SECTA
Etimológicamente, la palabra s. parece proceder bien del verbo secare (cortar),
y en ese caso significaría divisa ab alüs (separada de los demás), o bien del
verbo sequi (seguir), en cuyo caso indicaría la adhesión a las enseñanzas de
algún maestro o de alguna institución. En ambos sentidos puede aplicarse a
numerosos grupos que, siguiendo las teorías de alguna persona singular, se
organizan con más o menos fanatismo para cuestiones de tipo político, religioso,
etc. Su uso, sin embargo, es mucho más frecuente en su connotación religiosa. En
este sentido se habla de s. en casi todas las religiones, como de grupos que se
separan del sentir tradicional para seguir la doctrina de algún innovador. Son
conocidas diversas s. en el hinduismo (v.), budismo (v.), islamismo (v.), etc.;
también existieron en el judaísmo (v.), sobre todo en la época de su casi
disolución (v. CELOTES; SADUCEOS; etc.); muchas de ellas perduran más o menos en
la actualidad. En híbrida relación con cuestiones políticas, ideológicas y
religiosas, son conocidas como s. las diversas ramas de la masonería (v.).
Caracteres de s. se han dado también en los movimientos pseudomísticos,
ocultistas e ideológico-religiosos de tipo teosófico, como la Sociedad Teosófica
que tuvo su auge a fines del s. XIX en relación también con la masonería (v.
TEOSOFIA, 4). Se han llamado también s. «cristianas» a diversas separaciones
heréticas (v. HEREJíA; CISMA) de la verdadera doctrina de Jesucristo y de su
Iglesia católica, que han llegado a formar grupos más o menos numerosos, en
general con carácter transitorio. En los últimos siglos, sobre todo han
proliferado las s. de modo notable y permanente con el protestantismo (v.); de
éstas nos ocuparemos especialmente.
Algermissen (o. c. en bibl.) las describe así: «una secta es una
colectividad religiosa considerada como cristiana por su fe en Cristo y por su
aceptación de la Biblia como fuente de verdad revelada, pero a la que, al mismo
tiempo, le faltan ciertas características inseparables de la verdadera Iglesia
de Cristo». Históricamente la noción ha seguido otra pauta. El luteranismo (v.),
tildado ya por los católicos con el nombre de.s., reservó dicha apelación para
los anabaptistas (v.) y socinianos (v. BOCINO). El protestantismo oficial lo
aplicó a los puritanos (v.), congregacionalistas (v.), cuáqueros (v.),
swenderborgianos (v.), moravos (v.), universalistas (v.), metodistas (v.),
baptistas (v.), etc., a medida que iban apareciendo en la escena de la historia.
Pero es sobre todo en los s. XIX y XX donde el contraste entre s. e «Iglesia
histórica» (en terminología protestante) se hace más agudo. Mientras que la
tendencia reciente de las grandes confesiones protestantes es centrípeta y
dirigida a la unidad, aparecen simultáneamente en su seno fuerzas centrífugas y
secesionistas de empuje cada día mayor. Surgen en Inglaterra los irvingitas, los
hermanos de Plymouth (v.) y el Ejército de Salvación (v.), mientras que en los
Estados Unidos pululan los Discípulos, los cristodelfos, los adventistas (v.) y
los mormones (v.), la Ciencia Cristiana, las s. de santidad (v.), los
pentecostales (v.) y los Testigos de Jehová (v.) -además de otros centenares de
sectas menores y de tipo más localizado-. De los países anglo-americanos esos
nuevos brotes se extienden al mundo entero. Numéricamente sus 30 millones de
adherentes se hallan en franca desventaja frente a los cálculos de unos 250
millones de «fieles» del protestantismo oficial. Pero esa inferioridad queda en
parte compensada por la cohesión interna, el fervor religioso y el fanatismo
desplegado por las sectas.
Origen de las sectas; sus causas. Toda s. supone su desmembración de una
de las confesiones protestantes. Sus fundadores fueron bautizados y miembros
activos de alguna de ellas. Las confesiones que han engendrado mayor número de
s. han sido la metodista, anglicana, presbiteriana, baptista y
congregacionalista. Al separarse, las s. llevan consigo muchas de las creencias
y prácticas litúrgicas que luego transformarán a su talante. Se ha discutido por
qué han sido los Estados Unidos la tierra más fecunda en movimientos de
disgregación religiosa. La respuesta es compleja: carencia de confesión
mayoritaria, los «despertares» religiosos de los s. XVIII-XIX, el optimismo de
los pioneros en la época de la «frontera» y la audacia del americano, que cree
poder innovar en materias eclesiásticas como lo hace en sus transacciones
comerciales. Hay que añadir a estas razones la pérdida de la noción de Ecc1esia
una causada a lo largo de los siglos en el país por la presencia simultánea y
competitiva de tantas comunidades protestantes que se arrogaban constituir la
verdadera Iglesia de Cristo. Las s. son fruto de la oposición de los grupos
disidentes. El antagonismo puede tener diversas raíces: o la confesión oficial
trata con dureza y abandona a su sino a grandes sectores de la comunidad; o son
algunos grupos particulares de ésta los que, acusándola de desviaciones y aun de
apostasía, provocan de hecho la escisión. En otras ocasiones, el origen está más
en algún «iluminado», a veces impostor, a veces con buena voluntad de vivir una
sincera religiosidad, que falto de formación y de conocimiento de la Revelación
(v.), crea grupos de seguidores que no conocen otra cosa mejor.
