12 de enero:

San Arcadio Mártir († ca. 304).

San Benito Biscop, Abad y Confesor († 690).

 

San Arcadio Mártir
(† ca. 304).

 

Nada seguro se dice en las actas que poseemos de San Arcadio, sobre el tiempo ni sobre el lugar de su martirio. Entre los cronistas, unos suponen que tuvo lugar en tiempo de Valeriano, hacia el 268; otros, más probablemente, en la persecución de Diocleciano, hacia él 304. Por otra parte, algunos martirologios antiguos colocan su nombre entre los mártires del Africa, y los historiadores modernos señalan en particular Cesarea de Mauretania, como el lugar de su martirio.

Efectivamente, hacia el año 304, ardía en el Africa la persecución de Diocleciano, que tantas víctimas costó a la Iglesia. Bastaba la menor sospecha para que los esbirros del gobernador de la Mauretania penetraran en las moradas particulares, y si daban con algún cristiano, saciaban en él desde el primer momento el odio que profesaban al nombre de Cristo, lo cargaban de cadenas y conducían inmediatamente delante del gobernador. Diariamente eran apresadas nuevas víctimas, a las que se obligaba a asistir a los sacrificios públicos ofrecidos a los dioses y a ofrecer incienso a los ídolos.

En estas circunstancias, Arcadio, perteneciente a una distinguida familia, con el objeto de no comprometer a sus parientes retiróse a un lugar solitario, donde permaneció oculto algún tiempo, mientras ejercitaba allí sus prácticas religiosas y ayudaba, en cuanto le era posible, a sus hermanos cristianos en momentos tan difíciles. Mas por su condición distinguida en la población. su ausencia no pudo pasar mucho tiempo inadvertida. Así, pues. como los magistrados públicos no lo vieran comparecer en los sacrificios ofrecidos a los dioses, enviaron sus esbirros en su busca, los cuales allanaron su casa; pero no pudieron encontrar en ella más que a uno de sus parientes, de quien no hubo manera de obtener noticia ninguna sobre el paradero de Arcadio. Así, pues, llenos de furia ante su fracaso, apresaron a dicho pariente y lo condujeron ante el gobernador.

Entre tanto continuaba Arcadio en su escondite, bien seguro de las pesquisas de los satélites del gobernador. Pero, informado rápidamente de lo ocurrido, no pudo con su corazón noble y caritativo, consentir que aquel pobre pariente estuviera sufriendo por él. Uniéndose, pues, a este sentimiento su ansia de sufrir por Cristo, salió de su retiro y se dirigió espontáneamente ante el juez de la Mauretania, y atestiguó ante todo que él era Arcadio, a quien ellos buscaban, y luego hizo expresamente profesión de su cualidad de cristiano. "Por consiguiente, añadió, si por mi causa detenéis en prisiones a ese pariente mío, ponedlo inmediatamente en libertad, pues aquí me tenéis a mi. Yo os aseguro que él es inocente y ni siquiera conocía el lugar de mi retiro."

Inmediatamente, pues, el pariente fue puesto en libertad. Pero entonces comenzó la prueba más dura de Arcadio. El juez lo invitó formalmente a ofrecer sacrificio a los dioses protectores del Imperio. Si así lo hacía, quedaría inmediatamente en libertad. El diálogo siguiente y el atroz martirio que sufrió Arcadio, nos lo refieren las Actas que se nos han conservado, que el célebre historiador Dom Rinart incluye entre las Actas sinceras de los mártires, si bien modernamente no se les atribuye tanta autoridad. Según todos los indicios, el fondo es enteramente verídico; algunas de las circunstancias y los detalles de algunos tormentos pueden ser más o menos legendarios.

Efectivamente, según refieren dichas actas, Arcadio repuso al juez: "¿Es. posible que vos me hagáis la propuesta de sacrificar a los dioses, con la esperanza de obtener libertad? ¿No conocéis a los cristianos, o pensáis que el temor de la muerte me hará traicionar nunca a mi fe? Jesucristo es mi vida y la muerte es mi ganancia. Inventad los suplicios que más os gusten; pero sabed que nada podrá hacerme traicionar a mi Dios".

