Pudor
Noción. En un sentido genérico se entiende por p. la tendencia natural a
esconder algo, para defenderse espontáneamente contra toda intromisión ajena a
la esfera de la intimidad. En el lenguaje corriente se dice de una persona que
no tiene p. cuando manifiesta en público afectos o sucesos, reservados a la
intimidad, o realiza públicamente actos que se consideran propios del ámbito
familiar o estrictamente personal. En su significado más específico, p. es la
cualidad, en parte instintiva y en parte fruto de una educación deliberada, que
protege la castidad (v.). Se realiza lo mismo en la esfera sensitivo-instintiva
que en la consciente-intelectual, como freno psíquico frente a la rebeldía de la
sexualidad (v.) y a cuanto incita a ella. En cuanto instintivo, es como un freno
natural que surge espontáneamente en relación con todo lo que se refiere a lo
sexual, incluso antes de que la voluntad inicie su función moderadora. Aunque
algunos niegan este carácter natural del p., afirmando que se trata sólo de un
hábito adquirido como fruto de la educación, hay que decir, sin embargo, que los
estudios antropológicos revelan la existencia del p. en todos los pueblos,
también en los primitivos, en los que, a lo más, varía sólo lo que llaman la
individualización secundaria del p., es decir, su localización en distintas
zonas del cuerpo, que por lo demás no depende del convencionalismo o de la
costumbre, sino que en sus líneas esenciales es un proceso racional, conforme
con la naturaleza del hombre.
En cuanto virtud, cristiana y natural, se relaciona íntimamente con la castidad,
ya que es expresión y defensa de la misma. Es, por consiguiente, el hábito que
pone sobre aviso ante los peligros para la pureza, los incentivos de los
sentidos que pueden resolverse en afecto o emoción sexual, y las amenazas contra
el recto gobierno del instinto sexual, tanto cuando estos peligros proceden del
exterior, como cuando vienen de la vida personal íntima, que también pide
reserva o sustracción a los ojos de los demás y cautela ante los propios
sentidos. De esta suerte el p. actúa como moderador del apetito sexual y sirve a
la persona para desenvolverse en su totalidad, sin reducirse al ámbito sexual.
No se confunde con la castidad, ya que tiene como objeto no la regulación de los
actos sexuales conforme a la razón, sino la preservación de lo que normalmente
se relaciona estrechamente con aquellos actos. Viene a ser una defensa
providencial de la castidad, en razón de la constitución psicofísica del género
humano, perturbada por el pecado original (cfr. Gen 3,7).
Tampoco se confunde con la pudibundez, que es p. desequilibrado o excesivo,
causado muchas veces por una desacertada o falsa educación (v. EDUCACIÓN V).
Este p. excesivo hace que falte la suficiente serenidad y dominio para proceder
con razonable libertad y anchura de espíritu, dentro del recato personal y del
respeto debidoa los demás, sin olvidar la condición de la naturaleza caída y la
rebeldía de la concupiscencia. Porque el p. no debe dificultar la ejecución
necesaria o conveniente de ciertos actos reservados a la intimidad individual,
establecidos en último término por Dios (cuidados higiénicos, inspección médica,
etc.), o admitidos comúnmente entre personas honestas (baños públicos,
manifestaciones usuales de familiaridad y afecto en los saludos, etc.). El p.,
además de garantía y defensa de la castidad, tiende a mantener en segundo plano
la animalidad en el ser humano, y a dar realce al elemento racional y
espiritual.
Normas morales. El p. está relacionado, por oposición, con lo impúdico, es
decir, con aquellas manifestaciones que implican peligro de excitación sexual.
Se llaman impúdicos aquellos actos, que, aun teniendo una relación de afinidad o
de conexión con objetos impuros, son ambiguos en sí mismos, esto es, capaces de
una interpretación y motivación diversos; y son propiamente impúdicos solamente
cuando falta una interpretación y una causa honesta que los justifique. El mismo
desnudo materialmente considerado puede ser honesto o impúdico, si está
requerido, p. ej., por motivos de salud o dictado por el deseo de
exhibicionismo. Hay en esto cierta elasticidad, aunque el p. sea en buena parte
innato. Diversas circunstancias de edad, temperamento, atracción, indiferencia o
repulsa, psicología individual y ambiente social, etcétera, influyen colectiva o
individualmente para una cierta relativización de lo impúdico. Sin embargo,
ciertas actuaciones o representaciones, formas de vestir, etc., estarán
prohibidas de modo general, aunque se sea personalmente inmune a ellas, porque
son motivo de escándalo (v.) para los demás.
