SIGLO DE HIERRO DEL PAPADO


Dentro de la crisis general que afectó a todo el clero entre los s. IX-XI, reviste un particular relieve la crisis que afectó al papado mismo, sobre todo en el s. X: tal periodo de crisis se denomina con frecuencia con las expresiones siglo de hierro, siglo oscuro, siglo de plomo, etc. Entre los a. 882 y 1046 se sucedieron más de 40 papas y antipapas, quienes, en gran parte indignos y pertenecientes a las más poderosas familias romanas, llevaron consigo a la sede pontificia preocupaciones e intereses primordialmente temporales.
     
      El inicio de la crisis lo constituye la muerte violenta del papa Juan VIII (882): muchos de sus sucesores serán depuestos, encarcelados, asesinados... Los inmediatos sucesores de Juan VIII son pontífices de poco relieve y corta duración: Marino I y S. Adriano III. Esteban V (885-891) consagra en Roma Emperador a Guido de Spoleto, así como Formoso (891-896), al año siguiente, consagra a Lamberto, hijo de Guido. De hecho, el papado está bajo la influencia y el yugo de los duques de Spoleto y trata de liberarse pidiendo ayuda a Arnolfo de Carintia. El fracaso de la intervención de este último provoca unamayor dependencia del papado de los señores de Spoleto y la enemistad duradera de Lamberto hacia el papa Formoso. A la muerte de éste y tras un pontificado de sólo dos semanas (Bonifacio VI), sube al trono pontificio el arzobispo de Anagni, Esteban VI, quien, por influencia de Lamberto de Spoleto, convoca el denominado concilio de los cadáveres: el cadáver de Formoso fue desenterrado, sometido a un proceso (respondía por él un diácono puesto a su lado), condenado, degradado de las dignidades pontificias, colocado en una fosa común y nuevamente desenterrado y arrojado al Tíber; sus ordenaciones se consideraron inválidas. A este episodio siguió una revuelta contra el mismo Esteban VI, que fue arrojado a la cárcel, donde encontró la muerte por estrangulamiento. En el mismo a. 897 se suceden dos breves pontificados: Romano y Teodoro II. Bajo este último se inicia la rehabilitación de Formoso; durante largos años se opondrán los dos partidos de formosianos y antiformos¡anos. Al final del brevísimo pontificado de Teodoro II estalla un cisma en el que dos pontífices, Sergio III y Juan IX, se disputan la sede pontificia. Inicialmente prevalece Juan IX (898900), que intenta una política de moderación y de paz, apoyándose en Lamberto de Spoleto. A la muerte de Lamberto, tras la que se disputan el poder imperial con suerte alterna Berengario y Ludovico III, Roma se cierra en, un particularismo no sólo político, olvidando en gran parte su misión al frente de la Iglesia universal. Políticamente en Roma se afirma la familia de Teofilacto (v.), con cuyo apoyo vuelve del exilio Sergio III, quien se desembaraza del antipapa Cristóbal y del verdadero papa León V, ya encarcelado por Cristóbal.
     
      Perteneciente al partido antiformosiano, Sergio III reanuda plenamente la política de Esteban VI, mientras condena todo lo realizado por Juan IX y sus sucesores. Sin llegar a los excesos del concilio cadavérico, restablece las condenas contra los formosianos. En toda Italia, y especialmente en Italia meridional, se despiertan reacciones: constituyen una muestra las obras de Auxilius y Eugenio Vulgarius que, entre otras cosas, reconocen como válidas las ordenaciones de Formoso. Durante todo este periodo el papado está sometido por completo al señor de Túsculo. Sergio III, además de estar ligado por amistad a Teofilacto y Teodora, es tal vez el amante de la hija de ambos, Marozia: de esta unión, según no pocos autores, habría nacido el futuro Juan XI. Sea como fuere es difícil un juicio de conjunto sobre la figura de Sergio III, quien, por otra parte, no fue del todo inactivo en los asuntos propiamente eclesiásticos (se opuso al cisma de Focio en Oriente, reconstruyó la basílica lateranense...). La fuente principal de este periodo es Liutprando de Cremona, que escribe algún decenio más tarde de estos sucesos; pero en él, al gusto por el escándalo se unen fuertes prejuicios de partido.
     
