SOCIOLOGÍA I. ESTUDIO GENERAL.


1. Concepto y división. La S. es literalmente la ciencia de la sociedad estudiada como el campo de las relaciones intersubjetivas. El término fue inventado por Augusto Comte (v.) en 1838. Es un barbarismo, pues une una palabra de raíz latina con otra griega. Además el término latino no es el más adecuado. Pero la práctica ha consagrado el nombre (cfr. A. Posada, Principios de sociología, 2 ed. Madrid 1928). Comte quería designar con él «la ciencia de la observación de los fenómenos sociales», pero actualmente abarca también el análisis empírico y la teoría relativa a los hechos sociales. Se distingue de las concepciones filosóficas y metafísicas de la sociedad que aspiran no a describir los hechos sociales sino a descubrir su naturaleza. La S. en cambio no pretende averiguar cuáles son las esencias o realidades últimas sino ocuparse sólo de fenómenos. No existe por eso la oposición, a veces pretendida, entre ella y la filosofía social, cuyos objetos son tan distintos como el fenómeno y lacosa en sí. Con ello no se excluye, por supuesto, la relación entre la Filosofía de la sociedad y la Sociología. Antes bien se presupone: las relaciones entre Filosofía social y lo que suele entenderse como S. positiva son análogas a las que hay entre Psicología filosófica y Psicología experimental (v. PSICOLOCíA).
     
      Sobre esos supuestos, la primera gran división de la S. se establece entre S. general, que algunos prefieren llamar sintética o sistemática, y S. descriptiva o analítica o también S. especial. La primera tendría por objeto los fenómenos sociales como totalidad; por eso trata de determinar leyes sociales (v. II). La segunda se ocupa de grupos o aspectos particulares de los fenómenos sociales, procurando alcanzar un cierto grado de generalización. La S. general puede subdividirse, como hace Sorokin (v.), en S. estructural y S. dinámica. La especial agrupa todas aquellas ramas que se ocupan de un fenómeno social en particular. Su número no es fijo. A modo de enumeración se pueden citar aquí las siguientes: S. de la población (Ecología), S. rural, S. urbana, S. industrial y del trabajo (v.), S. de la familia, S. política (v.), S. del derecho, de la religión (v.), del conocimiento (v.); S. de la guerra, de la revolución, de la desorganización social, del crimen (Criminología), del arte, de la economía, del desarrollo y del subdesarrollo, etc. Su número puede y tiende a aumentar y su importancia es variable. Así, hoy la S. del conocimiento (v.) tiende a convertirse en una auténtica S. de la Sociología.
     
      2. Objeto. No obstante la consideración de la S. como «ciencia generalizadora de los fenómenos socioculturales considerados en sus formas genéricas, tipos y múltiples interrelaciones» (P. A. Sorokin, Sociedad, cultura y personalidad, Madrid 3 ed. 1966, 25 ss.), conviene precisar todavía más el objeto. La falta de claridad en este punto ha acarreado no poco desprestigio a la S., unas veces por arrogarse ésta -como ya ocurrió en Comte- una posición imperial no sólo en el campo de las ciencias sociales sino en todo el campo del saber; otras veces por convertirse en una suerte de-cajón de sastre que se ocupa de los restos dejados por las demás ciencias humanas. Ha oscilado así, con frecuencia, entre la Filosofía de la historia (v. HISTORIA IV) -concepción en la cual sigue instalado, p. ej., el marxismo y donde la S. no es otra cosa que un instrumento para la confirmación de una concepción ideológica- y la Filosofía social, que igualmente la convierte en apéndice de ideas éticas acerca de lo social, o bien ha degenerado en un empirismo esterilizador. Todo ello se debe también, en parte, al método adoptado, esto es, al modo de acercarse al objeto.
     
      a. Objeto formal. La S., en cuanto ciencia, no lo es de la totalidad existente sino de un aspecto de la realidad, considerado o abstraído en un sentido especial (formal). Éste está constituido, como vio Durkheim (v.) en su lucha contra Comte, por la dimensión colectiva de la sociedad. No basta, pues, decir que estudia los fenómenos socioculturales en su uniformidad, ya que eso lo hacen todas las ciencias sociales. Hay que añadir que estudia fenómenos colectivos referidos a su vez a fenómenos superorgánicos, es decir, humanos, por suponer la presencia de actos intencionales, o sea, de pensamiento creador, activo. Se diferencia en esto de la Biología, que trata del mundo de lo meramente orgánico, y de la Física, que versa sobre la materia inorgánica. En cierto sentido tenía alguna razón Comte -una vez que había excluido la religión y la filosofía- al considerar que la S. coronaba todo el esquema de las ciencias, pues en efecto da por supuestas las bases físicas y orgánicas de la vida humana, sin ocuparse de ellas formalmente. El mundo de lo superorgánico no sólo es un mundo no natural, cultural, sino además histórico. De ahí la distinción entre S. general estructural o estática y S. general dinámica. En cualquiera de estos aspectos limítase empero a la vida colectiva. Le interesa lo típico, lo uniforme, lo que se repite si se abordan los hechos humanos desde un cierto nivel de abstracción.
     
