SOCIALISMO II. ECONOMIA.
Desde el punto de vista económico, los objetivos del s. pueden sintetizarse, en
términos muy generales, en el control social del poder económico y la igualdad
social. Para el logro de estos fines, el s. propugna la propiedad o control de
las industrias básicas y de los establecimientos financieros; la sujeción del
mercado a niveles de valor social fijados por el Estado a través de la
planificación (v.); y, finalmente, la adecuación de la política a la promoción
de la igualdad económica y social (N. S. Preston).
En una primera aproximación al estudio del s. contrasta la importancia y
difusión que han adquirido los principios socialistas en los programas políticos
y en la literatura socioeconómica con la ausencia de una base teórica rigurosa
de dichos principios. Halm señala las siguientes razones, entre otras, de este
hecho. Mientras el marxismo (v.) económico ha desarrollado mucho la crítica del
capitalismo y un análisis del tránsito, mediante la revolución social, de este
sistema a otro dirigido por el proletariado, apenas ha dicho prácticamente nada
sobre la estructura y los principios funcionales de la economía colectivista.
Por su parte, los llamados economistas burgueses -en la terminología marxista-
no se han ocupado de estudiar el funcionamiento de la economía socialista, sino
que, para ellos, el marco institucional lógico y natural es aquel regido por el
mercado y la propiedad privada de los -medios de producción. El resultado es una
falta de estudios técnicos suficientemente desarrollados.
En torno a las dos posturas extremas -la socialista, tratando de demostrar
el funcionamiento de una economía sin mercado y con propiedad colectiva de los
medios de producción, y la capitalista, subrayando la imposibilidad de otros
mecanismos que no sean el del mercadose desarrolló a partir de la 1 Guerra
mundial una animada controversia cuyos protagonistas más destacados, aunque no
únicos, fueron Ludwig von Mises y Oskar Lange. Afirmaba el primero que en una
economía socialista, al ser los bienes de producción de propiedad pública, no
pueden ser objeto de cambio y es imposible, por tanto, determinar su valor
monetario. Ello impide el cálculo de los costes en términos monetarios y sin ese
cálculo no puede existir una economía real y, en definitiva, tampoco una
asignación racional de los recursos (v. MERCADO).
Los socialistas acusaron el impacto de von Mises, y Lange llegó incluso a
agradecer irónicamente el desafío lanzado por el economista vienés a cuya
postura se habían unido otros autores como F. A. Hayek (v.) y L. Robbins (v.).
Adoptaban éstos una argumentación menos rígida que la de von Mises y atacaban al
s. no tanto desde el frente de su imposibilidad teórica como desde el de su
inviabilidad práctica. La solución de los problemas económicos implicaba
resolver tal número de ecuaciones simultáneas que ningún Departamento de
Planificación Central podría realizarlo. Lange, en colaboración con Fred Taylor,
afirmó lo contrario, es decir, que era posible para un Departamento de
Planificación Central desempeñar las funciones del mercado, igualando costes
(v.) marginales a precios (v.), determinando los niveles de producción y
solucionando contablemente la función paramétrica de los precios. Para ello,
Lange (al igual que otro economista, Lerner) mantiene en su modelo los supuestos
de la libertad de empleo (v.) y soberanía del consumidor, familiares al sistema
capitalista de economía de mercado, pero, a diferencia de este último sistema,
establece la propiedad estatal del capital (v.), equipo, plantas, etc., es
decir, de los medios materiales de producción. La empresa la concibe como una
organización dirigida por un funcionario público cuya responsabilidad es
producir bienes (v.) que los consumidores desean al coste mínimo de oportunidad
social. El interés del Estado es maximizar en el tiempo la satisfacción social
total. Todo ello, a través de una Junta de Planificación Central (Central
Planing Board).
Se establece así lo que ha venido en llamarse el s. liberal, distinto al
s. autoritario. El primero, permitiendo la existencia de mercados reales para el
trabajo y para los bienes de consumo y tratando de encontrar sustitutos para los
precios de mercado, que dejan de existir al hacerse el Estado dueño de los
medios materiales de producción. A través de una serie completa de costes y
precios podría hallarse una solución teórica al problema de la distribución de
recursos bajo el socialismo. No obstante, concluye Halm, este tipo de soluciones
teóricas no parecen aún capaces de proporcionar resultados prácticos
convincentes y definitivos a dicho problema de la distribución de los recursos.
Por su parte, los socialistas autoritarios no admiten la soberanía del
consumidor. Afirman que tal soberanía es imposible si por s. se entiende una
economía de dirección central. Dentro de este segundo tipo de s. su principal
exponente es Maurice Dobb, junto a otro conjunto de escritores neomarxistas
prominentes tales como Sweezy, Baran y loan Robinson, entre otros. Las premisas
de Dobb sobre el s. o planificación autoritaria pueden resumirse de la forma
siguiente: a) La burguesía y los escritores socialistas han supervalorado la
importancia de la libertad de elección de consumo. Los bienes de consumo pueden
distribuirse a través del mercado, pero la producción no tiene por qué ser
dirigida por el consumidor. La soberanía del consumidor puede y debe ser
abolida. b) En lo que se refiere a los diferentes modos de producción, el
problema no es el de encontrar una combinación óptima de factores entre una
variedad infinita de posibles combinaciones, como señala la literatura burguesa;
las condiciones históricas, tecnológicas y sociales limitan las posibilidades
prácticas de la junta de Planificación Central a proporciones manejables. c) Los
planes a largo plazo no pueden hacerse por unidades de producción
independientes, ya que se basan en desarrollos paralelos de industrias
interdependientes. d) El desarrollo económico (v.) mediante la planificación a
largo plazo es más importante que el problema de cómo puede alcanzarse un
perfecto equilibrio estático. e) En el proceso de desarrollo puede lograrse el
equilibrio por medio de los llamados balances, por los cuales se comprueba
constantemente la consistencia interna del plan. f) Por medio de estos balances
se conocen y se planean ex ante las interrelaciones de las diferentes
industrias, en contraste con el lento método capitalista de la coordinación post
facto, realizada a través del mecanismo de los precios.
