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Santa María Goretti
6 de Julio
María nació el 16 de octubre de 1890, en
Corinaldo, provincia de Ancona, Italia. Hija de Luigi Goretti y Assunta Carlini,
tercera de siete hijos de una familia pobre de bienes terrenales pero rica en fe
y virtudes, cultivadas por medio de la oración en común, rosario todos los días
y los domingos Misa y sagrada Comunión. Al día siguiente de su nacimiento fue
bautizada y consagrada a la Virgen. A los seis años recibirá el sacramento de la
Confirmación.
Después del nacimiento de su cuarto hijo, Luigi Goretti, por la dura crisis
económica por la que atravesaba, decidió emigrar con su familia a las grandes
llanuras de los campos romanos, todavía insalubres en aquella época. Se instaló
en Ferriere di Conca, poniéndose al servicio del conde Mazzoleni, es aquí donde
María muestra claramente una inteligencia y una madurez precoces, donde no
existía ninguna pizca de capricho, ni de desobediencia, ni de mentira. Es
realmente el ángel de la familia.
Tras un año de trabajo agotador, Luigi contrajo una enfermedad fulminante, el
paludismo, que lo llevó a la muerte después de padecer diez días. Como
consecuencia de la muerte de Luigi, Assunta tuvo que trabajar dejando la casa a
cargo de los hermanos mayores. María lloraba a menudo la muerte de su padre, y
aprovecha cualquier ocasión para arrodillarse delante de su tumba, para elevar a
Dios sus plegarias para que su padre goce de la gloria divina.
Junto a la labor de cuidar de sus hermanos menores, María seguía rezando y
asistiendo a sus cursos de catecismo. Posteriormente, su madre contará que el
rosario le resultaba necesario y, de hecho, lo llevaba siempre enrollado
alrededor de la muñeca. Así como la contemplación del crucifijo, que fue para
María una fuente donde se nutría de un intenso amor a Dios y de un profundo
horror por el pecado.
Amor intenso al Señor
María desde muy chica anhelaba recibir la Sagrada Eucaristía. Según era
costumbre en la época, debía esperar hasta los once años, pero un día le
preguntó a su madre: -Mamá, ¿cuándo tomaré la Comunión?. Quiero a Jesús. -¿Cómo
vas a tomarla, si no te sabes el catecismo? Además, no sabes leer, no tenemos
dinero para comprarte el vestido, los zapatos y el velo, y no tenemos ni un
momento libre. -¡Pues nunca podré tomar la Comunión, mamá! ¡Y yo no puedo estar
sin Jesús! -Y, ¿qué quieres que haga? No puedo dejar que vayas a comulgar como
una pequeña ignorante.
Ante estas condiciones, María se comenzó a preparar con la ayuda de una persona
del lugar, y todo el pueblo la ayuda proporcionándole ropa de comunión. De esta
manera, recibió la Eucaristía el 29 de mayo de 1902.
La comunión constante acreciente en ella el amor por la pureza y la anima a
tomar la resolución de conservar esa angélica virtud a toda costa. Un día, tras
haber oído un intercambio de frases deshonestas entre un muchacho y una de sus
compañeras, le dice con indignación a su madre: -Mamá, ¡qué mal habla esa niña!
-Procura no tomar parte nunca en esas conversaciones. -No quiero ni pensarlo,
mamá; antes que hacerlo, preferiría...Y la palabra morir queda entre sus labios.
Un mes después, sucedería lo que ella sentenció.
Pureza eterna
Al entrar al servicio del conde Mazzoleni, Luigi Goretti se había asociado con
Giovanni Serenelli y su hijo Alessandro. Las dos familias viven en apartamentos
separados, pero la cocina es común. Luigi se arrepintió enseguida de aquella
unión con Giovanni Serenelli, persona muy diferente de los suyos, bebedor y
carente de discreción en sus palabras.
Después de la muerte de Luigi, Assunta y sus hijos habían caído bajo el yugo
despótico de los Serenelli, María, que ha comprendido la situación, se esfuerza
por apoyar a su madre: -Ánimo, mamá, no tengas miedo, que ya nos hacemos
mayores. Basta con que el Señor nos conceda salud. La Providencia nos ayudará.
¡Lucharemos y seguiremos luchando!
