CURSO SOBRE SAN LUCAS

 

b) Personalidad del Espíritu

 

Normalmente Lucas entiende el Espíritu en el sentido de los LXX, como presencia dinámica de Dios en el mundo y en Israel, En este sentido no nos extrañan los verbos que se aplican al Espíritu. Uno puede sumergirse en él (3: Lc 3,16; 3: Hch 1,5; 3: Hch 11,16), o revestirse del poder (Lc 24,49), o ser ungido por él (5: Lc 4,18; 3: 10,38). El Espíritu se derrama (4: Hch 2,17-18), cae sobre (3: Hch 8,16-17), A estos verbos añadiríamos las expresiones ser llenado de y estar lleno de, que estudiaremos en el siguiente epígrafe. Podemos observar que en todos estos casos la palabra Espíritu Santo no lleva artículo.

Pero es muy importante señalar que Lucas a veces personifica el Espíritu, haciéndole sujeto de verbos que requieren un sujeto personal. Así sucede cuando presenta al Espíritu comunicándose con Simeón (crhmativzein 1: Lc 2,26), o diciendo cosas a Felipe (7: Hch 8,29), Pedro (7: Hch 10,19) o a Ágabo (7: Hch 11,28; 1: Hch 21,11), prediciendo por medio de David (proei'pen 1: Hch 1,16) hablando por medio de Isaías (lalei'n 1: Hch 28,25), testificando a Pablo (diamartuvresqai 1: Hch 20,23), enseñando a los discípulos (didavskein 2: Lc 12,12; 7: Hch 2,4b), enviando a los discípulos (ejkpevmpein 2: 13,4), poniendo supervisores (tivqesqai 1: Hch 20,28), impidiendo que Pablo vaya a Asia (kwluvein 2: Hch 16,6). Especialmente significativa es la ocasión en la que los apóstoles dicen: “Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros” -dokei'n- (1: Hch 15,28), en el que la personalidad del Espíritu es especialmente puesta de relieve. Es importante notar cómo en todos estos casos el término Espíritu Santo lleva siempre artículo.

También Lucas hace al Espíritu el objeto de verbos que implican un objeto personal. Así Lucas habla de mentir al Espíritu Santo (yeuvdesqai 1: Hch 5,3), de ponerlo a prueba (pei­ra­vzein 6: Hch 5,9), de resistirle (antipivptein 1: Hch 7,51), y de blasfemar contra él (blas­fhmei'n 2: Lc 12,10). Nuevamente en todos estos casos el Espíritu lleva artículo.

Fitzmyer insiste en que la presencia del artículo neutro nos impide pensar en un Espíritu personificado tan claramente como lo será después en el evangelio de Juan o en los escritos patrísticos.[1]

Pero nosotros queremos resaltar el hecho de la presencia del artículo en los textos que personalizan al Espíritu, en contraste con los textos que presentan al Espíritu como energía, soplo, líquido, crisma, que carecen de artículo. Fitzmyer se queja de que el Espíritu vaya acom­pañado de un artículo neutro que parece despersonalizarlo. Pero gramaticalmente sería impensable que Lucas hubiese usado un artículo masculino con la palabra pneu'ma que es un sustantivo neutro en griego. Nos resulta extraño que Fitzmyer, para poder dar al Espíritu un estatus cla­ramente personal, haga esta demanda gramaticalmente imposible.

Un apoyo en el proceso teológico de personalización del Espíritu son los paralelismos lucanos entre Jesús y el Espíritu, cuando se predican las mismas actividades de uno y otro. Más adelante estudiaremos el paralelismo entre Lc 12,12 y 21,15 en el que se atribuye al Espíritu y a Jesús la acción de poner palabras en la boca de los discípulos ante los tribunales. Recordemos también el paralelismo entre la elección de Pablo como apóstol atribuida a Jesús en Hch 9,15; 22,18, y también al Espíritu en Hch 13,1-2. Es muy interesante también el paralelismo entre las dos ocasiones en que el Espíritu ejerce la tarea de impedir un determinado proyecto misionero. En la primera ocasión es el Espíritu Santo quien no les deja predicar en Asia (2: Hch 16,6), y en el versículo siguiente es el “Espíritu de Jesús” el que no deja ir a Bitinia (8: Hch 16,7). Queda claro que el Espíritu Santo es el mismo Espíritu de Jesús.

