Ultratumba
 

La inmortalidad humana, el hecho de que con la muerte la vida no se pierde sino que se cambia, es más que una creencia a lo largo de la historia de la humanidad: es una convicción firme y constante, una realidad que el hombre descubre de muchas formas y que expresa de diversos modos. A la hora de concretar el modo y particularidades de la vida del más allá, hay muchas variantes, a veces fundamentales, en las diversas religiones y culturas, aunque siempre esté presente una idea más o menos clara de la responsabilidad personal, y, por tanto, de la retribución y del juicio divinos (v. ESCATOLOGÍA; PREMIO Y CASTIGO). Con la Revelación (v.) que culmina en Jesucristo se confirma esa profunda convicción humana y se completa el conocimiento de diversos rasgos esenciales de la otra vida, en el orden sobrenatural al que Dios ha elevado al hombre, aunque siempre la plenitud de su conocimiento está reservada a cada uno para el momento de traspasar el umbral de la muerte (v. MÉRITO; JUICIO PARTICULAR Y UNIVERSAL; CIELO; PURGATORIO; INFIERNO).

En diversas voces de esta Enciclopedia se han estudiado ya estos temas (además de las mencionadas, v. DIFUNTOS; INMORTALIDAD; MUERTE; SALVACIÓN; RESURRECCIÓN DE LOS CUERPOS; MUNDO III; etc.). Aquí nos ocuparemos de diversas formas en que han sido concebidas la vida de u. y la inmortalidad, expresadas a través de diferentes ritos, prácticas y cultos en la historia de la religiosidad humana desde los más remotos tiempos.

El ajuar funerario. Es práctica frecuente, tanto entre los hombres prehistóricos como en los llamados pueblos primitivos (v.) actuales y en pueblos o religiones históricos y civilizados, enterrar a los difuntos (o quemarlos) acompañados de sus útiles: instrumentos para cazar, horadar la tierra, curtir pieles; a los antiguos germanos se les quemaba con carro, caballo y armas; hoy en los funerales budistas aparece frecuentemente la taza del difunto con arroz cocido y los palillos, etc. En este sentido, impresiona sobremanera el descubrimiento realizado por Woley en el cementerio real de Ur (Mesopotamia). Un personaje fue enterrado no sólo con sus utensilios, sino con toda su corte: soldados armados, sacerdotes, músicos, siervos, aurigas con sus carros y los bueyes y asnos uncidos. Todos ocupaban su lugar en esta hecatombe, sin haber sufrido muerte violenta; probablemente fueron envenenados. Un músico sostenía aún entre sus manos la maravillosa arpa cuya parte metálica apareció en buen estado. Este sepulcro es datado de mediados del III milenio a. C. Y no sólo en Ur, sino en otros muchos lugares. En la cueva de Albuñol (Granada) un personaje, probablemente la señora, estaba acompañada de los cadáveres de 12 servidoras colocadas en semicírculo. Los cadáveres momificados llevaban cubrecabezas, túnicas y calzado tejido de esparto; junto a los cadáveres apareció todo un ajuar neolítico. Los estudiosos se siguen preguntando sobre el significado de estas hecatombes. Lo mismo puede tratarse de un ingente sacrificio de fundación o unos ritos relacionados con el mito cíclico de muerte-vida. Lo que sí es seguro -sin excluir lo anteriores que se trata de un traslado obligado de la corte al más allá para acompañar a su señor.
Las ofrendas (v.) de alimentos que se encuentran tan frecuentemente en los sepulcros confirman la convicción de los que las hacían en una vida de u.; por eso eligen como ofrenda ritual cuanto un hombre precisa para su vida intrahistórica: en las tumbas protohelénicas de Kerameicos, en las egipcias, entre los primitivos, etc. Existe un dato muy interesante: procuran trasvasar estas ofrendas del más acá al mundo de ultratumba. Así, al lado de ofrendas materiales, se hallan restos de alimentos quemados, igualando de algún modo el cadáver reducido a cenizas -naturalmente o por cremación (v.)- y las ofrendas; las más de las veces utilizan líquidos para ofrecer sobre las tumbas: el aceite, el vino, el agua lustral corren sobre la tumba, adentrándose en la tierra.

La interpretación del hecho es obvia: el hombre, primitivo o no, piensa en otra vida más allá de la muerte; para este nuevo estado precisa el difunto aquellos elementos que le fueron necesarios en vida. La negación o punto de oposición radical entre la existencia y la nada (como algunos fautores del existencialismo, p. ej., Sartre, v., consideran que es la muerte) es impensable para el hombre. La muerte es un paso obligatorio en esa vida que llega más allá de la tumba. El individuo, en su identidad, permanece a través de estos cambios que no atentan a su realidad. El paso vida-muerte es semejante al que se da en los ritos de iniciación (v.) del niño a la adultez.
Momificación. Podría considerarse como un procedimiento mágico-mecánico por medio del cual se pretende dar al cadáver los condicionamientos requeridos para su nueva vida, o, más en general, como otra forma de expresar el convencimiento de una vida más allá de la muerte.