      Determinar lo colectivo sociológico es, pues, averiguar qué sea lo social, pues no se trata de lo impersonal sin más ni de una mera abstracción. Ortega y Gasset (v.) ha desarrollado en brillantes páginas inconclusas su concepción de lo social (cfr. El hombre y la gente, Buenos Aires 1957). En principio, lo social sería entendido como interindividual, supuesto que sólo es humano lo que, al ponerlo por obra, lo hago porque tiene para mí un sentido, es decir, lo entiendo. Mas lo interindividual no es, en rigor, lo social, ya que la sociedad es algo impersonal. Ortega presta atención a este propósito a hechos triviales y cotidianos, tan automáticos como el saludo. He ahí un acto impersonal, nada interindividual aunque quienes lo ejecuten sean individuos. Es, sin duda, creación humana, pero su invención a nadie puede atribuirse. Y lo mismo ocurre con el fenómeno de la moda (v.) y otros similares. Saludamos, nos vestimos de esa u otra manera porque es lo que hace la gente. ¿Quién es la gente? Todos y nadie determinado. Y por ahí reparamos «que una enorme porción de nuestras vidas se compone de cosas que hacemos, no por gusto, ni inspiración, ni cuenta propia, sino simplemente porque las hace la gente y, como el Estado antes, la gente ahora nos fuerza a acciones humanas que provienen de ella y no de nosotros» (o. c., 207). Trátase del reino del se dice, se hace, se piensa. La gente es la sociedad, la colectividad. Si cada uno de nosotros sólo hiciéramos eso seríamos autómatas sociales, estaríamos radical y absolutamente socializados. Esa es precisamente la característica -y el error- del colectivismo y del sociologismo (v.). Éstos presumen que la acción humana es sólo acción social, que sólo adquiere sentido en cuanto se socializa; así ocurre en el marxismo (v. MARX), en el positivismo (v.), etc.
     
      Conviene subrayar que la vida colectiva importa sólo en la medida en que es humana, superorgánico como dice Sorokin. Si no lo fuese no importaría ni al filósofo social ni al sociólogo. Hay, pues, que rechazar que lo colectivo pueda ser algo independiente del hombre, algo . atribuible a un espíritu de la nación o a un alma colectiva o a una gigantesca conciencia social. Lo colectivo social es algo humano, por lo menos, originariamente humano. Proviene de la cultura y de la historia, mas es «lo humano sin el hombre, lo humano sin espíritu, lo humano sin alma, lo humano deshumanizado». Las acciones humanas insertas en lo colectivo carecen de un sujeto determinado, creador y responsable, para quien tengan sentido. Así, formalmente, se llega a una delimitación del objeto de la S.: la acción humana en cuanto acción impersonal, cuyo sentido no pertenece al sujeto que la realiza. Las características de esa acción son las siguientes: a) se trata de un acto que yo, en cuanto ser humano, ejecuto; b) pero que no se me ha ocurrido a mí, pues su origen es extraindividual; c) que no sólo no ejecuto espontáneamente, sino, a veces, a regañadientes, debido a que siento la presión social que me obliga tácitamente a hacerlo; y d) que carece de dos caracteres imprescindibles a toda acción humana: originarse intelectualmente en el sujeto que la ejecuta y engendrarse en su voluntad (o. c., 223 ss.). Así, pues, en el uso detecta Ortegala raíz de lo social. Lo social son los usos (v. usos SOCIALES).
     
      S. Lissarrague, desarrollando los supuestos orteguianos de acuerdo con las enseñanzas de la teoría sociológica reciente, especifica que esos actos colectivos pueden ser imperados de dos maneras: por neto ajustamiento y por estricta convicción. En el primer caso, la acción corresponde a la conciencia de esa presión; en el segundo, se actúa por haber adquirido el hábito del uso correspondiente de tal modo que el individuo carece de libertad potencial para percibir el carácter social, no propio, impersonal, de un acto (cfr. Bosquejo de teoría social, Madrid 1966; un buen complemento de la teoría de OrtegaLissarrague desde el punto de vista psicológico puede hallarse en C. Bay, La estructura de la libertad, Madrid 1961).
     
      b. Objeto material. Importa ahora precisar el objeto material de la Sociología. En cuanto ésta se ocupa de lo colectivo, se diferencia de las demás ciencias sociales, las cuales propiamente estudian uniformidades de conductas humanas individuales, no fenómenos colectivos. Ahora bien, como estos fenómenos colectivos se dan en el tiempo, la S. en una de sus dimensiones resulta ser eminentemente histórica. En este sentido tiene que servirse de la historia y a su vez ésta le presta lo que aquélla registra como fenómeno colectivo (cfr. V. G. Gurvitch, Dialéctica y sociología, Madrid 1969). Pero con ello no queda del todo resuelto el problema, ya que esta dimensión histórica no prejuzga que coetánea a la sociedad haya también di-sociedad, haya disociación. Continuamente se dan actos socializados y de disociación. No hay sólo procesos de integración, como suponía Durkheim, sino que también se dan otros de sentido inverso. Habrá de referirse pues al «hecho social total», como decía M. Mauss. Se podría decir que, junto a la sociedad «constituida», en la terminología de Donald, existe también una sociedad constituyente, dado que la vida humana fluye en el tiempo. Así, pues, por ser la vida humana individual la raíz primaria de todo acontecer, se hace necesario estudiar lo colectivo como un aspecto de la vida individual. Por tanto, la acción humana interindividual, la realizada por un yo en relación con otros individuos, de acuerdo o en desacuerdo con las pautas o normas sociales, constituye el objeto material de la sociología. Es lo que M. Weber (v.) denomina la acción social, el concepto central de la S., pero con la precisión formal aportada por Ortega: se trata de la acción social en cuanto colectiva, es decir, realizada bajo una cierta presión. Lo que constituye o desintegra la sociedad son las vigencias o su desaparición (cfr. 1. Marías, La estructura social, Madrid 1966).
     