Es cierto que este género de respuestas de los mártires, por su carácter apasionado, impulsivo y acometedor, presenta todo el carácter típico de las leyendas posteriores; pero, despojándolas de lo que pueda haber de legendario o exagerado, queda en pie la firmeza inquebrantable del mártir, que espontáneamente se presenta ante el juez, hace profesión de cristiano y se niega decididamente a sacrificar a los dioses, sin dejarse amedrantar en lo más mínimo por las amenazas de los más duros suplicios y de la misma muerte. Así parece, con palabras más sencillas y objetivas. pero decididas y absolutas, en otras actas semejantes de mártires, sacadas de los mismos protocolos oficiales de los procesos.

Fácilmente se comprende la violenta reacción del juez romano ante una respuesta tan decidida de Arcadio. Con el intento de rendir la inquebrantable firmeza de Arcadio, el gobernador pone ante sus ojos con la mayor viveza los tormentos que se le aplicarán si no ofrece sacrificios a los dioses: los garfios de hierro, los azotes con puntas de plomo al estilo romano, y otros semejantes. Pero el servidor de Cristo no se deja intimidar y persiste en la más decidida confesión de su fe. Entonces el juez ordena que se practique en el mártir la más horrible carnicería: que se le corten, uno a uno, todos los músculos de los brazos, de las espaldas y de las piernas hasta los pies. Al escuchar este mandato, Arcadio siente que todo su cuerpo se estremece, pero levanta sus ojos a Dios y siente cómo Éste le comunica las fuerzas que necesita.

Las actas describen luego, con el más crudo realismo, cómo se fue realizando en el santo cuerpo del mártir la orden del gobernador. El mártir va ofreciendo el sacrificio de cada uno de sus miembros, pero, durante tan sangriento suplicio, no cesa de bendecir al Señor. Como el único miembro que le queda es la lengua, añaden las actas este rasgo, que aunque pertenezca a la leyenda, es sumamente significativo: "el mártir, se dice, continuaba bendiciendo a Dios con estas palabras: Dichosos miembros míos. Ahora sí que me sois verdaderamente caros, puesto que pertenecéis únicamente a mi Dios, a quien sois ofrecidos en sacrificio. Ahora me es más ventajoso estar separado de vosotros para estar luego unido con vosotros en la gloria". Y dirigiéndose a los testigos de aquellos tormentos, "aprended, les dijo, que todos estos tormentos no son nada para quien tiene ante sus ojos la corona del cielo. Vuestros dioses no son verdaderos dioses. Renunciad, pues, a ofrecerles sacrificio. Solo Aquel, por el que yo sufro y muero, es el Dios verdadero. Morir por Él, es alcanzar la verdadera vida; sufrir por Él, es gozar de inefables delicias".

En medio de estos razonamientos, Arcadio entregó dulcemente su alma a Dios. Sin discutir en detalle cada uno de estos tormentos y las palabras que dirigió al juez y a los circunstantes, lo que ciertamente consta es la heroica constancia del mártir, que sin ablandarse por los mas fascinadores halagos, sin desfallecer ante los más atroces sufrimientos, derramó su sangre en defensa de su fe. Es el ejemplo sublime del mártir para los cristianos de todos los tiempos, que debemos estar siempre dispuestos a sufrir toda clase de penalidades en defensa de nuestra fe cristiana, y aun en la vida ordinaria, debemos arrostrar las mayores molestias por no ofender a Dios.

BERNARDINO LLORCA, S.I.


 

San Benito Biscop, Abad y Confesor
(† 609).

 

San Benito Biscop, de origen inglés, es uno de los apóstoles que más contribuyeron en el siglo VII a llevar a feliz término la obra de cristianización y organización de la Gran Bretaña, iniciada por San Gregorio Magno (590 – 604) y San Agustín de Cantorbery.

Nacido hacia el año 629, pertenecía a una noble familia de la corte de Oswy, rey de Northumbria y fue desde su primera juventud muy estimado por el rey. Sin embargo, a los veinticinco años, sintiéndose movido por Dios hacia la vida de retiro, dio el adiós al mundo, se dirigió por vez primera a Roma con el objeto de cimentar bien su piedad, visitando las tumbas de los Príncipes de los Apóstoles y empapándose íntimamente en las verdades de la fe y en los principios de la perfección cristiana y, a su vuelta, se entregó de lleno al estudio de la Biblia y a la práctica de la piedad.

