SINCRETISMO
Término derivado del griego syncretismós, etimológicamente significa
con-federación cretense o asociación de diversas polis, ciudades-Estado, de
Creta con una finalidad defensiva ante un enemigo común (Plutarco, Moralia,
490b). Introducido por Erasmo (v.) en el latín renacentista fue operándose su
evolución semántica hasta que fue aceptado en los estudios modernos de historia
de las religiones como expresivo de la mezcla asociativa de diversas religiones
o de dioses distintos, si bien este último aspecto posee otra designación
técnica: teocrasia (v.).
Podemos definir el s. como la confluencia de varios elementos religiosos
(divinidades, doctrinas, ritos, cte.) heterogéneos, su incorporación a una forma
religiosa distinta de la de su procedencia y su desarrollo conjunto. En el s.
propiamente dicho no se trata de una aceptación casi meramente artística (p. ej.,
la serpiente telúrica en la égida de Palas Atenea: Pausanias 1,24) o momentánea
(p. ej., de alguna práctica de la religión de un pueblo vencido con fines
oportunistas en orden a mitigar su oposición inicial al vencedor), sino del
trasplante normal y asimilación de diversos elementos por la nueva religión.
1. Factores de sincretismo. Entre los romanos, como en los sistemas
politeístas griego, egipcio, sumerio-acadio, etcétera, la multitud de dioses
proviene, con frecuencia, de diversos procesos sineretísticos y, a su vez, la
creencia politeísta facilitó la absorción de nuevas deidades y ritos (v.
POLITEÍSMO). Conviene recordar que, sobre todo, las religiones celestes se
adaptaron en su desarrollo al desenvolvimiento del grupo étnico-político al que
pertenecen (v. RELIGIONES ÉTNICO-POLÍTICAS). Desde la época arcaica las células
socio-políticas fueron asociándose para constituir una unidad superior: familia,
clan, tribu, nación, Imperio. Cada uno de estos grupos tiene su religión. Al
unirse en una realidad superior, con frecuencia los dioses y prácticas
religiosas de cada unidad inferior permanecen a modo de constelación cultual en
torno a nuevas divinidades de alcance más amplio. Así, p. ej., en Egipto, Re, el
dios Sol originario del nomos o distrito de Heliópolis, alcanzó categoría de
divinidad suprema asimilándose a los dioses supremos anteriores (Atum, Horus) y,
además, permitiendo la asociación de los dioses titulares de cada pomos que no
estaba dispuesto a renunciar a las fiestas y dioses locales, llamados, por eso,
con doble nombre: Khnum-Re, Min-Re, Sobek-Re, etc. (v. EGIPTO VII).
Otras veces se opera el s. por contacto entre pueblos de distinta cultura;
p. ej., la parcial helenización de la religión romana con su proceso adaptador
de sus dioses a la figuración griega (Júpiter-Zeus, Juno-Hera, Venus-Afrodita,
cte.) y con aceptación oficial de nuevos dioses y ritos (culto de Asclepio,
Magna Mater, Demeter, Dioniso, etcétera, lectisternios, Ieiuniuni Cereris, cte.).
También en el plano religioso posee validez la sentencia horaciana (Epístolas
2,1,156): Graecia capta ferum uictorern cepit. Cualquier «pueblo cautivo», sobre
todo si es de cultura superior, puede conseguir «cautivar al vencedor»
imponiéndole sus artes, ritos y dioses. Este proceso sincretístico explica, en
parte, diversos elementos de las religiones sumerio-acadia, babilonia, iránica,
etc. En algunas ocasiones la mezcla de formas religiosas diferentes se efectuó
dentro de las mismas gentes vencidas en su periodo de vida religiosamente
subterránea sin reconocimiento oficial: caso de diversos misterios,
especialmente de Isis, Magna Mater y Mitra, así como, en nuestros días, los
sincretismos que se encuentran en ciertos sectores de Brasil, el Vodu de Haití,
movimientos «proféticos» de África y Oceanía, etc.
