21 de mayo
HOSPICIO
Era un santo eremita. Según nos cuenta un antiguo escritor, nuestro santo,
“vestía de áspero cilicio, rodeado de cadenas de hierro y atado a una de ellas
dentro de una torre, comiendo sólo un poco de pan con dátiles y algunas raíces
de hierbas, y bebiendo sólo agua”. Junto a la torre había un monasterio que a
pesar de tener un prior se regía por los consejos espirituales de aquel siervo
de Dios, admiración de la ciudad entera y de toda la comarca, que no eran otras
que Niza (Francia) y lo que hoy llamamos la Costa Azul. Estos nombres no suelen
evocar penitencias duras y heroicas, y es posible que ya en aquel lejano siglo
los nizardos no se distinguiesen por la austeridad de su vida y la práctica de
las más altas virtudes porque, según san Hospicio, tenían a Dios muy enojado con
su “infidelidad, poca reverencia a los templos, poco amor a los pobres y otros
infinitos vicios”. De ahí que profetizara la llegada de unos bárbaros que iban a
destruir la ciudad y sus alrededores como castigo divino. Los longobardos
hicieron realidad el anuncio del eremita, quien desde su torre, encadenado como
siempre, predicó a los invasores, convirtiendo al parecer a no pocos de ellos