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El precio de la redención

 

Como hemos visto, "en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo" (2 Cor 5, 19). Pero, ¿cómo lo hizo?

Las respuestas más conocidas utilizan el sufrimiento como materia prima para la redención.

Una explicación sombría de la redención

En el mundo católico ha tenido especial difusión la teoría de la satisfacción vicaria, cuya formulación clásica se debió a la pluma de san Anselmo, arzobispo de Cantórbery del siglo Xl: El pecado había ofendido la dignidad de Dios, y no podía ser perdonado sin ofrecerle un justo desagravio. El hombre, aunque le ofreciera la vida para desagraviarle, no hacia nada que no tuviera que hacer, porque todo eso y más lo tenía bien merecido. Sólo Cristo, que no había pecado, pudo ofrecerle a Dios algo que no tuviera que darle por obligación. Y le ofreció su vida en el Calvario.

En justicia, el Padre tenía que recompensar a su Hijo, pero como éste no necesitaba nada, pidió que fuera transferido a los hombres su mérito. Escuchemos al mismo San Anselmo en diálogo con su discípulo Bosón:

"Boson.- Por una parte veo la necesidad de la recompensa, y por otra, su imposibilidad, porque es necesario que Dios dé lo que debe y no tiene a quién dárselo.

Anselmo.- Pues si no se da tanta y tan merecida recompensa ni a El ni a otro, parece como si el Hijo hubiera realizado inútilmente tan gran empresa.

Boson.- Eso no se puede pensar.

Anselmo.- Entonces es necesario que se dé a algún otro, ya que no se puede a El.

Boson.- Es una consecuencia inevitable.

Anselmo.- Si el Hijo quisiera dar a otro lo que se le debe, ¿tendrá el Padre derecho para prohibírselo o negárselo a aquel a quien se lo dé?

Bosson..- Más bien creo justo y necesario que el Padre se lo dé a quien el Hijo quisiera, puesto que es lícito al Hijo dar lo que es suyo, y lo que el Padre debe sólo puede darlo a otro.

Anselmo.- ¿Y qué cosa más conveniente que diera ese fruto y recompensa de su muerte a aquellos por cuya salvación se hizo hombre...?''1.

Otra variante, de especial difusión en las Iglesias protestantes, es la teoría de la sustitución penal: Jesucristo nos sustituyó en la cruz para recibir en lugar nuestro el castigo que merecíamos:

"Dios envió a su Hijo único al mundo y colocó sobre él los pecados de todo el mundo, diciéndole: 'Sé Pedro el renegado, Pablo el perseguidor (...), David el adúltero; sé ese pecador que come la manzana del paraíso..., en resumen, sé la persona que ha cometido los pecados de todos los hombres. Por tanto, has de pagar y satisfacer por ellos.' Viene la Ley y dice: 'Le hallo pecador, de tal forma que ha tomado los pecados de todos los hombres y ya no veo pecado más que en él. Es preciso, pues, que muera en la cruz.' Entonces se precipita sobre él y le condena a muerte. De esa forma, el mundo queda libre y purificado de sus pecados." 2

Bossuet, en un sermón del viernes santo, da un tratamiento especialmente dramático a la doctrina de la sustitución penal:

"Durante este desamparo, Dios iba realizando en Jesucristo la reconciliación del mundo, dejando de imputarle sus pecados: Al mismo tiempo que golpeaba a Cristo, abría sus brazos a los hombres; rechaza a su Hijo y nos abre sus brazos: lo miraba con cólera, y ponía sobre nosotros su mirada de misericordia: 'Pater', para nosotros, 'dimitte', 'Deus', para él. Su cólera se apaciguaba al descargarse; golpeaba a su Hijo inocente que luchaba con la cólera de Dios. Esto es lo que se llevaba a cabo en la cruz; hasta el momento en que el Hijo de Dios, leyendo en los ojos del Padre que ya estaba totalmente aplacado, vio finalmente que había llegado la hora de dejar este mundo." 3

¡Dios no es un sádico despiadado!

