Todo comenzó con la sublevación del 17 de julio de 1936. En la ciudad de Barbastro (Huesca) se vivía en una serena tensión. 59 misioneros claretianos, la mayoría jóvenes estudiantes, confiaban en las palabras del coronel Villalba: "Las tropas están acuarteladas. En el momento dado responderán". El día 20, lunes, a las 5,30 de la tarde llegó el registro a la casa. Todos fueron enviados a la cárcel entre insultos y amenazas. Esta estaba a tope. En la misma plaza se alzaba el colegio de los Escolapios, con un salón relativamente amplio. Esa sería la prisión de los claretianos. Todavía escuchaban de los escolapios palabras de esperanza, pero pronto se iría ensombreciendo el paisaje. Los pocos colchones se los llevaron, no podían cambiarse y debían lavar los pañuelos en el agua que les daban para beber. En tres semanas y media sólo pudieron afeitarse tres veces. Todos sumados eran 49 personas en un local de 25 metros de largo por 6 de ancho. Aquel agosto era especialmente caluroso.

Dos estudiantes argentinos, liberados unos días antes de los fusilamientos, nos han transmitido los momentos de sufrimiento moral a los que fueron sometidos. Parussini, uno de ellos, escribía: "Cierto día nos dijeron que la cena sería nuestra última comida. Oída la feliz nueva, busqué un trozo de papel y escribí unas líneas de despedida...". Más de cuatro veces recibieron la absolución general creyendo que la muerte era inminente. Los largos días de encierro dieron tiempo para muchas cosas, también para los recuerdos anecdóticos y el humor. Siempre llenos de paz, tranquilidad y alegría. Uno de los estudiantes argentinos declaraba: "Nos lo repetían constantemente: No odiamos vuestras personas. Odiamos vuestra profesión, vuestro hábito negro, vuestra sotana". La causa de la detención y la ejecución estaba clara.

El lunes 10 de agosto, aunque no lo sabían, comenzaba la última semana de su vida. Hacía 8 días que habían fusilado ya al P. Superior y a los dos consejeros junto con otros sacerdotes y seglares del pueblo. También habían fusilado al obispo de Barbastro D. Asensio Barroso. El día 11 de agosto recibieron la visita de un representante del comité. Las acusaciones de posesión de armas y de complots no conseguían abrirse paso ante la inocencia de los jóvenes religiosos. Les prohibieron hablar en voz alta y agruparse más de dos. El Rector de los Escolapios les bajó unos libros, pero ya no era tiempo de leer sino de prepararse para morir.

El 12 de agosto sería un día inolvidable para nuestros jóvenes. Eran las siete de la mañana. Uno del comité irrumpía en el salón pidiendo los nombres. La lista negra ya estaba confeccionada. Uno de los dos estudiantes argentinos escribía después: "Todos se confesaron por última vez y pasaron el día en oración...Todos estaban contentos de sufrir algo por la causa de Dios. Todos perdonaban a sus verdugos y prometían rogar por ellos en el cielo". Leer sus escritos produce escalofríos. En libretas de música, en el taburete del piano, en los papeles de chocolate: "Con el corazón henchido de alegría santa, espero confiado el momento cumbre de mi vida: el martirio". "No se nos ha encontrado ninguna causa política. No se nos ha habido ningún juicio. Morimos todos contentos por Cristo, por su iglesia y por la fe de España". "Queridos padres: muero mártir por Cristo y por la Iglesia. Muero tranquilo cumpliendo mi sagrado deber. Adiós, hasta el cielo". Aquel día se llevaron a los seis mayores.

En una envoltura de chocolate se conservan las últimas palabras de todos a la madre Congregación. Las encabeza un nombre decisivo: Faustino Pérez, estudiante. Y dice así:

"Agosto, 12 de 1936, en Barbastro. Seis de nuestros compañeros son ya mártires: Pronto esperamos serlo nosotros también. Pero antes queremos hacer constar que morimos perdonando a los que nos quitan la vida y ofreciéndola por la ordenación cristiana del mundo obrero, el reinado definitivo de la Iglesia Católica, por nuestra querida Congregación y por nuestras queridas familias.¡LA OFRENDA ULTIMA A LA CONGREGACIÓN, DE SUS HIJOS MÁRTIRES!" (Y a continuación cuarenta firmas precedidas de Vivas a Cristo y al Corazón de María). Y terminaba: "Vive inmortal, Congregación querida. Mientras tengas en las cárceles hijos como los que tienes en Barbastro, no dudes de que tus destinos son eternos. ¡Quisiera haber luchado en tus filas: Bendito sea Dios!".

