Unción (sagrada Escritura)
La u. o unciones con aceites, bálsamos o aromas diversos es un uso humano desde la más remota Antigüedad, y en general envuelve ideas al parecer de gusto particularmente oriental. Pero conviene distinguir, especialmente en la Biblia, un doble uso de la u.: profano y religioso.
1. La unción como rito religioso. Para designar la
u. como rito religioso el hebreo emplea la palabra mašah, de donde viene mašiah=«mesías,
ungido» (griego christós). La u. se aplicaba en el A. T. a objetos y personas.
Varios y diversos objetos eran santificados con una u.; p. ej.: las piedras
votivas de Jacob después de su visión nocturna en Bethel (Gen 28,18; 35,14); el
tabernáculo del Santuario (v.) y del Templo (v.) y sus accesorios (Ex 30,26; Lev
8,10-11), en particular el altar (Ex 29,36), y también determinadas víctimas
(Lev 2,1 s.). Pero las u. de que habla en especial el A. T. son principalmente
ritos de consagración (v.) de personas: el rey y los sacerdotes.
a) La unción real. Ocupa un lugar aparte y muy principal. El rey en virtud de la
u. de aceite, que simboliza su penetración por el Espíritu de Dios (1 Sam 9,16;
10,1-10; 16,13), es consagrado para una función que le convierte en
lugarteniente de Yahwéh en Israel. Esta u. es un rito importante de la
coronación del rey (Idc 9,8). Así se menciona el caso de Saúl (1 Sam 9,1-10 y
10, 1 ss.), de David (2 Sam 2,4), de Salomón (1 Reg 1,39) y también de otros
reyes descendientes (2 Reg 11,12; 23,30). La u. real era aplicada por un hombre
dé Dios, profeta o sacerdote. Saúl y David fueron ungidos por Samuel (1 Sam
10,1; 16,13), y Jehú fue ungido por un profeta que había enviado Eliseo (v.; 2
Reg 11,12).
El sentido de esta u. real, como rito religioso, consistía en marcar con un
signo exterior que estos hombres habían sido elegidos por Dios para gobernar al
pueblo en su nombre, El rey era el «ungido de Yahwéh» (2 Sam 19, 22). Con la u.
venía a ser partícipe del Espíritu de Dios, como se dice en el caso de David:
«Samuel tomó el cuerno del aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. El
Espíritu de Yahwéh se posesionó de David a partir de aquel día» (1 Sam 16,13).
El rey, pues, como «ungido de Yahwéh», era constituido en personaje sagrado, al
que todo fiel debía manifestar un respeto religioso (1 Sam 24,7.11;
26,9.11.16.23; 2 Sam 1,14-16).
b) La unción sacerdotal. Los sacerdotes recibían también una u.; particularmente
el Sumo Sacerdote.
Por orden de Yahwéh (Ex 29,7) confiere Moisés la u. a Aarón (Lev 8,12), al que
en los libros del A. T. se llama varias veces «el sacerdote consagrado por la
unción» (Ley 4,5; 16,32). Y en otros pasajes se habla de la u. conferida también
a simples sacerdotes, llamándolos «hijos de Aarón» (como en Ex 28,41; 40,15; Num
3,3); aunque hemos de observar que todos estos pasajes pertenecen al texto
llamado Código sacerdotal, cuya última redacción parece situarse después del
destierro babilónico. Es, pues, posible que durante la monarquía solamente fuera
ungido el rey. Pero alrededor del s. I la comunidad de Qumrán (v.) aguardaba no
sólo un mesías de Judá, un rey, sino también un «ungido» oriundo de Leví, mesías-sacerdote.