Afortunadamente, a estas teorías que hacen del sufrimiento la materia prima de la redención nunca les faltaron contradictores. He aquí sus críticas:

Es INJUSTO por parte de Dios pedir la vida de un inocente en vez de la de los verdaderos culpables, y complacerse en su muerte hasta el extremo de no poder perdonar sin ella al mundo. Salvador de Madariaga dice con mucha gracia: "...Si al fin fuere a resultar que la justicia divina funcionaba como la audiencia de Valladolid, no, ni pensarlo." 4

Es ABSURDO suponer que nos reconciliamos con Dios mediante un acto que, objetivamente hablando, es un crimen todavía mayor que el pecado que pretende reparar. Lin Yutang, un cristiano chino que se preparaba para pastor protestante y acabó perdiendo la fe, escribe:

"Aún más absurdo me pareció otra proposición. Se trata del argumento de que cuando Adán y Eva comieron una manzana durante su luna de miel, se enfureció tanto Dios que condenó a su posteridad a sufrir de generación en generación por ese pequeño pecado, pero que cuando la misma posteridad mató al único hijo del mismo Dios, Dios quedó tan encantado que a todos perdonó." 5

En esta teoría el gran perdedor es Dios, que queda muy mal parado. Se parece demasiado a un señor feudal absoluto, dueño de la vida y de la muerte de sus siervos. "El caníbal del cielo" le llama un no creyente al saber qué precio exigió para perdonarlo. Difícilmente se puede evitar la sospecha de que la imagen de ese Dios se ha obtenido más por proyección de las relaciones humanas de opresión que a partir del Dios-Amor que se revela en Jesucristo.

Dios Padre, más que colaborador en la redención, parece como el obstáculo que hay que vencer para conseguirla. ¿No será como consecuencia de esta idea tan sombría de la redención el que los cristianos hemos tenido tan poco aspecto de redimidos, como hacía notar críticamente Nietzsche?:

"No conocían otra manera de amar a su Dios que clavando a los hombres en la cruz.

Pensaron vivir como cadáveres y vistieron de negro su cadáver; hasta en su discurso percibo todavía el olor malo de las cámaras mortuorias...

Mejores cánticos tendrían que cantarme para que aprendiese a creer en su Redentor y más redimidos tendrían que parecerme sus discípulos." 7

La cruz fue un "accidente laboral"

En las teorías que hemos comentado hasta ahora no se valora en absoluto la vida y la resurrección de Cristo; tan sólo su muerte parecía importar.

Nosotros, en cambio, valoramos la cruz como el momento en que manifestó hasta dónde llegaba su amor (Jn 15, 13: "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos"), pero nos atrevemos a decir -y espero que no se nos malinterprete- que la cruz, en vez de ser algo deseado por el corazón de Dios, fue un "accidente laboral". Cuando el que trabaja no toma suficientes precauciones, puede sobrevenir el accidente; y Cristo se despreocupó de sí mismo por completo.

Pero eso no quiere decir que él buscara morir. Antes de su detención rezaba diciendo: "Padre, si quieres, aparta de mi esta copa; pero no se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22, 42).

Tampoco el Padre, a pesar de lo que puede parecer por el final de la petición anterior, quiso su muerte (¡ningún padre quiere que muera su hijo!). En la parábola de los viñadores homicidas (Mc 12, 1-8), que recapitula toda la historia de la salvación, se ve claramente la secreta esperanza de Dios: "Todavía le quedaba un hijo querido; les envió a éste. el último, diciendo: A mi hijo le respetarán."