El color rojo, presente en muchas sepulturas, es uno de los distintivos que saltan a la vista cuando se recorre la descripción de los hallazgos prehistóricos. Así en Grimaldi (Riviera italiana) se encontraron una serie de cadáveres, algunos anteriores al hombre de Cromagnon, cuyos esqueletos limpios fueron pintados de rojo. En la Grotte des Enfants la tierra en que fue sepultado otro de ellos fue retintada en el mismo color, y los cráneos de Barma Grande están pintados de rojo y reposan en un lecho colorado (v. CRÁNEO, CULTO AL). La deducción es obvia: el hombre del Paleolítico relaciona la vida con la sangre. Por experiencia conoce que este fluido acompaña siempre a los seres vivos y que su pérdida va causando la progresiva debilidad del herido. Si fuera posible devolverle el fluido vital, volvería a tener fuerzas, a combatir, a ser hombre. Se puede ver así, en esta coloración roja del esqueleto, tras una concienzuda limpieza ritual de los huesos, la forma más primitiva de momificación. La muerte ha provocado la disociación del compuesto humano; al pintar de rojo, como al momificar, se intenta hacer servible de nuevo el cuerpo o más bien se intenta expresar que la vida no ha desaparecido, se ha cambiado; existe otra vida, bien en el mundo del más allá, bien en un futuro despertar. La importancia de la sangre, necesaria para la vida, se manifiesta en las ofrendas hechas a los difuntos (v.) y consistentes en seres vivos, humanos o no, y la más concreta y específica de sangre en las tumbas.

Junto al ajuar y a las viandas, la momificación es un índice claro de la afirmación de una vida de ultratumba. En las sepulturas mesopotámicas, junto a un fabuloso conjunto de utensilios, los cadáveres han sufrido una elemental momificación consistente en la extirpación de las vísceras y el chamuscamiento del cuerpo (hallazgos en Surghu y El-Hibba). En Egipto (v.) esta vida de u. se manifiesta de una forma decisiva, en la existencia de las personas y en los restos y testimonios encontrados, que prueban claramente su firme convicción acerca de la existencia de una vida trascendente: las Pirámides (v.), al igual que las tumbas reales de Tebas, proclaman con su tesoro escondido el poder soberano de hombres y dioses sobre las fuerzas materiales de la desintegración (v. t. TEMPLO I, 3a). Las condiciones climático-geográficas del valle del Nilo han influido posiblemente en las formas de su sistema religioso funerario. El hecho de que los cuerpos se preservaran naturalmente de la corrupción de forma indefinida, gracias al calor seco de la arena, ha podido contribuir a que los egipcios concretaran algunas peculiaridades de lo que pensaban debía de ser la vida del más allá. Lo cierto es que, una vez abandonada la costumbre de la inhumación en el desierto, enterrando los cadáveres en tumbas de piedra, procuran defenderlos de la corrupción. Probablemente desde la primera Dinastía (ca. 3200 a. C.) se comienza a embalsamar los cuerpos a base de diversas resinas y sal, una vez arrancadas las vísceras humanas y limpio el interior y el exterior del cadáver. Poco a poco se elabora una técnica para fortalecer los tejidos y hacerlos prácticamente imperecederos, restaurando, si es preciso, el cuerpo mutilado o herido del recién cadáver. Íntimamente ligado a esta operación, medio quirúrgica medio estética, se encuentra el rito mágico de «abrir la boca» al difunto. Por este medio, los sacerdotes revivifican ritualmente al muerto con la ayuda de agua del Nilo, incienso y otros agentes como potentes amuletos. Así el difunto consigue una nueva alma y se encuentra capacitado para vencer a los enemigos que se le puedan presentar en la otra vida.