Por lo que se refiere a su expansión y a su proselitismo, las s. suelen
llevar a cabo el reclutamiento de sus miembros nuevos entre grupos desatendidos,
pero nominalmente cristianos. Los sectores con escasez de clero, o que por una
razón u otra no tienen el necesario manjar espiritual, constituyen el campo
mejor abonado para las s. que saben atraerse a dichas poblaciones con una
predicación simplista, que prescinde de lo dogmático. Si a esto se añaden el
ejemplo de caridad o filantropía desplegado en ocasiones por sus seguidores, la
promesa de dones carismáticos y de una absoluta seguridad de salvación, se
comprende que sus invitaciones tengan eco.
Se las ha llamado «refugios de pobres y desheredados de la fortuna». Los
especialistas descubren esa característica en el nivel de vida del que proceden
muchos seguidores, en la concepción primitiva del mundo que se descubre en sus
doctrinas, en la simplicidad de sus reaccciones emotivas y hasta en la energía
con que sin mirar a críticas se entregan a su causa. Al mismo origen atribuyen
parte de la oposición mundana que acabamos de mencionar y que sería una especie
de desquite por los bienes y los goces que ellos nunca han podido disfrutar.
Caracteres de las sectas. Aunque hay grandes diferencias entre ellas, cabe
señalar algunos rasgos generales. Las s., aun nacidas de una confesión madre,
acaban por formar comunidades eclesiales muy distintas de ellas. Las diferencias
son, en gran parte, resultado de las luces, inspiraciones y hasta revelaciones
directas que a sí mismos se atribuyen sus fundadores. Éstos retienen por lo
común la Biblia, pero introduciendo en su texto interpretaciones -y
distorsiones- desconocidas por la tradición cristiana. Estas alteraciones
transforman notablemente el texto escriturístico que, para sus fieles, no se
puede leer sino al trasluz de las nuevas interpretaciones. Lo dicho se extiende
también a.la liturgia, que, despojada de lo que llaman el «ritualismo» de las
confesiones históricas, adquiere un aspecto seco y árido, sin altar ni candelas,
sin cruces y sin órganos.
Doctrinalmente las s. pertenecen al fundamentalismo (v.) dentro de las
comunidades protestantes. Su interpretación bíblica es literal, con las
adiciones ya indicadas. A la Biblia unen supuestas revelaciones privadas, a
veces tan peculiares como las introducidas por Joe Smith para los mormones (v.),
Ellen White para los adventistas (v.) y Eddy Baker para la Christian Science.
Las s. suelen carecer en absoluto de reflexión teológica, lo que, en muchas
ocasiones, les permite prescindir de seminarios y de centros de educación
superior para la preparación de sus pastores. Esa formación queda sustituida por
la autoridad única de sus fundadores, a quienes se concede incondicional
obediencia.
En eelesiología las s. aceptan únicamente a miembros adultos, ya
purificados y salvos. La Iglesia no es a sus ojos un instrumento de salvación;
por el contrario, son los miembros de la s. los que, al constituir la compañía
de los justos, santifican con su presencia y acción a toda la comunidad. Esta
conciencia de pureza les conduce a prescindir de las gracias sacramentales. El
Bautismo y la Eucaristía -cuando los conservan- no tienen para ellos valor
objetivo y eficaz, sino el de meros símbolos de beneficios que por otros
conductos ya se han obtenido. Las ayudas de orden sobrenatural quedan
sustituidas por dos nuevos elementos: un sentido intenso de vida comunitaria y
una notable actividad apostólica por parte de los miembros de la s.; insisten
también mucho en el pago con fidelidad de los diezmos a la comunidad y en la
ayuda a los necesitados.
