Sacrificio. Sagrada Escritura
No existe en la Biblia un término concreto para designar el s. en general. En un principio, la voz minháh podía significar toda clase de s. (Gen 4,3). Después, sólo indicaba el s. incruento u ofrendas vegetales. Este es el sentido que tendrá en el código sacrificial del Levítico (v.) y en los escritos posteriores. El significado de los numerosos términos que designan los s. no es siempre definido. Un mismo vocablo comprende, a veces, diversas clases de s., y diversos vocablos designan un mismo sacrificio.
A. ANTIGUO TESTAMENTO.
1. Valor religioso. El s. fue acto esencial del
culto y ocupaba un puesto central en la religión de Israel, como en las demás
religiones primitivas (v. 1). El s. es un acto complejo. Las causas que lo
motivan son muchas, según los diversos imperativos de la conciencia religiosa,
ya que el s. sólo es un auténtico acto de religión cuando el rito exterior es
expresión de los sentimientos internos del oferente.
Israel sufrió el influjo sacrificial de los pueblos circunvecinos. Pero los s.
hebreos tienen una impronta peculiar y nueva, ya que están incorporados al culto
de Yahwéh. Será, pues, de la Biblia, es decir, de la Revelación divina de donde
nos viene la respuesta sobre la significación del s. israelita; y los textos
sagrados nos presentan los s. como:
a) Una donación de un bien útil. El hombre se desprende de algo que le es
necesario: animales domésticos o productos de su cosecha. Se priva de algo, que
le cuesta (2 Sam 24,24), como si se tratase de una parte de su vida. La ofrenda
se destruye, se inutiliza para sustraerla al uso profano, para hacer de ella un
don irrevocable, para espiritualizarla y hacerla pasar, en lo posible, al
dominio de Dios, Señor de todo bien (1 Par 29,14). El don se consume sobre el
altar, que es el lugar de la presencia de Dios. La sangre, sede de la vida (Lev
17,11) o la misma vida (Gen 9,4; Lev 17,14; Dt 12,23), se derrama alrededor del
altar; porque la sangre pertenece sólo a Dios, principio de toda vida.
b) Una ofrenda de comunión. Se desea estrechar el vínculo de amistad con Dios,
compartiendo el mismo bien. Para ello, los oferentes participan del s. mediante
la comida de parte de la víctima. El banquete sacrificial establece la alianza
con Dios o refuerza la ya existente. Por incluir los elementos de comunión y de
donación, el s. de comunión viene a ser el s. tipo. Es un acto de reconocimiento
del dominio absoluto de Dios y, a la vez, un acto de unión con Él (cfr. 1 Cor
10,18).
c) Un acto de propiciación. El hombre, pecador o justo, quiere tener a la
divinidad a su favor. En este sentido, todo s. puede ser considerado como un
medio de propiciación. El pecador desea expiar su pecado y recuperar la amistad
perdida. El justo ansía reforzar la unión, para que le sea más intensa la
protección divina.
d) Un instrumento de expiación. La sangre o vida de todo animal es un don que
procede de Dios y se ofrece a Dios mismo para expiar por la propia vida (Lev
17,11). Se puede decir, pues, que todo s. cruento envuelve la idea y tiene valor
de expiación (v.).
e) Un medio de acción de gracias. Es un aspecto que conviene a determinados
sacrificios.
2. Clases de sacrificios. Dividiremos, para mejor
comprensión, la historia del s. israelítico en dos grandes etapas, teniendo el
destierro babilónico como punto de separación.
a. Etapa preexílica. Durante mucho tiempo, el s. se ofrecía allí donde la
tradición señalaba la existencia de una teofanía (Ex 20,24; v.). Se
multiplicaron, así, los lugares de culto, hasta el punto de que cada villorrio
disponía de su santuario o «lugar alto». Con la abolición de los santuarios
locales por tosías el a. 622-621 (2 Reg 23), en cumplimiento de las exigencias
de Di 12,2 ss., el Templo de Jerusalén (V. TEMPLO ii) vino a ser el único lugar
legítimo de los sacrificios. En los santuarios más famosos y mayormente
frecuentados: Betel (v.), Silo (v.), Jerusalén, Berseba, etc., se había ido
elaborando gradualmente un ritual, que, con la centralización del culto,
adquirió una forma única.
