Salve Regina
Es una antigua y dulcísima plegaria a María
Santísima que ha rezado la Iglesia durante mucho tiempo en el Oficio de la
Virgen, es decir, todos los sábados en los que no se hacía en el Oficio divino
(v.) memoria o fiesta de un misterio de N. S. Jesucristo o festividad de algún
santo. Se decía como antífona (v.) del Benedictus de Laudes y como antífona del
Magnificat de Vísperas. Litúrgicamente hablando se le llamaba antífona del
Evangelio por su contenido: plegarias sacadas del texto evangélico. Se decía o
cantaba al final de una o varias horas canónicas oficiadas en coro catedralicio
o conventual, y los obligados al rezo litúrgico podían o solían seguir la misma
costumbre al rezar el Oficio en privado. Hoy, a partir del decreto Rubricarum
Instructum de 25 jul. 1960, publicado por Juan XXIII, se reza o canta una sola
vez: al final de la hora de Completas, la última del Oficio divino; así se suple
o se puede suplir al Sacrosante, oración indulgenciada por los Sumos Pontífices
para alcanzar el perdón de las faltas cometidas en el rezo del Oficio Divino. Se
reza durante todo el ciclo de Pentecostés, desde el sábado antes de la fiesta de
la Trinidad hasta el sábado antes del primer domingo de Adviento; al ampliarse
ese ciclo y recibir la denominación de tiempo per annum, a partir de 1970, se
reza también en el tiempo comprendido entre el final del ciclo de Navidad
(Epifanía) y el comienzo del de Cuaresma (miércoles de Ceniza); en los otros
tiempos o ciclos del Año Litúrgico (v.) se rezan las antífonas propias de cada
uno, indicadas en el Breviario.
La versión española de esta conocidísima oración de la liturgia es la siguiente:
Dios te salve, reina y madre de misericordia, vida y dulzura, esperanza nuestra,
Dios te salve. A ti llamamos los desterrados, hijos de Eva, a ti suspiramos,
gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas. Ea, pues, señora, abogada
nuestra, vuelve a nosotros esas tus ojos misericordiosos. Y después de este
destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh
piadosa, oh dulce siempre virgen María! Al fin del Oficio Divino canónico se
añade lo siguiente: Verso: Ruega por nosotros Santa María, Madre de Dios.
Respuesta: Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor
fesucristo. Oremos. Dios todopoderoso y eterno, con la ayuda del Espíritu Santo,
preparaste el cuerpo y el alma de María, la Virgen Madre, para ser digna morada
de tu Hijo; al recordarla con alegría, líbranos, por su intercesión, de los
males presentes y de la muerte eterna. Por fesucristo nuestro Señor.
En sus orígenes fue una antífona de las fiestas de la Asunción, Purificación,
Anunciación y Natividad de la Virgen, las cuatro fiestas más antiguas de María
Santísima. Siempre y en todas aparece, por lo menos, como antífona de Laudes,
por aludir en los textos primitivos al misterio de la anunciación del Verbo en
la hora matutina. De ellas pasó al oficio sabatino y parvo de la Virgen. Hasta
que se encuentre el manuscrito que nos revele a su autor, tenemos que seguir
haciendo conjeturas sobre quién compuso esta plegaria. Los manuscritos y libros
de oración que contienen casi todo su sentido son muchos, y son rarísimos, en
cambio, los que la traen con las mismas palabras; aunque siempre parecen como
explicaciones, aspiraciones, alabanzas y títulos, a cual más encendidos, hacia
María, y en torno a estas expresiones: Reina de misericordia, Madre
misericordiosísima, Abogada nuestra; todos los manuscritos llaman a este mundo
un valle de lágrimas, con distintas expresiones; y todos dan a los ojos de María
el epíteto de misericordiosos. Se encuentran muy pocas líneas o frases completas
idénticas a las de los textos actuales, que son posteriores al s. xiii. Después
de la invención de la imprenta, que contribuyó a la transmisión fija de la
Salve, como tantos otros textos de las liturgias de la Iglesia, ya varía muy
poco, incluso en las lenguas vernáculas. El códice latino n° 944 de la
Biblioteca Nacional de París, del s. xl, acaso copia de otro de los mismos
tiempos, contiene la primera redacción más completa y semejante a la actual:
Salve, regina, vita, dulcedo el spes nostra, salve; ad te suspiramos, gementes
et flentes, in ac lacrimarum valle; eia ergo, advocata nostra, illos tuos
misericordes oculos ad nos convierte; el lesum, benedictum fructum ventris tu¡,
nobis post hoc exilium ostende. O clemens, o pia, o celi regina! Ad te clamamus,
exules filii Evae (cfr. M. Rubén García Alvarez, o. c. en bibl. 320-321, con
otras cuatro lecturas de distintos manuscritos).