Es verdad que el Padre del Cielo no evitó la ejecución de Jesús, pero eso no significa que la deseara. Tampoco quería Guzmán el Bueno que le mataran a su hijo durante la defensa de Tarifa y. sin embargo, para salvarle no paga el precio que se le pedía: "Antes querré -contestó- que me matéis a ese hijo, y a otros cinco si los tuviera, que daros una villa que tengo por el rey."8. Similar sería el caso del Coronel Moscardó durante la última guerra civil española rechazando rendir el Alcázar de Toledo para salvar la vida de su hijo 9.

Y es que ningún padre quiere que le maten a su hijo; ¡cuánto más el Padre del Cielo! (Lc 11, 13). Otra cosa es negarse a evitar la muerte, aunque sea teniendo roto el corazón, para defender algo que se considera un valor superior. En el caso del Calvario ese valor superior seria la seriedad y autonomía de la historia, respetada por Dios incluso cuando la libertad humana se vuelve contra él mismo. Lo que Dios realmente quería es que su Hijo fuese fiel a su misión hasta sus últimas consecuencias. Así hay que entender la afirmación de que Dios "no perdonó" ni a su propio Hijo por nosotros (/Rm/08/32).

Si todo esto es así, habría que concluir que la muerte de Cristo fue querida únicamente por la maldad humana: "Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas" (Lc 22, 53), y fue el mayor pecado de la historia. Schillebeeckx es tajante: "Deberemos decir que hemos sido redimidos no gracias a la muerte de Jesús, sino a pesar de su muerte." 10

Sin embargo, es verdad que en el Nuevo Testamento se habla repetidas veces de la redención de Cristo en términos de liberación mediante el pago con su sangre de un rescate. Por ejemplo: "Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo" (1 Pe 1, 18-19).

Pero, en primer lugar, se trata de una imagen que, como cualquier otra imagen, si se toma al pie de la letra resulta ridícula porque habría que preguntarse a quién se pagó ese rescate. De hecho, en la antigüedad hubo quienes se hicieron esa pregunta y contestaron que a Satanás, asimilando así la redención a un negocio regulado por la justicia conmutativa, como cuando se compra a un hombre la libertad de sus esclavos.

Además, en la misma Biblia se alude frecuentemente a la liberación de Egipto en términos de "rescate" (Dt 13, 6; 15, 15; 21, 8; 24, 18), y sería absurdo preguntarse a quién pagó Yahveh el rescate.

En segundo lugar, la redención mediante pago de un rescate es solamente una de las muchas imágenes que utiliza el Nuevo Testamento para referirse a la redención 11, y no debe ser privilegiada sobre las demás.

El sufrimiento no es redentor

Si es exacta nuestra convicción de que la voluntad de Jesús no fue sufrir, sino amar, y la cruz le sobrevino como simple "accidente laboral", se impone una conclusión: La redención no pudo ser por el sufrimiento, sino por el amor; aunque fuera en el sufrimiento, y en este sentido podamos decir que "sus heridas nos curaron" (Is 53. 5).

Es lógico; lo que faltaba en el mundo no era dolor, sino amor. Y eso es lo que vino a traernos Cristo.

San Ireneo decía, con mucho sentido común, que "no hay otra manera de desatar lo que ha sido atado que volver a pasar en sentido inverso la cuerda que formó el nudo''.12. O, con otras palabras, si el pecado se reduce siempre a una pérdida de amor, la redención necesariamente tiene que ser lo contrario. Abelardo vio muy claramente, en su polémica con san Anselmo, que únicamente el amor es redentor:

"Nuestra redención es aquel amor sumo radicado en nosotros por la pasión de Cristo, que no sólo nos libra del pecado, sino que nos adquiere la verdadera libertad de los hijos de Dios, para que llenemos todo más con su amor que con el temor.'' 13

No ha sido necesario aplacar a Dios. Su daño fue el daño del hombre, y por eso su satisfacción es simplemente la restauración del bien en el corazón humano. El mismo santo Tomás estaba convencido de que "no recibe Dios ofensa de nosotros sino por obrar nosotros contra nuestro bien''. 14

Sin embargo, Abelardo se equivocaba al reducir la redención al ejemplo de amor que nos dio Cristo. Ya san Bernardo le respondió: "¿Conque enseñó la justicia y no la dio, manifestó la caridad pero no la infundió?" 15

Una redención que se agotara en el buen ejemplo que nos dio desde fuera el amor de Cristo equivaldría a una especie de pelagianismo. El hombre se salvaría por su propio esfuerzo; imitando a Jesús, sí, pero lógicamente también podría prescindir de Jesús e imitar a cualquier otro que le diera buen ejemplo.

