Sacramentos. Sagrada Escritura
S., del latín sacramentum, es el término que la Iglesia católica usa para designar los siete ritos que significan y confieren la gracia a los hombres. Los siete s. son de institución divina, ya que tienen su origen en el mismo Cristo que, de una manera o de otra, los ha puesto en manos de la Iglesia, para santificar a los hombres. En los artículos dedicados a cada uno de los s. en particular se estudian los textos bíblicos en los que nos consta su origen divino y su naturaleza; por eso nos limitamos aquí a ver el origen de esa palabra y su significado en la Teología bíblica. Nos ocuparemos de la entrada de la palabra en el lenguaje cristiano, comenzando por el uso que hacen los autores de lengua latina, y pasando a ver su equivalente en los de habla griega.
1. Terminología. a. Sacramentum. El uso que los
autores cristianos han venido haciendo de esta palabra deriva de las antiguas
versiones latinas de la Biblia. El vocablo griego mysterion se traduce en dichas
versiones con la palabra sacramentum. Así este vocablo ha de ser entendido en el
sentido que la S. E. le da. Pudiera ser que los cristianos eligieran esta voz en
lugar de otras sinónimas como mysteria, sacra, arcana, para evitar toda
confusión posible con los cultos mistéricos.
Etimológicamente sacramentum viene de sacrare, constituir a una persona o cosa
en algo sagrado (v. CONSAGRACIóN). La noción lleva consigo la intervención de un
poder público como único capaz de realizar semejante acto. En el uso romano se
aplicaba especialmente en el campo civil y militar. En el civil se llamaba
sacramentum al depósito pecuniario de los litigantes entregaban en un lugar
sagrado, y que pasaba finalmente a poder del que ganaba el litigio. Hay aquí un
matiz religioso en cuanto que en estas ocasiones se recurría al testimonio de
los dioses en favor de la veracidad de las declaraciones en el proceso foral. En
el terreno de lo militar sacramentum era el juramento por el que los soldados,
invocando también el testimonio de los dioses, se obligaban a sujeción y
fidelidad al ejército. El que juraba verazmente recibía el auxilio de los
dioses, el que lo hacía falsamente atraía sobre sí la ira divina.
Tertuliano (v.) es uno de los autores latinos que usan primeramente este vocablo
en el lenguaje cristiano. El elemento peculiar en él es la comparación que hace
entre el rito cristiano de iniciación y el juramento militar, sin que se pueda
concluir que es el sentido fundamental del que derivarían todos los otros
significados. Usa sobre todo este término s. en los diversos sentidos que tiene
en la Escritura, reteniendo tanto la palabra griega correspondiente, mysterion,
como la de sacramentum. La emplea también con variados significados, siempre con
una fuerte raigambre en la tradición bíblica. Así, Tertuliano aplica el
sacramentum a la economía de la salvación en la Encarnación, vida, muerte y
resurrección de Cristo. También llama así a la religión, a la regla de fe y a
los ritos de iniciación cristiana. Más adelante se ve en los Padres latinos la
aplicación sucesiva que se va haciendo del término a los s. del cristianismo. A
medida que pasa el tiempo, el posible confusionismo con las religiones
mistéricas va desapareciendo, lo cual permite que esta terminología sirva en
parte para explicar los signos eficaces instituidos por Cristo para la
santificación de los hombres. Así S. Agustín (v.) usa el vocablo para designar
los ritos del A. T., como el sábado, la circuncisión, los sacrificios, la
unción, la pascua, el templo, etcétera. Y al tiempo que considera distintos los
s. de la antigua Ley respecto de los de la nueva, llama también s. al bautismo,
la eucaristía, la ordenación, etc. Una serie de textos del obispo de Hipona
llaman mysteria a la Trinidad y a la Encarnación y en general al misterio de
Cristo del que toda la Escritura habla. El uso, pues, que hace de la palabra
sacramentum es bastante vago y fluido, pudiéndose decir que todos los s.