      c. Sectores de acción social. Determinando así el doble aspecto del objeto, todavía cabe distinguir los sectores en que aquella acción social se manifiesta. La S., como ciencia, no puede hacer objeto de estudio la acción social en sí, como un noúmeno en sentido kantiano; es decir, no estudia la esencia de la acción social (para una crítica del esencialismo en las ciencias sociales cfr. K. R. Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, Buenos Aires 1957, y Miseria del historicismo, Madrid 1961), sino sus fenómenos o manifestaciones. Tampoco aborda la acción social como si sólo ella fuera la única acción humana, axioma éste propio de las doctrinas colectivistas. Una vez dicho esto, no resulta fácil el acuerdo entre los autores sobre los fenómenos a partir de los que ha de aprehenderse lo colectivo. Hay quienes enumeran una larga serie de fenómenos. Así los sociólogos de orientación empirista, incapaces de reducir los fenómenos sociales a unas pocas categorías debido a que no tienen preocupaciones sistemáticas (cfr. la crítica de esta actitud en C. W. Mills, La imaginación sociológica, 2 ed. México 1964, y P. A. Sorokin, Achaques y manías de la sociología contemporánea, 2 ed. Madrid 1964). De ahí que con frecuencia resulte estéril el empirismo sociológico. En el extremo opuesto se sitúan el colectivismo y el esencialismo sociológicos ya citados, los cuales desembocan en explicaciones pseudomísticas acerca de la realidad, cuya comprensión profunda pretenden haber captado mediante una intuición. De ahí que la S. derivada no sea a veces sino una manipulación de los hechos concorde con la finalidad atribuida a la realidad. Colectivismo y esencialismo son filosofías de la historia y no Sociología. Ambos, empirismo excesivo y esencialismo, son los extremos que desacreditan la S., tanto por ignorar qué es la ciencia positiva como por su inutilidad.
     
      Excluidas, pues, estas posiciones extremas, la S. tiende a categorizar los hechos sociales. L. Recaséns Siches (v.) agrupa así los diversos hechos sociales: las relaciones interhumanas, los procesos sociales, los complejos, los grupos, las formaciones y las estructuras integradas por la conducta entrelazada de las personas que son miembros de tales configuraciones, y entre las cuales cabe distinguir entre las estructuras laxas (como la clase social o la comunidad cultural) y las altamente organizadas (como las asociaciones, las corporaciones, el Estado), pasando por un sinnúmero de manifestaciones de grados intermedios dentro de cada modalidad. Por tanto, dice Recaséns, la S. debe estudiar desde las relaciones más simples y minúsculas, p. ej., el hecho de la pregunta que un viandante dirige a otro inquiriendo sobre una dirección, hasta los grupos sociales más complicados, como la nación, o los más extremos, como la comunidad cultural: p. ej., la comunidad de cultura occidental o la comunidad humana que abarca a todos los individuos de la especie (Sociología, México 1966, 6 ss.). Muchos autores estarán quizá en desacuerdo con esta enumeración. Pero la mayoría discreparán por razones más bien terminológicas o por considerar que algunos aspectos deberían disociarse de las categorías mencionadas, confiriéndoles a su vez independencia. En realidad, esto depende de la importancia que se atribuya a determinados fenómenos sociales.
     
      3. Metodología. Fundamentalmente el método (v.) de la S. es similar al de las demás ciencias. Se trata de analizar primero, para sintetizar después los resultados del análisis, ordenándolos lógicamente. Pero la cuestión resulta más complicada, ya que la S. posee todos los caracteres de la ciencia y, por tanto, no es meramente descriptiva, pues pretende que sus resultados expliquen la realidad social. De ahí que dentro de la S. se construyan teorías -no habría inconveniente en denominarlas «modelos teóricos»- que no tratan tanto de reflejar sistemáticamente la realidad social, lo cual compete a la S. general, como de organizar coherentemente los resultados de ésta. La S. general, en efecto, no elimina las incoherencias. Antes bien las constata. La teoría es un modelo derivado, en que aquéllas intentan ser eliminadas. Mientras la S. general se mueve en el nivel del análisis causal o conjunto de condiciones que se estiman necesarias para la producción de un hecho social, en cambio la teoría busca establecer las correlaciones entre los diversos factores sociales. En suma, su propósito es construir modelos racionales, cuyo contraste conla realidad empírica en las diferentes sociedades o sectores permite, a su vez, detectar incoherencias y, simultáneamente, depara la posibilidad de actuar sobre ella, modificándolas en el sentido deseable. La S., pues, concluye en formulaciones teóricas al considerar metódicamente el resultado de su análisis. En otro caso, se quedaría en mera descripción o en mera generalización inoperante.
     