Existen, en este periodo, muchos elementos, que fueron incorporados al código
sacrificial (Lev 1-7), pertenecientes, según algunos, a los tiempos posteriores
al destierro, en que se efectuó, parece ser, la última redacción del Pentateuco
(v.).
Del estudio de los textos de esta primera etapa -las dos primeras fuentes del
Pentateuco (yahwista y elohista), los documentos antiguos de los libros
históricos y los escritos de los profetas preexílicos-, se deduce que el s. más
común era el de comunión (Ex 3,18; 18,12; etc.; los 22,26-27; Idc 9,27; 1 Sam
13,9; 2 Sam 6,17-18; 1 Reg 8,62-63; 2 Reg 16,13; Am 4,4; etc.). El holocausto
tiene también un relieve especial (Gen 8,20; 22,2.10; Idc 6,26.28; 1 Sam 6,14; 1
Reg 3,4; etc.). Es frecuente encontrar el holocausto en unión con el s. de
comunión.
Se ha negado (p. ej., Wellhausen) que tuvieran lugar en esta etapa los s.
expiatorios. Sin embargo, es necesario admitir que el carácter expiatorio del s.
aparece claramente en textos preexílicos (cfr. Lev 19,20-22; 1 Sam 3,14; 26,19;
2 Sam 24,25; Os 4,8; etc.). El sentimiento del pecado, como ofensa a Dios,
existía en Israel desde el principio, y sugirió necesariamente el deseo de
apaciguar la cólera divina (2 Sam 24,15-25) y de extirpar el pecado (Mich 6,7).
Con toda seguridad, los s. expiatorios existieron ya durante la monarquía, y los
conceptos de expiación (v.) y propiciación estaban asociados a los s. desde muy
antiguo.
Las ofrendas vegetales, como rito independiente de los demás s., se mencionan
raramente. Vienen nombradas, casi siempre, en unión de los s. cruentos (Idc
13,23; 1 Sam 2,29; Is 19,21; Ier 14,12; etc.). En 1 Sam 21,3-7 se habla ya de
los panes de oblación. Y aparece también la ofrenda de incienso (Ier 6,20;
17,26).
Los detalles del ritual de los s. no interesaban. Se atendía, sobre todo, a la
finalidad de los mismos. Sólo en 1 Sam 2,13-16 se toca de pasada el ritual del
s. de comunión. En un principio, era el mismo cabeza de familia o el jefe de
tribu quien ofrecía el sacrificio. Todavía no estaba reservada esta función a
hombres privilegiados.
b. Etapa posexílica. Se caracteriza este periodo por la escrupulosidad con que
se determinaban los diversos ritos de los s., y por la rigurosidad con que se
pedía la ejecución de los mismos. El holocausto adquiere ahora mayor
preponderancia que el s. de comunión. Toman más auge los s. expiatorios.
Analizaremos las diferentes especies de s., tomando como base el código
sacrificial (Lev 1-7), admitiendo la hipótesis de su última redacción posexílica:
a) El holocausto (Lev 1). En hebreo `olah, lo que sube, lo que se hace subir
sobre el altar, o lo que se hace subir en humo hacia Dios. Era un s. total (kálíl;
cfr. Dt 33,10; 1 Sam 7,9). La víctima se quemaba toda entera sobre el altar.