Desde la muerte de su marido, Assunta siempre estuvó en el campo y ni siquiera
tiene tiempo de ocuparse de la casa, ni de la instrucción religiosa de los más
pequeños. María se encarga de todo, en la medida de lo posible. Durante las
comidas, no se sienta a la mesa hasta que no ha servido a todos, y para ella
sirve las sobras. Su obsequiosidad se extiende igualmente a los Serenelli. Por
su parte, Giovanni, cuya esposa había fallecido en el hospital psiquiátrico de
Ancona, no se preocupa para nada de su hijo Alessandro, joven robusto de
diecinueve años, grosero y vicioso, al que le gusta empapelar su habitación con
imágenes obscenas y leer libros indecentes. En su lecho de muerte, Luigi Goretti
había presentido el peligro que la compañía de los Serenelli representaba para
sus hijos, y había repetido sin cesar a su esposa: -Assunta, regresa a Corinaldo!
Por desgracia Assunta está endeudada y comprometida por un contrato de
arrendamiento.
Después de tener mayor contacto con la familia Goretti, Alessandro comenzó a
hacer proposiciones deshonestas a la inocente María, que en un principio no
comprende.
Más tarde, al adivinar las intenciones perversas del muchacho, la joven está
sobre aviso y rechaza la adulación y las amenazas. Suplica a su madre que no la
deje sola en casa, pero no se atreve a explicarle claramente las causas de su
pánico, pues Alessandro la ha amenazado: -Si le cuentas algo a tu madre, te
mato. Su único recurso es la oración. La víspera de su muerte, María pide de
nuevo llorando a su madre que no la deje sola, pero, al no recibir más
explicaciones, ésta lo considera un capricho y no concede ninguna importancia a
aquella reiterada súplica.
El 5 de julio, a unos cuarenta metros de la casa, están trillando las habas en
la tierra. Alessandro lleva un carro arrastrado por bueyes. Lo hace girar una y
otra vez sobre las habas extendidas en el suelo. Hacia las tres de la tarde, en
el momento en que María se encuentra sola en casa, Alessandro dice:
-"Assunta, ¿quiere hacer el favor de llevar un momento los bueyes por mí?" Sin
sospechar nada, la mujer lo hace. María, sentada en el umbral de la cocina,
remienda una camisa que Alessandro le ha entregado después de comer, mientras
vigila a su hermanita Teresina, que duerme a su lado.
-"¡María!, grita Alessandro. -¿Qué quieres? -Quiero que me sigas. -¿Para qué?
-¡sígueme!
-Si no me dices lo que quieres, no te sigo".
Ante semejante resistencia, el muchacho la agarra violentamente del brazo y la
arrastra hasta la cocina, atrancando la puerta. La niña grita, pero el ruido no
llega hasta el exterior. Al no conseguir que la víctima se someta, Alessandro la
amordaza y esgrime un puñal. María se pone a temblar pero no sucumbe. Furioso,
el joven intenta con violencia arrancarle la ropa, pero María se deshace de la
mordaza y grita:
-No hagas eso, que es pecado... Irás al infierno.
Poco cuidadoso del juicio de Dios, el desgraciado levanta el arma:
-Si no te dejas, te mato.
Ante aquella resistencia, la atraviesa a cuchilladas. La niña se pone a gritar:
-¡Dios mío! ¡Mamá!, y cae al suelo.
Creyéndola muerta, el asesino tira el cuchillo y abre la puerta para huir, pero,
al oírla gemir de nuevo, vuelve sobre sus pasos, recoge el arma y la traspasa
otra vez de parte a parte; después, sube a encerrarse a su habitación.
María recibió catorce heridas graves y quedó inconsciente. Al recobrar el
conocimiento, llama al señor Serenelli: -¡Giovanni! Alessandro me ha matado...
Venga. Casi al mismo tiempo, despertada por el ruido, Teresina lanza un grito
estridente, que su madre oye. Asustada, le dice a su hijo Mariano: -Corre a
buscar a María; dile que Teresina la llama.
En aquel momento, Giovanni Serenelli sube las escaleras y, al ver el horrible
espectáculo que se presenta ante sus ojos, exclama: -¡Assunta, y tú también,
Mario, venid! . Mario Cimarelli, un jornalero de la granja, trepa por la
escalera a toda prisa. La madre llega también: -¡Mamá!, gime María. -¡Es
Alessandro, que quería hacerme daño! Llaman al médico ya los guardias, que
llegan a tiempo para impedir que los vecinos, muy excitados, den muerte a
Alessandro en el acto.
Sufrimiento redentor
Al llegar al hospital, los médicos se sorprendieron de que la niña todavía no
haya sucumbido a sus heridas, pues ha sido alcanzado el pericardio, el corazón,
el pulmón izquierdo, el diafragma y el intestino. Al diagnosticar que no tiene
cura, llamaron al capellán. María se confiesa con toda claridad. Luego, durante
dos horas, los médicos la cuidaron sin dormirla.