La teología posterior, al elaborar la doctrina de la Trinidad y de la divinidad del Espíritu Santo en el concilio de Constantinopla, ha acudido sobre todo al episodio de Ananías y Safira para probar la divinidad del Espíritu Santo, ya que se equipara el mentir al Espíritu Santo con el mentir a Dios (Hch 5,3).

Con todo, no olvidemos que, como dijimos anteriormente, la mayor parte de los textos lucanos siguen hablando del Espíritu al modo impersonal del AT, como viento, energía, poder que cae, que desciende, que es derramado o recibido. Lucas no se ha liberado enteramente de este paradigma de los LXX. No conozco estudios que hayan tratado de integrar estos dos usos de la palabra Espíritu con o sin artículo, personal e impersonal, de una forma coherente. Me parece un campo de investigación interesante.

Esta ambigüedad en la presentación personal e impersonal del Espíritu podría ayudarnos a comprender el carácter analógico de cualquier atributo divino dentro de una teología negativa, y nos ayudaría a superar el concepto humano de persona al hablar de Dios. De algún modo Dios es impersonal, no porque sea menos persona que nosotros, sino porque lo es de un modo ine­fablemente superior. Esta inefabilidad queda puesta de manifiesto en el uso alternativo de atribuciones personales e impersonales que nos impiden quedarnos encerrados en un concepto de persona excesivamente unívoco.

 

c) Llenos de Espíritu Santo

 

Si comparamos a Lucas con Pablo o con Juan, nos encontramos una terminología muy diferente a la hora de hablar del Espíritu Santo.[2] No aparecen en Lucas los términos juánicos de Paráclito y de “Espíritu de verdad”, ni la terminología paulina de los frutos del Espíritu o de los dones del Espíritu, sino que en Lucas el Espíritu mismo es más bien el don de Dios (2: Hch 2,38; 2: Hch 10,45; cf. también Hch 8,20 y 11,17). De igual modo podemos decir que la terminología lucana no procede ni de Pablo ni de Juan, sino que es más deudora de la fraseología septuagentista.

La expresión “lleno de Espíritu Santo” es típica de Lucas, y no aparece en los otros evangelios ni en los LXX, por lo cual podemos considerarla un lucanismo redaccional del autor. De distintas personas se nos dice que estaban llenas, o que fueron llenadas de Espíritu Santo. En los relatos de la infancia se nos dice del Bautista (plhsqhvsetai 3: Lc 1,15), de Isabel (ejplhvsqh 3: 1,41), de Zacarías (ejplhvsqh 3: Lc 1,67). En el evangelio se aplica también a Jesús recién bautizado (plhvrh" 3: Lc 4,1). En los Hechos de los apóstoles, se dice de Pedro ante el sanedrín (plhsqeiv" 3: Hch 4,8), de Esteban (plhvrh" 3: Hch 6,5; 7,55), de los siete diáconos (plhvrh" 9: Hch 6,3), de Bernabé (plhvrh" 3: Hch 11,24), Pablo en Damasco (plhsqh'/" 3: 9,17), en Chipre (plhsqeiv" 3: Hch 13,9); los discípulos en Pentecostés (ejplhvsqhsan 3: Hch 2,4), en el pequeño Pentecostés (ejplhvsqhsan 2: Hch 4,31) y en Antioquía de Pisidia (ejplhrou'nto 3: Hch 13,52). Una expresión parecida es que usa Lucas cuando dice que la Iglesia de Judea, Galilea y Samaría se llenó de la consolación del Espíritu Santo (evplhnqu'neto 2: Hch 9,31)

Curiosamente de un total de 13 veces en que aparece la expresión de lleno de Espíritu o llenarse de Espíritu, en 12 de ellas el término Espíritu está sin artículo. Sólo en el pequeño Pentecostés se dice que los apóstoles quedaron llenos tou' aJgivou pneuvmato", utilizando el término con artículo (2: Hch 4,31).

 

d) Jesús y el Espíritu

 

Aunque la expresión “lleno del Espíritu” se aplica a otros personajes, sin embargo Lucas presenta a Jesús como alguien relacionado con el Espíritu de un modo singular. Es el Espíritu Santo el que desciende sobre María y extiende su sombra sobre ella para la concepción de Jesús (1,35). La humanidad de Jesús es formada milagrosamente a través de la concepción virginal.

