18 de julio
San Eugenio, mártir
Cuando los bárbaros
destruyeron el Imperio Romano, los vándalos -dirigidos por Genserico- se
apoderaron del norte de África, que constituía una de las provincias del
Imperio.
Aunque cristianos, los vándalos eran arrianos, que desdecían de su fe
cometiendo, por donde pasaban o se asentaban, una larga serie de atropellos y de
crímenes, destruyendo y quemando iglesias y monasterios y torturando a los
habitantes.
A Genserico sucedió en el reino Hunerico, quien al principio se mostró moderado
con los católicos y, por un pedido del emperador de Constantinopla, permitió que
los fieles eligieran libremente sus autoridades eclesiásticas. Para ejercer la
dignidad episcopal de Cartago resultó electo Eugenio, cuyo nombre significa
"bien nacido". Era un sacerdote estimado por su saber, su piedad y su caritativo
celo hacia los pobres.
Eugenio predicó con ardor, defendiendo la fe católica con agudeza y audacia.
Realizó numerosas conversiones y se hizo muy popular y Hunerico, que le tenía,
le prohibió predicar al público, ordenándole no admitir en su iglesia a ningún
súbdito vándalo.
Eugenio replicó que las puertas de la casa de Dios estaban abiertas para todo el
que se acercara. Entonces el déspota puso guardias a la entrada de los templos,
con orden de torturar a aquellos que no acatasen la prohibición. A los
torturados los hacía pasear luego por las calles, como en procesión, a fin de
que sirviesen de escarmiento a los otros.
Así llegaron la violencia, los asesinatos y deportaciones. Hunerico mandó
organizar una asamblea de obispos católicos y arrianos, para examinar los
argumentos de ambas partes. Hablando con Eugenio, le decía: "Así sabremos quién
está en la verdad".
Se refiere que en este tiempo Eugenio realizó un milagro, en el cual por su
intercesión un ciego, al recibir sobre los ojos agua bendita, recobró
públicamente la vista. Los arrianos achacaron el suceso a artes mágicas y lo
acusaron de hechicero.
La asamblea reunida resultó una farsa.
Obispos católicos desaparecían; otros eran torturados. El pueblo fue espectador
de una afligente caravana caminando en el desierto: era Eugenio, seguido por
sacerdotes y fieles. En Tripoli, a donde se trasladó, fue puesto bajo la
autoridad de un obispo arriano, quién lo trató duramente.
Miles de católico fueron llevados al interior del país, donde cayeron en manos
de los moros, que los torturaron y esclavizaron. Murió así todo el clero de
Cartago y muchos hombres, mujeres, ancianos y niños.
La muerte sorprendió al rey de los vándalos en el año 484 y Eugenio pudo
regresar a su diócesis cuatro años más tarde, para ser desterrado nuevamente
tiempo después por Trasimundo. Esta vez se dirigió a las Galias.
Se cree que cerca de Albi, donde reinaba el visigodo Alarico, otro arriano,
realizó vida solitaria y se dedicó a escribir contra los errores de los herejes.
Allí murió en julio del año 505.