Rito
 

Introducción general. El culto (v.), con el que el hombre expresa y reconoce su dependencia absoluta respecto a Dios y sus deseos de cumplir la voluntad divina, puede ser solamente interno o también externo. Al mismo tiempo, el culto puede ser individual o público, y uno y otro son una constante y elemento integral de toda religión (v.). Es en el culto externo y público a Dios donde se encuentran, junto con la oración (v.), lo que se llaman r. Éstos son, pues, los gestos, actitudes, ceremonias o acciones humanas que acompañan a la oración, y con cuyo conjunto el hombre y la sociedad expresan el culto debido a Dios: de adoración, de petición, de acción de gracias o de expiación.
No se tratarán aquí los r. en las diversas religiones no cristianas; para ello, v. RELIGIÓN I y los artículos a los que allí se remite, así como los que tratan de cada una de ellas. Además, también pueden verse artículos como: OFRENDA I; SACRIFICIO I; ALTAR III; BAUTISMO I; INICIACIÓN, RITOS DE; DEVOTIO, RITO DE LA; DIFUNTOS I; BENDICIÓN I; FIESTA I; BANQUETE SAGRADO; PURIFICACIÓN I; TEMPLO I; MEZQUITA; SINAGOGA; SACERDOCIO I; SIGNO II; SIMBOLISMO RELIGIOSO I; PRIMITIVOS, PUEBLOS II; etc. En todos estos artículos se estudian los diversos r. que se encuentran en religiones no cristianas; a veces son simplemente supersticiosos o mágicos (v. sUPERSTICIóN; MAGIA), pero muchas veces son expresión de una auténtica religiosidad.
Aquí se estudiarán los r. en el culto cristiano, es decir, en la Liturgia (v.), que viene a sustituir y superar todo culto anterior, tanto el de la religión revelada veterotestamentaria como el de las religiones naturales. La Liturgia cristiana se compone de elementos de institución divina y de elementos de institución eclesiástica. El mismo Jesucristo fijó en su predicación y actividad, junto a los Apóstoles y primeros discípulos, los elementos esenciales de los actos de culto a Dios y de santificación de los hombres: son la Misa (v.) y los sacramentos (v.), que constituyen el núcleo inmutable de la Liturgia; forman parte del sagrado depósito que la Iglesia recibió de su divino Fundador con la misión de conservarlo y administrarlo íntegramente para los hombres de todas las épocas. Precisamente para garantizar y mejor aplicar esa parte esencial, la Iglesia, con la fe y piedad de los fieles y ministros sagrados, la ha ido rodeando de otros elementos, que son, por tanto, de institución eclesiástica, y que pueden cambiar según las necesidades, para su mejor aprovechamiento y eficacia (V. ORACIÓN III; GESTOS Y ACTITUDES LITÚRGICAS; INSIGNIAS Y VESTIDURAS LITÚRGICAS; RÚBRICAS; etc.). De hecho, buena parte de la historia de la Liturgia es la historia de la institución de esos elementos eclesiásticos, de su desarrollo y cambios.
Desde el principio, en cuanto tienen su origen en el mismo Jesucristo, los r. y oraciones esenciales de los actos litúrgicos son fijos, y hay preocupación de ir confeccionando por escrito la forma de celebrarlos, para que no se desfiguren, pues sólo lo que viene de Dios puede
darle culto como conviene y ser eficazmente santificador de los hombres; así, con unidad clara en lo esencial y variedad en cosas accidentales según los usos y costumbres de distintos lugares, se van formando los grandes r. o familias litúrgicas de la Iglesia. Tanto en Oriente como en Occidente aparecen los libros litúrgicos (v.) que recogen los elementos instituidos por Cristo y los que la piedad y uso cristianos han ido consagrando en la Liturgia; a veces se introducen también en algunos lugares costumbres menos convenientes, o formas rutinarias, etc., que pueden desfigurar lo esencial o recargarlo de cosas innecesarias. Entonces la Jerarquía eclesiástica, recogiendo el sentir de la fe y piedad de los fieles, reacciona, para aprobar iniciativas o costumbres válidas, para purificarlas o evitar desviaciones o divisiones, para exigir mayor fidelidad a la tradición, a lo recibido de Cristo, o mayor autenticidad en los sacramentos y actos litúrgicos, tan importantes para la consecución de una recta vida cristiana. Así se han producido a lo largo de la historia diversas reformas o renovaciones litúrgicas.