      Tras dos pontificados breves y sin historia (Anastasio III y Landón I) sube al trono pontificio Juan X (914918), sobre el que la tradición da generalmente un juicio desfavorable. Se dice que fue elegido con el apoyo de los Teofilactos por ser el amante de Teodora, pero se trata, con toda probabilidad, de una calumnia. De hecho, en Roma no era posible obtener ningún cargo de relieve sin el apoyo de los Teofilactos. Por sus obras se puede juzgar a Juan X como persona enérgica, vigorosa, inteligente. Diácono en Bolonia, arzobispo de Rávena, una vez elegido Papa despliega todas sus energías en varias empresas. Consciente de la dramática situación creada por la presencia musulmana, favorece la formación de la liga a la que dan su apoyo Teofilacto, Alberico de poleto y los bizantinos: la empresa se concluye con la victoria del Garellano (915). Juan X apoya a Berengario, rey del norte de Italia, y le corona Emperador en Roma. A la muerte de éste sostiene los derechos de Hugo de Provenza y establece con él en Mantua un pacto de alianza. Este gesto le acarrea la suspicacia de Marozia, la hija de Teofilacto, que, con su segundo marido, Guido de Toscana, dominaba la situación en Roma desde la muerte de su padre y de su primer marido, Alberico de Spoleto. En un tumulto provocado por las gentes de Marozia se da muerte a Pedro, hermano del Papa y cónsul de Roma desde la muerte de Alberico, y el mismo Papa es encarcelado y poco después asesinado. La figura de Juan X es una de las más atractivas del papado de este periodo: en una época de confusión e inmoralidad, trató de restablecer la disciplina eclesiástica; su error fue basar la idea de una reforma moral y religiosa sobre la autoridad política.
     
      Desde la muerte de Juan X, Marozia domina en Roma sin oposición alguna, sujetando a sí el papado. A otros dos pontífices de breve duración (León VI y Esteban VII), designados por Marozia, sucede Juan XI, su hijo. Pero a este apogeo del poderío político de Marozia sigue un rapidísimo declinar. Otro de sus hijos, Alberico, subleva al pueblo con ocasión de las terceras nupcias de Marozia con Hugo de Provenza. Este último se salva con la huida mientras Marozia es encarcelada y Alberico II asume el gobierno de la ciudad que regirá hasta su muerte (954). Ejerce plena influencia sobre los sucesivos Papas designados por él: León VII (benedictino), Esteban VIII, Marino II y Agapito 11, los cuales se dedican a los asuntos eclesiásticos y no ejercen poder temporal alguno. En este periodo se efectúa una profunda renovación monástica, en la que toma parte activa durante un año Odón de Cluny, llamado a Roma por Alberico 11 el 936 y nombrado Archimandrita de todos los monasterios del territorio romano; por su apoyo a Odón, Alberico es designado Cultor monasteriorum. Subiaco reconquista su importancia, en Farfa se intenta la reforma, en Roma surgen nuevos monasterios mientras otros preexistentes son reformados. En este mismo periodo se reanudan los contactos entre el Papado y las Iglesias de fuera de Italia, prácticamente interrumpidas desde tiempos del papa Formoso.
     
      Sin embargo, esta situación no perdura más allá de la muerte de Alberico II, que deja el poder a su hijo Octaviano. Al año siguiente Octaviano sucede a Agapito II con el nombre de Juan XII, reuniendo así en una sola mano el poder religioso y el civil. Su joven edad (18 años) y su vida disoluta acarrean un neto empeoramiento respecto a los años precedentes: escándalos y orgías parecen estar a la orden del día mientras se descuida la cura de almas. No obstante, el pontificado de Juan XII marca una etapa histórica: en circunstancias no del todo claras, pide ayuda a Otón I (v.), quien viene a Roma, donde, el 2 feb. 962, es coronado Emperador y recibe el privilegio que le asegura el control sobre la elección papal. Poco después Juan XII manifiesta su descontento ante la dominación alemana, lo que provoca que Otón I convoque un sínodo que procesa al Papa, lo declara depuesto y designa como sucesor a León VIII, un laico, funcionario de la curia. Al año siguiente Juan XII consigue restablecerse en Roma, pero muere en seguida (28 años). No se llama del exilio a León VIII, sino que, sin consultar a Otón, se elige inmediatamente un nuevo sucesor: Benedicto V (llamado el Gramático), hombre de íntegras costumbres y de notable cultura. Su elección no es aceptada por elEmperador, que vuelve a colocar en la sede romana a León VIII y destierra a Benedicto V a Hamburgo, donde muere poco después con fama de santidad. A León VIII sucede Juan XIII (965-972) -obispo de Narni y Velletri e hijo de Teodora la joven, hermana de Marozia- y a éste, Benedicto VI, candidato del partido imperial.
     