Los profetas (v.) no eran ungidos con aceite. La aplicación del término «ungido»
a algunos profetas (1 Reg 19,16.19) era más bien una metáfora. La u. de los
profetas designa metafóricamente su investidura o elección divina para su misión
(Is 61,1 s.).
c) La unción de Cristo. Señalemos en primer lugar la redundancia del título. Son
tres palabras con la misma idea: Mesías en hebreo; Cristo en griego; Ungido en
castellano. Este nombre vino a ser en la época apostólica el nombre o título más
aplicado a Jesús, apropiándose el contenido de los otros títulos. Los diversos
usos de la palabra «ungido» en el A. T. y luego en el judaísmo no comportaban
todavía la riqueza de sentido que le dio el N. T. Con Jesucristo se juntan
cabalmente en este título las tres «unciones» de que hemos hecho mención: real,
sacerdotal y profética. Las ideas que las acompañan se revelarán, en su
aplicación al Mesías, en toda su importancia (v. MESÍAS). En el N. T. el título
de «Cristo-Ungido» evoca directamente la obra de la salvación llevada a cabo por
Jesús y su u. regia en la Ascensión (v.).
Recordemos a este respecto cómo los oyentes de Jesús impresionados por su
santidad, autoridad y poder (Io 7,31) se preguntaban: «¿No es éste el Mesías?» (Io
4,29; 7,40), o lo que es lo mismo: «¿No es éste el Hijo de David?» (Mt 12,23).
Los Evangelios sinópticos dan una solemnidad particular al acto de fe de S.
Pedro: «¿Quién decís que soy yo? Tú eres el Mesías» (Mc 8,29). Pero el título de
Mesías podía ser entendido por muchos judíos en una perspectiva de realeza
temporal. Por eso Jesús, a causa de las resonancias demasiado terrenales de este
nombre, no solía aceptarlo en público sino con reserva (Lc 4,41; Mt 16,20), pues
debía realizar su obra mesiánica por su pasión, su resurrección y su entrada en
el reino celestial, en la gloria (Mt 16,13-21 ss.; 26,64 ss.). Jesús resucitado
se manifiesta claramente como el Cristo. A la luz de la Pascua de la
Resurrección la Iglesia naciente comprende con mayor profundidad el título de
Mesías-Cristo, ya despojado de todo equívoco. Después de su Resurrección, Jesús
se dio explícitamente este título (Lc 24,26). Por esto la Iglesia naciente, que
debe demostrar a los judíos que Cristo ha venido en la persona de Jesús, lo hace
sobre todo subrayando la continuidad de las dos «alianzas», siendo la segunda la
realización de la primera (v. ALIANZA [Religión] II). Jesús es el verdadero hijo
de David (Mt 1,1; Le 1,27; 2,4; Rom 1,3; Act 2, 29 s.; 13,23), destinado desde
su concepción a recibir el trono de David su padre (Lc 1,32) para llevar a
término la realeza divina, depurada de interpretaciones nacionalistas y
terrenales, estableciendo en la tierra el Reino de Dios (v.). La Resurrección es
la que ha entronizado a Jesús también en cuanto a su humanidad en su gloria
regia: «Dios ha hecho Señor y Cristo a este Jesús que vosotros crucificasteis» (Act
2,36). Así la gloria temporal de los «ungidos de Yahwéh» era una lejana figura
de la gloria divina de Jesús.
El título de «Cristo» o «Ungido», unido indisolublemente al nombre personal de
Jesús, conoce así una prodigiosa ampliación, pues todos los otros títulos
salvadores y divinos que definen a Jesús se condensan y concentran en torno a
este nombre: Jesucristo. Jesucristo es el Hijo de Dios en el sentido fuerte de
la palabra (Rom 1,4), es Dios mismo (Rom 9,5; 1 lo 5,20). Cristo no es ya para
Jesús un título de tantos; es su nombre propio, que recapitula todos los demás.
Y los que son salvados por Él llevan también el nombre de cristianos (v.; Act
11,26), que equivaldría a «ungidos»; podemos decir que también los cristianos
reciben una «unción» (2 Cor 1,21; 1 Io 2,20-27). Se trata, no de un rito
sacramental concreto, sino de una participación en la triple u. de Jesús, una u.
espiritual por la fe en Cristo-Jesús y por todo el conjunto de los sacramentos
(v.) (v. t. IGLESIA III, 4, 5 y 6).