Pero bien pronto tuvo que interrumpir su vida de estudio y de ascética cristiana con un nuevo viaje a Roma, Egfrido, hijo del rey Oswy, que planeaba él también un viaje a Roma, pidió a Benito Biscop lo acompañara en esta peregrinación. Aceptó gustoso Benito tal invitación, particularmente grata para él; y, aunque Egfrido no pudo realizar su viaje, partió él por segunda vez a Roma, donde procuró profundizar más en la perfección cristiana y en las ciencias eclesiásticas. No sabemos cuánto tiempo se detuvo en esta ocasión en Roma; pero lo que sabemos es que, a su vuelta, se retiró al célebre monasterio de Lerins, que tanto se había distinguido por sus hombres eminentes y por su observancia regular. Allí, pues, después de la preparación conveniente, tomó el hábito religioso y, más tarde, la tonsura clerical, y durante dos años siguió con la mayor perfección la vida monástica. Después de esto hizo su tercer viaje a Roma, donde tenía intención de fijar su vida en adelante; pero el papa San Vitaliano (657-672) le ordenó volver a Inglaterra al lado de Teodoro de Tarso, obispo de Cantorbery, y de Adriano, que partían para la Gran Bretaña. Adriano se detuvo de momento en Francia; pero Benito y Teodoro llegaron felizmente al territorio de Kent, a Inglaterra.

Y con esto comienza la etapa más característica y fecunda de la santa vida de San Benito Biscop. Hallábase entonces la Iglesia de la Gran Bretaña en un momento decisivo. La obra de conversión de los anglosajones, iniciada en Kent en 597 por San Agustín y sus treinta y nueve compañeros, seguía avanzando a través de graves dificultades. Al territorio de Kent siguieron los de Essex, la Northumbria y otras provincias o reinos de la Heptarquía. El año 664 fue de gran trascendencia; pues, patrocinada por el cristiano rey Oswy de Northumbria, se celebró la célebre discusión entre los antiguos celtas y los nuevos cristianos, con lo que se llegó sustancialmente a la unión. El nuevo arzobispo de Cantorbery y primado de Inglaterra, Teodoro de Tarso, tomó posesión de su sede en 669 y completó durante los decenios siguientes la organización de la Gran Bretaña cristiana.

Pues bien, en esta obra, fundamental y definitiva, uno de sus principales colaboradores fue San Benito Biscop, quien, con su virtud, sus conocimientos teológicos y su indomable actividad, trabajó incansablemente por consolidar la vida religiosa en Inglaterra. Efectivamente, el nuevo primado Teodoro nombró inmediatamente a Benito abad del monasterio de San Pedro y San Pablo, de Cantorbery. Era un puesto de gran influjo, desde el cual trabajó Benito durante dos años con gran celo y extraordinario fruto. Pero, a la llegada de Adriano en 671, descargó en él esta dignidad, y por cuarta vez se dirigió a la Ciudad Eterna. Benito había formado amplios planes de fundación de nuevos monasterios en Inglaterra, para lo cual necesitaba estudiar detenidamente en Roma toda la disciplina eclesiástica y las reglas monásticas. Con este objeto permaneció largo tiempo en Roma, visitó diversas partes de Italia; se procuró una buena y selecta biblioteca de los mejores libros religiosos y una gran cantidad de reliquias y de cuadros de Nuestro Señor, de la Santísima Virgen y de algunos santos.

Con todos estos preparativos volvió de nuevo San Benito, en 674, a Northumbria, donde el sucesor de Oswy, Egfrido, le hizo una entusiasta acogida y le entregó grandes terrenos para la construcción de un monasterio. Rápidamente puso Benito manos a la obra, levantando en la desembocadura del río Wear el monasterio, denominado por eso mismo Wearmouth, que tanta fama tuvo luego en la historia, y que él puso bajo el patronato de San Pedro. Mientras se terminaba la obra del monasterio, San Benito se dirigió a Francia, de donde trajo arquitectos y obreros especializados para la construcción en piedra, con los cuales levantó la iglesia de Wearmouth, que fue la primera que se construyó en piedra en la Gran Bretaña conforme a estilo de las de Francia e Italia. Hasta entonces se construían sólo en madera, como se había hecho en Lindisfarne. Por otra parte, hizo adornar la nueva iglesia con altares, frescos y vidrieras de colores, lo cual constituía otra insigne novedad en Inglaterra, con lo cual y con la multitud de imágenes que colocó en los altares, contribuyó eficazmente a que el pueblo comprendiera mejor los misterios de la religión cristiana.