pertenecen al gran Mysterium-sacramentum que son Cristo y la Iglesia.
b. Mysterion. Esta palabra griega se empleaba en los ambientes precristianos con
un valor cultual, y en ese sentido hay un cierto trasvase del concepto pagano
del misterio-sacramento en el concepto cristiano, pero se trata de una
influencia superficial: y es sólo el contexto bíblico lo que nos da el
significado propio del s. cristiano. Se llamaban mysteria, en el griego
precristiano, a cultos que estuvieron en vigor desde el s. VIII a. C. hasta el
s. IV d. C. Están constituidos por solemnes ceremonias en las que la muerte de
algún dios mitológico se representaba ante los iniciados, de tal modo que éstos
participaran en esa vida misma del dios. Sólo los iniciados podían participar,
formando una sociedad sagrada y secreta con sus signos característicos. Estos
misterios prometían la salvación a través de la comunicación de una vida
cósmica. Los dioses Attis, Isis, Osiris, Cibeles, etc., pertenecen al ciclo
vida-muerte-vida que se aprecia en el devenir de la vida humana, animal y
vegetativa. Sus sufrimientos, en los que participan los iniciados con ritos
simbólicos, expresan de alguna manera los elementos del ciclo. El secreto
sagrado está en la unión entre la divinidad y el iniciado, unión que se realiza
de modo simbólico y variado en los diversos cultos mistéricos, en los que suele
haber un tinte sexual y orgiástico (V. MISTERIOS Y RELIGIONES HISTÉRICAS;
INICIACIÓN, RITOS DE).
El uso del vocablo mysterion en el lenguaje de la Biblia tiene un sentido
distinto: el de plan divino sobre la salvación. Los primeros autores cristianos
que hablan y escriben en griego común (la koiné) no se atreven a usar el término
con total libertad, dado el peligro de un posible confusionismo. No obstante, a
partir de Clemente de Alejandría y Orígenes, usan la palabra para referirse a
los ritos santificadores; a veces se advierte un cierto aprovechamiento del
vocabulario de los misterios gnósticos, pero el aspecto relacionado con los
planes de Dios es lo que predomina, manteniéndose así la verdad escriturística.
2. Uso del término en el Antiguo Testamento. La
palabra sód, equivalente del mysterion griego, significa una comunicación
confidencial, un secreto íntimo confiado a un amigo. Este término hebreo se
emplea tanto en el trato mutuo de los hombres entre sí como en el de éstos con
Dios, dándose siempre el matiz confidencial y amistoso. Veinte veces se emplea
la palabra mysterion en la versión de los Setenta, y generalmente en los libros
de época tardía. Muchas veces significa simplemente algo que ha de permanecer
secreto; mas casi siempre hace referencia a un plan o determinación que ha de
permanecer oculto. Aplicado a Dios se emplea el término sód en lo que concierne
al designio salvífico que Dios realiza respecto de los hombres y que es objeto
de revelación. En los oráculos de Balaam (v.) el profeta dice conocer los
secretos de Yahwéh, según los cuales un héroe nacerá de la descendencia de
Jacob, una estrella que se destaca e ilumina sobre los pueblos de la tierra.
Amós está seguro de que «no obra el Señor Yahwéh cosa alguna sin que manifieste
su plan (sód) a sus siervos los profetas» (3,7). El destino histórico de Israel
responde a un plan divino revelado de antemano por la palabra profética. Este
concepto del mysterion es el antecedente último, que va a ser sucesivamente
desarrollado sobre todo en la literatura sapiencial y apocalíptica.
Así en los libros sapienciales se usa la palabra mysterion para designar los
secretos divinos, el plan de Dios para salvar a los hombres en los tiempos
escatológicos, esa sabiduría misma de Dios oculta e ignorada por los impíos. El
Libro de la Sabiduría (v.) conoce los misterios paganos que degradan al hombre
manchando sus vidas (14,15.23), pero aplica el término de modo especial a las
realidades trascendentes que son objeto de revelación: «y no conocen los
secretos de Dios (tú mystéria toü Theoú), ni esperan la recompensa de la piedad»
(2,22). «Os anunciaré qué es la sabiduría y cuál es su origen, y no os ocultaré
sus secretos...» (6,22). Estos misterios son de orden soteriológico y teológico,
corresponden a los planes de salvación y a la intimidad de Dios mismo.