Debía ser un animal macho y sin defecto, o un ave, tórtola o paloma. En el
primer caso, la víctima era degollada por el mismo oferente fuera del altar. Los
sacerdotes y levitas sólo inmolaban en los s. públicos (2 Par 29,22.24.34; Ez
44,11). Antes del degüello, el oferente imponía la mano sobre la cabeza de la
víctima para significar que ésta era de su propiedad y que la donaba al Señor,
con lo que quedaba claro que el s. era ofrecido en su nombre y que los frutos
recaerían sobre él. En Num 8,10-18, sin embargo, la imposición de las manos es
interpretada como un gesto de sustitución. De esta forma, la víctima participaba
de la personalidad del oferente. Su sangre venía a ser la del oferente, y por
ella se expiaba la vida de éste (Lev 17,11). Se establecía así la comunión con
Dios y se participaba de su santidad (Ex 29,20; Lev 8,23). Cuando la víctima era
un ave, cambiaba el ritual. Se realizaba todo sobre el altar por el mismo
sacerdote. Y no tenía lugar la imposición de las manos. Para los pobres, este s.
equivalía al de los animales (Lev 5,7; 12,8). El holocausto tiene valor de s.
expiatorio en Lev 1,4.
b) El sacrificio de comunión (Lev 3). En hebreo zehah selamím, s. pacífico. Se
trataba de un s. de acción de gracias, que establecía la unión con Dios por
medio del banquete sagrado (v.; cfr. 1 Cor 10,18-20). La víctima podía ser un
animal macho o hembra, nunca un ave. Se permitían defectos de poca importancia,
cuando el s. era una ofrenda espontánea (Lev 22,23). Las partes consideradas
como vitales -sangre y grasas con los riñones- pertenecían a Yahwéh (Lev
3,16-17; 7,22-24). Otra parte se reservaba a los sacerdotes (Lev 7,28-34;
10,14-15). El resto lo comían los oferentes, como cosa santa, el mismo día del
s. de alabanza (Lev 7,15; 22,29-30), o, también, al día siguiente, si el s. de
comunión se debía al cumplimiento de un voto o se trataba de una ofrenda
espontánea (Lev 7,16-17).
El rito de la sangre, así como el de la imposición de la mano y el de la
inmolación, era idéntico al del holocausto.
c) El sacrificio expiatorio o s. para restablecer la unión con Dios, rota por
las faltas del hombre, encerraba dos especies de sacrificio:
El sacrificio por el pecado (Lev 4,1-5,13; 6,17-23). En hebreo hattá't, pecado,
y rito por el que desaparece el pecado. La calidad de la víctima dependía de la
dignidad del culpable. Si éste era el sumo sacerdote o todo el pueblo, se exigía
un toro. Un macho cabrío era el precio del pecado de un jefe. Una cabra o una
oveja, si se trataba de un particular. A los pobres les bastaba con un par de
tórtolas o pichones, o, como último recurso, con una ofrenda de harina sin óleo
ni incienso (Lev 5,11). Cuando el s. se ofrecía por el sumo sacerdote o por todo
el pueblo, la sangre era introducida excepcionalmente al interior del Templo,
para rociar con ella el velo del santuario y frotar con la misma los ángulos del
altar de los perfumes. En los demás s. por el pecado se frotaban sólo los
ángulos del altar de los holocaustos. Y en todos los s., se derramaba el resto
de la sangre al pie del altar de los holocaustos. La virtualidad expiatoria de
los s. se debía a la sangre (cfr. Lev 17,11; Heb 9,7.22). La víctima no cargaba
con el pecado del oferente. Era agradable a Dios, que borra el pecado en
consideración a la misma. Las grasas se quemaban sobre el altar. Y la carne la
comían los sacerdotes, como una cosa muy santa (Lev 6,22; 7,6); se exceptuaba el
caso en que el s. se ofrecía por el sumo sacerdote o por todo el pueblo, ya que,
entonces, la falta entrañaba una culpabilidad colectiva, y el culpable no podía
participar de este sacrificio. La solución era quemarlo todo fuera de la ciudad.
S. Pablo dice que Cristo «se hizo pecado», o sea, víctima propiciatoria,
agradable a Dios, por la que venimos a ser justicia de Dios (2 Cor 5,21). Una
cosa distinta era el macho cabrío, que se llevaba consigo al desierto los
pecados e impurezas del pueblo, en el gran día de las Expiaciones (Lev 16).