Sus autores han podido ser varios, y las últimas palabras se atribuyen, con más
razón, a S. Bernardo (v.), abad de Claraval: ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh
dulce Virgen María! Se han estudiado bastantes manuscritos paleográficamente,
desde el punto de vista gramatical, y hasta el canto, y aún no se ha llegado a
una conclusión: convienen todos en que se escribió después de 1067 y antes del
1135. Todavía no se ha desmentido categóricamente que el autor de la Salve
pudiera ser Aimaro, obispo de Puy, muerto en 1098. Hay que descartar en cambio a
S. Pedro de Mezonzo y a Hermann Contracto; a éstos se les debe reconocer como
primeros mariólogos piadosos que ensalzan a la Virgen María con frases y
epítetos muy elogiosos y semejantes a los de la Salve, que recuerdan las
peregrinaciones marianas y jacobeas. La Salve tuvo que componerse en Reichnau,
la Abadía Augia Divis, en las márgenes del lago Lemán de Suiza, y allí cantarse
en melodía gregoriana. ¿La oyó allí Aimaro siendo monje? Es muy cisterciense la
composición, tan dulce, de esta antífona. Nadie ha desmentido todavía ni a
Berceo, que la atribuye a Aimaro en sus Milagros de Nuestra Señora, escritos
hacia 1246, ni al rey sabio Alfonso X, que da la paternidad al mismo en la
Cantiga 262 (cfr. H. Leclercq, o. c. en bibl.).
Sobre la divulgación y —la devoción entre los cristianos de esta plegaria baste
repetir que fueron los peregrinos quienes más la extendieron. Entraban y salían
cantándola en todas las iglesias marianas y, sobre todo, en las catedrales
famosas como Chartres, Tolosa y Compostela. La tomarían también los canónigos y
monjes como final de sus oficios corales. En las guerras de los albigenses (v.).
en el sur de Francia, la repetían los dominicos como el mejor antídoto contra
las doctrinas disolventes de aquéllos. La Orden dominicana acostumbra a despedir
a sus hijos e hijas en su partida a la eternidad con esta antífona cantada en la
celda mortuoria. El rezo de la Salve en las cruzadas españolas contra la morisma
resonó siempre en los campos de batalla. Colón y sus gentes repitieron
diariamente la Salve en sus viajes de exploración. Su difusión en todo el mundo
católico en nuestros días es bien conocida; es costumbre rezarla especialmente
los sábados, y al final del rezo del Rosario (v.).
A. RUIZ GUTIÉRREZ.
BIBL.: E. VACANDARD, Les origines littéraires,
musical et liturgique du Salve Regina, «Rtudes de critique et d'histoire
religieuse», 4= Série, París 1923; 1. POTHIER, Le Salve Regina, «Revue du chant
grégorien», Grenoble 1902; 1. M. CANAL, salve Regina Misericordiae. Historia y
leyendas en torno a esta antífona, Roma 1963; íD, En torno a la antífona «Salve
regina». Puntualizando, «Recherches de Théologie ancienne et médiévale», XXXIII
(1966), 342-355; R. AIGRAIN, La liturgie cisterciense, en Liturgia, encyclopédie
populaire des connaissances liturgiques, París 1947; M. RUBÉN GARCÍA ÁLVAREZ,
San Pedro de Mesonzo, el origen y el autor de la «Salve Regina», Madrid 1965; H.
LECLERCQ, Salve Regina, en DACL V, París 1950, 714-725.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991