Entre los libros apocalípticos, el uso de la palabra sód, o raz en arameo, tiene
el mismo sentido. Ya en el principio del libro de Daniel (v.) se pone de
manifiesto que Dios tiene un secreto que sólo puede revelar a aquel a quien Dios
mismo quiera revelárselo. El escogido es Daniel, que en un sueño conoce el
sentido y explicación del misterio. También aquí se trata de un plan concebido
por Dios que domina la historia de los hombres. Un plan de salvación (v.) que se
irá revelando paulatinamente. Así nos dice que hay un Dios en el cielo que
revela los secretos (2,28), que tiene preparado un imperio para el fin de los
tiempos, cuya soberanía no pasará a otros pueblos, sino que pervivirá
eternamente (2,44-45). Estos secretos no están relacionados con la creación como
sucede en los libros apocalípticos apócrifos, sino que se refieren al plan
secreto de Dios para salvar a la humanidad. Este secreto está escrito en el
cielo y Dios puede revelarlo mediante sueños, en visiones, o por medio de los
ángeles (2,19; 7,15; 10,9). El misterio está oculto y sólo algunos privilegiados
poseen la sabiduría necesaria para entenderlo (5,11). La S. E. contiene el
misterio, pero no todos son capaces de escudriñarla hasta descubrir su sentido y
significado. «Yo, Daniel, me puse a escrutar las Escrituras y a calcular el
número de los años que, según la palabra de Yahwéh dirigida al profeta jeremías,
debían pasar sobre las ruinas de Jerusalén, es decir, las setenta semanas»
(9,2). Aquí, como en los libros sapienciales, el misterio que Dios tiene oculto
a los hombres es el plan de salvación, teniendo, por tanto, el sentido de ser un
plan soteriológico que se ha de revelar.
El mismo sentido tiene también en la literatura extrabíblica judaica. Así en los
libros apócrifos (v.) apocalípticos, sobre todo en Henoc y IV de Esdras. Henoc
conoce los secretos de Dios (1,106,19), él ha leído las tablas que en los cielos
contienen todos los acontecimientos por venir, él conoce el destino de justos y
pecadores (103,2; 104,10). El misterio es, por tanto, la realización del
designio de salvación que Dios tiene. En la literatura de Qumrán (v.), se da una
gran importancia al conocimiento del mysterion que ha de venir y que determinará
la suerte de justos y pecadores. Aquí es el Doctor o Maestro de justicia el que
recibe la gracia de conocer este misterio-sacramento. Únicamente los que caminan
por los caminos de la justicia recibirán esta revelación, la cual permanece
oculta a los que andan por los caminos de perdición.
3. Uso del término en el Nuevo Testamento. En la
predicación de Jesucristo sólo se usa una vez la palabra mysterion: es en Mc
4,11 y lugares paralelos. Los discípulos preguntan sobre el significado de la
parábola del sembrador; Cristo les responde: «A vosotros os ha sido dado el
conocer el misterio del reino de Dios -tó mysterion... tés basileías toú Theoú-
pero a los otros de fuera todo se les dice en parábolas». Del contexto se deduce
que el acento hay que ponerlo en la contraposición entre los discípulos del
Maestro de Nazaret y los otros, los que están fuera. Aquéllos serán los nuevos
videntes a los que les será revelado el mysterion. Este misterio-sacramento es
el advenimiento del Reino de Dios, tal como ha sido anunciado por los profetas,
la realización del plan de salvación. Cristo es el nuevo vidente que conoce como
nadie la infinidad de Dios y sus planes de salvación (Mt 11,27), el profeta
definitivo que revelará lo que estaba oculto hasta entonces. Con él la
Revelación (v.) se acaba porque las promesas se cumplen, el reino de Dios está
ya presente entre los hombres en su misma persona. Jesús es el s. del Padre y
ante El la humanidad se divide en dos grupos definitivos, los que aceptan su
revelación del misterio y los que, cegados, la rechazan. Hay que notar también
que el término, usado en labios de Jesús, tiene una relación con el Reino de
Dios (v.), el nuevo Qehal Yahwéh, la ekklesia de Cristo.