El sacrificio de reparación (Lev 5,14-26; 7,1-6). En hebreo ásám, ofensa, y s.
de reparación. Estaba destinado a reparar las faltas de las personas
particulares que lesionaban el derecho de Dios o del prójimo, aparte la
retribución debida. El rito era idéntico al del s. por el pecado (Lev 7,7). La
distinción entre uno y otro no aparece clara en los textos sagrados.
d) Ofrendas vegetales. (Lev 2; 6,7-16). En hebreo minháh, don. El ritual
enumeraba diversas clases: las ofrendas de flor de harina, la ofrenda perpetua
del sumo sacerdote y la ofrenda de las primicias. Ninguna de las ofrendas se
preparaba con levadura. Pero todas estaban condimentadas con sal (Lev 2,11-14),
a la que se atribuía una virtud purificadora (2 Reg 2,20-21; Ez 16,4; Mt 5,13).
Una parte de las ofrendas se quemaba sobre el altar. El resto quedaba para los
sacerdotes. Con la sola excepción de la ofrenda hecha por un sacerdote (Lev
6,15-16).
A las ofrendas vegetales se pueden equiparar los panes de la proposición (Lev
24,5-9) y los perfumes (Ex 30, 34-38).
3. La defensa del sacrificio como expresión de la
religión interior. Leídos superficialmente parece como si los profetas
preexílicos hubieran roto con la tradición sacrificial de su pueblo. Fueron tan
frecuentes y violentos sus ataques contra los s., que han hecho pensar a algunos
autores en una verdadera ruptura con todo culto exterior. «A Yahwéh -dicen- no
le importan los innumerables sacrificios; le repugna la sangre de las víctimas;
aparta sus ojos de las ofrendas; no soporta las solemnidades; desprecia y odia
las fiestas de culto». A los s. inútiles opusieron la obediencia a Yahwéh, y la
práctica de la humildad, la justicia y el amor (Os 6,6; Am 5,21-25; Is 1,11-17;
Mich 6,6-8; ler 6,20; 7,21-23). Sin embargo, no obstante el sentido absoluto de
estas condenaciones, si atendemos al contexto, es claro que se trata de un
lenguaje dialéctico con un sentido relativo. Los profetas se sublevaban contra
la hipocresía religiosa de sus compatriotas, que se creían en paz con Dios
porque cumplían ciertos ritos cultuales, mientras pasaban por alto los preceptos
más elementales del amor al prójimo y de la justicia. Era gente que glorifica a
Dios con los labios, pero su corazón estaba lejos de Él (Is 29,13). Por el
contrario, Dios pide, ante todo, una disposición interior de pureza moral para
presentarse dignamente ante Él (Mich 6,6-8; Am 5,24; Ier 7,23; Is 1,16-17). Los
oráculos proféticos no se dirigían contra el culto externo en cuanto tal, sino
contra un ritualismo exagerado, despreocupado de todo cuidado moral y al que no
respondían las exigencias del corazón. El s. se había convertido casi en un acto
mágico más que en un acto de culto eficaz (cfr. 1 Sam 15,22). Y no fue esto lo
que Yahwéh exigió en el desierto (Am 5,25; Ier 7,22). En realidad, los profetas
miraban con respeto al Templo, santificado por la presencia de Yahwéh (Ier
7,10-11; Am 1,2), y no condenaban los s. en bloque (Ier 17,26; 31,14; 33,11.18).
Las enseñanzas de los profetas influyeron en la doctrina de los Sabios y
Salmistas, cuyas expresiones han de entenderse como las de aquéllos (Prv 15,8;
21,3.27; Eccli 34,18-20; 35,1-6; Ps 40,7-9; 50,8-9.13-15; 51,18-19).
La postura de los profetas, con sus exigencias de santidad interior y de pureza
moral (v. PURIFICACIÓN II), contribuyó a espiritualizar el culto, y preparó el
camino a la enseñanza de Cristo (cfr. lo 4,23).
