Sacrificio. Teología Dogmática
 

El s. de Cristo (v. II, B) es la culminación de todo s. y sólo a su luz pueden explicarse los dos sentidos en los que se emplea el término s. en el cristianismo: la Santa Misa, en la que de modo incruento se renueva el s. de la Cruz y que es en sentido estricto el único s. de la Nueva Ley, y el s. de la propia vida, por medio del cual el cristiano, uniéndose al s. de Cristo y en virtud de la gracia que de él se deriva, ofrece toda su vida y acciones a Dios Padre. En este artículo trataremos del primero de los sentidos mencionados, es decir, del s. de la Santa Misa; en el artículo siguiente se trata del s. que hace el cristiano de su propia vida como medio de adorar a Dios y alcanzar la propia santificación.

1. El sentido sacrificial de la Eucaristía en el Nuevo Testamento. La pregunta que nos hacemos es muy simple: ¿es colocada la Eucaristía en el N. T. en la línea de lo que la Biblia (v. Ii) considera como sacrificio? La respuesta, como veremos, es claramente afirmativa.
a) Los términos usados por Cristo en la cena no solamente expresan una directa e íntima relación entre la Eucaristía y la Pasión de Jesús, sino que a la vez insinúan que el mismo rito eucarístico tiene sentido sacrificial. De las cuatro narraciones de la institución (Mt 26,26-28; Me 14,22-24; Lc 22,15-20; 1 Cor 11,23-25), observamos en primer lugar las palabras sobre el cáliz. La fórmula de las dos primeras narraciones (Mateo-Marcos) es una alusión clara al s. de la Alianza sinaítica: «Ésta es mi sangre de la alianza» (cfr. Ex 24,4-8). Es evidente que esta expresión evoca toda la teología de la Alianza, s. y culto en los libros de la ley; se ve en el misterio de Cristo el cumplimiento de la Alianza mosaica (v. ALIANZA [Religión] II). La fórmula del segundo grupo (Lucas-Pablo) identifica directamente el cáliz con la Alianza, precisando que se trata de la Nueva Alianza: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre». La expresión se emparenta aquí con Ier 31,31, y comporta un matiz algo distinto de la fórmula anterior: las funciones del culto, institución de la Alianza mosaica, son insuficientes mientras no se profundicen, y se personalicen; el verdadero culto es la fe en el Señor y el amor a los hermanos (Os 6,6; Is 1,11). La Epístola a los Hebreos enlaza significativamente las dos líneas hablando del misterio de Cristo: Él es mediador decisivo de la Nueva y definitiva Alianza (Heb 9,13-15), y en El se cumple la auténtica aspersión de sangre al pueblo (Heb 9,18-20). L2r argumentación de la Epístola a los Hebreos presenta explícitamente lo que se insinuaba en las mismas palabras de la institución, a través de las dos líneas indicadas. Ambas son más bien matices distintos de una imagen central: el Siervo (v.) de Yahwéh, que supera el s. en cuanto ofrenda ritual mediante la oblación de su propia persona; el Siervo es Alianza de todos los pueblos (Is 42,6; 49,8) y ofrenda victimal en la oblación de sí mismo por el pueblo, a causa de su fidelidad al Señor (Is 53,11-12). En el misterio de Jesús, Siervo del Señor, se cumple el sentido sacrificial visto por la Ley y por los Profetas.
b) En las mismas palabras de la institución se encuentran otros indicios que manifiestan el sentido sacrificial del cuerpo y de la sangre en cuanto está en el cáliz, dado que se identifica la sangre del cáliz con la sangre sacrificial de la alianza. La expresión «por vosotros..., por todos los hombres..., para el perdón de los pecados...», aplicadas a la sangre y al cuerpo, son términos técnicos veterotestamentarios para indicar una acción sacrificial o la muerte de un mártir. Por lo que se refiere a la sangre, es útil atender a los textos de Lev 17,11; Dt 12,23; etcétera; el significado de la sangre como visibilidad de la vida da un tono sacrificial al derramamiento de la sangre. Las frases eucarísticas de Juan confirman la misma interpretación: «El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo» (lo 6,51). El paralelismo de todas estas frases con el lenguaje sacrificial paulino es notable (Gal, 1,4; Eph 5,25; 1 Tim 2,6; Tit 3,14; Heb 10,10). Finalmente, la duplicidad de interpretaciones posibles del participio pasivo presente (didómenon, enjynómenon) acentúa la relación entre la Cruz y la Cena, a la vez que la actualidad sacrificial de esta última; se pueden traducir, en efecto, como «será dado..., será derramada», o como «se entrega..., se derrama». Sea cual fuere la interpretación, siempre se afirma el sentido sacrificial de la Eucaristía.
c) Una nueva confirmación viene del mandato del memorial: «Haced esto en conmemoración mía». La teología del memorial (le-zikkaron) está hoy suficientemente desarrollada para encontrar en este mandato la voluntad de relacionar el hecho histórico del s. de Cristo y su celebración sacramental en la Eucaristía (v. ANAMNESIS). Una vez más se pone de relieve que la Eucaristía no es una realidad independiente del s. de Cristo, sino su misma re-presentación cultual, querida y mandada directamente por Jesús.
d) Además de las fórmulas litúrgicas de la institución, encontramos en S. Pablo algunos indicios reveladores del carácter sacrificial de la Eucaristía. Así, la comparación entre la Eucaristía y los s. judíos y paganos (1 Cor 10, 16-21). La antítesis no parecería tener sentido si no se estableciera de algún modo en el mismo tema. Un segundo texto es la explícita relación entre el banquete eucarístico y la muerte del Señor (1 Cor 11,26). La fuerza de la palabra «proclamar» está en parentesco con el mandato del memorial: la acción Eucarística es memorial de la Pasión, en la fe de la Iglesia.