El Liber Pontificalis de los primeros siglos está lleno de prescripciones de los Papas relativas a la Liturgia; pueden citarse especialmente: la cuestión de la fecha de la Pascua (v.) en el pontificado de Víctor I, el canto del Sanctus en la Misa prescrito por Sixto 1, la intervención de los Papas en la controversia de los rebautizantes (v.), etc. A fines del s. Iv, S. Agustín se queja de que en algunos sitios se usan oraciones compuestas por incompetentes o por herejes (PL 43,213-214) reclamando disciplina más estricta; varios concilios africanos prohíben usar fórmulas no aprobadas por algún sínodo, p. ej., los Conc. de Cartago (v.) de los a. 397 y 407, y de Mileto del 416. Cierta obra de reforma litúrgica hicieron también los conc. hispánicos de Gerona del 517, de Braga del 563, y los III y IV de Toledo (v.) del 598 y 633. En Oriente destaca en este sentido la actividad de S. Basilio (v.) y de S. Cirilo de Alejandría (v.). Especial relieve tuvo la obra litúrgica del papa S. Gregorio Magno (v.) en el s. vi. Con cierta intervención de la autoridad civil, mencionemos en Oriente las reformas y leyes litúrgicas de la época del emperador Justiniano I (v.), contemporáneo de Gregorio Magno, y, después, en Occidente las de la época de Carlomagno (v.).
Como es obvio, es la autoridad eclesiástica, el Papa con los Obispos y Concilios, la única válida para_ las leyes, elementos, oraciones y r. litúrgicos (V. DERECHO LITÚRGICO; RÚBRICAS I). No se trata aquí de hacer un estudio completo de todos los r. y de su historia; para ello hay que remitirse a los artículos LITURGIA II y RÚBRICAS II, a los art. MISA, OFICIO DIVINO y los dedicados a cada uno de los sacramentos (v.) y a cada una de las familias litúrgicas de las que se hablará en seguida. Pero antes, pueden esbozarse, siquiera brevemente, algunos momentos fundamentales.
Después del renacimiento carolingio del s. IX, fue importante la labor reformadora del gran pontífice Gregorio VII (v.) en el s. XI, que aprovechó la promovida por la abadía de Cluny (v.). Y, más tarde, la vasta actividad legisladora de Inocencio III (v.) y del Conc. IV de Letrán (V.) en el s. XII-XIII, también en materia litúrgica, que contribuyeron a afianzar- las recientes órdenes mendicantes, dominicos (v.) y franciscanos (v.), uniformando y difundiendo los libros litúrgicos. Destacada fue la obra purificadora y reformadora del Conc. de Trento (v.) y de los Papas sucesivos. Sin acuerdo, y aun en oposición, con la autoridad religiosa, actuaron en materias litúrgicas Luis XIV de Francia y José II de Austria, en los periodos críticos del galicanismo (v.) y josefinismo (v.). Frente a las tendencias galicanas se inició en el s. XIX el llamado «movimiento litúrgico» (v.), recogido e impulsado en el s. XX por el papa Pío X (v.), que llega hasta el Vaticano II (v.). Con todo esto, se ha ido asegurando la unidad y conservación de lo esencial en los sacramentos y sus r., extendiéndose cada vez más el r. romano (v.) en Occidente junto con otros en Oriente, y respetándose legítimas costumbres o elementos accidentales variables con lugares y épocas, pero válidos para poner de relieve la unidad y unicidad del culto cristiano, su origen divino en Cristo, su gran riqueza y su eficacia sobrenatural.