      Desde la muerte de Otón I, estallan en Roma luchas entre papas imperiales y papas romanos. La facción antiimperial, capitaneada por Crescencio (otro hijo de Teodora la joven), hace prisionero a Benedicto VI, que, poco después, muere estrangulado (974) y coloca en su lugar a Bonifacio Franco (Bonifacio VII); pero este último es expulsado por un legado del nuevo Emperador, Otón II (v.). Se procede entonces a una elección en regla de la que sale elegido Benedicto VII (974-983), el mejor de los papas imperiales: romano, anteriormente obispo de Sutri, Benedicto trabaja sin descanso en pro de la reforma eclesiástica y monástica. Entre otras cosas condena la simonía en el sínodo romano del 981. A este Papa sucede, por voluntad de Otón II, Juan XIV (983-984), quien, al morir el Emperador, es eliminado por Bonifacio VII, que vuelve de Constantinopla, el cual es asesinado por el populacho. Le sigue el largo pontificado de Juan XV (985996), que en algunas listas figura erróneamente como Juan XVI. Elegido probablemente por un acuerdo entre los partidos opuestos, detenta solamente el poder espiritual, mientras en Roma dominan los Crescencios, y se dedica a los asuntos de la Iglesia (piénsese, p. ej., en su intervención a propósito de las disputas sobre el obispado de Reims). A su muerte se consulta al nuevo Emperador, Otón III (v.). Asciende así al trono pontificio Bruno de Carintia (Gregorio V), primo de Otón III, persona inteligente, piadosa y profundamente religiosa: es el primer Papa alemán y cuenta 23 años. Pero Crescencio subleva contra él al pueblo romano obligándole a huir y haciendo elegir en su lugar a Juan Filagato, un calabrés arzobispo de Piacenza, que toma el nombre de Juan XVI. Sólo la intervención directa de Otón III restablece el orden. Pero las grandes esperanzas de reforma se truncan por la muerte imprevista, y probablemente no natural, de Gregorio V. Se cierra así el s. X con la elección de Gerberto d'Aurillac (Silvestre II; v.), que había sido preceptor de Otón III.
     
      Ya podía entreverse para el papado la perspectiva de un futuro más sereno, del que se habían ido poniendo las semillas poco a poco. Sin embargo, sólo a la mitad del s. XI el papado es definitivamente liberado de las presiones y de las injerencias de las facciones romanas y reanuda nuevamente con renovado vigor su misión universal. Por esto se puede afirmar que, en realidad, el saeculum obscurum del pontificado no finaliza hasta 1046 (sínodo de Sutri).
     
      De hecho, en Roma, apenas muerto Otón III, se disputan el poder las familias nobiliarias, envolviendo en sus disputas a la sede pontificia. S. Enrique II (v.) consigue, no obstante, favorecer la reforma de la Iglesia garantizando la posibilidad de un tranquilo pontificado a Benedicto VIII (1012-24), de la casa de los condes de Túsculo, otra rama descendiente, como los Crescencios, de Teofilacto, aunque enemiga de estos últimos. Mientras tanto se celebra en Pavía un sínodo (1022) cuyo tema principal es la reforma del clero. A Benedicto VIII sucede su hermano Juan XIX (1024-32), y a éste un sobrino, Benedicto IX, joven e indigno. Una sublevación de los Crescencios en 1045 coloca como papa a Silvestre III. Benedicto consigue regresar a Roma el mismo año pero, por motivos no claros, renuncia al pontificado, recibiendo en compensación una fuerte suma de dinero de su padrino, Juan Graciano, quien sube al trono pontificio con el nombre de Gregorio VI: se trata de uno de los promotores de la reforma y se rodea de óptimos consejeros, entre los que destaca el monje Hildebrando (futuro S. Gregorio VII; v.). Pero quedaba en el aire la cuestión del irregular modo en el que la elección pontificia había tenido lugar. El sínodo de Sutri (1046), convocado por el Emperador Enrique III, dirime la cuestión declarando depuestos a Benedicto IX y Silvestre III (mientras Gregorio VI, con toda probabilidad, renuncia al cargo) y nombrando Papa al alemán Suidgero de Bamberg (Clemente II: 1046-47). Con este episodio se cierra definitivamente el periodo más triste de la historia del papado.
     
     

BIBL.: Liber Pontificalis, ed. L. DUCHESNE y C. VOGEL, París 1955-57; LIUTPRANDO DE CREMONA, Opera, ed. J. BECKER, HannoverLelpzig 1915; BENEDETTO DEL SORATTE, Chronlcon, ed. G. ZUCCHETTI, Roma 1920; R. GARCIA VILLOSLADA, Saeculum ferreum, en VARIOS, Historia de la Iglesia católica, II, 3 ed. Madrid 1963, 112-139; A. EHRHARD, W. NEUSs, Historia de la Iglesia, III, Madrid 1961, 125 ss.; L, DUCHESNE, Les premiers temps de !'État pontifical, 3 ed. París 1911; G. FALCO, Albort d'Europa. Pagine di storia medievale, Roma 1947; íD, La Santa Romana Repubblica. Profilo storico del Medio Evo, 3 ed. Milán-Nápoles 1958; G. FASOLI, 1 Re d'talia, Florencia 1949; P. BREZZI, Roma e !'impero medievale, Bolonia 1947; J. GAY, L'Italie méridionale et l'empire byzantin depuis l'avénement de Basile 1 jusqu'á la prise de Bar¡ par les Normands (867-1071), París 1904; íD, Les papes du XI siécle et la chrétienté, París 1926; P. FEDELE, Per la storia di Roma nel secolo X, «Archivio storico della Societá romana di storia patria» (1910) 177 ss.; (1911) 75 ss. y 393 ss.

 

PAOLA VISMARA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991