En S. Pablo, la palabra alcanza un valor cada vez mayor. También en él hay que
tener en cuenta la perspectiva de la tradición judía apocalíptica para poder
entenderle. El misterio-sacramento tiene una clara resonancia escatológica,
aplicándose a las etapas sucesivas a través de las que el mysterion se realiza
en la historia de los hombres. Engloba, pues, toda la historia de la salvación
(v.), desde la venida de Cristo en Belén hasta la Parusía (v.). Es objeto de la
predicación que pone de manifiesto lo que estaba oculto: «predicamos una
sabiduría divina, misteriosa, oculta, que Dios predestinó para nuestra gloria
antes de los siglos y que ninguno de los príncipes de este mundo conoció» (1 Cor
2,7). Este mysterion oculto es revelado por el Espíritu, pues el espíritu lo
escudriña todo, aun las profundidades divinas (1 Cor 2,10). El apóstol es el
dispensador de los misterios de Dios (1 Cor 4,1), que lo transmite a todos, pero
que sólo los espirituales podrán comprenderlo (1 Cor 2,6; 3,1). No se trata de
una doctrina esotérica, reservada a unos cuantos iniciados, sino algo destinado
a una expansión universal, aunque sólo asequible al hombre espiritual porque «el
hombre animal no acepta las cosas del espíritu de Dios; son locura para él y no
puede entenderlas» (1 Cor 2,14). Este misterio se identifica con el anuncio del
evangelio (v.) (1 Cor 1,7), de Jesús crucificado (1,3; 2,2), escándalo para los
gentiles y locura para los griegos, pero poder y sabiduría de Dios para los
llamados, ya judíos, ya griegos. Su realización se verifica, pues, de modo
progresivo y paradójico: provoca el endurecimiento del pueblo escogido y es
ocasión de salvación para los pueblos paganos.
Este mysterion es la última palabra de Dios, pensado desde hace mucho tiempo
para que se realizara al fin de los siglos: «recapitular todas las cosas en
Cristo, las del cielo y las de la tierra» (Eph 1,9-11). El género apocalíptico
judaico escudriñaba las maravillas de la creación; la revelación cristiana
manifiesta el más íntimo secreto de esa creación: en Cristo, primogénito de toda
criatura, todas las cosas encuentran consistencia (Col 1,15-16), todas son
reconciliadas (1,20). La apocalíptica judaica escudriñaba también los caminos de
Dios en la historia de los hombres; la revelación cristiana muestra cómo esos
caminos convergen en Cristo. A Pablo «le ha sido dada esta gracia de evangelizar
a los gentiles, la incalculable riqueza de Cristo, y esclarecer a todos cuál es
la dispensación del misterio escondido desde todos los siglos en Dios, el
Creador de todas las cosas, para que se dé ahora a conocer por medio de la
Iglesia a los principados y a las potestades en lo alto de los cielos la
incalculable sabiduría de Dios, según el plan eterno que realizó en Cristo,
Señor Nuestro...» (Eph 3,8-11).