Son, pues, dos los sentidos fundamentales que la palabra r., cuya etimología es incierta, tiene dentro de la Liturgia católica. De esos dos sentidos se va a tratar aquí.

1. Rito como rama o familia litúrgica. En este sentido se habla de ritos orientales y ritos occidentales, que, a su vez, se subdividen en otros r. diversos. Bajo este aspecto, r. indica un determinado modo o tipo de verificar las ceremonias y de recitar las fórmulas o textos, aunque con unidad sustancial, para reactualizar la obra salvífica de Cristo, de gloria de Dios y santificación de las almas, en la celebración de las diversas acciones litúrgicas, como son la Santa Misa (v.), los Sacramentos (v.) y los Sacramentales (v.), y el Oficio divino (v.), a lo largo del año litúrgico (v.).
Entre los ritos orientales cabe distinguir en primer lugar dos grandes grupos, correspondientes a los dos más antiguos patriarcados: Antioquía de Siria (v.) y Alejandría (v.). En el primer grupo a su vez se pueden distinguir dos ramas o tipos de r.: el sirio occidental y el sirio oriental. Entran dentro del tipo sirio occidental: el r. propiamente de Antioquía (v. Rito siro-antioqueno, en ANTIOQUÍA DE SIRIA vi); el de Constantinopla (v. Rito bizantino, en CONSTANTINOPLA IV) ligado en su origen con el anterior; y el de Armenia (v. Rito armeno, en ARMENIA v, 2), que tiene elementos de los otros dos. Del tipo sirio oriental (v. SIRIOCALDEO, RITO) es el r. de los nestorianos (v.), el de los caldeos (v.), unidos a Roma, y el de los malabares (v.). En el grupo de r. alejandrinos o coptos se pueden distinguir el de Egipto (v. ALEJANDRÍA VIII) y el de los etíopes (V. ETIOPÍA VIII, 2).
De los ritos occidentales son dignos de destacar el Galicano (v.), el Hispano (v.) o Mozárabe, el Milanés o Ambrosiano (v.) y, sobre todo, el Romano (v.).
Los diversos r. son la expresión de una misma verdad: la verdad revelada por Dios y propuesta por la Iglesia; y la reactualización de una misma realidad: la obra salvífica de Cristo, tanto en su movimiento ascendente o glorificador de Dios, como en el descendente o santificador de las almas (V. LITURGIA). Pero, en cuanto al modo de expresar la verdad y a la manera concreta de celebrar la acción reactualizadora de la obra salvífica de Cristo, los r. pueden diferenciarse unos de otros; y de hecho se diferencian, dentro de la Iglesia católica, en elementos accidentales, en dependencia con diversas razones de tipo histórico y geográfico. Entre los diferentes r. de la Iglesia católica, existe unidad de fe y unidad esencial de culto.
Históricamente los diferentes r. se fueron formando y fijando desde los primeros siglos, llegando a alcanzar cuerpo organizado en los s. VI-IX. En conformidad con los diferentes usos y modos de pensar de las diversas regiones y ciudades, el sencillo culto litúrgico de los principios, fijado tan sólo en las partes esenciales, fue admitiendo nuevos elementos ceremoniales y textuales, en las zonas no esenciales de las celebraciones sagradas. Muy pronto destacaron por la solemnidad en el ejercicio de la Liturgia las grandes ciudades como Jerusalén, Alejandría, Antioquía y Constantinopla, en Oriente, sedes de los cuatro Patriarcados; y en Occidente principalmente Roma, residencia de los Sumos Pontífices. Establecida cierta fijeza y uniformidad de la sagrada Liturgia en cada una de estas capitales, la misma Liturgia se constituye, poco a poco, ya espontáneamente, ya autoritariamente, en las iglesias o cristiandades dependientes de aquéllas en cuanto a la jurisdicción eclesiástica. La unidad esencial del culto de que se partía y la unidad de jerarquía de la Iglesia, con ayuda de los Concilios o Sínodos provinciales y nacionales, favorecieron y mantuvieron la tendencia unificadora de los ritos.