2. Distintos grados de sincretismo. a. Sincretismo de dioses o
impropiamente dicho: teocrasia. Se da siempre que un pueblo aplica a los dioses
de otro los nombres divinos de su propio panteón. En el fondo se limita a
interpretar (de ahí su designación interpretatio graeca,latina, cte.)
divinidades nuevas explicándolas por las conocidas y, en cierta medida, se las
apropia. Así procedieron los griegos respecto de los dioses de diversos pueblos
orientales y viceversa (v. GRECIA VII), fenómeno presente asimismo en la
«interpretación latina» empleada por César (Guerra de las Galias, 5,44,14;
5,58,6; 6,17,1-3; 6,18,1; 6,21,2 cte.) y Tácito (Germanía, 3; 9; 40; 43, cte.)
con los dioses galos y germanos. En cambio, cuando los españoles arribaron a
América consideraron ídolos o demonios a los dioses aztecas, mayas, cte.; a su
vez, para los judíos los dioses de los pueblos circunvecinos eran enemigos de
Yahwéh sin posibilidad de conciliación. Cuando no se ha perdido el monoteísmo
(v.), o cuando se encuentra, como es lógico, se excluye la posibilidad de
cualquier teocrasia (v.). Por el contrario, cuando Heródoto (2,42,137,144, cte.)
visitó Egipto, al descubrir los dioses indígenas, se convenció de que los
egipcios veneraban a los dioses griegos; de ahí la equivalencia señalada por él
entre Bupastis-Artemis, Heros-Apolo, DionisoOsiris, etc.
Esta interpretación, aunque sólo merezca el nombre de s. en su sentido más
amplio, implica el riesgo de caer en él. Así acontece cuando mutuamente se
interfieren las características de los distintos dioses y su mezcla llega a
desdibujar las peculiaridades de cada uno. Por eso, en tiempo de los diádocos el
influjo de la religiosidad griega sobre las respectivas religiones indígenas,
que comenzó siendo sólo una interpretatio graeca de los dioses autéctonos,
desembocó, al menos en muchas partes, en una verdadera fusión de religiones o s.
en sentido estricto. Con todo, aun en el caso de identidad de divinidades de
ámbitos distintos, solía perpetuarse el recuerdo del elemento bárbaro mediante
un epíteto alusivo al lugar extranjero donde se le tributaba culto, uso
frecuente en la equiparación de diversos dioses asiáticos a Zeus (v.) y Júpiter
(v.), p. ej., Zeus Casios y Labrandeus, luppiter Damascenus, Dolichenus,
Heliopolitanus (Corpus Inscriptionum Latinarum, 10,1575 y 763; 10,1634; cte.).
b. Sincretismo de tendencia monoteísta. A partir del helenismo y de la
filosofía helenística (v.) arraigó la opinión según la cual la divinidad tiene
diferentes nombres en los distintos pueblos, pero en todos son designados y
adorados los mismos dioses, del mismo modo que el sol y la luna, conforme a la
observación de Plutarco, son los mismos en todas las partes, si bien en cada
idioma reciben un nombre distinto. Celso (v.) expone esta doctrina en su obra
polémica contra el cristianismo: Doctrina verdadera; teoría sincretista
patrocinada por los oráculos (v.) de fines de la antigüedad, especialmente por
el de Apolo Claros en Colofón (Asia Menor). Al menos a él se atribuye haber
dicho que lao, según él Dios de los judíos, es Zeus en primavera, Helios-Sol en
verano, Dioniso en otoño y Hades en invierno (cfr. Ganschinietz, lao, en RE
9,698-721). Un poema de los Orphicorum fragmenta (n° 245, ed. Kern) afirma la
omnipotencia de la divinidad con palabras del Antiguo Testamento. Esta
tendencia, que fuera del judaísmo y del cristianismo recorrió las etapas previas
sin llegar al monoteísmo, al ir concentrando distintos dioses en uno superior,
obró sin duda a impulsos de un s. mucho más profundo que la teocrasia.
c. Sincretismo de religiones o propiamente dicho. Bastará bosquejar unos
cuantos casos:1) El mitraísmo (v. MITRA), al difundirse por diferentes lugares
del mundo antiguo, cayó en las formas de s. expuestas, pues en su afán de
absorber las divinidades de mayor veneración identificó a Mitra con Dioniso,
Mercurio, Júpiter Dolichenus, etc.; y hasta con diosas: Juno, Hécate, etc.
(Corpus Inscriptionum Latinarum 6,504,507, 510, 846, 1675, etc.). Además portaba
en sí un producto sincretista conseguido mediante la aglutinación de elementos
de tres estratos de la religiosidad iránica (v. IRÁN VII): el naturalista y
ritualista de la originaria religión iránica, el reformado en la época
aqueménida por influjo del mazdeísmo (v.) y del zoroastrismo (v.) y las
adherencias babilónicas.