2. El testimonio de la Tradición. No podemos esperar encontrar descrita la índole sacrificial de la Eucaristía en los textos de la primitiva Tradición cristiana con las exigencias críticas a que posteriormente llegó la Teología católica. Sin embargo, ya en los Padres antenicenos encontramos un primer desarrollo de los gérmenes contenidos en la S. E., con una aplicación frecuente de términos sacrificiales a la Eucaristía: víctima, s., altar, oblación, ofrecer, sacerdote, etc.; y esto tanto en los autores griegos (Didajé, S. Justino, Orígenes, S. Ireneo, etc.) como en los latinos (Tertuliano, S. Cipriano, etc.). Hay, es cierto, textos en los que se niega rotundamente la existencia de s. y altares entre los cristianos: «Delubra et ara non habemus» (Minucio Félix, Octavius, 32,1). Pero estos textos son expresivos de una voluntad explícita de negar cualquier parentesco entre la Eucaristía y los s. paganos y judíos, para subrayar la originalidad del s. cristiano.
Un dato valioso aportado por los Padres es la reflexión sobre la Eucaristía como resumen del misterio de la Redención, considerado como sacrificio. «Todos los sacerdotes de la Nueva Alianza ofrecen el mismo s. continuamente, en todo lugar y en todo tiempo; porque es único también el s. que fue ofrecido por todos, el de Cristo nuestro Señor, que aceptó la muerte por nosotros, y por la oblación de este sacrificio compró para nosotros la perfección» (Teodoro de Mopsuestia, Hom. cat., 15, n° 19: Solano, o. c. en bibl., II, n° 157). Las comparaciones frecuentes que hacen los Padres con el s. de Pascua (v.), el de Melquisedec (v.) y la profecía de Mal 1,11 acerca del s. de alabanza universal, confirman aún más el sentido sacrificial que atribuían a la Eucaristía; asimismo los documentos directamente litúrgicos, como las anáforas orientales, el canon romano, y los textos de los antiguos sacramentarios, contienen suficientes testimonios para comprobar cuál es la fe tradicional de la Iglesia.
La reflexión teológica sobre este tema decreció en abundancia a partir del s. IX; la atención se centró sobre todo en el tema de la presencia real (v. EUCARISTíA II). Es notable, sin embargo, la posición de S. Tomás, que interpreta de una forma estrictamente sacramental el s. eucarístico, fiel a su concepción unitaria de la Eucaristía: «Este sacramento es un sacrificio en cuanto representa la misma Pasión de Cristo» (Sum. Th. 3 q73 a4 ad3); «La representación de la Pasión del Señor tiene lugar precisamente en la consagración sacramental» (ib. 3 q80 al2 ad3). Algunas sutilidades de Duns Escoto (v.) acerca de los frutos del s. poco aportaron a la reflexión y a la praxis cristianas.