El aspecto geográfico tuvo suma importancia para la formación y fijación de los diferentes r. Al menos en un principio, la distinción de r. reconoce un origen de matiz geográfico: la distinción principal de los r. en orientales y occidentales corresponde a la división del mundo cristiano en dos sectores: Oriente y Occidente. Y si nos fijamos exclusivamente en Occidente, advertimos inmediatamente que los diferentes r. polarizaron en determinadas ciudades cristianas de especial relieve religioso; a saber: en Roma, residencia de la Sede Apostólica, y en Milán; así como en regiones como España y las Galias. En modo alguno se puede pretender buscar, ni en la lengua empleada (v. LENGUA LITÚRGICA), ni mucho menos en la profesión del dogma, el principio de la diversidad de r.; existen diferentes r. en una misma lengua; y asimismo, idéntico r. puede ser celebrado por católicos y ortodoxos, abundando ejemplos en el Oriente.
La Iglesia tiene en gran aprecio la variedad de los ritos católicos, por numerosas razones: por su antigüedad venerable, mayor o menor, según los diferentes casos; por constituir un ornamento para toda la Iglesia, con la riqueza espiritual de sus fórmulas y ceremonias; por presentar una prueba rotunda de la unidad de la fe en la Iglesia desde sus comienzos, puesto que ya estaban organizados los r. antes de que surgieran los cismas y las herejías; por reflejar extraordinariamente la fuerza unitiva de la fe, ya que, aun diferenciándose los miembros de la Iglesia Católica respecto de la Liturgia, en cuanto a elementos accidentales, se hallan todos unidos, en lo esencial, con vínculos indisolubles; por ser, por fin, en su conjunto, la expresión viva y el resplandor mismo de la santa Iglesia. Efectivamente, dada la inmensa riqueza de su contenido humano-divino, no puede ser expresada adecuadamente en un r. particular, siendo preciso, por lo mismo, acudir a todos los r. del Oriente y del Occidente, para ver reflejada en toda la Liturgia la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia, por ofrecer su estudio comparado el mejor método de formación e investigación litúrgica, así como también la mejor escuela para una piedad firme, rica e informada. El Conc. Vaticano II ha empleado, repetidas veces, la palabra r. en el sentido que estamos considerando. Véase en la Const. Sacrosanctum Concilium sobre la sagrada Liturgia, principalmente los números 3, 4, 36, 38; y en el Decreto sobre las Iglesias orientales católicas, los números 1, 2, 3, 4, 6, 10, 14, 15, 16, 21.

2. Rito como conjunto de fórmulas y ceremonias. Dentro de cada una de esas grandes familias litúrgicas, la palabra r. se emplea en un doble sentido: para indicar sólo el conjunto de ceremonias, o bien para expresar el conjunto de fórmulas y ceremonias a la vez, que forman un todo homogéneo y completo, ya de toda una celebración sagrada (p. ej., el r. de la Misa) ya de parte de ella (p. ej., el r. de la despedida de la Misa). El r. así entendido comporta dos elementos, que se completan mutuamente: la fórmula o el texto y la ceremonia o la acción (v. t. CELEBRACIÓN LITÚRGICA).
Conviene prevenir una concepción falsa o al menos inexacta del r. en este sentido. El r., en efecto, tiene dos aspectos: externo e interno. Lo primero que se percibe en el r. es lo externo: el gesto, actitud o acción (v. GESTOS Y ACTITUDES LITÚRGICOS), y las preces, fórmula's o textos (Y. ORACIÓN III). Mas lo externo (v. t. CANTO; COLORES; HIMNOS; INSIGNIAS; SIGNOS; UTENSILIOS; VESTIDURAS LITúRGICOS) no agota todo el contenido del r. Su aspecto más importante es el interno. Efectivamente, el r. litúrgico significa, y además realiza, presencializa o reactualiza, cada uno a su manera, la obra salvífica de glorificación de Dios y de santificación de los hombres, verificada de una vez para siempre por el Verbo Encarnado, durante su vida mortal, principalmente con el misterio pascual de su bienaventurada Pasión, Resurrección de entre los muertos y gloriosa Ascensión a los cielos. El Conc. Vaticano II también ha usado la palabra r. en el sentido que acabamos de señalar. Véase, en la Const. Sacrosanctum Concilium, entre otros, los siguientes números: 27, 34, 38, 50, 58, 62, 63, 66-69, 71, 72, 74, 76, 77, 80-82.