No; la salvación de Cristo actúa desde dentro de nosotros mismos porque su Espíritu se ha derramado en nuestros corazones (cfr. Rom 5, 5). Es como una incorporación de la vida del cristiano a la de Cristo que san Pablo expresa con la imagen del injerto (cfr. Rom 11, 17-24) y con multitud de preposiciones: Vivimos en Cristo (Col 2, 11), con Cristo (Col 2, 12-20; Ef 2, 6; Rom 6, 4-6), por Cristo (Gal 6, 14; Rom 1, 4), de Cristo (Gal 5. 24)...

Cristo injertó semilla divina en nuestra tierra humana. Por eso una corriente de opinión tan extendida por lo menos como la de la redención por el sufrimiento, ve en la encarnación de Cristo la causa de nuestra redención, y lo expresa con una afirmación atrevida: Cristo "se hizo hombre para hacernos dioses" 16. De hecho, el mismo Credo dice "que por nosotros los hombres, y por nuestra salvación, se encarnó"...

De todo lo anterior se siguen varias consecuencias.

No debe buscarse el sufrimiento

La historia de la Iglesia nos ha hablado de muchos penitentes. Las vidas de las padres del desierto, por ejemplo, ofrecen numerosos y repulsivos ejemplos de continua autotortura física: muchos de ellos vivieron años seguidos sobre una columna, otro se encierra de por vida en un cajón en el que no puede estar siquiera de pie, mientras que otro se condena a estar siempre en esa postura; algunos se cargaban de pesadas cadenas (en Egipto ha aparecido el esqueleto de uno de ellos con todas sus cadenas alrededor); otros se enorgullecían de mantener una abstinencia total de alimentos durante una cuaresma entera, y Serapión dice con jactancia: "Yo estoy más muerto que tú." 17

Tales prácticas encontraban su fundamentación última en la convicción de que el sufrimiento tiene un valor redentor. Ahora será necesario replantear todo desde la perspectiva de que únicamente el amor redime. Recordemos que Jesús defiende a sus discípulos cuando son acusados de no ayunar (Mt 9, 14-15), y los logia que defienden el ayuno son interpolaciones tardías suprimidas ya de las versiones más recientes de la Biblia (cfr. Mt 17, 21; Mc 9, 29).

Compartimos aquí el principio de san Juan Crisóstomo según el cual "ningún acto de virtud puede ser grande si no se sigue también provecho para los otros''.18 Y él añadía que por más que pase el día en ayunas, duerma sobre el duro suelo, coma ceniza y suspire continuamente, si no hago bien a los otros, no hago nada grande.

Entre los Padres de la Iglesia era doctrina común que ayunar por ayunar no tiene sentido, y sólo encuentra su justificación el ayuno como ahorro para compartir con los necesitadosl9. Por eso el Papa san León Magno decía con cierta gracia que ayunar quedándonos después con lo que hemos ahorrado no merece el nombre de ayuno, sino el de tacañería 20,

Es curioso que santa Teresa del Niño Jesús, con su profunda intuición espiritual, no gustaba de las penitencias, pero, educada en la tradición dolorista que conocemos, se creía por eso "menos buena":

"Muy lejos de parecerme a esas grandes almas que desde su infancia practicaban toda clase de mortificaciones, yo no sentía por ellas ningún atractivo (...) Mis mortificaciones consistían en quebrantar mi voluntad, siempre dispuesta a salirse con la suya; en callar una palabra de réplica, en prestar pequeños servicios sin hacerlos valer..." 21