La noche del 12 al 13 iba a ser para algunos la última. Todos se habían confesado y rezado. Los estudiantes extranjeros habían oído las últimas confidencias y enjugado las últimas lágrimas. Todos se habían acostado. Aún no habían pasado las dos horas cuando, a media noche, se abrieron las puertas entrando milicianos con cuerdas ya ensangrentadas. "Atención, bajen del escenario los que tengan más de 26 años!". Como nadie los tenía nadie se movió. Tampoco de 25. Entonces mandaron encender las luces y leyeron los primeros veinte nombres. Detrás de cada nombre una voz firme: "¡Presente!", y bajaban del escenario. Formaban una sola fila en la pared mientras les ataban las manos a la espalda y los codos de dos en dos. "Todos estaban tranquilos y resignados: sus rostros tenían algo de sobrenatural que no es posible describir. En todos se notaba el mismo valor, el mismo entusiasmo; ninguno desfalleció ni mostró cobardía". Los que quedaban en el escenario contemplaban estupefactos la escena. Oyeron a algunos perdonar a los que les ataban, a otros les vieron coger del suelo las cuerdas, besarlas y dárselas a los que les ataban. Alguno gritó: "Adiós hermanos, hasta el cielo". Uno de los guardias comentó dirigiéndose a los que quedaban en el escenario: "Vosotros todavía tenéis un día entero para comer, reír, divertiros, bailar y hacer lo que queráis. Mañana a esta misma hora vendremos a buscaros como a esos y os daremos un paseíto a la fresca hasta el cementerio. Ahora, apagad las luces y a dormir". Las detonaciones fueron oídas por los que quedaban en el salón.

Por fin, a las 5,30 de la tarde, dejaron libres a los dos estudiantes argentinos Hall y Parussini, que se despidieron con lágrimas de los que poco después morirían mártires. Es necesario ahora citar un nombre: Faustino Pérez. En él el heroísmo aparecía con caracteres más vehementes. A él se debe, entre otras cosas, la despedida que dedicó a la Congregación, una despedida que no se puede leer sin sentir un profundo escalofrío de emoción:

"Querida Congregación. Anteayer, día 11, murieron, con la generosidad con que mueren los mártires, 6 de nuestros hermanos; hoy, 13, han alcanzado la palma de la victoria 20, y mañana, 14, esperamos morir los 21 restantes. ¡Gloria a Dios! ¡Gloria a Dios! ¡Y qué nobles y heroicos se están mostrando tus hijos, Congregación querida!. Pasamos el día animándonos para el martirio y rezando por nuestros enemigos y por nuestro querido Instituto; cuando llega el momento de designar las víctimas hay en todos serenidad santa y ansia de oír el nombre para adelantarse y ponerse en las filas de los elegidos; esperamos el momento con generosa impaciencia, y cuando ha llegado, hemos visto a unos besar los cordeles con que les ataban, y a otros dirigir palabras de perdón a la turba armada; cuando van en el camión hacia el cementerio, les oímos gritar ¡Viva Cristo Rey! El populacho responde ¡Muera! ¡Muera! Pero nada los intimida. ¡SON TUS HIJOS, CONGREGACIÓN QUERIDA, estos que entre pistolas y fusiles se atreven a gritar serenos cuando van a la muerte VIVA CRISTO REY! Mañana iremos los restantes y ya tenemos la consigna de aclamar, aunque suenen los disparos, al Corazón de nuestra Madre, a Cristo Rey, a la Iglesia Católica y a Ti, MADRE COMÚN DE TODOS NOSOTROS. Me dicen mis compañeros que yo inicie los vivas y que ellos responderán. Yo gritaré con toda la fuerza de mis pulmones, y en nuestros clamores entusiastas adivina tú, Congregación querida, el amor que te tenemos, pues te llevamos en nuestros recuerdos hasta estas regiones de dolor y muerte. Morimos todos contentos sin que nadie sienta desmayos ni pesares; morimos todos rogando a Dios que la sangre que caiga de nuestras heridas no sea sangre vengadora, sino sangre que entrando roja y viva por tus venas, estimule su desarrollo y expansión por todo el mundo. ¡Adiós, querida Congregación! Tus hijos, mártires de Barbastro, te saludan desde la prisión y te ofrecen sus dolorosas angustias en holocausto expiatorio por nuestras deficiencias y en testimonio de nuestro amor fiel, generoso y perpetuo. Los mártires de mañana, 14, recuerdan que mueren en vísperas de la Asunción; ¡y qué recuerdo éste! Morimos por llevar la sotana y morimos precisamente en el mismo día en que nos la impusieron. Los mártires de Barbastro, y en nombre de todos, el último y el más indigno, Faustino Pérez, cmf. ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva el Corazón de María! ¡Viva la Congregación! Adiós, querido Instituto. Vamos al cielo a rogar por ti. ¡Adiós! ¡Adiós!".