      Durante todo el s. XIX prácticamente careció de método propio por incomprensión de sus posibilidades científicas y la confusión entre saber científico y teoría. Esto se debió, en parte, a la concepción del propio Comte, en parte a la fascinación que ejercían las ciencias naturales de la época, en parte a la misma juventud de la S.: ninguna ciencia nace ya plenamente constituida como tal. El resultado fue su insistencia en descubrir las leyes «naturales» de la vida social.
     
      La crítica más tajante a esta concepción provino de W. Dilthey (v.), quien, por ese motivo, negó a la S. autonomía y valor científico. Ese pensador -sin ser en esto el único, aunque sí el más caracterizado- distinguía entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu (v. CIENCIA VII, 3). Dudaba seriamente que, siendo la S., en lo esencial, ciencia cultural e histórica en cuanto referida a la vida humana, la cual transforma un espacio natural en espacio cultural, objeto de lenta modificación llevada a cabo por las sucesivas generaciones, pudiera utilizar los métodos de las ciencias de la naturaleza. A lo sumo la S. podría ser una suerte de antropogeografía -término empleado por el geógrafo alemán F. Ratzelen cuanto estudia el hábitat humano sin tener en cuenta sus raíces históricas, sino tomándolo tal como se encuentra en un momento determinado. Pero en este caso tampoco el modelo de aquellas ciencias -aun prescindiendo de la temporalidad de las realidades humanas- podía bastar. Recelaba por eso de la nueva ciencia, frente al optimismo de quienes propugnaron la unidad del método científico.
     
      Pero en el s. XX, la S., al distanciarse de sus orígenes ideológicos, ha cobrado conciencia de sus posibilidades. No es que no utilice aquellos métodos -y el propio Dilthey no se oponía a ello-, sino que, en cuanto ciencia humana, se sirve también de otros y llega a resultados diferentes. M. Weber, siguiendo la orientación diltheyana, replanteó la cuestión. Estableció que, en efecto, la S. requiere un método comprensivo de la significación de los actos humanos. Para ello no basta, como en las ciencias de la naturaleza, la explicación causal, sino que la misma causalidad exige ser interpretada por el investigador social. La vivencia de los valores y de las intenciones que orientan la acción humana son los que la hacen inteligible. Sin embargo, puede decirse que, hasta ahora, esta propuesta metódica de Dilthey-Weber no ha sido seguida consecuentemente. En efecto, la mayor parte de los sociólogos parten de la formulación de una hipótesis acerca de una conexión o correlación estrictamente causal (no de sentido, como proponían aquéllos, sin excluir la causación). Dicha hipótesis se comprueba mediante la recogida y el análisis de los datos significativos sirviéndose de métodos y de técnicas cada vez más refinados. Se presenta aquí, no obstante, una dificultad sin importancia en el reino de las ciencias naturales, pero grave aquí: la dificultad derivada de que la S. aborda fenómenos difíciles de medir o calcular (apenas se puede experimentar) o de incluir en puras relaciones de causalidad. Esto lleva a considerar los límites de la investigación sociológica y a comprender de manera realista, como dice T. B.
     
      Bottomore (Introducción a la sociología, 4 ed. Barcelona 1968), sus posibilidades. Este autor distingue tres posiciones metódicas fundamentales:a. Método histórico o comparativo. La S., en cierto modo, es una ciencia nacida de la historia, dentro de la cual surge por necesidades intrínsecas de ésta. De ahí las principales formas que ha adoptado. Los primeros sociólogos, muy influidos por la Filosofía de la Historia, absorbida después y reforzada por la teoría de la evolución, se concentran en los problemas de los orígenes de la civilización, de las sociedades o de sus instituciones así como del desarrollo y transformación de unas y otras (Comte, Spencer, Hobhouse, Westermack, Oppenheimer, etc.). Posteriormente se desglosa el método comparativo entendido al margen de cualquier concepción evolucionista previa. Es el método característico de M. Weber y de los sociólogos influidos por él.
     
      Parte Weber de la crítica al marxismo. Rechaza la concepción materialista de la historia como concepción del mundo o como fórmula de explicación causal de la realidad histórica; pero se propone como uno de los objetivos más importantes del «Archiv für Socialwissenschaft und Sozialpolitik» (revista fundada por él en 1904) la profundización de la interpretación económica de la historia. Propugna ahí la utilización del método interpretativo, frente a la explicación causal como método exclusivo y absoluto. Concretamente, lo que intenta Weber es investigar los cambios históricos particulares de las estructuras sociales y de los tipos de sociedad, comparándolos con otros tipos de cambio y sociedad. Simultáneamente, acepta la explicación causal y la interpretación histórica de modo que las proposiciones generales resultantes no tienen valor de leyes, sino de tendencias. Por tanto, no son susceptibles de ser aplicadas sin más a cualquier sociedad o situación particular, sin un detallado estudio histórico previo, que determine su grado de aplicación. La metodología weberiana culmina en la definición conceptual de «tipos ideales». Mediante los datos históricos empíricos se construye el tipo ideal, p. ej., de monarquía o de familia, etc., que viene a resumir los caracteres comunes observados en una serie de sociedades e instituciones (el tipo puede referirse incluso a sociedades enteras; Weber se sirve, p. ej., de la tipología de Tonnies «Comunidad»-«Sociedad»). Este tipo así elaborado se define y se utiliza como modelo de cualquier sociedad.
     