Por otra parte, una vida comprometida en el servicio del Reino de Dios tiene ya suficientes sufrimientos como para no necesitar buscar un plus de dolor. Ese sufrimiento, y no el que nos procuramos a nosotros mismos, es la cruz que cada uno debe tomar para seguir a Cristo (Mt 10, 38):

"El, sufriendo la muerte por todos nosotros, pecadores, nos enseña con su ejemplo a llevar la cruz que la carne y el mundo echan sobre los hombros de los que buscan la paz y la justicia." 22

El creyente de buena fe que quiere construir el Reino mediante penitencias, se equivoca de técnica. El no será excluido del Reino que se va construyendo con el esfuerzo de sus hermanos debido a su buena fe, pero debemos ser conscientes de que, si ningún constructor utilizara una técnica objetivamente eficaz, el Reino se quedaría sin construir. Eso es lo que afirma san Pablo:

"¡Mire cada cual cómo construye! Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo. Y si uno construye sobre este cimiento con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja, la obra de cada cual quedará al descubierto. Aquel cuya obra, construida sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa. Mas aquel cuya obra quede abrasada, sufrirá el daño. El, no obstante, quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego" (I Cor 3, 10-15).

También es necesario revisar el concepto de mérito que predomina entre los creyentes. Un acto no es más meritorio porque nos cueste más, sino porque lo hacemos con mayor amor (siendo indiferente que nos cueste o no). Así lo explicaba santo Tomás:

"No es la dificultad que hay en amar al enemigo lo que cuenta para lo meritorio si no es en la medida en que se manifiesta en ella la perfección del amor, que triunfa de dicha dificultad. Así, pues, si la caridad fuera tan completa que suprimiera en absoluto la dificultad sería entonces más meritoria. 23

Dios no creó el dolor

Por una idea hondamente arraigada en el inconsciente colectivo, atribuimos fácilmente a Dios cualquier desgracia que padece el hombre. Las expresiones van desde el piadoso "Dios hace sufrir a los que ama" hasta el popular "Dios aprieta, pero no ahoga".

Semejante mentalidad lleva, antes o después, a sentar a Dios en el banquillo de los acusados:

"Si el dolor de los niños está destinado a completar esa suma de dolor que es indispensable para comprar la armonía eterna, no es que no acepte a Dios, Alíoscha, pero le devuelvo con el mayor respeto mi billete", dice Iván Karamazov a su hermano 24,

"Rehusaré hasta la muerte esta creación donde los niños son torturados", dice el Dr. Rieux en "La Peste" 25

Y fácilmente se acaba pronunciando la sentencia de Sthendal: "La única excusa de Dios es que no existe."

Elie Wiesel relata esta escalofriante escena que vivió en un campo de concentración nazi donde los S. S. acababan de ahorcar a tres judíos. dos hombres y un niño:

"Los dos adultos ya no vivían. Sus lenguas colgaban hinchadas, azuladas. Pero la tercera soga no estaba inmóvil: el niño, muy liviano, vivía aún...

-¿Dónde está el buen Dios, dónde está? -preguntó alguien detrás de mí.

Más de media hora quedó así, luchando entre la vida y la muerte? agonizando ante nuestros ojos. Y nosotros teníamos que mirarlo bien de frente. Cuando pasé delante de él todavía estaba vivo. Su lengua estaba roja aún, sus ojos no se habían apagado

Detrás de mí oí la misma pregunta del hombre:

-¿Dónde está Dios, entonces?

Y en mí sentí una voz que respondía:

-¿Dónde está? Ahí está, está colgado ahí, de esa horca...