Observa A. George que la concepción de Jesús se atribuye doblemente al Espíritu Santo y al poder del Altísimo. Siendo así que “poder” en Lucas está relacionado con los milagros, y “Espíritu Santo” con la fuente del mensaje evangélico, Lucas estaría aludiendo a la vez a lo milagroso de la concepción (poder) y a que Jesús es él mismo la Palabra del evangelio.[3]

El Espíritu viene sobre Jesús en forma corporal en el momento de su bautismo. Lucas debilita la relación de Jesús con el Bautista, que no es nombrado en la escena del bautismo, y refuerza su relación con el Espíritu Santo, sobre todo si se acepta la lectura occidental con la cita del Salmo 2: “yo te he engendrado hoy”, con lo que el bautismo sería una entronización mesiánica. El Espíritu es el que consagra, el que unge. “Dios consagró a Jesús de Nazaret en Espíritu Santo y poder” (Hch 10,38).

En el episodio de las tentaciones se dice que Jesús, lleno del Espíritu Santo, fue conducido “en” el Espíritu (4,1). Contrasta esta formulación con la de Marcos en la que Jesús era conducido “por” el Espíritu, de una forma más pasiva. También en el poder del Espíritu va Jesús a Galilea (4,14). En el episodio de la sinagoga de Nazaret, Jesús se aplica las palabras de Isaías 61: “El Espíritu de Dios está sobre mí, porque me ha ungido”. El Espíritu es la fuente de la predicación profética de Jesús y de su actividad taumatúrgica. Es “en el dedo de Dios” como Jesús arroja los demonios (11,20), dedo de Dios que Mateo ha explicitado como el Espíritu Santo (Mt 12,28). En Lc 10,21-24, sobre un texto de Q, Lucas añade que Jesús entonó su himno de acción de gracias “exultando en el Espíritu Santo” (10,21). Uno de los efectos del Espíritu es hacer saltar de alegría, como en el evangelio de la infancia (Lc 1,14.47; 2,10), y es también como veremos en el capítulo siguiente la fuente de la oración lucana.

Es sobre todo al final de la misión de Jesús, en el envío de los apóstoles, donde se invoca sobre ellos el poder del Espíritu Santo. “Os enviaré la promesa de mi Padre; quedaos en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza de lo alto” (Lc 24,29) Y al comienzo de los Hechos: “Seréis bautizados en el Espíritu Santo; la fuerza del Espíritu Santo descenderá sobre vosotros y seréis mis testigos” (Hch 1,4-5.8).

Jesús engendrado del Espíritu Santo, lleno de Espíritu Santo, guiado en el Espíritu a través del desierto para vencer a Satanás, ungido por el Espíritu para el ministerio de evangelizar a los pobres y liberar a los cautivos, no sólo es el portador del Espíritu, sino también el que lo comunica a los suyos. Es él quien envía la promesa del Padre (Lc 24,29); es Cristo resucitado quien tras recibir una nueva efusión del Espíritu lo derrama sobre los apóstoles (Hch 2,33). Durante el tiempo del ministerio de Jesús, es él solamente quien recibe el Espíritu, o quien está lleno de él. Sólo vendrá sobre los apóstoles después de la Pascua, como cumplimiento de la promesa, con lo cual podemos bien considerar que el Espíritu en la obra de Lucas es un don pascual.

Ya hablamos de los paralelismos entre el evangelio y los Hechos. Lo mismo que el evangelio empieza con el descenso del Espíritu sobre Jesús el profeta, también los Hechos comienzan con el descenso del Espíritu sobre el pueblo de profetas en Pentecostés.

Esta transferencia del Espíritu de un individuo a una comunidad o a un discípulo es ya un tema clásico del AT. Moisés recibió la orden de compartir una parte de su Espíritu con los setenta ancianos (Nm 11,17). Cuando el Espíritu bajó también sorpresivamente sobre los dos ancianos que no estaban en la tienda, Moisés no quiso prohibírselo, sino que confesó que su deseo es que todos los israelitas fueran profetas (Nm 11,29). El espíritu de profecía se derrama en Pentecostés sobre todos los discípulos de Jesús cumpliendo este antiguo deseo de Moisés y cumpliendo también la profecía de Joel (Jl 3,1-5; Hch 2,17-21).

