RACISMO II. DOCTRINA SOCIAL CRISTIANA.
Introducción. Denominamos r. a la exaltación fanática de un determinado grupo
étnico -supuestamente superior- cuyos caracteres diferenciales se perpetúan por
herencia. Antes de exponer la doctrina de la Iglesia sobre el r. es preciso
presentar, en apretado resumen, las' ideas básicas de la teoría racista
-analizando sobre todo el racismo nazi-, en cuya preparación y difusión
influyeron diferentes doctrinas: la aplicación de la hipótesis darwiniana al
pensamiento social, el desarrollo de la eugenesia (v.), el triunfo del
superhombre en literatura y en política, etc. (v. I).
Diversos pensadores (Chamberlain, Gobineau, V. de Lapouge, Treitschke,
Langbhen) abren camino a las teorías racistas que alcanzan su culminación -no
sólo teórica sino práctica- en el nacionalsocialismo alemán. Así, toda la
doctrina racista de Rosenberg descansa en los caracteres étnicos del escandinavo
y del alemán del noroeste: alta estatura, cráneo dolicocéfalo, cabellos rubios y
ojos celestes. Este tipo racial está dotado de cualidades psíquicas,
intelectuales y morales superiores. La evolución de las civilizaciones descansa
sobre la lucha de la raza, que es una lucha por la vida en la que subsisten, por
selección natural, los más capaces. La caída de las antiguas culturas debe
atribuirse a la mezcla de los arios con razas inferiores (Rosenberg, Der Mythus
der zwanzigsten Jahrhunderts, 1930). De acuerdo con estas fantasmagorías
románticas, toda raza tiene su alma, y toda alma tiene su raza. Adolfo Hitler en
Mein Karnpf atribuye a la providencia una voluntad de mantener la desigualdad de
las razas, con sus dotes y características especiales, sin posibilidad de mudar
estos elementos, salvo el caso de incurrir en degeneración o en decadencia por
el cruce de las razas. Se trata de velar por la pureza de la sangre. El Estado
es guardián de la raza, controla nacimientos y medidas eugenésicas.
El nacionalsocialismo (v.) alemán mostró, además, desde sus comienzos un
furor anticristiano, un fundamento materialista, una manía nacionalista y un
militarismo desorbitado. Se hablaba de la pureza de la raza teutona. La única
raza propiamente humana es la de los nórdicos, la de los alemanes. Hitler y
Rosenberg afirmaban que la naturaleza misma impone la separación absoluta entre
las diversas razas. La contaminación con otras estirpes de subhombres sólo puede
llevar a la degeneración y ala catástrofe. Contra la creencia occidental en la
verdad y en la razón, el nazismo proclamó la potencia combativa de la comunidad
racial y exaltó las fuerzas del instinto. La comunidad racial organizada es el
supremo valor. Ante esta comunidad racial, con su Weltanschauung, sólo cabe la
absoluta sumisión de la persona y la completa militarización de la vida. Contra
la cristiana compasión, el nazismo demanda la destrucción del débil.
El r. no se ha dado sólo entre los nazis. En una u otra forma, subsiste en
nuestros días. La campaña de algunos partidos políticos en la República
Sudafricana en contra de los negros, y, sobre todo, las actividades de la
organización clandestina del Ku-Kux-Klan en algunas regiones de los Estados
Unidos, son un ejemplo que pone de manifiesto los prejuicios y las
discriminaciones raciales en nuestro tiempo.
Las doctrinas racistas están en buena parte inspiradas por meros
prejuicios y por propósitos de dominación. La ciencia contemporánea encuentra un
buen número de indicios para sostener la común procedencia de un mismo tronco
humano. La noción de raza pura y de raza aria es mera fantasmagoría que ningún
etnólogo serio comparte en nuestros días. La dolicocefalia y el color claro de
la piel no están en necesaria correlación con la superioridad en inteligencia o
en poder de creación. La mezcla de estirpes ha engendrado, en muchísimos casos,
tipos de mejor calidad. La nación (v.) no es un concepto antropológico, étnico,
sino sociológico. A la luz de la genética (v.) contemporánea, el r. deja ver
también su inconsistencia. La noción vulgar de raza se ha enriquecido con los
descubrimientos de la genética. Por lo demás, no hay que confundir la herencia
individual -realidad científica- con la supuesta herencia racial entendida en un
sentido global. Desde el punto de vista científico no existe prueba alguna que
demuestre las aptitudes o incapacidades constitutivas radicales de los llamados
grupos raciales, determinados por herencia (v. RAZA).