      La S., desde este punto de vista, consiste fundamentalmente en cortar horizontalmente las series construidas por el historiador con hechos singulares e irrepetibles por aquellos puntos que ofrecen aspectos comunes. Mientras la historia se ocupa de lo único y continuo, la S. trata lo típico y sin solución de continuidad. Así la S. sirve a la historia, pero a la vez se sirve de ella. La posición de G. Gurvitch, ya señalada, coincide con la weberiana. Y en la misma línea se hallan la obra de Raymond Aron y la de C. Wright Mills. Aquí la S. general incluye como ramas propias las S. llamadas cultural e histórica. La razón, ya apuntada, reside en que cualquier institución, sociedad, cte., actual no puede ser entendida mediante la simple interpretación causal, sino que debe abarcarse también como producto histórico. Con cierta inexactitud podría decirse que si la S. se queda en la explicación causal en un tiempo y espacio determinados equivale a S. cultural: estudia el hecho cultural humano detenido en el tiempo, con independencia de su pasado y de sus tendencias; limítase prácticamente a describir. Si, en cambio, se circunscribe a detallar e interpretar sólo en función de conexiones temporales de sucesión, resulta una S. histórica. Cuando el sociólogo intenta iluminar las conexiones de coexistencia en el espacio con las conexiones de sucesión en el tiempo mediante un esquema (el «tipo») ambas se integran unitariamente en una S. comprehensiva. Metódicamente es preciso tener en cuenta, al formular esta S. integral, que los hechos sociales particulares se integran en un amplio contexto humano, se producen en un hábitat donde las interrelaciones -tácitas o expresas- entre los miembros humanos son continuas; de ese modo, resulta posible elevarse a una concepción global de la sociedad.
     
      Finalmente hay que decir que el método comparativo fue empleado por E. Durkheim, aplicando la ley de John Stuart Mill (v.) de las variaciones concomitantes. Pero el sociólogo francés desconfiaba de la historia cultural, a pesar de hallarse entonces en pleno florecimiento, y su labor, hasta cierto punto, se limitó a rechazar el finalismo de los primeros sociólogos. No obstante, es preciso reconocer, con el antropólogo Radcliffe-Brown, partidario de la ciencia unificada, que el método comparativo utiliza hipótesis implícitas. Hoy resulta difícil poner en tela de juicio que la imaginación es casi la más importante cualidad de un investigador. La ciencia no progresa si no supera lo dado, aventurándose en lo desconocido: lo dado sirve de plataforma para que la imaginación formule hipótesis implícitas e incluso contrarias a teorías ya establecidas. Éste es el sentido de la ciencia como autorregulación (cfr. K. R. Popper, La lógica de la investigación científica, Madrid 1962, y El desarrollo del conocimiento científico, Conjeturas y refutaciones, Buenos Aires 1967).
     
      b. Método funcionalista. El segundo de los métodos, que da origen a la teoría sociológica correspondiente, es el funcionalista, surgido como reacción contra el evolucionismo (v.). Aunque la noción de función (v.) social la había formulado el organicista Spencer (v.), basándose en la vieja analogía de la sociedad con un organismo vivo, en sentido estricto fue desarrollada primero por Durkheim, quien definió la función de una institución social. El empuje decisivo vino, sin embargo, de la Antropología (v.), en la que la influencia de B. Malinowski junto con la de Radcliffe-Brown decidió a muchos investigadores a detallar meticulosamente el comportamiento en las sociedades particulares y a abandonar tanto el enfoque histórico como el método comparativo, aunque los más importantes sociólogos actuales de esta dirección como T. Parsons (v.) y R. K. Merton (v.) realizan frecuentes incursiones en el campo histórico. En S., dice este último (Teoría y estructura social, 2 ed. México 1965), ese método configuró sus límites y posibilidades mediante matices, como la distinción entre función y disfunción, funciones manifiestas y latentes, etc. En realidad, en opinión de Bottomore, otros críticos desvirtúan la significación del término, por lo cual sería preferible hablar del funcionamiento de una institución o del modo en que se relaciona con otras actividades o instituciones específicas. Según el mismo autor, lo más valioso del enfoque funcionalista radica en el relieve y en la claridad que se da a la idea de que en toda sociedad particular las diferentes actividades sociales se hallan interrelacionadas.
     
