01 Enero
Santa María, Madre de Dios
Es el mejor de los comienzos posibles para el santoral. Abrir el año con la
solemnidad de la Maternidad divina de María es el mejor principio como es
también el mejor colofón. Ella está a la cabeza de todos los santos, es la
mayor, la llena de Gracia por la bondad, sabiduría, amor y poder de Dios;
ella es el culmen de toda posible fidelidad a Dios, amor humano en plenitud.
No extraña el calificativo superlativo de "santísima" del pueblo entero
cristiano y es que no hay en la lengua mayor potencia de expresión. Madre de
Dios y también nuestra... y siempre atendida su oración.
Los evangelios hablan de ella una quincena de veces, depende del cómputo que
se haga dentro de un mismo pasaje, señalando una vez o más.
El resumen de su vida entre nosotros es breve y humilde: vive en Nazaret,
allá en Galilea, donde concibió por obra del Espíritu Santo a Jesús y se
desposó con José.
Visita a su parienta Isabel, la madre del futuro Precursor, cuando está
embarazada de modo imprevisto y milagroso de seis meses; con ella convive,
ayudando, e intercambiando diálogos místicos agradecidos la temporada que va
hasta el nacimiento de Juan.
Por el edicto del César, se traslada a Belén la cuna de los mayores, para
empadronarse y estar incluida en el censo junto con su esposo. La
Providencia hizo que en ese entonces naciera el Salvador, dándolo a luz a
las afueras del pueblo en la soledad, pobreza, y desconocimiento de los
hombres. Su hijo es el Verbo encarnado, la Segunda Persona de Dios que ha
tomado carne y alma humana.
Después vino la Presentación y la Purificación en el Templo.
También la huída a Egipto para buscar refugio, porque Herodes pretendía
matar al Niño después de la visita de los magos.
Vuelta la normalidad con la muerte de Herodes, se produce el regreso; la
familia se instala en Nazaret donde ya no hay nada extraordinario, excepción
hecha de la peregrinación a Jerusalén en la que se pierde Jesús, cuando
tenía doce años, hasta que José y María le encontraron entre los doctores,
al cabo de tres días de angustiosa búsqueda.
Ya, en la etapa de la "vida pública" de Jesús, María aparece siguiendo los
movimientos de su hijo con frecuencia: en Caná, saca el primer milagro;
alguna vez no se le puede aproximar por la muchedumbre o gentío.
En el Calvario, al llegar la hora impresionante de la redención por medio
del cruentísimo sufrimiento, está presente junto a la cruz donde padece, se
entrega y muere el universal salvador que es su hijo y su Dios.
Finalmente, está con sus nuevos hijos _que estuvieron presentes en la
Ascensión_ en el "piso de arriba" donde se hizo presente el Espíritu Santo
enviado, el Paráclito prometido, en la fiesta de Pentecostés.
Con la lógica desprendida del evangelio y avalada por la tradición, vivió
luego con Juan, el discípulo más joven, hasta que murió o no murió, en Éfeso
o en Jerusalén, y pasó al Cielo de modo perfecto, definitivo y cabal por el
querer justo de Dios que quiso glorificarla.
Dio a su hijo lo que cualquier madre da: el cuerpo, que en su caso era por
concepción milagrosa y virginal. El alma humana, espiritual e inmortal, la
crea y da Dios en cada concepción para que el hombre engendrado sea distinto
y más que el animal. La divinidad, lógico, no nace por su eternidad.
El sujeto nacido en Belén es peculiar. Al tiempo que es Dios, es hombre.
Alta teología clasifica lo irrepetible de su ser, afirmando dos naturalezas
en única personalidad. El Dios infinito, invisible, inmenso, omnipotente en
su naturaleza es ahora pequeño, visible, tan limitado que necesita atención.
Lo invisible de Dios se hace visible en Jesús, lo eterno de Dios entra con
Jesús en la temporalidad, lo inaccesible de Dios es ya próximo en la
humanidad, la infinitud de Dios se hace limitación en la pequeñez, la
sabiduría sin límite de Dios es torpeza en el gemido humano del bebé Jesús y
la omnipotencia es ahora necesidad.
María es madre, amor, servicio, fidelidad, alegría, santidad, pureza. La
Madre de Dios contempla en sus brazos la belleza, la bondad, la verdad con
gozoso asombro y en la certeza del impenetrable misterio.
Santa María Madre de Dios
Himno
Reina del libro de la vieja alianza;
tu nombre es el versículo primero
de consuelo, promesa y esperanza.-
Doncella que en tu vientre à Dios tendrías:
se estremece de júbilo tu nombre
en los labios quemados de Isaías.-
Reina del libro nuevo de la vida:
reinas desde el silencio en cada página,
oh reina silenciosa y escondida,
y es tu presencia la del tallo leve
que, al reventar el lirio, se rescata
debajo de los pétalos de nieve.-
Reina del claro mes de los renuevos,
de la infancia del mundo y de la tierra,
y de la luz y de los nidos nuevos,
y Reina nuestra; Reina de las manos,
con sangre y con estrellas, de tu Hijo,
con flores y dolor, de sus hermanos.-
Los ángeles te aclaman soberana,
pero mil veces más eres, Señora,
sangre y dolor de nuestra raza humana.-
Amén
Oración
Señor Dios, que por la maternidad virginal de María, has dado à los hombres
los tesoros de la salvación, haz que sintamos la intercesión de la Virgen
Madre, de quién hemos recibido al autor de la vida, Jesucristo, Hijo tuyo y
Señor nuestro. Que vive y reina contigo.-
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