Razones del elemento externo de los ritos: Las razones principales por las cuales, conforme a la voluntad divina, los r. litúrgicos constan no sólo de elemento interno, sino también externo, son tres, que expondremos siguiendo la enc. Mediator Dei de Pío XII, y la Const. Sacrosanctum Concilium del Vaticano 11: a) Naturaleza eclesial de las acciones litúrgicas. «Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es sacramento de unidad, es decir, pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos.» En consecuencia, cualquier acción litúrgica es acción de toda la Iglesia, y, por tanto, en ella, por la realidad de la «comunión (v.) de los santos» y del «Cuerpo (v.) místico de Cristo», está presente toda la Iglesia, aunque se trate de una acción litúrgica de las que es posible esté físicamente presente sólo el sacerdote. Es decir, toda acción litúrgica es eclesial o social, y en ella se refleja la Iglesia toda, que es sociedad orgánica visible; o dicho de otro modo, toda acción litúrgica es culto público de todo el Cuerpo místico; y no se concibe ello sin que ese culto conste de elementos externos. Y por ello, también, «siempre que los r., cada cual según su naturaleza propia, admitan una celebración comunitaria, con asistencia y participación activa de los fieles, incúlquese que hay que preferirla, en cuanto sea posible, a una celebración individual y casi privada» (Sacr. Conc., n° 26-27). b) La ley de la encarnación. La Liturgia es la prolongación reactualizada de la obra salvífica de Cristo, tanto en su movimiento glorificador de Dios, como en el santificador de los hombres. Ahora bien, Cristo verificó su obra salvífica sometiéndose voluntaria y libremente a la ley de la encarnación, puesto que su humanidad unida a la persona del Verbo fue instrumento de la glorificación infinita de Dios y de la santificación del género humano. Por tanto, nada más obvio que los r. de la Liturgia (donde Cristo, en el ejercicio de su sacerdocio salvífico, asocia siempre consigo a su amadísima Esposa la Iglesia) tengan, además de su dinamismo interno, elementos externos. Lo que Pío XII, siguiendo a León XIII, afirmó de la Iglesia, hay que decirlo también proporcionalmente de la Liturgia en general, y de sus sagrados r. en particular: «Es desconocer su realidad profunda no ver en ella más que una institución humana provista de cierto cuerpo de doctrina y de ritos exteriores, pero sin comunicación de vida sobrenatural; todo lo contrario. Como Cristo, cabeza y modelo de la Iglesia, no está entero, si no se ve en El más que la naturaleza humana visible, o la naturaleza divina invisible, sino que sólo es uno en ambas naturalezas, de la misma manera su Cuerpo místico» (Mysticff Corporis, AAS 35, 1943, p. 223). Ni arrianismo ni monofisitismo litúrgico. c) En conformidad con la psicología humana. Es deseo ardiente de la Iglesia que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas, que exige la naturaleza misma de la Liturgia, y a la cual tiene el pueblo cristiano derecho y obligación, en virtud del Bautismo (v. PARTICIPACIÓN Iv). Ahora bien, el modo íntimo de ser de la psicología humana reclama, para esa participación, que los r. integrantes de la Liturgia consten de elementos externos, además del interno, puesto que el hombre está compuesto de alma y cuerpo; el mismo Dios ha sido quien ha dispuesto que «conociéndolo por medio de las cosas visibles, seamos llevados al amor de las cosas invisibles» (Pref. de Navidad). Además todo lo que sale del alma se expresa naturalmente por los