S. Pablo llega a identificar el mysterion con Cristo, diciendo a los de Colosas
que lucha para que sean consolados en sus corazones, siendo formados en la
caridad y en toda riqueza de la plenitud de la inteligencia, para llegar al
conocimiento del misterio de Dios que es Cristo (2,2). Este misterio, oculto
desde los siglos y desde las generaciones, es ahora revelado a los santos «a
quienes quiso descubrir Dios cuál es la riqueza de la creencia en este misterio
entre los gentiles, el cual es Cristo...» (Col 1,27). Hasta la llegada de Jesús
el misterio permanece secreto. El silencio se interrumpe a veces a través de las
intervenciones proféticas, pero de modo velado y confuso. Ahora ha querido Dios
revelar su secreto por medio de su Espíritu (1 Cor 2,10) y movido por su bondad
(Eph 1,9). Lo que era un secreto se vincula estrechamente con la revelación y
así son frecuentes las expresiones manifestar, revelar, dar a conocer, iluminar
(Rom 16,25; Eph 3,3; 1 Cor 2,10; Eph 1,9; 3,5; Col 1,27.
Pero para S. Pablo el contenido de ese mysterion no se termina en Cristo. En 1
Cor 2,7-10; Eph 1,8-10 y Col 1,25-27, lo relaciona con la predicación de la
palabra de Dios, cuyo crecimiento se identifica con el crecimiento de la Iglesia
en Act 6,7. La manifestación del misterio salvífico se continúa en la historia a
través de la Iglesia, a la que se llama s. de Cristo en la Teología actual (v.
IGLESIA). La Constitución Lumen gentium del Conc. Vaticano II se hace eco
llamando a la Iglesia veluti sacramentum (I,1), sacramentum visibile salutiferae
unitatis (II,9), universale salutis sacramentum (Vil, 48). En 1 Tim 3,14-16, S.
Pablo llama a Cristo mvsterion tes usebeias, el misterio de la piedad, que se ha
manifestado en la carne, que ha sido castificado por el espíritu, se ha mostrado
a los ángeles, predicado a las gentes, creído en el mundo, elevado a la gloria.
A su vez, la Iglesia, en cuanto cuerpo de Cristo, es el medio por el que los
hombres vienen al conocimiento redentor de los planes de Dios salvador (Eph
3,9-11). El misterio-sacramento en S. Pablo, como en la tradición bíblica, es un
secreto de Dios que se ha de revelar y cuya revelación lleva consigo la
salvación para los que la aceptan y la condenación para los que la rechazan.
4. Conclusión. Hemos visto cómo S. Pablo no aplica
la palabra sacramentum a los s. de la tradición cristiana posterior, es decir, a
los siete que ya fueron definidos y delimitados solemnemente en el Concilio de
Trento (v.). Sólo hay un pasaje en el que muchos autores ven una referencia
explícita al s. del matrimonio (Eph 5,32); parece ser que más que al matrimonio
como s., se refiere al matrimonio como tipo de la unión de Cristo con su
Iglesia, el misterio-sacramento escondido y revelado. Lo cual no quiere decir
que los s. no existieran en el momento de escribir S. Pablo. Existían y con un
fundamento que se extiende hasta el mismo Cristo (v. las voces dedicadas a cada
sacramento en particular). Lo que sucede es que la terminología todavía no
estaba fraguada y va a ser la Iglesia, a través de los Padres latinos y griegos,
la que vaya fijando la terminología teológica que vierta en un lenguaje
determinado la realidad completa y maravillosa del mysterion divino.
La revelación del misterio lleva consigo el empleo de muchos medios de
comunicación expresiva que los hombres usan en la vida. Y esa revelación
comporta la salvación a los que acepten el mysterion. Por eso la revelación se
hace a través de signos; en un lenguaje propio se llama s. a los siete signos
eficaces que, por voluntad e institución de Cristo, transmiten el mysterion a
los hombres. Signos cuya existencia pone de manifiesto la condescendencia de
Dios con el hombre: la sabiduría conoce el barro de que estamos hechos, la
necesidad que tenemos de apoyarnos en lo material. Lo sobrenatural se nos
manifiesta y se nos comunica así a través de signos que nos son familiares y que
llevan consigo una gran fuerza expresiva (v. SIGNO).
A. GARCÍA MORENO.
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Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991