      c. Método formal. Se vincula sobre todo a G. Simmel (v.). No obstante, existen dos direcciones formalistas de origen filosófico. Una es la derivación feno,menológica (v. FENOMENOL,OGíA), cuyas máximas figuras hasta el momento son A. Vierkandt -en realidad su iniciador-, M. Scheler (v.) y G. Gurvitch. La otra es la neokantiana, que además de Simmel, incluye, entre otros, los nombres de C. Bougle, E. A. Ross, R. E. Park, E. W. Burgess y Von Wiese (v.), así como importantes filósofos y sociólogos del Derecho: R. Stammler (v.) y H. Kelsen (v.). El formalismo fenomenológico deriva de la filosofía de E. Husserl (v.). Consiste en el examen controlado del proceso de la conciencia. Por ello, centra la atención sobre los aspectos de la experiencia interna y no sobre las manifestaciones externas de los fenómenos. Es una suerte de introspección reflexiva y concentrada acerca del significado inherente de las cosas tal como están dadas. Mediante el análisis de la propia experiencia del investigador se trata de descubrir ciertas disposiciones que se cree hallar en la vida común u ordinaria mediante una progresiva discriminación y reducción. El método, de la mano de los autores citados -singularmente Gurvitch- y la influencia de J. P. Sartre (v.) y M. Merleau-Ponty (v.) parece, llamado a ser cada vez más influyente. Una importante obra reciente de C. Riviére (L'objet social. Essai d'épistémologie sociologique, París 1969) se orienta en este sentido.
     
      Mayor difusión y eficacia ha tenido hasta ahora en el campo sociológico estricto el formalismo neokantiano por influencia sobre todo de su iniciador. Esta dirección también simbolizó, al principio, una especie de reacción contra la S. evolucionista y enciclopédica. En cierto modo podría considerarse el método sociológico alemán como intencionadamente elaborado con la mira puesta en delimitar el campo de la S. respecto de las demás ciencias sociales. Así, para Simmel, la S. significó ante todo un método nuevo, una nueva manera de observar los hechos tratados ya por otras ciencias. Consiste en lo esencial en considerar las formas de asociación o interacción como particularizadas por el contenido histórico. Se podría construir así un tipo general del cual participarían los hechos concretos materiales. La S. se ocupa, por tanto, de las formas que no han sido estudiadas por otras ciencias, ya que en éstas no aparecen las grandes instituciones como el Estado o el sistema económico, sino las relaciones menores y huidizas entre los individuos. Así L. von Wiese intenta construir una S. mediante conceptos como distancia social, proximidad, proceso, etc. El norteamericano G. C. Homans se ha dedicado a estudiar las formas elementales del comportamiento social. En resumen, la S. formal, en su formulación simmeliana es, en todo caso, la que más proposiciones ha aportado para demostrar que ésta es una ciencia generalizadora. (Una excelente exposición de las raíces y desarrollo del formalismo puede hallarse en D. Martindale, La teoría sociológica. Naturaleza y escuelas, Madrid 1969).
     
      d. Método cuantitativo. Cabe mencionar finalmente la metodología de orientación cuantitativa. No es que las otras direcciones metódicas no pretendan cuantificar en algún nivel sus resultados, pero subordinan éstos a su concepción del método para aprehender los hechos sociales. En cambio, el cuantitativismo pretende captar la realidad social exclusivamente de esta manera. No se trata de obtener mediciones al servicio de un método, sino que el arte de medir se convierte en el método único. Se trata de una suerte de positivismo o, más estrictamente, de neopositivismo sociológico. Entre sus representantes más destacados cabe citar a Lundber, Dodds, Zipf, Chapin, etc.
     
      e. Conclusión. De hecho, la elección de un método depende de las circunstancias y presupuestos del investigador. Se tiende ya a admitir que lo esencial de cualquier toma de posición metodológica es que resulte eficaz, es decir, que amplíe el conocimiento. De ahí que, si bien de manera sistemática y en sentido histórico, se puededecir que existen tantos tipos de teoría sociológica como métodos, en realidad la S. general asume los resultados obtenidos por cualquiera de esas vías o caminos de manera legítima. No obstante, cabe señalar que las mayores posibilidades parecen corresponder al método histórico integrado con el fenomenológico; el funcionalismo cumpliría una labor matizadora, más bien auxiliar. El cuantitativismo sería claramente esto último.
     
      Advirtamos, finalmente, que nos hemos ocupado aquí de la metodología considerándola en toda su generalidad, y situándonos desde la perspectiva de los presupuestos teóricos que distinguen entre sí tendencias y escuelas. Para una consideración más empírica de los diversos métodos y técnicas que utiliza el sociólogo en su trabajo concreto, V. III.
     