Especialmente es la efusión del Espíritu a los paganos en casa de Cornelio, la que puede parangonarse mejor con el episodio del libro de los Números. En uno y otro caso el Espíritu desciende sorpresivamente sobre unas personas a quienes en principio no les correspondía. Al igual que en Pentecostés la efusión del Espíritu en Cesarea no se hace por la imposición de las manos de Pedro (1: Hch 10,44). Aunque Pedro estaba presente y estaba hablando, él mismo fue el primer sorprendido ante aquella efusión del Espíritu a los paganos. Pero, al igual que Moisés, en lugar de prohibirlo, lo aceptó gozosamente.

En realidad no hay una contraposición entre Jesús y el Espíritu. Jesús no se ha limitado a enviar el Espíritu y dejarle a él el trabajo en adelante, desentendiéndose de la comunidad, sino que es a través el Espíritu de Jesús como éste sigue estando activo y presente en su Iglesia. En una ocasión explícitamente Lucas dice que quien impidió la ida de Pablo a Asia fue “el Espíritu de Jesús” (8 Hch 16,7).

Hay un logion de la triple tradición (cf. Mc 13,11 y Mt 10,20) según el cual los discípulos no tendrán que preparar su discurso cuando sean llevados a los tribunales, porque “no sois vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu Santo”. Lucas ha editado este texto. En Lucas el Espíritu no sustituye a los discípulos, sino que enseña a los discípulos lo que tienen que decir (2: Lc 12,12). Pero más adelante Lucas atribuye a Jesús mismo esta tarea de sugerir lo que hay que decir:”Yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir” (Lc 21,15). Vemos claramente cómo Jesús sigue estando activo, y no se ha desentendido de sus discípulos. Una misma acción puede ser simultáneamente atribuida a Jesús o al Espíritu Santo, porque en realidad es Jesús quien actúa a través del Espíritu Santo.

Como hemos visto en otras ocasiones, se verifican en Hechos las instrucciones que Jesús había dado en su evangelio (cf. p. ¡Error! Marcador no definido.). El Espíritu Santo llena a Pedro para que hable delante de Anás y Caifás (3: Hch 4,8). Nuevamente ante el sanedrín, Pedro dice que el Espíritu Santo es testigo a favor de lo que dice (1: Hch 5,32). Los que se oponen a Esteban no pueden resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba (7: Hch 6,10).

 

e) La función del Espíritu Santo

Lucas ha relacionado el Espíritu con el poder. Estos dos temas aparecen juntos 3 veces en el Evangelio (1,17.35; 4,14), y 3 veces en los Hechos (1,8; 6,8; 10,32). Este poder unge a Jesús en su bautismo, como él mismo lo declara al comienzo de su ministerio en Nazaret. Guía a Jesús al desierto (Lc 4,1) y a Galilea (4,14), penetrando su enseñanza y sus obras, “ungido con Espíritu y poder” (Hch 10,38). Su enseñanza se caracteriza por la autoridad -ejxousiva- y su poder -duvnami"- Este poder de lo alto va a ungir también a los discípulos (Hch 10,38) para llevar a cabo una misión carismática.

El Espíritu se da también para la reconstitución de Israel en el contexto de un grupo organizado de Doce que representan la continuidad del Israel constituido. El Espíritu se concede sólo cuando están presentes los Doce, o un miembro o delegado de los Doce. Cuando uno de los diáconos predica en Samaría y bautiza allí, Pedro y Juan tienen que ser enviados para la efusión del Espíritu (Hch 8,17). Sólo cuando Pablo llega a Éfeso, algunos discípulos ya bautizados reciben el Espíritu Santo (Hch 19,1-6). (La única excepción es Pablo mismo, que recibe el espíritu por la imposición de las manos de Ananías, que no era uno de los Doce, pero no hay que olvidar que Pablo había sido testigo personal de una aparición del resucitado).

Hay entre los exegetas una polarización muy marcada a la hora de valorar la función del Espíritu en la obra lucana. La línea pentecostal insiste en que el Espíritu es un donum superadditum, de cara a la misión de la Iglesia. La fe y la conversión no serían el fruto de la recepción del Espíritu, sino su prerrequisito. El Espíritu se daría no como principio de vida moral y religiosa, sino de cara a realizar la misión carismática de la Iglesia en su conjunto y de los dis­tintos individuos dentro de ella.

Otros, en cambio, como Dunn,[4] ven que la función principal del Espíritu en Lucas es la filiación divina de Jesús. Jesús que ya era Hijo de Dios por su concepción en el Espíritu, se convierte ahora en el nuevo Adán en la inauguración de una época nueva, arquetipo de esa nueva existencia. Jesús experimenta en sí mismo esta nueva vida, que luego podrá trasmitir a sus discípulos. En esta línea de interpretación, la efusión del Espíritu se pone en relación ante todo con la profecía de Ezequiel del corazón nuevo, y de la nueva alianza.