B. NUEVO TESTAMENTO.
1. Actitud de Cristo ante los sacrificios. Jesús no condena los sacrificios. Defiende el respeto debido al Templo (Me 11,17). Pero antepone la reconciliación al s. (Mt 5,23 ss.). Y proclama la primacía de la religión interior: el amor a Dios y al prójimo vale más que todos los s. (Mc 12,33-34). Resume toda la ley en el mandamiento de la caridad (Mt 22,34-40; cfr. Rom 13,8-10; Gal 5,14).
2. El sacrificio de Cristo. Jesús establece una
Nueva Alianza con su sangre (1 Cor 11,23-26; Heb 9,15-28), que pone fin a la
Antigua. Es la Alianza anunciada por jeremías (31,31).
El Hijo del Hombre ha venido para dar su vida en rescate de una multitud (Me
10,45). Jesús alude aquí al Siervo de Yahwéh (v.), que ofrece su vida en s.
expiatorio (Is 53,4-10).
Cristo es el Cordero de Dios (v.) que quita el pecado del mundo (lo 1,29) con su
sangre (Apc 5,6.9; etc.). S. Juan funde en una sola realidad la imagen del
Siervo, cordero expiatorio, y el rito del Cordero Pascual (lo 19,14). Subraya
intencionadamente la relación de la muerte de Cristo con la Pascua judía (lo
13,1; 18,28; 19,14. 42). Jesús es el Cordero Pascual, al que no se quiebran los
huesos (lo 19,36).
La Eucaristía (v.) es el banquete sacrificial del nuevo pueblo de Dios. Se come
la carne y se bebe la sangre de la Víctima, y se realiza una unidad misteriosa
con la divinidad (1 Cor 10,16-17; lo 6,53-57). Es éste el único s. de comunión
en el que se bebe la sangre de la víctima, y el único s. expiatorio del que
pueden participar todos aquellos por los que se ofrece.
Jesús es el Hijo único, el Amado, el Nuevo Isaac, que el Padre entrega, como
víctima de propiciación, por amor a los hombres (lo 3,16; Rom 8,32; 1 lo
4,9-10).
3. Perfección del sacrificio de Cristo. Jesús, el
Hijo de Dios y la perfección suma como Sacerdote y Víctima, se ofrece al Padre
en un s. de eficacia absoluta y universal.
Con su muerte quedan cancelados todos los s. de la Antigua Alianza, que no eran
más que la figura y sombra del s. de Cristo (Heb 8,6-10,18). En el s. de Cristo
poseemos una síntesis perfecta de los diversos fines de los s. del A. T.: es un
don total, en el que la Víctima se ofrece en holocausto completo a Dios; es el
s. por el que se expían todos los pecados del mundo; y es el s. de comunión más
perfecta con la divinidad. La Santa Misa, que es actualización incruenta y
múltiple del s. único de la Cruz, realiza auténticamente la profecía de
Malaquías sobre la «ofrenda pura» que se ofrecería al Señor en todo tiempo y
lugar (Mal 1,11).
V. t.: EUCARISTÍA I; PASCUA I; SACERDOCIO II; REDENCIÓN I; JESUCRISTO III, 2.
M. MÁRQUEZ RENTERO.
BIBL.: A. CHARBEL, Sacrificio, en Enc. Bibl.
V1,319-331; C. HAURET, Sacrificio, en Vocabulario de Teología Bíblica, Barcelona
1967, 728-733; H. CAZELLES, Sacrificio, en Diccionario de Teología Bíblica,
Barcelona 1967, 958-961; H. LEsÉTRE, Sacrifice, DB (Suppl.) V,1311-1337; S.
LYONNET, De notione expiationis, «Verbum DGmini» 37 (1959) 336-352; P. VAN
IMSCHOOT, Teología del Antiguo Testamento, Madrid 1969, 489-520; A. COLUNCA, El
Sacrificio, «Ciencia Tomista», 79 (1952) 229-252.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991