      4. La teoría sociológica. Mientras la S. general se ocupa de las causas, de por sí inmodificables, la teoría se sitúa en el nivel de las conclusiones lógicas. Por eso la teoría sociológica viene a ser un modelo de sociedad, de institución, etc., coherente. Aquí lo que importa no son las causas sino las correlaciones coherentes. No obstante, suele existir cierta confusión entre teoría sociológica y S. sistemática. Aquélla supone ésta. Su conceptuación, según queda indicado, depende, como en la teoría de cualquier ciencia, del método seguido, ya que la finalidad de éste es obtener generalizaciones integrables sistemáticamente en una teoría explicativa, al modo como se procede en las ciencias naturales. La teoría constituye a la vez un modelo para actuar. Precisamente las ciencias humanas, junto con la ciencia sistemática general, sienten la necesidad de construir modelos. En las ciencias naturales el modelo o teoría y el sistema general de la ciencia prácticamente se identifican. Aquí, hay que construir modelos operativos que tomen en cuenta la peculiaridad del material sobre el que se actúe. El intento de Parsons ha sido hasta ahora el más considerable, pero su teoría sistemática adolece de los defectos intrínsecos al funcionalismo. M. Gingsberg, sin distinguir bien entre teoría y S. general, señala en todo caso seis tipos de generalizaciones, cuya obtención legítima debe constituir la finalidad de cualquier formulación teórica. Son los siguientes: a) correlaciones empíricas entre fenómenos sociales concretos (p. ej., vida urbana e índice de natalidad); b) generalizaciones sobre las condiciones en que surgen las instituciones u otras formaciones sociales (p. ej., los diversos análisis de los orígenes del capitalismo); c) generalizaciones que afirman que los cambios producidos en las instituciones concretas están regularmente vinculados a cambios en otras instituciones (como la asociación entre los cambios en la estructura de clases y otros cambios sociales, en la teoría de Marx); d) generalizaciones que afirman la reaparición rítmica de fases de diversos tipos (así, los intentos de distinguir «etapas» en el desarrollo económico, de K. Bücher, G. Schmoller, etc.); e) aquellas que describen como un todo las principales tendencias en la evolución de la humanidad (p. ej., la ley de Comte de los tres estadios, etc.); y f) las leyes que establecen las implicaciones de determinados supuestos sobre el comportamiento humano (p. ej., algunas leyes de la teoría económica). Sobre las leyes sociológicas, v. II.
     
      5. Historia de la Sociología. Las observaciones y generalizaciones asistemáticas de carácter sociológico son tan viejas, observa Sorokin, como las de cualquier otra ciencia. No obstante, siguiendo la terminología de A. Perpiñá, consideremos aquí como protosociología la anterior a A. Comte (1798-1857). Dentro de la S. y siguiendo la reciente clasificación de Martindale, cabe diferenciar las siguientes escuelas sociológicas.
     
      a) El organicismo positivista, que abarca prácticamente desde el origen de la S. hasta la época actual. De manera general se puede caracterizar como el resultado de aplicar la mencionada analogía biológica al campo sociológico, aunque, p. ej., en el caso de Comte, la analogía se inserta en la imagen mecánica del mundo de la física newtoniana. Según el autor citado, esta escuela comprende las siguientes fases y modalidades: 1°) La etapa de formación del organicismo, estrechamente unida al origen científico intencional de la propia Sociología. Los nombres de Comte, de Spencer, del norteamericano Ward, caben aquí. 2°) A continuación vendría el periodo clásico, cuyo momento inicial lo representan los biologicistas, que llevan propiamente la analogía entre sociedad y organismo vivo hasta el extremo. Aun cuando caben matices entre ellos, hay que mencionar a Lilienfeld -el más extremista de todos-, a Scháffle, R. Worms, A. Fouillée, Novicow, etc. Los verdaderamente clásicos, los que tienen conciencia del carácter metódico del organicismo, son: Durkheim (v.), Tónnies (v.) y el antropólogo Redfield como figuras destacadas. Habría que incluir también a Pribram y Spann como representantes -junto con Durkheim- de la vertiente universalista de esta dirección. 3°) La etapa de transformación y desintegración del organicismo positivista abarca una fase crítica -Schopenhauer, Nietzsche, Pareto, Freudseguida del organicismo cultural de Spengler (v.), Toynbee (v.), Sorokin (v.). Concluye con la separación que llevan a cabo los neopositivistas entre positivismo y organicismo.
     
      b) Otro gran sector de teorías sociológicas está constituido por las comprendidas bajo el rótulo de teorías del conflicto, cuyos orígenes remontan a Polibio, Ibn Jaldún, Maquiavelo, Bodin, Hobbes, Ferguson, Turgot, etc. Durante el s. XIX se formula ideológicamente, comprendiendo las siguientes modalidades: el marxismo, el darwinismo social de Spencer y G. Sumner y el darwinismo en su fase segunda (teorías racistas). Por último, despojada ya de elementos ideológicos o con predominio de los teóricos, recibe una formulación científica con Bagehot, Gumplowicz, Ratzenhofer, Sumner, Small, Oppenheimer. Durante los dos últimos decenios la teoría del conflicto ha constituido el tema sociológico quizá más discutido, hasta el punto de querer convertirse en centro de la teoría sociológica.
     
      c) El formalismo, ya mencionado, constituye el tercer gran grupo de escuelas sociológicas.
     