Para la mayoría de exegetas pentecostales esta relación del Espíritu con la filiación y la vida nueva es más paulina. En Lucas, en cambio, la experiencia del Espíritu sería más bien caris­mática y funcional.

Otros autores no quieren polarizarse exclusivamente en una u otra dirección. R. Schonstadt sintetiza el tema de la siguiente manera:[5] Las tres dimensiones primarias de la acción del Espíritu son a) salvación, b) santificación y c) servicio. Estas tres dimensiones son inter­dependientes y complementarias. Dentro del mundo de la Reforma la tradición luterana enfatizó la actividad del Espíritu en la justificación, la tradición metodista en la santificación, y la pentecostal en el servicio y el culto.

Nosotros a la hora de analizar la función del Espíritu en el libro de los Hechos vamos a se­guir a un autor ecléctico, A. George. Este autor distingue estas tres dimensiones en la función lucana del Espíritu:

 

1. Inspirador de la Palabra

 

*El Espíritu inspira la predicación de la buena noticia

(Lc 4,18). En la obra de Lucas aparece la palabra eujaggelivzesqai 10 veces, y sólo 1 en los otros dos sinópticos. El Espíritu indica la línea divisoria (Lc 16,16) entre el tiempo de Israel (Juan, la ley y los profetas) y el tiempo de Jesús y de la Iglesia (eujaggevlion). La predicación apostólica se describe más de 29 veces como “testimonio” (cf. 2: Hch 1,8); La evangelización está inspirada por el mismo Espíritu que inspiró a los profetas (Hch 4,25), y que envió al Bautista a su misión profética en el espíritu de Elías (Lc 1,15.57; 3,2). El resucitado instruye a los apóstoles por el Espíritu Santo (3: Hch 1,2)

 

*El Espíritu inspira a los profetas del Nuevo Testamento como a los del Antiguo:

 

Continuamente se nos habla de que existía en la Iglesia de los Hechos un ministerio profético y un carisma de profecía. Recordemos a los profetas venidos de Jerusalén (Hch 11,27), a los profetas y maestros residentes en Antioquía (Hch 13,1), a Judas y Silas (Hch 15,32) o a las cuatro hijas de Felipe en Cesarea (Hch 21,9). Es el Espíritu quien inspira a Ágabo su profecía sobre el hambre (7: Hch 11,28); anuncia a Pablo en Mileto que le esperan persecuciones en Jerusalén (1: Hch 20,23); en el Espíritu le anuncian a Pablo en Tiro que no se embarque para Jerusalén (7: Hch 21,4); En Cesarea, según Ágabo, el Espíritu dice que el dueño del cinturón será atado en Jerusalén (1: Hch 21,11).

Es el mismo clima que ya veíamos en el evangelio de la infancia. Hay allí un pueblo profético que, lleno de Espíritu Santo, emite oráculos de salvación. A Ana, la hija de Fanuel, se le da el título de “profetisa” (Lc 2,36). Isabel (1,41-42), Zacarías (1,67) hablan bajo la inspiración del Espíritu. El Espíritu estaba presente en Simeón (3: Lc 2,25), comunicándole que no moriría sin ver al Mesías (1: Lc 2,26) y moviéndole a ir al templo (7: Lc 3,27). Es el mismo Espíritu Santo que había hablado por boca de David (1: Hch 1,16; 3: Hch 4,25) o por boca de Isaías (1: Hch 28,25).

Continuamente cita Lucas a los profetas como anunciadores de las cosas que tuvieron lugar en Jesús: el ministerio del Precursor (Is 40,3-5 = Lc 3,4-6), la misión profética de Jesús (Is 61,1-2 = Lc 4,18-19; Dt 18,15.19 = Hch 3,22-23), su pasión (Is 53,7-8 = Hch 8,28-35; 23,27; Lc 24,25-27), su resurrección (Sal 16,8-11 = Hch 2,25-31; Sal 110,1 = Hch 2,34-35), el don del Espíritu (Jl 3,1-15; Hch 2,16-21). Lucas constata cómo los profetas habían anunciado la defección de Judas (Sal 69,26 y Sal 109,8 = Hch 1,20), la incredulidad de Israel (Ha 1,5 = Hch 13,40-41; Is 6,9-10 = Hch 28,26-27), las conspiraciones y persecuciones (Sal 2,1-2 = Hch 4,25-26), la salvación ofrecida a los paganos (Am 9,11-12; Hch 15,15-17), el perdón de los pecados a los que creen (Hch 10,43). Vemos así cómo uno y el mismo Espíritu vincula las antiguas profecías de salvación con el tiempo de la promesa y con los testigos de la salvación del tiempo de su cumplimiento.