María no se lamenta, y no deja de rezar y de ofrecer sus sufrimientos a la
santísima Virgen, Madre de los Dolores. Su madre consiguió que le permitan
permanecer a la cabecera de la cama. María aún tiene fuerzas para consolarla:
-Mamá, querida mamá, ahora estoy bien... ¿Cómo están mis hermanos y hermanas?
En un momento, María le dice a su mamá: -Mamá, dame una gota de agua. -Mi pobre
María, el médico no quiere, porque sería peor para ti. Extrañada, María sigue
diciendo:
-¿Cómo es posible que no pueda beber ni una gota de agua? Luego, dirige la
mirada sobre Jesús crucificado, que también había dicho ¡Tengo sed!, y entendió.
El sacerdote también está a su lado, asistiéndola paternalmente. En el momento
de darle la Sagrada Comunión, le preguntó: -María, ¿perdonas de todo corazón a
tu asesino? Ella le respondió: -Sí, lo perdono por el amor de Jesús, y quiero
que él también venga conmigo al paraíso. Quiero que esté a mi lado... Que Dios
lo perdone, porque yo ya lo he perdonado.
Pasando por momentos análogos por los que pasó el Señor Jesús en la Cruz, María
recibió la Eucaristía y la Extremaunción, serena, tranquila, humilde en el
heroísmo de su victoria.
Después de breves momentos, se le escucha decir: "Papá". Finalmente, María entra
en la gloria inmensa de la Comunión con Dios Amor. Es el día 6 de julio de 1902,
a las tres de la tarde.
La conversión de Alessandro
En el juicio, Alessandro, aconsejado por su abogado, confesó: -"Me gustaba. La
provoqué dos veces al mal, pero no pude conseguir nada. Despechado, preparé el
puñal que debía utilizar". Por ello, fue condenado a 30 años de trabajos
forzados. Aparentaba no sentir ningún remordimiento del crimen tanto así que a
veces se le escuchaba gritar:
-"¡Anímate, Serenelli, dentro de veintinueve años y seis meses serás un
burgués!". Sin embargo, unos años más tarde, Mons. Blandini, Obispo de la
diócesis donde está la prisión, decide visitar al asesino para encaminarlo al
arrepentimiento. -"Está perdiendo el tiempo, monseñor -afirma el carcelero-, ¡es
un duro!"
Alessandro recibió al obispo refunfuñando, pero ante el recuerdo de María, de su
heroico perdón, de la bondad y de la misericordia infinitas de Dios, se deja
alcanzar por la gracia. Después de salir el Prelado, llora en la soledad de la
celda, ante la estupefacción de los carceleros.
Después de tener un sueño donde se le apareció María, vestida de blanco en los
jardines del paraíso, Alessandro, muy cuestionado, escribió a Mons. Blandino:
"Lamento sobre todo el crimen que cometí porque soy consciente de haberle
quitado la vida a una pobre niña inocente que, hasta el último momento, quiso
salvar su honor, sacrificándose antes que ceder a mi criminal voluntad. Pido
perdón a Dios públicamente, ya la pobre familia, por el enorme crimen que
cometí. Confío obtener también yo el perdón, como tantos otros en la tierra". Su
sincero arrepentimiento y su buena conducta en el penal le devuelven la libertad
cuatro años antes de la expiración de la pena. Después, ocupará el puesto de
hortelano en un convento de capuchinos, mostrando una conducta ejemplar, y será
admitido en la orden tercera de san Francisco.
Gracias a su buena disposición, Alessandro fue llamado como testigo en el
proceso de beatificación de María. Resultó algo muy delicado y penoso para él,
pero confesó: "Debo reparación, y debo hacer todo lo que esté en mi mano para su
glorificación. Toda la culpa es mía. Me dejé llevar por la brutal pasión. Ella
es una santa, una verdadera mártir. Es una de las primeras en el paraíso,
después de lo que tuvo que sufrir por mi causa".
En la Navidad de 1937, Alessandro se dirigió a Corinaldo, lugar donde Assunta
Goretti se había retirado con sus hijos. Lo hace simplemente para hacer
reparación y pedir perdón a la madre de su víctima. Nada más llegar ante ella,
le pregunta llorando. -"Assunta, ¿puede perdonarme? -Si María te perdonó
-balbucea-, ¿cómo no voy a perdonarte yo?" El mismo día de Navidad, los
habitantes de Corinaldo se ven sorprendidos y emocionados al ver aproximarse a
la mesa de la Eucaristía, uno junto a otro, a Alessandro y Assunta.