2) Religiones sumerio-acadia y asirio-babilonia. Junto con el politeísmo,
naturalismo y antropomorfismo, el s. caracteriza a todas las formas religiosas
de Mesopotamia; en todas ellas se operaron diversos procesos de amalgamación de
los elementos religiosos de distintos pueblos, inmigrantes o invasores, llegados
a esta fértil zona con sus dioses y ritos: sumerios, acadios, neosumerios,
babilonios, etcétera. Sobre todo se introdujeron numerosas divinidades y cultos
al finalizar la época sumerio-acadia, más aún durante la tercera dinastía de Ur,
en torno al año 2000 a. C. Desde entonces el s. religioso sumerio-acadio se
prolongó en la simbiosis cultual de los babilonios-asirios, que cristalizó como
resultado de una gran síntesis en torno a los dioses Marduk y Assur (v. ASIRIA
III; BABILONIA III; SUMERIA III).
3) Sincretismo helenista. Antes del helenismo propiamente no se había
pasado de la llamada «interpretación griega» ya indicada. La transformación
político-cultural iniciada por Alejandro Magno (v.) dio paso a un auténtico s.
que tiene lugar cuando, al entrar en crisis la confianza en la propia religión,
se abre la puerta a novedades religiosas que invaden la religión ancestral
fusionándose con los elementos supervivientes. Aunque resulta demasiado simple y
arriesgado intentar uniformar la realidad espiritual de la época helenista, no
puede negarse la presencia del s. religioso que se manifiesta tanto en la
aceptación de elementos extranjeros como en la revitalización de creencias
arcaicas; p. ej., admisión de dioses orientales, difusión de los distintos
misterios (v. MISTERIOS Y RELIGIONES MISTÉRICAS) minorasiático, sirio, irónico y
egipcio, culto del monarca apoyado en la naturaleza sacral de los déspotas
orientales, en creencias religiosas antiguas (epifanías y culto de los héroes,
evemerismo, etc.) y en su asimilación al dios-Sol (v. ANTROPOLATRíA; SOL II),
florecimiento de la demonología, proliferación de creencias y prácticas
teúrgicas, astrológicas, supersticiosas (v. ADIVINACIÓN; ASTROLOGÍA; TEURGIA;
SUPERSTICIÓN), etc. Incluso dentro del helenismo debe destacarse el s. de
peculiar virulencia del gnosticismo (v.) y del hermetismo (v.): confusa
mezcolanza de las doctrinas de moda en los s. IIII d. C.
4) Sincretismo chino, presente, sobre todo, entre el pueblo sencillo que
aceptó sin dificultad cualquier clase de creencias y prácticas religiosas
(budistas, confucianistas, taoístas, antiguas divinidades naturales, dioses
brahmánicos, etc.) con tal que llenaran sus necesidades, así como en la
conciliación e intercambio de elementos entre el budismo (v.) y el taoísmo (v.).
3. ¿El cristianismo, una religión sincretista? No han faltado (A. Reville,
M. Bousset, Escuela protestante de Tubinga, etc.) quienes hayan considerado el
cristianismo como un s. de todas las corrientes religiosas y culturales
precedentes; con un método ecléctico habría recibido de la religiosidad
mistérica el entusiasmo místico ciertos ritos; de la filosofía, el culto
racional de Dios; del budismo, la renuncia a sí mismo y al mundo; del judaísmo,
la fe monoteísta en un Dios santo; de Platón, la creencia en una divinidad suma
bondad, verdad y belleza; del dualismo neoplatónico, gnóstico, etc., la
preferencia por la contemplación, el menosprecio de lo corporal, de la acción,
etc.; del estoicismo, la autonomía «apática» de la voluntad, etc. Resulta
curioso observar que en cuanto se descubre o pone de moda un filón del
pensamiento y vida humanos, enseguida alguien se apresura a señalar la
dependencia del cristianismo respecto a él. Así han ido surgiendo y también
anulándose pretendidas explicaciones generales o parciales del cristianismo con
orientación sincretista: la hinduista (E. Bournouf, L. Jacolliot, etc.),
helenista (A. Reville, W. Bousset, etc.), babilonia (H. Winchler, F. Delitzch),
iránica (R. Reitzenstein), mistérica (W. Leipoldt, S. Reinach, A. Loisy, etc.),
últimamente la judío-qumránica, etc.; síntoma evidente de que el cristianismo
(v.) es más y distinto de todo eso, y de que a pesar de ser sobrenatural y
metahistórico por su origen, naturaleza y destino, supera cualquier cultura y es
portador de una misión salvífica universal.