Su introspección excesiva achica sus horizontes de universalismo y les
aísla de los demás cristianos. Aquí reside también el origen de su repugnancia a
participar en los movimientos ecuménicos. Llevados inconscientemente por
prejuicios gnósticos (v. GNOSTICISMO) y montanistas (v. MONTANO Y MONTANISMO),
suelen estar convencidos de que hay incompatibilidad entre el mundo y el
cristiano (v. MUNDO IV). Algunos hacen una distinción clara entre él bien,
originado de Dios, y el mal (la enfermedad, las desgracias, la muerte), que sólo
puede venir del demonio (v. DUALISMO). Otros, sin ir tan lejos, tienen horror al
mundo por considerarlo al acecho de los pobres morales para arrastrarlos al mal.
De ahí su doble reacción: la oposición y la huida. Los Shakers, los Amish e
incluso algunos grupos mennonitas (v.), huyen de los centros urbanos para
refugiarse en el campo. Pero son los menos. Para la mayoría el antimundanismo
consiste en observar un catálogo de prohibiciones: las bebidas alcohólicas, el
tabaco, los bailes, el teatro, los espectáculos públicos; en ocasiones, hasta la
radio o la televisión, para ingresar en la categoría de los perfectos. Las s. no
han captado el sentido ambivalente de la palabra mundo en la S. E.. como
realidad a la vez marcada por el pecado, pero redimida por Cristo: para ellos
todo él «está puesto en el maligno». La Creación (v.), como realidad amada y
redimida por Cristo, para ellos carece de sentido. A muchas de las s. podría
aplicarse lo que R. Knox dice del jansenismo: que «nunca supo sonreír en
presencia de las bondades de Dios en el mundo».
Clasificación. Contamos con varias catalogaciones de s. Una de las más
conocidas es la de E. T. Clark, quien las divide en: 1) adventistas o pesimistas
(adventismo, Testigos de Jehová); 2) subjetivas perfeccionistas (metodismo
primitivo, nazarenos y s. de santidad); 3) carismáticas (toda la gama de s.
pentecostales); 4) comunitarias, llamadas a veces comunistas por su intento de
volver a lo que creen «primitivo cristianismo» (Shakers y algunas excéntricas);
5) objetivistas o jurídicas (mormones); 6) egocéntricas (la Christian Science);
7) esotéricas y místicas -en general no-cristianas-, como la teosofía, los
rosacrucianos, el culto del IAM y otras como las masónicas.
Peter Berger las distingue desde el punto de vista de la experiencia
religiosa en estos grupos: 1) s. de tipo profético, con un mensaje que se debe
proclamar al mundo (los adventistas y testigos); 2) s. de tipo entusiástico o de
experiencia vivida (pentecostales); y 3) s. de carácter gnóstico con un mensaje
que revelar, lo que acaecería entre las organizaciones que predican la salud o
las influidas por teorías hindúes y espiritistas.
Es un hecho que algunas organizaciones que empezaron como s. han pasado
con el tiempo a la categoría de confesiones estructuradas. Como ejemplos se
suelen citar el metodismo y la s. de los nazarenos. La transformación es lenta y
tiene lugar varias generaciones después de su fecha fundacional. En ella
influyen factores muy diversos: la prosperidad material de los miembros y de las
organizaciones como tales; la presencia de generaciones que, además de no haber
experimentado el shock primitivo, encuentran que la educación que reciben en
escuelas y universidades estatales difiere o contradice a los postulados
doctrinales de su s.; la eliminación, por parte de la s. misma, de aquellas
creencias o prácticas que les distinguían de las demás confesiones; el abandono
del espíritu puritano y antimundano de sus antepasados; la adopción de un ritual
menos árido que el de los principios; la fundación de escuelas bíblicas,
colegios y seminarios para dar una educación adecuada a sus ministros; y la
supresión de los ataques violentos con que impugnaban a los demás grupos
cristianos. Cuando se dan estas condiciones, viene su aceptación en la hermandad
por parte de las confesiones históricas, la inclusión de sus nombres en las
listas eclesiales del protestantismo y, con el tiempo, el diálogo irenista con
miras a la unión ecuménica de todos los cristianos, renunciando a parte de sus
creencias.
BIBL.: K. ALGERMISSEN, Iglesia católica y confesiones cristianas, Madrid 1964, 1075-1301; H. 'C. CHERY, La ofensiva de las sectas, Bilbao 1970; M. COLINON, El fenómeno de las sectas en el siglo XX, Andorra 1961; C. CRIVELLI, Pequeño diccionario de las sectas protestantes, México 1948; M. B. LAVAUD, Sectes modernes et lo¡ catholique, París 1954; A. PIOLANTI, II Protestantesimo ieri e oggi, Roma 1958; H. DAVIES, Christian Deviations, 6 ed. Londres 1957; E. CLARCK, The Small Sects in America, 3 ed. Nashville (Tennessee) 1959; F. S. MEAD, Handbook of Denominations in the United States, 2 ed. Nashville 1956; P. SIWEK, Herejías y supersticiones de hoy, Barcelona 1965.
PRUDENCIO DAMBORIENA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991