Tal satisfacción produjo en el rey la obra de Benito, que le asignó otra cantidad de terreno a la ribera del Tyne, donde fue construido el monasterio de Jarrow, que se puso bajo la advocación de San Pablo. Ambos monasterios, a corta distancia uno de otro, fueron considerados casi como uno solo, que gobernó durante algún tiempo el mismo fundador, San Benito Biscop. Pero más tarde nombró un abad para cada uno, sobre todo cuando tuvo que ausentarse en su nueva peregrinación a Roma. En la iglesia de San Pedro de Wearmouth colocó hermosos cuadros de la Santísima Virgen y de los doce apóstoles, la historia del Evangelio y las visiones o revelaciones de San Juan. El de San Pablo de Jarrow lo embelleció con diversas pinturas, que dispuso en tal forma que presentaran la armonía entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, y juntamente la correspondencia entre los tipos de uno y la realidad del otro. Así, Isaac, llevando a cuestas la leña que debía servir para su propio sacrificio, era explicado por Jesucristo, llevando su propia cruz en la que debía él mismo ser sacrificado. Y, de un modo semejante, la serpiente de bronce de Moisés, en lo alto de un palo, quedaba ilustrada por Jesucristo levantado en la cruz.

Para completar su obra, hizo San Benito su quinto y último viaje a Roma, de donde trajo gran cantidad de reliquias y de libros. Más aún. Deseando introducir en Inglaterra en toda su perfección, y grandiosidad los oficios litúrgicos y todas las ceremonias del rito latino, obtuvo del papa San Agatón (678-681) le diera como compañero al abad de San Martín, llamado Juan, maestro de música y de ceremonias de San Pedro del Vaticano. Así, pues, el abad Juan acompañó a San Benito a Inglaterra e introdujo allí la música gregoriana, la liturgia y todo el ceremonial romano, todo lo cual contribuyó eficazmente a elevar el espíritu religioso del país. En realidad, los dos monasterios fundados por San Benito constituyeron desde entonces dos centros de cultura religiosa y progreso medieval. Sus bien equipadas bibliotecas, la magnificencia de sus iglesias y el esplendor de su liturgia, obra todo ello de las fatigas de San Benito Biscop, contribuyeron a la formación de aquellos ejércitos de misioneros, que más tarde emigraron al continente europeo. para devolverle con creces el bien que de él habían recibido.

Durante toda su vida, San Benito Biscop fue para todos un ejemplo viviente del más puro amor de Dios y de todas las virtudes religiosas. Pero esto se manifestó de un modo especial en los últimos años de su vida. Débil ya por su edad y por varias enfermedades, dio a todos ejemplo de paciencia y resignación cristiana, que a las veces se transformaba en verdadera alegría espiritual. Durante su larga enfermedad, sentía especial complacencia, a fuer de buen anciano, en relatar sus correrías apostólicas y sus viajes a Roma, así como también los admirables ejemplos de que había sido testigo en multitud de casas religiosas. Y cuando ya no se sentía con fuerzas para hablar ni para rezar, hacia venir un monje para que le recitara las horas del oficio divino, que él seguía en la forma que le era posible. Así lo hizo, sobre todo, durante los tres últimos años de su vida, en que una parálisis le impedía casi todo movimiento.

Particularmente digno de mención es su constante esfuerzo por mantener la presencia de Dios, de donde brotaban aquellas ardientes exhortaciones que dirigía de cuando en cuando a sus discípulos: "No consideréis como cosa mía las constituciones que yo os he dado. Después de visitar diecisiete monasterios, que vivían en la mejor observancia, procuré hacer una síntesis de las reglas y prácticas religiosas que me parecieron mejores, y esto es lo que os he dado a vosotros. Tal es mi testamento."

De esta manera, después de recibir con admirable fervor el Santo Viático, descansó dulcemente en el Señor el 12 de enero del año 690. Las dos abadías de Wearmouth y de Jarrow conservaron su memoria con gran veneración hasta que desaparecieron por efecto del cisma anglicano promovido por Enrique VIII.

BERNARDINO LLORCA, S. I.