 

*El Espíritu inspira lo que hay que decir en los tribunales

Ya anteriormente nos hemos referido a esta acción del Espíritu (Lc 2: 12,12; Hch 3: 4,8; Hch 1: 5,32; Hch 3: 7,55).

 

2. Animador de la vida de la Iglesia

 

* En la oración: Jesús exulta en el Espíritu santo cuando profiere su bendición en el texto de Q (Lc 10,21), y está en oración cuando el Espíritu desciende sobre él en el bautismo (Lc 3, 22).

En Hch 2 los que han recibido el Espíritu hablan en lenguas y celebran las maravillas de Dios (Hch 2,4.11.). Lo mismo sucede en Cesarea cuando el Pentecostés de los gentiles (Hch 10, 46) y en Éfeso (Hch 19,6)

 

*En la agregación de nuevos miembros

Es el caso de los convertidos en Pentecostés (Hch 2,38), o de Pablo en Damasco (9,17-18), o de los gentiles en Cesarea, o de los samaritanos.

 

*En la constitución de los ministerios eclesiales

La instrucción de los apóstoles a quienes Jesús había elegido se remonta ya desde el principio a la acción del Espíritu Santo (3: Hch 1,2). Engañar a los apóstoles equivale a engañar al Espíritu Santo que está en ellos por su ministerio (3: Hch 5,3). Los propios apóstoles toman decisiones desde la conciencia de una estrechísima relación con el Espíritu (1: Hch 15,28). Lo mismo puede verse en el sermón de Pablo a los presbíteros de Éfeso, cuando les dice que es el Espíritu Santo quien les ha puesto como supervisores para pastorear la Iglesia de Dios (1: Hch 20,28). Por eso el criterio seguido por los apóstoles a la hora de señalar a los diáconos es buscar hombres llenos de Espíritu Santo (9: Hch 6,3).

 

3. Guía de la misión

 

Es el Espíritu quien dice a Felipe que se acerque a la carroza del etíope (7: Hch 8,29) y el que interviene después para arrebatar a Felipe (5: Hch 8,39).

Es el Espíritu el que dirige a Pedro hacia Cornelio venciendo sus resistencias (7: Hch 10,19; 7: Hch 11,12).

En Antioquía es el Espíritu el que designa a Bernabé y Pablo como misioneros (1: Hch 13,2) y el que los envía (2: Hch 13,4).

En Pafos, la acción de Pablo anunciando el castigo de Elimas se relaciona con su condición de estar lleno de Espíritu Santo (3: Hch 13,9).

En el segundo viaje, es el Espíritu quien impide a Pablo entrar en Asia (2: Hch 16,6) o en Bitinia (8: Hch 16,7).

En el texto occidental, cuando Pablo quería volver a Jerusalén, el Espíritu le dijo que se volviese a Asia (7: Hch 19,1. P38 D, syhmg).

Pablo viaja a Jerusalén encadenado en el Espíritu (7: Hch 20,22).

E. Schweizer hizo notar, en el evangelio nunca se relacionan directamente los milagros de Jesús con el Espíritu Santo.[6] Lo cual es cierto, pero no hay que olvidar que en los Hechos se nos dice que Jesús fue ungido por Espíritu Santo y poder y pasó haciendo el bien y curando (Hch 10,38). Sin duda hay una ilación entre la unción del Espíritu y las curaciones sub­siguientes. También en el evangelio tras referirse a la unción del “Espíritu del Señor” y al envío subsiguiente, aparecen como funciones de esa unción y de ese envío, entre otras, el dar la vista a los ciegos (5: Lc 4,18).

