Virginidad
III. TEOLOGÍA MORAL. La v. es una virtud,
considerada como parte subjetiva de la templanza -distinta de la castidad según
S. Tomás-, que suele definirse en sentido estricto cmo la firme resolución de
conservar la integridad de la carne por razones sobrenaturales, renunciando al
matrimonio libremente -lo que le da cierto carácter de estado-, acercándose así
entonces la acepción de v. a la de celibato (v.), aunque el concepto de éste es
más amplio, pues no hay referencia a la integridad corporal, sino sólo a la
decisión de renuncia al matrimonio, por razones sobrenaturales,
independientemente de como haya sido la vida precedente.
Suele distinguirse la v. en sentido físico o biológico, en cuanto comporta la
integridad de la carne, y la v. formal o moral, que conlleva el propósito firme
de abstenerse de los placeres sexuales, incluso de aquellos que son honestos y
santos en la vida matrimonial. Por lo que se refiere al primer aspecto, la
integridad corporal implica el que no se haya dado ninguna actuación externa
completa y voluntaria de la facultad sexual. Teniendo en cuenta esto se
comprende que los pecados puramente internos contra la castidad y los externos
incompletos, debidamente reparados por la penitencia (v.), no impidan el
restablecimiento del alma en el estado de v. perdido por ellos (es decir, que
puede darse entonces una recuperación de la v.), mientras que, después de un
pecado grave externo completo no existe posibilidad de recuperarla, aunque sí,
obviamente, de vivir la castidad (v.).
El sentido más profundo de la virtud de la v. es la entrega total de la persona,
alma y cuerpo, mente y corazón a Jesucristo, aceptando por el Reino de los
Cielos lo que se reconoce como don superior a las fuerzas humanas (cfr. Mt
19,11), como carisma brindado, no como imposición. Así considerada la v. no
incapacita a la persona para lograr su natural desarrollo y su debida
perfección, como si ésta exigiera el recíproco influjo de los individuos en la
intimidad de la sociedad conyugal; sino que la lleva a mantener ante Dios la
entrega indivisa del corazón, y asegura una fuente de gracias espirituales para
la perfección individual y para la fecundidad apostólica (V. CELIBATO).
Virtud eminentemente cristiana. La aceptación de la v. como forma de vida es
fruto del cristianismo, y sólo en él adquiere pleno sentido. Renunciar de por
vida a un instinto profundamente arraigado en el hombre, a una tendencia natural
que podría realizar un fin tan noble como el de cooperar con Dios en la
transmisión de la vida al servicio de la. humanidad, no tiene razón sino cuando
se ha comprendido el sentido y el valor escatológico de la existencia terrena de
los hombres, cuando se abraza la v. por el Reino de los Cielos y por el
Evangelio (cfr. Mt 19,12; Mc 10,29), cuando se comprende la forma de vida
superior que es experimentar por adelantado lo que sucederá en la resurrección,
cuando «ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en
el Cielo» (Mt 22,30). En el mundo pagano, aunque se le reconociera a veces una
dignidad especial y se la viera particularmente estimable en personas vinculadas
al culto de la divinidad, no se la aceptaba de ordinario como estado permanente,
sino por un periodo de la vida (v. I) y solía faltar el elemento formal de la
virginidad.
Los Padres de la Iglesia ensalzaron la v. con notable insistencia y unanimidad;
frecuentemente sus tratados celebran las excelencias de la v. o la defienden de
los ataques denigratorios de los herejes. Destacan S. Cipriano, De habitu
virginum (PL 4,451-58); S. Agustín, De sancta virginitate (PL 40,397-428); S.
Basilio, De vera virginitatis integritate (PG 30,781-84); S. jerónimo, Contra
Jovinianum (PL 23,226-48); S. Ambrosio, De virgínibus (PL 16,198-244), De
virginitate (PL 16,279-316). Sus motivos, expuestos a veces en un tono exaltado,
en reacción contra los ataques o en compensación de las alabanzas que otros
tributaban al matrimonio, son numerosos. Y siempre de una espiritualidad que
apunta a realizar la unión sublime de las almas con Dios. Junto con la razón
fundamental de dedicación total a Dios con mayor seguridad y disposición de
entrega, invocan razones de consagración más fácil y continuada al culto divino,
a la vida de oración, a la intimidad con Dios más profunda; al mayor
conocimiento de sus misterios y a la experiencia de su comunicación a las almas;
la imitación de la vida virginal de María y el místico desposorio con.