3. La crisis de los protestantes del siglo XVI. La Misa como s. fue uno de los capítulos de la doctrina católica más duramente atacados por todos los protestantes, empezando por Lutero (cfr. De captivitate Babylonica Ecclesiae praeludium, Opera latina, Francfort 1868, vol. 5, 35). A partir de 1520, Lutero (v.) luchó denodadamente contra todo lo que pudiera tener sabor a s.: el sacerdocio, los altares, el canon romano, etc. Dos motivos fundamentales inducían a los reformadores: a) la afirmación radical de la salvación por el único s. de Cristo, aceptado en su fuerza justificante por la sola fe; b) la negación de cualquier elemento eclesiológico-sacramental que pudiera representar una mediación entre Dios y los hombres. Ambos puntos les inducían a negar el s.: no podía ser un s. impetratorio y satisfactorio que añadiera algo al de Cristo, ya que esto sería blasfemo; la Misa era, pues, para ellos, una simple obra buena a la que indebidamente se atribuía una mediación eficaz ex opere operato. Otros aspectos que Lutero y sus seguidores buscaban en la línea litúrgico-pastoral (comunión bajo dos especies, etc.) quedaron subordinados a ese aspecto más radical. El protestantismo quedó caracterizado inicialmente como negación del carácter sacrificial de la Misa. Entre los autores reformados de los siglos siguientes, cierto sentido sacrificial de la Eucaristía fue recuperándose lentamente por caminos más bíblicos y patrísticos (cfr. P. Y.Emery, Le sacrifice eucharistique selon les théologiens réformés franCais du XVII siécle, París 1959).

4. La doctrina declarada por el Magisterio de la Iglesia católica. El tema de la Misa como s. ocupó a los Padres del Concilio Tridentino posteriormente al de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Finalmente, en la sesión XXII (1562), se publicó el Decreto dogmático sobre el s. de la Misa (Denz.Sch. 1738-1759). En él se pone de relieve el carácter sacrificial de la Eucaristía como verum et proprium sacrificium (Denz.Sch. 1751), totalmente relativo al s. ofrecido una sola vez -seme- por Cristo en la Cruz, de suerte que el Señor, al instituirlo en la última Cena, no quiso más que re-presentar sacramental mente su propio s. cruento, actualizarlo hasta el fin de los siglos, y aplicar sus frutos a través del tiempo. La Iglesia tiene pues s. en cuanto Cristo le ha dado su propio s. redentor, adaptado a la situación sacramental en que la Iglesia vive en el tiempo. El s. de la Misa es propiciatorio, y no sólo una alabanza eclesial; pero el motivo de esta fuerza está en su identidad con el s. de la Cruz: un mismo sacerdote y una misma víctima (Denz.Sch. 1743 y 1753).
Otros documentos posteriores reafirmaron la doctrina católica. Pío XII, en la ene. Mediator Dei (1947), organizó los datos de las sesiones tridentinas en torno a la Eucaristía, colocando en primer lugar la doctrina acerca del s. de la Misa, y después las afirmaciones de la presencia real; recogió además frutos del movimiento litúrgico (v.), que enriquecían las varias perspectivas del misterio eucarístico. El Conc. Vaticano II ha reasumido toda la línea de la Tradición, reafirmando lo definido en Trenlo sobre la realidad sacrificial de la Santa Misa, poniendo de relieve el carácter sacramental del s. eucarístico, e incorporando algunos términos bíblico-patrísticos (como el de memorial).
La reflexión de los teólogos sobre el sacrificio de la Misa en el periodo comprendido entre los Concilios ecuménicos Tridentino y Vaticano II se halla desarrollada en EUCARISTíA II, A, 9 y 11, a, 2-3; los aspectos litúrgicos se estudian en la Voz MISA.


P. TENA GARRIGA.
 

BIBL.: VARIOS, Messe, en DTC X,795-1403; E. DORSCH, Opfercharakter der Eucharistie, einst und jetzt, Innsbruck 1909; W. GOOSSENS, Les origines de ('Eucharistie sacrement et sacrifice, Gembloux 1931; J. A. DE ALDAMA, Tractatus de sanctissima Eucharistia, en Sacrae Theologiae Summa, IV, Madrid 1951, 217-382; 1. FILOGRAssi, De Sanctissima Eucharistia, 6 ed. Roma 1957; A. PIOLANTI, De Eucharistia, en PÁRENTE-PIOLANTI, Collectio Theologiaa Romana, VI, De Sacramentis, Turín 1955, 177342; íD, El misterio eucarístico, II, Madrid 1958, 13-220; íD, El sacrificio de la Misa, Barcelona 1965; J. LECUYER, El sacrificio de la nueva alianza, Salamanca 1959; C. JOURNET, La Misa, Presencia del Sacrificio de la Cruz, Bilbao 1962; íD, La Eucaristía sacrificio y sacramento de Cristo, «Palabra», 81 (mayo 1972) 13-21J. A. JUNGMANN, El Sacrificio de la Misa, 4 ed. Madrid 1963; F. CLARK, De sacrificio eucharistico themata selecta, Roma 1964; L. BOUYER, La Eucaristía, Barcelona 1968; J. BETZ, Sacrificio y acción de gracias, en El canon de la misa, Barcelona 1968; R. MAS[, El significado del misterio eucarístico, Madrid 1969; J. SOLANO, Textos eucarísticos primitivos, 2 vol. Madrid 1952.
V. t. la bibl. de MISA y EUCARISTíA II.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991