Doctrina social cristiana. La Iglesia, portadora de la Revelación e
intérprete de la ley natural, ha sostenido siempre la igualdad esencial de
origen, naturaleza y destino entre los hombres, sin mengua de sus desigualdades
accidentales. Sin la auténtica libertad de los hijos de Dios, sin la igualdad
esencial del género humano que reconoce un mismo Padre, sin la fraternidad que
postula el mandamiento del amor al prójimo, no puede darse la convivencia
humana.
De una forma directa y concreta el Magisterio se ha pronunciado de manera
especial a partir de Pío XI con la Enc. Mit brennender Sorge, 14 mar. 1937: AAS
29 (1937) 145-167. Pío XI protestó enérgicamente contra la actitud persecutoria
del nazismo. También el episcopado alemán. Faulhaber y ven Galen sobresalen por
su heroica actitud de resistencia ante la irrupción de los errores racistas. Pío
XI condena la ideología nazi y sus aplicaciones concretas; pone de relieve los
errores racistas al defender las verdades de la doctrina católica. Por eso se ha
dicho que los errores aparecen, en esta Encíclica, in obliquo.
Mit brennender Sorge no es sólo una apología de la razón natural, de la
libertad y dignidad naturales de la persona humana, sino también una defensa de
orden rigurosamente sobrenatural y un catálogo de los errores que entraña el
mito de la sangre y de la raza. Errores dogmáticos, morales y jurídicos. Errores
dogmáticos por la concepción panteísta y por el teísmo impersonal, por la
negación de la redención cristológica y por el repudio de las tesis sobre el
primado de Pedro, el origen divino de la Iglesia y su universalidad apostólica.
Errores morales por tratar de cerrar la Ética a la religión y por basarla
subjetivamente en un utilitarismo colectivo. Errores jurídicos por identificar
el Derecho con la utilidad nacional. Cuando los nazis hablan de liberación, fe,
inmortalidad, pecado original, redención y gracia, las palabras -advierte Pío XI-
han sido deformadas sistemáticamente, privándoselas de su contenido religioso
clásico. He aquí la radical oposición entre el Estado Nacionalsocialista y la
Iglesia católica que apunta Pío XI: «Si la raza o el pueblo, si el Estado o una
forma determinada del mismo, si los representantes del poder estatal u otros
elementos fundamentales de la sociedad humana tienen en el orden natural un
puesto esencial y digno de respeto, con todo, quien los arranca de esta escala
de valores terrenales elevándolos a suprema norma de todo, aun de los valores
religiosos, y, divinizándolos con culto idolátrico, pervierte y falsifica el
orden creado e impuesto por Dios, está lejos de la verdadera fe y de una
concepción de la vida conforme a ésta» (Mil brennender Sorge, 12). Y más
adelante, Pío XI protesta contra el absurdo intento de aprisionar, «en la
estrechez étnica de una sola raza, a Dios, Creador del mundo, Rey y Legislador
de los pueblos, ante cuya grandeza las naciones son como gota de agua en el
caldero» (ib.).
La Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades condenó, por decreto
de 13 abr. 1938, los errores del r.: a) existe una distancia infranqueable entre
razas superiores y razas inferiores, aproximando estas últimas a la especie
animal más alta; b) cualquier medio es legítimo a condición de que conserve y
cultive el vigor de la raza; c) todas las cualidades intelectuales y morales se
derivan de la sangre; d) el bien supremo de la educación es desarrollar los
caracteres de la raza; e) la ley de la raza impera sobre la misma religión; J)
el instinto racial es la fuente primera y la regla suprema de todo ordenamiento
jurídico; g) sólo existe el universo viviente; h) el hombre es tan sólo una
forma en que el cosmos se amplifica en el curso de las edades; i) la existencia
de la persona humana se justifica tan sólo por el Estado y para el Estado. Sus
derechos son meras concesiones gratuitas de la entidad estatal.