Para la valoración moral debe tenerse en cuenta que existe la obligación de
evitar la excitación sexual y de no ponerse en peligro de pecado (v. Ocasión de
pecado en PECADO IV, 2), lo cual lleva a actuar prudentemente, sustrayéndose a
los peligros injustificados de padecerla. Pero no se debe perder la libertad
legítima para realizar actos que se tenga obligación o derecho de practicar.
Así, p. ej., un médico puede y debe atender a sus clientes, con las debidas
cautelas y rectitud de intención, a pesar de los estímulos que se despierten en
él, cuando la excitación no es buscada en sí misma y ésta se origina contra su
voluntad en el ejercicio de una acción que no está obligado a omitir por el
riesgo de aquella excitación (v. VOLUNTARIO, ACTO). Aunque si tales estímulos
constituyeran un peligro próximo y grave para su alma, estaría obligado a dejar
de realizar aquellos actos.
Educación del pudor. En lo que tiene de virtud, el p. ha de edificarse sobre el
elemento instintivo, debidamente cultivado dentro de una educación general de la
vida moral y del ejercicio de la castidad. Sin renunciar a una serenidad de
mente y familiaridad de afecto humano, limpias de pasión, que saben practicar la
convivencia de sexos con santa libertad recatada, dentro del plan divino, no se
deben aprobar ni el naturalismo nudista, ni las ventajas atribuidas a una
iniciación y educación sexual en plan naturalista; ni una familiaridad poco
controlada o vigilada entre los sexos, a título de combatir el tabú e integrar
la sexualidad en la persona. El p. advierte los peligros, previene las
ocasiones, aleja la inmodestia, evita las familiaridades sospechosas, infunde
reverencia al cuerpo propio y ajeno, miembros de Cristo y templos del Espíritu
Santo.
Siempre será válida la sabia norma de la experiencia cristiana y de la vieja
pedagogía, que en la educación y conservación del p. se ha de proceder sobre
todo por vía indirecta. Es desastroso afrontar riesgos y poner a prueba la
castidad, para «vigorizarla» y hacerla más «auténtica», según han dicho algunos.
Los procedimientos indirectos valen también para el cultivo positivo del pudor.
Una atmósfera familiar sana, una convivencia abierta y cordial, pero digna y
prudente, entre los sexos, en el círculo de los parientes, amigos y vecinos, una
iniciación sexual adecuada y sin reticencias, prudentemente dosificada al ritmo
de la necesidad del niño, un acostumbrar a proceder con naturalidad en el
respeto del propio cuerpo, una insistencia en formar responsablemente la
conciencia para asumir los deberes según la importancia y urgencia de los
mismos, sin hacer de la castidad el problema central de la adolescencia y el
mandamiento primordial de la vida cristiana, un ambiente moral que prepare
contra cualquier forma de degradación y fomente la vida cristiana de piedad y
sacramentos, viviendo la entrega personal a Jesucristo por la Virgen Santísima,
son las mejores garantías de un p. sanamente cultivado en beneficio de la pureza
de vida.
V. t.: CASTIDAD; MODESTIA; MATRIMONIO V, 5; SEXUALIDAD; PORNOGRAFíA.
M. ZALBA ERRO.
BIBL.: S. TOMÁS, Sum. Th. 2-2 g144 y gl69; Pío XII, Enc. Sacra virginitas, AAS 46 (1954) 161-191; íD, Discursos, AAS 33 (1941) 184-191 y 49 (1957) 1011-23; J. DE LA VASSIÉRE, El pudor instintivo, Madrid 1940; H. SCHILGEN, Normas morales de educación sexual, 5 ed. Madrid 1958; J. M. CASTRO, Castidad y selección, Madrid 1964; V. COSTA, Orientamenti per una psicopedagogia pastorale della castitá, Turín 1966; M. SCHELLER, La pudeur, París 1952; F. FOERSTER, Etica e pedagogía della vita sessuale, Turín 1921; H. JEREZ, Pudor a medias, Bilbao 1953; L. SCREMIN, L'educazione della castitá, Turín 1930; Ruiz AMADO, Educación de la castidad, Barcelona 1944; A. SERTILLANGEs, El arte y la moral, Barcelona 1948; D. VON HILDEBRAND, Pureza y virginidad, 3 ed. Bilbao 1958; P. CASTELLI, Ars et moralitas, en P. PALAZZINI (dir.), Dictionarium morale et canonicum, 1, Roma 1962, 313321; P. PALAZZINI, Pudicitia, ib. III, Roma 1966, 913; J. CHOZA, La supresión del pudor, signo de nuestro tiempo, «Nuestro Tiempo» n,, 205-206, XXXVI (1971) 5-21.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991