 

4. Inspirador de vida espiritual

 

También se atribuye al Espíritu Santo la intensificación de las virtudes y disposiciones inte­riores que Pablo conoce como frutos del Espíritu (Ga 5,22) tanto para los individuos como para las comunidades. En varias ocasiones Lucas utiliza una forma sintáctica llamada hendíadis en que junta la palabra Espíritu (sin artículo) con otro sustantivo, uniéndolos con la conjunción “y”. Veamos los casos siguientes: alegría y Espíritu Santo (3: Hch 13,52) fe y Espíritu Santo (Esteban 3: Hch 6,5 y Bernabé 3: Hch 11,24), Espíritu santo y fuego (3: Lc 3,16), Espíritu santo y poder (3: Hch 10,38; Lc 1,17.35), Espíritu y sabiduría (9: Hch 6,3; 7: Hch 6,10), gracia y fuerza (Hch 6,8).

En otras ocasiones Lucas relaciona también al Espíritu santo con la consolación de la Iglesia (2: Hch 9,31), o con el fortalecimiento en los momento de persecución o de prueba, dando la valentía o parresía para predicar la palabra (2: Hch 4,31). Todas estas acciones del Espíritu entran dentro de lo que hemos llamado función de santificar.

 

f) Características de la venida del Espíritu

 

George constata la ubicuidad de la acción del Espíritu en el tiempo de la Iglesia.[7] El Es­píritu interviene en Jerusalén, en Samaría, en Cesarea, en Antioquía de Siria y de Pisidia, a las puertas de Asia y de Bitinia, en Éfeso, en Tiro. Interviene también en los medios religiosos más diversos, entre los judeocristianos, los helenistas, los samaritanos, los temerosos de Dios, los pa­ganos, los discípulos del Bautista.

Habitualmente, aunque no necesariamente, El Espíritu se comunica mediante el gesto de la imposición de manos, como es el caso de las manos de Pedro y Juan en Samaría (7: Hch 8,18), de las de Ananías en Damasco (3: Hch 9,17) o de las de Pablo en Éfeso (1: Hch 19,6). Este es precisamente el poder que quería comprar Simón mago: “Que todo aquel a quien imponga mis manos, reciba el Espíritu Santo” (3: Hch 8,19).

Sus manifestaciones pueden ser colectivas, como las de Jerusalén, Samaría, Cesarea y Éfeso. Vemos allí que toda la colectividad participa de la experiencia del Espíritu. Pero también pueden ser individuales, como es el caso de Pedro en la azotea de Jafa, o de Felipe en el camino de Gaza.

Las manifestaciones colectivas del Espíritu tienen lugar en el contexto de asambleas, cuan­do los discípulos están congregados orando, o escuchando la predicación de la palabra, o implicados en un discernimiento colectivo.

Normalmente estas manifestaciones colectivas vienen acompañadas de una serie de fenómenos exteriores que funcionan como signos. Tales son la glosolalia (Hch 2,4; 10,46; 19,6) la profecía (Hch 2,17; 19,6), el temblor de tierra (Hch 4,31), el viento y las lenguas de fuego. También en el bautismo de Jesús subraya Lucas la presencia del Espíritu en forma de paloma, añadiendo: swmatikw'/ ei[dei, en forma corporal (Lc 3,22). Quiero con esto enfatizar el carácter ob­jetivo y externo del don del Espíritu. No se trata de un fenómeno visionario subjetivo. Es algo visible y audible para todos (Hch 2,33).

Esto pone en evidencia el carácter experiencial de las manifestaciones del Espíritu, al que nos hemos referido anteriormente (cf. p. ¡Error! Marcador no definido.). Es un fenómeno tan visible que despierta la codicia de Simón el Mago, que quiere tener a su disposición este tipo de poder que, según él, actúa casi de un modo mecánico. ¡Qué lejos estamos aquí del tipo de gracias inconscientes del que nos habla tan a menudo la teología! Despreciar esta dimensión experiencial del Espíritu equivale a “extinguir” el Espíritu (1 Ts 5,19). Preferimos refugiarnos en un ámbito invisible, no sujeto a com­pro­baciones, que nos sirve de castillo interior blindado.

A muchos les resulta demasiado arriesgado decir que la recepción del Espíritu Santo tiene que ser experimentada, porque eso nos somete a una comprobación externa, a una prueba del nueve objetiva. Por eso prefieren permanecer en el campo de lo “óntico”, que es sólo objeto de fe y no depende de ningún tipo de síntomas o comprobaciones.