      d) El behaviorismo social: sintéticamente es aquel grupo de doctrinas sociológicas que elabora la teoría a partir de la observación de la conducta externa (v. CONDUCTISMO). Por lo demás, las posiciones no sólo no son siempre coincidentes sino muchas veces opuestas. Sus fundamentos se hallan en la filosofía lel s. XIX, especialmente en el neoidealismo, el neohegelinismo y el pragmatismo. Por ahora ha sido la S. que ha contado con más adeptos, independientemente de sus discrepancias internas. Entre éstas: 1°) El behaviorismo pluralista (llamado a veces de «imitación», debido a Tarde) consiste en el examen de los diversos tipos de conducta externa y sus motivaciones. Le Bon, Baldwin, Giddings, Ross, Ogburn, Nimkoff y Chapin (quien significa un injerto neopositivista en esta rama) son sus principales figuras; 2°) el interaccionismo simbólico, del que en síntesis puede decirse que analiza la conducta a través de los signos que la expresan: W. James (v.), Cooley (v.), W. I. Thomas, G. H. Mead, E. Cassirer, J. Piaget (v.), H. Gerth y C. W. Mills pertenecen a estegrupo; 3°) la rama de la acción social incluye nombres como los de Veblen, M. Weber, J. R. Commons, R. M.. Maciver, cte.; hace de la acción humana, socialmente considerada, la base de su S.; 4°) bajo el rótulo ulteriores desarrollos de la teoría de la acción social incluye Martindale la S. de Mannheim, Znaniecki, Parsons, Merton, Riesman, el propio Mills, etc.
     
      e) Finalmente, la Sociología funcionalista con dos ramas bien configuradas: el macrof uncionalismo de los ya citados Pareto, Znaniecki, Merton, Homans, Parsons, Levy, cte., y el microfuncionalismo, o desarrollo en la S. de la psicología guestaltista, cuya figura determinante es la de K. Lewin (v.), contando con un egregio precedente en Simmel (v.) (también Gurvitch). El funcionalismo, muy relacionado con el organicismo (sobre todo, el macrofuncionalismo), constituye la rama más moderna de la Sociología. Otras clasificaciones posibles, así como la inclusión de otros sociólogos, cuyos nombres se omiten aquí, pueden consultarse en las obras citadas en la bibliografía general. Sobre institutos y revistas de S., v. IV.
     
      V. t.: CIENCIA III, VI, VII; SOCIEDAD.
     
     

BIBL.: J. MEDINA ECHEVARRÍA, Sociología: Teoría y técnica, México 1941; G. GERMANI, La sociología científica: apuntes para su fundamentación, México 1956; A. INKELES, (Qué es la sociología? México 1968; K. DAVis, La sociedad humana, Buenos Aires 1957; R. M. MACIVER, C. H. PAGE, Sociología, Madrid 1958; T. PARSONS, Ensayos sobre teoría sociológica, Buenos Aires 1967; íD, La estructura de la acción social, 2 ed. México 1968; H. FREYER, Introducción a la sociología, 3 ed. Madrid 1951; íD, La sociología ciencia de la realidad, Buenos Aires 1944; R. DAHRENDORF, Sociedad y sociología, Madrid 1966; G. GURVITCH, W. E. MOORE, Sociología del siglo XX, Buenos Aires 1956; L. KoFLER, La ciencia de la sociedad, Madrid 1968; R. K. MERTON, Teoría y estructura social, 2 ed. México 1965; R. AGRAMONTE, Sociología, La Habana 1947; C. BOUGLÉ, (Qué es la sociología?, México 1945; M. GINGSBERG, Manual de Sociología, Buenos Aires 1942; R. A. ORGAZ, Socio. logía, 2 ed. Córdoba (Argentina) 1946; A. POVIÑA, Cursos de Sociología, Córdoba (Argentina) 1945; A. POSADA, Principios de Sociología, 2 ed. Madrid 1928; J. RUMNEY, Sociología. La ciencia de la sociedad, Buenos Aires 1957; G. SIMMEL, Sociología, 2 ed. Buenos Aires 1939; J. FICHTER, Sociología, 6 ed. Barcelona 1969; A. PERPIÑÁ, Sociología general, Madrid 1956; F. AVALA, Tratado de sociología, Madrid 1968; íD, Introducción a las ciencias sociales, Madrid 1972; N. F. OGBURN, M. F. NIMKOFF, Sociología, 6 ed. Madrid 1966; L. RECASÉNS SICHEs, Tratado general de sociología, México 1966; H. HOEFNAGELS, Introducción al pensar sociológico, Buenos Aires 1967; PEI. LERSCH, Psicología social, Barcelona 1967; S. LISSARRAGUE, Bosquejo de teoría social, Madrid 1966; R. A. NISBET, La formación del pensamiento sociológico, Buenos Aires 1969; D. MARTINDALE, La teoría sociológica: naturaleza y escuelas, Madrid 1968; N. TIMASHEFF, La teoría sociológica, 3 ed. México 1968; M. R. COHEN, Razón y naturaleza. Un ensayo sobre la significación del método científico, Buenos Aires 1956; S. GINER, Sociología, Barcelona 1971; L. GONZÁLEZ SEARA, La Sociología, aventura dialéctica, Madrid 1971; C. MOYA, Sociólogos y SOCIOlogía, Madrid 1971; fD, Teoría sociológica: una introducción critica, Madrid 1972; J. DíEz NICOLÁS, Sociología. Entre el funcionalismo y la dialéctica, Madrid 1972; VARIOS (dir. F. ALBERONI), Cuestiones de Sociología, Barcelona 1971; J. FELLERMEIER, Compendio de Sociología católica, Barcelona 1960; J. HÚFFNER, Problemas éticos de la época industrial, Madrid 1962; P. STEVEN, Moral social, 2 ed. Barcelona 1965.

 

D. NEGRO PAVÓN.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991