sentidos; y, a su vez, las fórmulas y las ceremonias de los r. exigen tal intervención de todo el hombre que fomentan, intensifican, e incluso provocan la caridad, la fe, la esperanza, la devoción, la actitud interior. Un r. o un culto puramente espiritual no sólo no sería humano, sino que sería absolutamente imposible entre los hombres, habiendo en ellos una unidad sustancial entre lo material y lo espiritual; lo material y corporal también ha de participar en el culto (v. GESTOS Y ACTITUDES LITÚRGICOS, 1; CULTO; SIGNO III; SIMBOLISMO RELIGIOSO III). Modo de celebrar los ritos: Se puede señalar que ha de ser: Ordenadamente, es decir, en conformidad con el orden (v. RÚBRICA) establecido por la legítima autoridad; sin añadir, quitar o cambiar cosa alguna por iniciativa propia (v. t. DERECHO LITÚRGICO). Reverentemente, o sea, con reverencia interna, que supone espíritu de fe, devoción actual, realizada con preparación inmediata y conservada a lo largo de la celebración; y con reverencia externa, manifestación de la interna, en todo el cuerpo, actitudes, gestos, miradas, posturas, preces, cantos. Digna y elegantemente, como corresponde a toda celebración litúrgica, que, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia. Jerárquicamente, a saber: cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio en la celebración de los r., hará todo y sólo aquello que le corresponde por la naturaleza de la acción y normas litúrgicas; la asamblea litúrgica, como cuerpo orgánico en la celebración de los r., es uno de los signos expresivos de la Iglesia esencialmente jerárquica. Auténticamente, o sea, celebrándolos de tal modo que aparezca vigoroso y diáfano su simbolismo a los ojos de los fieles más sencillos.
Eficacia de los ritos: Si se trata del Sacrificio eucarístico y de los Sacramentos, en lo que tienen de institución divina, obran ex opere operato, por la presencia inmediatamente eficiente de Cristo; pero en lo que tienen de institución humana, así como también los Sacramentales y demás r. instituidos por la jerarquía eclesiástica, son eficaces ex opere operantes Ecclesiae, o sea, por la acción de la Iglesia, en cuanto es santa y obra siempre en íntima unión con su Cabeza. Es cierto que su eficacia objetiva no depende más que de su correcta celebración con la debida intención; pero sus frutos -su eficacia subjetiva- son más o menos abundantes, según las disposiciones personales de cada celebrante y participante (v. PARTICIPACIÓN IV).

TIMOTEO DE URQUIRI.


TIMOTEO DE URQUIRI , JORGE IPAS.
 

BIBL.: Respecto al sentido indicado en la parte 1: A. BAUMSTARx, Liturgie comparée, 3 ed. Chevetogne 1964; L. DvcHESNE, Origenes du culte chrétien, 5 ed. París 1925, 1-46; M. RIGHErn, Historia de la Liturgia, Madrid 1955, § 1, 101-172; A. G. MARTIMORT y otros, La Iglesia en oración, 2 ed. Barcelona 1967, 41-60 (en su trabajo, dentro de esta obra, B. BoTTE recoge selecta bibl. sobre las diversos r. de Oriente y Occidente); N. LIEsEL, Las liturgias de la Iglesia oriental, Madrid 1959. Sobre la parte 2: C. CALLEWAERT, Liturgiame Institutiones, Tract. primus: De Sacra Liturgia universim, Brujas 1933; A. G. MARTIMORT, o. c., 1-282 passim; H. SCHMIDT, Grandeur et misére du rite, «La Maison-Dieu», n. 35, 110-129; C. VAGAGGINI, El sentido teológico de la Liturgia, 2 ed. Madrid 1965, 1-182. Para la historia de los r. y de la Liturgia en general, además: PH. OPPENHEIM, Institutiones systematico-historicae in Sacram Liturgiam, 3 vol. Turín 1939-40.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991