Jesucristo; la participación en la vida de sacrificio del Señor, en testimonio y
complemento de lo que falta a su pasión en favor del mundo; la paternidad
espiritual más fecunda en un apostolado (v.) libre de los vínculos matrimoniales
y, por consiguiente, con plena disponibilidad apostólica, no sólo por la
indivisión del corazón, sino porque el alma se puede entregar de lleno a la
causa del Evangelio. Desde los primeros siglos fueron muchos los ascetas y
vírgenes que apreciaron estos motivos y observaron perfecta continencia (V.
VÍRGENES . PRIMITIVAS).
Entre los medios para mantener la v., don de Dios, se encuentran el pudor (v.) y
la modestia (v.), y la guarda delicada de la virtud de la castidad (v.), la
vigilancia (v.) serena y atenta, etc. Por lo demás es claro que para ser fiel a
ese don, decía Pío XII, hay que utilizar los medios sobrenaturales: «para
conservar la castidad no bastan con la vigilancia y el pudor. Preciso es también
recurrir a los medios sobrenaturales: a la oración, a los sacramentos de la
Penitencia y de la Eucaristía y a una ardiente devoción a la Santísima Madre de
Dios» (Enc. Sacra virginitas, 30). Para más datos sobre su valor y motivos,
posibilidad y medios para mantenerla, v. CASTIDAD III.
Virginidad y matrimonio. De la doctrina de Cristo y
de los Padres, la Iglesia, fiel guardiana de la verdad revela da, ha enseñado
siempre la excelencia del don de la virginidad. Su excelencia con respecto al
matrimonio fue definida dogmáticamente en el Conc. de Trento, en contra de la
enseñanza de Lutero y otros protestantes: «si alguno dijese que el estado
conyugal debe anteponerse al estado de virginidad o de celibato, y que no es
mejor y más perfecto permanecer en virginidad o celibato que unirse en
matrimonio (cfr. Mt 19,11 ss.; 1 Cor 7,25 ss., 38,40), sea anatema» (Denz.Sch.
1810).
Sin embargo, la superioridad de estado no indica necesariamente superioridad de
santidad personal o que los que viven en matrimonio estén llamados a una
santidad inferior. Todos los cristianos están llamados a la santidad (V.
SANTIDAD IV) y cada uno debe ser fiel a su propia vocación (v.) recibida del
Señor, alcanzando la perfección de la caridad por-la correspondencia fiel a la
gracia divina (v. MATRIMONIO II, 1; III, 1; v, 1 y 2). Puede decirse en términos
generales que celibato y matrimonio son dos vocaciones divinas -dones de Dios,
decía S. Pablo (cfr. 1 Cor 7)-, con características propias y que manifiestan,
cada uno a su modo, la riqueza de la gracia cristiana. A algunos cristianos les
pide Dios que renuncien al matrimonio para orientar su vida a una fecundidad de
orden espiritual; a otros los llama en cambio a santificar la vida matrimonial
contribuyendo al desarrollo de la Iglesia tanto en su fecundidad numérica como
en su santidad. Sólo en una persona, en la que está como resumida la plenitud de
todos los dones cristianos, se dieron a la vez los dos: Nuestra Señora, que fue
Madre sin dejar de ser nunca virgen, la Virgen por excelencia (v. MARÍA II, 4).
V. t.: CASTIDAD III; CELIBATO; VÍRGENES PRIMITIVAS.
M. ZALBA ERRO.
BIBL.: Además de la incluida en II: Pío XII, Enc.
Sacra virginitas, 15 mar. 1954; Pauto VI, Ene. Sacerdotalis coelibatus, 24 jun.
1967; S. TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, 2-2 g152; F. BOURASSA, La virginité
chrétienne, Montreal 1952; W. BERTRAMS, El celibato del sacerdote, Bilbao 1960;
R. GARRIGOU-LAGRANGE, La virginité consacrée á Dieu selon S. Thomas, «Rev.
Spirituelle» 10 (1924), 533-550; G. B. GUZZETTI, Matrimonio, familia,
virginidad, Bilbao 1969; D. von HILDEBRAND, Pureza y virginidad, 3 ed. Bilbao
1958; J. M. PERRIN, La virginidad, 2 ed. Madrid 1960; L. Rov, La chasteté
parfaite, «Sciences ecclesiastiques» 6 (1954), 203-220; C. VACA, La castidad y
otros temas espirituales, Madrid 1956. Puede consultarse también la bibl.
incluida en la voz CELIBATO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991