Esa noche, la sopa tenía gusto a cadáver." 26

El sentido que le da Wiesel es que a él se le murió Dios a la vez que ese niño. Pero yo me voy a permitir darle otro sentido: Dios está colgado de la horca porque Dios no está con quien produce el dolor, sino con quien lo padece. El amor de Dios no nos protegerá de todo sufrimiento, pero nos protege en todo sufrimiento.

Y. ¿por qué no nos protege también del dolor? Podría intervenir milagrosamente, por ejemplo, para evitar las grandes catástrofes naturales, como los terremotos o las inundaciones...

Pero. en sana lógica. habría que preguntar: ¿ Y porqué no debería evitar también las catástrofes "artificiales" producidas por el hombre, como las guerras o la miseria?

El recurso al milagro no tendría límite: Acabaríamos exigiendo que el mundo fuera un milagro continuo; las leyes de la naturaleza dejarían de existir y cualquier intento de construir una teoría científica para someter la creación sería imposible. El mundo habría dejado de ser mundo para convertirse en un inmenso teatro donde Dios jugaría a las marionetas con sus criaturas privadas de libertad e iniciativa.

No obstante, a pesar de todas las explicaciones, cuando el dolor llega el hombre sigue pensando que no debía ser así. En esos momentos en que las razones se quedan cortas, el creyente deja paso a la confianza; sueña con el día en que vivamos la plenitud del Reino de Dios, porque para entonces hay una promesa de Cristo: "Aquel día no me preguntaréis nada" (Jn 16, 23).

Hay que hacer bueno a Dios

Si el día que llegue el Reino de Dios en toda su plenitud no preguntaremos nada, lo que debemos hacer es luchar para anticipar lo más posible ese día. Lo que necesitamos no son interpretaciones, sino luchar contra la existencia del dolor, para que se haga innecesaria su explicación. Con profundo realismo decía Buda:

"Si un hombre, al ser herido por una flecha envenenada, dijera: '¡No dejaré que me toquen la herida hasta que no sepa el nombre del que me ha atacado, si es un noble o un brahamán, un hombre libre o un esclavo! ¡No me dejaré curar sin saber antes de qué madera era el arco que ha lanzado esa flecha... ! ', seguro que moriría de esa herida." 27

Esa fue también la intuición de Lippert:

"Cual relámpago me llega ahora una ardiente luz: ¿Será este acaso tu propósito, tu maravilloso pensamiento: que Tú sólo cierres tus puertas para que yo abra las mías de par en par para que los desdichados tengan que venir a mí y a cada hombre que esté próximo a llorar con ellos...? ¿Será posible? ¿Que todas las puertas que quieras dejar abiertas a los pobres y desdichados, las hayas puesto en el corazón de tus ángeles y de tus santos? ¿Que sean ellos quienes por tu encargo y voluntad y en tu nombre recojan todas las penas y escuchen todas las oraciones?

Ah, entonces debo callar; entonces la quejumbrosa pregunta que te hice se tornaría en una anonadante acusación contra mí. ¿No escuchas, pues, nuestras preces?, te he preguntado; pero debería haber dicho: ¿Escucho yo las súplicas de todas tus criaturas?

¡Padre! ¡Señor y Dios! Ya veo lo que tengo que hacer; y me espanta la tarea: Tengo que hacerte bueno." 28

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1 SAN ANSELMO DE CANTORBERY, Cur Deus homo, en Obras completas, BAC, Madrid, 1952, t. 1, p. 885

2 MARTÍN LUTERO, Comentario de la Epístola a los Gálatas; cit. por LOUIS RICHARD, El misterio de la Redención, Península, Barcelona, 1966, P. 193

3 JACQUES-BÉNIGNE BOSSUET, Sermón por le vendredi saint en Oeuvres oratoires, t. 3, Derclée de Brouwer, París, 1891, p. 383