La experiencia más conspicua del s. o planificación autoritaria se ha
registrado en Rusia, cuyos hitos sobresalientes se encuentran en el comienzo de
la Revolución en 1917, la implantación, a instancia de Lenin, de la Nueva
Política Económica entre 1921 y 1928 y, a partir de este último año, la
elaboración de sucesivos Planes Quinquenales que suponen la completa
centralización de las decisiones económicas. Este sistema se extendió después de
la II Guerra mundial a los países socialistas de Europa oriental, en 1949 a
China, en 1959 a Cuba y, últimamente, en una corta experiencia, a Chile.
El s. autoritario hace posible mantener una elevada cuota de inversión en
el producto nacional; fomentar las economías de escala (v.) y el desarrollo
tecnológico; utilizar plenamente los recursos y la capacidad industrial. Frente
a estos logros deben alinearse deficiencias tales como el elevado coste de la
concentración de los recursos y de las elecciones erróneas, y la paralización de
la iniciativa e innovación a nivel de empresa, así como el bajo nivel de los
rendimientos a consecuencia de la centralización de los controles y de la
dirección económica. Y por encima de esta evaluación general y puramente
económica, el coste en términos de libertad humana y la desestimación de la
dignidad de la persona avasallada por una concepción materialista de la vida y
de la política, en la que el hombre se considera exclusivamente como un bien más
de producción.
Las señaladas deficiencias teóricas y prácticas del s. autoritario han
conducido en algunas economías socialistas a una actitud de revisión de sus
principios. En el terreno teórico hay que señalar las propuestas del ruso
Liberman -y la animada controversia consiguienteque, junto con otros
economistas, propone no tanto suplantar el sistema de dirección central, como
mejorar su eficiencia. Para ello -dice- debe utilizarse el beneficio sobre el
capital invertido como el mejor indicador de éxito económico, darse flexibilidad
a los precios, de forma que respondan a las fuerzas del mercado y, en fin,
cargando un interés determinado al uso de fondos oficiales por las unidades
productivas y comerciales.
En análoga tendencia se mueve el pensamiento del reformador checoslovaco
Ola Sik, quien no considera como única alternativa la elección entre el s. y el
capitalismo actuales, sino que debe existir un nuevo camino en el que se
restaure el papel del mercado, sin renunciar a los principios de la
planificación de la economía ni, sobre todo, a la propiedad socialista,
entendida ésta no como mero título jurídico, sino como una participación,
proporcional al trabajo, de la población trabajadora en la renta producida.
De acuerdo con todas estas propuestas, u otras análogas, se han
introducido reformas en Hungría, Checoslovaquia y, sobre todo, en Yugoslavia,
que adoptó un modelo de s. descentralizado. En éste, el aparato de Gobierno se
separa de la administración de las empresas y se introduce la administración
obrera en las organizaciones empresariales a través de los Consejos Obreros. En
1965, con la Reforma Económica de las Cuatro D (descentralización
administrativa, desestatización de las decisiones, despolitización de los
criterios económicos y democratización de la gestión), se acentuaron las
tendencias descentralizadoras.
Terminemos subrayando la propensión en bastantes países occidentales a
combinar sus instituciones libres con regulaciones sobre estas instituciones con
el fin de superar las indudables debilidades del capitalismo (v.). Se continúa
así una tendencia cuya experiencia más notable es la protagonizada por el
partido laborista en Gran Bretaña, que propugna la propiedad social -llámase
nacionalización (v.) o socialización (v.)- de los medios de producción; la
corrección de las distorsiones del mercado mediante mecanismos de planificación
más o menos indicativa o democrática y ateniéndose en mayor o menor medida -al
menos programáticamente- al principio de subsidiariedad (v.); y la promoción de
la igualdad económica y social a través principalmente del sistema fiscal
progresivo, tanto en su vertiente de ingresos como en la de gastos públicos.
BIBL.: G. N. HALM, Sistemas económicos, Madrid 1964; N. S. PRESTON, Politics, Economics and Power, Nueva York 1967; O. LANCE y F. TAYLOR, Sobre la teoría económica del socialismo, Barcelona 1970; J. QUINTÁS, La empresa socialista, Madrid 1971; W. BRuz, El funcionamiento de la economía socialista, Barcelona 1969; M. DOBB, Soviet Economic Development Since 1917, Nueva York 1948; J. A. SCHUMPETER, Capitalismo, socialismo y democracia, Madrid 1968; A. P. LERNER, Teoría económica del control, México 1963; A. MILLÁN PUELLES, Economía y libertad, Madrid 1974.
J. IRASTORZA REVUELTA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991