2. La unción en el uso profano. Las unciones con
aceites, bálsamos y aromas eran y siguen siendo uno de tantos cuidados relativos
al aseo corporal; a veces también remedio curativo y medicinal. El oriental,
como otros muchos, gustaba ungirse después del baño, para mantener la piel
flexible en un clima cálido y seco; generalmente se usaba aceite de oliva (Ps
133,2; Lc 16,6) al que se añadían a veces sustancias aromáticas (Am 6,6). Se
considera que el aceite penetra profundamente en el cuerpo (Ps 109,18), y le da
fuerza, salud, alegría, belleza.
Se ungían la cabeza (Ps 23,5; Eccl 9,8), especialmente la barba (Ps 133,2), y
también los pies (Lc 7,38.46). Después de la u. se rociaban con sustancias
aromáticas (Cant 3,6; Est 2,12; Idt 10,3). La u. además de aseo era un signo de
alegría, sobre todo con aceite perfumado (Prov 27,9); y así se usaba
especialmente en las festividades (Am 6,6; Is 61,3; Ps 45,8; Heb 1,9); por eso
se suprimía en tiempo de luto y ayuno (2 Sam 12,20; Dan 10,3). También era
muestra de honor derramar aceite sobre un huésped. En los Salmos se indica con
ello la abundancia de favores divinos (Ps 23,5; 92,11). Y los Evangelios
refieren en dos ocasiones distintas que una mujer tributó a Jesús este homenaje
(Lc 7,38.46 y Mt 26,6-13; Io 12,1-8).
Finalmente, se usaba además la u. con aceites y bálsamos como medicina para
curar o aliviar a enfermos o heridos. En todo el mundo antiguo era usada la
virtud curativa o suavizante del aceite para las heridas (Is 1,6), como lo hizo
el buen samaritano (Lc 10,34), las u. purificativas a los leprosos (Lev
14,10-32); etc. Cuando Cristo envió a los discípulos a predicar el Reino de Dios
les confirió el poder de expulsar los demonios y curar a los enfermos como
leemos en Mt 10,1 y Lc 9,1 ss. Y cuando iban en misión hacían u. con aceite a
muchos enfermos y los curaban milagrosamente (Mc 6,13).
3. La unción en la Liturgia cristiana. El uso
profano, natural u ordinario, de las u., que de algún modo ya sugería la
eficacia y significado religioso de la u. real y sacerdotal del A. T., es tomado
por Jesucristo como signo y símbolo de uno de los siete sacramentos de la Nueva
Alianza, el sacramento de la Extremaunción o Unción de los enfermos en la
Iglesia; u. que obra mediante la invocación al Señor, petición de la oportuna
salud y del perdón de los pecados (Iac 5,14-15). Siendo, en general, la
aparición de la enfermedad en el mundo consecuencia de la aparición del pecado,
la u. hecha «en nombre del Señor» con oración hace participar al enfermo de la
victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, ya por la curación, ya por el
acrecentamiento de fuerza espiritual para afrontar el dolor y la muerte (v.
UNCIÓN DE LOS ENFERMOS, SACRAMENTO DE LA). Y, en general, la liturgia cristiana
ha recogido el gesto de la u.
como signo o símbolo expresivo de determinadas realidades espirituales o
sobrenaturales, en algunos sacramentos y en otros ritos litúrgicos: v. ÓLEOS,
SANTOS; GESTOS Y ACTITUDES LITÚRGICOS, 2a.
D. YUBERO GALINDO.
BIBL.: D. Lys, L’onction dans la Bible, <<Étud.
Théol. Et Relig.>> (1954-55) 3-54; I. De la POTTERIE, L’onction du Christ, <> 90
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J. DE FRAINE, L’aspect religieux de la royauté israélite, Roma 1954; E. COTHENET,
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Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991