4 SALVADOR DE MADARIAGA, Dios y los españoles, Planeta,Barcelona, 1981, p. 185.

5 LIN YUTANG. La importancia de vivir, Edhasa, Barcelona, 1980. p. 412.

6 ERNST BLOCH, El ateísmo en el cristianismo, Taurus, Madrid, 1983, p. 159

7 FRIEDRICH NlETESCHE, Así habló Zaratustra en 0bras completas, Prestigio, Buenos Aires, 1970, t. 3, p. 422.

8 MODESTO LAFUENTE, Historia general de España, Montainer y Simón, Barcelona, t, 4. 1889. p. 220.

9 HUGH THOMAS. La guerra civil española, Círculo de Lectores, Barcelona, 1977, t. 1. p. 353. Es sabido que MANUEL TUÑÓN DE LARA duda de la autenticidad de este episodio (La España del siglo XX, Librería Española, París, 1973, p. 450)

10 EDWARD SCHILLEBEECKX, Cristo y ios cristianos, Cristiandad; Madrid, 1983. p. 711.

11 SCHILLEBEECKX. o.c., pp. 466-501 recoge 16 explicaciones diferentes de la redención que utiliza el Nuevo Testamento .

12 SAN IRENEO, Adversus haereses, 3, 22; PG 7, 958-960.

13 PEDRO ABELARDO, Exposición de la Epístola de Pablo a los Romanos, 2; PL 178. 836.

14 SANTO TOMAS DE AQUlNO Suma contra gentiles, Iib 3, cap. 122, BAC, Madrid, 2ª ed. 1968, t 2. p. 465.

15 SAN BERNARDO, Contra los errores de Pedro Abelardo, cap 7, núm. 17; en Obras completas, BAC, Madrid. 1955, t. 2, p. 1015.

16 SAN ATANASIO, De incarnatione Verbi, 54; PG 25, 192; Ep. ad Adelph. 4; PG 26, 1077 A; Orat, Il contra Arianos, 61: PG 26, 277 B. SAN GREGORIO DE NISA, Orat. catech. magna, 37, 12; PG 45, 97 B; SAN GREGORIO NACIANCENO, Orat. 30, 6; PG 36, 109; 40. 45; PG 36, 424 B; 45, 9; PG 36, 633-636: SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilía II in Joan., 1;- PG 59, 79; SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA, Lib. 1 in Joan., acerca de Jn 1, 12; PG 73, 153 A-B; SAN JUAN DAMASCENO, De fide orthod. 4, 13; PG 94, 1137 A-C.

17 PALADIO, El mundo de los Padres del Desierto (La Historia Lausíaca), cap. 37, Studium, Madrid, 1970, p. 183.

18 SAN JUAN CRISÓSTOMO. Homilías sobre 1 Corintios, 25, 3, PG 61, 208.

19 Véanse suficientes testimonios sobre el particular en mi libro La causa de los pobres. causa de la Iglesia, Sal Terrae, Santander 982 pp. 95 y ss.

20 SAN LEÓN MAGNO, Homilías 15, 2 y 40, 4: en Homilías de san León Magno, BAC. Madrid, 1969, pp. 52 y 173.

21 SANTA TERESA DE LISIEUX, Historia de un alma cap. 6: en Obras completas. Monte Carmelo. Burgos. 1975. p. 245.

22 VATICANO II, Gaudium et spes, 38.

23 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Quaest. disp. de caritate 8 ad 17. 24 FlODOR DOSTOlEVSKI, Los hermanos Karamazov, en Obras completas, Aguilar, Madrid, 7ª ed.. 1973, t. 3, p. 203.

25 ALBERT CAMUS, La Peste, en Narraciones y Teatro, Aguilar, Madrid, 7ª ed., 1979, p. 307,

26 ELIE WIESEL La noche. el alba, el día, Muchnik, Barcelona, 1975. p. 70.

27 E. CONCE. Buddhism. Its essence and developmenlt, Oxford. 2ª ed., 1953.

28 PETER LIPPERT, El hombre Job habla a su Dios. Jus, México, 2ª ed., 1967, pp. 99-102.