A pesar de las amenazas transcurrió todo el día 13 y 14 sin novedad. Cuando dormían la noche del 14 al 15 de agosto un grupo irrumpió en el salón. Todos se levantaron como un solo hombre. Quedó excluido el H. Ramón, cocinero de la comunidad. Se abrazaron mientras les ataban y les golpeaban. Era de noche cuando salían los 17 jóvenes del salón-cárcel. Iban cantando cuando subían al camión. De los golpes con el fusil uno cayó en el camión mismo. Colocados junto a un ribazo, unos de pie, otros de rodillas, unos con los brazos en cruz, otros con el rosario o un crucifijo entre las manos, escucharon la última proposición: "Aún estáis a tiempo. ¿Qué preferís: ir en libertad al frente o morir? Apagadas por las descargas se oyó: ¡MORIR! ¡VIVA CRISTO REY!". La soledad era casi absoluta. Desde el santuario del Pueyo la Virgen, en su fiesta, abrió los brazos con infinita ternura y los recibió en su CORAZÓN.
Unos sencillos monumentos ocupan hoy los lugares exactos de su martirio. Sus restos reposan en la iglesia de Barbastro, en su nuevo mausoleo. 51 en total. La historia de estos jóvenes ha dado la vuelta al mundo. Su Congregación ha cuidado su memoria como un tesoro. Hoy todos podemos, por fin, reconocer públicamente su santidad. Son Beatos, son Bienaventurados. Su fiesta se celebra el 13 de agosto.

Estas fueron las palabras del Papa en su beatificación el 25 de octubre de 1992: "Es todo un seminario el que afronta con generosidad y valentía su ofrenda martirial al Señor... Todos los testimonios recibidos nos permiten afirmar que estos Claretianos murieron por ser discípulos de Cristo, por no querer renegar de su fe y de sus votos religiosos. Por eso, con su sangre derramada nos animan a todos a vivir y morir por la Palabra de Dios que hemos sido llamados a anunciar. Los mártires de Barbastro, siguiendo a su fundador San Antonio María Claret, que también sufrió un atentado en su vida, sentían el mismo deseo de derramar la sangre por amor de Jesús y de María, expresada con esta exclamación tantas veces cantada: "Por ti, mi Reina, la sangre dar". El mismo Santo había trazado un programa de vida para sus religiosos: "Un Hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre que arde en caridad y que abrasa por donde pasa; que desea eficazmente y procura por todos los medios, encender a todo el mundo en el fuego del divino amor".

Estos son sus nombres: Felipe de Jesús Munárriz, José Amorós, José Badía, Juan Baixeras, Javier L. Bandrés, José Blasco, José Brengaret, Rafael Briega, Manuel Buil, Antolín Calvo, Sebastián Calvo, Tomás Capdevila, Esteban Casadeval, Francisco Castán, Wenceslao Claris, Eusebio Codina, Juan Codinach, Pedro Cunill, Gregorio Chirivas, Antonio Dalmau , Juan Díaz, Juan Echarri, Luis Escalé, José Falgarona, José Figuero, Pedro García, Ramón Illa, Luis Lladó, Hilario Llorente, Manuel Martínez, Luis Masferrer, Miguel Masip, Alfonso Miquel, Ramón Novich, José Ormo, Secundino Ortega, José Pavón, Faustino Pérez, Leoncio Pérez, Salvador Pigem, Sebastián Riera, Eduardo Ripoll, José Ros, Francisco Roura, Teodoro Ruiz de Larrinaga, Juan Sánchez, Nicasio Sierra, Alfonso Sorribes, Manuel Torras, Atanasio Viadaurreta y Agustín Viela.