Formas. De todos estos hallazgos e innumerables testimonios se puede deducir la amplitud espacio-temporal y la solidez de la convicción humana acerca de la vida de ultratumba. El hombre niega la soberanía de la muerte sobre su identidad y afirma su confianza en la supervivencia. Quizá los sueños, en los que se aparecen y hablan los difuntos, quizá el cariño hacia el pariente o amigo desaparecido de este mundo, etc., influyeran en este tan claro afán de interpretar lo que significaba el fin de la vida terrena. Una raíz más segura del descubrimiento y reconocimiento de una vida de u. es la percepción propia y exclusiva que el hombre tiene del tiempo, que le hace capaz de distinguir entre pasado, presente y futuro. La persona (v.), además, tiene conciencia de que algo hay en él superior al ayer y que permanece cuando el tiempo pasa, su propio yo. Al considerar el devenir, deduce que esto tan íntimo sobrevivirá a todos los cambios, incluida la muerte, y que ésta es sólo un puente transtemporal. La dificultad de objetivar y conceptualizar esa vida de u. no impide que sea reconocida y expresada de alguna forma. La expresión o expresiones de la sobrevivencia, el no admitir la aniquilación completa de la persona, está por encima o al margen, incluso, de un deseo consolador que crease un mundo maravilloso como compensación a las frustraciones del más acá. La representación que algunas culturas hacen del mundo de u. es tan desesperantemente sombría que la creencia en una total aniquilación hubiera podido ser más reconfortante en ocasiones. En efecto, las formas de concebir la vida de u. se pueden dividir en dos grandes grupos:
a) Optimistas: se pueden llamar así a las de aquellas civilizaciones donde se piensa que es posible lograr una sobrevivencia más feliz, sea por medios mágicos destinados a acabar con los obstáculos encontrados en el camino del más allá (como la momificación), sea gracias a una especial asistencia divina, como la identificación del creyente con el dios salvador, que se intentaba en el culto de Osiris o en los misterios órficos (V. ORFISMO; MISTERIOS Y RELIGIONES MISTÉRICAS). Dentro de este apartado optimista caen también aquellas religiosidades en que la acción salvadora se considera que llega desde fuera del hombre, como algo que sólo y totalmente depende de la divinidad, como acontece en el pensamiento del mazdeísmo (v.) e islamismo (v.); y en general hay un aspecto optimista en la visión de la vida de u. en toda religión en la que se percibe con claridad y de forma expresa Ja necesidad de un juicio y retribución divinos después de la muerte (v. PREMIO Y CASTIGO I).
b) Pesimistas: la vida de u. es pintada con negros colores en algunos pueblos, como en los de Mesopotamia (v.). Estos pueblos, tan emparentados con los semitas (v.) y con el pensamiento homérico y griego, pensaban que la vida allende el mundo se desarrolla en las entrañas de la tierra (v. TIERRA v), en un lugar conocido con el nombre de Kingallu. La descripción que de él se hace es tétrica y desconsoladora: por doquier abundan las tinieblas y el polvo; aunque no están ausentes del todo ideas acerca de premio y castigo, todos los humanos caben en aquel horrible lugar sin que haya grandes diferencias entre buenos y malos, chicos y grandes; su alimento es paupérrimo y la finalidad de las ofrendas es sin duda ayudarles a superar tan temida dieta. Tan pobre es ésta, que su mayor gozo es hartarse de agua fresca, mientras que los menos afortunados han de contentarse con el mísero sustento que representan los detritus que se pudren en las calles. Pesimistas son también, aunque de forma más elaborada, la doctrina de los Upanishades (V. VEDAS), el pensamiento budista (v.), el de los estoicos (v.) y de la religión primitiva china (v.), que no admiten para el hombre sino el infierno (v.) o la continua reencarnación (v. METEMPSÍCOSIS), hasta ser absorbido el espíritu humano en el todo o sustancia universal.

La vida de u., siempre al comienzo y al fin de toda existencia, en China se consideraba geográficamente situada en la provincia de Zechuán, al sudoeste del país, como un mundo inferior organizado a la manera de los tribunales de la tierra. Una antecámara se abre como pórtico de los más variados suplicios: allí se encuentran los registros de toda vida humana fijando su duración. Una vez atravesada, se penetra en las diversas secciones de este infierno integral, en donde los lugares muestran por sus nombres tales como Lago de la sangre, Ciudad de los suicidas- el fin horrendo de los difuntos. Una vez concluida la permanencia en esos lugares o por indulto especial, los espíritus se encarnan de nuevo para seguir amarrados a la rueda del destino que los volverá a traer a tan horripilante lugar.

Estas formas, pesimista y optimista, de concebir la vida de u. dependen en parte de la idea que estos mismos pueblos tuvieron de Dios o de sus dioses. Unos creyeron que éstos no controlaban a los hombres más que durante su vida terrena, sin ocuparse de ésta allende la tumba. En otros, la providencia (v.) se extiende hasta más allá de la muerte y así se afirma más claramente la existencia de un juicio y una retribución proporcionada en la otra vida, como en la religión mazdea, el culto de Osiris y las grandes religiones monoteístas (v. ESCATOLOGÍA I). Otros sistemas como el hinduismo (v.), budismo (v.), taoísmo (v.), estoicismo (v.), conciben la divinidad como el principio impersonal de toda realidad (V. PANTEÍSMO) y en consecuencia la u. consistirá en un irse despojando el hombre de sus taras individuantes para acabar siendo absorbido en el Todo.


J. GUILLÉN TORRALBA.
 

BIBL.: A. PIOLANTI, El más allá, Barcelona 1959; E. DE MARTINO, Il mondo magico, Turín 1948; H. OBERMEIER; A. G. BELLIDO y L. PERICOT, El hombre prehistórico y los orígenes de la humanidad, 8 ed. Madrid 1963; C. L. WOLLEY, Ur, ciudad de los Caldeos, México 1956; y las bibl. de ESCATOLOGÍA; DIFUNTOS; INMORTALIDAD; PREMIO Y CASTIDO;CIELO; INFFIERNO; SALVACIÓN. Para las posibilidades de salvación en las religiones no cristianas: L. CAPERAN, Le problème du salut des infidèles, 2 ed. Touluse qoer; A. SANTOS, Salvación y paganismo, Santander 1960.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991