Jesucristo (v.) no destruyó la débil naturaleza humana, la asumió y
perfeccionó; Dios se encarnó para, hecho hombre, sanarla desde dentro. Su
prolongación, la Iglesia (v.), se encontró con una serie de realidades
preexistentes (s. helenista, ritos, terminología, etc.), débiles y, en muchos
puntos, equivocadas. No prescindió del todo de ellas; se «encarnó» asumiendo
todo lo que tenían de bueno o, mejor, de perfectible, y desprendiéndose de lo
malo (politeísmo, relativismo moral, etc.), así como de las sucesivas
adherencias caducas. La Revelación divina, iniciada en el A. T. y llegada a su
plenitud con Cristo en el N. T., es absolutamente original en su principio
(Dios), en su contenido (doctrina, moral, culto) y en su fin último
(escatología, cielo, infierno), precisamente por ser divina, sobrenatural; pero
al mismo tiempo se asienta sobre la natural religiosidad humana, sobre las
naturales y auténticas exigencias religiosas de todo hombre. Hay, pues, en el
cristianismo, ruptura con todas las demás religiones, y a la vez continuidad con
el sustrato y elementos válidos de ellas (V. RELIGIÓN III; REVELACIÓN II).
Los mismos primeros cristianos, los Apóstoles, etc., son bien conscientes
de la divinidad y originalidad de Jesucristo, distinguiendo claramente la
religión cristiana de los mitos (v.), de las religiones mistéricas (v.), de las
enseñanzas de los filósofos, etc., poniendo siempre especial cuidado e
intransigencia en no admitir nada nuevo, distinto o extraño a lo «visto y oído»
en Jesucristo (cfr., por ej., 1 Tim 1,3-4; 1 Tim 4,6-7; 2 Tim 4,3-4; Tit 1,14; 2
Pet 1,16). Los predicadores del evangelio y los cristianos son «testigos» de los
hechos y doctrina de Cristo y de su resurrección («no podemos dejar de decir lo
que hemos visto y oído»: Act 4,20; cfr. también Le 1,2; 24,48; Mt 28; Me 16; lo
15,27; 20-21; Act 1,8; 1,22; 2,32; 3,15; 10,39 s.; etc.). Desde el principio
queda acuñada la expresión «depósito de la fe» (v. FE III, A); depósito formado
no por conjunción de diversas religiones o teorías, sino por el conjunto de los
hechos históricos de Cristo y de la doctrina recibida por medio de ellos;
depósito que la Iglesia no puede alterar ni modificar, puesto que no es su
creadora, sino depositaria y propagadora. El cristianismo no es, pues, ni en sus
orígenes ni en su desarrollo posterior, un producto sincretista, cosa contraria
a su esencia y además geográfica e históricamente imposible, sino un mensaje
eterno captado en una onda temporal o histórica y, por lo mismo, sometido de
momento a determinadas interferencias. De ahí que en los casos de cierta
afinidad con formas religiosas no cristianas, nunca existe continuidad genética
o causal ni se puede hablar de s. y, en cambio, debe pensarse en sus dos leyes
vitales: la «encarnación» y la «escatología», que lleva el continuo mejoramiento
de las realidades, en las que se encarna, hasta que alcancen la perfección.
absoluta, ultraterrena, en las cielos (v. FE; SANTIDAD IV). V. t.: TEOCRASIA;
IDOLATRÍA; ECLECTICISMO I.
BIBL.: E. PINARD DE LA BOULLAYE, Sincretismo, en Enciclopedia Cattolica, Ciudad del Vaticano 1953, X1,662-682 (con abundante bibl.); E. G. DOELGER, Mysterienwesen und Urchristentum, «Theologische Revue» 15 (Miinster 1916) 385-438; F. KóNIG, Cristo y las religiones de la tierra, 1-III, Madrid 1960; M. D'ANCY, Itinéraire syncrétiste, «Parole et Mission» 2 (1958) 219-51; M. EDER y K. PRÜMM, Sincretismo, en F. KóNIG, Diccionario de las religiones, Barcelona 1964; M. P. NILSSON, Geschichte der Griechischen Religion, II, Munich 1961, 576, 581-701; H. PINARD DE LA BOULLAYE, Estudio comparado de las religiones, 2 ed. Barcelona 1964; J. DANIÉLOU, Dios y nosotros, 3 ed. Madrid 1966.
M. GUERRA GÓMEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991