Soledad
 

En su acepción psicológica más amplia, es la ausencia de compañía. Propia del ser inteligente que es capaz de relacionarse como tal con sus semejantes y de experimentar, al carecer de alguien presente con quien comunicarse, el estado afectivo de sentirse solo. Tal situación puede darse de modo que prevalezca la impresión penosa de aislamiento y privación, es la soledad negativa; o bien con predominio de posibles compensaciones, soledad positiva.

El hecho paradójico de la soledad actual. La impresión de sentirse aislado disponiendo de múltiples recursos de comunicación, incluidos los personales atractivos, es una antinomia que ha suscitado en nuestro tiempo la reflexión de no pocos pensadores. Es ésta la presente situación del hombre occidental en la era vertiginosa de la técnica, del bienestar y de la colectivización. La persona se encuentra habitualmente entre hechos que le absorben, quehaceres que le ofrecen pingües beneficios, medios de satisfacer sus apetencias, personas copartícipes de sus empresas e intereses humanos y vitales. En un marco tan exuberante de intercomunicación, la observación a nivel empírico descubre que el hombre actual, abrumadoramente «acompañado», se siente aislado, en s. negativa. Algunos autores testifican el hecho a base de datos (Rüstow, Riesman, Barzini); otros lo analizan y buscan su explicación (Oberndórfer), o lo expresan con la energía de su vivencia personal (Wolfe, poeta norteamericano); en fin, se recogen voces diversas como: «estoy sola frente a mí; en la vida moderna estamos aislados» (una joven; cfr. Vieujean) y «solitarios los muchachos y muchachas `nueva ola' hasta la médula de los huesos» (Giroud).

Este hecho siempre fue conocido, sin llegar a constituir problema serio. Es natural en personas de edad; en el joven tiene origen la s. en la nueva condición psicofisiológica, extraña y enigmática para el que la experimenta, que se halla cohibido en sus manifestaciones, por temor a no ser comprendido. Lo realmente nuevo es lo duradero y profundo de la situación de s., precisamente en unas condiciones de intercomunicación nunca conocidas y llevadas frecuentemente a la apertura más desgarrada. En exacerbado antagonismo, se ha llegado a sentir «la soledad de ser hombre». En contraste con todo lo exterior, que halaga y conforta, se sufre el vacío interior, la indigencia y desamparo de carecer de una compañía indispensable. Se quiere buscar un remedio a esta s., pero la vía para encontrarlo parece incurrir también en una paradoja, pues ante esa falta de compañía se propone al hombre «replegarse sobre sí mismo, hallar su interioridad» (Lavelle).

Soledad positiva. Es la buscada, que se promete fecunda en sus frutos, a diferencia del aislamiento o s. impuesta y sufrida. Esta exaltación de la s. no carece de antecedentes, pues es tema clásico en la filosofía antigua, desde los presocráticos hasta los últimos estoicos, y también en la espiritualidad cristiana. La expresión más radical de la actitud pagana está condensada en estas palabras: «el sabio se basta a sí mismo». La s. preconizada en nuestro tiempo sigue otra orientación: de esa s. el hombre encontrará un punto de apoyo para la comunicación que necesita (Lippert, Rüssel, Lotz). Pero la razón aducida para ello parece volvernos a la cruda antigüedad: el hombre, apartado de todo lo que no es él, se encuentra a sí mismo; encuentro, por lo demás, que habrá de realizarse en auténtico enfrentamiento de sí, dispuesto a penetrarse profundamente, abierto a todo (Lotz).

Es natural preguntarse qué ocultos valores ven o se prometen estos pensadores en la interioridad del yo y qué garantía ofrecen de su hallazgo, porque tienen que reconocer que el hombre actual, al que tan aislado y decepcionado encuentran entre la multitud, es adverso y hostil al hecho de internarse en su s. personal, por muy positiva que se la conciba. Precisamente, no sería aventurado decir que la última novedad psicológica está siendo la ruptura de la misma intimidad personal para volcar su contenido en el grupo. La norma parece ser ésta: abrirlo todo a todos los del grupo, de forma que el grupo -todossustituya a cada uno.