Por supuesto que los “síntomas” de la presencia del Espíritu no hay que ponerlos exclusivamente en lo emocional, en los signos carismáticos, o en los extraordinario, sino también en la fidelidad a la vida diaria, en la perseverancia en la oración en tiempos de seque­dad, en la entrega generosa a los demás, en la fortaleza para arrostrar contradicciones y pruebas, en la capacidad para perdonar, en el empeño por ser constructor de unidad y de paz en medio de las divisiones y radicalismos, en la disponibilidad a compartir los bienes...

No cabe duda de que en la Iglesia de Lucas existían todas estas virtudes, pero también existía esa otra dimensión carismática que hoy echamos de menos en nuestras comunidades. Podemos ver fácilmente el contraste entre la manera de actuar del Espíritu en los Hechos y las prácticas habituales de muchos de nuestros contextos eclesiales de hoy. La mayor parte de los cristianos de hoy no están abiertos a una guía directa del Espíritu mediante visiones, palabras proféticas, emociones, signos, intuiciones, curaciones, milagros...

Los encuentros de oración carecen de ese dinamismo y entusiasmo espontáneo que se transparenta en el libro de los Hechos y en las cartas de Pablo. Nos relacionamos con Dios sólo a través de un sistema remoto de mediaciones y perdemos el contacto más fresco y directo que parece omnipresente en la experiencia de la primera Iglesia. Sacerdotes y fieles adolecen de un mutismo que les incapacita para ser testigos con su palabra confesante en medio de un mundo pagano, y, dejados llevar del respeto humano, guardan la fe en el reducto íntimo de su corazón, para no exponerlo a contradicciones o rechazos. La predicación no es testimonial sino doctrinal y abstracta.

El triste resultado de este desvanecimiento de la dimensión carismática es la falta de “poder” espiritual, la esterilidad de nuestra predicación y de nuestra pastoral, la poca incisividad de nuestra predicación, el formalismo de nuestras aburridas liturgias, la falta de conversiones, el poco cambio interior en el corazón de las personas, la incapacidad de acercar el evangelio a los de lejos (jóvenes, secularistas).

Esta ineficacia nos viene de y nos lleva a poner nuestra confianza en otros “poderes”, el poder político, el poder económico, el poder institucional de las organizaciones, el poder racional de la sabiduría humana y de la ilustración, el poder de una autoridad eclesial impositiva y dictatorial. En muchos ámbitos hoy el Espíritu no es inspirador de decisiones, sino un sello de goma utilizado para ratificar decisiones meramente humanas.[8]

Algunos justifican la pérdida de esa dimensión carismática alegando que pertenecía sólo a una época determinada de la Iglesia de los comienzos. Otros desprecian el carácter extraordinario de estas manifestaciones como algo poco ilustrado, perteneciente a un mundo mitológico y supersticioso de personas crédulas. Otros finalmente alegan que esas mani­festaciones tienen un carácter secundario, que no son imprescindibles, y que no hay que supravalorarlas. Pero esta aparente ecuanimidad lleva de hecho a una real infravaloración, que equivale a “extinguir el Espíritu y despreciar las profecías”.


 


[1] “The Role of the Spirit in Luke-Acts” en J. Verheyden (ed.), The Unity of Luke Acts, Lovaina 1999, p. 178. Fitzmyer no está de acuerdo con F. Bruce que personaliza al Espíritu, identificándolo con el ángel del Señor de Hch 8,26 (F. F. Bruce, “The Holy Spirit in the Acts of the Apostles”, Interpretation 27 (1973) 166-183.

[2] R. Schonstadt, The Charismatic Theology of Luke, Hendrikson, Peabody 1984, p. 76.

[3] A. George, “L’Esprit Saint dans l’oeuvre de Luc”, Revue Bilbique 45 (1978) 516.

[4] J. D. G. Dunn, Baptism in the Holy Spirit. A Re-examination of the New Testament Teaching on the Gift of the Spirit in Relation to Pentecostalism, SCM Press, Londres 1970; Jesús y el Espíritu: un estudio de la experiencia religiosa y carismática de Jesús y de los primeros cristianos tal como aparecen en el Nuevo Testamento, Secretariado Trinitario, Salamanca 1981.

[5] Op. cit., p. 83.

[6] TDNT 6, p.407. Ver el comentario en Fitzmyer, op. cit., p. 173, nota 28.

[7] Op. cit., p. 512.

[8] M. Turner, Power from on High. The Spirit in Israel’s Restoration and Witness in Luke-Acts, Sheffield 2000, p. 440.