no te descorazones en medio de tus sufrimientos, sino que, aun reconociéndote hombre, aguardes a tu vez lo mismo que Dios dispuso para él». Para terminar, un tercer texto (8 de enero) de San Hipólito, en el que comenta el bautismo de Jesús: Jesús fue a donde Juan y recibió de él el bautismo. Cosa realmente admirable. La corriente inextinguible que alegra la ciudad de Dios es lavada con un poco de agua. La fuente inalcanzable, que hace germinar la vida para todos los hombres y que nunca se agota, se sumerge en unas aguas pequeñas y temporales. (...) Éste es mi Hijo, el amado: aquel que pasó hambre, y dio de comer a innumerables multitudes; que trabajaba, y confortaba a los que trabajaban; que no tenía dónde reclinar la cabeza, y lo había creado todo con su mano; que padeció, y curaba todos los padecimientos; que recibió bofetadas, y dio al mundo la libertad; que fue herido en el costado, y curó el costado de Adán».

 

RAFAEL DEL OLMO, O.S.A.