Soledad interior humana. Nada hay más real que reconocer que el hombre, que es apertura, es a la vez interioridad: su relacionarse no puede ser sólo ambiciosa recepción, sino comunicación, mutua donación. Esto exige un previo enriquecimiento. Ahora bien, aun fecundado el humus interior con gérmenes vitales recibidos de fuera, solamente con el laboreo inmanente, en callada y prolongada reflexión personal, alcanza el hombre una valiosa producción estética, científica, técnica, teórica e incluso una fructífera vida activa. Es hoy la misma Psicopatología (v.) quien ha reclamado los derechos beneficiosos de la s., exigiendo la práctica de una especie de autoterapia, buscando cada persona en su interioridad, por propia reflexión, las posibilidades y recursos de su remedio. Los pensadores, por su parte, ¿qué encuentran en la s. interior? La respuesta merece ir precedida de una afirmación, expresada por W. K. Heisenberg (v.) en sentidocientífico kantiano y por M. Heidegger (v.) como consignación humana actual: parece «como si el hombre no encontrase por todas partes más que a sí mismo». ¿Es esto algo más que la deplorada decepción de la compañía insuficiente? Hasta Epicuro (v.) había reconocido que la suficiencia -autarchia- estaba en la virtud, no sólo en el sujeto.

¿Qué se obtiene, pues, en la soledad? ¿Realmente el sentimiento de s. se basa sólo en el sujeto o no implica, aunque sea de un modo confuso, el reconocimiento de los demás y, en último caso, de Dios? Lavelle (v.) describe la s. como «la crisis del ser que se cree abandonado», a la que seguirá «esperar poder encontrar a los otros». ¿Basta con esto? N. A. Berdiaev (v.), excluyendo como insuficientes aun el amor y la amistad, afirmará que el encuentro satisfactorio procede de la «comunión», es decir, de la interpenetración interpersonal de conciencias, recíproca y «en el seno de la unidad que encierra el yo y el tú: en Dios», es decir, religiosa. Condición ésta señalada con más claridad por Lotz y que expresa así Parpet: la s. despierta «la nostalgia de lo eterno en el hombre»; éste, en ella, se halla «solitario ante Dios».

El redescubrimiento nos hace volver a la antigüedad: la s. exigida por Platón (v.) y Aristóteles (v.), no excluyente de la vida social ni de las debidas atenciones a lo exterior, aunque no indispensable para conocer a Dios, es necesaria (según ellos) para dedicarse a la contemplación de Dios, lo más alto de la vida humana. Del neoplatonismo es típica la preocupación por el aislamiento, desasimiento gradual de todo, para llegar en lo interior a la contemplación del único (v. NEOPLATÓNICOS). La base metafísica de esa penetración, en su recto sentido, la ha señalado S. Agustín (v.): Dios es «más interior a mí que lo más íntimo mío». El proceso psicológico de la búsqueda de los pensadores contemporáneos, a través del yo en s., lo describió y justificó S. Tomás (v.): la razón natural dicta al hombre que para remedio de su insuficiencia radical se someta al superior que puede ayudarle, y ése es Dios (cfr. Sum. Th. 2-2 q85 al). El vacío básico, propio de lo contingente, que la s. con su leal realismo hace experímentar al hombre en sí, le facilita singularmente, por la reflexión intelectual, el reconocimiento de la realidad de Dios y de la sumisión debida a Él. Es el ínfimo peldaño de lo que, más arriba, es vida contemplativa en la tierra y, en su cumbre, bienaventuranza: «Ésta es la vida eterna, conocerte a Ti, único Dios verdadero, y al que enviaste Jesucristo» (lo 17,3). La s. cristiana tiende a iniciarla aquí por el recogimiento interior con la reflexiva autoconciencia de la propia bajeza, a la que siga el diálogo íntimo de efusiva y confiada comunicación con Dios, coronada por el amor a Él y por la comunicación de amor afectuoso y bienhechor a sus hijos, «los otros».

V. t.: RECOGIMIENTO.


J. MUÑOZ PÉREZ-VIZCAÍNO.
 

BIBL.: J. B. LoTz, De la soledad del hombre, 3 ed. Barcelona 1961; V. GARCÍA HOZ, El nacimiento de la intimidad, 2 ed. Madrid 1970; F. PARPET, Philosophie der Einsamkeit, 1955; W. Ross, lnward solitude, México 1954.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991