En 1963, Juan XXIII firmó la Enc. Pacem in terris (11 abr. 1963: AAS 55,
1963, 257-304). Los tiempos han cambiado. El Pontífice ya no ha de referirse,
expresamente, al mito de la raza y de la sangre. Le basta reafirmar la
concepción personal y comunitaria del hombre, los derechos universales,
inviolables y absolutamente inalienables de toda persona humana, sin
discriminación alguna. «En toda humana convivencia bien organizada y fecunda hay
que colocar como fundamento el principio de que todo ser humano es `persona', es
decir, una naturaleza dotada de inteligencia y de voluntad libreque, por tanto,
de esa misma naturaleza directamente nacen al mismo tiempo derechos y deberes
que, al ser universales e inviolables, son también absolutamente inalienables» (Pacem
in terris, 8). La dignidad de la persona no proviene de pertenecer a una raza,
sino de haber sido redimida por la sangre de Jesucristo. «Y si consideramos la
dignidad de la persona humana a la luz de las verdades reveladas es forzoso que
la estimemos todavía mucho más, dado que el hombre ha sido redimido por la
sangre de Jesucristo, la gracia sobrenatural le ha hecho hijo y amigo de Dios y
le ha constituido heredero de la gloria eterna» (ib. 9).
En 1967, Paulo VI, en la Enc. Populorum progressio (26 mar. 1967: AAS, 59,
1967, 257-299), sitúa el r. entre los principales obstáculos que encuentra la
convivencia justa y pacífica de los hombres: «El racismo no es patrimonio
exclusivo de las naciones jóvenes, en las quea veces se disfraza bajo las
rivalidades de clanes y de partidos políticos, con gran perjuicio de la justicia
y con peligro de la paz civil. Durante la era colonial ha creado a menudo un
muro de separación entre colonizadores e indígenas, poniendo obstáculos a una
fecunda inteligencia recíproca y provocando muchos rencores como consecuencia de
verdaderas injusticias. Es también un obstáculo a la colaboración entre naciones
menos favorecidas y un fermento de división y de odio en el seno mismo de los
Estados cuando, con menosprecio de los derechos imprescriptibles de la persona
humana, individuos y familias se ven injustamente sometidas a un régimen de
excepción por razón de su raza y de su color» (62-63). Paulo VI no quiere
asignar el r. a los pueblos jóvenes exclusivamente. Nos recuerda el abismo que
existe a veces entre los ciudadanos de las potencias coloniales y la población
indígena, la dificultad que supone la presencia de los naturales rencores y los
obstáculos racistas para lograr un desarrollo solidario. Se denuncia claramente
la injusta discriminación existente en nuestros días contra los negros y contra
las gentes de color.
Por último, el Conc. Vaticano II, en su Declaración sobre las relaciones
de la Iglesia con las religiones no cristianas, reafirma, una vez más, la
fraternidad universal y la exclusión de toda discriminación racial y reprueba
como ajena al espíritu de Cristo cualquier discriminación o vejación realizada
por motivos de raza o color, de condición o religión (cfr. también la Const.
Gaudium el spes, 29 y 75).
V.t.: RAZA; NACIONALSOCIALISMO.
BIBL.: J. L. GUTIÉRREZ GARCIA, Racismo, en Conceptos fundamentales en la Doctrina social de la Iglesia, IV, Madrid 1971; G. J. STAAB, The Dignity of Man in Modern Papal Doctrine: Leo XIII to Pius XII, 1878-1955, Washington 1957; J. T. LEONARD, Theology and Race Relations, Milwaukee 1963; J. LA FARGE, The Catholic Viewpoint on Roce Relations, Nueva York 1960; M. BENDESCIOLI, Neopaganesimo razzista, 3 ed. Brescia 1945.
A. BASAVE FERNÁNDEZ DE VALLE.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991